XII. TESTIGOS DE CARGO
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N VARIAS
regiones de la República Mexicana y en ciertas épocas del año los habitantes sufren dermatosis muy severas, causadas por el ataque de ácaros sumamente pequeños, difíciles de distinguir a simple vista y que son diferentes al conocido pinolillo o larvas de garrapatas que con frecuencia invaden los campos y los potreros. En este caso se trata de un grupo completamente distinto de ácaros pertenecientes a la familia Trombiculidae, notables por vivir como parásitos obligados, sólo en su estado larval. Las otras etapas de su ciclo de vida, ninfa y adulto, son libres y de hábitos depredadores. En esa primera etapa de su desarrollo pueden parasitar cualquier clase de vertebrado terrestre, incluso al hombre. La consecuencia de ese parasitismo se traduce en dermatitis más o menos serias, con intenso prurito y grandes molestias para los huéspedes.La importancia de estas larvas y su interés por conocerlas aumentó grandemente cuando se comprobó que en algunas regiones de la Tierra, como en el sureste de Asia, norte de Australia y las islas que quedan entre ellas, desempeñaban el papel de vectores de gérmenes, causa de una muy grave rickettsiasis o especie de tifo, que se conoce con el nombre de "enfermedad del tsutsugamushi", "scrub typhus" o "fiebre fluvial del Japón". Desde entonces, numerosos investigadores de muchos países, pero sobre todo de Japón, Estados Unidos, Australia e Inglaterra, abordaron el problema de su estudio.
Los trombicúlidos están ampliamente distribuidos en todas las regiones del planeta, pero aunque en la actualidad se conoce una gran cantidad de especies diferentes, hasta cierto punto son pocas las que constituyen plagas molestas para el hombre; éstas, sin embargo, dondequiera que se encuentren, son lo suficientemente notables por los trastornos que originan como para haber sido designadas con nombres especiales. Tal es el caso de los antiguos pobladores de estas tierras (de México), que las conocían bien, refiriéndose a ellas con el nombre náhuatl de tlalzáhuatl, derivado de tlalli = tierra, y záhuatl = sarna, o sea sarna que viene de la tierra; con el vocablo záhuatl, que combinaban con otras muchas palabras, indicaban las afecciones cutáneas que les producían intenso prurito, erupción e inflamación, acompañadas de pápulas, ronchas, vesículas o pústulas; por esta razón, los médicos españoles relacionaron esta palabra con la voz española de sarna, aunque en éste, como en otros muchos casos, no se trate de la verdadera sarna o escabiasis, clínicamente hablando.
El nombre de tlalzahuate ha llegado hasta nuestros días y se sigue empleando en numerosas poblaciones del país, sobre todo en el estado de Puebla. Se les conoce también con otras denominaciones comunes como aradores y coloradillas, no sólo en México sino en varios países de Latinoamérica. Existen también designaciones locales como baiburín en Sonora, chek'ech en Yucatán, gñinas en Nayarit, etcétera.
Estos ácaros son sobre todo interesantes por las peculiaridades tan notables y complejas que muestran en su comportamiento y biología, algunas de las cuales son realmente únicas en el reino animal.
Aunque se encuentran en todos los continentes, las diferentes especies se comportan de manera distinta en cada uno de ellos; así, en Sudáfrica no se conoce que ataquen al hombre; en cambio, en Europa y en América pueden parasitarlo y causarle dermatitis más o menos serias; por último, en la región oriental y austromalaya no sólo lo infestan y pueden causarle dermatitis, sino que además pueden transmitirle los agentes causales de una grave rickettsiasis.
Existe también una variación en cuanto al comportamiento en el nivel de especie, pues las hay que ni pican al hombre ni son capaces de portar el germen patógeno; otras, pueden parasitarlo, pero no llevan los gérmenes; otras más, actúan como vectoras de los microorganismos, pero no atacan al hombre y, finalmente, aquellas que no sólo lo pican sino que le transmiten las rickettsias.
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Figura 11. Ejemplos de coloradillas (familia tromboculidae). (a) whartonacarus nativitatis Hoffmann. (b) Eutrombicula alfreddugesi (oudemans), el "tlalzahuate".
La forma de transmitir estos microorganismos difiere también de la de otros artrópodos debido al particular ciclo de vida de estos animales que, como ya se indicó, presentan una etapa de parasitismo obligado transitorio, que es la larval, pasan luego a los estados de vida libre que son el ninfal y el adulto. Durante toda su vida la larva no toma más que una sola alimentación, de un solo huésped, que es cuando puede infectarse de éste; después, para que la transmisión de las rickettsias a otro huésped pueda ser efectiva, la larva infectada necesitará completar su ciclo biológico, pasando por los estados libres de ninfa y adulto, llevar a cabo la fecundación, luego la oviposición y producir una nueva generación de larvas, para que éstas, sólo entonces, puedan transmitir los gérmenes a otros huéspedes vertebrados. Se ha demostrado plenamente que las rickettsias pasan de la larva a la ninfa, de ésta al adulto, y luego de la hembra adulta a los hijos, a través de los óvulos, es decir, se trata de una infección tanto transestadial como transovular.
En México, afortunadamente, los trombicúlidos no transmiten este tipo de gérmenes patógenos, hasta donde se sabe; sin embargo, tres de las poco más de 200 especies que se conocen en el país pueden ocasionar serias dermatitis a los humanos. La sintomatología de este padecimiento puede variar mucho, de acuerdo con el grado de sensibilidad del individuo atacado y de la especie de coloradilla involucrada; algunas personas, que aparentemente son la minoría, no presentan reacción alguna por la picadura de estos ácaros; otras, en cambio, son poco, mediana o sumamente susceptibles a su presencia; la reacción fundamental es de tipo alérgico. En la ciudad de México se han presentado en diversas ocasiones casos de extrema sensibilidad a la especie Euschoengastia nunezi (Hoffmann), que en condiciones normales infesta al pavo silvestre. Las lesiones que este ácaro provoca son mucho más intensas que las de las otras dos especies que en este país atacan al hombre. La más común es la Eutrombicula alfreddugesi (Oudemans), el verdadero tlalzahuate que invade los campos y forma plagas muy molestas; su presencia es más o menos constante durante todo el año en ciertas regiones del país, principalmente en los estados de Puebla y Oaxaca; sin embargo, es mucho más abundante durante la época de lluvias y decrece en número en la época seca, sobre todo durante el invierno, aunque no llega a desaparecer completamente. Esta especie tiene un amplio rango de huéspedes, pero muestran especial preferencia por las lagartijas. Mucho menos frecuente es la especie Eutrombicula batatas (Linneo), que también parasita muchos animales, pero preferentemente ciertas aves. Estas dos especies de Eutrombicula ocasionan también serias dermatosis en el hombre, aunque de menor intensidad que la primera señalada.
Una de las causas del malestar local que estos ácaros originan es una estructura de aspecto tubular, sumamente pequeña, llamada estilostoma, que aparece en los tejidos del huésped justo en el sitio donde la larva se fija a la piel por medio de sus quelíceros para poder nutrirse y que durante mucho tiempo tuvo intrigados a numerosos investigadores. Después de varias interpretaciones pudo finalmente comprobarse que el estilostoma es un producto del parásito cuya función, más que química, es de tipo mecánico, facilitando la ingestión de los componentes celulares durante el proceso de la alimentación. Se va formando por la inyección de una secreción de rápido endurecimiento, transformándose gradualmente en un tubo alimentador, a través del cual el ácaro vierte la saliva con enzimas de acción histolítica, para después efectuar la succión del líquido tisular y de los elementos celulares de los tejidos, todo parcialmente digerido. Esta materia que se ingiere pasa primero a la cavidad bucal del ácaro y más tarde al tracto digestivo, donde se completa la digestión del alimento. Otra función del estilostoma es asegurar la fijación del ácaro a la piel del huésped al sellar la abertura en el lugar de penetración, lo que facilita también la fluidez del líquido nutritivo que se va succionando.
Cuando las pequeñas larvas invaden a una persona, ésta por lo pronto no se da cuenta y tampoco siente sus picaduras debido al líquido anestésico que los ácaros inyectan con la saliva. Después de dos a 20 horas de haber introducido sus quelíceros en la piel de la víctima, empiezan a aparecer pequeñas vesículas, sumamente rojas, acompañadas de intenso prurito. Tanto la comezón como el enrojecimiento de la piel pueden persistir por varias semanas, dependiendo esto de la sensibilidad del individuo y del tratamiento que se siga. En personas muy susceptibles es frecuente que se presente fiebre. Pueden aparecer complicaciones más graves debidas a infecciones secundarias, que se originan cuando se rasca la lesión con manos sucias. El tiempo que la larva tarda en llenarse varía de tres a 10 horas en el hombre, después de lo cual se desprende, cayendo al suelo. Para fijarse, seleccionan las partes más blandas del cuerpo, o donde la piel es delgada y arrugada; tienen especial predilección por la cintura, donde el cinturón hace presión sobre la piel; de igual manera, se les suele encontrar en el pubis, en las ingles y en las axilas; cuando son muy numerosas, pueden invadir todo el cuerpo.
Las especies que ocasionan este tipo de dermatitis son generalmente las mismas que forman grandes plagas en los campos y que no son muy específicas en la selección de sus huéspedes; el hombre, sin embargo, no debe considerarse más que huésped ocasional o accidental, al cual se fijan cuando no tienen oportunidad de encontrar a alguno de sus huéspedes habituales; a éstos, curiosamente, casi nunca les ocasionan dermatitis, sobre todo si se trata de reptiles, los que al parecer ni siquiera notan la presencia de los ácaros.
El ciclo de vida de los trombicúlidos se compone de siete etapas diferentes: huevo, prelarva, larva, protoninfa, deutoninfa, tritoninfa y adulto. Las fases de prelarva, protoninfa y tritoninfa son estados quiescentes, en que el ácaro permanece inmóvil mientras sufre grandes cambios histoanatómicos en su interior; estas etapas las pasa siempre en el suelo. Las otras fases de larva, deutoninfa y adulto, son en cambio estados activos, durante los cuales el animal se dedica a buscar su alimento, que ingiere con gran voracidad, sea como parásito en su estado larval, sea como depredador en sus etapas de deutoninfa y adulto. En este último periodo de su vida se lleva a cabo la fecundación y poco después la hembra efectúa la oviposición.
Los huevos suelen ser depositados en sitios favorables para su desenvolvimiento posembrionario, cerca de corrientes o depósitos de agua, ya que la humedad es fundamental para su desarrollo. Como los factores favorables para su vida están generalmente limitados a ciertas regiones, que bien pueden ser estrechas, en estos lugares aparecen las larvas en cantidades enormes, al grado que pueden dar un aspecto rojizo al medio. Estas agrupaciones en masa de las formas juveniles se desbaratan tarde o temprano, ya que las larvas se encaminan a su vida parásita y se fijan al primer huésped que tengan oportunidad de alcanzar. Pero, antes de que esto suceda, pueden reconocerse dos fases en el comportamiento de las larvas en ayunas:
1) El estado tranquilo o de reposo, que es cuando el huésped se encuentra ausente.
2) El estado agitado, que se produce al percibir el acercamiento de un posible huésped.
En la primera fase permanecen quietas en las cercanías del suelo por un tiempo más o menos largo, que puede prolongarse por meses. En esta etapa tienden a formar agrupaciones, para lo cual las sedas del cuerpo parecen tener un importante papel; así, se amontonan en la superficie sombreada de algunos objetos pequeños, o en agujeros de la tierra, o debajo de hojas caídas, en donde el medio es más húmedo, huyendo de la luz directa; en esta forma se protegen de la desecación y no consumen energía. Esta agrupación formada por larvas en ayunas es sumamente estable y no se rompe con nada, a menos que los ácaros se exciten con un estímulo efectivo, como es la presencia de un huésped, cuyo acercamiento tienen la capacidad de poder reconocer gracias al CO2 que exhala durante la respiración.
Cuando un huésped aparece en los alrededores se inicia la segunda fase; las larvas empiezan a moverse repentinamente y a subir con gran agilidad a la punta de todos los objetos cercanos, con el fin de no perder la ocasión de agarrarse al huésped, en caso de que éste pase rozando las plantas donde se encuentran. De esta manera, aparecen de pronto manchas rojizas o anaranjadas sobre rocas, hojas, ramas o tallos de plantas, césped, etc., formadas por multitud de ácaros que se mueven rápidamente.
Una vez que el huésped se retira, las larvas que no lograron sujetarse a él permanecen todavía activas durante unos 20 o 30 minutos más, regresando después a su inactividad anterior.
Las larvas que logran subirse a un animal inician su etapa de parásitos. Las diferentes especies de trombicúlidos que se conocen y que son alrededor de 3 500 en el mundo, son capaces de parasitar a prácticamente todos los vertebrados terrestres; sin embargo, casi todas son específicas en la selección de su huésped, o sea que son estenoxenas; son relativamente pocas las enrixenas, es decir, las que incluyen una variedad grande de huéspedes para alimentarse; pero aun estas muestran siempre preferencia por algún grupo. Muchas son exclusivamente parásitas de grupos de vertebrados como murciélagos, roedores, lagomorfos, etc., o ranas y sapos, lagartijas y ciertas aves. Ya se dijo que en el caso del hombre se trata de un parasitismo accidental, ya que tan sólo sucede en ausencia de sus huéspedes habituales.
Un hecho extraordinario es que estos ácaros son capaces de seleccionar un determinado sitio del cuerpo para fijarse, que puede variar de acuerdo con el huésped de que se trate; así, ciertas especies se van a encontrar siempre en las orejas, otras en las alas, otras debajo de escamas, otras en la cola, cerca del ano, etcétera.
La larva puede permanecer alimentándose de su huésped, desde unas cuatro horas más o menos hasta varios meses; sin embargo, es raro que la alimentación dure menos de un día o más de un mes, salvo casos especiales como en el género Hannemania. Por lo regular, las larvas se repletan entre los 3 y los 10 días, si sus huéspedes son mamíferos o aves, y entre 20 y 50 días si son reptiles; en el caso de los batracios, tardan generalmente un poco más. Todo esto depende de varios factores como la temperatura, la especie de ácaro, la especie de huésped, etcétera.
La mayor parte de las larvas de trombicúlidos viven como ectoparásitos, es decir, introducen sus quelíceros dentro de la piel de su huésped para poder alimentarse, pero todo el resto de su cuerpo permanece afuera. Hay, sin embargo, algunos géneros y especies que han avanzado un grado más en el parasitismo y viven como endoparásitos. En términos generales, se conocen dos tipos diferentes de endoparasitismo:
1) El dérmico, en cuyo caso las larvas se introducen debajo de la piel en diversas regiones del cuerpo de su huésped. Un caso muy frecuente en México es el del género Hannemania, cuyas numerosas especies se introducen por debajo de la piel de gran cantidad de sapos y ranas; por fuera se ven como pequeñas excrecencias de 1 mm de diámetro. En estos casos, el tiempo de alimentación de las larvas suele prolongarse durante mucho tiempo; algunas especies han tardado hasta seis meses en salir de su excavación, para continuar después normalmente su ciclo de vida en el exterior.
2) El intranasal, constituido por aquellas especies que viven en las fosas nasales de diversos animales, como murciélagos, roedores, aves, etcétera.
Cuando el huésped muere, las larvas se desprenden y abandonan su cuerpo y continúan en forma normal su ciclo de vida; pero no lo abandonan con la rapidez con que lo hacen otros ectoparásitos, como pulgas y otras especies de ácaros, sino que esto dependerá de la cantidad de alimento que hayan ingerido, pues si las larvas no están completamente llenas en el momento de morir su huésped continuarán succionando los jugos y elementos celulares hasta repletarse y no será sino hasta entonces cuando se desprendan. En algunas ocasiones se han llegado a encontrar todavía fijas, después de tres días de haber muerto su huésped.
Una vez que la larva ha terminado de alimentarse y se ha desprendido, cae al suelo y comienza su etapa posparásita. Durante algún tiempo, esta larva repleta, que por lo mismo ha aumentado mucho de tamaño, queda inerte, y sus movimientos son bastante lentos y pesados; así permanece durante uno o varios días, que pueden ser 15 o más, sobre la superficie del suelo. Por último, se entierra, se vuelve quiescente y comienza su metamorfosis para transformarse en ninfa.
Ya se indicó que tanto las ninfas como los adultos son de vida libre y de hábitos depredadores. Se alimentan de gran variedad de huevecillos y estados inmaduros de otros artrópodos, principalmente insectos; uno de sus manjares favoritos son los colémbolos, que siempre conviven con ellos. Cuando el alimento es escaso o no lo hay, se vuelven de hábitos caníbales, y se comen entre sí o devoran los propios huevecillos y estados larvales. Son sumamente voraces.
Gran parte de su vida la pasan enterrados, pero cuando salen se les puede encontrar en el suelo de campos abiertos y praderas, en la tierra húmeda, debajo de hojas caídas o en huecos, grietas o aberturas del suelo o en la base del césped denso y corto u otra vegetación herbácea, donde encuentran la humedad necesaria para vivir; a veces se les localiza en nidos de pequeños mamíferos o entre la madera podrida. En las mañanas y tardes, cuando la luz del Sol no es directa, las ninfas y los adultos suelen caminar cerca del pasto, sin protección alguna. En la noche permanecen quietos y forman frecuentemente grupos de cinco o seis ejemplares, que se esconden en los huecos protectores del suelo.
La reproducción de los trombicúlidos se efectúa por medio de espermatóforos o saquitos llenos de esperma y su comportamiento sexual es por demás interesante. Cuando el macho va a depositar un espermatóforo deja de caminar, baja su cuerpo hasta que las placas genitales quedan en contacto con el suelo, dejando salir una pequeña masa dúctil que queda pegada al sustrato y que consiste de un filamento central alargado, flexible y otros dos laterales, en cuyos ápices se encuentra el saco espermático, de forma esférica; ambos son translúcidos y blanquecinos. Todo esto sucede en unos cuantos segundos, pudiendo repetirse a intervalos de dos a tres minutos. Lipovsky, Byers y Kardos (1957), que son los investigadores que estudiaron con detalle todo este proceso, citan el caso extraordinario de un macho que depositó 520 espermatóforos en 34 días; sin embargo, esto es una excepción, pues normalmente depositan de 1 a 10 en 24 horas.
Cuando una hembra virgen encuentra uno de estos espermatóforos, lo examina primero con los tarsos de las patas anteriores, y a veces con las partes bucales, durante unos segundos. Si está en condiciones de recibirlo, eleva su cuerpo, sitúa su abertura genital con las placas genitales bien separadas, por encima del espermatóforo; enseguida baja su cuerpo, hasta tocar el saco del esperma, al cual succiona, cerrándose después las placas genitales y el saco queda adentro y el filamento afuera. Todo esto pasa también en unos cuantos segundos. La hembra se normaliza en su posición, sufre durante corto tiempo expansiones y contracciones de su cuerpo, al cabo de las cuales continúa tranquilamente su camino. Puede aceptar varios espermatóforos, con intervalos de algunos minutos. Es curioso el hecho de que la presencia del macho no sea necesaria para la inseminación de la hembra, y viceversa, la hembra no necesita estar presente para que el macho deposite los espermatóforos en el suelo. El reconocimiento de éstos por las hembras seguramente es a través de ciertas substancias químicas, llamadas feromonas que, como en todos los animales, son secretadas por glándulas de secreción exocrina.
En las especies que se han estudiado se ha visto que la oviposición tiene lugar desde 7 hasta 30 días después de emerger el adulto, cuando las condiciones del medio son favorables. Las hembras continúan poniendo huevos durante varios meses, podría decirse que todo el tiempo que dura su vida, la que se calcula en un año aproximadamente; claro está que todo esto dependerá, entre otras cosas, de los factores climáticos, como temperatura, humedad, etc. La cantidad de huevos que una hembra pone al día varía desde uno hasta 20, habiendo mayor producción en las primeras semanas. Entre una y otra oviposición, las hembras dejan intervalos de uno a varios días. La mayor parte de las especies depositan sus huevos aisladamente y a medida que la hembra los pone los va escondiendo también en hendeduras o huecos que encuentra a su paso; durante la noche suelen también transportarlos a escondites más seguros.
En el boletín Vector Ecology Newsletter, de septiembre de 1983, se publicó un artículo por demás curioso sobre un grupo de científicos del estado de California,
EUA,
que participaron en la investigación forense de un homicidio perpetuado en el condado de Ventura; estos ácaros tuvieron un papel preponderante en la resolución del caso.Detectives del departamento del alguacil del condado de Ventura, con ayuda de 20 miembros del grupo de rescate, habían localizado en el campo el cuerpo de un hombre asesinado y habían, asimismo, aprehendido a un sospechoso. Como cosa notable, todas las personas que habían participado en la búsqueda de la víctima, así como el sospechoso, presentaban lesiones cutáneas de aspecto característico; uno de los sargentos que formaba parte de la comisión y que había sufrido lesiones semejantes en el pasado, sugirió que se podía tratar de picaduras hechas por larvas de trombicúlidos, aunque esto parecía raro, pues en California son poco frecuentes los casos de infestaciones humanas por este tipo de ácaros. Para poder dilucidar el problema, se solicitó la ayuda de los servicios de salud pública, quienes mandaron a un grupo de especialistas que, bajo la dirección del doctor James P. Webb, conocido acarólogo, investigaron durante dos días el área en cuestión, pudiendo comprobar que justo en el sitio donde había tenido lugar el crimen abundaban larvas de trombicúlidos en ayunas y ávidas por alimentarse de un huésped. Lagartijas y roedores capturados en esa zona también estaban invadidos por estos ácaros. Ya en el laboratorio y bajo el microscopio, se pudo determinar que pertenecían a la especie Eutrombicula belkini Gould, bien conocida en varios sitios de los Estados Unidos por sus ataques al hombre.
Se comprobó, además, que estas larvas recién nacidas estaban concentradas en una zona relativamente angosta, delimitada por un campo agrícola, por un lado, y por la vegetación de una comunidad de plantas del lugar, por el otro. En los ecotonos semejantes o diferentes de los alrededores, por fuera de la zona de alta infestación, sólo se encontró a estas larvas parasitando lagartijas.
Profundizando en la investigación, quedó demostrado que los focos de grandes poblaciones de coloradillas eran muy raros en esta área y que cuando ocasionalmente dichos focos se presentaban, eran siempre pequeños; además, hábitats como el que nos ocupa eran muy escasos en los contornos de la zona. De manera que la probabilidad de existir larvas en ayunas en cantidades suficientemente grandes para infligir múltiples lesiones cutáneas a un grupo de más de 20 individuos al mismo tiempo era bastante remota, a menos que todos hubiesen penetrado al único foco de actividad de las coloradillas y durante el corto periodo de tiempo que éste dura. Por obra de la casualidad, justo en este sitio se había cometido el crimen, poco antes de llevarse a cabo la investigación, razón por la cual el asesino presentaba las mismas lesiones causadas por estos ácaros.
Las evidencias recopiladas por el equipo de investigación, junto con fotografías mostrando el aspecto y el tipo de lesiones cutáneas tanto del sospechoso como de los investigadores, fueron prueba suficiente para encontrar al procesado culpable de asesinato en primer grado, siendo sentenciado a cadena perpetua, sin posibilidades de libertad condicional.
El criminal nunca pudo imaginarse, ni remotamente, que estos pequeños animales pudiesen actuar, aunque indirectamente, como testigos de cargo de su deplorable acto.
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