VII. LAS ARA�AS

LAS ara�as son, sin duda alguna, los artr�podos m�s conocidos. Es dif�cil pensar que exista una persona que no haya visto alguna vez uno de estos animales. Adem�s, probablemente sean los �nicos ar�cnidos que despiertan cierta curiosidad e inter�s en el hombre, cuando observa a una de estas peque�as criaturas tejiendo su enorme red con tal perfecci�n y destreza, o cuando tiene ocasi�n de ver a una de esas ara�itas brincadoras que suelen penetrar en la casa, cuando saltan y capturan una mosca.

Lo m�s caracter�stico y sorprendente de las ara�as es la propiedad que tienen de secretar una sustancia que, al contacto con el aire, se transforma en hilos muy finos; y la habilidad que muestran para manipular estos filamentos, aprovech�ndolos en muy diversos usos. Este interesante aspecto merece gran atenci�n, por lo que ser� tratado en un cap�tulo aparte.

La relaci�n de las ara�as y sus redes ha sido conocida por el hombre desde los tiempos m�s remotos; ya en la Biblia y en el Cor�n se hace referencia a ella. Asimismo, muchos hombres de la Antig�edad se interesaron por estos ar�cnidos; Arist�teles (384-322 a.C.) hace menci�n de ellas en sus escritos y fue el primero en aportar datos sobre su biolog�a y comportamiento; tambi�n a Nicandro de Colof�n (136 a.C.) y m�s tarde a Plinio (23-79 d.C.) les llamaron la atenci�n.

Figura 8. Ara�a del g�nero Micrathena (familia Araneidae).

En muchos pueblos del mundo existen leyendas, creencias y supersticiones que giran en torno a las ara�as. La m�s antigua e importante, de donde surgi� el nombre de la clase Arachnida, es la que nos relata el poeta romano Ovidio en su Metamorfosis. Habla de una bella joven Arachne, que viv�a en la antigua Lidia de Asia Menor y que era famosa y admirada por la belleza de sus hilados y tejidos. Un d�a, dicha joven, enaltecida por esta fama y vanaglori�ndose de su habilidad, se atrevi� a retar a un concurso a Pallas Atenea (Minerva), diosa de la sabidur�a y de las artes. �sta, en extremo molesta por la audacia de Arachne, destruy� su obra, provocando tal desesperaci�n en la joven que acab� por ahorcarse. Arrepentida de su acci�n, la diosa la volvi� a la vida, pero convirti�ndola en ara�a, destinada a permanecer colgada y a seguir hilando por toda la eternidad.

En China existen varias leyendas antiguas relacionadas con las ara�as. Se cuenta, por ejemplo, que hubo una vez dos hermanas que se transformaron en ara�as inmensas, las que, en vez de hilar seda, elaboraban fuertes sogas con las que amarraban a sus enemigos; suerte fue que el dios Sun Houtzu lograra dominarlas y matarlas.

En la mitolog�a n�huatl del M�xico antiguo, las ara�as eran uno de los animales relacionados con la muerte, la oscuridad y las tinieblas, por lo que, con frecuencia, se asociaban a Mictlantecuhtli, el dios de los muertos y del infierno. Pero, por otro lado, las inclu�an en sus c�dices en calidad de ofrendas o como s�mbolos de fuerza y poder que acompa�aban a sus deidades m�s importantes; as�, en las l�minas del C�dice Borb�nico, la figura de la ara�a se ve junto a Tezcatlipoca, el dios de la guerra, a Tl�loc, el dios del agua, a Mayahuel, la diosa del maguey, a Xiuhtecuhtli, el dios del fuego, a Tlazolt�otl, la diosa de la medicina y a Xochiquetzal, la diosa de la tierra que florece. La presencia de la ara�a junto a esta �ltima diosa tiene un significado muy apropiado, ya que ella fue la que invent� el arte del hilado.

Otra interpretaci�n muy interesante que los antiguos mexicanos daban a las ara�as era su simbolismo como Tzontemoc, el que cae de cabeza. Cre�an que, cuando el Sol, Tonatiuh, terminaba su recorrido diurno al llegar la tarde, se hund�a en el occidente y ca�a de cabeza, transform�ndose as� en Tzontemoc, para, finalmente, ir a alumbrar el mundo de los muertos, durante la noche, tomando entonces el aspecto de Mictlantecuhtli. O sea que las ara�as t�picas de los jardines, que se ven descansando en la pared central de sus telara�as, con la cabeza hacia abajo, adoptan la misma posici�n que Tzontemoc, raz�n por la cual las consideraba como su s�mbolo.

Tambi�n las telara�as que se extienden entre la vegetaci�n silvestre o de jardines y huertas y que son ba�adas por los rayos del Sol eran motivo de otra superstici�n, pues quien se enredaba en ellas tendr�a grandes desventuras.

Por otro lado, se cuenta que Tezcatlipoca descendi� del cielo, descolg�ndose por una soga hecha con hilos de seda de las ara�as.

Aparte de estas fantas�as, en el M�xico prehisp�nico se conoc�a muy bien a las diferentes especies de ara�as, y hab�a nombres para designarlas en todas las lenguas y dialectos ind�genas. T�catl significaba ara�a en general, en el idioma n�huatl. Se tem�a a estos animales pero, como se ha visto, tambi�n se les veneraba. Eran dos los tipos que m�s les llamaban la atenci�n: por un lado las tar�ntulas, por su imponente tama�o y aspecto velludo, y por el otro la hoy llamada ara�a capulina o viuda negra (nombre importado de la literatura inglesa), por su potente veneno. Reconocidos por sus detalladas y acertadas observaciones, estos antiguos pobladores del territorio mexicano dieron nombres muy ingeniosos a todas estas ara�as, bas�ndose en sus caracter�sticas m�s notables, gracias a lo cual se ha logrado identificar a muchas de ellas, desde el punto de vista cient�fico. A las tar�ntulas las designaban con varios nombres; por ejemplo, llamaban Ahuachtocatl (ara�a rociada) a ciertas especies que en la ma�ana presentan peque�as gotitas de roc�o suspendidas entre las sedas de su cuerpo; se trata de especies de Aphonopelma. A la gran tar�ntula, muy llamativa y com�n en los estados del oeste de M�xico, como Guerrero, Jalisco y Michoac�n, la Brachypelma smithi, la llamaban Tlalhuehuetl (atabal de la tierra), debido a que suele golpear el cuerpo contra el suelo, sosteni�ndose con las patas. Conviene se�alar que las especies de tar�ntulas que existen en este pa�s no son peligrosas; son animales muy t�midos que rara vez atacan, y s�lo lo hacen despu�s de provocarlos con insistencia. Su veneno no causa trastornos graves, aunque su mordedura pueda ser bastante dolorosa. En un cap�tulo posterior se hablar� con m�s detalle de estos animales.

A la ara�a capulina le pusieron el acertado nombre de Tzintlatlauhqui (la del trasero rojo). Cient�ficamente se designa como Latrodectus mactans y en efecto, su caracter�stica principal es tener una mancha roja, generalmente en forma de reloj de arena, en la parte ventral de su opistosoma que por lo com�n es todo negro. Gran respeto sent�an por esta ara�a, tan poderosa, que en ocasiones los llegaba a matar con su veneno. Para calmar el dolor en el lugar de la mordedura recomendaban beber un pulque fuerte, llamado uitztli (Sahag�n). De estas ara�as extra�an tambi�n un aceite que dec�an era muy medicinal para muchas enfermedades (Sahag�n). Sobre esta especie, probablemente la m�s importante desde el punto de vista m�dico, se tratar� m�s adelante.

Todos los pueblos de la humanidad han creado un sinf�n de historias, mitos y tradiciones alrededor de las ara�as, que ser�a imposible relatar aqu�. Baste se�alar que en algunos sitios las han considerado nefastas, devastadoras de gente, por lo cual las obligaban a huir para no ser mordidos por, ellas. Otros, en cambio, las han venerado, como algunos negros en �frica y los musulmanes, que las ven con benevolencia y respeto, pues aseguran que, gracias a una ara�a, Mahoma salv� su vida.

Gente supersticiosa ha visto en las ara�as elementos que predicen la suerte: si las ara�as caminan en determinada direcci�n, significa que habr� bienaventuranza; si, por el contrario, se dirigen hacia otro lado, vendr�n desgracias y desolaci�n. Algunas personas hasta han llegado a distinguir letras en las telara�as, como se�ales de aviso de infortunios. Hay quienes aseguran que las ara�as pronostican los cambios de tiempo. Se han hecho infinidad de amuletos con ara�as o con sus hilos de seda para llevarse colgados en el pecho, que protegen a la gente en contra del mal de ojo o de ciertas enfermedades. Asimismo, se han elaborado talismanes como defensa en contra de las ara�as, con materiales como el �mbar o el �gata de fuego.

Por otro lado, estos peque�os organismos, aparentemente insignificantes, han servido de inspiraci�n a numerosos escritores sajones, asi�ticos y latinos, y referencias sobre ellos se encuentran en innumerables libros, folletos y revistas de todo el mundo.

Desde tiempos inmemorables el hombre ha aprovechado a las ara�as y sus hilos con fines medicinales, para combatir diversos males, como dolor de cabeza y de o�dos, verrugas, varias fiebres, principalmente las pal�dicas, asma, tos, herpes, c�licos, artritis, reumatismo y otras. Por ejemplo, es muy conocido el empleo de sus hilos, hechos bola, para detener las hemorragias. El resultado positivo de todas estas aplicaciones ha sido m�s psicol�gico que real.

Un empleo pr�ctico, efectivo y de gran utilidad, ha sido el aprovechamiento de sus finos filamentos como cruce de l�neas en los tel�metros y en las miras telesc�picas de diversos instrumentos �pticos y armas de fuego.

Desde el punto de vista biol�gico, las ara�as constituyen el orden m�s importante y numeroso en especies actuales de la clase Arachnida. Se conocen alrededor de 35 000 especies a nivel mundial, pertenecientes a 3 000 g�neros aproximadamente y m�s de 100 familias. En M�xico se han encontrado, hasta el momento, representantes de m�s de 50 familias, unos 340 g�neros y poco menos de 2 000 especies. Estas cifras est�n muy por debajo de lo que debe ser la realidad, pues tan s�lo en este pa�s falta mucho por colectar y conocer de la fauna aracnol�gica. Esto se deduce de las numerosas y frecuentes especies nuevas que se contin�an describiendo cada vez que se colecta en alguno de los estados de la Rep�blica Mexicana.

Este grupo es, adem�s, el que ha alcanzado el mayor nivel evolutivo dentro de los ar�cnidos; se encuentran distribuidos en todos los h�bitats accesibles a la vida terrestre del planeta, desde el nivel del mar hasta altitudes de cerca de 7 000 msnm en el Monte Everest. Algunas pocas especies han logrado adaptarse a una vida semiacu�tica y s�lo una ha encontrado una forma ingeniosa de vivir permanentemente bajo el agua, a pesar de su respiraci�n a�rea.

Hay tanto que decir sobre las ara�as, que se han preparado cinco cap�tulos sobre ellas. Este tratar� sobre sus caracter�sticas generales. El siguiente se referir� a ese producto tan particular de estos animales, los hilos de seda y su aprovechamiento. El tercero est� dedicado a caza de los ar�cnidos en general y de las ara�as en particular. En el cuarto se hablar� sobre el gran desarrollo de los ojos de algunas de las ara�as y de los cambios de vida ligados a este fen�meno. Finalmente se ha dedicado un cap�tulo especial a las tar�ntulas, que tantas pol�micas han suscitado en la historia de la humanidad.

El aspecto de las ara�as es inconfundible. Las dos regiones del cuerpo, prosoma y opistosoma, se encuentran unidas a trav�s de un delgado pedicelo. El prosoma, cubierto por un caparaz�n, se ve un poco levantado en la parte anterior, donde se encuentran los ojos en n�mero de tres a cuatro pares (muy rara vez uno o dos pares), cuyo tama�o y disposici�n son caracter�sticos de las diferentes familias. En la cara ventral del prosoma se observa una placa central, el estern�n, rodeada por los cuatro pares de coxas de las patas. Por delante del estern�n se halla otra peque�a placa que corresponde al labio, bordeado por las coxas de los pedipalpos. Los quel�ceros est�n formados por dos artejos, cuya situaci�n divide a las ara�as en dos grandes grupos: en unas, como las tar�ntulas y familias afines, los artejos basales de estos ap�ndices est�n dirigidos hacia delante y los artejos distales, que terminan en punta, se mueven en sentido m�s o menos paralelo al eje longitudinal del cuerpo. En todas las dem�s ara�as, los artejos basales est�n dirigidos hacia abajo, contrapuestos, y los artejos distales se mueven en sentido perpendicular al eje longitudinal del cuerpo.

Los quel�ceros son muy importantes en las ara�as, pues a ellos desembocan los conductos de gl�ndulas venenosas. Con excepci�n de la familia Uloboridae, todas las ara�as poseen gl�ndulas de veneno, cuyo producto, en la mayor�a, es poco t�xico y lo utilizan tan s�lo para matar a sus presas o para defenderse de enemigos m�s grandes que ellas. Hay, sin embargo, unas pocas especies sumamente virulentas, cuya mordedura puede ser de graves consecuencias. Los pedipalpos tienen aspecto de patas, m�s cortas y con seis artejos; su forma es normal en las hembras, pero en los machos el metatarso y el tarso est�n modificados en un �rgano copulador, que en algunas especies puede ser muy complicado. Los cuatro pares de patas var�an en longitud en las diferentes especies. Constan de siete artejos: coxa, troc�nter, f�mur, patela, tibia, metatarso y tarso, que termina en dos u�as, con proyecciones en sus bordes inferiores; con frecuencia se ve una tercera uña, que no es m�s que una seda gruesa y fuerte; con las tres u�as manipulan h�bilmente los hilos de seda. En lugar de la tercera u�a puede haber un mech�n de sedas planas, que permite que la ara�a camine sobre superficies lisas; adem�s, puede haber otra brocha de sedas en la parte distal y ventral del tarso, que participa en las mismas funciones.

El opistosoma es liso, no se ve segmentado m�s que en una familia muy primitiva de ara�as, la Liphistidae. El primer segmento de esta regi�n del cuerpo es el que forma el pedicelo, que los une al prosoma. En su cara ventral anterior se observa la abertura genital, cubierta. por una peque�a placa o epiginio; tambi�n pueden verse los estigmas, tanto traqueales como filotraqueales. En la parte posterior se encuentran las hileras (de hilar), consideradas ap�ndices modificados, por donde sale la seda, producto de diversas gl�ndulas que ocupan gran parte del interior del opistosoma. Estas hileras est�n dispuestas en dos o tres pares generalmente, aunque ara�as muy primitivas pueden tener cuatro pares y algunas, muy raras, s�lo un par. Por delante de las hileras puede haber, adem�s, otra estructura productora de seda, el cribelo; en este caso, en el metatarso del cuarto par de patas, hay una fila de sedas fuertes y curvadas, el calamistro, encargado de peinar la seda que sale del cribelo. Asimismo, en vez de �ste, puede haber un �rgano peque�o llamado colulo, cuya funci�n se desconoce. El ano se encuentra por detr�s de las hileras, y en algunas especies tiene un peque�o tub�rculo anal.

El acoplamiento en las ara�as es muy particular y se lleva a cabo con ayuda de los pedipalpos del macho que, como ya se dijo, funcionan como �rganos copuladores. Llegado el momento de la reproducci�n, el macho teje una peque�a red donde deposita una gota de esperma que sale de su gonoporo; a continuaci�n mete la punta de los pedipalpos repetidas veces en la gota de esperma, hasta que �sta se acaba. Una vez cargados los pedipalpos, va en busca de una hembra, a la que se acercar� con mucho cuidado, para no ser devorado; tendr� que hacer ciertas manipulaciones, diferentes seg�n la especie, antes de convencer a la hembra de sus intenciones. Finalmente lograr� fecundarla, introduci�ndole uno o varios pedipalpos en la abertura genital.

No podr�a afirmarse que las ara�as hayan desarrollado ya un instinto maternal; sin embargo, el comportamiento de algunas se acerca mucho a ello. Los huevos son depositados siempre dentro de un capullo de seda, especialmente construido para el efecto, llamado ovisaco; �ste puede tener distintas formas y textura en las diferentes especies. La hembra sujeta este ovisaco a alg�n objeto del medio, que puede ser una rama, una roca, la corteza de un �rbol, debajo de una hoja o tambi�n puede suspenderlo dentro de su refugio o de su red. Una vez hecho esto, muchas ara�as se alejan para continuar su vida y no vuelven a ocuparse de su cr�a; pero otras, en cambio, permanecen cerca de su capullo, lo protegen de posibles depredadores, lo sacan al Sol para calentarlo y lo cuidan hasta que las peque�as ara�as emergen de sus huevos. Algunas han ido un paso m�s adelante, y cuidan a�n m�s al ovisaco, que suele cargar consigo, ya sea por debajo del cuerpo, sosteni�ndolo en parte por los quel�ceros, los pedipalpos o por hilos sujetos a las hileras, como lo hacen las pis�uridas y las esper�sidas, o lo sostienen �nicamente por las hileras, como sucede en las lic�sidas. En estos casos, cuando las ara�itas nacen, se encaraman al cuerpo de la madre y permanecen en su dorso durante un tiempo corto, antes de emprender su vida independiente. Algunas especies como las lic�sidas, poseen sedas especiales, ligeramente curvadas, mezcladas entre las dem�s normales, que sirven para que los finos hilos secretados por las ara�as reci�n nacidas se enreden en ellos, teniendo as� un punto de sost�n para subirse con m�s facilidad al dorso de la madre y tambi�n mantenerse en �l. En las pis�uridas, despu�s de emerger de los huevos la cr�a es cuidada por un tiempo, dentro de una red incubadora que la madre construye especialmente para ello; desde afuera, la hembra continuar� vigilando y cuidando esta red, hasta que las juveniles ara�as salgan y se dispersen. En otros casos, las peque�as ara�as, despu�s de salir del ovisaco, permanecen unidas en una red que ellas mismas tejen; pero todas, llegado momento, emprenden su vida independiente, buscando cada una su alimento.

La mayor parte de las ara�as viven alejadas del hombre y s�lo algunas se acercan o se introducen a sus casas para buscar uno de sus alimentos preferidos, las moscas y las cucarachas, entre otros insectos que a su vez, son atra�dos a estos sitios por la comida que all� se maneja y la basura que se tira. Las ara�as, en general, act�an muy eficientemente como controles naturales de las poblaciones de insectos, muchos de los cuales son da�inos no s�lo a la agricultura, sino a la salud del hombre y sus animales. Son, por lo tanto, benefactoras indirectas del ser humano.

Aunque todas las ara�as producen una secreci�n t�xica (a excepci�n de la Uloboridae), son pocas las que poseen quel�ceros lo suficientemente fuertes y puntiagudos para atravesar la piel humana, o un veneno lo bastante potente como para producir algo m�s que una irritaci�n local transitoria cuando se introduce en la piel.

Las ara�as verdaderamente peligrosas son pocas en proporci�n al n�mero de especies; la m�s conocida y de amplia distribuci�n mundial es la Latrodectus mactans (familia Theridiidae), que recibe el nombre com�n de viuda negra; en M�xico se la conoce con las designaciones de ara�a capulina o chintatlahua, que viene a ser una degeneraci�n del vocablo original en n�huatl, tzintlatlauhqui. Esta ara�a se encuentra ampliamente distribuida por todo el pa�s, tanto en regiones secas como h�medas, en las zonas fr�as, templadas y calientes, desde el nivel del mar hasta altitudes de 3 500 msnm o m�s; sin embargo, es m�s frecuente y abundante en los climas tropicales y templados. Normalmente vive en cualquier lugar protegido de la maleza, hierba u hoyos en troncos de �rboles y ra�ces, debajo de piedras, montones de le�a o de escombros; suele esconderse en los techos de paja, palmas o vigas, en establos, graneros y chozas; tambi�n se oculta entre los retretes e inodoros descuidados y poco aseados de los pueblos; es por esta raz�n que el hombre es mordido con frecuencia en el pene y el escroto. La que ataca es siempre la hembra, sobre todo cuando est� cuidando su ovisaco; por regla general, no es agresiva y s�lo se defiende cuando se asusta o se siente agredida. Por desgracia, cuando el hombre la toca accidentalmente, la respuesta de defensa es inmediata.

Figura 9. La ara�a capulina Latrodectus mactans (familia Theridiidae).

La mordedura de la ara�a capulina produce el s�ndrome llamado latrodectismo, conocido tambi�n como ara�ismo sist�mico o neurot�xico. El veneno que inyecta, clasificado como una toxalb�mina, es una neurotoxina que act�a principalmente sobre las terminaciones nerviosas y se dice que tiene un tercio de la potencia del veneno de la v�bora de cascabel. En el lugar de la lesi�n, debido a la introducci�n de los quel�ceros, se ven uno o dos puntitos, rodeados de c�rculos rojos; pronto empieza a aparecer una gran inflamaci�n. El dolor, que puede presentarse poco despu�s de la mordedura o al cabo de una a tres horas, es siempre muy intenso, a veces insoportable, con sensaci�n de ardor; se va extendiendo por los miembros y el cuerpo a las axilas y las ingles. Esto va acompa�ado de diversos s�ntomas, que var�an en los pacientes, como n�usea, v�mito, espasmos musculares, rigidez abdominal, convulsiones, seguidas de postraci�n y delirio; tambi�n hay v�rtigos, intensa sudoraci�n fr�a y dolor de cabeza, dificultad en la respiraci�n y en el habla, se dilatan las pupilas, se presenta hipertensi�n, pulso d�bil, temblor en las piernas, algo de fiebre y un gran nerviosismo, ansiedad y angustia; puede haber, adem�s, retenci�n de la orina y estre�imiento. En la �ltima etapa aparece, generalmente, una nefritis aguda antes de la muerte. En ocasiones, el desenlace fatal se produce antes de las 24 horas de haber sido mordido el paciente; se presenta sobre todo, en ni�os, ancianos, hipertensos o personas especialmente sensibles al veneno. Hay, sin embargo, un buen porcentaje de individuos que sobreviven esta intoxicaci�n. La mejor�a se presenta al cabo de dos o tres d�as de tratamiento.

Cuando una persona es mordida por una ara�a capulina, de inmediato se debe aplicar un torniquete, por arriba del sitio de la mordedura, hacer una incisi�n en el lugar de la lesi�n y succionar lo m�s posible, igual que en el caso de los alacranes. Hay que recurrir cuanto antes al m�dico, que juzgar� si es conveniente o no aplicar el antiveneno o suero hiperinmune de L. mactans. Es necesario desinfectar el lugar lesionado para evitar infecciones secundarias, que complicar�an a�n m�s el caso. Para mitigar el dolor, ayuda mucho tomar un ba�o de tina bien caliente y aplicar una inyecci�n de gluconato de calcio; sin embargo, lo m�s recomendable antes que nada, es o�r la opini�n del m�dico.

En diversos pa�ses del mundo existen otras especies de Latrodectus, tambi�n peligrosas, algunas de las cuales son consideradas por ciertos autores como sin�nimos de L. mactans. Hay adem�s ara�as de otros g�neros que causan tambi�n problemas m�s o menos serios al hombre. Muy peligrosas son, por ejemplo, las especies de Atrax (familia Ctenizidae) de Australia, las especies de Harpactirella en el sur de �frica y las especies de Phoneutria (familia Ctenidae) en Sudam�rica; trastornos m�s o menos serios son tambi�n originados por especies de Chiracanthium y Trechona en Europa o Asia. Lycosidae y otras familias, inclusive ciertas tar�ntulas, incluyen representantes que alguna vez han estado relacionadas en problemas de salud humana.

Hay otro tipo de ara�as cuya mordedura provoca otra sintomatolog�a, caracter�stica del llamado ara�ismo necr�tico o loxoscelismo, ya que es causado por diversas especies del g�nero Loxosceles (familia Loxoscelidae). Las mejor conocidas por las complicaciones gangrenosas cut�neas que causan son L. la�ta, muy com�n en la parte sur de Sudam�rica y L. reclusa, en EUA. Hay otras especies tanto en el norte como en el centro y el sur del Continente Americano; tambi�n en Europa, Asia, Sud�frica y Australia existen especies de Loxosceles, aunque algunas de ellas no son originarias de esos lugares, sino que han sido introducidas de varias maneras. En M�xico se conocen 18 especies de este g�nero y aunque espor�dicamente se han mencionado casos de loxoscelismo en varias regiones del pa�s, no existe un estudio serio sobre ninguno de ellos. Los m�dicos sin la experiencia necesaria en estos aspectos confunden los s�ntomas y dan un diagn�stico err�neo; adem�s, las personas que son atacadas, o no se dan cuenta de la ara�a y la dejan escapar o lo primero que hacen es matarla, dej�ndola inservible para su identificaci�n.

Las Loxosceles son ara�as poco llamativas, de un color casta�o amarillento o gris�ceo, que por regla general se les encuentra debajo de la corteza de los �rboles, de piedras, de montones de basura, de hojas, de le�os o de cualquier escombro donde encuentren refugio. Suelen esconderse en lugares oscuros dentro de las casas, como en alacenas, c�modas, debajo de cuadros y sitios parecidos. No son agresivas, pero cuando alguien las toca, sean machos o hembras, reaccionan como todas las ara�as y tratan de defenderse con sus quel�ceros, los que clavan en la piel, inyectando simult�neamente su veneno. La persona mordida sentir� de inmediato un intenso dolor. Con frecuencia se esconden entre las s�banas de las camas y por eso es que muchas personas dormidas, al moverse un poco y rozarlas con la mano o el pie, son atacadas; curiosamente, hay frecuentes lesiones cerca de los ojos. Si la cantidad de veneno inyectada es poca, el individuo no tendr� m�s que una ligera reacci�n, con erupci�n; pero si es mayor, el cuadro ser� mucho m�s grave. Se presenta entonces una intensa inflamaci�n y se forma un c�rculo blanquecino por la vasoconstricci�n en el lugar de la mordedura, que despu�s se volver� ampuloso con un reborde rojo; habr� fiebre, sangre en la orina, ictericia, edema pulmonar, problemas renales, convulsiones, todo acompa�ado de un fuerte dolor. El sitio de la mordedura se torna viol�ceo, negro y se desarrolla una extensa necrosis cut�nea o necrosis profunda en la musculatura, form�ndose escaras. Si el coraz�n no falla, el individuo mejorar� poco a poco, quedando una cicatriz y en ocasiones una intensa deformaci�n, que a veces requiere injertos de piel. Los casos cl�nicos graves con resultados fatales se presentan sobre todo en los ni�os.

Aunque hay cura efectiva para el loxoscelismo, algunos doctores recomiendan el suministro de corticosteroides, que pueden ayudar cuando se presentan los primeros s�ntomas deteniendo el proceso de la necrosis; otros recurren a la cirug�a, extirpando el sitio de la mordedura. Lo recomendable es recurrir al m�dico lo antes posible; la captura de la ara�a, sin maltratar, ayudar� al diagn�stico y a los pasos inmediatos a seguir.

Las tar�ntulas de M�xico no son peligrosas; por el contrario, son animales muy �tiles para combatir plagas de insectos, como las da�inas cucarachas. Sobre esto se hablar� m�s adelante.

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