SIN EMBARGO ...

El ambiente fisico y bíótico en el que viven los organismos es esencialmente variable, no sólo de un lugar a otro sino también en el tiempo. Las características que hacen a un individuo adaptado frente a determinadas condiciones ambientales pueden resultar inadecuadas ante condiciones diferentes. Las escalas temporal y espacial de esta variabilidad ambiental son enormes. Regiones del territorio de nuestro país, como la mayor parte de la Sierra Madre Oriental, estuvieron cubiertas por el mar en periodos tan "recientes" como hace unos 120 millones de años o menos; la porción superior de la península de Yucatán al norte de Mérida estaba sumergida hace no más de unos cuantos millones de años. Durante la última glaciación, hace unos 40 mil años, la temperatura media anual del valle de México era de 4 a 5.5 ñC más baja que la actual, de manera que se hubiera podido esquiar regularmente todos los inviernos en las montañas aledañas al Distrito Federal. La contaminación atmosférica de la ciudad de México ha modificado tan profundamente las condiciones de los bosques alrededor del Ajusco, que algunas especies de plantas se han reducido en número y otras incrementado. Las heladas de un invierno más intenso que otro matan a ciertas plantas de la misma especie en un jardín y no a otras. De igual manera, la escala de variación espacial es enorme, desde la evidente y conocida comprobación de que el clima de Tapachula es muy diferente del de Mexicali, hasta la de los distintos crecimientos de dos plantas situadas en diferentes partes de un pequeño jardín. Llevando esta idea a un extremo, no hay en la naturaleza dos "trozos" de ambiente que sean idénticos. Como consecuencia de esta variabilidad ambiental, ninguna especie presenta una distribución homogénea en este planeta; todas tienen una distribución que podemos calificar de "agregada", es decir, de mayor concentración en ciertas áreas y escasa o nula en otras. Incluso la especie humana, quizá la más ampliamente distribuida de todas gracias a su ingenio tecnológico, sigue ese patrón agregado de distribución, con altas concentraciones en ciertas áreas y escasa o nula población en otras, como en el Ártico, las grandes zonas desérticas, etcétera.

Como consecuencia de lo anterior, también podemos afirmar que no hay tal cosa como "el individuo mejor adaptado" o "las características o atributos más adecuados". El ambiente físico y biológico en el que viven las especies está en constante cambio; a veces este cambio es errático y sin tendencia aparente, como puede ocurrir en especial en las pequeñas escalas temporales y espaciales. A veces el cambio ambiental presenta una tendencia, como ocurre en las grandes escalas temporales y espaciales; ejemplo de esto último son los procesos que llevan hacia una época de glaciación o a la emersión de masas continentales. La variabilidad temporal o espacial del ambiente establece "reglas del juego" que determinan diferentes elementos de selección o diferentes intensidades de dichos elementos. Esto causa que los individuos que bajo ciertas condiciones eran favorablemente seleccionados por tener mayor sobrevivencia o tasa de reproducción sean, en una nueva condición ambiental, sobrepasados por otros mejor adaptados a las nuevas condiciones ambientales. La variabilidad ambiental es la causa más importante de la conservación de la variabilidad y diversidad biológica de los organismos. Pero como esa variabilidad ambiental es aleatoria, sus efectos selectivos sobre el contingente genético de una población, que también está constituido aleatoriamente, no tienen un destino o un designio prefijado. Ni la selección natural ni, en consecuencia, el proceso de evolución orgánica tienen una meta o un propósito final. Se trata de un proceso abierto y constante en el que si existiese alguna "meta" para las especies, sería la de permanecer por el mayor tiempo posible en dicho proceso.

En este contexto, la influencia del pensamiento lyelliano y la información geológica y paleontológica reforzaron el conjunto de los principios de la teoría de la selección natural. Los fósiles, a pesar de la imperfección de su registro, eran una prueba de las proposiciones de Darwin. Pero para que los sutiles cambios que Darwin proponía como la base de la transmutación de las especies se fuesen acumulando en cantidad suficiente para producir organismos marcadamente diferentes, se requería de una dimensión temporal enorme en la que el proceso de la evolución orgánica se hubiese desarrollado. Ya sabemos que Darwin hizo cálculos al respecto, pero sus cifras de unos 400 millones de años, aunque mayores que los cálculos disponibles en su tiempo, resultaban insuficientes. Las técnicas de fechado de rocas y fósiles con que se cuenta desde hace un par de décadas han permitido no solamente tener una idea más precisa de la dimensión de la historia terrestre, cuyo origen se remonta a por lo menos 5 000 millones de años, sino también ubicar con mayor precisión las diferentes épocas y estratos geológicos y comprender mejor las relaciones y líneas de evolución de los diferentes organismos presentes en dichos estratos.

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