III. LA AMIBA, UNA C�LULA RUDIMENTARIA PERO TEMIBLE

EL PROTOZOARIO Entamoeba histolytica es una de las m�s primitivas c�lulas eucariontes. La forma m�vil, o trofozo�to, se diferencia de los procariontes —como las bacterias, organismos sin n�cleo, con organizaci�n citopl�smica mal definida, genoma peque�o y superficie celular estratificada— por tener n�cleo organizado, genoma complejo y superficie constituida por una sola membrana plasm�tica. Si bien estas �ltimas son caracter�sticas de los eucariontes, las amibas se distinguen tambi�n de �stos por su organizaci�n citopl�smica rudimentaria y divisi�n nuclear sin cromosomas evidentes. Nos encontramos pues ante un eucarionte rudimentario.

La actividad din�mica y el pleomorfismo de los trofozo�tos est�n basados en una configuraci�n citopl�smica m�s f�cil de definir por sus carencias que por sus semejanzas, en comparaci�n a las c�lulas eucari�nticas t�picas. As�, las amibas no tienen citoesqueleto estructurado (el sistema de delicados microfilamentos y microt�bulos responsable del mantenimiento de la forma y la movilidad de las c�lulas eucari�nticas); no disponen tampoco de un sistema membranal equivalente al complejo de Golgi y al ret�culo endopl�smico (sistemas encargados de la s�ntesis, movilizaci�n, empaquetamiento y liberaci�n de prote�nas y glucoprote�nas); las mitocondrias (productoras de compuestos ricos en energ�a, necesarios para el metabolismo de las c�lulas eucariontes) brillan por su ausencia en las amibas y, finalmente, �stas carecen de un sistema de lisosomas primarios y secundarios (organillos celulares encargados de la degradaci�n de componentes intra o extracelulares de los eucariontes t�picos).

LA AMIBA: PEQUE�A PERO TEMIBLE

A pesar de esta simplicidad —o gracias a ella— estos peque�os protozoarios, apenas cuatro o cinco veces mayores que un gl�bulo rojo; extremadamente fr�giles y sumamente sensibles a cambios de temperatura, son capaces de colonizar el intestino grueso de una buena proporci�n de la poblaci�n mundial. Adem�s, bajo circunstancias que a�n no conocemos, pueden invadir la mucosa intestinal y, eventualmente, destruir todos los tejidos del cuerpo humano; desde los recubrimientos epiteliales y los �rganos s�lidos, hasta tejidos como el cart�lago y el hueso. Al mismo tiempo, el par�sito invasor evade exitosamente los mecanismos moleculares y celulares de defensa del hu�sped humano y encuentra las condiciones necesarias para su multiplicaci�n. En esos casos, a menos de que sean eliminadas por drogas eficientes, las fr�giles amibas continuar�n su efecto destructor, hasta que el hu�sped muera, junto con los par�sitos. Los trofozo�tos tienen capacidad invasora, pero no logran sobrevivir fuera del organismo humano, por lo que no tienen capacidad de transmitir la enfermedad. Por ello, una infecci�n invasora es, desde el punto de vista biol�gico, un suicidio colectivo para las amibas.

Como parte del inter�s renovado en la biolog�a de las enfermedades parasitarias, y gracias a la disponibilidad de cultivos ax�nicos, esto es, cultivos en los que las amibas crecen sin asociaci�n con bacterias o con otros protozoarios, numerosos laboratorios han analizado amibas bajo el microscopio electr�nico, han desmenuzado al par�sito en m�ltiples fracciones para caracterizar sus componentes qu�micos y han estudiado la naturaleza de sus componentes antig�nicos.

Esta actividad febril ha producido, hasta ahora, resultados que podemos calificar de discretos. Los ne�fitos en la experimentaci�n con amibas deben superar —en ocasiones s�lo lo intentan infructuosamente— algunos de los siguientes problemas:

La aparente simplicidad estructural de la organizaci�n citopl�smica de las amibas hace que el s�lido conocimiento de que disponemos sobre la biolog�a celular de eucariontes t�picos sea casi inutilizable para la comprensi�n de la biolog�a del par�sito; los componentes amibianos aislados se degradan por sus componentes proteasas; algunas mol�culas del suero se adsorben a la superficie de las c�lulas y complican por ello la caracterizaci�n bioqu�mica; la fragilidad de las amibas limita de forma sensible su manipulaci�n y, finalmente, los cultivos son muy susceptibles a variaciones en los componentes del medio de cultivo.

La consecuencia de esos problemas es que a pesar de haber transcurrido una d�cada de estudios intensos, el conocimiento de la biolog�a celular del par�sito es todav�a incipiente. No se han explorado las bases moleculares y celulares de procesos como la diferenciaci�n de trofozo�to a quiste, el cambio de comensal inocuo a invasor da�ino, los mecanismos de evasi�n de la respuesta inmune del hu�sped y los cambios celulares que ocurren durante la divisi�n nuclear. Sin embargo, la informaci�n adquirida durante la �ltima d�cada nos permite, no tan s�lo tener idea m�s precisa de la estructura, organizaci�n y funciones del par�sito, sino tambi�n empezar a comprender mejor la amibiasis.

As� como la organizaci�n del citoplasma es sencilla, el ciclo de vida de la Entamoeba histolytica es igualmente simple. Los trofozo�tos viven, se alimentan y se multiplican en el intestino grueso del hombre, actuando como respetuosos comensales; se diferencian en quistes al cubrirse con gruesa y resistente pared, misma que les permite sobrevivir en el exterior. Cuando una persona ingiere alimentos o agua contaminados con quistes, �stos penetran al tubo digestivo y al llegar al colon se liberan de la pared qu�stica para adoptar de nueva cuenta la forma de trofozo�to. No se requieren hu�spedes intermediarios y, al parecer, el �nico hu�sped definitivo es el ser humano (Figuras 9, 10).



Figura 9. Fotomicrograf�a electr�nica de barrido de quistes de Entamoeba histolytica.





Figura 10. Esquema simplificado del ciclo de vida de la Entamoeba histolytica.



La simplicidad estructural resalta al examinar trofozo�tos con el microscopio de luz, ya sea de par�sitos obtenidos de pacientes con disenter�a, o bien de amibas cultivadas. En los par�sitos te�idos con colorantes, destacan, sobre todo, el n�cleo y numerosas vacuolas citopl�smicas. El n�cleo, en cambio, no es aparente en amibas vivas examinadas sin te�ir; en estas condiciones son la movilidad de las c�lulas y la formaci�n de prolongaciones o seud�podos de apariencia lisa y homog�nea, lo que se aprecia al examen microsc�pico.

RETRATO HABLADO DEL AGRESOR

La movilidad de los componentes citopl�smicos de la amiba, su desplazamiento relativamente r�pido sobre el substrato, la explosiva formaci�n de seud�podos y la voraz capacidad de ingerir part�culas y c�lulas de todo tipo que se encuentren en su camino, constituyen los atributos m�s llamativos de las amibas pat�genas al escudri�arlas bajo el microscopio. Ese conjunto de funciones, dependientes todas de la movilidad del par�sito, ha estimulado el estudio de los componentes moleculares responsables de la notable actividad din�mica. Bajo el microscopio electr�nico, la simplicidad estructural de las amibas (Figura 11) se refleja en la ausencia de microfilamentos y microt�bulos; en regiones como los seud�podos o las zonas de fagocitosis, donde se concentra la actina —prote�na contr�ctil presente en todas las c�lulas animales— el examen ultramicrosc�pico s�lo muestra ausencia de vacuolas y, cuando las condiciones de fijaci�n son adecuadas, la concentraci�n en esas �reas de material fibrogranular. Ha sido motivo de sorpresa y frustraci�n a la vez, averiguar la falta de organizaci�n estructural de las prote�nas contr�ctiles de una de las c�lulas dotadas de mayor movilidad y plasticidad.



Figura 11. Fotomicrograf�a electr�nica de transmisi�n de un trofozo�to de Entamoeba histolytica.



Los filamentos estructurados, f�cilmente visibles en las c�lulas eucari�nticas mejor desarrolladas, s�lo aparecen excepcionalmente en las amibas; la actina de �stas ha sido caracterizada bioqu�micamente hasta hace poco por Meza y colaboradores. Han encontrado que, en general, esta prote�na es semejante a la actina de otros eucariontes, excepto por variaciones peque�as en la composici�n de polip�ptidos; la actina amibiana tiene propiedades que la diferencian de la mayor�a de las actinas y la hacen particularmente interesante en estudios de movilidad en eucariontes.

Desconocemos la naturaleza de otras mol�culas que seguramente intervienen en el movimiento de las amibas; asimismo, ignoramos los mecanismos que disparan en un momento dado la acumulaci�n de mol�culas contr�ctiles en una regi�n de la c�lula y determinan el resultado como la formaci�n de un seud�podo, requerido para la traslaci�n, o de regiones especializadas de la superficie celular que permiten la captaci�n de material extracelular hacia el citoplasma amibiano, durante el proceso de fagocitosis. Estos procesos, en apariencia simples, requieren en realidad la sucesi�n de fen�menos tales como: reconocimiento en la membrana plasm�tica, paso de la se�al recibida en la superficie al citoplasma, acumulaci�n y polimerizaci�n focal de mol�culas contr�ctiles, contracci�n de estas �ltimas en forma coordinada y con direccionalidad espec�fica y, por �ltimo, vuelta a la organizaci�n citopl�smica local previa a la realizaci�n del fen�meno.



Figura 12. Fotomicrograf�a electr�nica de barrido de amibas pat�genas en cultivo.



Adem�s de la movilidad, es el pleomorfismo de las amibas una de las caracter�sticas m�s llamativas del par�sito. Ninguna t�cnica muestra mejor esta variaci�n en la forma que la microscop�a electr�nica de barrido (Figura 12). Con ella, se aprecian diferencias no solamente entre especies, sino tambi�n, entre amibas de la misma especie. La siempre cambiante superficie amibiana puede presentar seud�podos, estomas de fagocitosis, prolongaciones filiformes que las unen al substrato, y un uroide o extremo caudal. La superficie basal de los trofozo�tos en contacto con c�lulas blanco, a trav�s de la cual se realiza tanto la adhesi�n como la lisis de estas �ltimas, no muestra diferenciaciones notables, excepto por la presencia de fil�podos cortos en el margen externo del par�sito, posiblemente involucrados en la adhesi�n. La microscop�a electr�nica de barrido podr�, tal vez, ofrecer informaci�n valiosa respecto a las diferencias estructurales entre amibas pat�genas y no pat�genas; la imposibilidad de cultivar en condiciones ax�nicas amibas de portadores asintom�ticos ha retrasado ese estudio, de posible utilidad taxon�mica.

LAS AMIBAS SE ADHIEREN

La ingesti�n de c�lulas o de material particulado por las amibas se inicia con el fen�meno de adhesi�n (Figura 13). Los trofozo�tos se adhieren a casi todas las c�lulas en cultivo y a la gran mayor�a de los substratos naturales o inertes empleados, entre los que se cuentan pl�stico, vidrio, col�gena y alb�mina. La adhesi�n a un substrato plano provoca modificaci�n en la forma de las c�lulas, en lo que parece un intento fallido de ingerir al substrato; se forma en las regiones de adhesi�n una banda de material fibrogranular, rico en actina; drogas como la citocalasina B, que alteran la polimerizaci�n de las mol�culas de actina, interfieren considerablemente con el fen�meno de adhesi�n, que tampoco puede llevarse a cabo en fr�o. Al parecer, la adhesi�n involucra tanto mecanismos inespec�ficos como espec�ficos. Los primeros intervienen en la adhesi�n a superficies inertes, mientras que los segundos participan en la adhesi�n de las amibas a c�lulas del hu�sped, a trav�s de la interacci�n de mol�culas presentes tanto en la superficie del par�sito como en las c�lulas del hu�sped. A diferencia de las bacterias productoras de alteraciones de la mucosa intestinal en las que ciertas mol�culas, al facilitar la adhesi�n —adhesinas— determinan en buena parte la virulencia de esos organismos, en las amibas no parece haber diferencias en la capacidad de adhesi�n en cepas con virulencia diferente. Los estudios bioqu�micos han mostrado la existencia de una lectina amibiana, o sea, una prote�na que reconoce carbohidratos espec�ficos en la superficie de las c�lulas blanco; �sta, sin embargo, es la misma y se encuentra en concentraciones iguales en amibas pat�genas y no pat�genas.



Figura 13. Una amiba en contacto con una c�lula epitelial, vista con el microscopio electr�nico de transmisi�n.



LAS AMIBAS INGIEREN

Una excelente forma de analizar tanto la adhesi�n como la fagocitosis (Figura 14) de las amibas pat�genas, es ponerlas en contacto con gl�bulos rojos humanos. Es bien sabido que, en el laboratorio cl�nico, la prueba m�s contundente de la culpabilidad amibiana en un caso de disenter�a es la presencia de amibas hemat�fagas en heces, es decir, amibas que han ingerido gl�bulos rojos del hu�sped a trav�s del fen�meno de fagocitosis. Se trata de un modelo experimental muy sencillo pero �til para comprender algunas de las funciones de las que depende la acci�n pat�gena del protozoario. Al entrar en contacto con los gl�bulos rojos, algunos son internalizados sin dilaci�n, pero otros muchos forman c�mulos en el extremo posterior de la amiba, posiblemente como resultado de la liberaci�n de la lectina amibiana. No parece haber un sitio espec�fico en el que se lleve a cabo la ingesti�n; cualquier regi�n de la superficie de la amiba puede, en un momento dado, formar un estoma (boca) de fagocitosis e iniciar el proceso de ingesti�n de eritrocitos. Otras c�lulas fagoc�ticas, tales como los gl�bulos blancos (leucocitos polimorfonucleares) y los macr�fagos, realizan la fagocitosis a trav�s de la formaci�n de grandes prolongaciones citopl�smicas que rodean a la c�lula por ingerir hasta envolverla por completo; al tocarse los bordes de las prolongaciones la c�lula queda en el interior del fagocito. En cambio, en el caso de las amibas pat�genas, la fagocitosis ocurre mediante un curioso fen�meno de succi�n: las c�lulas, en el caso que comentamos los gl�bulos rojos, entran por succi�n al interior de la amiba a trav�s de estrechos canales, lo que produce una deformaci�n considerable de la c�lula blanco durante la ingesti�n. En ocasiones, las amibas succionan toda una c�lula; en otra, es s�lo una porci�n la que es fagocitada; en este �ltimo caso, al cerrarse el canal la c�lula blanco se rompe, por lo que queda una porci�n dentro y permanece fuera el resto.



Figura 14. Una amiba fagocitando simult�neamiente media docena de c�lulas epiteliales, vistas al microscopio electr�nico de barrido.

UN VISTAZO BIOQU�MICO A LAS AMIBAS

Ya hemos mencionado que la fagocitosis debe, necesariamente, llevarse a cabo por concentraci�n y ordenaci�n de mol�culas contr�ctiles, entre ellas la actina, pero que nada sabemos sobre los mecanismos que regulan el fen�meno, del que, como veremos m�s adelante, depende en buena medida la virulencia de las amibas pat�genas.

La superficie de las amibas contiene una membrana plasm�tica, con la cl�sica apariencia trilaminar, pero m�s gruesa que las membranas plasm�ticas de mam�feros. Los l�pidos que la constituyen son tambi�n diferentes cualitativa y cuantitativamente de los presentes en c�lulas de mam�fero, lo que podr�a explicar dos propiedades coexistentes y aparentemente contradictorias: la gran plasticidad y la notable estabilidad de las membranas amibianas. Adem�s, esa composici�n peculiar podr�a hacer que las amibas sean m�s resistentes a la acci�n tanto de la enzimas del tubo digestivo, como de las que libera el par�sito para producir la muerte de las c�lulas que destruye, cuando deja de ser pl�cido comensal.

La mayor parte de las prote�nas de la membrana plasm�tica son glucoprote�nas; de ellas se han podido diferenciar m�s de una docena. Los carbohidratos de superficie forman una delicada cubierta de superficie, visible en el microscopio electr�nico de transmisi�n. Esta t�cnica nos permiti� revelar la propiedad de las amibas de dejar una capa fina de esa cubierta superficial a medida que se desplaza sobre un substrato; esa huella azucarada del paso de los trofozo�tos llega a cubrir totalmente la superficie de los recipientes en los que se multiplica el par�sito, a manera de fin�simo tapete o microexudado. Esta es, tal vez, una de las argucias de las que echa mano el par�sito para evadir la respuesta inmune del hu�sped, si �sta se dirige, in�tilmente, hacia las trazas dejadas por el intruso m�s que hacia el invasor mismo.

Nuestros par�sitos en cuesti�n no s�lo pueden confundir al hu�sped dejando estelas a su paso, sino tambi�n movilizando r�pidamente los inoportunos anticuerpos que lleguen hasta su cambiante superficie. Hace ya diez a�os describimos, junto con Trissl, lo que acontece cuando una mol�cula —la lectina concanavalina A— reacciona con la superficie de amibas vivas. Inicialmente, las mol�culas capaces de reconocer componentes de la membrana plasm�tica del par�sito —o ligandos— se unen uniformemente a toda la superficie celular. La interacci�n despierta, al parecer, un mecanismo de movilizaci�n de los componentes de la superficie celular de tal suerte que al cabo de pocos minutos los agregados formados por el ligando y el receptor —o por anticuerpos con los ant�genos de membrana correspondientes— se desplazan hacia el polo posterior de la amiba y forman un casquete (Figura 15). Una vez que las amibas concentran los agregados en un punto de su superficie, �stos pueden ser liberados hacia el exterior, o bien pueden ser incorporados por el par�sito para su degradaci�n posterior. Es pues un segundo posible mecanismo de evasi�n de la respuesta inmune humoral.

Figura 15. Dos amibas despu�s de haber estado en contacto con concanavalina A. Al cabo de 15 minutos la mayor parte de las mol�culas se acumulan en el polo posterior de las amibas. Fotomicrograf�a electr�nica de transmisi�n.

La superficie de las amibas pat�genas muestra otro fen�meno, hallado recientemente en nuestro laboratorio. El contacto del par�sito con substratos naturales, como la col�gena o la alb�mina, provoca la formaci�n y liberaci�n de cuerpos densos. Pocas horas despu�s de ese contacto se concentran por debajo de la membrana plasm�tica abundantes cuerpos de alta densidad a los electrones. �stos se separan del cuerpo de la amiba mediante un proceso que recuerda la gemaci�n de los virus. Finalmente, los cuerpos densos pierden la membrana que los rodea y entran en contacto con el substrato, al que aparentemente degradan. Se trata, al parecer, de un mecanismo de liberaci�n de compuestos amibianos, entre los que bien pueden estar algunas de las toxinas y enzimas caracterizadas recientemente como amibas virulentas, en lo que ser�a un mecanismo de concentraci�n y liberaci�n de sustancias t�xicas en forma condensada. Los estudios futuros deber�n aclarar con precisi�n la naturaleza y significado de esta reacci�n de la superficie amibiana ante la presencia de prote�nas del hu�sped.

El metabolismo de las amibas pat�genas, tal como podr�a esperarse, est� adaptado al ambiente bajo en ox�geno del colon humano. Los trofozo�tos no son organismos anaerobios absolutos, como se les consideraba tradicionalmente; son capaces de consumir ox�geno a pesar de la ausencia de mitocondrias y pueden crecer en atm�sferas que contienen hasta 5% de ox�geno. Son aerobios facultativos, que adem�s poseen enzimas glucol�ticas peculiares, s�lo encontradas previamente en ciertas bacterias. Este metabolismo peculiar puede representar una ventaja a las amibas, al permitir que el par�sito cambie de la luz intestinal, con presi�n baja de ox�geno, al ambiente m�s rico en ox�geno que encuentra cuando invade �rganos s�lidos con vascularizaci�n abundante.

La principal fuente de energ�a del par�sito son los carbohidratos. Esto ha hecho que numerosos autores hayan considerado en el pasado que la mayor virulencia de las amibas en ciertas poblaciones pobres se debe, precisamente, a que se nutren fundamentalmente de carbohidratos; ello exaltar�a la virulencia amibiana. Experimentalmente s�lo se ha podido comprobar a satisfacci�n que en la amibiasis experimental de animales de laboratorio, la deficiencia de prote�nas agrava la intensidad de las lesiones; en cambio, el aumento en los carbohidratos de la dieta tiene efecto protector; �stas son condiciones artificiales, que probablemente poco tienen que ver con las prevalecientes en cada ser humano.

La glucosa entra al citoplasma mediante un proceso de transporte espec�fico; �ste proporciona aproximadamente cien veces la cantidad de carbohidrato que el par�sito incorpora por endocitosis, es decir, por los medios inespec�ficos empleados para internalizar l�quidos y part�culas s�lidas. El catabolismo de la glucosa difiere considerablemente del de c�lulas de mam�feros, ya que los par�sitos poseen enzimas glucol�ticas poco usuales, que suplen la carencia de mitocondrias, de citocromos y de ciclo del �cido c�trico.

LO PEQUE�O VISTO EN GRANDE

Visto al microscopio electr�nico de transmisi�n, el citoplasma de las amibas aparece como un conjunto de vacuolas dispuestas en una matriz granular. En amibas obtenidas de casos de disenter�a, muchas de esas vacuolas contienen gl�bulos rojos; en las amibas provenientes de cultivos mixtos se encuentran llenas de almid�n o de fragmentos de bacterias. As� pues, parte del aparato vacuolar constituye el aparato digestivo de este protozoario. Sin embargo, la naturaleza y funci�n del sistema vacuolar no ha sido explorado en detalle. En particular, se ha discutido si existen o no lisosomas en las amibas. En c�lulas de mam�fero, los lisosomas son saquitos envueltos por membrana, con gran diversidad de potentes enzimas hidrol�ticas disueltas en el interior, capaces en conjunto de degradar todos los componentes celulares. En las amibas, en cambio, las enzimas hidrol�ticas estudiadas est�n asociadas a la pared interna de la membrana de las vacuolas lisosomales.

Llama la atenci�n la ausencia de mitondrias y de sistemas membranales, semejantes a los que en c�lulas eucari�nticas t�picas integran el complejo de Golgi y el ret�culo endopl�smico. En vez de ello, se pueden encontrar redes de t�bulo y finas ves�culas, pero no sabemos si la funci�n de �stos es semejante a la de su contrapartida, mejor estructurada en c�lulas diferenciadas.

Los ribosomas —corp�sculos citopl�smicos encargados de la s�ntesis de prote�nas— est�n agrupados con frecuencia en c�mulos helicoidales; a su vez, �stos forman grandes inclusiones cristalinas de varios micr�metros de longitud, que constituyen los cuerpos cromatoides f�cilmente visibles bajo el microscopio ordinario. Estos c�mulos ribosomales, muy poco frecuentes en otros eucariontes, pueden ser reflejo de periodos de actividad metab�lica reducida, previa a la diferenciaci�n de trofozo�tos a quistes.

Adem�s de los componentes mencionados, el citoplasma de las amibas muestra, al examen ultramicrosc�pico, un confuso conglomerado de inclusiones de naturaleza desconocida. Los m�s frecuentes y regulares son las llamadas rosetas, estudiadas por Feria y Trevi�o, en las que part�culas, en todo semejantes a los rabdovirus —uno de ellos es el virus de la rabia—, rodean un agregado de material granular. Estos posibles virus, as� como otros que se han logrado identificar con cierta precisi�n, ocupan el papel de hu�spedes inocuos; todos los esfuerzos realizados por demostrar que alguno de los diversos virus amibianos tienen relaci�n con la virulencia del par�sito han sido, hasta ahora, infructuosos.

EL N�CLEO DESCONOCIDO

Aunque casi nada se sabe acerca de la organizaci�n estructural y funcional del n�cleo de la E. histolytica, su morfolog�a ha servido de base para la identificaci�n de esta especie durante muchas d�cadas de trabajo en los laboratorios cl�nicos. Los microscopistas han puesto tal atenci�n en estas estructuras nucleares que han llegado a analizar componentes inexistentes, por la sencilla raz�n de que sus dimensiones est�n por debajo del l�mite de resoluci�n de la microscop�a de luz; ello no impide que sigan apareciendo en forma prominente en libros de texto y de consulta de parasitolog�a.

El mecanismo de la divisi�n celular es uno de los fen�menos menos estudiados de la biolog�a del par�sito; s�lo conocemos con seguridad que la divisi�n nuclear se realiza sin p�rdida de la membrana nuclear. Dobell estaba en duda en 1928 sobre el origen y el n�mero de los cromosomas amibianos. En este asunto no hemos superado a nuestro mis�ntropo investigador ingl�s; seguimos exactamente en las mismas.

Como si la naturaleza se hubiera empe�ado en hacer de la amiba una c�lula aberrante, la disposici�n de los componentes nucleares es verdaderamente ins�lita. Lo que en eucariontes t�picos es cromatina perif�rica, rica en ADN, en las amibas representa sitios de condensaci�n de ARN. De la misma forma, lo que parece ser el nucleolo de las c�lulas eucariontes, rico en ARN, en los trofozo�tos es un sitio de condensaci�n de ADN, en el que, al parecer, se forman los cromosomas "funcionales", ya que no se diferencian morfol�gicamente como tales en las amibas. La doble membrana nuclear es distinta de la usual en eucariontes, porque posee una gran cantidad de poros nucleares, reflejo probable de un intercambio muy activo entre n�cleo y citoplasma.

Durante la divisi�n nuclear aparecen microt�bulos, �nicos componentes bien definidos en esta fase de la multiplicaci�n celular. Por �ltimo, con gran frecuencia se observan en el n�cleo los cuerpos birrefringentes que llamaran la atenci�n de Lesh hace m�s de cien a�os y de los cuales sabemos tanto como el famoso ruso, es decir, nada, aparte de que existen.

Uno de los secretos m�s celosamente guardados de la amibiasis es que el ciclo de vida de la E. histolytica en el ser humano no ha sido estudiado, ya que el �nico an�lisis detallado sobre el tema fue llevado a cabo por Dobell, en 1928, mediante cultivos de una cepa amibiana obtenida de un mono. Nada ha sido a�adido a la descripci�n de Dobell; �l analiz� el ciclo de vida con base en cuatro formas sucesivas: el trofozo�to, el prequiste, el quiste y la amiba metac�stica. Los trofozo�tos se multiplican en la luz intestinal por divisi�n binaria y se enquistan, produciendo a su vez quistes cuadrinucleados despu�s de dos divisiones sucesivas del quiste uninucleado. De cada quiste maduro escapa, al parecer, una amiba cuadrinucleada, que despu�s de dividirse forma ocho trofozo�tos uninucleados.

�CUIDADO CON LOS QUISTES!

Uno de los campos en los que nuestra ignorancia es m�s evidente en relaci�n a la biolog�a de la amibiasis es el proceso de diferenciaci�n de trofozo�tos a quistes. El quiste es la forma de resistencia responsable de la transmisi�n de la infecci�n; por ello es sorprendente y frustrante considerar la poca atenci�n dedicada al estudio de este asunto. Buena parte de ello se debe a nuestra incapacidad para producir enquistamiento de E. histolytica en cultivo, lo que puede lograrse con otra amiba, la E. invadens, par�sito de reptiles, entre los que, curiosamente, provoca epidemias de disenter�a y absceso hep�tico que diezman de cuando en cuando a reptiles de zool�gicos. Lo poco que sabemos del proceso de enquistamiento ha sido estudiado en esta amiba de reptiles.

La pared de los quistes de la E. invadens, a diferencia de la de los quistes de amibas de vida libre, constituidos principalmente de celulosa, est�n estructuradas a base de quitina, tal como lo ha demostrado Arroyo-Begovich y C�rabez-Trejo. La quitina es un pol�mero de acetilglucosamina com�nmente encontrado en hongos, crust�ceos e insectos, pero ausente en el hombre; por ello, la inhibici�n espec�fica de las s�ntesis de la pared del quiste con agentes qu�micos que interfieran con la formaci�n de la pared, sin alterar el metabolismo del hu�sped, podr�a representar un m�todo alterno de control biol�gico. En este sentido, los resultados iniciales de Avron en Israel son promisorios.

En cuanto a la fase final de la maduraci�n de los quistes, el excistamiento o salida de las amibas del quiste maduro, nada se sabe excepto por la descripci�n morfol�gica del proceso hecha por algunos microscopistas acuciosos.

En conclusi�n, los diez �ltimos a�os han sido testigos de una verdadera explosi�n en el conocimiento de la biolog�a de la E. histolytica. Algunos de esos resultados han servido para aclarar temas b�sicos de la epidemiolog�a de la enfermedad, como la diferenciaci�n entre cepas pat�genas y no pat�genas; otros han mejorado la comprensi�n del par�sito como un eucarionte rudimentario en su organizaci�n, pero eficaz en su capacidad de sobrevivir.

La amibiasis, enfermedad que a fin de cuentas padecen sobre todo los pobres, hab�a sido relegada al olvido y, con ella, las amibas que la producen. Ese inusual par�sito ha resultado ser una c�lula excepcionalmente interesante; al mismo tiempo que el bi�logo celular indaga su estructura, su metabolismo y su funcionamiento, aprende no s�lo nuevos hechos que permiten comprender mejor la enfermedad, sino que descubre asimismo el misterio de una nueva y m�s primitiva organizaci�n celular eucari�ntica, que permite abordar con precisi�n el estudio de procesos celulares fundamentales, como la movilidad celular y la fagocitosis.

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