I. INTRODUCCIÓN

LA HUMANIDAD ha tenido siempre la necesidad de contar con fuentes de energía para satisfacer una serie de demandas de carácter vital o prescindible. Las necesidades vitales básicas son cubiertas por la energía suministrada por el Sol, a través de luz y calor, los alimentos y el oxígeno contenido en el aire. A medida que las civilizaciones han ido evolucionando se han creado nuevas necesidades energéticas, cada vez más imprescindibles. La primera fuente de energía sobre la que tuvo dominio el hombre fue el fuego (gracias a Prometeo, según la mitología griega). Su uso le permitió cocinar los alimentos y proveerse de calor en climas fríos, lo que constituye el primer ejemplo de la utilización práctica de una fuente de energía. El combustible, que permitía disponer del fuego era, en este caso, la madera y el carbón. Las demandas de energía aumentaron considerablemente a medida que se avanzaba en la industrialización de la sociedad. El advenimiento de las máquinas de vapor produjo una explosión en el uso y explotación de carbón, y con el descubrimiento de la electricidad se encontró en la energía de los ríos un invaluable recurso natural que tiene, además, la virtud de ser inagotable. Por último, el hallazgo del petróleo permitió el desarrollo eficiente de los motores de combustión interna los cuales se han convertido en el mecanismo de locomoción más usado hoy en día.

Aunque la mayoría de las necesidades energéticas mencionadas no son esenciales para la sobrevivencia del ser humano, se han convertido en parte casi inseparable de nuestra cotidianidad y resulta difícil concebir un modo de vida diferente al que estamos acostumbrados, sin las comodidades que resultan de los múltiples aparatos hechos por el hombre. Por ello nos interesa asegurarnos de que la energía necesaria para mantener la estructura actual no desaparezca. Sin embargo, muchas de las fuentes energéticas utilizadas actualmente tienen una duración limitada, siendo el petróleo el caso más preocupante. Ninguna estimación prevé que las reservas petrolíferas mundiales podrán alcanzar para mucho más de un siglo.

En el caso del carbón el panorama es más halagador. Su uso representa hoy casi una tercera parte de la producción mundial de energía y manteniendo este consumo se calcula que las reservas conocidas (un billón de toneladas de combustible convencional1 [Nota 1]) durarían 450 años. Esta cifra se vería reducida si se toma en cuenta que el consumo de energía aumenta gradualmente. Sin embargo, el mayor problema con la quema de combustibles fósiles es que han propiciado la acumulación de compuestos de carbono en la atmósfera, los cuales producen el llamado efecto de invernadero y dan lugar a un incremento en la temperatura global de la biósfera. Este calentamiento alteraría el clima de manera perjudicial para la vida, incrementaría la extensión de las regiones áridas, y derretiría parte de los hielos en los casquetes polares aumentando el nivel de los mares e inundando ciudades costeras. Por lo tanto, es necesario que se trate de evitar la combustión desmesurada de combustibles fósiles para detener el efecto de invernadero.

Esta situación ha llevado a buscar nuevas fuentes de energía que representen alternativas viables a los métodos de producción actuales y, entre las que se presentan destaca la utilización de la energía nuclear.

La energía nuclear más conocida es la producida por fisión nuclear, la cual ha dado origen a la construcción de reactores comerciales. Aunque existen en el mundo más de 400 reactores nucleares en operación que, en algunos países producen más del 15% de la energía eléctrica total que consumen, es bien sabido que los riesgos de dispersión de la radiactividad que representan han impedido una mayor diseminación. Debido al peligro potencial que la fisión nuclear presenta, gran parte de la sociedad rechaza el uso de este recurso, tanto por la extrema seguridad que debe observarse a todo tiempo en una planta nuclear, como por el problema que representan los desechos radiactivos. Por esta razón, existe la tendencia, entre las personas inclinadas a conservar la ecología del planeta, a considerar que la energía nuclear no puede contemplarse como una fuente alternativa viable para el futuro.

Sin embargo, hay otra posibilidad que el lego generalmente desconoce debido fundamentalmente a que aún no se ha logrado controlar de manera satisfactoria. Ésta se deriva de la fusión nuclear, la cual tiene un potencial energético más amplio que la fisión. La principal ventaja de la fusión sobre la fisión es seguramente que no da lugar a productos radiactivos como resultado de la reacción. Esto hace que se le designe comúnmente como energía nuclear limpia. Como consecuencia, se desvanecen en gran medida las objeciones en contra de la energía nuclear. Otro hecho importante en favor de la fusión es que el elemento básico que sirve como combustible es el hidrógeno, el cual se obtiene del agua, por lo que no habría problema para asegurar su abasto. Para fines prácticos podría decirse que la fuente de energía sería inagotable.

En contraste con las atractivas cualidades mencionadas hay que hacer notar que la utilización de la fusión como fuente de energía es todavía un sueño en la mente de los científicos y que, aunque pocos dudan que se llegue a producir, su uso práctico tendrá que esperar varios años hasta que se pueda hacer tecnológicamente aceptable. El problema radica en que, conforme las investigaciones han ido avanzando, se ha llegado a un grado de complejidad tal que la construcción de un reactor de fusión con las perspectivas actuales tendría un costo sumamente elevado. Esto haría que el uso de la fusión no fuera costeable, que es algo similar a lo que ocurre con la energía solar para generar electricidad. Sin embargo, es muy posible que a medida que nos acerquemos al punto de construcción de un reactor nuclear de fusión la tecnología se pueda ir mejorando de modo que éste se convierta en una realidad.

En el estado actual en que se encuentra la investigación sobre la fusión nuclear, las inversiones necesarias para poder seguir avanzando hacia la meta final son ya muy altas, pues se requiere de equipos de grandes dimensiones que consumen gran cantidad de energía eléctrica. Tal es la situación que los países europeos occidentales han optado por emprender proyectos conjuntos a fin de repartir los gastos, además de aprovechar eficientemente la experiencia de los expertos de cada país. Por esta razón cabe preguntarse qué oportunidades tiene México de contribuir de manera significativa al programa de la fusión nuclear. Si bien es cierto que el papel de los científicos mexicanos en la investigación de fusión es sumamente modesto, sí se dan pequeñas contribuciones, principalmente en el marco teórico, que ayudan a enriquecer el acervo científico del campo. También es importante la participación mexicana para estar al día con los últimos avances, de modo que se pueda llegar a participar en las empresas conjuntas internacionales que tendrán que darse para construir los reactores comerciales del futuro, una vez que se cuente con los conocimientos necesarios para hacerlo.

Aunque las perspectivas de la fusión termonuclear como alternativa viable para la producción de energía son todavía poco claras, su posición como una de las pocas posibilidades de mantener la civilización como se la concibe hoy en día durante los próximos siglos, sostiene la actividad de investigación en el área a nivel mundial. Los problemas de radiación no podrán ser eliminados con la primera generación de reactores experimentales de fusión y se tendrá que seguir trabajando mucho más para llegar algún día a tener una fuente de energía segura, durable, económica y accesible. Tenemos fe en que los esfuerzos por dominar este nuevo tipo de fuego para utilizarlo con fines prácticos, culminen exitosamente, como los del mitológico Prometeo en los albores de la civilización.

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