X. DE LA VISTA NACE EL AMOR

EN LOS cap�tulos anteriores se ha se�alado la existencia de ar�cnidos totalmente ciegos, como los palp�grados, esquiz�midos, ricin�lidos, muchos pseudoescorpiones y algunas especies cavern�colas de escorpiones y amblip�gidos. Otros, aunque no tienen ojos, conservan todav�a vestigios de ellos, representados por manchas oculares, como ciertos palp�grados y esquiz�midos. Sin embargo, la mayor parte de los ar�cnidos poseen ojos sencillos u ocelos, cuya visi�n es muy deficiente y posiblemente lo �nico que logren percibir sean los cambios de intensidad de la luz. De acuerdo con su posici�n hay dos tipos de ojos: los ojos medios y los ojos laterales. Varios ar�cnidos poseen ambos, como los escorpiones, que presentan un par de ojos medios y de dos a cinco pares de ojos laterales. Diversos rasgos en los ojos de los alacranes se asemejan a los ojos compuestos, de los cuales probablemente derivaron. Tambi�n los urop�gidos y amblip�gidos tienen el par de ojos medios y tres pares de ojos laterales. Los sol�fugos y los opiliones tan s�lo poseen los ojos medios y los pseudoescorpiones �nicamente conservan una o rara vez dos pares de ojos laterales.

Por lo que se refiere a las ara�as, se trata de un caso especial que debe manejarse aparte, por el gran desarrollo que han tenido los ojos en muchas de ellas. En general puede decirse que su visi�n es superior a la del resto de los ar�cnidos; en ciertas familias como Oxyopidae, Pisauridae, algunas Lycosidae y otras, de h�bitos diurnos, as� como Heteropodidae y otras Lycosidae, de actividad nocturna, el sentido de la vista es todav�a mejor y, por lo que respecta a especies de Salticidae, la visi�n es tan perfecta que no s�lo compite entre las mejores de los artr�podos, sino, incluso, de los invertebrados, ya que distinguen tanto formas como colores.

Los �rganos visuales designados como ocelos son peque�os conglomerados de c�lulas fotorreceptoras, en n�mero reducido. Estas c�lulas �pticas poseen unas fibrillas muy finas, que son los elementos fotorreceptores y que siempre se encuentran alineados en uno de los lados de la c�lula. Las c�lulas, a su vez, est�n dispuestas en tal forma que todas estas l�neas quedan juntas en el centro y en conjunto constituyen lo que se llama un bastoncillo �ptico o rabdoma. Las c�lulas �pticas o fotorreceptoras se encuentran ordenadas en grupos de dos o cuatro, cada una con su rabdoma. Al conjunto de c�lulas �pticas se les da el nombre de retina. Por arriba se encuentra la lente, secretada por un grupo de c�lulas epiteliales transparentes, y la capa externa, redonda, que cubre la lente, es la c�rnea, que no es m�s que cut�cula que en ese lugar es transparente. Por �ltimo, en la parte m�s interna, por debajo de la retina, se encuentra la membrana postretiniana. Los ocelos est�n inervados por los l�bulos ocelares del protocerebro.

Muchos artr�podos tienen ocelos, pero en los ar�cnidos �stos pueden ser de dos clases: los ojos directos y los ojos indirectos. En el caso de los primeros, los rabdomas est�n orientados hacia la fuente de luz, o sea, hacia la lente. En cambio, en los ojos indirectos los rabdomas est�n orientados hacia la membrana postretiniana que, entonces, funciona como un reflector, llamado tapete; desde all� la luz ser� reflejada hacia la lente. Los ar�cnidos presentan cualquiera de los dos tipos, pero en las ara�as se encuentran ambos; los ojos medios tendr�n una visi�n directa, mientras que los laterales tendr�n una visi�n indirecta.

La mayor parte de las ara�as tienen cuatro pares de ojos, distribuidos de muy diversas maneras, como se ver� m�s adelante. Otras han reducido su n�mero a tres pares, como en el caso de las Diguetidae, Scytodidae, Sicariidae y Loxoscelidae, cuyos �rganos visuales est�n dispuestos en tres grupos de dos ojos cada uno. En las Dysderidae y Oonopidae, tambi�n con seis ojos, todos est�n reunidos en un grupo central, mientras que en algunas especies de Pholcidae hay dos grupos de tres ojos cada uno. Unas pocas especies raras, como ciertas Caponiidae, han reducido todav�a m�s el n�mero de sus ojos, a tan s�lo un par.

Las ara�as de todas las dem�s familias tienen ocho ojos, cuyo tama�o y disposici�n en la parte anterior del prosoma var�a mucho en los diferentes g�neros y especies; se toma en cuenta para la determinaci�n taxon�mica. He aqu� algunos ejemplos: los ojos pueden estar reunidos en un grupo central, todos juntos, como en Theraphosidae (tar�ntulas), o formando una corona central, como en Agelenidae, o una corona abierta hacia atr�s, como en Prodidomidae; o bien, se re�nen en dos grupos centrales de 4-4, como en Urocteidae, del Viejo Mundo; o est�n ordenados en dos filas transversales, de cuatro ojos cada una, todos del mismo tama�o, como en Homalonychidae, o de tama�o diferente, como en Ctenidae, o con los dos anteriores laterales m�s grandes, como en Heteropodidae; tambi�n pueden estar seis ojos en una fila anterior y dos laterales, m�s atr�s, como en Selenopidae; o con un par peque�o anterior y seis ojos grandes por atr�s, formando un hex�gono, como en Oxyopidae; o dispuestos en grupos de 2-2 centrales y 2-2 laterales, como en Theridiidae; o con dos centrales anteriores, 2-2 laterales y dos centrales posteriores, todos peque�os, como en Araneidae; o igual, pero con los dos anteriores m�s grandes, como en Mimetidae y otras muchas combinaciones m�s que caracterizan a las diferentes entidades taxon�micas de las ara�as. Algunas, adem�s, presentan cambios en su estructura, como especies de Gnaphosidae, que pueden tener ojos ovalados, con una cubierta plateada que refleja la luz; esto se considera como una adaptaci�n a sus h�bitos nocturnos.

En varias de estas familias, algunos de los ocho ojos han tenido un mayor desarrollo. Tal es el caso de los seis ojos grandes posteriores de las Oxyopidae; de los dos o cuatro ojos posteriores de las Pisauridae; de los dos ojos grandes, por detr�s de la fila de los cuatro peque�os de las Lycosidae; de los dos centrales posteriores y dos laterales postenores de las Ctenidae; y de los ojos laterales y a veces tambi�n los centrales anteriores de las Heteropodidae.

El aumento de tama�o de los ojos mencionados ha permitido que todas estas ara�as adquirieran una mejor visi�n, lo que ha facilitado la cacer�a de sus presas a una luz del d�a. Algunas han llegado a combinar sus h�bitos nocturnos con otros diurnos; otras han modificado totalmente sus costumbres, cambiando todas sus actividades para el d�a. Claro est� que toda esta transformaci�n ha tenido lugar a lo largo de millones de a�os de evoluci�n. Tambi�n hay casos de ara�as que cazan durante el d�a, sin tener muy desarrollados los ojos, como algunas especies de la familia Thomisidae, que atrapan a los insectos que visitan las flores. Sus ojos est�n dispuestos en dos filas de 4-4, a veces sobre peque�os tub�rculos, y como adem�s los ojos son convexos, esto permite que la ara�a vea en todas direcciones. Aunque su vista es deficiente, sin embargo es lo suficientemente buena para percibir los movimientos; adem�s, son extremadamente sensibles al tacto.

Pero, como se indic� antes, hay todav�a una familia de ara�as en las que el sentido de la vista se ha perfeccionado a�n m�s, lo que ha modificado completamente su forma de vida. Las Salticidae no s�lo han dejado de utilizar redes para atrapar a sus presas, sino que todo su comportamiento y h�bitos se han transformado; la forma de desplazarse, la forma de cazar, la manera en que el macho corteja a la hembra, etc�tera.

Las Salticidae constituyen un grupo muy grande de ara�as que comprende a m�s de 4 000 especies. En M�xico se han encontrado unas 200; sin embargo, tanto en este pa�s como a nivel mundial el n�mero de especies debe ser mucho mayor, pues, en general, han sido poco estudiadas, sobre todo en el tr�pico, donde son m�s abundantes.

El hombre identifica de inmediato a estas peque�as ara�as por los saltos r�pidos que dan hacia cualquier direcci�n, lo que les ha valido el nombre que tienen. Con frecuencia penetran en las casas buscando moscas, uno de sus manjares predilectos; por esta raz�n resultan ben�ficas para el ser humano, ya que ayudan a combatir a tan da�inos insectos.

Se les encuentra en todo el mundo, aunque, como ya se dijo, las formas m�s llamativas por sus brillantes colores se concentran en las regiones tropicales. Viven entre las hojas secas o corteza floja de los �rboles, entre la hierba o pasto alto, en matorrales y arbustos, bajo o sobre piedras y rocas. Con frecuencia se les ve sobre objetos de madera, troncos, tablas, cercos, postes y dem�s lugares similares y en las paredes externas de las casas; les gustan mucho las �reas asoleadas.

Su tama�o es m�s bien peque�o, entre 2 a 15 mm, aunque la mayor parte queda entre 4 a 8 mm. Tienen un aspecto piloso, debido a que el cuerpo y las patas se encuentran cubiertos por numerosas sedas de uno o diversos colores que, seg�n la especie, siguen determinados patrones de ornamentaci�n. Muchas especies tienen colores opacos, en diversos tonos de gris o casta�o, con ornamentaciones en blanco y negro, pero tambi�n hay numerosas especies que ostentan colores llamativos en rojo, naranja, amarillo, casta�o, verde y azul, adem�s del negro y el blanco, que contrastan mucho junto a los otros tonos; algunas muestran reflejos met�licos. Varios de estos colores se presentan bajo la forma de rayas, bandas, puntos o manchas diversas, que son vistas por los ojos de estas ara�as y que tienen una funci�n biol�gica muy importante tanto en el reconocimiento de las especies como en la atracci�n de los sexos.

El aspecto caracter�stico de estas ara�as se debe, fundamentalmente, al gran tama�o y disposici�n de los ojos anteriores, que hacen que toda la parte anterior del prosoma se vea elevada o de forma m�s o menos cuadrangular. De estos cuatro ojos anteriores, dispuestos en una l�nea m�s o menos curva, los dos centrales son extremadamente grandes y sobresalen un poco hacia delante. Aunque su campo visual no es muy amplio, esto se compensa por el movimiento de la retina que, gracias a m�sculos especiales, puede dirigir la vista en forma independiente hacia distintas direcciones. La imagen que estos ojos obtienen es de alta resoluci�n y magnificada, debido a que la luz se inclina al pasar por el orificio c�nico. Adem�s, son capaces de percibir colores, ya que son sensibles a las longitudes de onda que abarcan desde el verde hasta el ultravioleta. Los otros cuatro ojos que quedan detr�s son m�s peque�os y de baja resoluci�n; sin embargo, est�n capacitados para detectar cualquier movimiento a su alrededor, hasta una distancia aproximada de 20 cm. Se establece, entonces, una acci�n combinada entre los dos campos visuales, que abarca los 360�. Tan pronto como los ojos posteriores perciben alg�n movimiento cercano, el sujeto ser� enfocado de inmediato por los ojos anteriores, mediante movimientos de sus propios m�sculos y del prosoma, que puede voltearse hacia cualquier lado. De esta manera llegan a percibir, con toda claridad, tanto a sus posibles presas como a sus enemigos y a sus compa�eros sexuales.

La otra caracter�stica de estas ara�as son los saltos que dan, no s�lo hacia delante, sino tambi�n hacia los lados y hacia atr�s. El salto se produce como resultado de una presi�n interna de la hemolinfa (equivalente a la sangre), que se descarga en forma violenta, al mismo tiempo que las ocho patas empujan con energ�a.

Estas ara�as, como todas, secretan hilos de seda que no utilizan propiamente para la captura de sus presas, pero que, por lo dem�s, desempe�an un papel importante en diversos aspectos de su vida. As�, todas se sujetan siempre a un hilo de seguridad para no caerse al vac�o; con los filamentos de seda los machos tejen la red del esperma, y las hembras sus ovisacos, donde son depositados los huevos; por �ltimo, con los hilos construyen sus nidos o refugios, donde la temperatura y la humedad se mantienen m�s constantes. All� se protegen de las inclemencias del tiempo y de sus enemigos, descansando durante la noche o por periodos m�s largos, como cuando la ara�a sufre el proceso de la muda, en que se encuentra indefensa y por lo mismo, m�s vulnerable. Las presas que capturan son tambi�n llevadas a los refugios, donde hay m�s tranquilidad para com�rselas. Los nidos les sirven adem�s para ovipositar, para guardar sus ovisacos y proteger a la cr�a de posibles depredadores y en ocasiones, incluso, para aparearse. Las paredes de estos refugios est�n construidas con varias capas de seda y pueden tener dos o tres entradas; se encuentran siempre en lugares protegidos, debajo de hojas, de piedras, de la corteza floja de los �rboles o del esti�rcol seco de ganado vacuno, o bien, entre las ranuras de trozos de madera o de rocas. A veces aprovechan objetos tirados en el suelo, como cartones, latas, cajas, tubos de hule o de pl�stico y dem�s para el mismo fin. Hay especies oportunistas que, en vez de formar su propio nido, van a ocupar los refugios de otras ara�as; en ocasiones hasta matan y se comen a la due�a del nido. Sin embargo, esto es rec�proco entre las ara�as, pues especies de Gnaphosidae, Clubionidae, Thomisidae y Lycosidae, tambi�n con frecuencia ocupan los refugios de las Salticidae. Y no s�lo las ara�as, sino tambi�n muchos insectos utilizan estos refugios para su propia conveniencia, como las larvas de ciertas mariposas, que buscan estos nidos para pupar dentro de ellos.

Para cazar a sus presas, las Salticidae combinan su buena visi�n con la propiedad que tienen de saltar, lo que las ha convertido en unas de las m�s efectivas depredadoras de insectos, a los que atrapan aun en pleno vuelo. La ara�a primero localiza a la posible v�ctima por medio de la vista, luego la acecha por un buen rato, acerc�ndose lentamente a ella y cuando se encuentra a una distancia corta, de 1 a 5 cm, salta para atraparla. En caso de fallar se quedar� colgada en el aire, sostenida por su hilo de seguridad, que siempre habr� fijado antes de cualquier acci�n. Si logra agarrar a la presa, la matar� inyect�ndole algo de veneno y se la llevar� a su guarida para com�rsela, licuando sus tejidos como todos los ar�cnidos. Dentro de las casas suelen alimentarse de moscas y mosquitos, pero fuera capturan a otros muchos insectos como abejas, avispas, hormigas, pulgones y otros hom�pteros, chinches de muy diversos tipos, algunos escarabajos, as� como otros d�pteros y ara�as. Algunas especies penetran en las redes de otras ara�as para alimentarse de las presas que all� han ca�do. Todas las partes no digeribles de los insectos, o sea, el exoesqueleto, ser�n descartadas; estos restos ser�n sacados de los refugios y amontonados a un lado.

Las Salticidae, a su vez, pueden ser comidas por otras muchas ara�as y diversos insectos; las hormigas, por ejemplo, suelen atacarlas con frecuencia, lo mismo que a sus cr�as. Algunos batracios, lagartijas y p�jaros tambi�n disponen de ellas. Otros enemigos son los par�sitos, tanto ectopar�sitos, como �caros prostigmados de las familias Erythraeidae y Trombidiidae o endopar�sitos, como ciertos nem�todos y protozoarios. Tambi�n tienen sus parasitoides, como tantas otras ara�as, siendo �stos especies peque�as de avispas y algunos d�pteros acroc�ridos.

Estas ara�as utilizan varios procedimientos para defenderse. Cuando luchan con enemigos de su tama�o o un poco más grandes, emplean sus quel�ceros para herirlos o para inyectarles su veneno. Entre machos de la misma especie, las luchas generalmente son para establecer qui�n es el m�s fuerte, acabando por retirarse el vencido; es muy raro que luchen hasta la muerte de uno de ellos. Con frecuencia logran escapar de sus perseguidores saltando en diversas direcciones, lo que descontrola al oponente; o bien, saltan al vac�o sostenidas por su hilo de seguridad, que las bajar� hasta un nivel donde, con frecuencia, encuentran elementos para esconderse.

Otro mecanismo de defensa en contra de sus depredadores es tratar de pasar inadvertidas. Para lograrlo hacen uso de sus propiedades mim�ticas, tomando el aspecto del medio en donde se encuentran o mimetiz�ndose en otro ser. En esta forma muchas especies llegan a confundirse con la corteza de un �rbol o con los detritos del suelo. Otras toman el aspecto de escarabajos, insectos muy conocidos entre sus depredadores por su desagradable sabor o por los malestares que ocasionan con las toxinas que contienen. Otras m�s se mimetizan en ciertas hormigas, que tienen la misma fama que los escarabajos. En este �ltimo caso, las ara�as adoptan la semejanza con las hormigas no s�lo como defensa ante sus enemigos, sino para acercarse a estos himen�pteros y atraparlos, lo mismo que a sus huevos y cr�as. Algunos, incluso, llegan a imitar a otras especies de Salticidae para penetrar a su nido y comerse a las ara�itas reci�n nacidas.

El m�s interesante cambio de comportamiento de estas ara�as como consecuencia de su agudeza visual, se relaciona con los movimientos que hacen y las actitudes que ostentan cuando se encuentran frente a otros individuos de la misma o diferente especie. Primero, toman una posici�n de alerta, para cambiar en seguida a una de defensa o de agresi�n. Si se trata de individuos de la misma especie, despu�s de establecerse un reconocimiento cada uno seguir� su camino, en la mayor parte de los casos; s�lo que se trate de dos machos en competencia se entablar� una breve lucha, en la que el vencedor permitir� que el otro se aleje, ya que, en esta familia, es raro el canibalismo. Ahora bien, en caso de encontrarse una pareja de la misma especie y sexualmente madura, la posici�n amenazante del macho se tornar� en otra de cortejo, mientras la hembra permanecer� en atenta observaci�n. Todas estas actitudes, movimientos y posiciones son muy variados y caracterizan a las diferentes especies. Adem�s, la agudeza visual es tan perfecta en estas ara�as que, experimentalmente, se ha logrado comprobar c�mo un macho, al ver a una hembra de su misma especie en una pantalla de televisi�n, empieza a cortejarla en su forma acostumbrada.

Despu�s de la �ltima muda, el macho adquiere un colorido espec�fico, mucho m�s pronunciado que en la hembra; la longitud de sus quel�ceros ser� tambi�n mayor que la de ella. Estos dos elementos ser�n ampliamente aprovechados por el macho durante el cortejo, en el que la vista, como ya se vio, adquiere una importancia primordial, ya que de ella depender� que la hembra acepte que el macho se acerque y la fecunde. Esto no siempre es f�cil de lograr y hay ocasiones en que el macho tendr� que desplegar todos sus atractivos y su destreza para convencerla. Parado delante de ella iniciar� un cierto rito de se�ales consistentes en movimientos hacia los lados, balanceos del cuerpo, vibraciones, levantar� y bajar� alguno de sus ap�ndices, al mismo tiempo que trata de mostrar ampliamente sus ornamentaciones y colorido. Igual que un pavorreal macho levanta su cola frente a la hembra para ostentar sus brillantes y hermosos colores y ornamentaciones, de igual manera algunos machos de Salticidae mantienen en alto su adornado y coloreado opistosoma para impresionar a la hembra. As�, poco a poco se ir� acercando a ella, a veces d�ndole ligeras palmaditas con alguna pata estirada, con el objeto de apaciguarla. Finalmente, la hembra permitir� que el �mbolo del pedipalpo del macho penetre en su epiginio o abertura genital, para depositar el esperma. Por regla general, esta acci�n la efectuar� primero un pedipalpo y despu�s el otro. Una vez que termina el proceso de la fecundaci�n, el macho se retirar� y podr� volver a repetir el acto con una o varias hembras m�s. Al contrario de otras ara�as, la hembra no se comer� al macho despu�s del apareamiento.


Figura 24. Macho haciendo movimientos de cortejo (familia Salticidae)


Figura 25. Ara�a macho haciendo movimientos de cortejo (familia Salticidae)

El doctor Robert Jackson, de Nueva Zelanda, que lleva estudiando a estas ara�as por muchos a�os y que ha publicado numerosos art�culos sobre ellas y su comportamiento, asegura que en algunas especies los cortejos pueden ser muy complicados, interviniendo no s�lo el sentido de la vista, sino tambi�n el del tacto y en ocasiones tambi�n las sensaciones vibr�tiles y olfatorias. En ciertas especies, si la hembra se encuentra fuera del nido el �xito del cortejo depender� exclusivamente de la vista, pero si se halla dentro de su refugio el macho emplear� otro tipo de cortejo, que ser� esencialmente vibratorio. Se ha comprobado tambi�n que las hembras secretan feromonas que atraen a los machos y que �stos son capaces de reconocer de inmediato. Hay casos en que un macho encuentra una hembra juvenil que todav�a no est� sexualmente madura; �ste, entonces, construir� un nido sobre la guarida de la hembra y esperar� all� con toda paciencia a que ella alcance la madurez deseada. En gran parte de estas especies el apareamiento tiene lugar dentro del refugio de la hembra.

Aproximadamente un mes despu�s del apareamiento, la ara�a empezar� a poner sus huevos en peque�os montoncitos, que guardar� en un ovisaco. Éste, dependiendo de las especies, quedar� dentro del nido o la ara�a lo pegar� en alg�n lugar protegido entre las hojas secas, o debajo de una rama o de la corteza suelta de un �rbol. Las Salticidae suelen ovipositar varias veces, siendo los huevos de tama�o grande y pocos en n�mero. La madre casi siempre se queda junto a sus huevos, cuid�ndolos de los depredadores, hasta que las peque�as ara�itas empiezan a emerger. Esta ninfas disfrutar�n todav�a del nido por dos o tres semanas m�s, consumiendo durante ese tiempo el vitelo que a�n traen consigo. Despu�s de la primera muda habr�n completado su desarrollo y estar�n m�s fuertes, por lo que ya podr�n empezar a cazar sus propias presas, consistentes en col�mbolos, trips, �caros, mosquitas y dem�s. Poco a poco comenzar�n a dispersarse, teniendo la capacidad de saltar desde que son peque�as. Durante su vida tienen que mudar varias veces (unas ocho mudas) antes de llegar al estado adulto; el macho generalmente tiene menos mudas y alcanza su madurez antes que la hembra, pero casi siempre muere antes que ella.

Todo lo que hasta aqu� se ha dicho de las Salticidae las cataloga, sin lugar a duda, como las ara�as m�s evolucionadas. Esto se debe fundamentalmente al gran desarrollo que han alcanzado los ojos y a los grandes cambios que esto ha ocasionado en su comportamiento. Estas modificaciones son m�s notables en los actos de la depredaci�n y del apareamiento. En este �ltimo proceso, el �rgano de la vista adquiere tal importancia durante el cortejo que bien puede afirmarse que en estas ara�as "de la vista nace el amor".

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