IX. CEREBRO Y MENTE: EL SESO PSICOSOM�TICO

LA FUNCI�N DEL CEREBRO

DOS notorias fronteras de la investigaci�n cient�fica fundamental avanzan a gran velocidad y ofrecen resultados crecientemente fascinantes: la astronom�a y las ciencias cerebrales o neurociencias. Estas �ltimas constituyen un ejemplo acabado de lo que podr�amos denominar una transdisciplina, es decir, la interacci�n de diversas especialidades que operan en los distintos niveles de organizaci�n de la realidad (molecular, celular, tisular, org�nico, organ�smico) para entender integralmente la funci�n del sistema natural biol�gico m�s complejo que conocemos: el cerebro.

Ahora bien, �cu�l es esa funci�n que las neurociencias intentan comprender? Se trata, nada menos, que de penetrar el misterio de la relaci�n entre la mente, la conducta y la actividad propia del tejido nervioso. Es decir, se trata de desentra�ar la manera como la actividad del cerebro se relaciona con la psique y el comportamiento, las dos manifestaciones que constituyen el tema de estudio de la psicolog�a. Por ejemplo, se supone que existe una huella cerebral en la que se halla inscrita la memoria, o mejor dicho, cada recuerdo espec�fico. Otras huellas deber�n ser responsables, al activarse, de conductas como la agresi�n, el sexo, la alimentaci�n o el habla. Unas m�s ser�an la contraparte de experiencias subjetivas como la percepci�n, la imaginaci�n, el pensamiento, la emoci�n o el ensue�o. La pregunta, entonces, se refiere a la naturaleza de estas huellas. Para abordarla debemos esbozar de manera general c�mo funciona el cerebro.

Los elementos funcionales fundamentales del cerebro son las neuronas, c�lulas especializadas en el manejo de la informaci�n. Las neuronas tienen como principal caracter�stica la excitabilidad. Son c�lulas dotadas de m�ltiples prolongaciones ramificadas, llamadas dendritas, por las que reciben informaci�n, y de una prolongaci�n larga, llamada ax�n, que se ramifica y la conecta hacia otras neuronas. Podemos calcular que una neurona recibe informaci�n directa de varios miles de neuronas y env�a informaci�n a otras tantas. El n�mero de neuronas de un cerebro humano probablemente se sit�e por los 100 000 millones, un n�mero similar al de las estrellas en una galaxia normal, como nuestra V�a L�ctea. Ahora bien, el n�mero de unidades de informaci�n del cerebro es mucho mayor debido precisamente al n�mero de contactos que se establecen entre las neuronas y que hemos dicho que es de varios miles por unidad, con lo cual tenemos al menos 10 billones de contactos que constituyen, para usar una analog�a en boga, otros tantos bits de informaci�n. Es as� que la unidad fundamental del cerebro es la neurona desde el punto de vista estructural, y el contacto entre neuronas desde el punto de vista informacional. A ese contacto se le llama sinapsis.

Figura 14. Sinapsis y comunicaci�n entre neuronas.

Una sinapsis est� constituida por la terminal de una neurona llamada emisora, la parte de la membrana de otra neurona, llamada receptora con la que casi hace contacto la terminal, y una se�al que es la responsable de la transmisi�n de la informaci�n. Esa se�al est� conformada por peque�as mol�culas qu�micas que reciben el nombre de neurotrasmisores. Se conocen varias familias de ellos, que se pueden agrupar en tres: aminas biol�gicas como la acetilcolina, la serotonina o la dopamina; algunos amino�cidos como el �cido gamma-aminobut�rico, la glicina o el �cido glut�mico; y p�ptidos o cadenas de amino�cidos como las encefalinas y porciones de hormonas. Estos neurotrasmisores son sustancias qu�micas ubicuas en la naturaleza, pero s�lo en el tejido nervioso se convierten en mol�culas semioqu�micas, es decir, en mol�culas que acarrean informaci�n. La neurona que env�a la informaci�n est� capacitada para sintetizar y liberar al neurotrasmisor a un espacio sellado que facilita que el trasmisor llegue a sitios especializados de la membrana de la neurona que recibe la se�al y que reconocen al trasmisor y decodifican el mensaje: se trata de los receptores sin�pticos. Estas estructuras son prote�nas de la membrana que funcionan como min�sculas cerraduras que admiten s�lo una forma de llave para accionar la cerradura. Como sucede con la informaci�n binaria de la computadora en la que el mensaje est� codificado por unos o ceros, la llave-neurotrasmisor s�lo puede tener dos efectos inmediatos sobre la cerradura-receptor: o la neurona receptora se excita y trasmite la informaci�n o se inhibe y la bloquea.

La irradiaci�n y la transmisi�n de informaci�n a trav�s de las neuronas sucede gracias a los potenciales el�ctricos que recorren la membrana y que obedecen a la propagaci�n de ondas el�ctricas que se forman por la salida o entrada, a trav�s de la membrana, de iones de sodio, potasio y cloro que est�n cargados el�ctricamente, con lo cual la c�lula y sus prolongaciones se comportan como un cable.

Pero todo esto no explica m�s que el fundamento de la organizaci�n nerviosa. El cerebro, dotado de esta maquinaria fisicoqu�mica de informaci�n cuyas propiedades son similares en todos sus sectores, tiene una arquitectura que organiza sus elementos neuronales de manera intrincada y exquisita, bastante distinta en sus partes. Los diferentes tipos de neuronas est�n organizados sea en c�mulos celulares o en capas. Las zonas superficiales del cerebro, como la corteza cerebral, que es la arrugada superficie que lo distingue, o la corteza del cerebelo, tienen un arreglo horizontal de varias capas constituidas por tipos espec�ficos de neuronas y un arreglo vertical formado por columnas de fibras que conectan a las c�lulas en una infinidad de circuitos de uniones extraordinariamente precisas. Las zonas m�s especializadas de la corteza cerebral, como aquellas en las que se recibe la informaci�n visual o la que se encarga de los movimientos corporales, tienen una organizacion particularmente elaborada y compleja. En suma, las neuronas se agrupan en sistemas multineuronales perfectamente estructurados en su arreglo espacial, espec�ficamente interconectados por dendritas y axones y particularmente definidos por la naturaleza qu�mica de sus contactos sin�pticos. Es as� que la mente y la conducta tienen como fundamento material una morfolog�a particularmente intrincada.

Ahora bien, sobre la base del lenguaje sin�ptico y de la exquisita e intrincada arquitectura, los sistemas neuronales operan mediante pautas espacio-temporales de actividad. Pensemos en cada neurona de la red como el instrumento de una orquesta o la voz individual en un coro. Seg�n su disposici�n espacial y la naturaleza de la sinapsis involucrada estos sistemas interneuronales pueden procesar distintos tipos de melod�as. Las neuronas son exquisitamente sensibles a un tipo de informaci�n particular. Las neuronas de la zona visual s�lo descargan ante un est�mulo muy especifico del campo visual, como podr�a ser una l�nea en determinado �ngulo. Otros miembros de la orquesta visual descargan en respuesta a otras caracter�sticas, como el color, la textura o la forma y entre todos ellos interpretan una melod�a final, la cual suponemos, corresponde a la experiencia de ver. Otras orquestas situadas en otros sectores tocan la melod�a del o�r, del recuerdo, del ensue�o, de la agresi�n, de la verg�enza, de la creencia. Por lo que sabemos, algunas orquestas est�n especializadas en un solo tipo de melod�a, o sea de informaci�n, como la visual, la auditiva o la motora, pero otras tienen un repertorio m�s amplio y melod�as similares pueden ser ejecutadas por diversos grupos de neuronas.

A pesar de lo extraordinario de toda esta informaci�n, a�n no sabemos con exactitud c�mo es que la actividad cerebral, o bien cu�l es esa actividad espec�fica. En respuesta a este interrogante hay varios modelos hipot�ticos. Veamos a continuaci�n un modelo muy controvertido pero veros�mil e inquietante.

EL HOLOGRAMA Y EL ARCO IRIS

Est� usted frente a un estanque de agua en un bosque. No hay viento. La superficie lisa y bru�ida ante sus ojos es un espejo que refleja los �rboles de la orilla opuesta y el sol del atardecer. Algunas hojas secas flotan inm�viles, aqu� y all�, sobre el agua. Imagine que toma tres piedras de diferente tama�o y las arroja, una tras otra, a puntos diferentes del estanque. Las piedras caen con segundos de diferencia y, de acuerdo con su peso y velocidad de ca�da, se forman en el agua ondas de diferente amplitud que se propagan en c�rculos crecientes y silenciosos a partir del punto central donde la piedra rompi� la superficie. El frente de cada c�rculo avanza di�fanamente extendi�ndose a una velocidad constante y una amplitud decreciente. Los frentes de onda se encuentran, se entrelazan, se traspasan y contin�an su viaje centr�fugo hasta rebotar en las orillas. Las hojas flotantes, al ser alcanzadas por las ondas, en vez de desplazarse, simplemente suben y bajan cabalgando la onda en su sitio. La superficie del estanque es ahora una danza de c�rculos que se dilatan y entrelazan en pautas de interferencia y zonas en calma. Poco a poco los �rboles y el Sol, rotos en fragmentos parpadeantes por la deformaci�n del l�quido espejo, vuelven a reunirse y a tomar su forma.

Suponga usted ahora que tuviera los datos f�sicos necesarios sobre las leyes que rigen el movimiento descrito y que incluyen la velocidad de propagaci�n de las ondas, la viscosidad del agua y la intensidad o amplitud de la onda que depende del tama�o de la piedra y su velocidad de entrada. Con estos datos podr�a, desde cualquier punto del estanque en el que ocurran interferencias de las ondas, determinar el tama�o de las piedras y su tiempo y lugar precisos de entrada. Es decir, en cada punto de la superficie deformada por las ondas est� codificada la informaci�n del todo.

El movimiento de las ondas consiste en un n�mero de ondulaciones que se denominan un tren de ondas. El pulso de un tren no consiste en una vibraci�n pura de una sola frecuencia, ya que otras vibraciones de diferentes frecuencias est�n superimpuestas sobre la onda mayor, como sucede con una cuerda de guitarra al ser ta�ida. De esta forma, un pulso consiste en un grupo de vibraciones de diferentes frecuencias, amplitudes y fases. Estas caracter�sticas de las ondas fueron aplicadas por un matem�tico y egipt�logo franc�s, Jean Baptiste Joseph Fourier (1768-1830) para analizar el movimiento peri�dico. En el caso del estanque esto podr�a visualizarse al observar detenidamente el movimiento de la hoja sobre la superficie al paso de la onda, un movimiento que equivale a la "armon�a" musical.

Con estos principios fundamentales, ejemplificados por el movimiento de la hoja, con el que podemos reproducir el evento completo del estanque, Dennis Gabor (1900-1979), el inventor h�ngaro a quien se otorg� el premio Nobel en 1971, dise�� un proceso de reconstrucci�n de un frente de onda. El procedimiento es el siguiente: se registra la forma de interferencia producida por la interacci�n de una luz difractada por un objeto en una pel�cula de alta resoluci�n. En la pel�cula queda grabada la interferencia de la luz difractada por el objeto de la misma manera que recibir�amos la onda del estanque en la orilla despu�s de que pas� por un objeto r�gido, digamos una roca, situado entre la ca�da de la piedra y la orilla. La deformaci�n de la onda traer�a a la orilla la informaci�n del objeto de interferencia. En un segundo tiempo la pel�cula se ilumina para producir la imagen del objeto original y tal imagen tiene la propiedad de reproducir tridimensionalmente el objeto. El invento de Gabor, al que denomin� holograma, permaneci� como una curiosidad hasta el advenimiento del rayo l�ser, a principio de los a�os sesenta, con el que fue posible, merced a la coherencia casi perfecta de su luz, producir hologramas fidedignos.

Unos a�os m�s tarde Karl Pribram, prominente neurofisi�logo norteamericano de origen checo, elabor� una teor�a de la funci�n cerebral bas�ndose en el holograma. Su intento se ubic� como el �ltimo de una cadena de modelos del cerebro que se iniciaron con Pascal. Una de las maneras que los cient�ficos han usado para comprender la funci�n del cerebro ha sido compararla con las m�quinas o los artefactos de comunicaci�n y c�lculo m�s actuales. Pascal sugiri� que el cerebro utilizar�a en sus c�lculos alg�n proceso similar al de su elemental m�quina para realizar operaciones y que era poco m�s que un �baco semiautom�tico. En los principios de la telefon�a al cerebro se le compar� con una red de intercomunicaciones similar a un conmutador. M�s tarde se configur� la analog�a m�s interesante de la �poca actual: la del cerebro como una computadora electr�nica, y naci� as� la inteligencia artificial. Por ejemplo, se sugiri� que el cerebro era an�logo a la m�quina en su sentido f�sico, lo que llaman los comput�logos el hardware, en tanto que la mente corresponder�a a los programas, que constituyen el software. Pribram sugiri� que la mente y el cerebro funcionan de manera similar al holograma y explicaba la memoria de una manera similar al proceso por el cual, con los datos de un solo punto, podr�a registrarse y recobrarse una enorme cantidad de informaci�n.

Para Pribram el cerebro funciona con pautas de interferencia constituidas por frentes de ondas el�ctricas. Estos frentes ser�an las excitaciones o inhibiciones de neuronas y sinapsis en el �rbol de las dendritas o ramificaciones neuronales que, en conjunto, concibe como pautas de microondas. Ahora bien, �qui�n es y d�nde est� el observador de la imagen construida por el holograma cerebral, el yo que percibe? Seg�n la teor�a hologr�fica, el hecho de que esta informaci�n no tenga fronteras, de que cada parte envuelva y contenga la informaci�n del todo, implica que la distinci�n entre observador y objeto se borre. Esto es sorprendente ya que quiere decir que existe una conexi�n intr�nseca entre la conciencia y la realidad f�sica. En suma: no hay un yo observador en el cerebro o la mente. El holograma cerebral es a la vez f�sico, en tanto sucede como una interferencia de frentes de onda, y mental en el sentido de que es experimentado como una sensaci�n, un pensamiento, un recuerdo o una emoci�n.

Figura 15. Cortes senados del cerebro de rat�n.

As� como la informaci�n de las ondas del estanque no se puede identificar con el agua o con la piedra que las engendra, as� como la hoja que cabalga en su superficie al paso de la onda es s�lo un instrumento por el que podemos conocer el todo, as� como el arco iris depende de las gotas de vapor, de la luz del Sol y de alguien que lo vea sin ser id�ntico a ninguno de �stos, la actividad del proceso cerebro-mente forma una unidad de informaci�n continua con el mundo de los objetos y es una parte consciente de ese mundo. Una experiencia cuidadosa de lo que ocurre cuando sentimos o percibimos algo confirma esta vertiginosa aseveraci�n.

EL LUGAR DEL SABER

Si tratara de definir la funci�n del cerebro en una frase dir�a que es la de recibir, procesar, almacenar y enviar informaci�n al medio ambiente. Es decir, concebido como �rgano mental, el cerebro percibe, memoriza, decide y act�a por medio de la conducta. Unas preguntas b�sicas ser�an: �c�mo est�n codificados y d�nde est�n los recuerdos?, �de qu� manera se organiza la conducta en el cerebro? Debe existir una huella, alguna forma en la que la experiencia deje su marca en el tejido nervioso. A esa huella o templete se le ha llamado engrama, pero nadie sabe exactamente en qu� consiste.

Con el aprendizaje aumenta en el cerebro la s�ntesis de prote�nas; se activan y con ello se favorecen nuevas rutas de comunicaci�n entre ciertas neuronas; se hacen circuitos de retroalimentaci�n. Cientos de experimentos se han realizado para esclarecer esto, pero una de las evidencias recientes de mayor inter�s ha surgido del estudio de una de las conductas naturales m�s hermosas y llamativas: el canto de los p�jaros.

El canto de un p�jaro lleva mucha informaci�n a distancia: atrae consortes potenciales, previene a otros machos, ahuyenta a predadores. El canto est� constituido en canciones funcionales, es decir, melod�as para situaciones conductuales espec�ficas. Algunas son proclamaciones; verdaderas fanfarrias que delimitan territorios. Otras son cantos agresivos y otras m�s son de cortejo. Se han identificado, adem�s, canciones de cuidado paternal, de alarma y de defensa. En los extensos tiempos que dedican algunos p�jaros a cantar se mezclan diversos tipos de canciones y, con ello, se logran funciones diversas de comunicaci�n. Sin embargo a�n desconocemos el significado de los fraseos completos. Probablemente una misma canci�n tenga tantos significados cuantos escuchas existan, seg�n su especie, sexo y aun su estado fisiol�gico.

Adem�s de que los cantos son particulares de la especie, hay tambi�n dialectos: tipos de modulaci�n caracter�sticos de una regi�n geogr�fica determinada que difiere de miembros de la misma especie en otras �reas. M�s a�n, hay individualidad en el canto. En varias especies la canci�n se compone de una serie de frases comunes a todos los machos y, sin embargo, hay fraseos individuales que permiten reconocer al p�jaro que los emite.

En experimentos de aislamiento y producci�n de h�bridos se ha descubierto una caracter�stica del canto que es com�n pr�cticamente a todos los comportamientos: el hecho de que tenga un componente gen�tico y otro aprendido. A diferencia de los insectos, cuyos cantos casi no se pueden moldear o modificar por el aprendizaje, los p�jaros pasan por estadios de maduraci�n durante los cuales la estructura y la tonalidad se refinan de acuerdo con el dialecto y la individualidad de quienes los rodean. Los p�jaros aislados desde el nacimiento o los que son sordos producen cantos elementales y, aunque maduran durante el desarrollo, nunca alcanzan la riqueza de expresi�n de los criados en su ambiente. Esto demuestra que existe un templete codificado en el sistema nervioso por ciertos genes que llevan la informaci�n del canto de padres a hijos, pero que ese templete debe de ser modificado y enriquecido por la experiencia para que ocurra el producto acabado. Pero, adem�s de la codificaci�n del canto, existe un templete de reconocimiento. O sea que no s�lo hay un mecanismo para emitir el canto, sino que existe otro para reconocerlo. Esto se asemeja mucho a lo propuesto por Noam Chomsky, el conocido ling�ista del Instituto Tecnol�gico de Massachusetts, para el lenguaje humano, el cual tendr�a un componente gen�tico para la estructura fundamental y otro adquirido durante etapas cruciales de maduraci�n.

Ahora bien, �c�mo se codifica el canto en el cerebro? Fernando Nottebohm, investigador argentino ubicado en la Universidad Rockefeller, sorprendi� a los cient�ficos del cerebro con un hallazgo sensacional: la evidencia de que un �rea muy restringida del cerebro de los canarios aumentaba al doble de su tama�o durante la primavera, la �poca del apareamiento anual y del inicio del canto, para reducirse al final de ella a su talla previa. Esta zona es un n�cleo que controla las neuronas motoras de los �rganos vocales, en particular la siringe, con la que el ave emite la voz; se trata del n�cleo cerebral donde se halla codificado el canto. En experimentos posteriores encontr� que la aplicaci�n de testosterona, la hormona masculina producida por el test�culo y que aumenta en los machos durante la �poca del apareamiento, produce un incremento en la talla del n�cleo y desencadena el canto en los machos, incluso fuera de la estaci�n. M�s a�n, las hembras adultas que normalmente no cantan, si se les aplican inyecciones de testosterona desarrollan el mismo cambio que los machos, es decir, expansi�n del n�cleo y producci�n de canto.

Estas evidencias vinieron a echar por tierra la noci�n de que el cerebro adulto era inmutable, y de que las neuronas, por su extrema especializaci�n, ya no se produc�an en el animal adulto. Pero, adem�s, el descubrimiento podr�a dar cierto apoyo a una teor�a del siglo pasado que hace tiempo ha ca�do en el descr�dito. El anatomista Franz Joseph Gall (1758-1828) supuso que el tama�o de las �reas cerebrales con funciones especializadas variar�a de acuerdo con el grado de desarrollo de la funci�n. En donde seguramente se equivoc� Gall fue en postular que estas zonas agrandadas por el uso se manifestaran en la superficie del cr�neo humano. As� surgi� la frenolog�a, que pretend�a establecer el car�cter y la personalidad del sujeto con mediciones del cr�neo. Lo que sorprende es la posibilidad de que el grado de actividad de ciertas zonas cerebrales se correlacione con modificaciones anat�micas.

Las investigaciones del grupo de Fernando Nottebohm se han abocado a responder a la pregunta de c�mo se produce el incremento de tama�o del n�cleo cerebral donde el canto se codifica. Inyectando a canarios una sustancia marcada con radiactividad y que normalmente se incorpora a las mol�culas del c�digo gen�tico que se activan durante la divisi�n celular pudieron establecer con seguridad que ocurr�a producci�n neuronal, es decir, neurog�nesis. La testosterona aumentaba notablemente el proceso. Con el tiempo han podido establecer que las neuronas que en buena parte van a constituir la expansi�n del n�cleo no se originan all�, sino que algunas c�lulas que rodean a los ventr�culos cerebrales empiezan a emigrar y a madurar hasta localizarse en el n�cleo de control del canto.

La imagen del cerebro que tenemos a partir de estos y otros muchos experimentos recientes que apuntan en la misma direcci�n es muy diferente de la de anta�o. Se trata de un �rgano con movilidad anat�mica y celular. Una conducta espec�fica est� de alguna manera inscrita en neuronas que se han localizado y que emigran de un lado a otro para ejercer su funci�n. Y digo "de alguna manera" porque no se sabe exactamente en qu� consiste la huella o el engrama de este comportamiento. Lo m�s probable es que se trate de la actividad de m�ltiples neuronas que en conjunto constituyen un sistema, o sea un campo de actividad en el espacio-tiempo. Pero �se es otro cantar.

EL �RGANO DEL LOGOS

Pensemos en lo que significa manejar un lenguaje. Significa que desde la infancia, a pesar de que escuchamos un n�mero limitado de frases, podemos producir y entender un n�mero infinito de frases nunca antes habladas o escuchadas. Manejar un lenguaje significa poder identificar una palabra hablada, de entre un acervo de m�s de 100 000 que tiene un adulto culto, en menos de 300 milisegundos. Significa poder armar frases en el mismo tiempo que se requiere para pronunciar las palabras. Todo ello supone el contar con un cerebro especializado en el manejo del lenguaje.

El cerebro humano est� espl�ndidamente dotado para la adquisici�n y uso del lenguaje. Es as� que los simios, nuestros parientes m�s cercanos sobre la Tierra, aunque pueden aprender palabras y expresarlas por signos del lenguaje manual de los sordomudos, no alcanzan, aun con el m�s dedicado entrenamiento, a manejar m�s lenguaje que el de un ni�o de dos a�os, lo cual no deja de ser sorprendente y significativo. En franco contraste con esta limitaci�n, a partir de esa edad cualquier ni�o, independientemente de su raza, cultura y aun de su inteligencia, puede adquirir cualquier lenguaje al que se le exponga sin ning�n esfuerzo y sin ense��rselo a prop�sito. En efecto, antes del a�o el ni�o da se�ales de entender algunas palabras, al a�o empieza a usarlas, entre los 12 y los 15 meses se expande su vocabulario exponencialmente para, a los 20 meses, empezar a emitir combinaciones de palabras. Finalmente, entre los dos y los tres a�os las palabras se colocan en sus sitios adecuados en las estructuras de sus frases y se presentan casi todas las reglas sint�cticas. Con s�lo estos datos que todos atestiguamos, es dif�cil evitar la conclusi�n de que el cerebro est� estructuralmente armado para manejar el lenguaje. La contraprueba de esta aseveraci�n est� en que la lesi�n de las estructuras cerebrales asociadas al lenguaje previene su adquisici�n o su manejo.

Ahora bien, aunque nadie duda hoy d�a que el cerebro est� armado para manejar el lenguaje, un debate com�n en los ling�istas como Noam Chomsky y en los neurobi�logos como Alexander Luna es que si la habilidad del cerebro humano para el lenguaje es espec�fica o derivada de otros sistemas relacionados con la inteligencia y la cognici�n en general. Las evidencias parecen favorecer la idea de que la habilidad ling��stica tiene estructuras y funciones que le son particulares y la diferencian de otras habilidades cognitivas. Adem�s, se sabe desde hace un siglo que el hemisferio cerebral dominante para la habilidad motriz —el izquierdo en los sujetos diestros— es tambi�n dominante para el lenguaje. Se pensaba hasta hace poco que en el hemisferio izquierdo se ubicaba fundamentalmente el sistema motor del habla m�s que el que subyace al significado, pero los estudios en personas sordas que usan lenguaje de signos manuales para hablar y que pierden esa habilidad cuando tienen accidentes vasculares cerebrales que afectan el �rea motora del lenguaje llevan a concluir que lo que est� representado en esa zona es la funci�n y no s�lo la capacidad motora para producir palabras. M�s a�n, parecen existir m�dulos o zonas cerebrales especializadas en funciones particulares del lenguaje. Es as� que se puede perder la producci�n del habla (afasia motora) y retener la comprensi�n del lenguaje le�do o escuchado, o viceversa (afasia de Wernike). Es l�gico constatar que la afasia motora ocurre cuando se lesionan las �reas de producci�n o codificaci�n ling��stica y que �stas se encuentren cercanas a la zona motora del cerebro, la responsable de los movimientos voluntarios, y tambi�n que la afasia de Wernike se produce cuando la lesi�n se encuentra cerca de las zonas auditivas responsables de la decodificaci�n. Las evidencias m�s recientes indican incluso que el procesamiento de los sustantivos y de los verbos ocurre en dos zonas distintas del cerebro. Los sustantivos se reconocen r�pidamente en las zonas del l�bulo temporal aleda�as a la zona auditiva, en tanto que los verbos se desarrollan en vecindad de las zonas motoras del l�bulo frontal. Esta topolog�a adquiere sentido si recordamos que los sustantivos denotan usualmente objetos que reconocemos de una manera sensorial en tanto que los verbos designan actos y movimientos.

Por otra parte, aunque la inodularidad o localizaci�n de los sistemas cognitivos est� m�s o menos bien establecida, es decir, el d�nde se encuentran las funciones comunicativas, lo que no sabemos es c�mo se ejecutan las habilidades ling��sticas (o de hecho ninguna de las facultades mentales superiores) en su sustrato nervioso.

A partir de evidencias emp�ricas los ling�istas han desarrollado un robusto cuerpo te�rico seg�n el cual el lenguaje comprende cuatro componentes diferentes en t�rminos de sus principios operativos: 1) la estructura de los sonidos ling��sticos, 2) el vocabulario que analiza la lexicograf�a, 3) las reglas de estructuraci�n de las frases que constituyen la sintaxis, y 4) la representaci�n del significado, que es el campo de la sem�ntica. En el primer caso se distingue claramente la fon�tica, es decir, la realizaci�n de las propiedades f�sicas de la se�al, de la fonolog�a, que corresponde a la organizaci�n y estructura del sistema de sonidos en una lengua. La forma fonol�gica de la palabra, su categorizaci�n sint�ctica, su representaci�n sem�ntica y su producci�n sea hablada, escrita o actuada, son funciones que desaf�an a la nueva ciencia de las bases cerebrales del lenguaje: la neuroling��stica.

Algunos hallazgos recientes en esta �rea son de gran inter�s. Es as� que parece haber una disociaci�n en los sistemas cerebrales que comprenden la sintaxis y los que juzgan la gram�tica de las frases. Por otra parte, la adquisici�n y el manejo de la lectura y la escritura, que como sabemos son facultades ling��sticas que hay que aprender, emplean sistemas diferentes que los del habla y la comprensi�n. Por eso las lesiones del l�bulo frontal del cerebro en la zona anterior a la regi�n motora producen alteraciones en la lecto-escritura, que conocemos como dislexia y disgraf�a.

Los estudios de los d�ficit ling��sticos en pacientes con afasia sugieren que el lenguaje est� organizado en subsistemas similares a los componentes gramaticales postulados por la teor�a ling��stica pero que, aunque estos subsistemas tienen su propia estructura y mecanismos operativos, probablemente no tienen una localizaci�n muy precisa en el cerebro. As�, aunque los pacientes con afasia de Broca tienen un d�ficit predominantemente sint�ctico y los enfermos con afasia de Wernicke tienen problemas fundamentalmente sem�nticos, los dos componentes se afectan ostensiblemente en cada grupo de estos sujetos. Esta y otras evidencias implican que, si bien las facultades comunicativas (codificadoras y decodificadoras) del lenguaje est�n anat�micamente localizadas, las habilidades propiamente ling��sticas son operaciones m�s distribuidas que emergen de la interacci�n de los subsistemas.

Por otro lado es necesario mencionar que el lenguaje cotidiano no s�lo abarca las habilidades puramente ling��sticas sino una importante porci�n llamada pragm�tica, que incluye las intenciones, actitudes y emociones que se expresan en el lenguaje, como gestos o entonaciones que acompa�an al habla o las connotaciones que se manifiestan en la escritura. M�ltiples funciones del lenguaje son pragm�ticas, como el lenguaje figurado, el sarcasmo, el humor, la inferencia o la met�fora. Al parecer el car�cter pragm�tico del lenguaje es una habilidad del hemisferio cerebral no dominante, como lo es en general el marco mental en el que se desarrolla.

Con esta nueva tendencia regresamos, con nuevos elementos y marcos de referencia, a la feliz �poca cuando la psicolog�a y la neurolog�a estaban a�n unidas en personalidades de neur�logos cient�ficos �ptimamente entrenados para el an�lisis psicol�gico y cerebral. Entre ellos vale la pena recordar, adem�s de los pioneros Gall, Broca y Wernike, a Hughlings Jackson y a Kurt Goldstein, quienes precozmente postularon (en 1884 y 1927 respectivamente) que si bien existe una localizaci�n de funciones cognitivas fundamentales, las propiedades cognitivas superiores son producto de la interacci�n de esos sistemas.

EL CUERPO ES UN CONCEPTO

El sentido com�n nos dice que existe una realidad que percibimos y que esa percepci�n es una reconstrucci�n o una representaci�n, como lo es una fotograf�a o un modelo a escala. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Muchos fil�sofos han defendido la idea de que buena parte de esa realidad est� construida por la mente o por la raz�n y en la actualidad varios resultados concretos de las ciencias cognitivas y del cerebro vienen a respaldar su punto de vista.

El asunto al que me voy a referir se remonta al naturalista suizo Charles Bonnet (1720-1793), el primero en usar la palabra evoluci�n en un contexto biol�gico. Bonnet descubri� la partenog�nesis (reproducci�n sin fertilizaci�n) y desarroll� la idea de que la Tierra sufre cat�strofes sucesivas. M�s tarde, al experimentar ceguera progresiva, se interes� por la filosof�a y fue el primero en describir los fen�menos visuales complejos que surgen en los ciegos. Este tipo de alucinaciones son frecuentes y se presentan en personas mentalmente sanas que han perdido partes del cuerpo. Quiz�s el fen�meno m�s llamativo de este tipo es el llamado miembro fantasma, que ha sido analizado por el decano de los psicofisi�logos mexicanos Augusto Fern�ndez Guardiola y estudiado durante d�cadas por el psic�logo canadiense Ronald Melzack, quien ofrece una hip�tesis fascinante.

Con el fen�meno del miembro fantasma se tiene la sensaci�n de poseer una extremidad que ha sido amputada. Esta sensaci�n dista de ser vaga o confusa. El amputado siente su miembro faltante de manera completa y precisa, lo puede "mover" a voluntad y, desgraciadamente, le suele doler intensamente. �C�mo sucede este fen�meno? Las explicaciones que se han dado, como sucede con todas las hip�tesis cient�ficas, son hijas de su �poca. As�, la primera descripci�n del miembro fantasma, a pesar de que fue realizada por S. Weir Mitchell, un eminente neur�logo en 1866, no apareci� en una revista cient�fica sino literaria: el Atlantic Monthly. Es probable que Mitchell haya considerado que el hallazgo iba a resultar incre�ble para sus colegas en plena �poca del positivismo y que por esa raz�n haya decidido publicarlo en una revista literaria. Sin embargo, el hecho de que el miembro fantasma sea un fen�meno muy com�n en los amputados hizo que se estableciera como un genuino s�ntoma neurol�gico poco despu�s, especialmente durante la primera Guerra Mundial, cuando tuvieron lugar, desgraciadamente, un n�mero muy elevado de amputaciones.

Muy de acuerdo con la noci�n positivista de que la sensaci�n surge de la "realidad" del mundo o del cuerpo, la primera hip�tesis de por qu� se siente y duele una parte amputada propon�a que los nervios cercenados en el mu��n contin�an generando impulsos hacia el cerebro. Con esta idea el tratamiento del dolor fantasma consisti� en cortar las puntas de esos nervios o las ra�ces de su entrada a la m�dula espinal. Sin embargo, estos tratamientos, aunque pod�an atenuar el dolor por un tiempo no eliminaban el fantasma. Consecuente y consecutivamente las siguientes hip�tesis se fueron moviendo de la periferia del organismo hacia su centro: el sistema nervioso. As�, la siguiente idea fue que el fantasma se originaba en la m�dula espinal, el primer centro de relevo de las sensaciones, debido a un exceso de actividad en las neuronas que forman ese relevo. Sin embargo esta hip�tesis quedaba descartada por el hecho de que tambi�n los parapl�jicos, las personas que han sufrido un corte de la m�dula espinal y pierden la movilidad y la sensaci�n de todas las partes del cuerpo inferiores al corte, suelen tener dolores fantasmas. No quedaba m�s que una explicaci�n posible: el fantasma se produc�a en el cerebro.

El �ltimo relevo de las v�as nerviosas que conducen la sensaci�n es el t�lamo, un n�cleo de feliz nombre situado en la base del cerebro, y se supuso que sus c�lulas, desprovistas de las se�ales sensoriales de los miembros, podr�an generar se�ales an�malas. Finalmente, el destino �ltimo de las v�as sensoriales es una franja de la corteza cerebral situada bajo el hueso parietal, digamos entre la punta de la oreja y el v�rtice del cr�neo. Sin embargo, las evidencias de Melzack apuntan a que el fantasma se genera por la actividad de una porci�n mucho mayor del cerebro que �stas.

Y es que las sensaciones, sean normales o fantasmas tienen, aparte de un componente sensorial, otro emocional que las hace placenteras o desagradables, y uno m�s que reconoce de qu� parte del cuerpo provienen. La sensaci�n se debe entonces integrar en lo que Melzack llama una neuromatriz que abarque las �reas sensoriales, el sistema cerebral de las emociones que conocemos como sistema l�mbico y partes de la corteza del l�bulo parietal en las que sabemos se encuentra una especie de mapa del propio cuerpo. Esta matriz, aparte de ser activada por las se�ales que vienen de la periferia del cuerpo, se activa intr�nsecamente generando una sensaci�n, independientemente de que al cuerpo se le haya amputado alguna parte. As� la matriz no s�lo analiza la informaci�n de entrada sino que genera la informaci�n que experimentamos como sensaci�n o dolor. De manera a�n m�s sorprendente verificamos que esta matriz, aunque puede ser modelada por la experiencia, lo cual explicar�a que el miembro fantasma vaya desapareciendo con los a�os, est� codificada gen�ticamente y puede generar la sensaci�n por s� misma. A favor de esta idea est� el hecho de que haya miembros fantasmas en personas que nacen sin manos o pies y que los sienten v�vidamente.

Las implicaciones filos�ficas de esta investigaci�n, y de varias m�s en la neurociencia moderna, son tan claras como inquietantes. Las sensaciones y percepciones no se generan s�lo del mundo externo o del cuerpo. El cerebro hace mucho m�s que analizar sus entradas de informaci�n: el cerebro genera la experiencia, aun cuando no haya tales entradas. No necesitamos un cuerpo para sentir un cuerpo, dice maliciosamente Melzack.

Lo que est� en juego es ni m�s ni menos que nuestra noci�n de "realidad" y la conclusi�n es inescapable: la "realidad" es una fabricaci�n del cerebro. Los l�mites entre realidad y alucinaci�n son borrosos. La mente, que es la misteriosa correlaci�n de esa y muchas otras neuromatrices, adquiere una realidad concreta y objetiva. El cuerpo se vuelve una sensaci�n, un concepto. La distinci�n cl�sica entre objeto (algo real situado en el espacio-tiempo: lo objetivo) y sujeto (el ego insustancial de la experiencia: lo subjetivo) resulta obsoleta. Necesitamos redefinir aquello que consideramos objetivo y subjetivo.

Volvemos as� la cara hacia el antiguo mentalismo pero con una nueva actitud. No se trata ya de establecer un esp�ritu descarnado e intangible, sino de un fen�meno psicof�sico, evolutivo, din�mico, concreto: la conciencia. Las obras de los pensadores cl�sicos, como el Ensayo anal�tico de las propiedades del alma (1760) del citado naturalista y fil�sofo Charles Bonnet, se vuelven heraldos de la nueva psicobiolog�a.

Figura 16. Rebanada del cerebro de rat�n fotografiada a trasluz.

SOMA Y PSIQUE CORREN POR LOS CAMPOS

Un neurocient�fico cognitivo es alguien interesado en las funciones del cerebro o, mejor dicho, en el cerebro en referencia a tales funciones que son, desde luego, las mentales y el comportamiento. El neurocient�fico tiene entonces una meta ambiciosa: encontrar los fundamentos cerebrales de estas actividades. Trabajando con el sistema nervioso no debe perder de vista en sus experimentos a la conciencia y a la conducta. Fiel a su objetivo inicial, al neurocient�fico cognitivo le interesa establecer puentes entre el primero y las segundas. Este es el punto que es necesario subrayar: al establecer algunas correlaciones entre cambios anat�micos, el�ctricos y qu�micos del cerebro, espec�ficos en lo que se refiere a tiempo y espacio, con los cambios cognitivos y conductuales, el neurocient�fico est� aportando datos emp�ricos sobre el tradicionalmente misterioso problema de la relaci�n entre la mente y el cerebro.

La llamada plasticidad cerebral ofrece, dentro de este campo, un panorama particularmente prometedor porque se muestra coherente con la naturaleza cambiante de la mente y el comportamiento. En tanto no se comprenda que estas actividades son din�micas y cambiantes hay pocas perspectivas de avance. Por esta raz�n es necesario darle al t�rmino plasticidad cerebral su carta de naturalizaci�n. Despu�s de todo la plasticidad es una caracter�stica de la mec�nica de la deformaci�n y de los flujos. El t�rmino sugiere apropiadamente movimiento, procesos activos y reactivos de un material f�sico, en este caso, del �rgano m�s complejo y evolucionado que conocemos. A diferencia de las computadoras, y de acuerdo con su naturaleza biol�gica, el cerebro se comporta como la materia viva que es: cambia su estructura y sus funciones seg�n la edad, el aprendizaje, la patolog�a, el uso. Y de acuerdo con el citado paradigma neurofisiol�gico, la plasticidad se refiere no s�lo a los cambios celulares del �rgano sino a la producci�n, modificaci�n o recuperaci�n de la conducta o la cognici�n perdidas.

Existe en el n�cleo de esta discusi�n un concepto que mantiene una inquietante vaguedad a pesar de su significado aparentemente claro incluso para el p�blico no cient�fico. Me refiero al concepto de funci�n. En una primera aproximaci�n parece claro que la distinci�n de las categor�as de forma y funci�n es perfectamente clara y que, aunque no se conciben una sin la otra, constituyen dos aspectos de la realidad f�cilmente separables. En el caso del cerebro esto se ejemplifica con una distinci�n, por ejemplo, entre enfermedades org�nicas y funcionales, de tal manera que las primeras ser�an campo de la neurolog�a y las segundas de la psiquiatr�a o del psicoan�lisis. En las primeras habr�a una lesi�n anat�mica y en las segundas una falla de la funci�n, pero no de la estructura del �rgano. Sin embargo, un an�lisis m�nimo de esta dicotom�a revela que es terriblemente inadecuada y que se basa en conceptos vagos o equ�vocos de la relaci�n mente-cuerpo. En muchas de las enfermedades llamadas "funcionales", como las psicosis y las neurosis, se han encontrado modificaciones anat�micas y qu�micas del cerebro. Al hablar de ellas como enfermedades funcionales, lo que se quiere decir es que, adem�s de que no se detectar�an cambios en el cerebro por medio del microscopio o por an�lisis molecular, no habr�an de encontrarse cambios en ning�n nivel.

Es as� que tenemos dos opciones. O los cambios son modificaciones temporales y din�micas de elementos subcelulares, como podr�an ser diversas tasas de liberaci�n de los neurotrasmisores y diversas sensibilidades de sus receptores neuronales, o los cambios funcionales no son tampoco de este tipo. En el primer caso queda claro que existen modificaciones org�nicas, as� sean en el nivel molecular y de evoluci�n din�mica m�s o menos reversible. En el segundo nos acercamos m�s bien a un dualismo en el cual la mente puede sufrir alteraciones que no se reflejen en el cerebro en ning�n nivel. En cualquier caso, est� claro que la distinci�n entre org�nico y funcional requiere una cautelosa revaloraci�n. Por ejemplo, podemos mantener hoy d�a la dicotom�a org�nicofuncional siempre y cuando convengamos en que lo org�nico constituye una alteraci�n anat�mica relativamente ostensible y duradera y que lo funcional implica una modificaci�n molecular y transitoria, pero �qu� hacer conceptualmente con las recuperaciones pl�sticas despu�s de aver�as masivas del cerebro? Aqu� tenemos una alteraci�n org�nica permanente con recuperaci�n funcional. Pareciera entonces que la funci�n es una categor�a de mayor jerarquizaci�n que la estructura.

Esto nos lleva al segundo punto. No hace falta ser dualista para mantener que la funci�n puede ejecutarse en diferentes estructuras org�nicas. El gran neurofisi�logo ruso Ivan Petrovich Pavlov fue uno de los primeros en proponer que la funci�n era una jerarqu�a mayor y que las funciones superiores, como las cognitivas de juicio y razonamiento, podr�an ser ejecutadas por diversas zonas cerebrales. Sabemos, por otro lado, que las funciones contenidas en un algoritmo o en un programa pueden ser corridas en diversas estructuras computacionales. Este es el meollo de los conceptos actuales de la neurofisiolog�a y la plasticidad cerebral. �Hasta qu� punto y de qu� manera est�n localizadas las funciones mentales y conductuales en el cerebro? Existe una localizaci�n indudable, por ejemplo de las zonas de recepci�n sensorial, del lenguaje o de la codificaci�n motora, que las nuevas t�cnicas de im�genes cerebrales no han hecho sino confirmar, pero existe tambi�n una potencialidad de las zonas cerebrales para desarrollar otras funciones cuyos l�mites no est�n para nada claros.

Esto es muy inquietante. �Quiere esto decir que en situaciones excepcionales, casi cualquier parte del cerebro puede realizar las funciones de cualquier otra? Curiosamente, algunos datos parecer�an apuntar en esa direcci�n. Es interesante referirse a un reporte por dem�s asombroso de Lewin que llev� el t�tulo de "�Es su cerebro realmente necesario?" en el que presentaba una docena de casos de pacientes que hab�an desarrollado hidrocefalias masivas en la infancia con una ocupaci�n de hasta 90% de l�quido en el cr�neo. Lo extraordinario es que estos pacientes, con apenas 10% de cerebro funcional, estaban asintom�ticos. Ten�an coeficientes de inteligencia normales y no presentaban ning�n s�ntoma motor o mental de lesi�n cerebral. Parece despejarse el hecho de que la localizaci�n y la potencialidad no son conceptos antag�nicos sino necesariamente complementarios. Es posible que las neuronas j�venes sean multipotenciales; es decir, que contengan los genes de gran parte de las funciones moleculares del sistema nervioso pero que, en el transcurso del desarrollo, se especialicen, lo cual implica que eliminen funciones potenciales. Esta especializaci�n es epigen�tica, es decir, determinada por el genoma en interacci�n con el medio ambiente, y es pl�stica, o sea que es mutable seg�n las circunstancias y las restricciones hist�ricas del tejido o del organismo.

Estos datos dan un fuerte apoyo a una doctrina muy popular en el campo de la ciencia cognitiva y de la relaci�n mente-cuerpo. Me refiero al funcionalismo, que afirma que las funciones mentales superiores, como la conciencia, la creencia o el significado pueden ser ejecutadas por diversas bases org�nicas de complejidad comparable. Esto parece ser un hecho en lo que respecta al cerebro, ya que diversas partes pueden tomar las funciones de otras, a veces con facilidad, muchas otras con dificultad. Pero el funcionalismo va m�s all�. Estas facultades podr�an darse en otros sistemas f�sicos activos y complejos, como m�quinas computadoras y, �por qu� no?, en cualquier sistema f�sico de complejidad y organizaci�n comparables al cerebro, como plantas muy evolucionadas, sistemas de estrellas, o de una estructura de engranes acoplados en un mecanismo tan complejo como el del cerebro y creada por un neurocient�fico que podr�a estar representado por Vincent Price en una pel�cula de ciencia ficci�n de los a�os cincuenta. Aqu� los neurocient�ficos, que en general son funcionalistas intuitivos, no se sienten ya tan c�modos porque el cerebro, precioso �rgano de la mente pasa, de alguna manera, a un segundo plano de importancia. Lo que importa es la funci�n y la mente retoma la brillantez que tuvo durante su �poca dorada del mentalismo.

El funcionalismo trata de decir que lo importante es el estudio de la mente en s�. Algo similar sucede con la aerodin�mica. Si lo que nos interesa es analizar los factores que permiten el vuelo y el desplazamiento en el aire, no interesar�a demasiado estudiar la composici�n fisicoqu�mica de las alas de los aviones, de las gaviotas o de las moscas, sino la relaci�n de su estructura general con el viento y su comportamiento en la situaci�n din�mica real. Desembocamos as� a una especie de dualismo metodol�gico sin aceptar que mente y cerebro sean sustancias distintas. De hecho el funcionalismo es una forma dura del materialismo.

Bien, el neurofisi�logo por ahora no debe preocuparse demasiado por el funcionalismo. Hasta donde sabemos mente y conducta son atributos de seres dotados de cerebros y el an�lisis de la estructura de �stos, tarde o temprano desembocar� o se encontrar� con los an�lisis digamos "aerodin�micos" de la psicolog�a, las ciencias cognitivas y la filosof�a de la mente. Podr�amos decir que en ese movimiento de acercamiento mutuo, como el que vemos en ciertas pel�culas cuando los amantes largamente separados corren uno hacia el otro con los brazos abiertos por la dorada campi�a las neurociencias avanzan m�s r�pido que las ciencias cognitivas y mentales. Lo que cabe esperar es, en primer lugar, que los potenciales amantes corran en la direcci�n correcta y que no se pasen de largo en una carrera desquiciada y sin fin y, en segundo lugar, que paren en el momento preciso y que las neurociencias no atropellen y aplasten a la fr�gil Psique. Despu�s de todo, las neurociencias son un joven atleta decatlonista llamado Soma en plena potencia, y la delicada Psique es una venerable ancianita, otrora hermosa y de origen greco-alem�n que espera el beso de su amante para rejuvenecer. No cabe sino esperar que los protagonistas se porten a la altura de las circunstancias, ya que buena parte de los espectadores, excepto algunos representantes del Vaticano, esperan con ansiedad, ya no el beso del final feliz, sino la c�pula que engendre, al fin, una nueva ciencia de lo mental.

Desgraciadamente la realidad no es una pel�cula. De hecho, las malas lenguas dicen que Soma y Psique son unos amantes apasionados pero desgraciados con una larga historia de encuentros, desencuentros y abortos. �De qu� otra manera podemos denominar a las m�ltiples teor�as que en su �poca se consideraron posibles soluciones al dilema mente-cuerpo? Ninguna de ellas vino a acallar las dificultades te�ricas, l�gicas, sem�nticas o emp�ricas de este dilema. Y sin embargo tenemos a Soma y a Psique otra vez corriendo por los campos. Lo bueno es que sabemos que se trata s�lo de una pel�cula m�s de la inacabable superproducci�n en serie de la ciencia.

Figura 17. El cerebro humano: �d�nde est� la psique?

EL LENTE DE PEREGRINUS

En su sistem�tico ensayo sobre los modos narrativos de presentar la conciencia en la literatura y que lleva el magn�fico t�tulo de Mentes transparentes, la cr�tica literaria Dorrit Cohn nos recuerda que el dios Momo de los griegos inculpa a Vulcano por haber hecho al hombre de barro sin una ventana en el pecho para que fueran visibles el pensamiento y el sentimiento. Evidentemente, y como suced�a con muchas otras culturas, incluyendo las ind�genas mesoamericanas, el coraz�n se ten�a por el asiento del alma. La misma idea fundamental, pero con una topograf�a m�s acorde a la ciencia actual, se presenta en un cuento de E. T. A. Hoffmann, Maestro Pulga, en donde el diminuto mago del t�tulo le da a su amigo humano Peregrinus un lente m�gico que puesto sobre el ojo permite mirar el interior de los cr�neos ajenos y discernir sus pensamientos y emociones. Tomemos en serio estas fantas�as, por dem�s significativas de uno de los deseos y curiosidades humanas m�s arraigadas. �Es posible tener acceso a la conciencia ajena?

Digamos de entrada que pueden darse tres caminos diferentes. El primero el habitual, el que recorremos en la vida diaria. Conocemos parcialmente la mente de otros por nuestras propias interacciones con ellos mediante dos c�digos potentes de informaci�n. El primero es el lenguaje. Buena parte de nuestra comunicaci�n, de hecho mucha de la que consideramos m�s valiosa, se refiere a nuestra experiencia interior. La gente necesita comunicar sus ideas y emociones. La conducta no verbal es el otro aspecto de esa comunicaci�n, que nos permite incluso vislumbrar la conciencia animal. Sin embargo, esto no es suficiente lente de Peregrinus es mucho m�s potente: penetra dentro del cr�neo y revela el mundo interior directamente.

Bien, aparte de la comunicaci�n habitual hay dos caminos m�s de acceso a la mente ajena: la novela y la neurociencia. Como bien lo destaca Cohn, el novelista crea personajes cuyo interior puede revelar a su antojo y los personajes m�s famosos de la literatura son aquellos que conocemos m�s �ntimamente de lo que podemos conocer a los humanos de carne y hueso que nos rodean. Curiosamente la narrativa de ficci�n alcanza su m�ximo realismo justo cuando presenta los pensamientos que una figura solitaria jam�s comunicar� a nadie. En a opini�n de Ortega y Gasset, la novela moderna, heredera de Proust y Joyce, ha incluso sobrepasado al realismo tradicional por ser meticulosamente realista y descubrir, lente en mano, la microestructura de la vida. Aparece de nuevo el lente de Peregrinus.

Pero abandonemos la narrativa por un momento. De lo que se trata realmente es de poder tener acceso a la mente mediante una t�cnica, digamos un cerebroscopio, que sea capaz de revelar la conciencia. La idea de un cerebroscopio fue adelantada por un fil�sofo de la ciencia, Herbert Feigl, como un experimento mental para defender la idea de que la mente y el cerebro son una sola cosa. Imagin� a un cient�fico que desarrolla una m�quina de registro cerebral cuya informaci�n pudiera hacerse coincidir con los eventos mentales. Para ello, el cient�fico, a quien podemos llamar doctor Peregrinus, debe aplicar el aparato a su propio cerebro y anotar, momento a momento, los aconteceres de su mente y correlacionarlos con el registro del cerebroscopio. De esta manera ir� encontrando "leyes psicof�sicas" que le permitan saber que un registro determinado corresponde a tal emoci�n, imaginaci�n o pensamiento. Esto es te�ricamente posible y cabe recordar que el descubrimiento del electroencefalograma por Hans Berger, en los a�os treinta, se debi� a una idea de construir precisamente una m�quina que revelara la mente mediante el registro de las corrientes cerebrales. Berger hubo de desilusionarse porque el registro del electroencefalograma no tendr�a una correlaci�n precisa con estados mentales, aunque su descubrimiento inici� una �poca maravillosa para la neurofisiolog�a.

En la actualidad contamos con dos t�cnicas cerebrosc�picas de gran inter�s. La primera es heredera precisamente del aparato de Berger y consiste en hacer mapas de la actividad el�ctrica o magn�tica del cerebro y filmarlos en tiempo real, y la segunda es hacer mapas de la actividad metab�lica del cerebro al introducir mol�culas qu�micas radiactivas al organismo y registrar la radiactividad a trav�s del cr�neo mientras los sujetos realizan operaciones mentales.

Estas llamadas im�genes cerebrales han reafirmado la localizaci�n precisa de operaciones mentales como la percepci�n, el pensamiento y la emoci�n, y se acercan con inmensas prespectivas a la idea de Feigl de establecer correlaciones entre la mente y el cerebro, al menos de d�nde y cu�ndo se efect�an actividades mentales precisas. Sin embargo, a�n estamos lejos de saber c�mo. Falta mucho por recorrer, no s�lo en las t�cnicas neurofisiol�gicas sino tambi�n en el an�lisis de la conciencia.

�C�mo depurar el an�lisis de la conciencia para poder relacionarla con la actividad del cerebro? Afortunadamente, el estudio de la conciencia ha cobrado gran actualidad porque as� lo reclama el desarrollo de las ciencias que la abordan. En su libro m�s reciente (Consciousness Explained), el fil�sofo de la mente, Daniel Dennett, dice que la tarea de explicar la mente no deber�a ser muy distinta de la tarea de la cr�tica literaria, con lo cual volvemos al inicio de este escrito, pero con una idea novedosa. Se trata de usar la teor�a y quiz�s las t�cnicas de una rama de las disciplinas human�sticas muy desarrollada, la cr�tica literaria, para tener acceso a la conciencia. Es as� que la introspecci�n sincera y sistem�tica puede dar datos corroborables entre diversos sujetos, con lo cual se cumple el objetivo emp�rico de la ciencia, para con ellos construir modelos y teor�as. En este sentido vale la pena citar que existen t�cnicas de meditaci�n, como la introspecci�n vipassana del budismo, una de cuyas pr�cticas consiste en la etiquetaci�n de la experiencia, que podr�an aprovecharse para elaborar registros sistem�ticos y en tiempo real de la conciencia que puedan ser corroborados intersubjetivamente.

Por lo dem�s, la ficci�n (incluida la ciencia ficci�n y la fantas�a literaria m�s floridas) se basa en datos de conciencia y conducta humanas. De hecho, es dif�cil penetrar m�s profundamente en el alma humana que, digamos, en las tragedias de Shakespeare, en los dramas de Dostoievski y en los inacabables an�lisis cr�ticos de ellas. La ficci�n ha contribuido de manera cabal a un enriquecimiento de nuestra idea de conciencia y de acci�n. La obra literaria adquiere un significado no s�lo en la intersecci�n del mundo del texto y el mundo del lector, sino en la medida en que puede proporcionar modelos de la mente humana.

El lente de Peregrinus viene a resultar dos lentes, uno cient�fico y otro literario. Habr�a que usar uno en cada ojo para integrar la imagen de la conciencia ajena en una sola representaci�n.

LECTURAS

Brailowsky, S., D. G. Stein, B. WiII (1992), El cerebro averiado, FCE, M�xico.

Campbell, K. (1970/1987), Cuerpo y mente, Universidad Nacional Aut�noma de M�xico, M�xico.

Cohn, D. (1968), Transparent Minds, Harvard University Press, Cambridge.

Dennett, D. C. (1991), Consciousness Explained, Little Brown, Boston.

Edelman, G. M. (1992), Bright Air, Brilliant Fire, Harper Collins/Basic Books.

Gazzaniga, M. S. (1988), Mind Matters. How Mind and Brain Interact to Create our Conscious Lives, Houghton Mifflin, Boston.

Melzack, R. (1992), "Phantom Limbs", Scienific American (abril), pp. 90-96.

Plum, F. (1988), Language, Communication, and the Brain, Raven Press, Nueva York.

Young, J. Z. (1978/1986), Los programas del cerebro humano, FCE, M�xico.

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