IV. LAS VARIABLES AMBIENTALES

EN ESTE cap�tulo se analiza el estado actual de algunas variables ambientales de importancia en la cuenca de M�xico, y se eval�a su tendencia al cambio. Por un lado, se pretende realizar un breve diagn�stico del estado actual de la cuenca, un an�lisis r�pido de situaci�n que nos permita conocer el grado de deterioro ecol�gico que presenta actualmente el medio ambiente. Pero adem�s de conocer el estado actual del ambiente, es fundamental poder evaluar hacia d�nde se dirigen las transformaciones, con qu� velocidad est� cambiando el ambiente de la cuenca, y en qu� direcci�n —ecol�gicamente hablando— se mueven los cambios. La transformaci�n ambiental de la cuenca es un fen�meno tan din�mico que, adem�s de medir la magnitud del deterioro actual (es decir, el "c�mo estamos"), se hace imprescindible conocer la velocidad de la transformaci�n y la tendencia a largo plazo (es decir, el "ad�nde vamos").

Para evaluar la magnitud de los cambios que han ocurrido en la cuenca de M�xico, empleamos una t�cnica sencilla de uso com�n en demograf�a. El m�todo se basa en el supuesto que dentro de un periodo, la tasa de cambio de una determinada variable de inter�s urban�stico o demogr�fico se mantendr� relativamente constante (es obvio que este supuesto es tanto m�s v�lido cuanto m�s corto sea el periodo considerado). En otras palabras, suponemos que, dentro de un cierto tiempo, la tasa de cambio per capita para las variables bajo estudio, tales como la densidad poblacional, el n�mero de autom�viles, o el �rea urbana, permanece m�s o menos constante; o lo que es lo mismo, se asume que el n�mero de ni�os por adulto, la producci�n de nuevos autom�viles en relaci�n con los que ya est�n en la calle, o la cantidad de nuevas urbanizaciones en relaci�n con las superficies ya urbanizadas, es un par�metro m�s constante que las variables en s� mismas (en este caso, la densidad poblacional, el n�mero de autom�viles o el tama�o de la mancha urbana, respectivamente). Los detalles algebraicos del procedimiento utilizado para las simulaciones se presentan en el Ap�ndice de este libro. Aunque la formulaci�n matem�tica es algo compleja, el concepto b�sico es sencillo: la transformaci�n de las variables, si su tasa de cambio es constante, se comportar� de la misma manera que el capital invertido en un banco. Cada a�o su valor se ver� incrementado, o disminuido, en una cierta proporci�n fija, y a lo largo de varios a�os el cambio seguir� una ley geom�trica similar a la del inter�s compuesto. Las variables tender�n a aumentar o disminuir geom�tricamente (es decir, en forma exponencial) con el paso del tiempo. El crecimiento o la disminuci�n exponencial de las variables se mantendr� siempre que, permanezca constante la tasa de cambio de las variables.

Con esta t�cnica se evalu� la tasa de cambio de diversas variables ambientales que son importantes indicadores de la calidad del medio, o de la intensidad de uso del ambiente, tales como la densidad poblacional, la cantidad de �reas verdes, la mancha urbana o el uso del agua. Su estado actual y su velocidad de cambio en el pasado ser�n analizados en el resto de este cap�tulo. Las consecuencias que podr�an presentarse en el futuro si se mantienen las actuales tasas de transformaci�n ser�n expuestas en el cap�tulo VI.

POBLACI�N Y USO DEL SUELO

La poblaci�n del �rea metropolitana de la ciudad de M�xico (que incluye actualmente el Distrito Federal junto con las �reas conurbadas del Estado de M�xico, y a la que nos referiremos en el resto de este libro en un sentido amplio como ciudad de M�xico) ha venido creciendo en forma continua desde fines de la Revoluci�n (Cuadro 1). Entre 1950 y 1980, la tasa media de crecimiento anual fue de 4.8%. (Cuadro 2). El crecimiento poblacional se extendi� m�s r�pidamente hacia las �reas industriales del Estado de M�xico, al norte del Distrito Federal, en las que la tasa de crecimiento fue considerablemente mayor (13.6%) , mientras que el crecimiento poblacional en el Distrito Federal ha sido menor (3.3%), pero siempre superior al del resto del pa�s.

CUADRO 2. Poblaci�n de la ciudad de M�xico desde 1519 a 1989, en millones de habitantes. Los datos anteriores a 1950 son estimaciones aproximadas y corresponden a sucesos hist�ricos de importancia ( Fuente: DDF, 1987)

A�o
Distrito Federal
Estado de M�xico
total

1519 (Conquista)
0.3
_
0.3
1620 (Colonia )
0.03
_
0.03
1810 (Independencia)
0.1
_
0.1
1910 (Revoluci�n)
0.7
_
0.5
1940 (Cardenismo)
1.8
_
1.8
1950
3.0
_
3.0
1960
4.8
0.4
5.2
1970
6.8
1.9
8.7
1980
8.8
5.0
13.8
1986
10.0
6.7
16.7
1989
11.0 (*)
8.2 (*)
19.2 (*)
Tasa media de crecimiento anual
( 1950-86 )
3.3%
13.6%
4.8%
Error est�ndar
0.3%
1.7%
0.2%

*Valor proyectado

Gran parte de la alta tasa de crecimiento de la ciudad se debe al continuo arribo de inmigrantes provenientes de �reas rurales empobrecidas (Unikel, 1974; Stern, 1977; Goldani, 1977). Entre 1970 y 1980, por ejemplo, 3 248 000 inmigrantes se asentaron definitivamente en la ciudad de M�xico (Calder�n y Hern�ndez, 1987). Si el efecto de la inmigraci�n es tomado en consideraci�n para corregir los c�lculos, la tasa de crecimiento de la poblaci�n urbana se puede estimar como aproximadamente 1.8%, mucho m�s baja que la media nacional, que fue 3.0% para el periodo 1970-1980. En resumen, es la inmigraci�n, y no el crecimiento reproductivo de la poblaci�n lo que mantiene las altas tasas de crecimiento poblacional de la ciudad de M�xico. Proyectando las tasas calculadas sobre la poblaci�n de 1987, de aproximadamente 18 000 000 de habitantes, puede estimarse que cada d�a nacen en promedio 900 ni�os en la ciudad de M�xico, pero llegan 1 500 campesinos a establecerse en el �rea. La inmigraci�n tiene un efecto adicional que exagera a�n m�s la asimetr�a de la relaci�n entre inmigraci�n y natalidad: muchos de los nacimientos registrados en la ciudad de M�xico provienen de parejas recientemente inmigradas. De esta manera la inmigraci�n, al traer personas fundamentalmente en edad reproductiva, tiene tambi�n un efecto colateral, pero considerable, sobre las tasas de nacimientos en la cuenca (Goldani, 1977).

CUADRO 3. �rea urbana total, estimada a partir de fotograf�as a�reas, desde 1953 hasta 1980 (Fuente DDF, 1986)

A�o
Área ( km² )

1953
240.6
1980
980.0
Tasa estimada de crecimiento anual
5 .2%

El crecimiento de la mancha urbana estimado a partir de fotograf�as a�reas de 1953 y 1980, es de 5.2% anual, algo mayor al de la poblaci�n (v�anse cuadros 1 y 3, y figuras 5 a 7). En 1953 la ciudad de M�xico cubr�a 240 km² (8% de la cuenca de M�xico) mientras que en 1980 hab�a aumentado a 980 km² (33% de la cuenca). La mayor parte de los nuevos desarrollos se han edificado sobre suelos agr�colas de alto valor productivo lo que agrega un costo adicional al crecimiento de la ciudad: m�s de 50 000 hect�reas de buenos suelos agr�colas se han perdido durante los �ltimos treinta a�os. Adicionalmente, los nuevos desarrollos urbanos que no ocupan suelos agr�colas han sido creados sobre las laderas de la cuenca, sin tomar previsiones adecuadas en relaci�n con el problema de la escorrent�a y de la erosi�n h�drica que generan la tala y la construcci�n es �reas de fuerte pendiente. Como consecuencia, las avenidas de agua y la erosi�n del suelo han aumentado significativamente (Galindo y Morales, 1987).

Figura 5. Cambios en las superficies urbanas de la cuenca de M�xico entre 1524 y 1980. El l�mite pol�tico actual del Distrito Federal y la isoclina de los 2 500 m de elevaci�n se indican para referencia (modificado de DDF, 1986).

Figura 6. Crecimiento de la mancha urbana de la ciudad de M�xico desde 1800 hasta 1980 (Fuente: DDF, 1987).

Figura 7. Crecimiento de la poblaci�n de la ciudad de M�xico desde 1800 hasta 1980, separado por entidades: Estado de M�xico y Distrito Federal (Fuente: DDF, 1987).

Al aumentar la mancha urbana m�s r�pido que la poblaci�n, las densidades poblacionales tienden a disminuir (Cuadro 1 y figura 8). Intuitivamente, se esperar�a que las menores densidades generaran una mayor disponibilidad de �reas verdes dentro de la ciudad. Sin embargo, no es as�. La expansi�n de �reas urbanas no ha mantenido el viejo estilo de desarrollo. Las nuevas urbanizaciones muestran una gran heterogeneidad, seg�n el nivel de ingresos de los grupos sociales que las habitan, pero en general son pobremente planeadas e incluyen pocos espacios verdes. En 1950 la ciudad inclu�a una amplia proporci�n (21%) de �reas agr�colas y de pastoreo dentro de la misma �rea urbana, junto con una proporci�n similar de parques y terrenos bald�os. La frecuencia relativa de las �reas verdes dentro de la ciudad ha disminuido bastante con el nuevo estilo industrial de urbanizaci�n. La proporci�n de todos los espacios verdes dentro del trazo urbano est� disminuyendo, pero el fen�meno ocurre a tasas muy variables (Cuadro 4). Los terrenos agropastoriles, antiguamente muy importantes dentro de la ciudad, como granjas lecheras y milpas, se han ido extinguiendo a una tasa anual de -7.4% y hoy en d�a son casi inexistentes dentro de la ciudad. La mayor parte de estas �reas son actualmente ocupadas por industrias y por complejos habitacionales. Los parques y espacios p�blicos se han conservado mucho m�s, pero aun as� est�n desapareciendo a una tasa de -1.5%, y por lo general son transformados en �reas pavimentadas para aliviar el intenso tráfico vehicular de la ciudad. Globalmente, las �reas verdes han estado desapareciendo a una tasa anual de -3.7%.

Figura 8. Variaciones en la densidad poblacional de la ciudad de M�xico desde 1800 hasta 1980 (Fuente: DDF, 1987).

En un estudio sobre los cambios en el uso del suelo dentro de la ciudad de M�xico, realizado a partir de fotograf�as a�reas de 1950 y de 1980, Lav�n (1983) encontr� que las tasas de desaparici�n de las �reas verdes var�an tambi�n significativamente de un sector de la ciudad a otro (Cuadro 5 y figura 9). El este de la ciudad, donde se encuentran los mayores asentamientos proletarios (en particular, ciudad Netzahualc�yotl y anexas, con cerca de 3 000 000 de habitantes), es el sector donde la ciudad est� cambiando con m�s rapidez: en esa zona casi 6% de todas las �reas verdes desaparecieron anualmente entre 1950 y 1980. El centro de la ciudad, en cambio, fue el �rea donde los cambios fueron m�s lentos: s�lo 1% de las �reas verdes desapareci� anualmente durante el mismo periodo. La tasa de cambio dentro de las �reas urbanizadas depende en gran medida del periodo de desarrollo de la urbanizaci�n y de la posici�n social de sus habitantes. En las �reas m�s pobres los espacios abiertos son r�pidamente ocupados por nuevas casas y hay menos �reas verdes por habitante. La distribuci�n de �reas verdes, como la distribuci�n de la riqueza, es hoy en d�a muy heterog�nea y var�a considerablemente de una parte de la ciudad a otra. Aunque algunos sectores tienen m�s de 10 m² de �reas verdes por habitante, la mayor�a tienen mucho menos. Azcapotzalco, con una poblaci�n de cerca de 700 000 habitantes, tiene actualmente 0.9 m² de �reas verdes por habitante (Calvillo Ortega, 1978; Barradas y J. Seres, 1987).

CUADRO 4. Tasa de cambio en las superficies de �reas verdes de la ciudad de M�xico, desde 1950 hasta 1980, medidas como porcentaje del �rea urbana total y estimadas a partir de fotograf�as a�reas (Fuente: Lav�n, 1983)

 
Superficie relativa (%)

 

Tasa de cambio anual
1950                   1980

Parque y áreas de recreación
13.1
8.3
-1.5%
Baldíos
8.1
3.2
-3.1%
Terrenos agrícolas y de pastoreo
21.2
2.3
-7.4%
TOTAL
42.2
13.8
-3.7%

CUADRO 5. Tasas de cambio de las �reas verdes dentro de diferentes sectores de la ciudad de M�xico, desde 1950 hasta 1980, medidas como porcentaje de la superficie del sector y estimadas a partir de fotograf�as a�reas (Fuente: Lav�n 1983)

Sector
Superficie relativa (%)

1950                   1980
Tasa de cambio anual

Norte
52.6
21.8
-2.9%
Sur
41.6
14.7
-3.5%
Este
23.5
4.0
-5.9%
Oeste
62.5
28.1
-2.7%
Centro
5.0
3.7
-1.0%

 

 

Figura 9. Crecimiento de la poblaci�n en la ciudad de M�xico, separado por entidades (Distrito Federal y Estado de M�xico ). Los mayores crecimientos en los �ltimos 20 a�os se registran en el Estado de M�xico (Fuente: DDF, 1987).

AGUA

Desde el punto de vista del uso de los recursos naturales, la cuenca de M�xico ha cambiado durante este siglo de un alto nivel de autosuficiencia a una completa dependencia de productos provenientes de otras regiones. Los mejores suelos de la cuenca han sido ocupados por construcciones, el acu�fero subterr�neo se ha hundido en algunas zonas m�s de diez metros, y buena parte del agua dentro de la cuenca est� fuertemente contaminada. Este problema es evidente en Xochimilco, donde la agricultura chinampera est� en proceso de desaparici�n por el descenso de los niveles fri�ticos y la contaminaci�n creciente de los canales.

Una importante fracci�n del agua que se consume en la ciudad es llevada a la cuenca con un alto costo energ�tico, proveniente de otras regiones donde es tambi�n un recurso escaso. En 1976, 1 293 millones de m³ de agua fueron usados por la ciudad de M�xico, con un gasto medio de 41 m³/ s. Treinta por ciento del gasto provino de la cuenca del Lerma (DDF, 1977). En la actualidad, la ciudad usa m�s de 60 metros c�bicos de agua por segundo, (�lvarez, 1985), de los cuales 15 m³/s (ca. 510 millones m³/ a�o) provienen de las cuencas del Lerma y del Cutzamala (Figura 10). La dotaci�n promedio de agua para la ciudad de M�xico es de unos 300 1/persona, m�s que en muchas ciudades de Europa (�lvarez, 1985). A pesar de ello, muchas colonias sufren cr�nicamente de falta de agua. Esto se debe a que el uso industrial del agua es muy ineficiente, a que s�lo el 7% de las aguas negras son recicladas y a que 20 y 30% del gasto se pierde por tuber�as rotas o en mal estado. La rotura de tuber�as en el subsuelo lodoso de la ciudad representa tambi�n un riesgo continuo para la salud, por la posibilidad de contaminaci�n con microorganismos provenientes del sistema de drenaje. As�, las enfermedades gastrointestinales son uno de los problemas de salud m�s frecuentes dentro de la ciudad.

Figura 10. Utilizaci�n y desalojo de las aguas residuales y pluviales en el valle de M�xico (Fuente: Guerrero et al., 1982).

Figura 11. Evoluci�n del sistema hidrol�gico asociado al sistema hidr�ulico del D.F., y evoluci�n proyectada para principios del siglo XXI. Los altos costos del bombeo har�n dif�cil alcanzar las metas de abastecimiento de agua desde las cuencas del Amacuzac y del Tecolutla, propuestas para el pr�ximo siglo ( Fuente: Guerrero et al., 1982).

Aproximadamente 2 m³/s de las aguas negras producidas por la ciudad son tratados y usados fundamentalmente para irrigaci�n de parques y de plazas (DDF, 1974). El resto (unos 40 m³/s) es eliminado de la cuenca a trav�s del sistema de drenaje profundo, y se usa sobre todo para irrigaci�n en el estado de Hidalgo (Figura 11). La diferencia entre lo que ingresa a la red y lo que sale por el drenaje se pierde en el riego de parques, y jardines, o a trav�s de la evaporaci�n directa a la atm�sfera. El drenaje y secado de los lagos de la cuenca de M�xico ha producido un fen�meno estacional de tolvaneras entre febrero y mayo. Las temperaturas del mediod�a a finales de la estaci�n seca generan fuertes corrientes convectivas que elevan part�culas de arcillas y de sales de los antiguos lechos del lago, las cuales son transportadas hacia la ciudad por los vientos dominantes del este. El problema de las tolvaneras, sin embargo, lleg� a su punto m�ximo durante los a�os setenta, y ha venido declinando poco a poco, o por lo menos parece haberse estabilizado desde entonces (J�uregui, 1983). Es muy posible que el control de la cantidad de part�culas de suelo en la atm�sfera durante la �poca seca est� relacionado con el indudable �xito del Plan Texcoco, que ha generado un tapiz herb�ceo en el antiguo lecho del lago (J�uregui, 1971,1983). A pesar de este �xito, la contaminaci�n del aire por microorganismos de origen fecal, producidos tanto por el alto grado de fecalismo al aire libre que todav�a subsiste en la ciudad como por las aguas negras en el fondo del valle, es todav�a un problema com�n y las tolvaneras siguen siendo una fuente potencial de infecciones y un motivo de preocupaci�n para la salud p�blica. La concentraci�n de bacterias fecales en el agua de lluvia de la ciudad de M�xico es de 100 a 150 microorganismos por litro (Soms Garc�a, 1986). Muestras de la flora microbiol�gica suspendida en la atm�sfera de la ciudad han mostrado una frecuencia significativamente elevada de microorganismos pat�genos (Gamboa, 1983; citada por Bravo, 1987). En las siguientes p�ginas veremos con m�s detalle los problemas de abastecer, drenar y tratar el agua en una ciudad del tama�o y la incre�ble complejidad de la Zona Metropolitana de M�xico.

El agua potable es aquella que re�ne ciertas caracter�sticas de pureza qu�mica, f�sica y microbiol�gica, que la hacen apta para ser consumida por seres humanos. Debe estar pr�cticamente libre de contaminantes t�xicos y de microorganismos pat�genos, y debe ser transparente y carente de colores, olores y sabores extra�os. Debe tener un bajo contenido de materia org�nica disuelta, porque de otra manera se favorecer�a la descomposici�n de �sta en el l�quido, con proliferaci�n de microorganismos y aparici�n de olores desagradables.

En la cuenca de M�xico, el agua proviene de dos fuentes principales: el agua subterr�nea y el agua superficial. En general, la contaminaci�n por residuos org�nicos, industriales o dom�sticos es m�s alta en las aguas superficiales, dado que las aguas subterr�neas pasan por un lento proceso de filtraci�n natural durante supercolaci�n hacia los horizontes profundos del suelo. As�, las aguas subterr�neas profundas son menos turbias y tienen cantidades m�s bajas de microorganismos en suspensi�n que las aguas superficiales. Por la obscuridad en la que se encuentran, no muestran desarrollo de algas (las algas, como todos los vegetales, requieren de la luz solar para la fotos�ntesis).

Sin embargo, las aguas subterr�neas presentan otra serie de problemas para su potabilizaci�n que deben ser tomados en cuenta. La cantidad de minerales disueltos en las aguas del subsuelo es mucho mayor que en la superficie, y con frecuencia se presentan en ellas algunos minerales t�xicos como los �xidos de manganeso, el amonio y los nitratos. La capa de agua profunda puede tambi�n verse afectada por contaminantes del subsuelo, tales como los l�quidos que percolan de los basureros y las zanjas de rellenos sanitarios (conocidos con el nombre t�cnico de "lixiviados"), o los l�quidos del drenaje dom�stico e industrial qu� pueden en ciertos casos filtrarse en profundidad. Por su baja cantidad de sedimentos y la transparencia de su color, las aguas subterr�neas pueden dar una falsa impresi�n de limpieza al ser extra�das del subsuelo, pero pueden presentar en ciertos casos una gran cantidad de contaminantes que deben eliminarse antes de su distribuci�n final como agua potable.

�Cu�les son las fuentes de las que se abastece de agua el valle de M�xico? Como veremos, el agua proviene de un conjunto diverso y heterog�neo de fuentes, pero la proporci�n del agua que proviene de manantiales espont�neos y de fuentes brotantes es cada vez menor. La mayor parte del agua que se consume en la ciudad de M�xico es bombeada de los acu�feros del valle, por medio de pozos profundos. Actualmente se extraen del acu�fero 54 m³/ s (DGCOH, 1989a y b), tomados de unos 1 100 pozos distribuidos en el fondo de la cuenca (Cuadro 6). De estos pozos, 360 son operados por la Direcci�n General de Construcci�n y Operaci�n Hidr�ulica del DDF, 538 son usados por particulares, y 209 son operados por la Comisi�n de Aguas del Valle de M�xico (Guerrero et al., 1982).

CUADRO 6. Sistema de abastecimiento de agua al Distrito Federal en 1988 (Fuente: DGCOH, 1989) y n�mero de pozos (Fuente: Guerrero, 1982)

Procedencia
Número de pozos
Caudal (m3/s)

Dirección General de Construcción y Operación Hidraúlica ( DDF ) :

 

Lerma
234
4.90
Norte
62
2.11
Sur
143
6.36
Centro
96
2.97
Oriente
41
1.12
Poniente
18
0.51
Río Magdalena y otros manantiales
-
0.82
Pozos particulares
538
1.15
Comisión de aguas del Valle de México: Cinco sistemas de pozos
209
9.22
Cutzamala
-
6.36
Agua tratada
-
1.30
TOTAL
1 341
36.82

El agua en los acu�feros del subsuelo es el resultado de un largo y lento proceso de acumulaci�n de parte de las aguas superficiales, que penetran a trav�s de las part�culas del suelo y se van estacionando en los niveles m�s bajos de los substratos sedimentarios. La velocidad de percolaci�n del agua superficial hacia el subsuelo se conoce t�cnicamente como "recarga" del acu�fero. El balance entre bombeo y recarga, es decir, la diferencia entre lo que entra al acu�fero y lo que se extrae de �l, es una medida de la explotaci�n y de la renovabilidad del recurso h�drico. Actualmente, la recarga del acu�fero es del orden de 25 m³/ s (entre 23 y 27 m³/ s seg�n distintas fuentes de informaci�n), lo que arroja un d�ficit de 29 m³/ s entre lo que se extrae (el bombeo) y la recarga del sistema.

En realidad, la recarga tiende a disminuir con el crecimiento de la ciudad. Al aumentar la mancha urbana, aumentan las superficies cubiertas por asfalto, concreto y edificaciones que son impermeables a la infiltraci�n del agua. Cuando llueve sobre la ciudad, el agua que cae sobre estas superficies es enviada directamente a la red de drenaje, y no tiene posibilidades de ser incorporada al acu�fero por medio de la infiltraci�n a trav�s del suelo. La tala de los bosques en la periferia de la ciudad tiene tambi�n un efecto negativo sobre la recarga. Mientras que el suelo org�nico del bosque es poroso, permeable, y tiene una alta capacidad de retenci�n del agua, los suelos pisoteados y compactos de las zonas taladas son menos permeables y tienen una baja capacidad de acumular o infiltrar el agua. Por esta raz�n, los bosques act�an como verdaderas "esponjas osm�ticas" en las grandes cuencas. Su importancia radica en que son capaces de regular el comportamiento de los manantiales y la incorporaci�n del agua a los acu�feros profundos.

Una de las principales consecuencias del d�ficit entre bombeo y recarga del acu�fero de la cuenca de M�xico son los hundimientos diferenciales del subsuelo (Figura 12). Al bombear, disminuye el contenido de agua de las arcillas que forman los fangos del antiguo lecho de los lagos en el valle de M�xico. Al perder humedad, las arcillas y los sedimentos org�nicos se contraen y el suelo disminuye su volumen y baja de nivel. Los descensos del nivel del terreno dependen de la velocidad local a la que se extrae agua del subsuelo y de la profundidad, y naturaleza de los sedimentos. En algunas partes del �rea metropolitana, el secado del subsuelo ha sido de tal magnitud que ha producido hundimientos de hasta 8 m en lo que va del siglo.

Figura 12. Asentamientos del subsuelo registrados en la ciudad de M�xico de 1952 a 1980 (Fuente: Guerrero et al., 1982).

El agua que produce la cuenca de M�xico no proviene, sin embargo, toda del subsuelo. Una cantidad peque�a del total usado por la ciudad (aproximadamente 1 m³/s) proviene de manantiales superficiales regulados, tomados de vertientes y manantiales en las laderas boscosas que rodean la cuenca. La importancia de estas aguas superficiales es, sin embargo, cada vez m�s baja en relaci�n con otras fuentes de abastecimiento que est�n tomando importancia creciente.

Despu�s del sistema de pozos profundos de la cuenca de M�xico, los principales aportes de aguas provienen de cuencas externas al valle. Los pozos subterr�neos de la cuenca alta del r�o Lerma, entre las ciudades de M�xico y Toluca, proveen al valle de M�xico unos 5 m³/s de caudal medio, aunque en algunos a�os la extracci�n de la cuenca del Lerma lleg� a cerca de 10 m³/s. El sistema del Lerma consta de 234 pozos de bombeo. La ciudad obtiene tambi�n agua de la cuenca del r�o Cutzamala, desde donde se bombean unos 7 m³/s tomados de los caudales superficiales del r�o. Tanto las aguas del Lerma como las del Cutzamala penetran a la cuenca de M�xico por medio del t�nel de Atarasquillo, una impresionante obra de ingenier�a que atraviesa la Sierra de las Cruces y tiene 14 km de largo y 3.2 m de di�metro. El sistema del Cutzamala es un ejemplo claro de los grandes esfuerzos tecnol�gicos y de los inmensos costos energ�ticos que implica el abastecimiento de agua para la ciudad. Las aguas que se env�an a la cuenca de M�xico deben conducirse por 127 km de tuber�as y deben vencer un desnivel de 1 200 m. La energ�a necesaria para mover tales vol�menes de agua es del orden de 150 MW (millones de watts) proporcionados en forma constante durante todo el a�o. Finalmente, parte de las aguas del drenaje de la ciudad son tratadas en plantas procesadoras y vueltas a incorporar al sistema de distribuci�n de aguas de la ciudad. El volumen total de aguas tratadas es de 2 m³/s, y son usadas generalmente para riego, para mantener el nivel fre�tico en los canales de Xochimilco, o para uso industrial.

Uso

Número de usuarios

Caudal
m³/ s                             %

Doméstico 1 900 000  viviendas  
22
69
Industrial 30 000 establecimientos
5
16
Servicios 60 000 establecimientos
4
12
Comercial 120 000 establecimientos
1
3

CUADRO 7. Distribuci�n de los usos del agua en el Distrito Federal (Fuente: Guerrero
et al.
, 1982)

Para llevar el agua desde los pozos hasta los tanques de almacenamiento se emplean 467 km de l�neas de conducci�n, con di�metros de 0.5 a 3.2 m. Existen en el Distrito Federal 240 tanques de almacenamiento, con una capacidad de 1.5 millones de metros c�bicos, cuya funci�n es regular el flujo de agua y mantener la presi�n del sistema.

La ciudad de M�xico posee un complicado sistema de distribuci�n de agua. Los tubos m�s grandes, que reciben el agua de los tanques de almacenamiento, forman una red de 550 km de largo, conocida como la red primaria. Los tubos de la red primaria tienen entre 0.5 y 1.8 m de di�metro, y se dividen a su vez en tubos menores, de 10 a 40 cm de di�metro, que conforman la red secundaria. Ésta tiene una longitud total de unos 12 000 km de tuber�as a los que se conectan 1 300 000 usuarios en el Distrito Federal, y un n�mero menor en el �rea metropolitana del Estado de M�xico (Cuadro 7). En 1953 s�lo el 50% de la poblaci�n del Distrito Federal contaba con servicio de agua potable en tomas domiciliarias. La proporci�n de tomas se elev� al 70% en 1977, y al 97% en 1982. Actualmente la ciudad de M�xico ocupa el primer lugar en distribuci�n domiciliaria de agua potable en relaci�n con las otras ciudades del pa�s (Guerrero et al., 1982).

EL DRENAJE DE LA CUENCA

La situaci�n geogr�fica de la ciudad, ubicada a m�s de dos mil metros sobre el nivel del mar, en una cuenca cerrada sin salidas naturales para los escurrimientos y donde se presentan tormentas de alta intensidad y corta duraci�n, ha provocado serios problemas para el desalojo y el control de las aguas desde la �poca prehisp�nica. Los sistemas de drenaje construidos desde entonces han tenido siempre un doble prop�sito: desalojar las aguas residuales del valle de M�xico y dar salida a las aguas pluviales para evitar inundaciones. La evoluci�n del sistema de drenaje ha estado condicionada por la necesidad de controlar y desalojar las aguas de lluvia, m�s que por la de eliminar las aguas residuales domiciliarias e industriales.

Las aguas residuales producidas por los habitantes de la ciudad se vierten junto con el agua de lluvia que escurre por las calles a una red secundaria de tuber�as de 30 a 45 cm de di�metro y una longitud de 12 000 km (Guerrero et al., 1982). A este sistema secundario se conecta una red primaria de colectores que posee tubos con di�metros de entre 0.6 y 2.5 m, y que poseen una longitud de 1 176 km (Guerrero et al., 1982). Para desalojar fuera del valle aguas colectadas por estos sistemas, existe el Sistema General del Desag�e que posee tres grandes conductos: el Gran Canal, el Emisor del Poniente y el Emisor Central. Las aguas acarreadas por este sistema son desalojadas hacia la cuenca del r�o Tula a trav�s del Tajo de Nochistongo y el sistema del Drenaje Profundo, que drenan hacia el r�o El Salto, y a trav�s de los t�neles de Tequisquiac, que desembocan al r�o Salado. Estas aguas son utilizadas para el riego agr�cola en la cuenca del r�o Tula, en el estado de Hidalgo. Los conductos que forman el Sistema General del Desag�e est�n entubados en algunos casos, como el Emisor del Poniente, el r�o Churubusco y el r�o de la Piedad. Otras veces son conductos a cielo abierto los cuales conducen principalmente aguas pluviales, pero con frecuencia se encuentran contaminados por las aguas residuales y basura, que causan serios problemas de insalubridad.

El Gran Canal tiene 47 km de longitud y es el principal elemento del sistema de drenaje. Drena la parte baja de la ciudad con la ayuda de 12 plantas de bombeo situadas a lo largo de su recorrido (DGCOH, 1981); recibe adem�s aguas provenientes de los r�os de los Remedios, Tlalnepantla y San Javier, y del lago de Texcoco. Este �ltimo a su vez regula las aportaciones de los r�os del oriente y del r�o Churubusco, el cual se encarga de drenar las aguas del sur y buena parte del oriente de la ciudad. Durante el estiaje, el Lago de Texcoco desaloja tambi�n las aguas residuales de gran parte de las zonas centro y norte. El Gran Canal es un canal a cielo abierto que llega a conducir caudales superiores a los 100 m³/s (DGCOH, 1981). Debido a la intensidad de las lluvias en la ciudad, ha sido necesario construir estructuras que permitan almacenar el agua durante el tiempo cr�tico de una tormenta, para despu�s desalojar caudales menores a trav�s de los diferentes conductos. El sistema tambi�n cuenta con plantas de bombeo que operan en forma continua para desalojar las aguas residuales durante todo el a�o y para desalojar las aguas pluviales de las zonas m�s bajas del valle durante la �poca de lluvias (Figura 13).

El Emisor del Poniente recibe aguas de diversos r�os y conduce las aportaciones del Interceptor del Poniente que drena las aguas provenientes principalmente del suroeste de la ciudad. A trav�s del Tajo de Nochistongo descarga las aguas hacia el r�o El Salto. El Emisor Central, con una capacidad de 200 m³/s (DGCOH, 1981), es el encargado de desalojar las aguas conducidas por el Drenaje Profundo.

Figura 13. Efecto del asentamiento del subsuelo en el sistema de drenaje (Fuente: Guerrero et al., 1982).

El Sistema del Drenaje Profundo se comenz� a construir en 1967, debido al problema creciente que representaban las inundaciones en la ciudad, y su primera etapa se termin� en 1975. El Drenaje Profundo opera entre los 30 y los 220 m bajo tierra (Fortson, 1986), y por lo tanto no se ve afectado por los asentamientos de terreno. Dado que no tiene canales superficiales, los emisores del sistema funcionan por gravedad y no requieren de bombeo, lo que los hace m�s eficientes en el uso de energ�a (Figura 13). El sistema lo forman los Interceptores Centro-Poniente, Central y Oriente, y el Emisor Central. Los Interceptores Central y Oriente con 8 y 10 km de longitud respectivamente y el Emisor Central de 50 km de longitud formaron la primera etapa del drenaje profundo (Guerrero et al., 1982). El Interceptor Central drena parte de la zona norte y centro de la ciudad y recibe los caudales de varios r�os. El interceptor Oriente tiene como funci�n principal aliviar el Gran Canal. El Interceptor Centro-Poniente posee una longitud de 16.5 km y drena el noroeste de la ciudad y auxilia al Interceptor del Poniente. El Drenaje Profundo cuenta con 90 km de t�neles de 5 y 6.5 m de di�metro. Se opera por lo general s�lo en la �poca de lluvias, pero en ocasiones se utiliza el Interceptor Oriente para aliviar el Gran Canal.

Existen a�n zonas en la ciudad de M�xico que carecen del servicio de drenaje debido principalmente al acelerado crecimiento de la mancha urbana. Uno de los principales problemas del sistema de drenaje se debe al asentamiento del subsuelo ocasionado por la sobreexplotaci�n de los acu�feros. En el centro de la ciudad los hundimientos han provocado que el drenaje, proyectado a trabajar por gravedad, requiriera de bombeo para elevar las aguas hasta el nivel del Gran Canal. En �poca de lluvias cuando los niveles son altos, el agua se regresa por los colectores causando serios problemas. Existen 51 plantas de bombeo que alimentan el Gran Canal y a los r�os entubados Churubusco, Consulado y la Piedad.

Un problema asociado con el explosivo crecimiento de la ciudad es el desarrollo de asentamientos humanos en las partes altas de las sierras perif�ricas, incluso sobre cauces de agua y sobre terrenos federales protegidos. La velocidad de crecimiento de los nuevos asentamientos hace dif�cil la dotaci�n del servicio de drenaje y provoca que las descargas de aguas residuales se realicen hacia los cauces de los r�os, hacia pozos de absorci�n o directamente en la calle. Esto no s�lo crea serios problemas de salubridad, sino que adem�s contamina con residuos cloacales zonas de recarga de acu�feros dentro del valle. La basura y los escurrimientos con altos contenidos de sedimentos son tambi�n un grave problema. Ambos tienden a azolvar los t�neles y a obstruir el funcionamiento del drenaje. Los problemas de azolvamiento son comunes a todo lo largo del sistema de drenaje.

Ante la escasez de agua con buena calidad y la creciente demanda de una poblaci�n en constante aumento, ha sido necesario tratar las aguas residuales con el fin de reciclarlas para los diferentes usos industriales, agr�colas y recreativos. Tratar el agua para su reuso significa eliminar sustancias nocivas por medio de procesos f�sicos, qu�micos y biol�gicos, que le devuelven parcial o totalmente �seg�n del tratamiento que se le da� la calidad que ten�a antes de ser usada. El reciclaje de aguas residuales en M�xico se inici� hace ya 30 a�os con la planta de tratamiento de aguas negras en el Bosque de Chapultepec en 1956. El agua reciclada de esa planta se destina todav�a hoy d�a al llenado de lagos de recreo y al riego de �reas verdes del bosque y zonas aleda�as.

En la actualidad, la ciudad de M�xico cuenta con 10 plantas recicladoras de agua (Cuadro 8), incluyendo una planta recientemente puesta en operaci�n en la zona del lago de Texcoco (Fortson, 1986). Las aguas, tratadas obtenidas de estas plantas se destinan al riego de prados y jardines, as� como a diversos usos industriales y agr�colas. Las nueve plantas de tratamiento ubicadas dentro del Distrito Federal tienen una capacidad instalada de entre 1.6 y 1.8 m³/s, una red primaria de distribuci�n de 119 km aproximadamente y una red secundaria de 474 km (Sorchini y Contreras, 1982). En la mayor�a de las plantas se emplea el proceso de lodos activados.

Las �reas verdes servidas con agua residual tratada son, principalmente, el Bosque de Chapultepec y el de San Juan de Arag�n, el Parque Tezoz�moc y en general, camellones, parques y jardines. Tambi�n se emplean aguas tratadas en el llenado de los lagos de los bosques y en el mantenimiento de los niveles de los canales de Xochimilco y Tl�huac. La mayor planta de tratamiento de aguas residuales en M�xico es la del Cerro de la Estrella, ubicada en la Delegaci�n Iztapalapa, al sur de la ciudad. Tiene una superficie de nueve hect�reas, y su capacidad es de 260 000 m³/d�a (Sorchini y Contreras, 1982). Las aguas tratadas por la planta se utilizan principalmente para abastecer las zonas industriales ubicadas en la Delegaci�n Iztapalapa y la Refiner�a 18 de Marzo as� como para recargar los acu�feros de la cuenca.

CUADRO 8. Plantas de tratamiento de aguas residuales en 1982 (Fuente: Guerrero
et al
., 1982)


Planta
Capacidad instalada
Capacidad aprovechable
Inicio de operación
l/s
l/s                            %

Cerro de la Estrella
2 000
 
1 800
90
1971
Xochimilco
1 250
 
0
0
1959
San Juan de Aragón
500
 
300
60
1964
Ciudad Deportiva
230
 
230
100
1958
Chapultepec
160
 
160
100
1956
Acueducto de Guadalupe
80
 
0
0
1982
Bosques de las Lomas
55
 
22
40
1973
El Rosario
25
 
22
88
1981
TOTAL
4 300
 
2 534
59

 

BASURA

La ciudad produce unas 12 000 toneladas de residuos dom�sticos por d�a. Aproximadamente el 50% son desechos org�nicos, y el resto est� constituido, en t�rminos generales, por papel (17%), vidrio (10%), textiles (6%), pl�sticos (6%), metales (3%) y otros desechos (9%). En contraste con los pa�ses desarrollados que generan desechos con una baja proporci�n de residuos org�nicos, la basura de la ciudad de M�xico es rica en restos de frutas y verduras (Restrepo y Phillips, 1985). La mayor parte de estos residuos se eliminaban, hasta hace poco, en tiraderos abiertos que representaban altos riesgos para la salud. Los m�s importantes eran los de Santa Cruz Meyehualco y Santa Fe, aunque muchos tiraderos menores (y a menudo clandestinos) existen todav�a en muchas partes del valle de M�xico (SAHOP, 1977; SMA, 1978a). Recientemente, a fines de 1987, un sistema m�s moderno de rellenos sanitarios ha sido inaugurado con dos sitios de dep�sito, uno al oriente (Texcoco) y otro al poniente (Santa Fe), de la ciudad con el fin de resolver, en parte, el tremendo problema ambiental que representa la eliminaci�n de la basura. Los tiraderos a cielo abierto que fueron remplazados por los nuevos sistemas de relleno sanitario han sido clausurados, pero todav�a subsisten muchos tiraderos clandestinos en bald�os y terrenos marginales. Muchos expertos opinan que la eliminaci�n de basura seguir� siendo un problema hasta que un sistema m�s eficiente sea instrumentado, se pongan en pr�ctica reglamentaciones m�s estrictas y sobre todo, hasta que se construyan plantas modernas de procesamiento de residuos s�lidos (Aguilar Sahag�n, 1984; Monroy Hermosillo, 1987; Trejo V�zquez, 1987). Por su alto contenido en residuos org�nicos, la basura generada por la ciudad podr�a ser usada para fabricar composta a un costo relativamente bajo.

Este tema, por su importancia, merece una breve discusi�n. La composta, o abono org�nico, es el resultado de la descomposici�n aer�bica de residuos org�nicos. Es un proceso en el que interviene un gran n�mero de microorganismos, que bajo condiciones adecuadas de oxigenaci�n son capaces de utilizar los hidratos de carbono y las grasas de los desechos org�nicos para sus funciones metab�licas. Los residuos en descomposici�n se deben picar y acumular en montones de un cierto tama�o que permita la propagaci�n y la multiplicaci�n de los organismos descomponedores. Bajo estas condiciones, el mont�n de residuos aumenta r�pidamente su temperatura, la que puede controlarse compact�ndolo y regulando as� la cantidad de aire que llega, hasta que las sustancias l�biles (es decir, de f�cil descomposici�n) se pierden totalmente a trav�s de la respiraci�n de los microorganismos, fundamentalmente bacterias y hongos. Otras sustancias, en cambio, no se pierden durante el proceso. El nitr�geno contenido en las prote�nas de los residuos es retenido por los mismos microorganismos, quienes lo utilizan para fabricar sus propias prote�nas. El resultado final es una mezcla amorfa, con un agradable olor a tierra de hoja, de color oscuro y textura migajosa, en la que predominan sustancias de lenta descomposici�n (restos de celulosa, ligninas, fenoles, y otras sustancias con anillos arom�ticos en su composici�n qu�mica), y que presenta una elevada proporci�n de nitr�geno (de 3 a 5%). Por su riqueza en nitr�geno, el abono org�nico —o composta— sirve para fertilizar suelos agr�colas y jardines. Por su composici�n qu�mica carente de sustancias l�biles, la composta es una mezcla sumamente estable y, por lo tanto, f�cil de manejar. Es rica en lombrices de tierra y otros organismos ben�ficos para los suelos agr�colas, pero no es consumida por ratas o animales carro�eros, y no representa un problema para la salud humana como la basura sin tratar. La composta puede sustituir a bajo costo buena parte de los fertilizantes industriales que actualmente son usados en los campos agr�colas perif�ricos a la ciudad de M�xico. Su fabricaci�n y consumo solucionar�a en buena medida el inmenso problema sanitario que representa actualmente la eliminaci�n de la basura en la ciudad.

CALIDAD DEL AIRE

Con toda seguridad, el problema m�s grave asociado al crecimiento de la ciudad son los alt�simos niveles de contaminaci�n atmosf�rica que se registran en la ciudad de M�xico, y que desde fines de los a�os setenta viene siendo un motivo de preocupaci�n creciente para la poblaci�n de la ciudad (SAHOP,1978; SMA, 1978b, 1978c). Este problema es particularmente grave durante la temporada fr�a (diciembre a febrero) cuando las bajas temperaturas estabilizan la atm�sfera sobre la ciudad y la falta de convecci�n t�rmica permite la acumulaci�n de contaminantes en la masa de aire estacionario que cubre la ciudad (SEDUE, 1986; Velasco Levy, 1983). Estudios sobre la concentraci�n de plomo y bromo en las part�culas contaminantes del aire de la ciudad de M�xico han demostrado desde hace ya varios a�os que la mayor parte de la contaminaci�n atmosf�rica es generada por los escapes de los autom�viles (Barfoot, Vargas-Aburto, MacArthur, Jaidar, Garc�a-Santib��ez y Fuentes-Gea, 1984; Sigler Andrade, Fuentes-Gea y Vargas Aburto, 1982). La SEDUE (1986) ha estimado que la contaminaci�n vehicular es responsable del 85% de todos los contaminantes atmosf�ricos sobre la ciudad. En algunas partes de la ciudad particularmente hacia el centro-este, la concentraci�n total de s�lidos en suspensi�n excede la norma internacional y la mexicana m�s del 50% del tiempo (Fuentes-Gea y Hern�ndez, 1984). Aunque la calidad del aire durante la temporada lluviosa ha permanecido m�s o menos constante durante los �ltimos diez a�os, el total de part�culas suspendidas durante la �poca seca est� increment�ndose a una tasa de aproximadamente 6% anual (calculada de Fuentes-Gea y Hern�ndez, 1984). Es interesante destacar que el n�mero de autom�viles en la ciudad est� creciendo a la misma tasa (hab�a 2 000 000 de autom�viles en 1980, y m�s de 3 500 000 a finales de 1986). El deterioro de la calidad del aire inducido por el crecimiento del n�mero de autom�viles es mucho m�s r�pido que el crecimiento poblacional y la expansi�n urbana (Cuadro 9). Es predecible que, si la tendencia contin�a, la contaminaci�n atmosf�rica sea el primer factor en generar una crisis ambiental de grandes magnitudes en la ciudad de M�xico.

CUADRO 9. Densidad de veh�culos en la ciudad de M�xico, 1978-1989 (Fuente: Legorreta, 1989)

 


Año

Vehículos

( miles )

Habitantes

( millones)

Área urbana

( km2 )


1978
1 600.0
12.8
949.9
 
1980
2 000.0
13.8
980.0
 
1983
2 800.0
15.5
1 104.4
 
1986
3 505.3
17.4
1208.2
 
1989 ( * )
4 000.0
19.2
1 371.0
 

 

CUADRO 10. Emisiones atmosf�ricas estimadas para la ciudad de M�xico en 1983 (Fuente: Bravo, 1987).

Contaminante
Fuentes fijas
Vehículos
Total
ton. /año
%
ton. /año              
%
ton. /año
%

Partículas
141 000
2.9
12 800
0.3
153 800
3.1
Monóxido de carbono
120 000
2.4
      3 600 000
72.8
3 720 000
75.3
Hidrocarburos
140 000
2.8
385 000
7.8
525 000
10.6
Dióxido de azufre
400 000
8.1
11 000
0.2
411 000
8.3
Óxido de nitrógeno
93 000
1.9
39 000
0.8
132 000
2.7
TOTAL
849 000
18.1
4 047 800
81.9
4 941 800
100

Figura 14. Emisi�n anual de distintos contaminantes en la atm�sfera de la ciudad de M�xico, 1983. Part. = part�culas, CO = mon�xido de carbono, CHx= hidrocarburos, SOx = �xidos de azufre, N = compuestos nitrogenados (Fuente: Bravo, 1987).

Seg�n el reciente y detallado informe de Bravo, (l987, Cuadro 10), los veh�culos producen la mayor parte del mon�xido de carbono y de los residuos de hidrocarburos presentes en la atm�sfera de la ciudad, pero las fuentes fijas (calderas, incineradores, quemadores industriales, plantas motrices en industrias, etc.) son en cambio responsables de la mayor parte, de las part�culas s�lidas, el bi�xido de azufre y los �xidos de nitr�geno (Figuras 14 y 15). La contaminaci�n por part�culas s�lidas es m�xima hacia el centro-este de la ciudad, pero la contaminaci�n por bi�xido de azufre es mayor hacia el norte, donde se ubican la mayor parte de las industrias. Hasta 1986 el plomo era quiz�s el contaminante m�s cr�tico en la atm�sfera de la ciudad (Salazar, Bravo y Falc�n, 1981), sobre todo por el uso de gasolinas con plomo (Cuadro 11). La concentraci�n de este elemento fue aumentando con el n�mero de veh�culos, hasta alcanzar un valor promedio de 5 microgramos por metro c�bico (mg/ m³) en 1968 (Halffter y Ezcurra, 1983) y de aproximadamente 8 mg/m³ en 1986 (5 veces la norma mexicana, que es de 1.5 mg/m³). En septiembre de 1986 PEMEX comenz� la producci�n y venta en el valle de M�xico de gasolinas de bajo contenido de plomo, las cuales ten�an aditivos sint�ticos que sustituyen la acci�n catal�tica del plomo. El cambio tuvo un efecto colateral inesperado (Figura 16), las concentraciones de ozono en la atm�sfera de la ciudad subieron r�pidamente como resultado de la interacci�n entre la radiaci�n ultravioleta, el ox�geno atmosf�rico y los hidrocarburos y el �xido nitroso productos de la combusti�n de la gasolina que son expelidos por los escapes de los autom�viles. Actualmente, la concentraci�n media de ozono en la atm�sfera de la ciudad es de 0.15 partes por mill�n (300 mg/m³, diez veces la concentraci�n normal en el aire, casi el doble del l�mite m�ximo permisible en California y Jap�n; Avediz Asnavourian, 1984), y suficientemente alta como para producir da�o significativo en la mayor parte de las especies vegetales (Sk�rby y Sellden, 1984). Dado el periodo de tiempo empleado por la reacci�n que forma el ozono, las concentraciones m�ximas de este contaminante se observan hacia el sudoeste de la ciudad en la direcci�n de los vientos dominantes. Durante el invierno de 1987, los niveles de ozono en esta �rea superaron la norma mexicana (0.11 ppm, algo m�s alta que la norma NAAQS para California, que es de 0.08 ppm) m�s del 50% del tiempo. Es ir�nico que, mientras la disminuci�n del ozono en la alta atm�sfera es una de las mayores preocupaciones ambientales a nivel global, las concentraciones excesivamente altas sean uno de los principales problemas en la ciudad de M�xico.

Figura 15. Emisi�n proporcional de distintos contaminantes sobre la atm�sfera de la ciudad de M�xico en 1983. Las fuentes fijas son las principales responsables de la emisi�n de part�culas, �xidos de azufre y compuestos nitrogenados. Los veh�culos son los principales responsables de la emisi�n de mon�xido de carbono y de hidrocarburos (Fuente: Bravo, 1987).

CUADRO 11. Concentraciones de plomo (microgramos por metro c�bico) en la atm�sfera de la ciudad de M�xico en 1970, comparada con otras ciudades de los Estados Unidos (Fuente: Bravo, 1987)

 


Ciudad
mg/m³

México

Cincinnati

Filadelfia

Los Ángeles

Nueva York

5.1

1.4

1.6

2.5

2.5


Figura 16. Concentraciones medias mensuales de ozono sobre la ciudad de M�xico y n�mero de d�as en los que se super� la norma mexicana (0.11ppm) . La l�nea punteada (septiembre de 1986) indica la fecha en la que se reemplaz� el uso de gasolinas con plomo por gasolinas sin plomo ( modificado de Bravo, 1987).

CUADRO 12. Emisiones m�ximas permisibles (g/ km-veh�culo) para veh�culos nuevos en M�xico y los Estados Unidos (Fuente: Bravo, 1987)

 
1975                                                     1985          
 
México
EUA
México
EUA

Hidrocarburos
2.5
0.9
2.6
0.5
Monóxido de carbono
29.2
9.4
24.2
9.4
Óxido de nitrógeno
--
1.93
2.2
0.62

CUADRO 13. Contenido de tetraetilo de plomo (ml/ l) en gasolina regular para distintos pa�ses (Fuente: Bravo, 1987)

 


País
1980
1990
  

Inglaterra

Alemania

México

0.28

0.15

0.77

( cero )

( cero )

0.14


Mucho podr�a hacerse, sin embargo, para aliviar este problema. Los convertidores catal�ticos a�n no son usados en los autom�viles mexicanos y la norma local para el m�ximo de emisiones permisibles en carros nuevos es de dos a tres veces m�s permisiva que, por ejemplo, en los Estados Unidos (Cuadro 12). El contenido de plomo en las gasolinas regulares que se expenden en M�xico, aunque ha bajado sensiblemente desde 1986, sigue siendo elevado si se lo compara con pa�ses europeos donde ya es obligatorio el uso de gasolinas sin plomo (Cuadro 13). En 1988 el Departamento del Distrito Federal aument� sus esfuerzos para controlar la contaminaci�n del aire. Reglamentos recientes establecen que, obligatoriamente, las empresas fabricantes de autom�viles deber�n incorporar convertidores catal�ticos en sus modelos de 1991. Pero el cambio ser� lento, dado que la vida media del parque automotriz en M�xico es de casi diez a�os. Para poder incorporar los convertidores catal�ticos deber� eliminarse totalmente el tetraetilo de plomo de las gasolinas, pero durante un cierto tiempo —pr�cticamente hasta el a�o 2 000— una buena proporci�n de los autom�viles ser� todav�a de modelos anteriores y no contar� con convertidores. La medida de hacer obligatorio el uso de los convertidores, aunque imprescindible a largo plazo, puede implicar a corto plazo un incremento a�n mayor en las concentraciones de ozono. Un uso m�s generalizado del transporte p�blico, aunado a mayores restricciones al uso de veh�culos privados, ciertamente ayudar�a a disminuir el problema de la contaminaci�n atmosf�rica. �sta parece ser hoy en d�a la �nica soluci�n viable a largo plazo. Actualmente el transporte p�blico es responsable de s�lo 23 o 30% del total de emisiones vehiculares, y presta sus servicios al 81% de las personas que viajan (Bravo, 1986). Seg�n estos datos, la emisi�n media de contaminantes por pasajero es diez veces m�s alta para las personas que viajan en veh�culos particulares que para las que utilizan el transporte p�blico.

Peralta (1989) y Legorreta (1989) presentan datos que fortalecen a�n m�s la idea de que son los autom�viles particulares los principales responsables de la contaminaci�n por fuentes m�viles. Seg�n Peralta, en la ciudad de M�xico se realizan aproximadamente 21 000 000 de viajes- persona /d�a, de los cuales 4 000 000 los realizan los autos particulares y 2 000 000 los taxis colectivos. Los viajes restantes los realiza el sistema colectivo de transporte (6 000 000 el metro, 6 000 000 los autobuses urbanos, y 3 000 000 los autobuses suburbanos). Tomando en cuenta que la ciudad de M�xico tiene 7 000 unidades de autobuses urbanos, es f�cil calcular que cada unidad, en promedio, realiza unos 860 viajes persona/d�a, mientras que los autos particulares realizan, en promedio, s�lo 2 viajes-persona/d�a. Los c�lculos finales que realiza Peralta son sencillos pero muy elocuentes: un autob�s, consumiendo unos 160 litros de d�sel, realiza en un d�a el trabajo lo que realizan unos 570 autos particulares, consumiendo alrededor de 3 700 litros de gasolina.

A finales de 1988, el Departamento del Distrito Federal impuso la obligatoriedad de revisar cada a�o las emisiones que despiden los escapes de los autom�viles. Con este mecanismo de control de emisiones se espera disminuir sustancialmente la cantidad de mon�xido de carbono y de residuos de la combusti�n, incluyendo hidrocarburos, carb�n y holl�n despedidos por los automotores. Adem�s, se han repartido calcoman�as de colores que permitir�n impedir el tr�nsito de parte del parque automotriz un d�a a la semana. Las medidas son correctas y deben ser apoyadas y aplaudidas, pero queda la duda acerca de qu� tan efectivas ser�n a largo plazo para controlar la contaminaci�n del aire. La respuesta a esta duda es, desafortunadamente, pesimista. La pol�tica de "un d�a sin auto" puede, en el mejor de los casos, disminuir el tr�nsito vehicular un 20% en d�as de semana, pero mantendr� los niveles actuales en fines de semana, lo que dar�a una disminuci�n total de contaminantes de aproximadamente 15 o 18%. En realidad, la medida ser� mucho menos efectiva, porque muchas personas realizar�n en otros d�as de la semana las actividades que no podr�n realizar con su autom�vil el d�a vedado. De manera que la veda semanal a la circulaci�n durante un d�a disminuir� el tr�nsito de autom�viles particulares en aproximadamente 10%, pero a la tasa de crecimiento actual del parque automotriz el n�mero de autom�viles en circulaci�n aumentar� el mismo 10% en s�lo un a�o y medio. Es decir, a principios de 1991 el crecimiento del n�mero de autom�viles en la ciudad habr� rebasado la posible disminuci�n en emisi�n de contaminantes que pueda provocar la reglamentaci�n implementada en 1989.

La contaminaci�n atmosf�rica est� tambi�n teniendo un efecto sobre la calidad del agua de lluvia. Durante el periodo 1983-1986 el pH del agua de lluvia en la ciudad de M�xico disminuy� en forma continua por las concentraciones crecientes de �xidos de azufre y de nitr�geno en el aire (P�ramo, Guerrero, Morales y Baz Contreras, 1987; v�ase tambi�n Bravo, 1987). En la actualidad, el pH del agua de lluvia sobre la ciudad es de aproximadamente 5.5, pero se registran con frecuencia valores de alrededor de 3.0. Finalmente, aunque existe poca informaci�n sobre el tema, algunos trabajos se�alan que los efectos de la contaminaci�n atmosf�rica no se limitan al �rea urbana; pueden tambi�n tener un efecto considerable sobre los ecosistemas naturales que rodean a la ciudad. Hern�ndez Tejeda, Bauer y Krupa (1985; v�ase tambi�n Hern�ndez Tejeda, Bauer y Ortega Delgado, 1985; Bauer, Hern�ndez Tejeda y Manning, 1986; Hern�ndez Tejeda y Bauer, 1986), por ejemplo, han encontrado que el ozono producido sobre la ciudad y transportado por el viento a la sierra del Ajusco, reduce significativamente el contenido de clorofila-A, y por lo tanto el crecimiento de Pinus hartwegii, la especie de pino dominante en los bosques de altura alrededor de la cuenca (aproximadamente a 3 500 m de altitud). Una de las principales funciones de estos bosques es regular la escorrent�a y ayudar a la infiltraci�n del agua que usa la ciudad. De esta manera la contaminaci�n atmosf�rica podr�a tener a largo plazo un efecto considerable en el balance hidrol�gico, de la cuenca y en la disponibilidad de agua para consumo humano.

LA MEDICI�N DE LA CALIDAD DEL AIRE

El �ndice de calidad del aire usado actualmente para informar a la poblaci�n de la ciudad de M�xico acerca de los niveles de contaminaci�n atmosf�rica, conocido como IMECA (Índice Metropolitano de Calidad del Aire; SEDUE, 1985), est� basado en una metodolog�a sencilla de c�lculo, a partir de dos "puntos de quiebre". Los puntos de quiebre son valores estad�sticamente conocidos, por encima de los cuales ocurren alteraciones significativas en la fisiolog�a de las poblaciones humanas. Las rectas que unen los puntos de quiebre sirven para convertir valores de concentraci�n de contaminantes en el aire a valores en una escala arbitraria de 0 a 500 puntos IMECA, la cual da una idea subjetiva del grado de peligrosidad asociado a los niveles de contaminaci�n del aire. Los �ndices obtenidos de estas rectas (conocidas por SEDUE como "funciones linealmente segmentadas") son seis en total, y miden la calidad del aire respecto de 1) part�culas s�lidas en suspensi�n, 2) bi�xido de azufre, 3) ozono, 4) mon�xido de carbono, 5) �xidos de nitr�geno, y 6) un t�rmino que mide la acci�n sinerg�stica del bi�xido de azufre con las part�culas s�lidas en suspensi�n.

CUADRO 14. Puntos de quiebre de la escala IMECA, para los valores 100 y 200, comparados con la escala NAAQS ( National Ambient Air Quality Standards) de los Estados Unidos

Contaminante
Tiempo de medición
IMECA 100
NAAQS
( nivel primario )

PST ( mg/m3 )
24 h
 
275
260
SO2 ( ppm )
24 h
 
0.13
0.14
CO ( ppm )
8 h
 
13.0
9.0
O3 ( ppm )
1 h
 
0.11
0.11
     
( California 0.08 )

Contaminante
Tiempo de medición
IMECA 200
NAAQS
( nivel de alerta )

NOX ( ppm )
1 h
 
0.66
0.60
PST X SO2
24 h
 
24.5
25.0

La escala del IMECA est� basada fundamentalmente en la definici�n de dos puntos de quiebre: el umbral cr�tico que define el valor IMECA 100, y el que define el valor IMECA 500. Como puede verse en los cuadros 14 y 15, los puntos de quiebre de la escala del IMECA corresponden de manera muy cercana (en algunos casos exacta) con los niveles "primario" y de "da�o significativo" de la norma federal de calidad del aire de los Estados Unidos de América (NAAQS: National Ambient Air Quality Standards; Thom y Ott, 1975). De hecho, el IMECA reconoce haber sido adaptado del �ndice de Ott y Thom (1975) para los Estados Unidos, que est� a su vez basado en las normas federales. Sin embargo, los umbrales del IMECA 100 son m�s permisivos que los aceptados en otros pa�ses, como Jap�n, o en algunas regiones particulares de los Estados Unidos. Este problema es particularmente notorio en el caso del ozono: mientras que la norma mexicana reconoce valores inferiores a 0.11 ppm como tolerables, la norma NAAQS para California establece que valores superiores a 0.08 ppm no deber�an presentarse m�s que en un solo evento anual de menos de una hora de duraci�n. La diferencia es cr�tica: si el IMECA, adoptara la norma californiana, la atm�sfera de la ciudad de M�xico deber�a ser considerada como dentro del nivel de alerta poblacional la mayor parte del tiempo.

CUADRO 15. Puntos de quiebre de la escala IMECA, para el valor 500, comparados con la escala NAAQS (National Ambient Air Quality Standards) de los Estados Unidos, para el nivel de "da�o significativo"

Contaminante
Tiempo de medición
IMECA 100
NAAQS

PST ( µg/m3 )
24 h
1 000
1 000
SO2 ( ppm )
24 h
1.0
1.0
CO ( ppm )
8 h
50
50
O3 ( ppm )
1 h
0.6
0.7
NOX ( ppm )
1 h
2.0
2.0
PST X SO2
24 h
187.1
187.5

La mayor diferencia entre el IMECA y la escala de Ott y Thom, sin embargo, radica en la definici�n de los niveles de peligrosidad de los �ndices. En el cuadro 16 se resumen las descripciones del IMECA, de Ott y Thom, y de la norma NAAQS, para niveles similares de contaminaci�n. Para el nivel 101-200, por ejemplo, mientras el IMECA describe "Aumento de molestias en personas sensibles", el �ndice de Ott y Thom lo define como declaradamente "malo para la salud". Los niveles siguientes, descritos por el IMECA como de incidencia fundamentalmente sobre la poblaci�n sensible, son descritos por Ott y Thom como "peligrosos" para la salud humana, y son definidos por la norma NAAQS como niveles de "alerta", de "aviso" y de "emergencia". En el �ltimo nivel la diferencia de definiciones es a�n m�s marcada: mientras el IMECA describe este nivel como de "aparici�n de diversos s�ntomas e intolerancia al ejercicio en la poblaci�n sana", el �ndice de Ott y Thom lo describe como "peligroso" y la norma NAAQS como de "emergencia" poblacional.

CUADRO 16. Comparaci�n entre la descripci�n del IMECA, la del índice de Ott y Thom y la norma NAAQS, para distintos niveles de contaminaci�n del aire

Índice
Descripción IMECA
Ott y Thom
NAAQS

0-50
Situación muy favorable para la realización de todo tipo de actividades físicas.
Bueno
Bajo la norma
51-100
Situación favorable para la realización de todo tipo de actividades físicas.
Satisfactorio
Bajo la norma
101-200
Aumento de molestias en personas sensibles.
Malo para la salud
Sobre la norma
201-300
Aumento de molestias e intolerancia relativa al ejercicio en personas con padecimientos respiratorios y cardiovasculares. Aparición de ligeras molestias en la población en general.
Peligroso
Alerta
301-400
Aparición de diversos síntomas e intolerancia al ejercicio en la población sana.
Peligroso
Aviso
401-500
Aparición de diversos síntomas e intolerancia al ejercicio en la población sana.
Peligroso
Emergencia
501 o más
( No se describe. )
Daño significativo para la salud humana

La segunda caracter�stica m�s importante del IMECA es la combinaci�n de los distintos indicadores de calidad del aire en un �ndice global, a trav�s del procedimiento denominado "funci�n de operador m�ximo". Este procedimiento consiste en informar s�lo acerca del �ndice que tuvo mayor puntaje en la escala del IMECA, haciendo caso omiso de los dem�s valores. El operador m�ximo tiene, por un lado, la virtud de no promediar los valores de los �ndices, d�ndonos as� una medida exacta del nivel de peligrosidad que encierra el contaminante principal. La idea subyacente a este procedimiento es informar acerca del "peor de los casos". Es decir, el c�lculo del IMECA asume que si se presenta al p�blico la informaci�n acerca del contaminante con niveles m�s elevados, se le informa de manera insesgada acerca de los niveles m�s cr�ticos para la salud humana en el total de los contaminantes atmosf�ricos. El procedimiento, sin embargo, tiene un inconveniente. Al informar s�lo acerca del contaminante principal, el operador m�ximo oculta si los dem�s contaminantes presentan tambi�n valores potencialmente da�inos para la salud humana, o si, por el contrario, se encuentran dentro de umbrales aceptables. Una buena informaci�n acerca de la calidad del aire deber�a describir los niveles de contaminaci�n de todos aquellos contaminantes que se encuentren por encima del umbral del IMECA 100.

El indudable deterioro de la calidad del aire sobre la ciudad de M�xico es causa de atenci�n y de preocupaci�n en la poblaci�n. Muchos citadinos quieren y desean ser informados acerca de los niveles reales de peligrosidad que enfrentan, sobre todo durante el invierno cuando la atm�sfera sobre la ciudad se estabiliza. Los niveles de tolerancia y umbrales establecidos en el IMECA para el nivel 100, son en general m�s elevados que los aceptados internacionalmente, sobre todo en los casos del ozono y del mon�xido de carbono. Ser�a conveniente revisar estos puntos de quiebre de manera peri�dica, seg�n las nuevas evidencias que se van acumulando en diferentes laboratorios y organismos internacionales.

La descripci�n de los niveles de da�o a la salud humana asociados a los diferentes puntajes del IMECA es demasiado larga y compleja, por un lado, y por el otro parece restarle importancia a los verdaderos riesgos asociados con periodos largos de acumulaci�n de contaminantes sobre la atm�sfera de la ciudad. Existe el consenso en distintos organismos internacionales de que cualquier nivel por encima del IMECA 100 es muy da�ino para la salud humana en general, sobre todo si se prolonga por varias horas o d�as, y que en largo plazo ocasiona m�s que "molestias menores en personas sensibles". El IMECA, tal cual se informa actualmente a la poblaci�n, no hace diferencias entre un nivel 100 que se prolonga s�lo una hora, contra niveles similares que se prolongan muchas horas o aun d�as.

En el futuro, ser� necesario informar a la poblaci�n de los reales niveles de contaminaci�n atmosf�rica que se detectan sobre la ciudad. Para ello, se deber�a informar de todos los contaminantes que superen el nivel 100 del IMECA, y no s�lo del "operador m�ximo". Por otro lado, ser�a conveniente anexar a la informaci�n que se distribuye a los medios de difusi�n, las concentraciones equivalentes en partes por mill�n (ppm) o en µg/m³ de los niveles indicados para cada contaminante. Muchos habitantes de la ciudad con educaci�n t�cnica o con formaci�n en ciencias ambientales desean conocer, adem�s del �ndice, los valores reales de contaminaci�n que se registran.

LAS INVERSIONES T�RMICAS

Todos hemos o�do hablar del riesgo que representan las inversiones t�rmicas en la ciudad de M�xico. Pocas personas, sin embargo, tienen una idea clara de c�mo ocurren. Con frecuencia, los habitantes de la ciudad parecen creer que las inversiones t�rmicas son causadas por la contaminaci�n. En realidad, las inversiones t�rmicas ocurren normalmente en invierno en muchas partes del mundo, tanto en ciudades como en el campo, sin ninguna consecuencia. El problema en la cuenca de M�xico es que los altos niveles de contaminaci�n ambiental, que discutimos en el punto anterior, pueden alcanzar durante una inversi�n t�rmica niveles severamente da�inos para la salud humana. El riesgo, entonces, no es la inversi�n, que ocurre normalmente en muchas partes, sino la inversi�n en un �rea donde las concentraciones de contaminantes son muy elevadas. Veamos esto con m�s detalle.

En condiciones normales, el aire se hace m�s fr�o a medida que ascendemos en altura. La raz�n de este fen�meno se debe a que a mayores alturas la capa atmosf�rica sobre el observador es menor, y por lo tanto la presi�n atmosf�rica se hace m�s baja. Recordemos ahora un principio sencillo del comportamiento de los gases: el aire se calienta al comprimirse, y al descomprimirse se enfr�a (cualquiera que haya tocado el extremo del inflador de una bicicleta conoce el fen�meno perfectamente). La explicaci�n de los cambios de temperatura del aire con la altura es entonces relativamente sencilla: a nivel del mar el aire se encuentra a mayor presi�n, y por lo tanto m�s caliente que a mayores alturas. Cuanto m�s alto, m�s fr�a estar� la temperatura del aire.

La velocidad a la cual una masa de aire se enfr�a cuando se descomprime se conoce como el "gradiente adiab�tico" del aire. El valor del gradiente adiab�tico var�a seg�n la humedad de la atm�sfera, con valores cercanos a 1�C cada 100 metros en atm�sferas muy secas, hasta valores de 0.6� a 0.3� C cada 100 m en atm�sferas saturadas de humedad.

Se conoce como "'perfil t�rmico" del aire a los valores reales que tiene la temperatura del aire a distintas alturas sobre el suelo, a una cierta hora del d�a. En d�as soleados de verano, al mediod�a, los rayos del Sol calientan el suelo y la capa de aire cercana al mismo. Esta capa de aire caliente a nivel del suelo (responsable, entre otras cosas, de los "espejismos" que vemos en las carreteras) se encuentra en situaci�n inestable desde el punto de vista f�sico. A medida que nos acercamos al suelo, el perfil t�rmico se calienta m�s r�pidamente de lo que predice el gradiente adiab�tico. Si una peque�a masa de esta capa sube, se enfriar� seg�n el gradiente adiab�tico (1�C cada 100 m), pero como estaba sobrecalentada originalmente, tendr� m�s temperatura que el aire que la rodea. Al estar m�s caliente estar� m�s expandida, ser� m�s liviana, y tender� a subir como un globo aerost�tico. En d�as as� tienden a formarse torbellinos, y la atm�sfera en general es turbulenta. Sobre las partes de suelo m�s caliente tienden a formarse corrientes de aire ascendente, conocidas como "corrientes t�rmicas". Estas corrientes t�rmicas son, en d�as soleados, las responsables de dispersar los contaminantes sobre la ciudad de M�xico. El calor del Sol sobre el concreto y el asfalto de la ciudad genera corrientes ascendentes que se llevan los contaminantes hacia arriba, donde son dispersados por la circulaci�n general de la atm�sfera.

En las noches fr�as, en cambio, la situaci�n se invierte. Durante las noches la tierra no recibe radiaci�n solar, pero emite calor (radiaci�n infrarroja) hacia las capas superiores de la atm�sfera y hacia el espacio exterior. Como consecuencia, el suelo se enfr�a, y se enfr�an tambi�n las capas de aire m�s cercanas a la tierra. El perfil t�rmico se invierte respecto de la situaci�n en d�as soleados, las capas m�s fr�as se encuentran ahora cercanas al suelo. Por esa raz�n, el fen�meno ha sido descrito como "inversi�n t�rmica". La capa de aire fr�o a nivel del suelo se encuentra ahora en una situaci�n estable desde el punto de vista f�sico. Si una peque�a masa de esta capa sube, se enfriar� seg�n el gradiente adiab�tico pero como estaba fr�a originalmente, tendr� menos temperatura que el aire que la rodea. Al estar m�s fr�a estar� menos expandida, ser� m�s densa, y tender� a bajar nuevamente. En noches de inversi�n t�rmica la atm�sfera se mantiene quieta, desaparecen la turbulencia y los movimientos verticales del aire. Los contaminantes no son dispersados hacia las capas superiores de la atm�sfera, sino que se acumulan sobre la ciudad. Durante la ma�ana del d�a siguiente el Sol calentar� nuevamente el suelo y con �l, las capas de aire m�s bajas. En alg�n momento se invertir� el perfil t�rmico, y el aire volver� a mezclarse por movimiento turbulento. El Sol habr� iniciado su diaria rutina de elevaci�n de los contaminantes hacia las capas superiores de la atm�sfera, y la ciudad podr� respirar nuevamente. A las 11 de la ma�ana aproximadamente, en los d�as de inversi�n t�rmica, los servicios de informaci�n ambiental avisan que, se ha "roto la inversi�n".

El requisito f�sico principal para que se presente una inversi�n es una atm�sfera clara y libre de humedad, que permita la disipaci�n de calor —y el consecuente enfriamiento— de la superficie del suelo. La tierra emite radiaci�n en el rango infrarrojo, y el agua de las nubes es opaca a este tipo de radiaci�n. Por lo tanto, las capas inferiores de aire se enfr�an m�s f�cilmente en noches despejadas de invierno y aun de primavera (abril- mayo). La llegada de las lluvias a la ciudad de M�xico genera una atm�sfera saturada de humedad, y la frecuencia de inversiones disminuye sensiblemente (Figura 17). Los meses con m�s frecuencia de inversiones son, obviamente, los meses de invierno, donde se conjugan las bajas temperaturas con la temporada de secas. La altura a la que comienza a invertirse el perfil t�rmico es tambi�n importante. Cuanto m�s baja sea la inversi�n, m�s f�cilmente se romper� durante el d�a. En los casos de inversi�n m�s severos, �sta comienza a m�s de 400 m sobre el suelo de la ciudad. La mayor parte de las inversiones, sin embargo, comienzan cerca de 200 m sobre el suelo, y algunas inversiones leves lo hacen a menos de 100 m.

Figura 17. Frecuencia de inversiones t�rmicas sobre la ciudad de M�xico. Las barras indican el n�mero de noches al mes en las que se observan inversiones del perfil t�rmico de la atm�sfera. Aun en primavera ( abril y mayo) el fen�meno ocurre con mucha frecuencia. El incremento de nubosidad asociado a las lluvias de verano (junio-octubre) impide el enfriamiento nocturno y disminuye sensiblemente la frecuencia de inversiones t�rmicas (Fuente: Servicio Meteorol�gico Nacional, a�os, 1953-1960, y SEDUE, a�os 1978-1985).

Por supuesto, el fen�meno de inversi�n del perfil t�rmico ocurre en todas partes, no s�lo en las ciudades, pero es motivo de preocupaci�n y de estudio en zonas como la ciudad de M�xico, donde se depende crucialmente de la turbulencia atmosf�rica para eliminar los contaminantes del aire. Dos factores adicionales hacen que el fen�meno sea cr�tico en la cuenca de M�xico. Por un lado, las monta�as que rodean a la ciudad hacen que el movimiento lateral del aire, el segundo mecanismo de eliminaci�n de contaminantes atmosf�ricos, sea muy bajo. En la cuenca de M�xico los vientos son muy leves, y no act�an como dispersores alternativos cuando la turbulencia atmosf�rica vertical deja de operar. Por otro lado, muchos citadinos viven con preocupaci�n por que tenga que ser el Sol, por las ma�anas, el que rompa la inversi�n y disperse los contaminantes acumulados. �Qu� pasar�a si en un invierno particularmente fr�o el Sol no alcanza a romper la inversi�n durante el d�a, y se acumulan contaminantes sobre la cuenca durante varios d�as? La perspectiva es aterradora. Sabemos que en Londres ocurri� un suceso de ese tipo en 1957, y el tr�gico saldo final fue de decenas de miles de muertos.

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