LOS CORREOSOS GAUCHOS
De las Malvinas, el Beagle y sus dos nuevos acompa�antes tomaron rumbo al norte para volver a visitar la desembocadura del R�o de la Plata. Mientras el grupo de barcos continuaba su labor de reconocimiento de la costa sudamericana del Atl�ntico, Charles organiz� varias excursiones por tierra; una de ellas ocurri� en territorio uruguayo, de Montevideo a Maldonado y a Mercedes, tierra adentro. La segunda fue desde El Carmen, al sur de Bah�a Blanca, hasta Buenos Aires, a trav�s del coraz�n de la inmensa pampa argentina. En este viaje, que dur� casi siete semanas, Charles dedic� su atenci�n a tratar de entender la geolog�a de las pampas, a hacer detallados estudios del comportamiento de muchos animales, en especial del �and� (ave muy parecida al avestruz africano y al em� australiano) y a establecer una gran amistad con los gauchos, a los que consideraba compa�eros resistentes, correosos y confiables como botas viejas. En esta traves�a tuvo por necesidad que conocer y tratar al general Juan Manuel Rosas, quien controlaba toda la zona de las pampas con su ej�rcito y quien le dio salvoconducto y protecci�n durante su recorrido de m�s de 1 000 kil�metros hasta Buenos Aires. Rosas era hijo de la familia m�s rica de Buenos Aires, autodidacto, de r�gida disciplina, extremadamente popular entre los gauchos a los que comandaba; a�os antes hab�a sido gobernador de la provincia de Buenos Aires y ahora fung�a, por su propia decisi�n, como comandante de un ej�rcito mercenario que ten�a por prop�sito exterminar a los nativos del sur de Argentina, pues estorbaban al expansionismo de los grandes terratenientes argentinos, entre ellos Rosas mismo. El genocidio de los nativos argentinos fue muy eficaz bajo las �rdenes de Rosas, quien un par de a�os despu�s se convirti�, por clamor p�blico, en dictador de Argentina por los siguientes 17 a�os, durante los cuales ejerci� un gobierno de terror y de represi�n y en los que se enred� en guerras con los pa�ses vecinos, as� como con Inglaterra y Francia. Finalmente, un golpe de Estado lo derroc� y tuvo que refugiarse en Inglaterra, en donde muri�.
El final del invierno de 1833 sorprendi� a Darwin en medio de la pampa argentina. El tiempo utilizado en las largas caminatas de la traves�a y la quietud de los atardeceres pampenos fue sedimentando los primeros pensamientos de Charles respecto al problema de c�mo surgen las especies. Sin embargo, las preguntas que se formul� s�lo pudo contestarlas cinco a�os despu�s, en su apartamento de Londres, a la luz de la inspiraci�n de Malthus. En su diario de investigaci�n registr� el siguiente pensamiento: ''Cada animal se reproduce regularmente en su estado silvestre; sin embargo, en una especie bien establecida, cualquier incremento significativo del tama�o de su poblaci�n resulta intolerable y debe ser controlado de alguna manera. A pesar de esto, nos encontramos imposibilitados para determinar, respecto a una especie dada, en qu� momento de su vida ocurre este control, o en qu� �poca del a�o o incluso cu�l es la naturaleza de su acci�n". Lenta pero firmemente, las dudas acerca de la inmutabilidad de las especies crec�an y las ideas respecto a la forma en que se deber�an originar nuevas especies a partir de otras ya existentes, se iban formando en la mente de Darwin.
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El Beagle en su traves�a del estrecho de Magallanes con el monte Sarmiento al fondo.
A fines de octubre de 1833 Charles lleg� a Buenos Aires, en donde se embarc� rumbo a Montevideo para reunirse con el Beagle, que ya lo esperaba para zarpar nuevamente hacia el sur. El dibujante de la expedici�n, Augustus Earle, tiene que abandonar el viaje en Montevideo debido a su muy deteriorada salud. Afortunadamente, FitzRoy encuentra a otro artista, el excelente paisajista y acuarelista londinense Conrad Martens, quien se une a la tripulaci�n rumbo al cabo de Hornos en este viaje alrededor del mundo.
El 7 de diciembre de 1833 zarparon del delta del R�o de la Plata hacia el sur, nuevamente rumbo a las islas Malvinas, la Tierra del Fuego y el cabo de Hornos. A pesar de que intentaron la traves�a del cabo en pleno verano, se encontraron con furiosas tormentas, llegando a tener a veces el cordaje del barco helado y la cubierta llena de nieve. FitzRoy, a�n con la esperanza de rescatar a los fueguinos, visit� la isla en donde viv�a Jemmy Buttons; lo encontr� escu�lido y sin traza alguna de sus ropas o costumbres brit�nicas, amable pero renuente a regresar al barco y abandonar su vida en la Tierra del Fuego. La larga y definitiva despedida de Jemmy fue un amargo rev�s para FitzRoy, cuyo semblante orgulloso no dej� entrever a sus compa�eros de viaje la frustraci�n de un plan fracasado. La traves�a del cabo de Hornos result� tan cruelmente agotadora que Rowlett, el retra�do pero siempre amable sobrecargo o contador del barco, muri� antes de llegar al oc�ano Pac�fico. El esp�ritu de todos los ocupantes del nav�o era gris y denso como el plomo.
Finalmente, a principios de junio de 1834 se encontraron en pleno oc�ano Pac�fico, el cual si bien no se comport� totalmente de acuerdo con su nombre, s� represent� para la tripulaci�n el fin de un infierno inmisericorde que parec�a no terminar. El 22 de julio llegaron a Valpara�so, la primera ciudad verdaderamente civilizada en m�s de ocho meses de traves�a. El j�bilo de toda la tripulaci�n fue apenas un poco mayor que la desesperaci�n por llegar a tierra firme y Charles ciertamente encabez� la lista. Al desembarcar se encontr� que en el correo le esperaban el tercer volumen de los Principios de Lyell as� como innumerables cosas que hab�a solicitado a su familia, entre ellas tres pares de resistentes botas que, por cierto, usar�a en esta porci�n del viaje hasta deshacerlas.
12 Charles Darwin, Journal of Researches into the Geology and Natural History of the Various Countries Visited by H.M.S. Beagle, Londres, Haffner, 1952.