EP�LOGO

Los frescos del convento de Malinalco est�n deteriorados tanto por los a�os como por la acci�n humana. Afortunadamente, las autoridades han emprendido su restauraci�n, por lo que en el futuro podremos admirarlos tal y como eran en el siglo XVI. Las comunidades biol�gicas tambi�n est�n siendo deterioradas profundamente por la actividad humana. En nuestro pa�s, tal deterioro se realiza a una velocidad y con una efectividad pavorosas. Nuestras selvas altas (como la selva lacandona), las comunidades terrestres m�s complejas, se han reducido a un 5% de la superficie que cubr�an hace 50 a�os. Los bosques mes�filos, peque�as comunidades de bosque de monta�a en donde se encuentran much�simas de las especies animales exclusivas o end�micas de M�xico, tambi�n han reducido su superficie considerablemente y se encuentran amenazados con la desaparici�n. Las cact�ceas de nuestros desiertos se explotan por encima de toda posibilidad de recuperaci�n con el fin de exportarlas al extranjero, donde algunas especies alcanzan valores alt�simos. El estilo de agricultura que se apoya oficialmente, incluso en los tr�picos, y que es importado en paquete de los pa�ses templados, se basa en la explotaci�n de grandes superficies de comunidades supersimplificadas; la diversidad original se reduce al m�nimo y luego se mantiene baja mediante fertilizantes (los cuales, de manera parad�jica, abaten el n�mero de especies al aumentar la productividad de unas pocas dominantes), insecticidas, herbicidas, fungicidas, nematicidas, etc�tera.

Los costos econ�mico, biol�gico y social de actuar en contra de los procesos naturales son muy altos: pagamos en dinero, al tener que utilizar cada vez mayores cantidades de insumos (fertilizantes, pl�guicidas, etc.) para mantener la productividad al menos en los niveles previos; pagamos un costo social, al despojar a los campesinos de su ancestral cultura agr�cola, la cual podr�a proveer las soluciones, o el germen de ellas, a los problemas de la explotaci�n sostenida de los ecosistemas complejos; tambi�n se paga un costo social elevado al desarraigar a comunidades enteras cuando se sustituye la explotaci�n intensificada, por ejemplo, de las selvas, por la extensificada de grandes extensiones ganaderas mantenidas por unos pocos individuos asalariados; adem�s, pagamos costos ecol�gicos y sociales al generar los problemas de contaminaci�n, deforestaci�n, erosi�n, envenenamiento de acu�feros, etc., asociados con nuestro modelo de desarrollo agr�cola. En fin, pagamos y pagaremos el costo ecol�gico derivado de la extinci�n de especies cuyo valor cultural y econ�mico es imposible de cuantificar; de la p�rdida de comunidades biol�gicas complejas y �nicas; de la depauperizaci�n general de la naturaleza privilegiada que sirvi� de marco al desarrollo de nuestras culturas mesoamericanas.

Las obras de arte ind�gena y colonial, sus edificios, esculturas, frescos, etc., a menudo pueden restaurarse o reponerse. Con los sistemas naturales por lo general ocurre lo contrario. Es factible sembrar pinos en zonas deforestadas, pero recuperar la mara�a de relaciones y especies originales puede ser casi imposible en aquellos ecosistemas tropicales complejos como las selvas o los bosques mes�filos, e inclusive en comunidades aparentemente sencillas, como los matorrales des�rticos. En un sentido muy real, cuando se las explota extensiva e irracionalmente, estas comunidades complejas son recursos naturales no renovables. Jam�s nadie (aunque en Costa Rica se va a hacer un intento, con un presupuesto de varios millones de d�lares) ha "reforestado" una selva intentando recuperar la comunidad original. En nuestro pa�s ya hay demasiadas regiones que requerir�an tales esfuerzos de "restauraci�n". De no modificarse en forma radical la manera en que se explotan los recursos naturales en M�xico, en un futuro amenazadoramente cercano nos vamos a ver en la necesidad de inventar modos de recuperar, si eso fuera posible, el suelo, el agua y las relaciones ecol�gicas que constituyen la base material que sustenta nuestra sociedad.

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