XII. TESTIGOS DE CARGO
E
N VARIAS
regiones de la Rep�blica Mexicana y en ciertas �pocas del a�o los habitantes sufren dermatosis muy severas, causadas por el ataque de �caros sumamente peque�os, dif�ciles de distinguir a simple vista y que son diferentes al conocido pinolillo o larvas de garrapatas que con frecuencia invaden los campos y los potreros. En este caso se trata de un grupo completamente distinto de �caros pertenecientes a la familia Trombiculidae, notables por vivir como par�sitos obligados, s�lo en su estado larval. Las otras etapas de su ciclo de vida, ninfa y adulto, son libres y de h�bitos depredadores. En esa primera etapa de su desarrollo pueden parasitar cualquier clase de vertebrado terrestre, incluso al hombre. La consecuencia de ese parasitismo se traduce en dermatitis m�s o menos serias, con intenso prurito y grandes molestias para los hu�spedes.La importancia de estas larvas y su inter�s por conocerlas aument� grandemente cuando se comprob� que en algunas regiones de la Tierra, como en el sureste de Asia, norte de Australia y las islas que quedan entre ellas, desempe�aban el papel de vectores de g�rmenes, causa de una muy grave rickettsiasis o especie de tifo, que se conoce con el nombre de "enfermedad del tsutsugamushi", "scrub typhus" o "fiebre fluvial del Jap�n". Desde entonces, numerosos investigadores de muchos pa�ses, pero sobre todo de Jap�n, Estados Unidos, Australia e Inglaterra, abordaron el problema de su estudio.
Los trombic�lidos est�n ampliamente distribuidos en todas las regiones del planeta, pero aunque en la actualidad se conoce una gran cantidad de especies diferentes, hasta cierto punto son pocas las que constituyen plagas molestas para el hombre; �stas, sin embargo, dondequiera que se encuentren, son lo suficientemente notables por los trastornos que originan como para haber sido designadas con nombres especiales. Tal es el caso de los antiguos pobladores de estas tierras (de M�xico), que las conoc�an bien, refiri�ndose a ellas con el nombre n�huatl de tlalz�huatl, derivado de tlalli = tierra, y z�huatl = sarna, o sea sarna que viene de la tierra; con el vocablo z�huatl, que combinaban con otras muchas palabras, indicaban las afecciones cut�neas que les produc�an intenso prurito, erupci�n e inflamaci�n, acompa�adas de p�pulas, ronchas, ves�culas o p�stulas; por esta raz�n, los m�dicos espa�oles relacionaron esta palabra con la voz espa�ola de sarna, aunque en �ste, como en otros muchos casos, no se trate de la verdadera sarna o escabiasis, cl�nicamente hablando.
El nombre de tlalzahuate ha llegado hasta nuestros d�as y se sigue empleando en numerosas poblaciones del pa�s, sobre todo en el estado de Puebla. Se les conoce tambi�n con otras denominaciones comunes como aradores y coloradillas, no s�lo en M�xico sino en varios pa�ses de Latinoam�rica. Existen tambi�n designaciones locales como baibur�n en Sonora, chek'ech en Yucat�n, g�inas en Nayarit, etc�tera.
Estos �caros son sobre todo interesantes por las peculiaridades tan notables y complejas que muestran en su comportamiento y biolog�a, algunas de las cuales son realmente �nicas en el reino animal.
Aunque se encuentran en todos los continentes, las diferentes especies se comportan de manera distinta en cada uno de ellos; as�, en Sud�frica no se conoce que ataquen al hombre; en cambio, en Europa y en Am�rica pueden parasitarlo y causarle dermatitis m�s o menos serias; por �ltimo, en la regi�n oriental y austromalaya no s�lo lo infestan y pueden causarle dermatitis, sino que adem�s pueden transmitirle los agentes causales de una grave rickettsiasis.
Existe tambi�n una variaci�n en cuanto al comportamiento en el nivel de especie, pues las hay que ni pican al hombre ni son capaces de portar el germen pat�geno; otras, pueden parasitarlo, pero no llevan los g�rmenes; otras m�s, act�an como vectoras de los microorganismos, pero no atacan al hombre y, finalmente, aquellas que no s�lo lo pican sino que le transmiten las rickettsias.
Figura 11. Ejemplos de coloradillas (familia tromboculidae). (a) whartonacarus nativitatis Hoffmann. (b) Eutrombicula alfreddugesi (oudemans), el "tlalzahuate".
La forma de transmitir estos microorganismos difiere tambi�n de la de otros artr�podos debido al particular ciclo de vida de estos animales que, como ya se indic�, presentan una etapa de parasitismo obligado transitorio, que es la larval, pasan luego a los estados de vida libre que son el ninfal y el adulto. Durante toda su vida la larva no toma m�s que una sola alimentaci�n, de un solo hu�sped, que es cuando puede infectarse de �ste; despu�s, para que la transmisi�n de las rickettsias a otro hu�sped pueda ser efectiva, la larva infectada necesitar� completar su ciclo biol�gico, pasando por los estados libres de ninfa y adulto, llevar a cabo la fecundaci�n, luego la oviposici�n y producir una nueva generaci�n de larvas, para que �stas, s�lo entonces, puedan transmitir los g�rmenes a otros hu�spedes vertebrados. Se ha demostrado plenamente que las rickettsias pasan de la larva a la ninfa, de �sta al adulto, y luego de la hembra adulta a los hijos, a trav�s de los �vulos, es decir, se trata de una infecci�n tanto transestadial como transovular.
En M�xico, afortunadamente, los trombic�lidos no transmiten este tipo de g�rmenes pat�genos, hasta donde se sabe; sin embargo, tres de las poco m�s de 200 especies que se conocen en el pa�s pueden ocasionar serias dermatitis a los humanos. La sintomatolog�a de este padecimiento puede variar mucho, de acuerdo con el grado de sensibilidad del individuo atacado y de la especie de coloradilla involucrada; algunas personas, que aparentemente son la minor�a, no presentan reacci�n alguna por la picadura de estos �caros; otras, en cambio, son poco, mediana o sumamente susceptibles a su presencia; la reacci�n fundamental es de tipo al�rgico. En la ciudad de M�xico se han presentado en diversas ocasiones casos de extrema sensibilidad a la especie Euschoengastia nunezi (Hoffmann), que en condiciones normales infesta al pavo silvestre. Las lesiones que este �caro provoca son mucho m�s intensas que las de las otras dos especies que en este pa�s atacan al hombre. La m�s com�n es la Eutrombicula alfreddugesi (Oudemans), el verdadero tlalzahuate que invade los campos y forma plagas muy molestas; su presencia es m�s o menos constante durante todo el a�o en ciertas regiones del pa�s, principalmente en los estados de Puebla y Oaxaca; sin embargo, es mucho m�s abundante durante la �poca de lluvias y decrece en n�mero en la �poca seca, sobre todo durante el invierno, aunque no llega a desaparecer completamente. Esta especie tiene un amplio rango de hu�spedes, pero muestran especial preferencia por las lagartijas. Mucho menos frecuente es la especie Eutrombicula batatas (Linneo), que tambi�n parasita muchos animales, pero preferentemente ciertas aves. Estas dos especies de Eutrombicula ocasionan tambi�n serias dermatosis en el hombre, aunque de menor intensidad que la primera se�alada.
Una de las causas del malestar local que estos �caros originan es una estructura de aspecto tubular, sumamente peque�a, llamada estilostoma, que aparece en los tejidos del hu�sped justo en el sitio donde la larva se fija a la piel por medio de sus quel�ceros para poder nutrirse y que durante mucho tiempo tuvo intrigados a numerosos investigadores. Despu�s de varias interpretaciones pudo finalmente comprobarse que el estilostoma es un producto del par�sito cuya funci�n, m�s que qu�mica, es de tipo mec�nico, facilitando la ingesti�n de los componentes celulares durante el proceso de la alimentaci�n. Se va formando por la inyecci�n de una secreci�n de r�pido endurecimiento, transform�ndose gradualmente en un tubo alimentador, a trav�s del cual el �caro vierte la saliva con enzimas de acci�n histol�tica, para despu�s efectuar la succi�n del l�quido tisular y de los elementos celulares de los tejidos, todo parcialmente digerido. Esta materia que se ingiere pasa primero a la cavidad bucal del �caro y m�s tarde al tracto digestivo, donde se completa la digesti�n del alimento. Otra funci�n del estilostoma es asegurar la fijaci�n del �caro a la piel del hu�sped al sellar la abertura en el lugar de penetraci�n, lo que facilita tambi�n la fluidez del l�quido nutritivo que se va succionando.
Cuando las peque�as larvas invaden a una persona, �sta por lo pronto no se da cuenta y tampoco siente sus picaduras debido al l�quido anest�sico que los �caros inyectan con la saliva. Despu�s de dos a 20 horas de haber introducido sus quel�ceros en la piel de la v�ctima, empiezan a aparecer peque�as ves�culas, sumamente rojas, acompa�adas de intenso prurito. Tanto la comez�n como el enrojecimiento de la piel pueden persistir por varias semanas, dependiendo esto de la sensibilidad del individuo y del tratamiento que se siga. En personas muy susceptibles es frecuente que se presente fiebre. Pueden aparecer complicaciones m�s graves debidas a infecciones secundarias, que se originan cuando se rasca la lesi�n con manos sucias. El tiempo que la larva tarda en llenarse var�a de tres a 10 horas en el hombre, despu�s de lo cual se desprende, cayendo al suelo. Para fijarse, seleccionan las partes m�s blandas del cuerpo, o donde la piel es delgada y arrugada; tienen especial predilecci�n por la cintura, donde el cintur�n hace presi�n sobre la piel; de igual manera, se les suele encontrar en el pubis, en las ingles y en las axilas; cuando son muy numerosas, pueden invadir todo el cuerpo.
Las especies que ocasionan este tipo de dermatitis son generalmente las mismas que forman grandes plagas en los campos y que no son muy espec�ficas en la selecci�n de sus hu�spedes; el hombre, sin embargo, no debe considerarse m�s que hu�sped ocasional o accidental, al cual se fijan cuando no tienen oportunidad de encontrar a alguno de sus hu�spedes habituales; a �stos, curiosamente, casi nunca les ocasionan dermatitis, sobre todo si se trata de reptiles, los que al parecer ni siquiera notan la presencia de los �caros.
El ciclo de vida de los trombic�lidos se compone de siete etapas diferentes: huevo, prelarva, larva, protoninfa, deutoninfa, tritoninfa y adulto. Las fases de prelarva, protoninfa y tritoninfa son estados quiescentes, en que el �caro permanece inm�vil mientras sufre grandes cambios histoanat�micos en su interior; estas etapas las pasa siempre en el suelo. Las otras fases de larva, deutoninfa y adulto, son en cambio estados activos, durante los cuales el animal se dedica a buscar su alimento, que ingiere con gran voracidad, sea como par�sito en su estado larval, sea como depredador en sus etapas de deutoninfa y adulto. En este �ltimo periodo de su vida se lleva a cabo la fecundaci�n y poco despu�s la hembra efect�a la oviposici�n.
Los huevos suelen ser depositados en sitios favorables para su desenvolvimiento posembrionario, cerca de corrientes o dep�sitos de agua, ya que la humedad es fundamental para su desarrollo. Como los factores favorables para su vida est�n generalmente limitados a ciertas regiones, que bien pueden ser estrechas, en estos lugares aparecen las larvas en cantidades enormes, al grado que pueden dar un aspecto rojizo al medio. Estas agrupaciones en masa de las formas juveniles se desbaratan tarde o temprano, ya que las larvas se encaminan a su vida par�sita y se fijan al primer hu�sped que tengan oportunidad de alcanzar. Pero, antes de que esto suceda, pueden reconocerse dos fases en el comportamiento de las larvas en ayunas:
1) El estado tranquilo o de reposo, que es cuando el hu�sped se encuentra ausente.
2) El estado agitado, que se produce al percibir el acercamiento de un posible hu�sped.
En la primera fase permanecen quietas en las cercan�as del suelo por un tiempo m�s o menos largo, que puede prolongarse por meses. En esta etapa tienden a formar agrupaciones, para lo cual las sedas del cuerpo parecen tener un importante papel; as�, se amontonan en la superficie sombreada de algunos objetos peque�os, o en agujeros de la tierra, o debajo de hojas ca�das, en donde el medio es m�s h�medo, huyendo de la luz directa; en esta forma se protegen de la desecaci�n y no consumen energ�a. Esta agrupaci�n formada por larvas en ayunas es sumamente estable y no se rompe con nada, a menos que los �caros se exciten con un est�mulo efectivo, como es la presencia de un hu�sped, cuyo acercamiento tienen la capacidad de poder reconocer gracias al CO2 que exhala durante la respiraci�n.
Cuando un hu�sped aparece en los alrededores se inicia la segunda fase; las larvas empiezan a moverse repentinamente y a subir con gran agilidad a la punta de todos los objetos cercanos, con el fin de no perder la ocasi�n de agarrarse al hu�sped, en caso de que �ste pase rozando las plantas donde se encuentran. De esta manera, aparecen de pronto manchas rojizas o anaranjadas sobre rocas, hojas, ramas o tallos de plantas, c�sped, etc., formadas por multitud de �caros que se mueven r�pidamente.
Una vez que el hu�sped se retira, las larvas que no lograron sujetarse a �l permanecen todav�a activas durante unos 20 o 30 minutos m�s, regresando despu�s a su inactividad anterior.
Las larvas que logran subirse a un animal inician su etapa de par�sitos. Las diferentes especies de trombic�lidos que se conocen y que son alrededor de 3 500 en el mundo, son capaces de parasitar a pr�cticamente todos los vertebrados terrestres; sin embargo, casi todas son espec�ficas en la selecci�n de su hu�sped, o sea que son estenoxenas; son relativamente pocas las enrixenas, es decir, las que incluyen una variedad grande de hu�spedes para alimentarse; pero aun estas muestran siempre preferencia por alg�n grupo. Muchas son exclusivamente par�sitas de grupos de vertebrados como murci�lagos, roedores, lagomorfos, etc., o ranas y sapos, lagartijas y ciertas aves. Ya se dijo que en el caso del hombre se trata de un parasitismo accidental, ya que tan s�lo sucede en ausencia de sus hu�spedes habituales.
Un hecho extraordinario es que estos �caros son capaces de seleccionar un determinado sitio del cuerpo para fijarse, que puede variar de acuerdo con el hu�sped de que se trate; as�, ciertas especies se van a encontrar siempre en las orejas, otras en las alas, otras debajo de escamas, otras en la cola, cerca del ano, etc�tera.
La larva puede permanecer aliment�ndose de su hu�sped, desde unas cuatro horas m�s o menos hasta varios meses; sin embargo, es raro que la alimentaci�n dure menos de un d�a o m�s de un mes, salvo casos especiales como en el g�nero Hannemania. Por lo regular, las larvas se repletan entre los 3 y los 10 d�as, si sus hu�spedes son mam�feros o aves, y entre 20 y 50 d�as si son reptiles; en el caso de los batracios, tardan generalmente un poco m�s. Todo esto depende de varios factores como la temperatura, la especie de �caro, la especie de hu�sped, etc�tera.
La mayor parte de las larvas de trombic�lidos viven como ectopar�sitos, es decir, introducen sus quel�ceros dentro de la piel de su hu�sped para poder alimentarse, pero todo el resto de su cuerpo permanece afuera. Hay, sin embargo, algunos g�neros y especies que han avanzado un grado m�s en el parasitismo y viven como endopar�sitos. En t�rminos generales, se conocen dos tipos diferentes de endoparasitismo:
1) El d�rmico, en cuyo caso las larvas se introducen debajo de la piel en diversas regiones del cuerpo de su hu�sped. Un caso muy frecuente en M�xico es el del g�nero Hannemania, cuyas numerosas especies se introducen por debajo de la piel de gran cantidad de sapos y ranas; por fuera se ven como peque�as excrecencias de 1 mm de di�metro. En estos casos, el tiempo de alimentaci�n de las larvas suele prolongarse durante mucho tiempo; algunas especies han tardado hasta seis meses en salir de su excavaci�n, para continuar despu�s normalmente su ciclo de vida en el exterior.
2) El intranasal, constituido por aquellas especies que viven en las fosas nasales de diversos animales, como murci�lagos, roedores, aves, etc�tera.
Cuando el hu�sped muere, las larvas se desprenden y abandonan su cuerpo y contin�an en forma normal su ciclo de vida; pero no lo abandonan con la rapidez con que lo hacen otros ectopar�sitos, como pulgas y otras especies de �caros, sino que esto depender� de la cantidad de alimento que hayan ingerido, pues si las larvas no est�n completamente llenas en el momento de morir su hu�sped continuar�n succionando los jugos y elementos celulares hasta repletarse y no ser� sino hasta entonces cuando se desprendan. En algunas ocasiones se han llegado a encontrar todav�a fijas, despu�s de tres d�as de haber muerto su hu�sped.
Una vez que la larva ha terminado de alimentarse y se ha desprendido, cae al suelo y comienza su etapa pospar�sita. Durante alg�n tiempo, esta larva repleta, que por lo mismo ha aumentado mucho de tama�o, queda inerte, y sus movimientos son bastante lentos y pesados; as� permanece durante uno o varios d�as, que pueden ser 15 o m�s, sobre la superficie del suelo. Por �ltimo, se entierra, se vuelve quiescente y comienza su metamorfosis para transformarse en ninfa.
Ya se indic� que tanto las ninfas como los adultos son de vida libre y de h�bitos depredadores. Se alimentan de gran variedad de huevecillos y estados inmaduros de otros artr�podos, principalmente insectos; uno de sus manjares favoritos son los col�mbolos, que siempre conviven con ellos. Cuando el alimento es escaso o no lo hay, se vuelven de h�bitos can�bales, y se comen entre s� o devoran los propios huevecillos y estados larvales. Son sumamente voraces.
Gran parte de su vida la pasan enterrados, pero cuando salen se les puede encontrar en el suelo de campos abiertos y praderas, en la tierra h�meda, debajo de hojas ca�das o en huecos, grietas o aberturas del suelo o en la base del c�sped denso y corto u otra vegetaci�n herb�cea, donde encuentran la humedad necesaria para vivir; a veces se les localiza en nidos de peque�os mam�feros o entre la madera podrida. En las ma�anas y tardes, cuando la luz del Sol no es directa, las ninfas y los adultos suelen caminar cerca del pasto, sin protecci�n alguna. En la noche permanecen quietos y forman frecuentemente grupos de cinco o seis ejemplares, que se esconden en los huecos protectores del suelo.
La reproducci�n de los trombic�lidos se efect�a por medio de espermat�foros o saquitos llenos de esperma y su comportamiento sexual es por dem�s interesante. Cuando el macho va a depositar un espermat�foro deja de caminar, baja su cuerpo hasta que las placas genitales quedan en contacto con el suelo, dejando salir una peque�a masa d�ctil que queda pegada al sustrato y que consiste de un filamento central alargado, flexible y otros dos laterales, en cuyos �pices se encuentra el saco esperm�tico, de forma esf�rica; ambos son transl�cidos y blanquecinos. Todo esto sucede en unos cuantos segundos, pudiendo repetirse a intervalos de dos a tres minutos. Lipovsky, Byers y Kardos (1957), que son los investigadores que estudiaron con detalle todo este proceso, citan el caso extraordinario de un macho que deposit� 520 espermat�foros en 34 d�as; sin embargo, esto es una excepci�n, pues normalmente depositan de 1 a 10 en 24 horas.
Cuando una hembra virgen encuentra uno de estos espermat�foros, lo examina primero con los tarsos de las patas anteriores, y a veces con las partes bucales, durante unos segundos. Si est� en condiciones de recibirlo, eleva su cuerpo, sit�a su abertura genital con las placas genitales bien separadas, por encima del espermat�foro; enseguida baja su cuerpo, hasta tocar el saco del esperma, al cual succiona, cerr�ndose despu�s las placas genitales y el saco queda adentro y el filamento afuera. Todo esto pasa tambi�n en unos cuantos segundos. La hembra se normaliza en su posici�n, sufre durante corto tiempo expansiones y contracciones de su cuerpo, al cabo de las cuales contin�a tranquilamente su camino. Puede aceptar varios espermat�foros, con intervalos de algunos minutos. Es curioso el hecho de que la presencia del macho no sea necesaria para la inseminaci�n de la hembra, y viceversa, la hembra no necesita estar presente para que el macho deposite los espermat�foros en el suelo. El reconocimiento de �stos por las hembras seguramente es a trav�s de ciertas substancias qu�micas, llamadas feromonas que, como en todos los animales, son secretadas por gl�ndulas de secreci�n exocrina.
En las especies que se han estudiado se ha visto que la oviposici�n tiene lugar desde 7 hasta 30 d�as despu�s de emerger el adulto, cuando las condiciones del medio son favorables. Las hembras contin�an poniendo huevos durante varios meses, podr�a decirse que todo el tiempo que dura su vida, la que se calcula en un a�o aproximadamente; claro est� que todo esto depender�, entre otras cosas, de los factores clim�ticos, como temperatura, humedad, etc. La cantidad de huevos que una hembra pone al d�a var�a desde uno hasta 20, habiendo mayor producci�n en las primeras semanas. Entre una y otra oviposici�n, las hembras dejan intervalos de uno a varios d�as. La mayor parte de las especies depositan sus huevos aisladamente y a medida que la hembra los pone los va escondiendo tambi�n en hendeduras o huecos que encuentra a su paso; durante la noche suelen tambi�n transportarlos a escondites m�s seguros.
En el bolet�n Vector Ecology Newsletter, de septiembre de 1983, se public� un art�culo por dem�s curioso sobre un grupo de cient�ficos del estado de California,
EUA,
que participaron en la investigaci�n forense de un homicidio perpetuado en el condado de Ventura; estos �caros tuvieron un papel preponderante en la resoluci�n del caso.Detectives del departamento del alguacil del condado de Ventura, con ayuda de 20 miembros del grupo de rescate, hab�an localizado en el campo el cuerpo de un hombre asesinado y hab�an, asimismo, aprehendido a un sospechoso. Como cosa notable, todas las personas que hab�an participado en la b�squeda de la v�ctima, as� como el sospechoso, presentaban lesiones cut�neas de aspecto caracter�stico; uno de los sargentos que formaba parte de la comisi�n y que hab�a sufrido lesiones semejantes en el pasado, sugiri� que se pod�a tratar de picaduras hechas por larvas de trombic�lidos, aunque esto parec�a raro, pues en California son poco frecuentes los casos de infestaciones humanas por este tipo de �caros. Para poder dilucidar el problema, se solicit� la ayuda de los servicios de salud p�blica, quienes mandaron a un grupo de especialistas que, bajo la direcci�n del doctor James P. Webb, conocido acar�logo, investigaron durante dos d�as el �rea en cuesti�n, pudiendo comprobar que justo en el sitio donde hab�a tenido lugar el crimen abundaban larvas de trombic�lidos en ayunas y �vidas por alimentarse de un hu�sped. Lagartijas y roedores capturados en esa zona tambi�n estaban invadidos por estos �caros. Ya en el laboratorio y bajo el microscopio, se pudo determinar que pertenec�an a la especie Eutrombicula belkini Gould, bien conocida en varios sitios de los Estados Unidos por sus ataques al hombre.
Se comprob�, adem�s, que estas larvas reci�n nacidas estaban concentradas en una zona relativamente angosta, delimitada por un campo agr�cola, por un lado, y por la vegetaci�n de una comunidad de plantas del lugar, por el otro. En los ecotonos semejantes o diferentes de los alrededores, por fuera de la zona de alta infestaci�n, s�lo se encontr� a estas larvas parasitando lagartijas.
Profundizando en la investigaci�n, qued� demostrado que los focos de grandes poblaciones de coloradillas eran muy raros en esta �rea y que cuando ocasionalmente dichos focos se presentaban, eran siempre peque�os; adem�s, h�bitats como el que nos ocupa eran muy escasos en los contornos de la zona. De manera que la probabilidad de existir larvas en ayunas en cantidades suficientemente grandes para infligir m�ltiples lesiones cut�neas a un grupo de m�s de 20 individuos al mismo tiempo era bastante remota, a menos que todos hubiesen penetrado al �nico foco de actividad de las coloradillas y durante el corto periodo de tiempo que �ste dura. Por obra de la casualidad, justo en este sitio se hab�a cometido el crimen, poco antes de llevarse a cabo la investigaci�n, raz�n por la cual el asesino presentaba las mismas lesiones causadas por estos �caros.
Las evidencias recopiladas por el equipo de investigaci�n, junto con fotograf�as mostrando el aspecto y el tipo de lesiones cut�neas tanto del sospechoso como de los investigadores, fueron prueba suficiente para encontrar al procesado culpable de asesinato en primer grado, siendo sentenciado a cadena perpetua, sin posibilidades de libertad condicional.
El criminal nunca pudo imaginarse, ni remotamente, que estos peque�os animales pudiesen actuar, aunque indirectamente, como testigos de cargo de su deplorable acto.