X. ESPERANZAS Y DESESPERANZAS

SIENDO Robert McNamara secretario de Defensa estadounidense, se realiz� una estimaci�n del tama�o del arsenal nuclear que ser�a suficiente para destruir a cualquiera de las dos potencias. El resultado, conocido como "el criterio McNamara", fue que con 400 megatones dirigidos contra las ciudades principales y los centros industriales se lograr�a la muerte de un tercio de la poblaci�n y la destrucci�n de 75% de la capacidad industrial. Con este da�o, la rendici�n del pa�s atacado se consideraba asegurada.

Los 40 a�os de carrera armamentista nuclear han llevado al mundo a producir y mantener 40 veces m�s armas que las necesarias para vencer a cualquier enemigo. Parad�jicamente, este exceso ha transformado 105 arsenales nucleares en acumulaciones de equipo que no se puede usar, ya que usarlo equivale a ser destruido por la respuesta del atacado. Las armas nucleares hoy en d�a no sirven para nada, excepto para amenazar y transformar en millonarios a quienes las fabrican.

Pero, debido a su magnitud actual, la sola existencia de los arsenales pone en grave peligro la supervivencia de la humanidad. Bastar�a un error t�cnico, una falla en las comunicaciones entre los jefes de Estados Unidos y la Uni�n Sovi�tica, una guerra local entre dos pa�ses cualesquiera que aumentando sus proporciones involucre a las grandes potencias, o incluso la acci�n aislada de un gobernante fan�tico de alguno de los pa�ses del "club nuclear", para desencadenar un conflicto que en pocos minutos puede acabar con la vida de miles de millones de personas y afectar seriamente a todo el resto de seres humanos. S�lo han pasado cuatro d�cadas desde el descubrimiento de la fisi�n nuclear y ya se ha llegado al punto de amenazar la vida del planeta. �Podemos imaginarnos lo que otras d�cadas traer�n consigo si no se produce un cambio radical en la pol�tica armamentista mundial?

En 1983, los obispos cat�licos de los Estados Unidos publicaron la Carta pastoral sobre la guerra y la paz invitando a los cat�licos estadunidenses a "asumir las responsabilidades humanas, morales y pol�ticas" necesarias para salvar a la humanidad del holocausto nuclear. La aplicaci�n de principios morales a las opciones pol�ticas existentes llev� a los obispos a plantear evaluaciones espec�ficas, juicios y recomendaciones sobre la direcci�n de la pol�tica estrat�gica actual de los Estados Unidos. Luego de recalcar que "sin cesar, debemos decir no a la idea de una guerra nuclear", se recomienda un control efectivo de armas nucleares conducente al desarme mutuo, la ratificaci�n de tratados pendientes, y el desarrollo de alternativas no violentas, entre otras sugerencias. Estos pasos, seg�n la Pastoral, "tendr�an que ser parte de una pol�tica exterior que reconozca y respete las demandas de los ciudadanos de todas las naciones a los mismos derechos inalienables que nosotros atesoramos. La perspectiva de que en el mundo interdependiente de hoy todos necesitan afirmar su naturaleza y destinos comunes, deber�a informar nuestra visi�n pol�tica y posici�n negociadora en busca de la paz".

Los autores P. Craig y J. Jungerman del libro Carrera armamentista nuclear, analizan, desde una posici�n de seguridad nacional para los Estados Unidos, las medidas posibles para disminuir el riesgo actual de que estalle una guerra nuclear. Concluyen que el objetivo inmediato de los Estados Unidos deber�a ser disuadir a los sovi�ticos y a cualquier otro pa�s que considere agredirlos. Para lograr esto es necesario un arsenal nuclear, pero un arsenal m�nimo, una peque�a fracci�n del actual. Con arsenales que sean unas 100 veces menores que los actuales ser�a posible contar con sistemas defensivos eficientes no s�lo contra los ataques de la otra potencia, sino contra cualquier ataque. La reducci�n propuesta traer�a adem�s beneficios secundarios, por ejemplo: grandes cantidades de dinero disponibles para solucionar parte de los graves problemas que sufre el mundo actual, y la posibilidad para miles de personas ahora dedicadas a trabajos militares de utilizar su inteligencia, inventiva y conocimientos en una actividad m�s gratificante que la industria de las armas. Craig y Jungerman proponen ocho puntos concretos como objetivos a corto plazo para disminuir efectivamente la carrera armamentista:

— 1. Firmar un Tratado de Prohibici�n Absoluta de Pruebas Nucleares, evitando as� la creaci�n de nuevas formas de armas nucleares.

— 2. Ratificar (por parte de los Estados Unidos) el Tratado de SALT II, poniendo un l�mite al n�mero de ICBM de cada potencia.

— 3. Anunciar p�blicamente una pol�tica de no primer uso para armas nucleares por parte de los Estados Unidos.

— 4. Crear zonas libres de armas nucleares en Europa, de modo similar a la situaci�n latinoamericana de hoy en d�a. (En la fecha en que se escribe este libro, esta idea est� siendo estudiada por los representantes sovi�ticos y estadounidenses en las conversaciones de desarme que ocurren en Ginebra.)

— 5. Trabajo vigoroso por parte de las dos potencias para evitar la proliferaci�n de armas nucleares.

— 6. Mejoras inmediatas en el hot line que comunica a la Casa Blanca y el Kremlin. En caso de ocurrir una crisis, es imperioso contar con un sistema de comunicaci�n confiable.

— 7. Los Estados Unidos deber�an aplicar una pol�tica que no buscara la supremac�a militar sobre la Uni�n Sovi�tica en la invenci�n y fabricaci�n de nuevas formas de armas. La historia ense�a que m�s temprano que tarde la Uni�n Sovi�tica ha logrado emular cualquier innovaci�n estadounidense, resultando en escaladas de la carrera hasta el punto alcanzado en la actualidad.

— 8. Aumentar el intercambio de todo tipo entre los Estados Unidos y la URSS para poder as� lograr un acercamiento que facilite las nuevas actitudes que ser� necesario adoptar.



Suponiendo que a corto plazo se lograran acuerdos de disminuci�n substancial en los arsenales nucleares, �qu� hacer despu�s? L�gicamente las opiniones al respecto son diversas, y abarcan desde posiciones de abandono total de las armas nucleares hasta el mantenimiento permanente de arsenales reducidos. En todo caso, incluso la obtenci�n de los objetivos m�s modestos parece una tarea formidable en vista de las actividades y pol�ticas prevalecientes hoy en d�a.

Los hechos presentados en esta obra se�alan que, de producirse la temida guerra, nosotros, habitantes de zonas que tal vez no ser�an directamente atacadas, seremos no obstante v�ctimas del conflicto. Al colapso del sistema econ�mico y pol�tico del hemisferio norte habr� que agregar los efectos biol�gicos y f�sicos sobre nuestro ambiente, que podr�an incluso ocasionar nuestra desaparici�n. Una guerra nuclear no es una guerra entre dos pa�ses, ni siquiera en un continente, es la destrucci�n del planeta tal como lo conocemos hoy d�a. E igual como compartiremos las consecuencias, debemos compartir la responsabilidad para lograr que nunca se vuelvan a usar armas nucleares en contra de seres humanos. Algunos de nuestros pa�ses tienen la capacidad de fabricar su propio armamento, algunos de nuestros pa�ses no han ratificado los tratados que mantienen el aparente equilibrio actual, algunos de nuestros pa�ses se comprometen en guerras locales contra vecinos (cercanos y lejanos) que amenazan la paz mundial. Hay mucho por hacer en la direcci�n de la paz y el desarme y a nosotros nos toca parte del trabajo.

Concluimos esta obra con las palabras de un latinoamericano, el Premio Nobel de Literatura Gabriel Garc�a M�rquez, quien en 1986 se dirigi� al mundo desde Ixtapa, M�xico, en un llamado por la paz y la justicia:
Desde la aparici�n de la vida visible en la Tierra debieron transcurrir 380 millones de a�os para que una mariposa aprendiera a volar, otros 180 millones de a�os para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geol�gicas para que los seres humanos —a diferencia del abuelo pitec�ntropo— fueran capaces de cantar mejor que los p�jaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano, en la edad de oro de la ciencia, haber concebido el modo de que un proceso multimilenario tan dispendioso y colosal, pueda regresar a la nada de donde vino por el arte simple de oprimir un bot�n.

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