EL ÚLTIMO PASEO POR EL SENDERO DE ARENA
Charles consumió una buena parte de la segunda mitad de 1880 en la redacción del manuscrito de un nuevo libro sobre la biología y el papel de los gusanos de tierra en la formación de humus. La casa de los Darwin estaba llena de frascos de todos tamaños con tierra de diferentes lugares, en los que crecían innumerables gusanos. Con frecuencia, Emma tenía que pararse en seco al caminar por la casa para no aplastar algún gusano que se había salido de su frasco para arrastrarse por los alrededores. Incluso el gran piano de Emma era usado por Charles como repisa para colocar sus frascos, particularmente cuando quería probar el efecto de las vibraciones producidas por los sonidos del piano en la capacidad de respuesta de los gusanos. El nuevo mayordomo de los Darwin se limitaba a alzar las cejas y a menear la cabeza al ver a su patrón darles serenata a unos humildes gusanos de tierra.
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Al terminar su manuscrito sobre La formación de humus por medio de la acción de los gusanos y observaciones sobre sus hábitos, a fines de abril de 1881, Charles tomó un descanso. De nuevo su salud le falla, solamente que ahora siente que su malestar tiene un origen muy diferente del de los anteriores. En agosto viajó a Londres acompañado de Emma para visitar a su hermano Erasmus, quien no pudo levantarse de la cama para atenderlos en grande, como había sido siempre su costumbre. Aunque muy débil, Ras, como Charles lo había llamado toda su vida, estaba de buen humor y conversó largamente con su hermano. Dos semanas después de regresar a Down, Charles recibió el 26 de agosto un telegrama en que se le anuncia el deceso de Erasmus. Esta fue para Charles la pérdida de una amarra más que unía su vida a un mundo del cual ya bordeaba sus confines. Hizo los arreglos necesarios para transportar el cuerpo de su hermano y enterrarlo en Down, en la iglesia cerca de su casa, pues quería poder saludarlo cada día al pasar cerca de él.
Murray publicó su libro sobre gusanos de tierra en octubre; la obra fue acogida con gran curiosidad y entusiasmo por los lectores, quienes compraron cerca de 5 000 ejemplares del mismo en el primer año de su publicación. Los gusanos de tierra se convirtieron, por así decirlo, en la comidilla del día entre la sociedad británica en 1881 ...
Los síntomas de la enfermedad de Charles se intensificaron en frecuencia, pero él trató de seguir llevando una vida lo más normal posible, lo cual significaba estar plenamente ocupado en algún tipo de investigación. Por lo tanto, continuó sus observaciones sobre la fisiología de las raíces de las plantas y los cloroplastos.
Estaba por terminar el invierno de 1881-1882. Charles tuvo que pasar varios días sin poder salir de casa para hacer su rutinario paseo por el jardín; esto y la inactividad académica, lo tenían de mal humor. El martes 7 de febrero Charles decidió que el clima y su salud habían mejorado lo suficiente y se incorporó del gran sofá de la sala en que acostumbraba tumbarse para leer su correspondencia todos los días, de 9:30 a 10:30 de la mañana. Con ciertos trabajos se puso el nuevo abrigo de piel que le regalaron sus hijos tres navidades antes, además de su gran sombrero de fieltro negro y se echó sobre los hombros el viejo chal que usaba durante el invierno, incluso dentro de casa. Abrió la ventana de estilo francés que daba al jardín, y de inmediato Polly, su fox-terrier, llegó festivamente corriendo a su lado para acompañarlo, como era la costumbre. El césped estaba húmedo y frío. Arrastrando un poco los pies Charles se dirigió a la vereda de arena que había mandado construir en forma de largo circuito, unos pocos años después de que adquirió la casa de Down. Las caminatas por la vereda eran la terapia más efectiva para despejar su mente e inspirarse acerca de cómo resolver algún problema que encaraba. Dependiendo de la magnitud de éste, Charles daba más o menos vueltas al circuito. Era también el lugar en el que discutía con su esposa y con sus mejores amigos los problemas comunes, en interminales ejercicios de peripatetismo. ñCuántos kilómetros había paseado ahí en círculo con Emma, Hooker, Lyell, Huxley y Wallace! El frío viento le rozó la cara e hizo que su pensamiento volase como una hoja caída del árbol.
Recordó a sus amigos: Hooker, que después de la prematura muerte de su esposa Frances, la hija de John Henslow, se casó con una viuda y acababa de tener un hijo. Su trabajo al frente de los Jardines de Kew era admirado y respetado por todos y ocupaba la posición más alta en la botánica, tanto en el país como en el extranjero. Huxley seguía activamente estimulando el progreso de la ciencia en la Gran Bretaña e impulsando la creación de museos de ciencias y la difusión del conocimiento destinadas al público en general. Wallace, ya casado y con dos hijos, tenía serios problemas económicos para mantenerse de lo que ganaba con sus publicaciones científicas, por lo que Charles, en compañía de otros amigos, gestionó que el gobierno británico le concediese una pensión vitalicia por sus servicios a la ciencia. En los últimos años, Wallace se había dedicado al espiritualismo y empezaba a desarrollar ideas peculiares en contra de las prácticas de la vacunación. Esto era algo que Charles no alcanzaba a comprender.
Con una sacudida de cabeza para deshacerse de los pensamientos que lo transportaban lejos de Down, Charles reinició sus pasos hacia la vereda de arena. Polly, que estaba echada en el suelo mientras su amo se detenía a divagar, empezó a trotar junto a él. Al llegar a la vereda Charles golpeó contra la arena sus zapatos que estaban saturados del rocío que cubría el césped. El crujir de la arena bajo sus pies lo reconfortaba siempre; sentía como si estuviese en íntimo contacto físico con la naturaleza.
Habría caminado unos cincuenta pasos cuando de pronto sintió como si una mano, desde el interior de su pecho le apresaba el cuello, ahogándolo. Charles separó las piernas apoyándose sobre su bastón para obtener mejor soporte. La presión ahora se extendía a todo el pecho. Abriendo la boca para aspirar profundamente Charles se dio vuelta; no podía seguir adelante, tenía necesidad de volver a la casa y tenderse sobre el sofá. Polly, zarandeando la cola, daba vueltas entre sus piernas, como si tratase de ayudarlo guiándolo hacia la casa. Con paso trastabillante Charles regresó a la sala de la casa y apenas tuvo fuerza para acercarse al sofá; casi había perdido el conocimiento antes de tenderse pesadamente en él.
Su nuevo médico, Sir Andrew Clark, lo visitó la mañana siguiente después de recibir un alarmante aviso de Emma. Clark auscultó a Charles y simplemente recomendó que siguiesen el tratamiento que le había prescrito un par de meses antes. Las visitas de los colaboradores de Clark reanimaron un poco a Charles, quien en las dos siguientes semanas experimentó una notable mejoría. Pero el corazón de Charles no daba para más. Después de varias crisis que lo habían confinado a la cama, Charles yacía casi inconsciente rodeado de su familia. Emma lo tomaba de la mano, con los ojos saturados de lágrimas que se agolpaban, sin escapar, pues no quería que Charles la viera llorar; asimismo lo acompañaba su hijo Francis, quien había decidido no ejercer la carrera de médico que había estudiado y le había servido como secretario y asistente en sus experimentos durante los últimos años de su vida. Estaban también a su lado sus hijas Elizabeth y Henrietta; esta última había viajado el día anterior desde Londres, donde vivía con su marido.
El 19 de abril, un miércoles, apenas cuando la primavera de 1882 empezaba a revivir con la caricia de su mano tibia la naturaleza latente de Down, Charles Darwin expiró. Volvía a la naturaleza cósmica, una naturaleza a la que como nadie había contribuido a entender. La familia Darwin deseaba que Charles fuera sepultado tranquilamente y sin mayores ceremonias en Down, junto a su querido hermano Ras y sus hijos Mary Eleanor y Charles Waring. John Lewis, el carpintero de Down , había ya construido un ataúd que, de acuerdo con las instrucciones de Charles, debería ser de madera burda, sin pulir, ni cepillar o barnizar. No obstante, las amistades y conocidos de la familia, encabezados por su vecino de Down, John Lubbock, hicieron la petición de que el cuerpo de Charles fuese sepultado en la abadía de Westminster, que era el más grande honor para un británico. La petición fue aprobada por el abad, quien se encontraba de viaje, y así, el 29 de abril de 1882, una semana después de la muerte de Darwin, se inició una solemnísima ceremonia como todas las que ocurrían en la abadía. El organista principal de Westminster compuso para la ocasión un himno funerario inspirado en versículos del Libro de los Proverbios, que se iniciaba en la forma siguiente: "Feliz es el hombre que encuentra la sabiduría y hace que se entienda... " A la ceremonia asistieron personalidades del mundo intelectual y diplomático; el cuerpo de Charles fue llevado hasta su última morada, entre otros, por sus amigos más cercanos: Hooker, Huxley y Wallace. Ahí ocupó un lugar al lado de la tumba de otro genio revolucionador del pensamiento humano: Isaac Newton.
Al salir de la abadía, acompañado de su joven esposa, Sir Joseph Hooker volvió la cabeza hacia la monumental entrada del edificio y recordó un párrafo de una carta que Darwin le había mandado pocos años antes de su muerte y que constituía la expresión del más puro espíritu de Charles Darwin, su maestro:
Si hubiese podido vivir 20 años más y fuera capaz de trabajar, ñcómo habría de modificar El origen y los puntos de vista contenidos en él! Bien, al menos es un principio, y eso ya es algo...
6 Colin Patterson, Evolution, Londres, British Museum (Natural History), 1978.
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