LOS ANIMALES ANTEDILUVIANOS

La página del diario correspondiente al 16 de julio de 1832, tenía un texto muy breve: "Muy mareado. Peces voladores, delfines". Charles seguía sufriendo indeciblemente cuando el barco se encontraba en un mar agitado y empezaba a cabecear, elevándose para volver a hundirse en montañas de agua. Apenas hacía unas horas que habían zarpado de Río de Janeiro y ya se encontraban en alta mar, rumbo a la desembocadura del Río de la Plata. Le costaba mucho esfuerzo, en estas condiciones, realizar el trabajo que tanto le gustaba. Haciendo de tripas (que las tenía muy revueltas) corazón, se incorporó de su hamaca en la cabina de popa y salió a cubierta en el momento preciso en que una gran ballena, seguida de tres o cuatro más, lanzaba su potente chorro de agua antes de volver a hundirse grácilmente, a unos cuantos metros a babor del barco. "Diablos, lo intolerable que sería viajar en este barco si no fuese por estos espectáculos y por los benditos periodos en tierra", pensó para sus adentros. Su atención fue súbitamente atraída por un sonoro chasquido, como si toda la tripulación del Beagle se hubiese tirado por la borda al mismo tiempo: era un gran grupo de delfines que, saltando totalmente fuera del agua, volvían a zambullirse con gran estrépito una y otra vez; era una especie de delfín desconocida que, con el tiempo, sería descrita por Darwin corno Delphinus fitzroyi, en honor al capitán del barco.

Su estancia en la desembocadura del Río de la Plata tuvo una serie de percances menores con los militares y los marinos argentinos, percances que se resolvieron todos felizmente. Su mayor trofeo de la permanencia en esta zona fue el haber recibido, por el correo de Montevideo, un ejemplar del segundo volumen de los Principios de geología de Lyell.

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Delphinus fitzroyi

 

El Beagle hacía frecuentes recorridos a todo lo largo de la costa argentina para obtener detalles cartográficos precisos y realizar mediciones cronométricas. En uno de los viajes hacia el sur de Buenos Aires, a principios de septiembre, Darwin desembarcó en Bahía Blanca, mientras el barco seguía su ruta al sur, cartografiando la costa de Patagonia. No había mucho más que un destacamento militar en unas barracas rodeadas de una especie de fortificación muy rudimentaria. La inusitada profesión de Charles ("un naturalista") despertó cierta inquietud en el encargado del destacamento, inquietud que no tardó mucho en disiparse, cuando se dio cuenta de que el interés de Charles se restringía a colectar plantas y a golpear con su martillo de geólogo cuanta roca se le ponía enfrente. ñY vaya que si tuvo oportunidad de usar su martillo!

La zona de Bahía Blanca en general, y particularmente un promontorio formado de material suelto y grava conocido como Punta Alta, fue la localidad más pródiga en hallazgos fósiles de todo el viaje de Darwin alrededor del mundo. Un gran hueso que salía de una cara desmoronada del promontorio fue lo primero que llamó la atención de Charles. Se acercó y empezó a desenterrarlo con la ayuda de su martillo; apenas lo había logrado zafar de su relativamente suelta trampa de arena y grava, cuando se desprendieron más huesos; al extraerlos, otros más quedaron expuestos. Charles no podía creer lo que sus ojos veían: estaba ante un depósito de huesos fosilizados como nunca antes había visto... o leído. Poseído de una súbita fiebre de entusiasmo, sus brazos moviéndose como aspas de molino, extrajo más y más huesos: colmillos, un gran fémur, una parte de un cráneo, todos de enormes proporciones; parecía que estuviese descubriendo, una por una, las piezas de un gran rompecabezas descoyuntado, al que Charles no podía darle sentido.

Poco a poco y con la ayuda de Syms Covington, quien había sido contratado como violinista del barco y camarero de popa y quien pronto se convertiría en su asistente durante la mayor parte del viaje y por varios años después del mismo, Charles fue ordenando sobre el piso de una pequeña parte plana los huesos que habían extraído de la arenisca. ñEra un animal enorme! Faltaban muchos huesos aún, pero había los suficientes para que se percatase de que estaba frente a un animal "megateroide". Su entusiasmo fue tal que él y Syms permanecieron cavando toda la noche, apenas iluminados por unas cuantas lámparas. Este sería el primer megaterio que formase parte de la colección de un museo británico; el otro existente se encontraba en el Museo de Historia Natural de Madrid.

Después de varios días de arduas excavaciones, Darwin había desenterrado partes de numerosos animales que le daban la sensación de haberse achaparrado. La mayoría eran animales que se asemejaban a algunos vivos, aunque de dimensiones mucho mayores. ñSe había topado con todo un cementerio de una fauna casi totalmente desconocida, evidentemente extinta desde hacía mucho! Descubrió partes de un perezoso gigante, un Megalonyx y un Scelidotherium. Otro muy parecido a un hipopótamo era un Toxodon, y había una de las piezas preferidas de Charles: el Glyptodon, o armadillo gigante. Encontró también colmillos de un paquidermo ya extinto (el Mylodon) y una especie de guanaco de la alzada de un camello. Le intrigó, en especial, haber encontrado los restos fósiles de un equino. Sabía que los caballos modernos no habían arribado al continente americano hasta su descubrimiento por los europeos. Sin embargo, tenía una prueba irrefutable de que estos animales poblaron el continente en un pasado muy remoto.

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Algunos de los hallazgos fósiles de Darwin.

 

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Glyptodon

El aspecto intrigante para Darwin respecto a estos fósiles era que, a pesar de ser evidentemente especies diferentes de cualquier animal viviente, se parecían, en algunos casos mucho, a sus contrapartes vivas, que eran a todas luces de tamaño menor. Charles calculó, basándose en el método de comparación de especies vivas y extintas que Lyell había desarrollado para determinar las edades de estratos geológicos, que los fósiles se hallaban en un depósito del Terciario inferior. Confirmó también la ley propuesta por Lyell acerca de que los mamíferos eran, en general, más recientes que los moluscos. Escribió en su diario: "No tengo la menor duda de que esta fabulosa relación, presente en el mismo continente, entre las criaturas desaparecidas y las vivas, arrojará más luz de aquí en adelante sobre la aparición de seres orgánicos en la Tierra y su desaparición de ella". ¿Significaba todo esto que las especies se enfrentaban a un proceso de cambio constante, y que algunas de ellas no subsistían a dicho proceso? ¿Dónde estaban todas estas especies en el momento del diluvio universal? ¿Eran las especies de la Creación bíblica realmente inmutables?

Si colectar los especímenes fósiles, aun con la invaluable ayuda de Syms fue una ardua tarea, llevarlos al barco y especialmente acomodarlos en algún lugar seguro, resultó una odisea para Charles, quien tuvo que recurrir a lo más selecto de sus dotes diplomáticas y de relaciones humanas con John Wickham, el lugarteniente del barco, que veía, por quinta vez en una semana, su inmaculada cubierta enlodada y rayada por los pesados huesos extraídos por Darwin en Punta Alta. Antes de abandonar la costa oriental de Sudamérica, Darwin tuvo oportunidad de encontrar otras zonas con restos fósiles, tanto en las pampas como al norte de Buenos Aires y en el río Paraná. Su comentario al respecto fue el siguiente: "...no le queda a uno más que concluir que toda el área de la pampa es un enorme cementerio de estos gigantescos cuadrúpedos desaparecidos. Sin embargo, la corteza terrestre no debe ser considerada como un museo atestado de especímenes, sino como una colección muy pobre, hecha al azar".

Aunque para Charles el trabajo de índole naturalista con animales y plantas era central, resultaba innegable que todavía se encontraba bajo la influencia de las expediciones geológicas que había realizado con Sedgwick en el norte de Gales y que seguía inmerso en la fascinación de las ideas de Lyell, expresadas en el primer volumen de sus Principios, que llevaba consigo desde el inicio del viaje. La geología lo entusiasmaba sin límite; de hecho, aparte del libro con sus memorias del viaje, Charles publicó tres obras más como resultado del mismo, sobre temas geológicos: en 1842, Estructura y distribución de los arrecifes coralinos; en 1844, Observaciones geológicas sobre las islas volcánicas visitadas en el viaje del Beagle; y en 1846, Observaciones geológicas sobre Sudamérica.

11 Alan Morehead, Darwin: la expedición en el Beagle (1831-1836), Barcelona, Serbal, 1980.

13 Charles Darwin (comp.), The Zoology of the Voyage of H.M.S. Beagle during the Years 1832-1836, Wellington, Nova Pacifica, 1980.

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