ALGUNOS ARGUMENTOS CONTRA NO� Y SU ARCA

A su regreso a Inglaterra, Charles se dedic� a darle forma a su libro, a presentar sus puntos de vista ante sus colegas de la Sociedad Geol�gica y, por supuesto, a defenderse de sus ataques. El primer volumen de los Principios de geolog�a lo public� John Murray en julio de 1830 y caus� sensaci�n de inmediato. Las ideas de Lyell acerca de las caracter�sticas de los procesos geomorfol�gicos, es decir, los que van modelando el paisaje de una regi�n, encontraron una cr�tica despiadada, incluso de personas como Buckland, que hab�an sido maestros suyos. Por ejemplo, sus colegas rechazaban sus ideas acerca de la formaci�n de los lechos de los r�os, sosteniendo que ning�n r�o pudo, en tiempos hist�ricos, haber profundizado su cauce siquiera medio metro. Afirmaban que el r�o T�mesis, que atraviesa Londres, tendr�a fuerza quiz� solamente para arrastrar la cabeza de un alfiler. �Seguramente si hubiesen conocido el Ca��n del Cobre, en Chihuahua, habr�an pensado de forma diferente!

Sin embargo, las pruebas presentadas por Lyell y sus seguidores fueron tan abrumadoras que los ge�logos opuestos a �l y que imputaban a fen�menos catacl�smicos, como un diluvio universal, las caracter�sticas geol�gicas y topogr�ficas actuales de la superficie terrestre, tuvieron que acabar por rechazar del todo la ya de por s� desacreditada proposici�n del obispo Ussher, y aceptaron que "hab�a que dudar y dejar de dogmatizar" respecto al diluvio de No� y sus efectos sobre la Tierra. En referencia a los catastrofistas, a los que consideraba como simples especuladores, Lyell cre� una de sus m�s famosas met�foras: " ...vemos el antiguo esp�ritu de la especulaci�n resucitado, y un deseo manifiesto de cortar, m�s que desatar pacientemente, el nudo gordiano".

A su regreso de un viaje a los Pirineos, en 1831, Charles se dedic� a escribir el segundo volumen de los Principios, el cual fue publicado en enero de 1832. En este volumen dedica atenci�n a los cambios que deben de haber ocurrido en los organismos durante el tiempo geol�gico. Hace notar el proceso por el cual los organismos m�s antiguos van siendo remplazados por otros m�s modernos en los estratos geol�gicos recientes, lo que produce una continuidad en el registro f�sil. Lyell tambi�n hace notar, en este segundo volumen, que todas las especies de mam�feros que se encontraban sobre la Tierra cuando la fauna actual de moluscos se hab�a establecido, desaparecieron totalmente; lo anterior indicaba que los mam�feros, m�s susceptibles a las modificaciones ambientales, se extingu�an m�s r�pidamente que los moluscos.

Lyell le dio importancia en su segundo volumen al problema de las extinciones y a su significado en lo que se refiere a la presencia y la distribuci�n de las especies. Para Lyell, cada especie depend�a de la existencia de una combinaci�n de condiciones f�sicas de su ambiente, las cuales son alteradas por los procesos geol�gicos, tanto en una escala local como en una m�s regional. Como resultado de estos cambios, las �reas m�s propicias para la presencia de una especie podr�an variar de tama�o y de ubicaci�n, lo cual producir�a las modificaciones consecuentes en la distribuci�n de las especies. Las alteraciones de las condiciones f�sicas tambi�n traer�an como resultado variaciones en la disponibilidad de recursos y alimentos para las especies, con lo que se podr�an generar condiciones severas de competencia, lo cual podr�a determinar la desaparici�n local de algunas especies, desencadenando posibles desapariciones de grupos de especies interrelacionadas. Lyell ofrec�a as� una imagen del mundo org�nico como un sistema en equilibrio din�mico, que se transformaba en la medida en que ese equilibrio se modificase.

Como resultado de lo anterior, Lyell inici� una cr�tica de las ideas de Lamarck, ya que el naturalista franc�s propon�a que las especies ten�an una capacidad infinita de adaptaci�n a los cambios ambientales, por lo que no era posible pensar en extinciones. Lyell, bas�ndose en los datos de observaci�n disponibles sobre la distribuci�n de las especies, propuso que �stas se originan en centros muy bien definidos, a partir de los cuales se distribuyen, y que las �reas de distribuci�n est�n delimitadas por barreras geogr�ficas de diversos tipos.

A pesar de introducirse de esta manera tan original e innovadora en el problema de las especies y su distribuci�n, Lyell nunca prosigui� m�s profundamente sus ideas al respecto, ni ofreci� tampoco explicaci�n alguna del origen de las especies.

En 1831, el Colegio del Rey (King's College) de la Universidad de Londres le ofreci� el puesto de profesor de geolog�a y en la primavera de 1832, Lyell imparti� su primer curso, abierto al p�blico en general, el cual asisti� nutridamente a las clases. Un poco despu�s, el 12 de julio del mismo a�o, Charles Lyell contrajo matrimonio con la hija de su maestro y colega ge�logo, Leonard Horner; Mary Elizabeth Horner ten�a 23 a�os, una docena menos que Charles, en el momento de casarse con �l. La boda tuvo lugar en Bonn, Alemania, y despu�s de la luna de miel (combinada con exploraciones geol�gicas) la nueva pareja Lyell instal� su domicilio en la calle Hart, en Londres. Mary era una mujer atractiva, muy inteligente, que hablaba con fluidez varios idiomas y ten�a un gran inter�s por la malacolog�a (el estudio de los moluscos y sus conchas). Le ayud� consistentemente a Charles como secretaria, fundamentalmente debido a los problemas de la vista de los que su marido sufri� toda la vida.

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