VIII. CONCLUSIONES
A
MEDIDA
que nos acerquemos al sigloXXI
, nuestra capacidad de enfrentar los retos de la salud pública dependerá de la habilidad para derivar, de las ricas tradiciones intelectuales que la nutren, las definiciones y los proyectos integrales que guíen su futuro.En la primera parte de este libro hemos intentado desarrollar la base conceptual para la nueva salud pública. A lo largo de la segunda parte, hemos insistido que el éxito de la nueva salud pública requerirá de acciones en el plano de la organización. Al respecto, es necesario hacer una distinción entre tres niveles de acción humana. El nivel más superficial es el de la colectividad, que es simplemente una agregación de individuos. El siguiente nivel es el de la organización, definida como una colectividad que ha adoptado reglas explícitas sobre los derechos y las obligaciones de sus miembros. Finalmente, el nivel más elevado es el de la institución, la cual se define como una organización donde además de reglas hay un conjunto de valores compartidos. El progreso humano depende de este nivel superior de acción. A fin de cuentas, el desarrollo social se basa en el esfuerzo arduo, cotidiano, minucioso, paciente por construir instituciones sólidas. A través de ellas se unifican las voluntades individuales para llevarlas a un plano superior que es mayor a su simple suma. Siguiendo la metáfora tomada de la física, lo importante no es sólo formar una masa crítica de talentos, sino además conjuntar una densidad crítica mediante la cual dichos talentos puedan enriquecerse mutuamente dentro de un espacio institucional compartido.
Ello no significa que la institución se componga de una masa anónima de personas remplazables. Por el contrario, cada individuo representa una biografía irrepetible y por lo tanto encierra una potencialidad única. La historia no es un producto de fuerzas ciegas, sino una construcción por parte de actores de carne y hueso. Pero éstos no actúan aislados ni movidos tan sólo por sus virtudes y defectos. La acción humana siempre se da socialmente organizada. En este aspecto hay tanta variabilidad como entre los individuos. El mundo está repleto de ejemplos de formas de organización social que han sido exitosas y de otras que han fracasado. Nuestra discusión acerca de las bases de producción, reproducción y utilización del conocimiento ha sugerido nuevos caminos para construir las estructuras y definir los valores que aseguren el éxito de las instituciones dedicadas a la investigación, la enseñanza y la práctica de la salud pública. Sin duda, el futuro de la salud pública dependerá, en gran medida, de nuestra capacidad de diseño, desarrollo y desempeño institucional.
Pero no basta con la organización interna de la propia salud pública. Es preciso un esfuerzo amplio de vinculación, un compromiso con la salud de la población y con los servicios que se dirigen a mejorarla. El gran reto a este respecto estriba en modernizar la salud pública. Más allá de los varios significados que las coyunturas políticas puedan imprimirle, la modernización debe entenderse, ante todo, como un proceso de apertura. No se trata de una permeabilidad irreflexiva que pase por alto los avances del pasado sino, al contrario, de un esfuerzo por integrar tradición y progreso.. Tal es el sentido de las palabras del poeta mexicano Octavio Paz, contenidas en su discurso ante la Real Academia Sueca el día anterior a recibir el premio Nobel de literatura 1990: [....] entre tradición y modernidad hay un puente. Aisladas, las tradiciones se petrifican y las modernidades se volatilizan; en conjunción, una anima a la otra y la otra le responde dándole peso y gravedad.1
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En el caso de la salud pública, la modernización debe entenderse como una apertura al menos en siete direcciones. La primera, como hemos insistido, es hacia la toma de decisiones: la investigación debe proporcionar información científicamente validada que sea pertinente a los problemas de los decisores de todos los niveles. La segunda apertura es hacia la universidad: junto con el valor de la pertinencia, la investigación y la educación superior en salud pública deben promover la excelencia y para ello deben vincularse estrechamente a los espacios universitarios. En tercer lugar, la salud pública debe abrirse hacia los otros campos de la salud, para que su enfoque poblacional encuentre sustento en los procesos individuales y subindividuales. Este esfuerzo por integrar niveles de análisis debe ir acompañado de otro por vincular disciplinas; de ahí que la cuarta apertura sea hacia las ciencias sociales, biológicas y de la conducta. La especificidad temporal y espacial de muchos fenómenos de la salud obliga a un enfoque comparativo que sólo puede lograrse mediante las siguientes dos aperturas: hacia el ámbito internacional y hacia el futuro, para adoptar una visión estratégica que permita anticipar los problemas y no sólo reaccionar ante ellos cuando ya han ocurrido. Finalmente, todo lo anterior debe ser guiado por la apertura fundamental que da sentido a la salud pública: la preocupacion permanente por aprehender las necesidades de salud de la población y por aprender de ellas.
Es demasiado pronto para determinar si la salud pública sabrá responder a los retos de nuestro tiempo. Lo cierto es que de la modernización de la salud pública dependerá, en gran medida, la posibilidad de una renovación más amplia de los sistemas de salud. Aunque su destino final está ligado al desarrollo social y económico más amplio, las acciones de salud también poseen una dinámica propia que les permite a ellas mismas contribuir al progreso general de las naciones. Por ser un punto de encuentro, la salud hace posible que la población le dé un sentido concreto y cotidiano a las metas de reducir la desigualdad y propiciar el bienestar social. Ahí radica el compromiso cuyo cumplimiento hará florecer a la nueva salud pública.
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