EL IMPACTO DE LA GEOLOGÍA ANDINA

En Valparaíso Charles organizó, para empezar, una excursión para escalar los Andes, esta vez asegurando que su intento no se frustrara como había ocurrido en el río Santa Cruz en Argentina. Por seis semanas Charles se adentra al fascinante territorio andino de los grandes desfiladeros, del aire cristalino, de los picos que, al atravesar las nubes, arrastran el velo blanco de la nieve perenne. No halló palabras para describir la belleza del escenario que se le revelaba al final de cada cañada o más allá del borde de una nueva colina ascendida. De nueva cuenta sus hallazgos geológicos lo excitan hasta un estado febril: fósiles de conchas marinas en estratos de la montaña a 4 000 metros sobre el nivel del mar; restos de coníferas fósiles mezclados con conchas marinas (ñun antiguo bosque a la orilla del mar!) a altitudes de 2 000 metros sobre el nivel del mar y a cientos de kilómetros de distancia de la playa actual. Charles no pudo más que concluir que los Andes se han ido irguiendo movidos por fuerzas titánicas que han actuado durante periodos larguísimos y que los han llevado desde el nivel del mar hacia arriba, alejándose de éste. A pesar de que tuvo que regresar a pie, Charles cargó todos los fósiles y rocas que pudo; su fervor por el naturalismo le resultaba una milagrosa e inagotable fuente de energías.

Charles bajó de los Andes hacia Valparaíso casi a mediados de agosto para reunirse con el barco y proseguir la travesía. Además de haberse indispuesto seriamente del estómago, al parecer como resultado de haber bebido chicha de mala calidad en las montañas, lo esperaban noticias muy inquietantes. FitzRoy se hallaba en otra fase depresiva y esta vez casi había perdido el equilibrio emocional por lo que estaba incapacitado para comandar el barco. La causa había sido una comunicación del Almirantazgo en Londres, en que se le criticaba duramente por haber contratado sin permiso los dos barcos para auxiliarse en el trabajo cartográfico y se le ordenaba que se deshiciera de ellos, comunicándole además que los gastos efectuados por tal motivo no le serían reembolsados. Esta recriminación de sus superiores, aunada al amargo recuerdo de su fracaso evangelizador en la Tierra del Fuego, a la muerte de su sobrecargo y el mismo desgaste emocional por la difícil travesía alrededor del cabo de Hornos, resultaron demasiado para el equilibrio mental de FitzRoy, por lo que decidió renunciar a la dirección del barco y ordenó que Wickham, su lugarteniente, tomase el mando para regresar directamente a Gran Bretaña. Tanto Wickham como Bynoe, el médico de a bordo, y un muy debilitado Charles, se confabularon para reanimar a FitzRoy, pidiéndole que tomase un periodo de reposo. Intentaron convencerlo de lo poco razonable de su decisión de renunciar a la capitanía del barco y de hacer que éste regresase directamente a Inglaterra. El estado depresivo de FitzRoy cedió ante el interés y la preocupación genuinos de sus compañeros de viaje, y después de un periodo de calma y reposo volvió a su estado normal y reasumió, para respiro de sus oficiales, el mando del Beagle.

Una experiencia más esperaba a Charles en esta visita a la costa occidental de Sudamérica; mientras se encontraban anclados de nueva cuenta en la bahía de San Carlos, en Chiloé, el volcán Osorno, ubicado en la tierra firme de Chile a unas cuantas decenas de kilómetros, entró en violenta erupción el 18 de enero de 1835. El vigía creyó haber divisado a medianoche una nueva y muy brillante estrella en el horizonte; Charles, por medio de su catalejo, observó la ardiente lava que era escupida junto con enormes bloques sólidos a través del cráter del Osorno, a 2 660 metros de elevación. Lo que Charles no sabía, era que simultáneamente el Aconcagua y el Cosigñina, otros dos volcanes de la cadena andina a gran distancia del Osorno, habían entrado en actividad, y que dicha actividad era el ominoso preludio de una tragedia que estaba por ocurrir.

De Chiloé, el Beagle se dirigió al norte, bordeando la costa de Chile y atracó en Valdivia el 20 de febrero. Charles desembarcó y, acompañado por Syms Covington, se dedicó a colectar en los alrededores del puerto. Era un día particularmente cálido y cerca de las doce, Charles y Syms se tumbaron a descansar a la sombra de unos manzanos y así sobrellevar el sopor del día; las oscilaciones y un ligero bamboleo del suelo confundieron a Charles, que empezaba a dormitar y a soñar que estaba a bordo del barco. Syms trató de incorporarse al igual que Charles y ambos se dieron inmediatamente cuenta de que era un temblor, el cual, acompañado de un sordo rugir como de piedras que ruedan en un túnel, iba creciendo en intensidad al grado de que no se podían mantener en pie sin marearse. Esto debió haber durado un par de minutos en total. Charles apresuró su regreso al barco y se enteró de que en Valdivia no había muchos daños, aparte de algunas tejas rotas y postes torcidos. Al llegar a Concepción, unos días después, fue cuando conocieron en toda su magnitud el devastador efecto del terremoto. En el puerto de Talcahuano, que servía de acceso a la ciudad de Concepción, numerosas embarcaciones habían sido lanzadas tierra adentro por las enormes olas que siguen a los terremotos; lo poco que resistió las sacudidas de la tierra fue arrasado por el mar. La catedral de Concepción se reconocía solamente por el arco del frente y por uno de los muros laterales, el resto era una montaña de escombros; la mayoría de las casas estaban derruidas y solamente las chozas ligeras de palma y varas se mantenían erectas. La desolación cubría las antiguas calles, que sólo se identificaban como grandes surcos entre los escombros.

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Ilustración de Martens del estado de ruinas encontrado en Concepción después del terremoto de 1835.

Después de prestar ayuda a los pobladores de Concepción, junto con la tripulación del barco, Charles exploró la costa y las zonas aledañas. Encontró en algunas partes que la costa había emergido casi un metro a causa de la convulsión de la tierra; en otras, los derrumbes, las enormes grietas producidas y el efecto de las violentas olas habían causado una erosión equivalente a cien años de desgaste normal de la costa. Nunca antes Charles había apreciado la violencia de una de las fuerzas geológicas más importantes y causantes del modelado del paisaje terrestre, capaz de elevar montañas y crear nuevos valles.

De regreso a Valparaíso, Charles organizó su segunda excursión a la zona andina, esta vez para cruzar la cordillera y llegar a Mendoza, en Argentina. A su regreso de Mendoza, la tercera gran expedición terrestre partió también de Valparaíso, para dirigirse hacia el norte, a lo largo de la árida costa chilena, pasando por Coquimbo para llegar hasta Copiapó, en pleno desierto de Atacama. Más que sus colecciones biológicas, fue su conocimiento de la geología el que se enriqueció en esta zona mas bien estéril y árida del piedemonte andino. Sus notas de esta región, unidas a las tomadas en la cordillera, lo convirtieron en el experto sobre el origen y la historia geológica de la zona andina.

En Copiapó, Charles volvió a reintegrarse al Beagle, que había estado reconociendo y cartografiando la costa norte de Chile hasta el puerto de Iquique. De aquí enfilan directamente al puerto de El Callao, entrada natural a Lima desde el mar. Fuera de hacer un poco de vida social en Lima y de avituallarse, ninguna otra actividad detuvo a la tripulación, por lo que el barco zarpó de El Callao el 7 de septiembre de 1835, con gran expectación por parte de FitzRoy y de Charles, dirigiéndose al noroeste hacia el archipiélago de las Galápagos y atravesando, ahora sí, una mar pacífica.

11 Alan Morehead, Darwin: la expedición en el Beagle (1831-1836), Barcelona, Serbal, 1980.

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