III. HISTORIA AMBIENTAL DE LA CUENCA

LA PREHISTORIA

SE HA establecido con relativa precisi�n que el hombre lleg� al continente americano en tiempos geol�gicos recientes, comparados con el largo tiempo de ocupaci�n humana que tienen África, Europa y Asia. Durante los �ltimos dos millones de a�os, en un periodo geol�gico conocido como Pleistoceno, la Tierra experiment� una serie de enfriamientos en los polos con acumulaci�n, de grandes masas de hielo en las regiones boreales. La �ltima de estas glaciaciones, conocida como estadio glacial Wisconsiniano, comenz� hace unos 70 000 a�os y acab� hace unos 10 000 a 12 000 a�os.

Durante el Wisconsiniano, grandes cantidades del agua del planeta se acumularon en los polos y los mares bajaron de nivel varias decenas de metros. Estos cambios permitieron el paso de grupos humanos a trav�s del estrecho de Behring, los que se expandieron r�pidamente a lo largo de todo el continente desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

La fecha exacta de la llegada del hombre al continente americano es a�n motivo de pol�micas. Algunos autores, basados en fechas obtenidas por an�lisis de Carbono 14, sostienen que la llegada del hombre fue hace unos 12 000 a�os, a finales del Wisconsiniano (Marcus y Berger, 1984; Martin, 1984). Otros investigadores, sin embargo, presentan evidencias de ocupaciones muy anteriores, hasta de hace 25 000 a�os antes del presente (Lorenzo, 1981; MacNeish, 1976). En la cuenca de M�xico en particular, se han encontrado restos arqueol�gicos en Tlapacoya depositados hace unos 22 000 a�os (Lorenzo, 1981). A pesar de la pol�mica, que a�n subsiste, sobre la fecha exacta de la llegada del hombre a Am�rica, podemos concluir que el hombre lleg� al nuevo mundo hacia finales del Pleistoceno, cuando llevaba ya cientos de miles de a�os de expansi�n demogr�fica y cultural en el viejo mundo.

La expansi�n del hombre en el continente americano coincidi� con la retirada de los hielos de la �ltima glaciaci�n y, al mismo tiempo, con la extinci�n de muchas especies de grandes mam�feros (Halffter y Reyes-Castillo, 1975). Las razones de estas desapariciones masivas son todav�a sujeto de encendidos debates (v�ase, por ejemplo, Diamond, 1984 y Martin, 1984). Una teor�a reciente, bautizada como la "hip�tesis de la sobrecaza", sostiene que las extinciones del Pleistoceno tard�o fueron inducidas por la llegada del hombre, un depredador nuevo, organizado en peque�os grupos sociales, culturalmente evolucionado, capaz de fabricar herramientas y artes de caza y, sobre todo, poseedor de una mort�fera eficiencia en sus m�todos de captura. La teor�a de la sobrecaza sostiene que a medida que el hombre fue avanzando sobre el nuevo continente como una verdadera onda epid�mica, fue dejando tras de s� una estela de extinciones de grandes herb�voros que, no acostumbrados a este nuevo depredador, sucumbieron f�cilmente a la captura.

Lo que es claro, en todo caso, es que los primeros hombres en Am�rica no fueron capaces de domesticar animales como lo hicieron los hombres asi�ticos y europeos (la excepci�n, por supuesto, es la domesticaci�n de las llamas y las vicu�as por los incas y, aunque menos importante, la de los patos y los guajolotes en la cuenca de M�xico). La presi�n de la caza sobre las poblaciones de grandes herb�voros extingui� un gran n�mero de especies. Muy pronto los hombres americanos tuvieron que enfrentar su supervivencia colectando plantas y peque�os animales, incluso insectos. Curiosamente, su incapacidad para domesticar especies animales aceler� m�s tarde la domesticaci�n de plantas de cultivo. La domesticaci�n del ma�z es uno de los procesos de cambio gen�tico, de una poblaci�n silvestre, m�s r�pido que se conocen. En unos pocos miles de a�os, un tiempo relativamente corto para los ritmos de los procesos culturales en la prehistoria, aquellos primeros cazadores que llegaron a Am�rica se hab�an transformado en eficientes agricultores sedentarios. El proceso de extinci�n de grandes animales proveedores de carne aceler� el proceso de desarrollo de la agricultura y de domesticaci�n de plantas silvestres en todo Mesoam�rica. En la cuenca de M�xico, en particular, las excavaciones arqueol�gicas muestran que la proporci�n de huesos en los restos de comida fue disminuyendo con el tiempo hasta formar menos del 1% de la dieta en los poblados agr�colas sedentarios durante el periodo cl�sico y los posteriores (Sanders, 1976a; Sanders et al, 1979).

EL PERIODO PREHISP�NICO

Cuando la agricultura comenz� a desarrollase en la cuenca, hace unos 7 000 a�os (Lorenzo, 1981; Niederberger, 1979), los grupos humanos en el �rea se hicieron sedentarios y empezaron a organizarse en peque�os poblados ocupando las partes bajas del valle. Los primeros grupos sedentarios se establecieron en �reas planas que pose�an un buen potencial productivo y adecuada humedad, pero que, al mismo tiempo, se encontraban cerca de �reas m�s elevadas como para evitar las inundaciones durante la temporada de lluvias (Niederberger, 1979).

Entre los a�os 1700 y 1100 a. C., los primeros poblados grandes empezaron a formarse al noreste de la cuenca. Para el a�o 100 a. C., la poblaci�n de la cuenca era de aproximadamente 15 000 habitantes, con varios pueblos de m�s de 1 000 personas distribuidos en diferentes partes del valle. Hacia los comienzos de la Era Cristiana la poblaci�n de Texcoco, al este de la cuenca, era ya de unos 3 500 habitantes. En esa misma �poca comenz� el desarrollo del centro urbano y religioso de Teotihuacan, al noreste del lago de Texcoco y suficientemente alejado de las �reas m�s proclives a las inundaciones. Hacia el a�o 100 d.C., Teotihuacan ten�a ya unos 30 000 habitantes, y cinco siglos m�s tarde, en el a�o 650, la poblaci�n de este gran centro ceremonial alcanz� a superar los 100 000 habitantes (Parsons, 1976). Un siglo m�s tarde, la poblaci�n de Teotihuacan hab�a descendido nuevamente a menos de 10 000 habitantes. No se sabe con certeza cu�l fue la causa del colapso de esta cultura. Algunos investigadores lo atribuyen al alzamiento de grupos sometidos; otros, al agotamiento de los recursos naturales explotados por los teotihuacanos. Aun si la primera hip�tesis fuera cierta, el significado ecol�gico del tributo que se exig�a a los grupos sometidos era el de aportar recursos naturales con los que se subsidiaba la econom�a local. En cualquiera de las dos hip�tesis, por lo tanto, el agotamiento de los recursos naturales y el conflicto sobre su apropiaci�n aparecen como la causa principal. Seg�n Sanders (1976a; v�ase tambi�n Sanders et al., 1979) la sobreexplotaci�n de los recursos naturales semi�ridos que rodean a Teotihuacan, junto con la falta de una tecnolog�a apropiada para explotar los terrenos f�rtiles pero inundables del fondo de la cuenca, fueron determinantes decisivos en el colapso de esta civilizaci�n.

Varias culturas existieron en las m�rgenes de los lagos antes y durante la llegada y el establecimiento de los aztecas.

Adem�s de los asentamientos originales en Teotihuacan, Texcoco y en varios otros pueblos menores, inmigrantes de otros grupos �tnicos se fueron asentando en la cuenca. Los chichimecas, provenientes del norte, se asentaron en Xoloc; mientras que acolhuas, tepanecas y otom�es ocupaban las m�rgenes occidentales del lago (Azcapotzalco, Tlacopan y Coyohuacan) y grupos de influencia tolteca se establec�an al oriente (Culhuac�n, Chimalpa y Chimalhuac�n). El sistema lacustre en el fondo de la cuenca se fue rodeando lentamente de un c�mulo de peque�os poblados. El desarrollo de nuevas t�cnicas agr�colas basadas en el riego por inundaci�n del subsuelo y en la construcci�n de canales, permitieron un impresionante aumento en las densidades poblacionales. En los campos cultivados con esta nueva t�cnica, las chinampas, los canales serv�an a la vez como v�as de comunicaci�n y de drenaje, mientras que la agricultura en campos rellenados con el sedimento extra�do de los canales permiti� un mejor control de las inundaciones. Los grupos residentes, al mismo tiempo, fueron aprendiendo a reemplazar la falta de grandes herb�voros para la caza con la caza y recolecci�n de productos de los lagos y de los canales, entre ellos varias especies de peces y de aves acu�ticas, ranas, ajolotes, insectos y acociles, as� como con la recolecci�n de quelites y hierbas verdes descritos en el cap�tulo anterior.

Alrededor del a�o 1325, los aztecas —o mexicas— llegaron del norte y fundaron su ciudad en una isla baja e inundable, la isla de Tenochtitlan, que en pocos siglos se convirti� en la capital del poderoso imperio azteca y en el centro pol�tico, religioso y econ�mico de toda Mesoam�rica. A�n no se sabe con certeza la raz�n por la cual los aztecas eligieron este sitio para fundar su ciudad, pero la elecci�n se convirti� con el tiempo en una leyenda de gran importancia cultural y en un elemento de tradici�n e identidad �tnica. Seg�n la leyenda azteca, el lugar de asentamiento de su ciudad fue revelado por los dioses bajo la forma, de un �guila devorando una serpiente sobre un nopal. Esta manifestaci�n fue tomada como se�al del fin de su larga peregrinaci�n desde Aztl�n. Se puede argumentar que, para la civilizaci�n lacustre de la cuenca en ese momento, los asentamientos en tierras m�s altas no representaban ninguna ventaja, porque �stas no eran cultivables bajo el sistema de Chinampas que era la base econ�mica de todos los grupos humanos en la regi�n. Es tambi�n probable que durante las primeras etapas de su asentamiento, los aztecas no dispusieran del poder militar necesario para desplazar a otros grupos de los mejores sitios agr�colas. Aunque menos valiosa desde el punto de vista agr�cola que las vecinas localidades de Texcoco, Azcapotzalco, o Xochimilco, la peque�a e inundable isla de Tenochtitlan se encontraba f�sicamente en el centro de la cuenca. Esta caracter�stica fue un elemento de gran importancia en la cosmovisi�n azteca, que se bas� en la creencia de que la isla era el eje cosmol�gico de la regi�n, el verdadero centro de toda la Tierra. Reforzada por la necesidad de obtener alimentos de fuentes externas, esta creencia probablemente determin� en gran medida la estructura social de la metr�poli azteca, organizada alrededor de guerreros despiadados y de una poderosa casta sacerdotal. Estas dos clases mantuvieron un inmenso imperio basado en la guerra ritual y en la dominaci�n de los grupos vecinos (Garc�a Quintana y Romero Galv�n, 1978).

Entre los a�os de 1200 y de 1400 d.C., antes, durante y despu�s de la llegada de los aztecas, una impresionante sucesi�n de cambios culturales y tecnol�gicos tuvo lugar en la cuenca, tanto antes como despu�s de la fundaci�n de Tenochtitlan. Se estima que hacia finales del siglo XV la poblaci�n de la cuenca alcanz� el mill�n y medio de habitantes, distribuidos en m�s de cien poblados. En ese tiempo la cuenca de M�xico era, con toda seguridad, el �rea urbana m�s grande y m�s densamente poblada de todo el planeta. Tlatelolco, originalmente una ciudad separada de Tenochtitlan, hab�a sido anexado por los aztecas en 1473 y formaba parte de la gran ciudad. La ciudad presentaba una traza cuadrangular de algo m�s de tres kil�metros, por lado con una superficie total de cerca de 1 000 hect�reas. Estaba dividida en barrios o calpulli relativamente aut�nomos, en los que se eleg�an los jefes locales. Los espacios verdes eran amplios: las casas de los se�ores ten�an grandes patios interiores y las chozas de los plebeyos se encontraban al lado de su chinampa, en la que se mezclaban plantas comestibles, medicinales y de ornato. La mitad de cada calle era de tierra dura y la otra estaba ocupada por un canal. Dado que los aztecas no usaban animales de carga ni veh�culos terrestres, el transporte de carga por medio de chalupas y trajineras era el medio m�s eficiente.

Las dos islas m�s grandes y pobladas del lago, Tenochtitlan y Tlatelolco, hab�an sido unidas a un grupo de islas menores mediante calles elevadas, formando un gran conglomerado urbano rodeado por las aguas del lago y vinculado con las m�rgenes del lago a trav�s de tres calzadas elevadas hechas de madera, piedra y barro apisonado. Dos acueductos, construidos con tubos de barro estucado, tra�an agua potable al centro de Tenochtitlan: uno bajaba de Chapultepec por la calzada a Tlacopan y el otro ven�a de Churubusco por la calzada a Iztapalapa. Para controlar las inundaciones un largo albard�n —la presa de Nezahualc�yotl— hab�a sido construido en la margen este de la ciudad, para separar las aguas de Tenochtitlan de las del gran cuerpo de agua que formaba en esa �poca el Lago de Texcoco.

Vale la pena discutir, en este momento, el fen�meno del canibalismo ritual de los aztecas como un problema relacionado con el uso ambiental de la cuenca. Existen dos grandes corrientes antropol�gicas que tratan de explicar este fen�meno (Anawalt, 1986). La primera, una corriente humanista, explica el canibalismo ritual como el resultado de la concepci�n azteca del Cosmos. Seg�n estos pensadores la ideolog�a particular y las creencias religiosas de los aztecas fueron el motor principal de estos ritos sangrientos. Otros investigadores, que llamaremos la corriente materialista, no otorgan a la ideolog�a un lugar tan importante y piensan que las presiones materiales generadas por el mismo crecimiento de la poblaci�n fueron la causa principal del canibalismo. Para algunos, este ritual serv�a como un cruento mecanismo de control demogr�fico; para otros, proporcionaba a los sacerdotes y a los guerreros un suplemento alimenticio altamente proteico en una sociedad donde la obtenci�n de prote�nas representaba un problema social. Como en todas las pol�micas de este tipo, es probable que ambos grupos tengan algo de raz�n. La respuesta a este enigma puede encontrarse, en parte, en los recientes hallazgos de Eduardo Matos Moctezuma (1987) en las excavaciones del Templo Mayor de Tenochtitlan. Estos estudios han demostrado que el Imperio azteca estaba basado en el culto religioso del Sol, la guerra y los sacrificios. Seg�n Matos, las dos divinidades que compart�an el santuario en la c�spide del Templo Mayor, Tl�loc, el dios de la lluvia y el agua, y Huitzilopochtli, el dios del Sol y de la guerra, representaban las bases del poder azteca: la agricultura y el tributo guerrero. El Templo Mayor constitu�a el centro del Imperio azteca y era tambi�n su mayor s�mbolo, la representaci�n material de su cosmovisi�n. Funcionaba como observatorio astron�mico y permit�a regular y administrar la eficiente agricultura mexica, uno de los principales pilares del imperio. Pero tambi�n funcionaba como lugar ceremonial en el centro f�sico de la cuenca, al cual llegaban tributos de toda la periferia sojuzgada mediante la guerra. Entonces, el Templo era tambi�n una especie de met�fora del segundo soporte del imperio, la apropiaci�n de recursos ex�genos a la cuenca. El desarrollo agr�cola y la apropiaci�n de tributos mediante la guerra formaban parte fundamental del universo ideol�gico y de las necesidades materiales de lo que ya en el siglo XIV era la regi�n m�s densamente poblada del planeta. De esta manera, la explicaci�n ideol�gica del canibalismo azteca quedar�a enmarcada en una l�gica econ�mica: el macabro ritual serv�a para legitimar el poder de los dirigentes, para mantener el esp�ritu militarista y, en �ltima instancia, para preservar el sistema de conquista y tributo guerrero que permit�a a los aztecas apropiarse de los productos generados por otros grupos (Duverger, 1983).

LA CONQUISTA

Cuando los espa�oles llegaron, en 1519, la cuenca se encontraba ocupada por una civilizaci�n bien desarrollada, cuya econom�a giraba fundamentalmente alrededor del cultivo de las chinampas que rodeaban al lago. La magnificencia de sus �reas verdes impresion� tanto a Hern�n Cort�s que incluy� largas descripciones de los jardines de Tenochtitlan en sus Cartas de relaci�n al emperador Carlos V. Por ejemplo, al describir una casa de un se�or mexica, Cort�s refiri� lo siguiente:


Tiene muchos cuartos altos y bajos, jardines muy frescos de muchos �rboles y rosas olorosas; as� mismo albercas de agua dulce muy bien labradas, con sus escaleras hasta lo hondo. Tiene una muy grande huerta junto a la casa, y sobre ella un mirador de muy hermosos corredores y salas, y dentro de la huerta una muy grande alberca de agua dulce, muy cuadrada, y las paredes de gentil canter�a y alrededor de ella un and�n de muy buen suelo ladrillado, tan ancho que pueden ir por �l cuatro pase�ndose; y tiene de cuadra cuatrocientos pasos, que son en torno mil y seiscientos; de la otra parte del and�n hacia la pared de la huerta va todo labrado de ca�as con unas vergas, y detr�s de ellas todo de arboledas y hierbas olorosas, y dentro de la alberca hay mucho pescado y muchas aves, as� como lavancos y zarzetas y otros g�neros de aves de agua, tantas que muchas veces casi cubren al agua. (Segunda carta de relaci�n, 30 de octubre de 1520.)

Desafortunadamente, la admiraci�n de los espa�oles hacia la cultura azteca fue m�s bien ef�mera. Despu�s de un sitio de noventa d�as, los soldados de Cort�s, apoyados por un gran ej�rcito de aliados locales que quer�an liberarse del dominio mexica, tomaron Tenochtitlan y en un tiempo muy breve desmantelaron totalmente la estructura social de la metr�poli azteca. La ciudad misma, s�mbolo de la cosmolog�a y del modo de vida de los mexicas, sufri� de manera especial esta profunda transformaci�n (DDF, 1983). Con el apoyo del trabajo barato que prove�a la poblaci�n conquistada, los espa�oles redise�aron la ciudad completamente, construyendo nuevos edificios coloniales de estilo espa�ol en lugar de los templos y palacios aztecas.

Con la conquista espa�ola, los caballos y el ganado fueron introducidos a la cuenca de M�xico y tanto los m�todos de transporte como la agricultura sufrieron una transformaci�n radical. Muchos de los antiguos canales aztecas fueron rellenados para construir sobre ellos calles elevadas, adecuadas para los carros y los caballos. De esta manera, las chinampas comenzaron a ser desplazadas del centro de la ciudad. Un nuevo acueducto fue construido desde Chapultepec hasta el z�calo de la nueva ciudad colonial. El ganado dom�stico europeo (vacas, borregos, cabras, cerdos y pollos) trajo a la cuenca una nueva fuente de prote�na. Con el ganado no s�lo cambiaron los h�bitos alimenticios de las clases dominantes (los campesinos mantuvieron su dieta b�sica de ma�z, frijoles y chile), sino que cambi� tambi�n el uso del suelo por el pastoreo y la utilizaci�n de los productos agr�colas por el uso de granos como el ma�z, que antes de la Conquista eran reservados exclusivamente para el consumo humano y que los espa�oles comenzaron a usar para alimentar a sus animales.

As�, la fisonom�a general de la cuenca comenz� a cambiar profundamente. Los densos bosques que rodeaban al lago comenzaron a ser talados para proveer de madera a la ciudad colonial y abrir campos de pastoreo para el ganado dom�stico. La llegada de los espa�oles tambi�n trajo una gran disminuci�n en la poblaci�n de la cuenca, en parte por las matanzas asociadas a la guerra de dominaci�n, en parte por emigraci�n de los grupos ind�genas residentes, pero sobre todo por la llegada de las nuevas enfermedades infecciosas que trajeron los espa�oles, contra las cuales los pobladores ind�genas no ten�an resistencia inmunol�gica (Le�n Portilla, Garibay y Beltr�n, 1972). Un siglo despu�s de la Conquista, la poblaci�n total de la cuenca hab�a disminuido a menos de 100 000 personas.

LA COLONIA

Los espa�oles, a su vez, fueron tambi�n transformados por la cultura ind�gena, de una manera quiz�s m�s sutil pero igualmente irreversible. El M�xico colonial se convirti� en una s�ntesis de la cultura azteca y de la cultura espa�ola, la cual a su vez se encontraba fuertemente influida por siglos de ocupaci�n �rabe en la Pen�nsula Ib�rica. La avanzada agricultura ind�gena desarrollada en la cuenca y el uso tradicional de la rica flora mexicana, armonizaron bien con la tradici�n �rabe-espa�ola de los patios y jardines interiores. Otro elemento urban�stico de gran importancia social, compartido por las culturas azteca y espa�ola, era la existencia de grandes espacios abiertos en el centro de las ciudades, rodeados de los principales centros ceremoniales, religiosos y de gobierno, y generalmente cerca tambi�n del mercado de la ciudad (An�nimo, 1788). As�, las plazas y los mercados en general y el z�calo de la ciudad en particular, se convirtieron en los ejes de la vida colonial, la arena p�blica donde las clases sociales se daban la cara, el lugar de encuentro donde los elementos aztecas y espa�oles se fueron mezclando lentamente en una nueva cultura.

Algunas diferencias culturales persistentes, sin embargo, siguieron provocando lentamente, la transformaci�n del paisaje de la cuenca. Desde el principio de la Colonia fue claro que la nueva traza que quer�an imponer los espa�oles a la ciudad era incompatible con la naturaleza lacustre del valle (Sala Catal�, 1986). El relleno de los canales aztecas para construir calzadas elevadas empez� a obstruir el drenaje superficial de la cuenca y empezaron a formarse grandes superficies de agua estancada (An�nimo, 1788), mientras que el pastoreo y la tala de las laderas boscosas que rodeaban a la cuenca aument� la escorrent�a superficial durante las intensas lluvias del verano. La primera inundaci�n severa ocurri� en 1553, seguida de nuevas inundaciones en 1580,1604,1629, y posteriormente a intervalos cada vez m�s cortos (Sala Catal�, 1986). Durante las temporadas de secas, por otro lado, los lagos se ve�an cada vez m�s bajos. Humboldt, describi� este fen�meno en 1822 en su Ensayo pol�tico sobre el Reino de la Nueva Espa�a:

Parece, pues, que los primeros conquistadores quisieron que el hermoso valle de Tenochtitlan se pareciese en todo al suelo castellano en lo �rido y despojado de su vegetaci�n. Desde el siglo XVI se han cortado sin tino los �rboles, as� en el llano sobre el que est� situada la capital como en los montes que la rodean. La construcci�n de la nueva ciudad, comenzada en 1524, consumi� una inmensa cantidad de maderas de armaz�n y pilotaje. Entonces se destruyeron, y hoy se contin�a destruyendo diariamente, sin plantar nada de nuevo, si se except�an los paseos y alamedas que los �ltimos virreyes han hecho alrededor de la ciudad y que llevan sus nombres. La falta de vegetaci�n deja el suelo descubierto a la fuerza directa de los rayos del sol, y la humedad que no se hab�a ya perdido en las filtraciones de la roca amigdaloide bas�ltica y esponjosa, se evapora r�pidamente y se disuelve en el aire, cuando ni las hojas de los �rboles ni lo frondoso de la yerba defienden el suelo de la influencia del sol y vientos secos del mediod�a.

Como en todo el valle existe la misma causa, han disminuido visiblemente en �l la abundancia y circulaci�n de las aguas. El lago de Texcoco, que es el m�s hermoso de los cinco, y que Cort�s en sus cartas llama mar interior, recibe actualmente mucha menos agua por infiltraci�n que en el siglo XVI, porque en todas partes tienen unas mismas consecuencias los descuajos y la destrucci�n de los bosques.

La poca altura de las monta�as al norte de la cuenca y la existencia de pasos casi a nivel entre algunas de ellas llevaron al gobierno colonial a planear el drenaje de la cuenca hacia el norte, desde los alredores del lago de Zumpango hacia el �rea de Huehuetoca. El primer canal de drenaje ten�a 15 km de longitud, de los cuales 6 km formaban una galer�a subterr�nea en Nochistongo (Figura 2 ). En el a�o de 1608 este canal abri� por primera vez la cuenca de M�xico hacia el Oc�ano Atl�ntico a trav�s de la cuenca del r�o Tula, en el actual estado de Hidalgo (Lara, 1988). El continuo azolvamiento de la galer�a oblig� al virreinato a abrir, dos siglos m�s tarde, un canal profundo a cielo abierto conocido como el "Tajo de Nochistongo". Las obras del drenaje de Huehuetoca continuaron hasta principios del siglo XX. Inicialmente el canal funcionaba s�lo como un vertedero del exceso de agua en la cuenca, pero con la construcci�n del canal de Guadalupe en 1796, el sistema de eliminaci�n de aguas hacia el Tula se conect� con el Lago de Texcoco y las �reas lacustres de la cuenca comenzaron a achicarse r�pidamente.

Figura 2. El canal de Huehuetoca en 1773, seg�n los agrimensores Felipe y Francisco de Z��iga y Ontiveros (tomado de Trabulse, 1983).

En 1769 se dio por primera vez una discusi�n en el seno del gobierno colonial sobre la conveniencia de secar los lagos. Jos� Antonio Alzate, un pionero de las ciencias naturales en M�xico, fue el �nico en alzar su voz contra el proyecto, para sugerir que mejor se emprendiera la construcci�n de un canal regulador que controlara los niveles del Lago de Texcoco y mantuviera al mismo tiempo las superficies lacustres de la cuenca (Trabulse, 1983; Figura 3).

LA INDEPENDENCIA

La guerra de Independencia (1810-1821) produjo pocos cambios en la fisonom�a general de la ciudad (Gonz�lez Angulo y Ter�n Trillo, 1976). Los cambios m�s importantes durante este periodo los trajeron las leyes de Reforma, cuatro d�cadas despu�s de la Independencia, que impusieron severas restricciones al poder de la iglesia. A pesar de la Reforma, las plazas continuaron siendo el centro de la vida cultural, pol�tica y religiosa de la ciudad. Posiblemente el efecto m�s importante de la Reforma fue el hacer efectiva la ley de desamortizaci�n promulgada en 1856. Esta ley establec�a que todas las fincas r�sticas y urbanas de las corporaciones religiosas y civiles se adjudicar�an en propiedad a sus arrendatarios por un valor calculado a partir de la renta vigente. La ley de desamortizaci�n abri� el camino a la ruptura de la traza colonial y facilit� la expansi�n urbana sobre terrenos que hab�an sido de la iglesia, del ayuntamiento y de las parcialidades ind�genas, como conjuntos, colegios, escuelas, potreros, huertas y tierras de labranza. El efecto de la desamortizaci�n, sin embargo, no fue inmediato. Su manifestaci�n m�s notable se observ� casi treinta a�os m�s tarde, cuando la burgues�a porfirista comenz� a edificar un nuevo modelo de ciudad durante el auge de la revoluci�n industrial.

Figura 3. Proyecto para el desag�e del lago de Texcoco realizado por Jos� Antonio Alzate y Ram�rez (tomado en Trabulse, 1983). Alzate se opon�a a la desecaci�n total del lago, temiendo que ello alterar�a severamente el clima y la econom�a productiva de la cuenca de M�xico.

Durante el siglo XIX se hicieron muchas mejoras a los espacios verdes urbanos, particularmente durante el periodo de la intervenci�n francesa (1865-1867), cuando el emperador Maximiliano reforest� muchas plazas de la ciudad siguiendo el dise�o de los "jardines rom�nticos" franceses. El Paseo de la Reforma, iniciado en 1865 por Maximiliano para transportarse m�s r�pidamente del Palacio de Gobierno al Castillo de Chapultepec, fue finalizado m�s tarde por Sebasti�n Lerdo de Tejada. Cautivadas por la traza "europea" del paseo, las familias m�s ricas de la burgues�a porfirista comenzaron a edificar grandes casonas sobre Reforma a finales del siglo XIX, iniciando as� un movimiento de las colonias burguesas hacia el oeste de la ciudad que es todav�a notable en la actualidad.

Las obras de drenaje del canal de Huehuetoca se ampliaron considerablemente durante el siglo XIX y, por primera vez, muchos citadinos comunes comenzaron a preocuparse por las consecuencias de secar los lagos. Una de estas consecuencias comenz� a hacerse evidente para muchos amantes de la jardiner�a: una costra de sales, conocida corno "salitre", comenz� a notarse en la superficie del suelo en muchas partes de la cuenca durante el tiempo de secas.

A pesar de las obras de drenaje, la navegaci�n por canales fue un medio de transporte sumamente popular durante la Colonia y la Independencia, hasta finales del siglo pasado. Desde un muelle cercano al antiguo mercado de la Merced, al este del Z�calo capitalino, sal�an barcos de vapor hacia Xochimilco y Chalco (Sierra, 1984). El canal de La Viga, entre otros, permaneci� activo durante buena parte del siglo y todav�a era, como en los tiempos prehisp�nicos, una importante v�a de transporte de productos agr�colas entre las chinampas de Xochimilco y el centro de la ciudad (Figura 4). Tambi�n era un lugar favorito de paseo dominical para muchos mexicanos. Francisco Calder�n de la Barca, en 1840, describi� el Canal de la Viga de la siguiente manera:

Le bordea un canal con �rboles que le dan sombra, y que conduce a las chinampas, y se ve siempre lleno de indios con sus embarcaciones, en las que traen frutas, flores y legumbres al mercado de M�xico. Muy temprano en la ma�ana, es un agradable espect�culo verlos c�mo se deslizan en sus canoas, cubiertas con toldos de verdes ramas y de flores. Es el de la Viga uno de los m�s bellos paseos que imaginarse pueden, y a�n podr�a mejorarse; pero as� como est�, con la agradable sombra de sus �rboles y el canal por donde desfilan las canoas, en un constante y perezoso ir y venir, ser�a dif�cil, a la hora del apacible atardecer, momentos antes de transponerse el sol, de preferencia en una hermosa tarde de un d�a de fiesta, encontrar en cualquier otra parte un espect�culo tan placentero o m�s inconfundible. Cual sea la clase social que muestre mayor gusto por el modo de gozar, es cosa que debe dejarse al juicio de los sabios: si los indios, con sus guirnaldas de flores y sus guitarras, sus bailes y canciones, y aleando las fragantes brisas, mientras sus canoas se deslizan al filo del agua, o a las se�oras luciendo sus mejores vestidos y encerradas en sus coches, que se pasean en silencio, devolviendo con un amable movimiento de abanico los saludos de sus bellas amigas desde el fondo de sus carruajes, temerosas, al parecer, de que la leve caricia del c�firo pudiera ofenderlas; y sin embargo, una brisa suave, cargada de aromas, corre sobre las aguas adormecidas, y los �ltimos rayos del sol doran las ramas de los �rboles con una luz quebrada y ya fugaz...


Figura 4. Navegaci�n en el Canal de la Viga a finales del siglo XIX (tomado de Sierra, 1984).

Durante la prolongada dictadura de Porfirio D�az, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la Revoluci�n Industrial se instal� en M�xico. Se construyeron f�bricas y ferrocarriles y la ciudad se moderniz� para beneficio de una peque�a burgues�a, centralista y sumamente poderosa, cuyo objetivo urban�stico fue el de transformar las partes m�s ricas de la ciudad copiando la traza de las ciudades europeas de aquella �poca. Piezas de hierro fundido, fabricadas en Europa, fueron incorporadas profusamente a la arquitectura de los edificios p�blicos. Quioscos musicales, muchos de ellos al estilo del Pabell�n Real de Brighton, fueron construidos en casi todas las plazas dando origen a una tradici�n de m�sica de bandas que es todav�a muy popular en las plazas de todo M�xico.

Durante el porfiriato, por primera vez, la cuenca de M�xico dej� de ser considerada como una serie de ciudades distintas, vinculadas m�s por el comercio que por una administraci�n central, y empez� a ser considerada como una sola unidad vinculada por un gobierno central y una industria de importancia creciente. Los ferrocarriles reci�n instalados comenzaron a traer campesinos a la cuenca en busca de empleo en las nuevas f�bricas y varios pueblos cercanos al centro de la ciudad, como Tacuba, Tacubaya y Azcapotzalco, fueron devorados por el creciente per�metro urbano.

LA REVOLUCI�N

La Revoluci�n Mexicana, entre 1910 y 1920, fue un periodo de crueles enfrentamientos entre la vieja burgues�a porfirista, que defend�a sus privilegios, y otros sectores sociales, fundamentalmente campesinos, que demandaban mayor participaci�n en la distribuci�n de la riqueza nacional. La ciudad de M�xico ten�a en aquella �poca 700 000 habitantes y, asombrosamente, sufri� pocos da�os durante el conflicto. La Revoluci�n fue un movimiento fundamentalmente rural, y la ciudad se convirti� en un refugio para familias provincianas de clase media, las que emigraron hacia la cuenca de M�xico buscando protecci�n bajo la nueva burocracia revolucionaria y las industrias locales.

CUADRO 1. Evoluci�n de las �reas urbanas y la densidad poblacional en la ciudad de M�xico desde 1600 hasta 1989. (Fuente: DDF, 1986)


A�o

Superficie

(km²)

Poblaci�n

(miles)

Densidad

(hab/ km²)


 

1600

1700

1800

1845

1900

1910

1921

1930

1940

1953

1980

1989(*)

5.5

6.6

10.8

14.1

27.5

40.1

46.4

86.1

117.5

240.6

980.0

1 371.0

58

105

137

240

541

721

906

1 230

1 760

3 480

13 800

19 200

 

10 584

15 885

12 732

16 985

19 673

17 980

19 534

14 287

14 974

14 464

14 082

14 000

 


*Valor proyectado

La Revoluci�n se institucionaliz� con la presidencia de Plutarco El�as Calles en 1924, y la paz volvi� finalmente a M�xico. El proceso de industrializaci�n acelerado volvi� a la ciudad, trayendo consigo, entre otras cosas, una marcada mejor�a en el transporte p�blico, la cual permiti� la expansi�n del �rea urbana y en consecuencia la disminuci�n en las densidades de la poblaci�n urbana (Cuadro 1). Entre 1934 y 1940, durante el periodo presidencial de L�zaro C�rdenas, muchas demandas populares fueron satisfechas.

Uno de los principales objetivos de C�rdenas fue la distribuci�n de la tierra entre los campesinos. Se estableci� la Reforma Agraria como Secretar�a de Gobierno y miles de nuevos ejidos fueron creados sobre las tierras repartidas. Como parte de sus preocupaciones por el uso de la tierra, C�rdenas confiri� una gran importancia a la creaci�n de parques nacionales. Se preocup�, especialmente, por crear parques en las monta�as que rodean a la cuenca de M�xico y por la creaci�n de �reas verdes dentro del per�metro urbano. Como resultado de esta pol�tica fueron creados los parques nacionales Desierto de los Leones y Cumbres del Ajusco, al oeste y al sur de la ciudad. La creaci�n de estos parques buscaba, entre otras cosas, proteger las laderas de la cuenca de la deforestaci�n. Desafortunadamente, durante la presidencia de Miguel Alem�n (1946-1952), una buena parte del Parque Nacional Cumbres del Ajusco fue cedido a las industrias papeleras Loreto y Pe�a Pobre, las que comenzaron un ambicioso programa de tala forestal (DDF, 1986). Aunque �stas compa��as se comprometieron a plantar algunos �rboles como compensaci�n, la eliminaci�n del Parque Nacional y la deforestaci�n de zonas boscosas cercanas a la ciudad abrieron el camino para la expansi�n de la traza urbana sobre importantes tierras forestales.

EL M�XICO MODERNO

Durante el periodo posterior a la Revoluci�n y sobre todo despu�s de la segunda Guerra Mundial, el crecimiento industrial pregonado por el gobierno porfirista se hizo realidad. La ciudad de M�xico se convirti� en una metr�polis industrial y comenz� un proceso de inmigraci�n masiva desde el campo a la ciudad. En aproximadamente setenta a�os, la poblaci�n del conglomerado urbano pas� de 700 000 (en el a�o de 1920) a 18 000 000 (en 1988). Ciudades perif�ricas como Coyoac�n, Tlalpan y Xochimilco fueron incorporadas a la megal�polis. Se construy� un sistema de drenaje profundo para eliminar la torrencial escorrent�a que generan miles de kil�metros cuadrados de asfalto y concreto y con este sistema de drenaje se acabaron de secar casi todos los antiguos lechos del lago. La disminuci�n del agua del subsuelo en el fondo de la cuenca, producida por el bombeo de agua y el drenaje, produjo la contracci�n de las arcillas que antes formaban el lecho del lago y la ciudad se hundi� unos nueve metros entre 1910 y 1988. Las velocidades del viento, extremadamente bajas en la altiplanicie de la cuenca, junto con la intensa actividad industrial y las emisiones de unos 4 000 000 de veh�culos, han degradado la calidad de la atm�sfera en la cuenca a niveles riesgosos para la salud humana.

El valle de M�xico ha pasado ya por dos ciclos de expansi�n poblacional y colapso posterior. �Ad�nde ir� a parar la cuenca de M�xico en este nuevo ciclo de explosi�n demogr�fica? �Es posible discutir ordenada y met�dicamente la direcci�n, la magnitud y el significado ambiental de estas inmensas transformaciones? En los siguientes cap�tulos analizaremos, a la luz de la informaci�n actualmente disponible, la trascendencia de estos cambios, y exploraremos algunas de sus posibles consecuencias futuras.

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