III. DEGRADACI�N Y DESTRUCCI�N DE ECOSISTEMAS

HAY diferentes grados de alteraci�n de las comunidades naturales que constituyen un ecosistema, que van desde la simple explotaci�n de algunos de sus recursos vegetales y animales que conduce a cambios en las densidades demogr�ficas de las especies explotadas, hasta la radical destrucci�n de las comunidades y del suelo en que �stas se desarrollan, como ocurre en los casos m�s extremos de erosi�n.

La pir�mide tr�fica que caracteriza a un ecosistema puede ser muy f�cilmente alterada o modificada sin que a primera vista se aprecie un da�o sobre la comunidad viviente, pero a la larga los efectos pueden aparecer y modificar la estructura de las comunidades. Un ejemplo muy citado de lo anterior es el caso del bosque de encinos, en el que existe una poblaci�n de ardillas que utiliza una parte de las bellotas (semillas producidas por los encinos) en su alimentaci�n, y existe tambi�n una poblaci�n de halcones que utiliza a las ardillas como fuente principal de alimento. Supongamos que la cacer�a de los halcones, cuya posici�n en la pir�mide tr�fica determina que su n�mero sea relativamente peque�o, causa una fuerte disminuci�n de su n�mero en el bosque. Esto tendr� como consecuencia que las ardillas incrementen su n�mero al disminuir su mortalidad y esto a su vez causar� un incremento en la mortalidad de semillas de los encinos y por lo tanto una reducci�n en su capacidad de regeneraci�n. A la larga, los encinos podr�an verse gradualmente sustituidos por otras especies de �rboles cuyas semillas no son apetecidas por las ardillas o que las produzcan en mayor n�mero que los encinos originales. De esta manera la modificaci�n gradual de una comunidad se dio por el simple hecho de alterarse la composici�n de su pir�mide tr�fica (Figura 6).

 

Figura 6. Estructura de una pir�mide tr�fica en un ecosistema terrestre �rido. (a) Plantas fotosint�ticas, (b) herb�voros, (c) omn�voros y carn�voros, (d) carro�eros.

Esto mismo puede ocurrir dentro de cualquier otro ambiente natural, y de hecho est� ocurriendo continuamente sin que las personas interesadas en la ecolog�a tengan suficientes elementos para interpretar estos cambios por falta de estudios prolundos. De hecho ya son pocos los lugares en los que no se presente la influencia de alg�n agente ambiental inducido por el hombre que est� causando una gradual modificaci�n y empobrecimiento de las comunidades naturales.

Analizaremos a continuaci�n algunos de estos agentes de cambio.

FUEGO

Para que en una comunidad natural exista la posibilidad de que se presenten fuegos recurrentes (es decir, que ocurren con cierta regularidad cada cierto tiempo) deben reunirse los siguientes requisitos: 1) que exista una clara alternancia entre la estaci�n h�meda y la seca, ya que en lugares permanentemente h�medos el fuego no se propaga; 2) que durante la estaci�n de crecimiento vegetal se genere suficiente material org�nico combustible; 3) que la cubierta vegetal tenga la continuidad necesaria para que el fuego se propague horizontalmente. Muchas comunidades naturales, ya sean bosques, matorrales o praderas presentan estas caracter�sticas y son por lo tanto susceptibles de incendiarse. Adem�s de las anteriores condiciones, es necesario que exista un agente que provoque la ignici�n que da origen al fuego.

Antes de la aparici�n del hombre ocurr�an fuegos naturales inducidos por el efecto de tormentas el�ctricas en ausencia de precipitaci�n pluvial, o por otros agentes mucho m�s improbables como las erupciones volc�nicas. Despu�s de la colonizaci�n humana, casi en cualquier lugar del planeta, el fuego se convierte en un disturbio recurrente que ha modificado el paisaje de extensas regiones.

Los agricultores y pastores han utilizado al fuego con varios prop�sitos, como la limpieza de los terrenos reci�n desmontados para la agricultura, la eliminaci�n de residuos agr�colas, la eliminaci�n de la vegetaci�n con fines de destrucci�n de malezas, plagas y animales peligrosos y la quema de los pastizales para favorecer el desarrollo de renuevos verdes para el ganado y para la cacer�a, ya que el fuego puede facilitar el acorralamiento de animales en zonas restringidas o la salida de algunos de ellos de sus guaridas. El fuego es por lo tanto un instrumento importante de la colonizaci�n y expansi�n del hombre sobre la Tierra, pero esto ha tenido consecuencias en la generaci�n de paisajes que difieren de lo que originalmente exist�a. Una prueba de lo anterior es el hecho de que ciertas praderas comienzan a cubrirse de �rboles tan pronto como los fuegos peri�dicos son interrumpidos.

Muchas plantas y animales est�n adaptados a sobrevivir o tolerar en cierta medida los fuegos recurrentes. En el caso de las plantas, �stas tienen �rganos de perennaci�n subterr�neos que sobreviven al incendio o cortezas gruesas y de dificil combusti�n y yemas de crecimiento cubiertas por envolturas de hojas verdes protectoras. Los animales tienen un ciclo de vida adaptado a los ciclos del fuego o pueden huir o resguardarse de los incendios en guaridas subterr�neas. Estas plantas y animales son los que predominan en los lugares que se queman con regularidad, pero no sabemos a ciencia cierta los efectos que el fuego ha causado en la determinaci�n de la fisonom�a actual de muchas comunidades supuestamente naturales y en su composici�n de especies.

En M�xico hay fuegos recurrentes frecuentes en grandes extensiones del pa�s, que son f�ciles de apreciar principalmente en la temporada seca. Algunos datos muestran la importancia de este factor en el deterioro del ambiente.

Los bosques de con�feras y pino-encino son actualmente los m�s extensos de la Rep�blica, y cubren el 15% aproximadamente de la superficie del territorio. La mayor�a de estos bosques sufren fuegos frecuentes que son de tres tipos: rasantes, en los que se quema principalmente la hojarasca; de copas, en los que los �rboles se incendian tambi�n, y totales, en los que tambi�n desaparece del suelo parte de la materia org�nica en descomposici�n. Los m�s frecuentes son del primer tipo, y los t�cnicos forestales no les confieren mucha importancia pues incluso se piensa que tienen efectos ben�ficos para la conservaci�n del bosque, como la eliminaci�n de �rboles competidores de los pinos y el favorecimiento de la vegetaci�n herb�cea que sirve de alimento a la fauna silvestre herb�vora. Sin embargo, las cosas no son tan simples, ya que grandes extensiones de bosques han sufrido da�os por las pr�cticas de extracci�n de ocote y resina que hacen m�s susceptibles a los �rboles de quemarse. Los fuegos tambi�n se han asociado con el empobrecimiento del n�mero de especies vegetales que forman los bosques, y en algunos casos con la diseminaci�n de plagas. Aunque la mayor parte de los incendios de bosques de pinos en M�xico son rasantes, sus consecuencias pueden ser muy importantes sobre la composici�n del bosque. Un estudio realizado en Michoac�n (P�rez-Ch�vez, 1981) muestra que en condiciones de bosque deteriorado por el pastoreo, el ocoteo y el resinado, los incendios son responsables de la diseminaci�n m�s eficiente de par�sitos descortezadores del grupo de los escol�tidos. El da�o que �stos ocasionan a las diferentes especies de pinos es variable, siendo m�s susceptible Pinus leiphylla y menos su ceptible Pinus michoacana y las dem�s especies que ocupan posiciones intermedias. As�, el fuego puede llegar a determinar a la larga la composici�n del bosque y la desaparici�n de algunas especies.

Seg�n c�lculos de la Secretar�a de Agricultura y Recursos Hidr�ulicos, existen estados de la Rep�blica donde hasta el 40% de la superficie arbolada puede verse afectada por incendios rasantes en un a�o seco. Algunos de estos incendios se propagan a las copas y al suelo dando lugar a la total destrucci�n de la comunidad, dependiendo de la cantidad de materia org�nica combustible acumulada y del grado de deshidrataci�n de �sta. Algunos fuegos rasantes, al reducir la cantidad de material combustible, pueden evitar que m�s adelante se pueda producir un incendio de copas o total, de manera que los fuegos rasantes son frecuentemente utilizados como una pr�ctica de manejo de los bosques de pinos por los t�cnicos forestales de los Estados Unidos y otros pa�ses.

Los bosques de con�feras han desaparecido en una superficie equivalente al 50% de su probable �rea original. Puede decirse que actualmente casi toda la extensi�n de bosques de con�feras del pa�s tiene una fisonom�a profundamente afectada por el fuego y en muchos casos el pastoreo y la explotaci�n de madera, le�a y carb�n. De esta manera, podemos considerar que al contemplar uno de estos bosques no estamos en absoluto ante una comunidad pr�stina, por m�s hermosa que �sta parezca, sino ante un conjunto profundamente marcado por la acci�n humana.

Los fuegos tambi�n afectan comunidades en las que, en condiciones naturales, �stos ser�an muy improbables; por ejemplo, algunas selvas se ven afectadas por los fuegos que escapan del control de los agricultores que practican quemas con fines de desmonte, de manera que el fuego tambi�n ha contribuido en forma directa a la radical disminuci�n que los bosques y selvas h�medas han sufrido en el pa�s. Su efecto en los desiertos no es tan grave, ya que la falta de continuidad de la cubierta vegetal y la presencia de plantas suculentas en estas zonas impide su propagaci�n horizontal.

Actualmente muchos de los fuegos m�s destructivos son el resultado de descuido o de actos de vandalismo de residentes citadinos que ocasionalmente viajan al campo. Como ejemplo de esto pueden mencionarse datos sobre las causas de los incendios reportados en el estado de Chihuahua (Garc�a-Villafr�n, 1985): 32.2% fueron originados por fogatas descuidadas, 20.4% por fumadores, 3.4% por incendiarios. Otros factores fueron las rozas, la quema de pastos, etc., y s�lo el 4.6% fue originado por descargas el�ctricas naturales.

El fuego tambi�n tiene efecto sobre la fertilidad del suelo, ya que permite la liberaci�n de ciertos nutrientes y la volatizaci�n de otros, cambiando as� las condiciones de fertilidad del lugar que afecta. Los incendios tambi�n modifican la composici�n de la flora y la fauna que va a desarrollarse en el sitio quemado, al hacer desaparecer ciertas semillas y provocar la germinaci�n de otras o quemar cierto n�mero de huevos o formas larvarias de animales sin afectar a otros.

A�n queda mucho por conocer y estudiar acerca de los efectos del fuego en los diferentes medios ambientes de M�xico.

ALTERACI�N DE LA CUBIERTA VEGETAL

La eliminaci�n total o parcial de la cubierta vegetal (ya sea con el prop�sito de explotar los recursos naturales o de abrir nuevas tierras para uso agr�cola o pastoril) es una pr�ctica fundamental en la acci�n colonizadora del hombre. Existen estudios realizados en Nueva Inglaterra (Estados Unidos) y Gran Breta�a que muestran que regiones que actualmente son extensos bosques en �pocas anteri res estaban casi totalmente deforestadas y en uso agr�cola o pastoril (The Harvard Forest Models, 1975), de manera que la tala es otro antecedente del desarrollo de la fisonom�a de las actuales comunidades naturales en muchas regiones del mundo. En M�xico tenemos el ejemplo cl�sico de la civilizaci�n maya, de la que se encontraron numerosas ciudades enclavadas en terrenos cubiertos por selvas cuando estas zonas arqueol�gicas fueron descubiertas. Es l�gico pensar que parte de esta selva hab�a sido talada y se recuper� despu�s del abandono de las ciudades (Figura 7). Actualmente ya no se da tan frecuentemente la recuperaci�n de la vegetaci�n original. Lo que ha sido talado o alterado permanece as� indefinidamente por diversas razones, dando tal vez lugar al desplazamiento definitivo de la flora y la fauna original que poblaba el lugar. Esto va a depender del grado de deterioro que sufra el suelo y de la cercan�a de zonas de comunidades naturales que puedan aportar elementos flor�sticos y faun�sticos colonizadores al �rea talada cuando �sta deje de ser utilizada por el hombre.

Figura 7. Esquema de una sucesi�n o repoblamiento gradual de una zona, hasta la regeneraci�n de la comunidad viviente original a partir de un campo de cultivo abandonado, cuando existe a�n el germoplasma necesario para que reaparezcan las especies originales de la comunidad.

En relaci�n con la presi�n demogr�fica de cada regi�n, el proceso de sustituci�n de las comunidades naturales por zonas alteradas para la agricultura y la ganader�a se inicia generalmente en las �reas que presentan el mayor potencial productivo. Estas �reas son generalmente terrenos planos, de suelos profundos, en las vegas de los r�os, o zonas que tienen buenas posibilidades de conservar la humedad. Cuando la presi�n demogr�fica aumenta, se comienza a utilizar terrenos de potencial agr�cola m�s limitado, situados en pendientes y m�s susceptibles al deterioro; �ste ser� mayor o menor dependiendo del grado de desarrollo que los agricultores hayan alcanzado en relaci�n con las pr�cticas agr�colas apropiadas para esas condiciones de uso del suelo.

Bajo presi�n demogr�fica fuerte, comienzan a utilizarse terrenos no aptos para la explotaci�n agr�cola o el pastoreo, lo que da lugar al r�pido deterioro de las condiciones de esos suelos y a una corta duraci�n de su capacidad productiva, lo que obliga a sus pobladores a desplazarse hacia otros lugares igualmente inapropiados o aun peores.

El proceso anteriormente descrito puede tambi�n ser consecuencia de la estructura social del grupo humano poblador del �rea y no s�lo de su n�mero; por ejemplo, las clases altas m�s poderosas de la sociedad pueden tomar posesi�n de las mejores tierras, desplazando a las clases bajas hacia las tierras m�s pobres e improductivas. De esta manera, la distribuci�n desigual de la riqueza generada por la tierra incrementa a�n m�s esta desigualdad social, lo que indudablemente ha sido una de las causas del deterioro del medio ambiente natural m�s importantes, ya que una parte considerable de la poblaci�n se ve obligada a hacer uso de terrenos que no tienen condiciones apropiadas para ser explotados, o que requieren de t�cnicas de explotaci�n cuyo conocimiento y aplicaci�n no est� a su alcance.

TALA DE BOSQUES

La desaparici�n de la vegetaci�n arb�rea es la que resulta m�s f�cil de apreciar y evaluar como forma de deterioro de las comunidades naturales, ya que el paisaje cambia radicalmente sobre extensas �reas.

M�xico ha sufrido, a trav�s de los siglos, una radical disminuci�n de la superficie arbolada, tanto en bosques de altura como en las selvas de las planicies costeras. Antes de la colonizaci�n humana del territorio de M�xico su superficie arbolada posiblemente correspond�a a alrededor del 60% de la superficie total. Cuando llegaron los conquistadores, �sta posiblemente se encontraba cercana al 56% y en 1984 se hab�a reducido al 22% (Manzanilla, 1985). Este porcentaje incluye vegetaci�n arbolada profundamente deteriorada o etapas regenerativas de bosques destruidos que no pueden considerarse como vegetaci�n inalterada. S�lo en lo que va del siglo la p�rdida de la superficie arbolada se calcula en 18 000 000 hect�reas de bosques y 26 000 000 hect�reas de selvas, es decir, el 19% del total del territorio ha perdido su vegetaci�n arb�rea en menos de un siglo (Jardel Pel�ez, 1985).

No todos los bosques han sufrido este grado de deterioro. Las selvas c�lido-h�medas ocupan quiz� menos del 10% de su superficie original (Estrada y Coates Estrada, 1983).

Tambi�n los bosques latifoliados de niebla casi han desaparecido en muchos estados, pero no existen datos cuantitativos, ya que en este caso es dificil diferenciar un bosque natural de un cafetal con �rboles de sombra por medio de las fotografias a�reas que normalmente se usan en los inventarios forestales. En realidad estos inventarios no permiten visualizar con claridad el grado de deterioro de los bosques existentes, pues la clasificaci�n que se hace de �reas forestales muchas veces incluye �reas perturbadas, superficies arbustivas y �reas arboladas. Por ejemplo, respecto al Estado de M�xico, el Centro de Investigaciones de la Regi�n Central indica que del total de la superficie forestal de dicho estado, 41.2% corresponde a �reas perturbadas y 4.6% a superficies arbustivas (Islas-Guti�rrez, 1985).

Un buen ejemplo del efecto que el hombre ha causado sobre la vegetaci�n arbolada podemos verlo en el estado de Tlaxcala, del que se calcula que ten�a originalmente una superficie de 350 000 hect�reas de bosques. En 1949 ten�a s�lo 108 000 hect�reas y en 1978 tan solo 68 000 (Garc�a-Aguirre, 1986).

El mismo autor menciona que en M�xico, a�o con a�o, las causas principales de desaparici�n del bosque son: cambio de uso del suelo de forestal a agr�cola, que �l calcula en alrededor de 200 000 hect�reas al a�o, y los efectos de la explotaci�n legal y clandestina de los recursos forestales. Se calcula que los derribos clandestinos de �rboles para le�a y carb�n de consumo dom�stico suman alrededor de 15 000 000 m3 de madera al a�o para el consumo de 21 millones de mexicanos que todav�a utilizan este recurso como combustible. Este proceso de extracci�n clandestina tiene lugar incluso en �reas de bosque supuestamente protegidas; por ejemplo, en la reserva de la mariposa monarca, "El Campanario", se extraen a lomo de burro cargas de tejamanil, le�a y carb�n que corresponden a la madera producida por 80 hect�reas de bosque al a�o (Snook, 1985).

Los encinares se encuentran entre los bosques m�s afectados por la actividad humana, ya que estaban localizados en tierras de clima benigno, favorables para la agricultura. Los encinares fueron importantes proveedores de madera y carb�n durante un largo periodo de la historia de M�xico. Su superficie comprendi� probablemente alrededor del 5 al 6% del territorio nacional, y conten�a una importante diversidad de especies. Actualmente los encinares puros, bien desarrollados, han desaparecido casi totalmente y los encinos se encuentran con frecuencia asociados a los pinares.

Hoy en d�a, la mayor parte de las maderas preciosas tropicales proceden de desmontes, m�s que de explotaciones conservacionistas de la vegetaci�n forestal. Los tres estados principales que surt�an en 1978 al Distrito Federal de este tipo de maderas eran Quintana Roo, Chiapas y Campeche, los cuales prove�an el 92% del total de las maderas preciosas, mientras que Veracruz, San Luis Potos� y Tamaulipas aportaban m�s del 50% de las maderas tropicales corrientes. En estos �ltimos estados las maderas finas ya escaseaban (Herrera-S�nchez, 1980).

Las presiones demogr�ficas de las partes m�s densamente pobladas de M�xico, en la parte central del territorio, hicieron concebir al gobierno central planes para movilizar a la poblaci�n hacia el sureste del pa�s, zona en la que hasta mediados de este siglo a�n exist�an extensas selvas. La Comisi�n de Desmontes, creada en la d�cada de los setenta, se hizo cargo de abrir en s�lo cinco a�os 42 300 hect�reas de tierras a la colonizaci�n y cultivo para los nuevos inmigrantes, y propici� la multiplicaci�n del n�mero de pol�ticos millonarios que aprovecharon la oportunidad para explotar clandestinamente la madera derivada de los desmontes y obtener concesiones de terrenos ganaderos (Toledo y colaboradores, 1985). Algunos de los planes de desmonte y colonizaci�n m�s famosos fueron los de La Chontalpa y Balanc�n-Tenosique en Tabasco, Uxpanapa en Veracruz, Marqu�s de Comillas en Chiapas, y otros en Campeche. Muchas de estas acciones de desmonte no tuvieron el �xito esperado por lo que respecta a la producci�n agropecuaria, pues faltaron estudios adecuados del correcto uso del suelo en cada sitio. Lo �nico que ocasionaron fue un enorme desperdicio de recursos naturales que pudieron haber sido mejor explotados, adem�s de la casi total desaparici�n de las selvas h�medas en Tabasco y Veracruz y su considerable reducci�n en los dem�s estados.

Uno de los casos m�s dram�ticos de deterioro producido por el desmonte es el de la regi�n de Uxpanapa, pues esta zona tiene suelos pobres m�s apropiados para praderas ganaderas que para cultivos anuales, de manera que la regi�n que en su momento fue tomada como modelo de colonizaci�n agr�cola del tr�pico (lo cual condujo a la desaparici�n de m�s de 1 000 km² de selvas bien conservadas) no ha sido m�s que una soluci�n mediocre al problema de la productividad agr�cola (Ewell y Poleman, 1980). Un buen an�lisis de toda la problem�tica de la colonizaci�n del tr�pico mexicano fue realizado por Toledo y colaboradores en 1985.

No s�lo la tala total ocasiona el problema de deterioro de los bosques. Otras formas de explotaci�n aparentemente conservacionistas de estos recursos llegan a tener un efecto delet�reo sobre las comunidades. La extracci�n de resinas en los bosques de pino es una actividad de considerable importancia en M�xico incluso desde la �poca prehisp�nica, ya que varios grupos ind�genas utilizaron la resina con diferentes prop�sitos. En 1967, m�s de 25 000 000 de pinos en los estados de Michoac�n, Jalisco, M�xico, Puebla y Zacatecas estaban en producci�n (Mas Porras y Prado, 1981). En el caso particular del estado de Michoac�n, que produce m�s del 70% de la resina del pa�s, en 1980 exist�an 490 000 hect�reas de bosques resinables, es decir, el 50% de la superficie arbolada del estado, de las cuales estaban en explotaci�n m�s de 300 000. Ya para entonces se hablaba de un gradual deterioro de la productividad, que ser�a m�s marcado en los siguientes 10 a�os debido a la sobreexplotaci�n y falta de �rboles de talla explotable (varios autores, 1980). Todos los m�todos de resinaci�n da�an en mayor o menor medida a los �rboles y los hacen m�s susceptibles al fuego, ya que destruyen parcialmente la corteza protectora y exponen la resina altamente inflamable al exterior; adem�s, favorecen la penetraci�n de plagas, al debilitar al �rbol. Algunas especies de pinos podr�an ser m�s susceptibles que otras, pero de esto se tiene poca informacion.

PASTOREO

De todas las especies de animales dom�sticos, las que participan en esta forma de alteraci�n del ambiente son unguladas, es decir, animales herb�voros de pezu�a. En Mesoam�rica no se logr� la domesticaci�n de ning�n animal con estas caracter�sticas, por lo que todos los que actualmente efect�an el pastoreo provienen del Viejo Mundo. La historia de la ganader�a en M�xico desde sus or�genes ha sido detalladamente descrita por Pedro Saucedo Montemayor (1984).

El efecto del pastoreo como agente de deterioro se inicia a partir de la Conquista; sin embargo, en Norteam�rica, incluyendo partes de M�xico, exist�an manadas de bisontes y berrendos que pastoreaban en las praderas naturales de esa regi�n, la cual constitu�a un tipo peculiar de pradera densamente poblada por rumiantes, caso �nico en el continente americano.

Despu�s de la introducci�n del ganado vacuno, ovino, caprino y caballar, fue necesario extender la superficie de pastoreo mediante el desarrollo de praderas inducidas en regiones que anteriormente ten�an vegetaci�n arb�rea. Al parecer, la superficie original de pastizales naturales de M�xico era peque�a y se restring�a a una franja que corr�a paralela a la Sierra Madre Occidental, adem�s de peque�os fragmentos en la Mesa Central y una peque�a extensi�n de sabanas en el sureste (Rzedowski, 1975), de manera que el desarrollo de la ganader�a implic� en M�xico la desaparici�n extensiva de comunidades naturales, cosa que no ocurri� tan marcadamente en otros pa�ses como los Estados Unidos, Argentina, Uruguay y Venezuela, que tienen considerables extensiones de pastizales naturales.

En la �poca actual la ganader�a ha cobrado importancia extraordinaria como actividad econ�mica y se ha acelerado su impacto sobre las comunidades naturales, sobre todo en las regiones c�lidas de baja altitud. Seg�n c�lculos de Toledo (1987), la superficie dedicada a la ganader�a pas� de alrededor de 38 millones de hect�reas en 1930 a m�s de 90 millones en 1983, siendo �ste un incremento acumulativo de 2.9% de la superficie cada a�o. El n�mero de reses pas� en el mismo periodo de cerca de 10 millones a m�s de 37 millones, lo que ha implicado la desaparici�n de bosques, selvas y matorrales des�rticos en una enorme superficie, sin que haya mejorado sustancialmente el nivel de vida del campesinado mexicano, pues es bien sabido que la actividad ganadera requiere de poca mano de obra y grandes extensiones de terreno que se mantienen con baja productividad. Adem�s, la carne de res no es un producto al alcance de la mayor�a, al menos en la cantidad que ser�a deseable (Figura 8).

 

Figura 8. Crecimiento del n�mero de reses en M�xico durante este siglo seg�n datos de Saucedo Montemayor (1984).

El efecto del pastoreo sobre la vegetaci�n y el suelo depende de varios factores como el tipo de ganado (caprino, bovino u ovino) la densidad de los hatos, las caracter�sticas de la comunidad vegetal y del suelo. Se ha visto que el pastoreo en los bosques, que se practica con gran frecuencia en M�xico, afecta considerablemente la regeneraci�n de los �rboles, pues sus pl�ntulas pueden ser eliminadas por el ganado y tambi�n las yemas de crecimiento. El peso y el continuo apisonamiento del suelo lo endurece, dificultando as� la oxigenaci�n de las ra�ces y el establecimiento de pl�ntulas. Las ovejas y las cabras son m�s da�inas para la regeneraci�n del bosque que las reses, ya que las primeras arrancan todo material vegetal, en tanto que las reses prefieren los pastos. Hay otros factores relacionados con la estructura del reba�o por los que se concluye que las reses son los animales relativamente menos peijudiciales para el bosque (Carrillo-Guerrero y Carmona-Carranza, 1985).

Con respecto a los matorrales des�rticos, los da�os producidos por las cabras son extraordinariamente graves, pues estos animales son capaces de devorar plantas suculentas, de muy lento crecimiento, aunque est�n provistas de las m�s agudas espinas. No cabe duda de que el pastoreo de caprinos es una de las principales causas de deterioro de las comunidades naturales des�rticas.

La densidad de la poblaci�n del ganado tiene un efecto directo sobre la capacidad de regeneraci�n de los pastos de los cuales se alimentan. El n�mero �ptimo de cabezas de ganado por unidad de superficie de pradera se conoce como "coeficiente de agostadero". Cuando este n�mero no es respetado o no se conoce con precisi�n, pueden presentarse cambios importantes en la composici�n de la pradera. Las plantas m�s apetecidas son eliminadas hasta la ra�z y las menos apetecidas o perjudiciales proliferan (L�pez-Ornat, 1984).

El paisaje de las tierras de baja altitud en M�xico se encuentra dominado por enormes extensiones de praderas artificiales formadas por especies de pastos generalmente procedentes de �frica y de otras regiones que en nada se parecen al paisaje original. Las consecuencias de esto sobre la fauna son tambi�n muy importantes, pues desaparecen las especies nativas de las comunidades destruidas y proliferan las especies oportunistas e introducidas; por citar un caso particular, mencionaremos que en los pastizales inducidos en zonas c�lido-h�medas, como el sur de Veracruz y en Tabasco, las especies de aves que ahora predominan nada tienen que ver con las que exist�an en las selvas. El picho, la garza garrapatera (africana), las golondrinas, el tapacaminos y otras m�s que vemos al transitar por esas regiones no son indicadores de conservaci�n de la naturaleza sino todo lo contrario, pues son especies adaptadas a las condiciones alteradas de los pastizales y cultivos.

Tambi�n muchas comunidades acu�ticas, principalmente en el sureste de M�xico, han sido transformadas en pastizales, ya sea mediante desecaci�n de los pantanos o por introducci�n de pastos resistentes a la inundaci�n, de manera que la flora natural ha sido sustituida sobre grandes extensiones de �reas inundables. De hecho, no existe comunidad natural, por inh�spita que parezca, que no est� sufriendo en mayor o menor medida los efectos del pastoreo. Al ganado se le deja vagar por lugares como manglares, pastizales hal�fitos, dunas costeras, p�ramos de monta�a, etc., en busca de alimento. Estos lugares, a primera vista, parecer�an totalmente inadecuados para este prop�sito; sin embargo, est�n sufriendo el efecto del pastoreo, lo que indudablemente modificar� su estructura y composici�n.

En las zonas monta�osas, el ganado, al contrario de lo que ocurre en zonas c�lido-h�medas, hace uso principalmente de pastos nativos, y �stos se ven afectados por la acci�n del pastoreo en diversas formas: se modifica su forma de crecimiento y se altera la composici�n de especies, ya que algunas son m�s susceptibles que otras y, finalmente, con la llegada del ganado a estos ambientes, llega tambi�n el fuego como un medio que utilizan los pastores para favorecer la aparici�n de nuevos brotes de pasto. Todo esto tiene a la larga un efecto muy dr�stico sobre la comunidad natural. Al hablar de la erosi�n volveremos a este punto tan importante.

EROSI�N

En la formaci�n de un suelo capaz de sostener vida vegetal y animal participan una serie de factores f�sicos, qu�micos y biol�gicos que conducen a la gradual desintegraci�n de las rocas de la corteza terrestre para formar esa mezcla compleja de part�culas minerales y org�nicas que constituyen el suelo f�rtil.

El desgaste del suelo se produce por el transporte, por la acci�n del agua o del viento, de un lugar a otro de los materiales que lo forman. �ste es un proceso natural de la corteza terrestre visto en una escala geol�gica de tiempo. El acarreo de suelo ha ocasionado la formaci�n de valles aluviales y el gradual desgaste de las monta�as. La vegetaci�n natural ha sido el factor regulador del proceso erosivo, pues la cubierta vegetal act�a como retenedora del suelo e impide que su acarreo a otro lugar ocurra a mayor velocidad que el tiempo que toma la formaci�n de un nuevo suelo en el sitio. Mientras mayor sea la pendiente de un terreno, m�s susceptible ser� a los agentes erosionantes, pero incluso los terrenos muy inclinados conservan suficiente suelo para el desarrollo de comunidades naturales complejas y, en condiciones naturales, s�lo fen�menos orogr�ficos y clim�ticos extremos han hecho que el proceso de erosi�n haya vencido al de formaci�n de suelo para dar lugar a los paisajes rocosos y acantilados caracter�sticos de algunas cordilleras y desiertos (Figuras 9 y 10).

Figura 9. Suelos erosionados en una zona de colinas boscosas de Tlaxcala.

 

Figura 10. Diagrama que muestra los efectos de la erosi�n en un suelo en pendiente, hasta que termina aflorando la roca madre.

La acci�n humana ha cambiado en muchos sitios el equilibrio de fuerzas entre el proceso de formaci�n de suelo y el de erosi�n, principalmente a trav�s de la eliminaci�n de la cubierta vegetal natural de los terrenos dedicados a la agricultura o al pastoreo. Esto acelera el acarreo del suelo por el agua en los terrenos en pendientes o su arrastre por el viento en las planicies. Algunas caracter�sticas del clima tambi�n tienden a afectar la velocidad con la que se da el proceso erosivo.

La topograf�a accidentada y el r�gimen de lluvias de muchos sitios del territorio de M�xico los hacen m�s susceptibles a sufrir el efecto destructivo de la erosi�n. En el pa�s, alrededor de un 60% del terreno tiene una inclinaci�n superior al 10%, y el 28%, pendientes superiores al 25%. Por otro lado, generalmente las lluvias est�n restringidas a un periodo corto del a�o y tienden a concentrarse en chubascos violentos y tempestuosos de gran intensidad y corta duraci�n, lo cual favorece el escurrimiento superficial del agua, fen�meno que se acent�a en los terrenos con poca o ninguna vegetaci�n protectora.

La eliminaci�n de la vegetaci�n natural original de los terrenos en pendiente puede ocurrir por medio de la tala y quema con el fin de dedicar esas tierras a la agricultura, o por la gradual disminuci�n de la cobertura vegetal ocasionada por el pastoreo y el sobrepastoreo; es decir, cuando se sobrepasa la capacidad del terreno para alimentar a un cierto n�mero de animales por unidad de superficie. Ambos fen�menos se dan con gran frecuencia cuando la presi�n demogr�fica o la situaci�n socioecon�mica obliga a los campesinos a hacer uso de tierras no aptas para la explotaci�n agr�cola y pastoril.

Los da�os que la erosi�n acelerada causa no s�lo afectan al lugar en donde �sta se presenta, sino que tambi�n se resienten en lugares distantes, como veremos a continuaci�n al enumerar los efectos de la erosi�n:

1) Un gradual adelgazamiento y p�rdida paulatina de la fertilidad del suelo debido al desgaste causado por el acarreo del material que lo forma.

2) Endurecimiento del suelo y aparici�n en la superficje de grava o rocas que se encontraban en capas profundas del suelo y que van llegando cada vez a capas m�s superficiales.

3) Formaci�n de grietas por las que escurre el agua, que se van transformando en c�rcavas profundas o aut�nticas barrancas conforme el proceso erosivo progresa.

4) Disminuci�n gradual de la productividad agr�cola, la velocidad de regeneraci�n de pastos para el ganado o la potencialidad del suelo para recuperar o regenerar su vegetaci�n natural original.

5) Al compactarse el suelo y desaparecer la vegetaci�n, el agua deja de infiltrarse hacia capas m�s profundas del suelo, y en su mayor parte escurre por la superficie, agravando el proceso erosivo.

6) Al no haber infiltraci�n de agua a capas m�s profundas del suelo, el manto fre�tico se reduce y pueden desaparecer los manantiales permanentes, de manera que los r�os de caudal permanente tienden a hacerse torrenciales, de caudal estacional y reducirse e incluso secarse en la �poca de estiaje.

7) La p�rdida de la capacidad de retenci�n de agua por el suelo y la desaparici�n de las corrientes permanentes conducen a una gradual desertizaci�n del territorio erosionado, sobre todo en zonas semi�ridas.

8) Las corrientes de agua que bajan de cuencas que sufren procesos erosivos van cargadas de sedimentos que vuelven turbias sus aguas, afectando la biota de los r�os que estas corrientes generan. Desaparecen las plantas acu�ticas por falta de luz y los peces caracter�sticos de aguas claras son desplazados por especies adaptadas a las aguas turbias. Algunas malezas acu�ticas pueden verse favorecidas por el incremento en la cantidad de nutrientes acarreados por el agua.

9) El aumento en el sedimento de los r�os causa que aqu�l se deposite en las zonas de corriente lenta, de manera que se forman bancos que dificultan la navegaci�n o aumentan la probabilidad de inundaciones cuando los torrentes que alimentan al r�o crecen en la �poca de lluvias.

10) Los sedimentos acarreados por los r�os aceleran el azolvamiento de los lagos o de las presas en las que los r�os desembocan, disminuyendo su vida �til.

11) La erosi�n causada por el viento en los terrenos desnudos durante el estiaje produce contaminaci�n atmosf�rica por polvos, que pueden afectar n�cleos poblacionales ubicados en estas �reas.

12) Los efectos sociales de todos estos da�os son graves. La disminuci�n de la productividad de la tierra y de los cuerpos de agua causa pobreza y movimientos migratorios a otras zonas, que se ver�n a su vez afectadas por el mismo proceso con la llegada de nuevos habitantes. La emigraci�n puede darse tambi�n hacia las ciudades, y contribuir as� a aumentar los problemas derivados del crecimiento demogr�fico explosivo.

La erosi�n acelerada est� ligada a la agricultura y al pastoreo desde que estas actividades existen, y ha alterado ya grandes extensiones del paisaje terrestre. Su efecto es mucho m�s grave en los terrenos en pendiente que en los terrenos planos, y en los climas marcadamente estacionales se manifiesta con mayor gravedad que en los climas benignos y h�medos. En algunos tipos de suelo es m�s da�ina que en otros. Existen muchos procedimientos, algunos de ellos conocidos desde �pocas muy antiguas, para prevenir o disminuir los efectos de la erosi�n, como la construcci�n de terrazas, las barreras de �rboles u otras plantas, el rellenado de las c�rcavas y la reforestaci�n de ciertas zonas (v�ase el Manual de conservaci�n de suelos, Departamento de Agricultura, Estados Unidos).

Desgraciadamente, muchos campesinos pobres que se ven forzados a hacer uso de terrenos muy susceptibles a la erosi�n carecen de los medios t�cnicos y econ�micos para aplicar los procedimientos de control de la erosi�n que se conocen. Adem�s, en muchos casos se realiza un uso agr�cola o pastoril de tierras que tienen tal pendiente que deber�an estar totalmente protegidas a fin de que conserven su vegetaci�n original.

Como lo demuestran los estudios de Antonio Andrade (1974, 1975), la erosi�n y la consecuente desertizaci�n son los problemas ambientales m�s graves del pa�s. En los a�os en que �l realiz� sus investigaciones, el total de suelos erosionados era: suelo sin proceso erosivo o erosi�n incipiente (p�rdida menor del 25% del suelo arable) en bosques, huertos frut�colas y plantaciones permanentes, 34.89% del territorio; suelos con erosi�n moderada (p�rdida de entre el 25 y el 50% de la capa arable) en tierras de riego y pastizales de llanura, 23.96%; suelos con erosi�n acelerada (p�rdida del 50 al 75% de la capa arable) en cerros, tierras de temporal y tierras no cultivadas productivas, 26.16%; superficie totalmente erosionada (p�rdida de m�s del 75% de la capa arable), el restante 14% en zonas monta�osas ya improductivas. De acuerdo con los Inventarios de Erosi�n Estatales, los estados m�s da�ados por la erosi�n son Tlaxcala, Oaxaca, Quer�taro, Estado de M�xico, Aguascalientes, Distrito Federal, Zacatecas y Guanajuato, pero todos los dem�s estados ya presentan algun tipo de da�o.

Fernando Medell�n y otros autores (1978) hicieron una s�ntesis de todas las formas de alteraci�n del medio natural que est�n conduciendo a un proceso de desertizaci�n en las zonas monta�osas y semi�ridas que bordean los desiertos de M�xico. La erosi�n es el factor m�s importante, agravada por el deterioro de la cubierta vegetal causada por el sobrepastoreo.

El suelo est� sujeto a otros da�os que no son f�cilmente apreciables como la erosi�n, pero que son igualmente da�inos para la sobrevivencia de las plantas. Entre ellos podemos citar la p�rdida de materia org�nica, la compactaci�n, la insolubilizaci�n, el lavado de los nutrimentos minerales, la acidificaci�n o alcalinizaci�n excesiva, etc. Cada uno de estos cambios puede ser el resultado de alguna acci�n humana.

La p�rdida de la materia org�nica y con ella la p�rdida de la capacidad de retenci�n de nutrimentos minerales del suelo es una consecuencia de la desaparici�n de muchos tipos de bosques y selvas que aportaban naturalmente materiales org�nicos al suelo. Al ser eliminados estos bosques y sustituidos por cultivos anuales o por praderas que producen mucho menor cantidad de materia org�nica, se produce un da�o irremediable que debe ser aliviado por medio de la aportaci�n de abonos y fertilizantes en muchos sitios. Debido a las altas temperaturas constantes, la descomposici�n de la materia org�nica en las zonas tropicales es m�s acelerada, por lo que los efectos negativos de la deforestaci�n se presentan m�s r�pidamente que en otros lugares.

La compactaci�n del suelo se produce con frecuencia al desecarse los pantanos y los cuerpos de agua, cuyos sedimentos son muy arcillosos. Esto da lugar a la formaci�n de suelos muy duros y de utilizaci�n productiva dif�cil.

La formaci�n del suelo f�rtil ha tomado mucho tiempo y es el recurso natural m�s importante para la vida del hombre; no obstante, su destrucci�n acelerada es uno de los procesos de da�o ecol�gico m�s graves, que ha sido ya la causa de muchos de los males que aquejan a la humanidad, como hambrunas, miseria, desempleo, emigraciones masivas, etc�tera;

ALTERACI�N DE LAS CUENCAS HIDROL�GICAS

En p�ginas anteriores vimos que la deforestaci�n y erosi�n est�n entre los factores principales que afectan a las cuencas hidrol�gicas, ya que tienen un efecto directo sobre el r�gimen de las corrientes de agua. En t�rminos generales puede decirse que, en una zona semih�meda, la gradual deforestaci�n y erosi�n de una cuenca fluvial ir�n ocasionando los siguientes efectos: la desaparici�n o la disminuci�n de los manantiales y el incremento de los torrentes formados por las lluvias en la alimentaci�n de la corriente fluvial; la gradual transformaci�n de esta corriente que, de ser un r�o permanente, pasa a ser uno estacional, esto es, que llega a secarse en la �poca de estiaje; el incremento de la turbulencia de las aguas y de la ca�ada de sedimentos que transportan; el incremento en la frecuencia y la magnitud de las inundaciones que se producen en la parte baja de la cuenca durante la �poca de lluvias; la desaparici�n de la flora y la fauna acu�ticas y de la fluvial original y su sustituci�n por otras especies m�s tolerantes a la desecaci�n estacional y a las aguas turbias. En la zona de influencia de la cuenca, el manto fre�tico puede hacerse m�s profundo y disminuir su caudal (Figura 11).

Figura 11. Diagrama que muestra los efectos de la alteraci�n de una cuenca hidrol�gica sobre el r�gimen de los r�os.

Otras formas de alteraci�n del r�gimen fluvial muy frecuentes en M�xico son la construcci�n de obras de irrigaci�n, canales y presas que afectan tanto al volumen como a la regularidad de flujo de agua de los r�os y a veces incluso a su trayectoria. Esto trae consecuencias importantes para las comunidades naturales que crecen en las orillas o en la corriente de los r�os y puede llegar a modificarlas radicalmente, en tanto que las propias presas y canales se convierten en nuevos h�bitats para especies oportunistas e introducidas, pues rara vez favorecen a las especies nativas.

Algunas cuencas fluviales de M�xico han sufrido alteraciones radicales. Citaremos a continuaci�n algunos ejemplos:

La cuenca del sistema Lerma-Chapala-Santiago es una de las m�s dr�sticamente afectadas. El r�o Lerma nace en la base del Nevado de Toluca, donde exist�a un conjunto de peque�as lagunas y terrenos inundables, pero la mayor parte del agua es ahora transportada a la ciudad de M�xico, por lo que el r�o, en su primer tramo, se ha convertido en un insignificante arroyo que ha sido canalizado y para colmo est� sumamente contaminado por desechos de todo tipo. El r�o abandona el Valle de Toluca y recibe varios afluentes, pero en su trayecto existen varias presas que permiten utilizar el agua para la irrigaci�n de la zona del Baj�o; adem�s, varias ciudades arrojan sus desechos a lo que queda del r�o Lerma, incluyendo la ciudad porc�cola de La Piedad de Cabadas, en donde el r�o termina siendo uno de los m�s contaminados que sea posible imaginar. Reducido a su m�nima expresi�n y profundamente contaminado desemboca en el Lago de Chapala, al que aporta considerable cantidad de sedimentos en las �pocas del a�o en que su caudal aumenta por los aportes de los torrentes que bajan de las erosionadas monta�as que circundan los valles del Baj�o. En algunas ocasiones esto ocasiona desbordamientos importantes del r�o Lerma en algunas partes de su trayecto. El Lerma es un buen ejemplo de una total alteraci�n de una cuenca hidrol�gica, inducida por la acci�n humana. Su flora y su fauna nativa hace mucho que han sido sustituidas por especies que pueden tolerar su actual estado de degradaci�n. En la obra de Francisco Vizca�no Murray se rese�a el grado de alteraci�n sufrido por algunas cuencas fluviales del pa�s hasta 1975.

La cuenca lacustre de P�tzcuaro y las causas de su deterioro han sido bien estudiadas por Toledo y Barrera Bassols (1984). Los factores m�s importantes de deterioro de este lago son los siguientes: la cuenca de captaci�n de agua del lago est� deforestada en un 75%, lo que ocasiona grandes acarreos de sedimentos al lago, que ha disminuido mucho en profundidad; los aportes de agua han disminuido considerablemente; la llegada de contaminantes org�nicos de m�s de 22 comunidades de las orillas, incluyendo la ciudad de P�tzcuaro, ha causado eutroficaci�n y con ella la proliferaci�n de malezas acu�ticas nocivas como el lirio acu�tico; finalmente, la introducci�n de varias especies ex�ticas de peces ha disminuido las poblaciones de las especies pesqueras m�s valiosas, como el pescado blanco. La cuenca fluvial del r�o P�nuco recibe ahora considerables vol�menes de aguas negras del Valle de M�xico, que sobre todo en algunos de sus afluentes deben tener un efecto considerable, pues el incremento de la materia org�nica suspendida en el agua provoca una multiplicaci�n microbiana que disminuye la cantidad de ox�geno disuelto, y favorece la multiplicaci�n de ciertas algas y malezas acu�ticas que causan la completa modificaci�n de la biota de la corriente de agua. Efectos similares a �ste se han multiplicado en diferentes cuencas fluviales, conforme el crecimiento de las ciudades va transformando a los r�os en depositarios de los desechos de todo tipo que la sociedad urbana genera. Existen procedimientos perfectamente conocidos y probados para realizar el tratamiento de las aguas negras y purificarlas hasta el punto de que su llegada a una corriente fluvial no la afecte radicalmente, pero dichos procedimientos a�n no son de uso generalizado en el pa�s.

La construcci�n de presas puede ocasionar dr�sticos cambios en las comunidades naturales. Uno de los casos m�s espectaculares de este efecto se presenta en la parte baja de la cuenca del r�o Grijalva. Anteriormente, la planicie de inundaci�n de este r�o era muy amplia. En la �poca m�s lluviosa sus crecidas alimentaban un vasto complejo de pantanos, marismas y manglares, que formaban un conjunto de muy diversos ambientes en el estado de Tabasco, poblados por una rica flora y fauna acu�tica y semiacu�tica. La construcci�n de cuatro grandes presas hidroel�ctricas sobre el r�o Grijalva (Chicoas�n, Malpaso, Raudales y La Angostura) ha causado que las aguas del r�o tengan un caudal mucho m�s regular y que el desbordamiento sea m�nimo, de manera que se han desecado extensas zonas pantanosas que actualmente se dedican principalmente al pastoreo. Esto ha causado la desaparici�n de una gran parte de un �rea natural de comunidades acu�ticas �nicas por su extensi�n y diversidad en el pa�s Si el proceso ocurrido en el r�o Grijalva tiene lugar tambi�n en el r�o Usumacinta, la desaparici�n de estas comunidades podr�a ser total.

Otros efectos de la construcci�n de las presas del r�o Grijalva fueron los siguientes: la compactaci�n de los suelos arcillosos de los pantanos y selvas inundables, lo que dio origen a suelos mucho menos f�rtiles de lo que se esperaba, s�lo aptos para pastizales ganaderos y para ca�averales; la reducci�n de los aportes de nutrimentos introducidos a las tierras por las inundaciones, que dio lugar a una disminuci�n de la fertilidad; el descenso del manto fre�tico de muchos lugares, que afect� a otros tipos de cultivo como los cacaotales; la disminuci�n del flujo de agua dulce a las marismas y manglares, que cambi� las condiciones ecol�gicas de �stos y favoreci� la entrada de agua salina hacia tierras m�s alejadas del mar (Barkin, 1978). Seguramente muchas especies de aves acu�ticas, as� como peces, tortugas, anfibios y algunos mam�feros como la nutria y el manat� han visto muy reducido su h�bitat y es posible que varias de ellas se encuentren en peligro de extinci�n.

En las zonas �ridas y semi�ridas la construcci�n de presas y sistemas de riego tiene efectos bastante diferentes a los antes mencionados. Los suelos desarrollados bajo condiciones de extrema aridez no sufren un marcado proceso de lavado de iones solubles, tal como ocurre en �reas m�s h�medas. Parte de estos iones son transportados a capas m�s profundas del suelo donde se concentran. Cuando estos terrenos son irrigados sin las precauciones debidas (dosificaci�n adecuada del agua, lavados peri�dicos, drenajes), con frecuencia el agua de riego disuelve las sales que se encuentran a cierta profundidad y las hace aflorar a la superficie. Adem�s, la propia agua de riego contiene sales que en estas condiciones se depositan, concentr�ndose con el tiempo y cre�ndose as� problemas de ensalitramiento que afectan muchas hect�reas de los sistemas de riego del norte de M�xico.

DETERIORO DE LAS LAGUNAS COSTERAS

De acuerdo con las estimaciones de Francisco Contreras (1985), las costas mexicanas contienen aproximadamente 12 500 km² de lagunas costeras que con sus zonas de influencia constituyen una vasta superficie de gran importancia ecol�gica y econ�mica. En las zonas estuarinas donde se forman las lagunas costeras se presenta la interacci�n entre el universo biol�gico del mar y el de las aguas continentales. Ambas influencias determinan que la composici�n de especies y el paisaje natural de las lagunas costeras, as� como los estuarios de los r�os y los esteros, tengan caracter�sticas muy peculiares de este ambiente. Dichos cuerpos de agua reciben sus aportes de agua, sedimentos y nutrimentos minerales de los r�os que descienden hacia ellos y del mar, con el que estan comunicados, de manera que ambas influencias son decisivas en el mantenimiento de las comunidades naturales que se desarrollan en ellos (Figura 12). Su vegetaci�n m�s caracter�stica son los manglares, que son un tipo de bosque cuyos �rboles est�n adaptados para tolerar las condiciones de suelos permanentemente fangosos y salinos. Adem�s, existen otros tipos de vegetaci�n hidr�fila en �reas menos salinas y pastizales de pastos tolerantes a la sal en las zonas salinas menos inundables. Estos conjuntos de comunidades soportan una rica fauna acu�tica y anfibia que sirve de alimento a las variadas especies de aves y mam�feros que se encuentran en este h�bitat. Las aguas de las lagunas reciben importantes aportes de materia org�nica procedente de los manglares y de otras comunidades que las circundan. Esto permite la existencia de muchos peces, crust�ceos (camarones, cangrejos y jaibas) y moluscos (ostiones y almejas) de importancia econ�mica para los habitantes ribere�os. A pesar de esto, las lagunas costeras est�n siendo alteradas de varias maneras. En M�xico se presentan las siguientes alteraciones:


Figura 12. Esquema que muestra la ubicaci�n de las lagunas costeras y sistemas estuarinos bajo la influencia simult�nea del mar y las aguas continentales.

1) La comunicaci�n de estos cuerpos de agua con el mar es a veces interrumpida por la construcci�n de obras de ingenier�a como carreteras, oleoductos, etc., y esto afecta seriamente la estabilidad de los sistemas, pues se interrumpen los aportes de agua marina y la salinidad del sistema puede disminuir, afectando a las especies adaptadas a las aguas salobres. Se interrumpe tambi�n la entrada de larvas y de peces procedentes del mar, que requieren de lagunas costeras para completar parte de su ciclo biol�gico.

2) Disminuye o se interrumpe el flujo de agua dulce procedente de r�os que llegan a las zonas estuarinas. Esto produce una disminuci�n de los aportes de los nutrientes y sedimentos y provoca que el sistema se vuelva m�s salino, lo cual puede afectar a muchas especies que est�n adaptadas a niveles intermedios o bajos de salinidad.

3) Los manglares y otras comunidades hidr�filas son talados para utilizar la le�a o producir carb�n, o para sustituirlos por pastizales para el ganado. Esto causa no s�lo la destrucci�n del h�bitat de muchas especies que viven en los manglares sino tambi�n la interrupci�n de los aportes de materia org�nica que llegan del manglar a los cuerpos acu�ticos y que son la base de la pir�mide tr�fica que en ellos existe, de manera que su productividad se reduce dr�sticamente.

4) Por su posici�n geogr�fica en la parte terminal de las cuencas, las lagunas costeras son muy afectadas por los contaminantes que los r�os transportan, y adem�s reciben contaminantes de muy diversa �ndole de las poblaciones e industrias asentadas en sus orillas. Algunas lagunas muy extensas, principalmente en las costas del Golfo de M�xico y el Golfo de Tehuantepec, se han visto muy afectadas por la explotaci�n petrolera y la industria de la refinaci�n de petr�leo. Las Lagunas de Tamiahua, Osti�n, de T�rminos y Superior, entre otras, han tenido una reducci�n importante en su productividad pesquera por causas atribuibles principalmente a los derrames de hidrocarburos (Carabias y Batis, l9). Algunas especies comerciales como el osti�n, la mojarra, la lisa y otras, recolectadas en algunas de estas lagunas y otras zonas estuarinas, muestran concentraciones altas de hidrocarburos en sus tejidos (V�zquez y Villanueva, 1987).

Se tiene poca informaci�n sobre el efecto de esta contaminaci�n sobre otros elementos de la flora y de la fauna, pero se sabe bien que los derrames de hidrocarburos son especialmente da�inos para las aves acu�ticas, pues al impregnarse sus plumas se reduce tanto su capacidad de vuelo como su poder aislante, lo que ha causado la muerte de much�simas aves marinas y estuarinas.

CONTAMINACI�N

El efecto directo de los contaminantes de origen urbano e industrial sobre las comunidades naturales es dif�cil de evaluar en la mayor�a de los casos, salvo en el de la lluvia �cida que es bien conocido y ha sido descrito con detalle en regiones boscosas y lacustres de Suecia, Alemania, Checoslovaquia, Estados Unidos y Canad�. Este fen�meno consiste en la formaci�n de �xidos anhidros de azufre y nitr�geno durante la combusti�n de petr�leo y carb�n y sus derivados, que en contacto con el agua se transforman en los �cidos respectivos. El efecto de la lluvia acidificada con estos �cidos es particularmente grave en los terrenos derivados de rocas muy pobres en calcio. Los �rboles y los cuerpos acu�ticos de estos sitios sufren graves da�os que han sido documentados con mucho detalle en Suecia. En M�xico este fen�meno ha sido insuficientemente evaluado, aunque los suelos muy pobres en calcio son poco frecuentes en el pa�s.

Mar�a de Lourdes de la I. de Bauer y T. Hern�ndez Tejeda (1986) describen una serie de efectos de los contaminantes como el ozono, el di�xido de nitr�geno, el nitrato de peroxiacetilo y otros contaminantes atmosf�ricos sobre �rboles y otras plantas que crecen en las ciudades, y en bosques y cultivos cercanos a �stas. Inclusive se describen los efectos de los contaminantes como el ozono sobre el bosque de Pinus hartwegii. Se encontr� que, en esta especie, los da�os son severos en la zona del Desierto de los Leones y del Ajusco. Parece que la contaminaci�n puede estar causando la desaparici�n de estos pinos en esas zonas cercanas a la ciudad de Mexico.

Una de las zonas afectadas por la contaminaci�n que han sido mejor estudiadas es la regi�n inundable de la desembocadura del r�o Coatzacoalcos en el sur del estado de Veracruz (Centro de Ecodesarrollo, varias publicaciones). Esta zona contiene varios centros urbanos como Minatid�n, Coatzacoalcos y otros poblados, adem�s de una impresionante infraestructura de procesamiento de petr�leo, explotaciones de azufre y numerosas industrias relacionadas con estos dos recursos naturales. Todo esto colinda con el propio r�o, su regi�n estuarina y un sistema de pantanos muy extenso y variado. Se trata de una de las zonas m�s contaminadas del pa�s, que contiene, al mismo tiempo, un conjunto de comunidades acu�ticas sumamente variado y rico en especies de plantas y animales. Los resultados de esta interacci�n han sido la destrucci�n extensiva de la mayor parte de las comunidades naturales y el grave deterioro de las que a�n existen. El Centro de Ecodesarrollo ha estudiado los problemas de esta regi�n con detalle.

De todas las sustancias contaminantes que entran en contacto con la flora y la fauna, las m�s peligrosas son aquellas que se degradan lentamente y que por tanto tienden a acumularse en el ambiente, as� como los contaminantes que no pueden ser excretados por los animales y alcanzan concentraciones crecientes en los tejidos en funci�n dd nivel tr�fico que ocupa cada especie animal. Esto quiere decir que aunque su concentraci�n sea baja en el ambiente, los herb�voros, al consumir continuamente plantas contaminadas, van concentrando estas sustancias en sus tejidos; los carn�voros las concentran a�n m�s altas; y los animales carro�eros, que comen tanto herb�voros como carn�voros, pueden tener concentraciones tisulares a�n m�s altas. Algunos contaminantes que se comportan de esta manera son el mercurio y el plomo, y ciertos insecticidas clorados como el DDT (Figura 13).

Figura 13. Incremento de la concentraci�n de un contaminante dif�cil de excretar a lo largo de una pir�mide tr�fica.

El fen�meno anteriormente descrito parece estar directamente relacionado con la dr�stica reducci�n de aves de rapi�a y carro�eras en grandes extensiones del territorio de M�xico. Es bien sabido que estas aves son particularmente sensibles a las altas concentraciones de insecticidas clorados que causan da�os en su oviposici�n, impidi�ndoles formar huevos con la dureza suficiente para ser empollados sin ser destruidos. La desaparici�n de este tipo de aves tiene consecuencias en el resto de la pir�mide tr�fica, como la proliferaci�n de roedores nocivos y la falta de aves eliminadoras de carro�a.

El uso de fertilizantes en los campos de cultivo, que despu�s son lavados por la lluvia y arrastrados hacia r�os y lagos, puede llegar a tener un efecto muy importante sobre la flora y la fauna acu�tica. El incremento de nutrientes disponibles para el crecimiento de las plantas, como f�sforo y nitr�geno, ocasiona una proliferaci�n de cianobacterias y otras algas, as� como malezas acu�ticas como el lirio acu�tico y la lentejilla de agua; adem�s, la proliferaci�n de algas ocasiona un incremento en la materia org�nica en suspensi�n, lo que a su vez provoca una proliferaci�n de microorganismos y una reducci�n del ox�geno disponible. La proliferaci�n del lirio y la lentejilla acu�tica ocasiona una reducci�n de la iluminaci�n del agua que mata a la flora ben�fica del fondo y al fitoplancton, as� como otros cambios en la temperatura y oxigenaci�n del agua. En este caso tambi�n se incrementan las p�rdidas de agua por evapotranspiraci�n del lirio (Penfound y Earle, 1948).

Vemos que la eutroficaci�n es un agente importante en la alteraci�n de las comunidades acu�ticas naturales, que puede estar alterando algunos cuerpos acu�ticos cercanos a importantes zonas agr�colas. Un ejemplo de vaso eutroficado lo tenemos en la Presa Rodrigo G�mez, de Nuevo Le�n, que surte parte del agua a la ciudad de Monterrey; pero al parecer este problema ya est� resuelto. La presa estaba eutroficada por la llegada de aguas residuales y negras de varios poblados; sedimentos de terrenos en proceso de erosi�n y desechos agr�colas y ganaderos, entre ellos residuos de fertilizantes. Todo esto ocasion� la proliferaci�n masiva de plantas vasculares acu�ticas como la elodea, el lirio acu�tico y un pasto acu�tico, que invadieron todo el vaso. Las tres especies son introducidas en la cuenca. La proliferaci�n exagerada de estas plantas trajo consigo problemas en la navegaci�n, la pr�ctica de la pesca, aceleraci�n del azolve y proliferaci�n de microorganismos por el exceso de materia vegetal en descomposici�n. Esto �ltimo ocasion� una disminuci�n en el nivel de ox�geno disuelto que afecta a la fauna y al fitoplancton. En estos casos deber� evitarse el uso de herbicidas t�xicos para solucionar el problema, pues algunos son residuales y pueden afectar tambi�n a la fauna del vaso (Contreras- Balderas, 1975).

INTRODUCCI�N DE ESPECIES

A grandes rasgos, la presencia de una planta o un animal en una comunidad natural se debe a que en alg�n momento del pasado sus ancestros fueron capaces de llegar y colonizar el sitio gracias a que transcurri� el tiempo suficiente para que su dispersi�n alcanzara ese lugar o a que alg�n factor geogr�fico se modific� de tal manera que permiti� su movimiento hasta un nuevo h�bitat. Desde que la humanidad ha aprendido a moverse libremente de un lugar a otro de la corteza terrestre, los hombres han llevado consigo especies de plantas y animales que en muchos casos se han adaptado exitosamente a las condiciones prevalecientes en los nuevos lugares a los que han sido transportadas. De esta manera, hoy en d�a muchos paisajes naturales y alterados est�n marcados por la presencia de seres vivos que fueron llevados a ese lugar por actos conscientes o inconscientes de transporte humano, y a veces la presencia de esos nuevos elementos vivos del paisaje ha causado directamente la desaparici�n de otros que eran nativos de dichos sitios. La introducci�n de especies es un importante agente de cambio y alteraci�n de las comunidades naturales, y sus efectos son a�n m�s dr�sticos en lugares que han permanecido aislados durante mucho tiempo, como las islas oce�nicas, pero tambi�n tienen importancia en los continentes, pues en ocasiones las plantas y animales reci�n llegados no tienen enemigos naturales que limiten su desarrollo en los nuevos sitios y su multiplicaci�n puede ser explosiva. Otras veces las nuevas especies est�n mejor adaptadas a las condiciones del nuevo ambiente que las propias especies que ah� evolucionaron, y acaban desplazando a �stas. En el caso de animales, puede tratarse de depredadores muy eficientes para los que las especies nativas no tienen defensa (Figura 14).

Figura 14. Tres inseparables vecinos del hombre en todo el mundo urbanizado: (a) rat�n dom�stico, (b) rata negra, (c) rata gris o noruega.

A M�xico han llegado multitud de especies ex�ticas que han encontrado magn�ficas condiciones para establecerse, pero su efecto sobre las especies nativas y la fisonom�a de las comunidades naturales ha sido poco estudiado.

Entre las plantas introducidas, uno de los ejemplos m�s impresionantes es el del pir�, �rbol muy abundante en el altiplano mexicano, sobre todo en suelos derivados de cenizas volc�nicas (Figura 15). Se dice que esta planta fue introducida desde el Per� por el virrey Antonio de Mendoza durante el siglo XVI; se adapt� tan perfectamente a las condiciones del altiplano mexicano que ahora es pr�cticamente el �nico �rbol que se puede encontrar sobre enormes extensiones dedicadas a la agricultura en valles como el de Puebla y Pachuca. Es posible que esta planta haya sido en parte responsable de la desaparici�n de la flora arb�rea nativa de estas regiones, ya que sus semillas son eficientemente dispersadas por algunas aves migratorias que regurgitan las semillas despu�s de que han solubilizado los az�cares que las cubren. Para poder regurgitar las semillas las aves deben posarse en alguna rama, de manera que las semillas caen directamente en la base de los �rboles que sirven de percha a las aves. Al germinar y establecerse las semillas, el pir� acaba sustituyendo al �rbol en cuya base germino. Es posible observar este fen�meno en algunos puntos del �rea de distribuci�n de la planta. Actualmente es frecuente ver yucas cultivadas rodeadas de j�venes pirules.

 

Figura 15. �rbol de pir�, Schinus molle,en una zona semi�rida del altiplano.

 

Entre las hierbas que crecen actualmente en el territorio de M�xico tanto en campos de cultivo como en zonas de disturbio frecuente (semiurbanas), abundan las especies introducidas provenientes de una gran variedad de regiones del mundo. Curiosamente, el Viejo Continente y �frica ocupan un lugar importante como centro de origen de especies introducidas, entre las cuales se encuentran malezas, ruderales y arvenses. Rzedowski (1954) cita 91 especies de malezas presentes en el Pedregal de San �ngel, al sur de la ciudad de M�xico: de estas plantas 31 especies son claramente de origen extranjero. Algunas de las malezas introducidas son sumamente conspicuas y se encuentran en casi todo el pa�s. Entre ellas podemos percibir f�cilmente plantas como un zacate de espigas rosadas (Rynchelytrum repens) de origen africano, que fue introducido en Sudam�rica hace m�s de un siglo como planta forrajera. Comenz� a extenderse r�pidamente por muchas clases de ambientes perturbados, sobre todo a lo largo de caminos y carreteras, extendi�ndose por todo el continente. Sus caracter�sticas son las t�picas de todas las plantas que tienen este comportamiento agresivo: r�pido crecimiento, amplia tolerancia a la variabilidad ambiental, reproducci�n vegetativa y eficiente dispersi�n por semillas que se producen con frecuencia en forma continua, en climas que as� lo permiten.

La falta de estudios profundos sobre la flora arb�rea de M�xico y sus potencialidades de establecimiento y desarrollo en diferentes ambientes ha determinado que muchas de las especies de �rboles que se utilizan en los programas de reforestaci�n y protecci�n del suelo sean especies originadas en otros continentes. Algunas de las m�s conocidas y utilizadas son las diversas especies de eucaliptos y casuarinas y la grevilea, procedentes de Australia; el sauce llor�n de China, el trueno de Jap�n, el �lamo plateado de Europa, y con�feras de variados or�genes. Un caso particularmente ilustrativo es el que nos ofrece el pino americano (Pinus radiata) del Oeste de la Uni�n Americana. El pino americano se cultiva ampliamente en proyectos de reforestaci�n de las monta�as del centro de M�xico, a pesar de que esta especie se encuentra afectada por un gran n�mero de par�sitos y no parece estar muy bien adaptada a las condiciones ambientales de las monta�as mexicanas (Gonz�lez Vicente, 1984). Esta especie se ha utilizado a pesar de que existen en M�xico m�s de 38 especies de pino s�lo porque es m�s sencillo importar semillas de pinos ex�ticos que establecer un programa de recolecci�n de semillas y establecimiento de viveros con especies nativas. Es un cl�sico ejemplo de una planeaci�n deficiente de los programas de reforestaci�n.

El problema generado por la formaci�n de bosques de especies introducidas, como los eucaliptos (Figura 16), es que se generan en ellos condiciones ambientales que no tienen ning�n parecido con las que existen en los bosques originales a los que han sustituido, de manera que muchas especies de plantas y animales no pueden establecerse en ese ambiente nuevo al que no est�n adaptadas, y su diversidad biol�gica permanece muy baja. Por lo anterior, este tipo de reforestaci�n no contribuye a la conservaci�n de la flora y la fauna nativa.

Figura 16. Zona en proceso de reforestaci�n con eucaliptos en las colinas del norte del Valle de M�xico.

Existen varios casos de introducciones de especies animales que han alterado las pir�mides tr�ficas de las comunidades naturales. Los casos m�s conocidos de esto se encuentran en lagos que ten�an una fauna nativa caracter�stica y que sufrieron la introducci�n intencional de peces procedentes de otras regiones del mundo. Estas introducciones generalmente tuvieron buenas intenciones, como la de incrementar la productividad de los lagos o el control de las malezas acu�ticas, pero demuestran un pobre conocimiento de conceptos elementales de ecolog�a por parte de quienes tomaron las decisiones. Estas personas pasaron por alto la gran riqueza ictiol�gica de los cuerpos de agua dulce del pa�s, en donde se calcula que exist�an alrededor de 400 especies, varias de ellas end�micas y por lo menos 16 ya totalmente extintas. La gran mayor�a de los peces han sido poco estudiados y se desconoce su potencialidad productiva y la posibilidad de cr�a y explotaci�n (Elena, 1988).

De acuerdo con la revisi�n publicada por Salvador Contreras y Mario Escalante (1984), en M�xico se han realizado al menos 26 introducciones de especies de peces provenientes de otros pa�ses y se ha intentado el transplante de 29 especies nativas a cuerpos de agua en los que no exist�an. De este total de 55 introducciones bien documentadas, se han establecido poblaciones reproductivas de al menos 41 especies. El efecto de la mayor�a de estas especies sobre las poblaciones nativas no se ha evaluado suficientemente, pero se sabe que peces como la carpa com�n del Viejo Continente, el charal com�n de Chapala y la lobina negra del r�o Misisipi, entre otras, han afectado a las especies de peces nativas de algunos lagos del norte de M�xico.

Un caso bien documentado es el efecto de la introducci�n de la lobina negra sobre la poblaci�n de pescado blanco (especie end�mica) en P�tzcuaro. Ambas especies compiten por el alimento, pero la lobina negra es un depredador m�s activo que se alimenta tambi�n de formas juveniles de pescado blanco y se reproduce m�s velozmente que �ste, por lo cual los pescadores del lago han tenido que incrementar mucho la captura de lobinas para lograr equilibrar las poblaciones de ambos peces (Garc�a Le�n, l985 y Rosas, 1983).

Existen muchos casos de plantas y animales introducidos al territorio mexicano que viven en mayor o menor medida en relaci�n cercana con la perturbaci�n que genera el desarrollo de las actividades humanas. Hasta ahora es poco lo que se sabe sobre el efecto de estas especies en la conservaci�n de la flora y la fauna nativa y su penetraci�n espont�nea en las comunidades naturales que a�n existen.

PLAGAS

Tanto las especies introducidas como algunas de las nativas pueden ser favorecidas por la actividad del hombre, que favorece su reproducci�n y propagaci�n o elimina a sus enemigos naturales; de esta manera, se transforman en elementos perjudiciales que causan p�rdidas a las actividades productivas y alteran en forma negativa el medio ambiente. A estas especies las conocemos con el nombre de plagas. A continuaci�n daremos algunos ejemplos, principalmente de aquellas que afectan a las comunidades naturales, pues hablar sobre las plagas agr�colas y ganaderas est� fuera de los prop�sitos de este libro.

La distribuci�n original de algunas de las malezas acu�ticas flotantes m�s agresivas, como el lirio acu�tico y las diferentes especies de lentejillas acu�ticas, estaba restringida aparentemente al sur de M�xico, en el primer caso, y en el segundo a una superficie mucho menor que la actual. La eutroficaci�n de los cuerpos acu�ticos y el transporte accidental o intencional de estas plantas a nuevos ambientes las ha convertido en serias plagas que amenazan a la flora y a la fauna original de los cuerpos acu�ticos que invaden, pues al cubrir la superficie afectan la penetraci�n de la luz, la temperatura, la oxigenaci�n del agua y otras caracter�sticas del ambiente relacionadas directamente con la sobrevivencia de las otras especies (Figura 17).

 

Figura 17. Alteraci�n del medio ambiente de un ecosistema acu�tico por la proliferaci�n del lirio.

Para combartir a las malezas acu�ticas se ha propuesto explotarlas como abono, forrajes o como materia prima para otros usos. Cualquiera de estas posibilidades es preferible al uso de herbicidas o la introducci�n de animales ex�ticos que se alimenten de ellas, pues esto tendr�a consecuencias impredecibles sobre el medio acu�tico. La reintroducci�n del manat� podr�a ser la soluci�n en algunas regiones del sureste, pues este animal devora grandes cantidades de lirio.

El pastoreo, los incendios, el ocoteo y la resinaci�n han debilitado los �rboles de muchos bosques de pino, lo cual ha favorecido la proliferaci�n de diferentes especies de mu�rdago, los descortezadores y otras plagas de los bosques. En el Parque Nacional de Zoquiapan, en el Estado de M�xico, del 50 al 75% de los �rboles est�n infestados de mu�rdago enano (Rodr�guez Angeles, 1985).

En M�xico se calcula que 198 000 hect�reas de bosques de pinos est�n en mayor o menor medida afectadas por plagas y enfermedades (Garc�a-Aguirre, 1986). Un caso bien conocido y frecuentemente citado de introducci�n accidental de una plaga que caus� una reducci�n importante de las poblaciones de especies silvestres de �rboles es la enfermedad producida por un hongo en los olmos, llamada mancha azul del olmo holand�s. Esta plaga es transmitida por dos especies de escarabajos descortezadores europeos. Hace 50 a�os la enfermedad lleg� de Asia a Europa, en donde caus� muchos da�os en la zona norte. Poco despu�s entr� accidentalmente a Norteam�rica, en donde caus� una importante disminuci�n en las poblaciones de olmos americanos, tanto silvestres como cultivadas. Actualmente se han desarrollado variedades de olmos resistentes a esta plaga. No se sabe si esta plaga ha afectado a las especies de ulm�ceas mexicanas.

Otro caso dram�tico y bien conocido de da�o de una plaga sobre una comunidad natural est� teniendo lugar en los bosques de abetos conocidos con el nombre de oyamel que cubren las partes altas de las monta�as del centro de M�xico. Estos bosques se encuentran muy aislados de otros bosques de abetos en Norteam�rica. La plaga es un cole�ptero escol�tido que se alimenta de los tejidos vegetales vivos que se encuentran bajo la corteza del �rbol, y termina mat�ndolo cuando la infestaci�n es grande. Los oyameles han resultado ser muy susceptibles a esta especie, cuya llegada accidental a esta comunidad ocurri� recientemente. Esta plaga, aunada al envejecimiento de los �rboles y a la pobre regeneraci�n natural que se da en los bosques como consecuencia del deterioro originado por la cercan�a de la ciudad, ha causado que en algunos sitios como el Desierto de los Leones se est� produciendo un deterioro importante del bosque. Las consecuencias de esta plaga pueden ser muy serias, pues los oyameles son el componente vegetal dominante de la comunidad y su desaparici�n causar�a una total modificaci�n del ambiente en el que se desarrollan las dem�s especies.

Con la introducci�n de peces ex�ticos han llegado a M�xico varias especies de par�sitos de �stos que potencialmente pueden parasitar a la fauna nativa. La introducci�n de la carpa herb�vora de China trajo a M�xico una especie de gusano plano del grupo de los c�stodos (solitaria), que ahora se encuentra ampliamente difundido no s�lo en la carpa herb�vora sino tambi�n en otras especies de peces nativas e introducidas. Su efecto sobre estas poblaciones es dif�cil de precisar (Salgado y colaboradores, 1986). Sin embargo, es posible que, asociado a otros agentes de disturbio, estos par�sitos conduzcan a un mayor debilitamiento de las poblaciones de peces en peligro. Por ejemplo, este c�stodo se encuentra en el pescado blanco de P�tzcuaro, especie que disminuye r�pidamente como resultado de la conjunci�n de varios factores ambientales detrimentales que hemos descrito en otros ejemplos. El pescado blanco tiene adem�s otros siete tipos de gusanos par�sitos propios (Osorio Sarabia y colaboradores, 1986). Los par�sitos de peces pueden ser transferidos f�cilmente de un cuerpo acu�tico a otro mediante la introducci�n de animales infestados o incluso a trav�s de obras hidr�ulicas que ponen en comunicaci�n cuencas separadas.

La introducci�n accidental de la abeja mielera africana en Sudam�rica se ha convertido en un serio problema para todo el continente, ya que esta abeja avanza r�pidamente hacia el norte, africanizando las abejas mieleras europeas al cruzarse con ellas. Estas ya se encontraban muy bien adaptadas a las condiciones naturales de muchas comunidades diferentes y no hab�an afectado mayormente la sobrevivencia de otras especies de �pidos propias de cada regi�n. Sin embargo, la abeja africanizada, por ser m�s agresiva y m�s ubicua que la europea, puede llegar a afectar seriamente la sobrevivencia de varias de las especies de �pidos y de otros insectos nectar�voros y polin�voros de las comunidades naturales que va invadiendo.

A veces la deforestaci�n, la creaci�n de pastizales, la formaci�n de basureros, la urbanizaci�n y la introducci�n de animales dom�sficos puede favorecer a algunas de las especies nativas de cada regi�n. Tal es el caso del tlacuache com�n y del p�jaro conocido como picho (Quiscalus mexicanus) en amplias regiones de las tierras c�lido-h�medas mexicanas. Ambas especies, al ser favorecidas por el disturbio, aumentan su densidad de poblaci�n y se transforman en enemigas de las pocas especies sobrevivientes de la comunidad original destruida, contribuyendo a su desaparici�n definitiva. Los tlacuaches y pichos destruyen los nidos y atacan las cr�as de muchas aves, devoran reptiles y batracios, y adem�s aprovechan los desechos de origen agr�cola, ganadero y urbano que la nueva situaci�n les ofrece.

Una parte de la fauna acompa�ante del hombre, tanto la domesticada —perros, gatos— como las indeseables pero inevitables ratas y ratones, tambi�n tiene un efecto nocivo sobre la fauna de cada lugar que el hombre coloniza. Tanto perros como gatos se convierten en depredadores de animales en el �rea de influencia de los poblados, en tanto que las ratas y ratones dom�sticos pueden afectar seriamente la sobrevivencia de algunas plantas y de animales con los que compiten por alimento o atacan.

La mejor forma de solucionar el problema de las plagas es mediante el restablecimiento del equilibrio perdido, de manera que las especies que se transforman en plaga tengan enemigos naturales que controlen su n�mero. Para esto se requiere conocer m�s profundamente la biolog�a de las especies y la estructura de las comunidades afectadas.

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