VI. LOS SOL�FUGOS

EL PRIMER nombre que tuvieron estos animales fue el de solpuga (el que combate al Sol), ideado por Plinio (23-79 a.C.) para designar a estos ar�cnidos que �l confund�a con ara�as. Muchos otros naturalistas posteriores siguieron manteniendo esta creencia, de ah� que, en ingl�s, se les conociera hace a�os con el nombre com�n de false spiders (ara�as falsas); otros investigadores los inclu�an dentro de los escorpiones. M�s tarde, algunos autores prefirieron designarlos como Solifugae (el que huye del Sol). Sea en una u otra forma, ambos nombres se refieren a animales que se esconden de la luz directa, recluidos siempre en lugares oscuros, y activos �nicamente durante la noche. Sin embargo, en el mismo idioma ingl�s se les da otro nombre que resulta contradictorio, el de sun spiders (ara�as del Sol), lo cual se debe a que tambi�n hay especies diurnas que abundan en las zonas �ridas y des�rticas y que cazan a sus presas directamente bajo los rayos del Sol.

Una de sus caracter�sticas principales es la gran agilidad y asombrosa rapidez de sus movimientos. Cuando persiguen a una presa o cuando se sienten descubiertos, es tal la carrera que emprenden, que es dif�cil seguirlos con la vista y mucho m�s dif�cil a�n capturarlos. Esta es una de las razones principales por la cual se encuentran tan pocos ejemplares de este grupo en las colecciones cient�ficas. Esta particularidad dio lugar a otro de sus nombres en ingl�s, windscorpions (escorpiones veloces como el viento).

En las regiones calientes de M�xico reciben el nombre com�n de matavenados, sobre todo en el estado de Sonora. Esto es completamente injustificado pues no se trata ni de animales venenosos, ni de animales con suficiente tama�o y fuerza para poder causar una herida mortal a estos cuadr�pedos; �sta es s�lo una de las muchas leyendas fant�sticas que se han creado alrededor de los ar�cnidos. La generalidad de las personas est� igualmente convencida de que se trata de animales cuyo veneno es mortal o de consecuencias muy graves para el hombre. Los principales responsables de esta creencia han sido los �rabes, al narrar verdaderas atrocidades causadas por estos animales que, seg�n ellos, invad�an sus tiendas de campa�a durante la noche, mientras dorm�an, atac�ndolos con sus mordeduras y venenos y produci�ndoles graves lesiones e incluso la muerte. Esto no puede ser real, pues los sol�fugos carecen de gl�ndulas de veneno. No obstante, el rumor de que los viajeros que pasaban la noche en el desierto eran atacados por estos animales, se fue extendiendo cada vez m�s, llegando a provocar verdadero terror entre la gente.

A pesar de todas estas historias que circulaban por esas tierras, las tropas inglesas que lucharon en Egipto y sus alrededores en la segunda Guerra Mundial se acostumbraron tanto a la presencia de estos ar�cnidos que los manten�an como mascotas, sin ning�n temor; observaban c�mo combat�an entre ellos o con alg�n otro artr�podo, y apostaban al posible vencedor, o bien, echaban suerte sobre el m�s r�pido corredor.

Actualmente est� plenamente confirmado que los sol�fugos no son venenosos y que las peque�as heridas que llegan a ocasionar con sus quel�ceros, cuando luchan por su vida, no tienen mayores consecuencias; desde luego, se debe lavar y desinfectar el lugar lesionado para evitar infecciones secundarias.

Lo que s� es real es que se trata de animales incre�blemente voraces y agresivos para capturar a sus presas. Casi nunca se sacian y seguir�n comiendo mientras haya posibilidades de hacerlo; su opistosoma llega a inflarse tanto con la comida que ingieren, que llega el momento en que apenas pueden moverse.

Aunque hay algunas especies que se han encontrado en monta�as de cierta altitud y en regiones h�medas, la mayor parte de los sol�fugos viven en lugares calientes, preferentemente secos y �ridos de las regiones tropicales y subtropicales del mundo, menos en Australia e Islas del Sur.

Se sabe que existen desde el Carbon�fero, por la �nica especie f�sil que se conoce, la Protosolpuga carbonaria, de Illinois, EUA. No deja de ser extra�o que no se hayan encontrado m�s ejemplares f�siles, pues los sol�fugos poseen ciertas partes muy esclerosadas, como los quel�ceros, que se prestar�an al proceso de fosilizaci�n.

Se les cataloga como animales raros que han conservado muchas de sus caracter�sticas primitivas, pero que, al mismo tiempo, muestran rasgos de especializaci�n. A simple vista pueden distinguirse de otros ar�cnidos por el enorme tama�o de sus quel�ceros, a veces tan grandes como el prosoma; tienen, adem�s, la capacidad de doblar toda la parte anterior del cuerpo hacia atr�s, caso �nico entre los ar�cnidos. Muchos de los ejemplares muertos que se conservan en alcohol mantienen esta posici�n peculiar.


Figura 7. Aspecto general de un sol�fugo.

Su tama�o, medianamente grande, var�a entre 1 a 7 cm. Son de una tonalidad amarillenta o pardusca; algunas especies son tan oscuras que se ven casi negras; otras presentan bandas en amarillo o casta�o y en ocasiones tienen ciertos reflejos rojizos. Tanto el cuerpo como las patas est�n cubiertos de numerosas sedas de variable longitud, por lo que su aspecto es piloso. Su cuerpo est� dividido en las partes acostumbradas, el prosoma y el opistosoma, cuya uni�n est� marcada tan s�lo por una ligera constricci�n del cuerpo, pero no tiene pedicelo. El prosoma presenta una peque�a placa dorsal, anterior, que cubre parte de los quel�ceros y por detr�s de ella hay varias plaquitas peque�as. Sobre la placa anterior se distinguen dos ojos medios, grandes y hacia los lados de la misma pueden encontrarse, en algunas especies, vestigios de los ojos laterales. La regi�n ventral del prosoma est� ocupada por las coxas de las patas. El opistosoma est� dividido en segmentos bien definidos; su extremo posterior es redondeado, con un c�rculo alrededor del ano, y hacia adelante se adelgaza un poco. El tegumento que lo cubre es de consistencia m�s o menos blanda y el�stica, gracias a lo cual puede distender mucho esta parte del cuerpo cuando se alimenta, o cuando la hembra est� repleta de huevos. En la parte ventral anterior del opistosoma se encuentra la abertura genital, que tiene como peculiaridad estar rodeada de peque�as plaquitas movibles que son capaces de abrirse o cerrarse por est�mulos, durante la reproducci�n. Tambi�n en la parte ventral y en los segmentos opistosomales que siguen, se observan los estigmas, a donde van a desembocar las tr�queas u �rganos de la respiraci�n de los artr�podos en general.

Lo m�s llamativo de estos animales son los poderosos quel�ceros que, al compararlos con el tama�o del animal resultan enormes. Est�n constituidos por dos artejos, que forman fuertes pinzas o quelas, provistas de dientes; esta dentici�n puede variar, tanto entre los sexos como entre las diferentes especies. Combinan dos tipos de movimientos: en uno las quelas se abren y cierran en sentido vertical y en el otro los quel�ceros se meten y se sacan en forma alterna en sentido horizontal. Adem�s, en los machos se observa una estructura de forma variable y de consistencia m�s o menos membranosa, que sale de la base del dedo fijo de los quel�ceros, llamado flagelo. En algunos casos, en lugar de esta estructura se observan conjuntos de sedas, cuya forma y disposici�n var�an en las diferentes especies. La funci�n exacta del flagelo no se conoce; se piensa que, en alguna forma, est� relacionada con la transferencia del esperma del cuerpo del macho al de la hembra. Algunas especies de sol�fugos producen ligeros sonidos cuando frotan los lados de los quel�ceros; por eso se dice que en ocasiones funcionan como �rganos de estridulaci�n.

Los sol�fugos se defienden y matan a sus presas mordi�ndolas con estos quel�ceros, que son capaces de dar muerte a animales de su mismo tama�o o de causar heridas a otros mayores; tambi�n pueden lesionar al hombre cuando �ste coge con las manos a uno de estos animales o tiene un contacto accidental con ellos; sin embargo, como no tienen gl�ndulas de veneno, la peque�a herida que puedan ocasionarle no tendr� mayores consecuencias; como ya se indic� antes, bastar� lavarla y desinfectarla con los medios habituales.

Los pedipalpos tienen aspecto de patas, aunque son un poco más gruesos que �stas. Est�n provistos de los seis artejos conocidos; el tarso termina en un disco adherente o ventosa, que puede evaginarse y gracias al cual el sol�fugo puede trepar por superficies lisas como el vidrio; con la misma facilidad trepan por los �rboles cuando persiguen a una presa. Algunos autores piensan que en los tarsos hay tambi�n c�lulas secretoras de feromonas, que provocan el reconocimiento y atracci�n de los sexos. Por su parte, las coxas de los pedipalpos se ven agrandadas y son las encargadas de macerar entre ellas los trozos de las presas, previamente trituradas por los quel�ceros. En la parte ventral de estas coxas desembocan los conductos de las gl�ndulas coxales, de funci�n excretora. Adem�s, los pedipalpos est�n provistos de un sinn�mero de sedas sensoriales, cortas y largas, capaces de percibir los diversos est�mulos a su alrededor. Por esta raz�n, cuando los sol�fugos caminan siempre llevan levantados y dirigidos hacia adelante estos ap�ndices. Son elementos muy importantes en la vida de estos animales, gracias a los cuales reconocen a sus presas, a sus enemigos y a su pareja; ayudan tambi�n a la captura de presas, a llevar el alimento a los quel�ceros y el agua a la boca, ya que, con frecuencia, requieren de este l�quido.

El primer par de patas es mucho m�s delgado y d�bil que los otros, ya que tambi�n est�n provistas de �rganos sensoriales y su funci�n principal es orientar al animal a detectar est�mulos del medio; al igual que con los pedipalpos, estos ap�ndices tambi�n los llevan levantados hacia delante. El f�mur se encuentra dividido en dos, por lo que se cuentan siete artejos y el tarso puede o no tener u�as. Los otros tres pares de patas son los verdaderos �rganos caminadores y corredores; las m�s largas y fuertes son las cuartas patas, entre cuyas coxas se localiza el op�rculo genital. Adem�s, en los artejos basales de estas �ltimas patas se encuentran de tres a cinco estructuras en forma de mazo o de hongo, caracter�sticas de estos animales, que reciben el nombre de maleolos; no se sabe cual sea su funci�n exacta, pero seguramente es sensorial, ya que todos se encuentran inervados con terminaciones nerviosas.

El dimorfismo sexual no es muy marcado; los machos, generalmente son m�s peque�os y tienen las patas m�s largas; algunos poseen, adem�s, el flagelo en los quel�ceros, sobre el cual ya se trat�.

El comportamiento reproductor es b�sicamente el mismo en todas las especies, aunque puede variar en ciertos detalles. Pero, en comparaci�n con la mayor�a de los ar�cnidos, no deja de llamar la atenci�n la actitud agresiva y dominante del macho, a pesar de su tama�o m�s peque�o, en contraste con la docilidad y pasividad que la hembra adquiere poco despu�s de iniciarse el proceso. Al principio, cuando la pareja se encuentra frente a frente, ambos mostrar�n una actitud de defensa, agresiva y dispuesta al combate, meciendo el cuerpo de un lado para otro, mientras mantienen en alto sus pedipalpos y su primer par de patas, abriendo ampliamente las quelas de sus quel�ceros. Pasado este primer momento, en el cual los sexos se reconocen, posiblemente por la acci�n de feromonas, pueden suceder tres cosas: 1) La hembra, por alg�n motivo, no est� dispuesta a aceptar a su gal�n en ese momento y opta por retirarse; lo mismo sucede con el macho. 2) La hembra no tiene intenci�n de aceptar a su compa�ero y empieza a retirarse, pero el macho, que no es de este parecer, empezar� a corretearla hasta alcanzarla y la obligar� a aceptarlo; un t�pico caso de violaci�n hablando en t�rminos antropol�gicos. Para obligarla a rendirse brincar� sobre ella, la voltear� sobre su dorso y empezar� a introducir con gran energ�a y repetidas veces, los dedos fijos de los quel�ceros en la abertura genital femenina, con lo cual la hembra cambiar� de actitud, qued�ndose quieta y d�cil. 3) La hembra, tan pronto reconozca la presencia del macho, se olvidar� de su agresividad y con toda sumisi�n cerrar� las quelas de sus quel�ceros, bajar� sus pedipalpos y primer par de patas y doblar� ligeramente su prosoma hacia atr�s, dispuesta a aceptar todo. Lo que suceda despu�s de esta primera fase ser� ejecutado por el macho, pues la hembra permanecer� todo el tiempo quieta, sumisa, permitiendo, sin chistar, todas las manipulaciones de su pareja. Igual que en el caso anterior, �l la voltear� sobre su dorso para picarle y morderle la abertura genital con brusquedad, logrando, finalmente, que el op�rculo genital de ella se abra por completo. En algunas especies prefiere ponerla nuevamente de pie, pero levantando y doblando su opistosoma sobre el prosoma, con el objeto de poder alcanzar sin dificultad el gonoporo femenino. Una vez abierto el op�rculo de la hembra, el macho saltar� sobre ella y acercando su abertura genital a la de su compa�era, depositar� directamente en el orificio un espermat�foro o gota de esperma envuelta en una tenue membrana. En algunos casos el espermat�foro es depositado primero sobre el suelo y de all� los quel�ceros lo tomar�n para introducirlo en el gonoporo de la hembra. Sea como sea que el espermat�foro haya llegado, el macho, una vez m�s, proceder� a meter y sacar en forma alterna sus quel�ceros en la abertura genital de ella, con el fin de romper la membrana del saquito y liberar los espermatozoides que, en esta forma, penetrar�n m�s f�cilmente por el conducto de la hembra. Terminado el proceso, el propio macho cerrar� el op�rculo genital de su pareja y proceder� a limpiar perfectamente sus quel�ceros de todo residuo posible. La hembra se pondr� de pie o bajar� su opistosoma a la posici�n normal y cada uno emprender� su propio camino. Algunos autores han observado que, cuando la hembra es lesionada durante este proceso, el macho se la come; tambi�n la hembra llega a comerse al macho despu�s del apareamiento, pero esto es poco usual. Todo el proceso transcurre en unos cuantos minutos que, generalmente, no pasan de 20.

Diez o doce d�as despu�s del apareamiento, la hembra busca un lugar adecuado para cavar su nido en la tierra, que ser� un hoyo de unos 5 a 20 cm de profundidad; all� depositar� de 60 a 100 huevecillos aproximadamente, lo que var�a seg�n la especie. Estos ser�n m�s o menos blancos, esf�ricos, y al salir del cuerpo de la hembra llevar�n ya dentro de ellos un embri�n bastante desarrollado; por eso, a las hembras se les designa como ovoviv�paras. Al cabo de uno o dos d�as la c�scara o corion del huevo se romper� y aparecer� el llamado postembri�n; �ste es el estado inactivo o quiescente de un ser ya formado, pero que todav�a no ha completado su desarrollo. Esta etapa dura dos o tres semanas m�s, al cabo de las cuales las peque�as ninfas todav�a estar�n muy d�biles para comer y no ser� sino hasta despu�s de la primera muda que iniciar�n la cacer�a de sus presas. La ninfa tiene ya el aspecto del adulto y tendr� que pasar, por lo menos, por ocho mudas y estadios ninfales antes de alcanzar su madurez sexual. La vida de un sol�fugo dura alrededor de un a�o o a�o y medio y por regla general son los machos los primeros que mueren, poco despu�s de aparearse.

Como ya se indic�, la voracidad de estos animales, que es mayor en el caso de las hembras, hace que su opistosoma se expanda muchas veces el tama�o normal, debido a la gran cantidad de alimento ingerido. El sentido del tacto y las vibraciones del medio son fundamentales para que el sol�fugo encuentre a sus presas; sin embargo, parece ser que algunas especies diurnas con mejores ojos efect�an la cacer�a siguiendo a los animales con la vista; el olfato tambi�n les es de utilidad. Sus manjares predilectos son los insectos de todas clases, chicos como las moscas, a las que pueden ingerir por cientos, o grandes, como los grillos y chapulines, a los que aplastan y mastican. Tambi�n se alimentan de insectos muy duros y esclerosados, como algunos escarabajos, a los que pueden decapitar con un mordisco de sus poderosos quel�ceros. El ruido que hacen estos ap�ndices al triturar las partes duras del insecto, puede o�rse a cierta distancia. El exoesqueleto y dem�s material de desecho lo descartan, dej�ndolo a un lado. Otros se congregan en lugares donde el n�mero de sus presas es numeroso, como en los termiteros, los avisperos o las colmenas. Pueden matar a un gran n�mero de estos animales; cuando su grado de saturaci�n no les permite ya comer, entierran a sus presas. Asimismo, pueden capturar y alimentarse de alacranes, ara�as, lombrices, lagartijas, p�jaros y mam�feros peque�os. El canibalismo es tambi�n frecuente entre ellos. Son tan veloces cuando corren, que dif�cilmente se les escapa alguna presa, y escalan con gran agilidad �rboles, rocas, muros y postes para alcanzarlas. A veces se detienen de pronto en plena carrera, como si rastrearan una nueva pista; los animales que cazan deben estar siempre en movimiento. Con todo el material ingerido son capaces de mantenerse en ayunas durante dos o tres meses. De tiempo en tiempo necesitan tambi�n tomar agua.

Otra caracter�stica de estos animales es que pueden enterrarse con gran facilidad; cavan refugios no s�lo en la arena y tierra floja, sino tambi�n en los suelos secos, que son quebradizos. Estas guaridas, aparte de servirles para protegerse de las inclemencias del tiempo, de posibles enemigos y para guardar sus huevos, tambi�n las utilizan para mudar e invernar o simplemente para descansar mientras hacen la digesti�n de su abundante comida. Durante su vida cavan una gran cantidad de refugios; con frecuencia no utilizan el mismo m�s de una vez, construyendo uno nuevo cada d�a. Estos hoyos son de profundidad variable, que casi nunca pasa de 30 cm. Con ayuda de sus quel�ceros cortan un c�rculo en la superficie del suelo y luego rascan y cavan con estos ap�ndices, sacando la tierra con las patas, principalmente, con el segundo par; los trozos m�s grandes de tierra o de piedra son sacados con los quelíceros. Al final tapan la entrada con la misma tierra, quedando as� encerrados y aislados en su peque�o refugio.

Son capaces de sobrevivir a las grandes inundaciones debidas a las lluvias torrenciales en los desiertos y zonas tropicales, dejando de moverse mientras permanecen sumergidos.

Entre sus enemigos naturales est�n principalmente las lagartijas, algunos p�jaros y tal vez alg�n peque�o mam�fero, adem�s de otros ar�cnidos, incluyendo los propios sol�fugos. Se conoce por lo menos una especie de avispa que act�a como parasitoide de ellos, la cual primero los paraliza para depositar un huevo; cuando la larva emerge empieza a comerse al sol�fugo vivo, pero inmovilizado, igual que en el caso de las tar�ntulas.

En la actualidad se conocen aproximadamente 800 especies de sol�fugos a nivel mundial, que se agrupan en 10 familias. S�lo dos de ellas se encuentran en el Continente Americano: Ammotrechidae y Eremobatidae. En M�xico, hasta el momento, se han colectado tres g�neros y 11 especies de la primera y cuatro g�neros y 28 especies de la segunda.

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