UN HOYO CON HISTORIA

El elemento central que Charles quer�a desarrollar en su libro era proponer y documentar profusamente la idea de que los elementos geol�gicos y topogr�ficos conocidos en sus d�as sobre la faz de la Tierra no se hab�an producido en el acto de la Creaci�n, ni se hab�an generado en un instante, sino que eran el producto de un lento proceso de cambio; que ese proceso no se hab�a detenido y continuaba vigente, y que los elementos modificadores del paisaje en el pasado eran exactamente los mismos que cualquier ge�logo o naturalista pod�a observar y medir en la actualidad.

Sin duda, la anterior se nos puede antojar como una idea sencilla y poco controvertida en nuestros d�as, pero a principios del siglo XIX, esta proposici�n iba justo en contra de las verdades cient�fica y religiosamente aceptadas por un elevado n�mero de ge�logos y por el p�blico ilustrado. En consecuencia, Lyell tuvo que colectar grandes cantidades de material geol�gico y hacer numerosas observaciones para probar a sus colegas ge�logos que su teor�a era correcta.

Sus dudas sobre las ideas geol�gicas predominantes acerca de la inmutabilidad de las estructuras geol�gicas y de que las caracter�sticas topogr�ficas y geol�gicas de algunas zonas eran el resultado de la acci�n de eventos catastr�ficos �nicos, tales como el diluvio universal o una convulsi�n s�smica que habr�a afectado a todo el planeta, proven�an desde sus a�os iniciales como estudiante en Oxford. En un periodo de vacaciones, en el verano de 1817, decidi� viajar al este de Inglaterra, para pasar unos d�as en la playa, cerca del puerto de Yarmouth, en casa de Dawson Turner, el bot�nico amigo de su padre. Una ma�ana, cuando hab�a ido a visitar el puerto, se encontr� cerca de la plaza central a un grupo de curiosos que estaban rodeando algo; picado por la curiosidad Charles se acerc� y, con unos cuantos codazos estrat�gicamente colocados, se puso en primera fila, de frente al objeto de tanta curiosidad: un hoyo. S�, dos trabajadores excavaban en el fondo de un pozo de casi tres metros de profundidad. "Es para instalar la estatua en honor de Nelson", le dijeron. La batalla de Trafalgar acababa de ser ganada por Inglaterra.

Pero ni la haza�a de Trafalgar ni la popular figura de Nelson capturaron en ese momento la atenci�n de Charles tanto como el hecho de que en la tersa pared del profundo foso pod�a distinguir m�s de dos metros y medio de fina arena de playa por encima de una gruesa capa de guijarros que debieron de haber sido acarreados y depositados en el lecho de un viejo r�o. Esto lo coment� con alguno de los curiosos del pueblo congregados alrededor del foso, quien sin mayor elaboraci�n le replic� que hacia unos 35 a�os casi no hab�a arena sobre ese lugar. Charles se percat� de que el suelo sobre el que se encontraba parado no exist�a en el pasado; que en menos de cuarenta a�os dos metros y medio de arena se hab�an ido depositando lenta e imperceptiblemente, acarreados desde las dunas circundantes, las cuales consecuentemente deber�an tambi�n haber cambiado de forma y tama�o. ��l y los dem�s curiosos alrededor del hoyo estaban parados sobre la historia geol�gica reciente del lugar! Esta idea era fascinante e iba directamente en contra de lo que hab�a le�do en sus libros de geolog�a, que aseveraban que los continentes y los mares, los r�os, las monta�as y los dem�s accidentes geol�gicos pose�an una forma que les hab�a sido dada desde el momento en que se hab�a originado la Tierra (en un acto de creaci�n") o bien que hab�an sido modificados y adquirido su apariencia actual por un evento catastr�fico �nico, que no se hab�a repetido en la historia, es decir algo como el diluvio universal.

Charles volvi� excitado a la casa de los Turner, en la que se hospedaba; hac�a c�lculos de la tasa de deposici�n anual de arena en la plaza de Yarmouth ("dos metros y medio en, digamos, 40 a�os, debe ser igual a unos seis cent�metros por a�o..."); especulaba sobre las diferencias de altura de las dunas, pero sus c�lculos lo llevaban a concluir que las dunas deber�an reabastecerse de arena de alg�n otro lugar... �seguramente de la del fondo del mar, acarreada por las olas hacia la playa! Sigui� explorando la idea. Unos d�as despu�s visit� los alrededores de Norwich, la capital de NorfoIk, que se encuentra alejada de la playa unos 25 km en l�nea recta, y descubri� que Norwich deber�a haber sido un puerto en el pasado, pero que por el efecto de azolve del r�o Yare, que cruza la ciudad y desemboca en el mar, se fueron produciendo barras de sedimentos que extendieron la tierra firme, alejando a Norwich de la orilla del mar; la observaci�n le demostr� que este proceso de azolvamiento en la boca del r�o estaba ocurriendo todos los d�as. Una breve b�squeda en la biblioteca de la ciudad confirm� sus sospechas acerca de la antigua ubicaci�n de Norwich.

Ya para este momento, Charles estaba irremediablemente imbuido de la pasi�n por el descubrimiento de los procesos geol�gicos y formalmente convencido de que los factores causantes del cambio en las estructuras terrestres no eran los eventos catacl�smicos irrepetibles, sino mecanismos tales como la acci�n diaria de las relativamente modestas pero incesantes fuerzas del viento, el agua, etc�tera.

Lyell se hab�a propuesto ofrecer a la humanidad otra visi�n de la historia geol�gica de la Tierra y estaba dispuesto a demostrarlo. Pero tambi�n hab�a aprendido una lecci�n que fue fundamental en el desarrollo de sus ideas: para entender las cosas en forma cabal ten�a que ir al campo a observar directamente; en una carta a su padre le comenta: "...estoy convencido de que la informaci�n local obtenida a trav�s de la observaci�n personal beneficia m�s a la historia natural y a la ciencia que todas las especulaciones y compilaciones contenidas en libros voluminosos". Aparte de rechazar el dogmatismo de sus colegas, Charles hab�a decidido ejercitar el menospreciado m�todo de la experiencia directa, del uso del sentido com�n, y de escuchar y hablar con la gente de los lugares que visitaba. Algunas de sus observaciones acerca de los procesos geol�gicos que estudiaba no eran necesariamente originales, pues cualquier otro ge�logo o naturalista pudo haberlas hecho antes, pero sin comprenderlas ni interpretarlas como Lyell lo hac�a.

Con el fin de obtener las pruebas que requer�a para proponer otra visi�n de la historia geol�gica, Charles emprendi� numerosos viajes; para ello se asoci� inicialmente con un reconocido ge�logo, tambi�n de origen escoc�s: Sir Roderick Murchison, con el que recorri� algunas partes de Europa para estudiar procesos volc�nicos, hidrol�gicos, mecanismos de erosi�n, etc., y describir la forma en que las corrientes de agua excavan sus propios cursos, incluso a trav�s de roca volc�nica, con el paso del tiempo. Fue en este periodo cuando Charles visit� tambi�n el sur de Italia y Sicilia, realiz� su meticuloso estudio de la vulcanolog�a y sedimentolog�a del Etna y tuvo el ya referido encuentro con el dottore Gemellaro. En ese viaje, que constituy� una experiencia especialmente importante para �l, lleg� a estimar que muy lentamente, pero en forma constante, el sur de Italia y Sicilia hab�an emergido del nivel del mar unos 1 300 m. Tambi�n detect� en Sicilia una continuidad entre, la fauna actual del Mediterr�neo y sus ancestros f�siles preservados en la roca, lo que le llev� a pensar que las condiciones ambientales en las que ambas faunas se desarrollaban o se hab�an desarrollado debieron de haber sido muy similares. Por lo tanto, las condiciones en �pocas geol�gicas antiguas deben de haber sido esencialmente an�logas a las que entonces se pod�an apreciar en la superficie de la Tierra, y las fuerzas que generaron los cambios geol�gicos presumiblemente resultaron de procesos similares a los que tienen lugar en el presente.

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