ESPERANZA DE UN DESTINO SUPERIOR
Durante varios años, particularmente entre 1865 y 1875, la casa Down de los Darwin se convirtió en el club científico más importante de la época. En ella Charles se reunía regularmente con Hooker, quien para esos momentos había ya empezado una enorme obra de revitalización de los jardines de Kew; con Huxley, quien aparte de su trabajo de investigación en morfología y anatomía animal había desarrollado un importantísimo trabajo en pro del avance de la ciencia en la Gran Bretaña y de su difusión entre el público no especializado, particularmente entre los obreros; con Lyell, quien todavía activo en la investigación geológica gozaba de una posición y una reputación que le permitían expresar sus opiniones acerca del desarrollo de la ciencia a los niveles más altos del gobierno británico; y, finalmente, aunque no por eso menos, con Wallace, quien estaba en la mejor época de su actividad creativa y productiva.
El ambiente intelectual generado por ese grupo debe de haber sido verdaderamente excepcional, ya que con ellos se reunía un cúmulo de experiencias, de conocimientos, de contactos y de opiniones que posiblemente cubrían toda la red mundial del desarrollo de las ciencias biológicas de su tiempo. Esta unión había generado entre ellos lazos de fraternidad también excepcionales. Estos lazos no se restringían a sus personas, sino que se extendían a sus respectivas familias, las cuales formaban un gran clan en el que todos se apoyaban y que tenía como centro de nucleación la casa de los Darwin, con Emma como matriarca, Cuando había un apuro personal o familiar, siempre surgía el ofrecimiento de ayuda para cuidar de los hijos, acompañar a los enfermos, recabar fondos para alguna necesidad especial, etc. Los gozos y las penas personales eran compartidos por todos con grande y sólida fraternidad.
En 1867 Charles empezó a escribir sobre un tema que había soslayado en El origen con el propósito de disminuir la controversia que esperaba de su libro: el origen del hombre. Esta obra, titulada La descendencia del hombre y la selección relacionada con el sexo, representa su última contribución derivada de sus ideas acerca del origen y la evolución de las especies. Como en todos los casos anteriores, respecto de este libro Charles tenía ya estructurado un esquema de su contenido, así como numerosas notas que servirían como "esqueleto del manuscrito, al que sólo faltaba ir "cubriendo de carne" al expandir y redactar las notas colectadas paciente y regularmente durante años. Estaba deseoso de exponer las ideas que escribiría en el libro con alguien que quisiera discutirlas. Wallace le había prometido pasar una semana en su casa, en compañía de su esposa Annie, quien estaba embarazada de su primer hijo. Con grandes esfuerzos Charles resistió la urgente tentación de abordar a Wallace, apenas llegó con Annie en el carruaje que había mandado para recogerlos en la estación del tren. No fue hasta después de la cena, una vez que ambas esposas se retiraron a charlar sobre las ventajas y desventajas de la nueva línea del tren subterráneo de Londres, que unía a la estación King's Cross con la de Padelington, cuando Charles y Wallace, cada uno con una copa de oporto en la mano, se acomodaron en los sillones de la sala. Charles empezó a describir los puntos más importantes del esquema de su proyectado libro, subrayando los aspectos del origen y la evolución del hombre y del papel que desempeña en ellos la selección sexual.
Rígidamente sentado, con los codos apoyados en los brazos del sillón, Wallace había absorbido como una esponja cada una de las palabras e ideas de Charles. Cuando éste terminó y quedó a la espera de la reacción de su amigo, Wallace se dejó caer para atrás, hundiéndose en el mullido sillón. "La idea en general me parece espléndida y no tengo duda de que será recibida como una genuina adición a lo expuesto por Lyell en su libro La antigñedad del hombre, ya que él explora aspectos diferentes de los suyos. Los conceptos sobre la selección sexual son en verdad cautivantes y creo que potencialmente serán los que más interés despierten entre los lectores no especializados..." La pausa de Wallace produjo un piquete de inquietud en Charles, quien decía para sus adentros: "Vamos, vamos, que más tiene que decirme; algo no le ha gustado..." Wallace retomó la palabra tras darle tres o cuatro vueltas a la vacía copa: "Me preocupa lo referente a la evolución del cerebro humano y de las aptitudes del hombre para comunicarse; simplemente no creo que se pueda afirmar que atributos tales como la mente, la inteligencia del hombre, su capacidad de tener un lenguaje y de usar herramientas cada vez más complejas no hayan resultado de alguna intervención especial, alguna causa más allá de la simple evolución orgánica... Sin embargo, como en otras ocasiones, respeto sus puntos de vista y no quisiera ni remotamente sugerir que los modificase..."
"Pero Wallace replicó Darwin saltando para sentarse en el borde del sillón, ¿cuál puede ser la razón para que incluso las facultades más elevadas del hombre, como el raciocinio y la imaginación, no puedan evolucionar a partir de los atributos más sencillos de otros mamíferos, como el miedo, el enojo o el placer, y que también están presentes en el hombre?" Y añadió en precipitada secuencia: "Ahí tiene como ejemplo el desarrollo paulatino de esas facultades primitivas en los niños hasta alcanzar las que consideramos como más avanzadas en el adulto. Es posible argurnentar cómo se produjo el estado bípedo y la posición erecta en los ancestros del hombre debido a la mayor capacidad de usar herramientas primitivas para defenderse u obtener alimento, Esto dio las bases para que se generara un mecanismo de uso de herramientas. La creciente dependencia de ellas debe de haber producido, o debe de haberse basado en, mayores aptitudes mentales, con una selección por una mayor capacidad craneana, mejores aptitudes musculares y coordinación de las extremidades, etc. ¿No ve ante usted claramente la secuencia de cómo evolucionó el hombre?"
Charles estaba transformado; tenía la cara roja de excitación, los ojos abiertos a más no poder e inundados del líquido de la inspiración y la creatividad, las manos crispadas sobre los brazos del sillón, en demanda de una reacción de Wallace. "Bueno, sí... la historia puede sonar plausible... pero así, tan fácil... todo esto tan complejo como la mente humana... debe haber otro tipo de explicación..." Charles se daba cuenta de que su amigo Wallace tenía una resistencia interna de dimensiones mayúsculas. Se limitó a añadirle: "Wallace, las respuestas más sencillas son por lo general las correctas cuando se trata de la Madre Naturaleza; usted y yo propusimos la más sencilla de ellas para explicar el origen de las especies..." Tenía serias dudas de si habría hecho alguna mella en la coraza de dudas de Wallace. En fin, habría que sentarse a desarrollar otro largo manuscrito.
Las diferencias de opinión entre Charles y sus amigos se resolvían con razones, pero si ello no ocurría nunca constituían un elemento de distanciamiento personal. Al contrario, estas diferencias de opinión, en las raras veces en que las hubo, constituyeron un estímulo de la amistad; siempre alguien reconocía, al final, que no había tenido toda la razón. Así, cuando el libro monumental de Wallace, El archipiélago Malayo, salió a la luz pública, el primero en recibir un ejemplar fue Charles y con buena razón: el libro estaba dedicado a él. En abril de 1869 Wallace publicó una reseña de la décima edición de los Principios de Lyell en la que asentó, en referencia a las ideas evolutivas de Lyell y su trabajo sobre la edad del hombre en la Tierra, que la selección natural no tuvo que ver en el desarrollo del cerebro del hombre, de los órganos del habla y de sus manos. Charles, profundamente abatido por esta expresión pública de Wallace de no aceptar que el hombre es tan producto de la evolución como cualquier otro organismo, le comentó: "Si no hubiese visto estas ideas escritas por su puño y letra nunca hubiera creído que fuesen suyas". Pero la amistad no disminuyó ni un ápice.
En agosto de 1870 Charles celebró la terminación de su manuscrito sobre el origen del hombre escribiendo, como corolario, un párrafo que expresa en forma excepcional su pensamiento respecto a la posición de la especie humana en el universo:
Podemos excusar al hombre de sentir cierto orgullo de haber ascendido, aunque no sea precisamente por sus propios esfuerzos, a la cima de la escala orgánica; el mismo hecho de haber ascendido, en vez de haber sido colocado por causas externas en ese lugar, puede darle esperanzas de un destino aún superior en el futuro distante. Pero en este caso no estamos interesados en esperanzas o en angustias, sino solamente en la verdad, en la medida en que nuestra razón nos permita descubrirla. He proporcionado la mejor prueba que me ha sido posible; debemos reconocer, o al menos así me parece, que el hombre, con todas sus nobles cualidades, con la compasión por los más desamparados, con una benevolencia que se extiende más allá de su especie a las criaturas más humildes, con su intelecto casi divino que le ha permitido penetrar en la mecánica y la constitución del sistema solar, en suma, con todos esos poderes sublimes, aún lleva en su estructura corpórea la huella indeleble de su humilde origen.
En este libro Charles desarrolla su idea de que el hombre comparte con los mamíferos en general, y con los primates en especial, una larga serie de atributos físicos, estructurales y de desarrollo. Hace mención de la notable variación presente en la especie humana, de su tendencia a crecer en forma exponencial a menos que las enfermedades o el hambre limiten dicho crecimiento y de las causas de selección natural que deben de haber actuado en ciertos periodos de su evolución. Una buena parte de la reconstrucción de las vías de evolución del hombre propuestas por Darwin en su libro es más el producto de un cuidadoso razonamiento que de pruebas al respecto, ya que hacia la segunda mitad del siglo XIX la información antropológica disponible era verdaderamente incipiente y no iba mucho más allá del descubrimiento de los restos del hombre de Neanderthal. Las ideas de Darwin al respecto fueron prácticamente las que guiaron a los antropólogos y a los arqueólogos en sus investigaciones por décadas, hasta llegar a los más recientes hallazgos de homínidos en África oriental por los grupos de Don Johanson y los Leakey, Louis, Mary y Richard.
Darwin también incursionó en especulaciones sobre la relación entre capacidad craneana y desarrollo intelectual entre las diferentes razas humanas. Sus conclusiones, que eran las dominantes en aquella época, de que la raza blanca y el sexo masculino constituían los paradigmas de la inteligencia resultaron tanto de una mezcla del chauvinismo racial y sexual típico de la época victoriana, como de una información incompleta y, por consecuencia, inexacta.
Finalmente, dedica en el libro una gran atención al mecanismo de selección sexual en el desarollo del hombre y de otros animales, y propone que la competencia y la selección de las parejas han ocasionado, en una gran cantidad de especies animales, el establecimiento de atributos sexuales dimórficos, es decir, han llevado a la diferenciación morfológica por el tamaño, el color, el grado de ornamentación, etc., entre machos y hembras. Darwin adjudica también a la selección sexual la mayoría de las características sexuales secundarias, tales como la fortaleza corporal, la presencia de vello en diferentes regiones del cuerpo, etc. Estas características se fijan, según él, por la competencia que se establece entre los machos por las hembras o por las preferencias de éstas respecto de los machos.
El libro fue publicado, desde luego, por John Murray y salió a la luz pública en febrero de 1871, después de un tedioso proceso de corrección de pruebas de imprenta por parte de Charles, ayudado por su hija Henrietta. Para sorpresa de Charles la recepción del libro por la crítica resultó mucho más favorable de lo que él esperaba. Habían pasado ya más de diez años desde la publicación de El origen, lapso en el que las ideas evolucionistas habían empezado a filtrarse más profundamente no sólo en el ambiente académico sino incluso en el social de la Gran Bretaña y de gran parte de Europa. Muchas de las agudas aristas de la resistencia académica a las ideas evolutivas habían empezado a erosionarse por el efecto de la razón y de la discusión. El libro fue inmensamente popular entre las damas de sociedad, quienes lo compraban y lo leían furtivamente, sobre todo los capítulos que se referían a la selección sexual, sin atreverse desde luego a mencionarlo como tema de conversación social. Si el medio académico había disminuido sensiblemente su resistencia y sus críticas acerca de las ideas evolucionistas de Darwin y Wallace, el medio religioso estaba profundamente resentido y mantenía latente un poderoso antagonismo hacia Darwin. Tanto, que el veto de la Iglesia anglicana fue la razón principal por la que Charles nunca recibió el reconocimiento oficial de la Corona británica mediante el título de Sir, como lo recibieron Joseph Hooker en 1876, Charles Lyell muchos años antes que él, y después varios de sus hijos. Y no fue que le faltaran reconocimientos, pues posiblemente Darwin es uno de los científicos que ha recibido más distinciones en vida de asociaciones e instituciones académicas, tanto de su país como en especial del extranjero.
Los años postrimeros de Charles transcurrieron con una incidencia notablemente menor de los achaques de salud que lo asediaron desde su cambio de casa a Down. Coincidentemente ésta fue la época en que Charles se sintió liberado de las presiones y las angustias que la opinión acerca de sus libros le habían causado. Después de La descendencia del hombre Charles publicó La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, un librito que fue inmensamente popular, en que describe tanto sus observaciones del desarrollo emocional de sus hijos como numerosos datos sobre el comportamiento de animales, domésticos y silvestres. En este libro Charles usó por primera vez la fotografia para ilustrar algunos aspectos de la expresión de los animales domésticos. El libro se vendió tan bien (9 000 ejemplares en el primer año) que Charles tuvo que pagar, por primera vez en su vida, y con profunda molestia, impuestos por sus ganancias.
Fascinado por el comportamiento y la fisiología de las plantas insectívoras, tanto las de su país (v.g. Drosera rotundifolia y Sarracenia purpurea) como las que le enviaban, vivas o preservadas, de otros países, Charles cultivó muchas de ellas en un pequeño invernadero que había mandado construir en Down, y realizó con ellas experimentos en los que alimentaba a las plantas no solamente con insectos, sino también con diferentes mezclas de carne de res molida, para observar la velocidad de digestión y absorción de la proteína animal. Como resultado escribió un nuevo libro, Las plantas insectívoras, que fue también publicado por Murray en 1875.
En la tercera semana de febrero de 1875, Charles recibió la noticia de la muerte de quien había sido su ídolo e inspiración, no solamente en el inicio de su vida científica sino a lo largo de toda ella: Charles Lyell. Éste murió el día 22, después de varios meses de enfermedad y depresión que siguieron a la muerte de su esposa Mary en abril de 1873. La dolorosa noticia lo hizo ver hacia el futuro y considerar la posible proximidad del mismo trance para él.
Como resultado de su trabajo en el invernadero de Down, publicó también, en 1876, Los efectos del cruzamiento y la autofecundación en el reino vegetal. En ese mismo año un editor alemán le solicitó que escribiera una relación de su vida, lo cual atrajo su atención y se dedicó por un breve periodo de cuatro a cinco semanas a escribir su Autobiografía, con el mayor candor y sencillez posible. Mientras otros personajes han escrito una larga y pomposa introducción que antecede al relato de sus vidas, Charles dedicó sólo 13 renglones (ñmenos de 150 palabras!) a introducir su autobiografía.
El manuscrito de su Autobiografía fue prestado al editor alemán sólo para que citase pasajes del mismo; la obra como tal fue publicada primeramente como parte del libro que Francis, el séptimo hijo de los Darwin, preparó bajo el título de La vida y la correspondencia de Charles Darwin, y que Murray publicó en 1887. Nuevamente, el último párrafo de su autobiografía refleja en forma excepcional su carácter, a la vez humilde y honesto, pero con una idea clara de lo que con su obra había logrado:
En consecuencia, mi éxito como hombre de ciencia, cualquiera que éste haya sido, fue determinado, hasta donde yo puedo juzgar, por una serie de complejas y diversificadas condiciones y cualidades mentales. De éstas, las más importantes han sido: el amor por la ciencia, una paciencia, limitada para reflexionar largamente sobre cualquier tema, industriosidad en la observación y recolección de hechos y una buena dosis de inventiva y de sentido común. Me resulta sorprendente entonces, que con tan moderadas habilidades haya yo podido influir en grado considerable en los puntos de vista de los hombres de ciencia acerca de algunos puntos importantes.
Un año después, en 1877, Charles terminó y publicó un nuevo libro sobre Las diferentes formas de flores en plantas de la misma especie. En 1879 publicó una biografía de su abuelo, La vida de Erasmus Darwin, e inició un minucioso trabajo sobre el movimiento de las plantas, que publicó en 1880 bajo el título de La facultad del movimiento en las plantas. La fisiología vegetal capturaba cada vez más su atención e interés, por lo que se internó también en el estudio de la estructura y el funcionamiento de los cloroplastos, las estructuras celulares que posibilitan el proceso fotosintético en las plantas.
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