X. CONDUCTA Y CONCIENCIA: CUERPO L�CIDO

LA PECULIAR CONDUCTA DE LOS CONDUCT�LOGOS

LAS ciencias de la conducta distan de integrar una unidad conceptual ya que se han originado de muy diferentes aproximaciones y mantienen m�todos y teor�as no s�lo distintos sino en muchos casos opuestos. Ciertamente cuesta trabajo creer que estos enfoques tengan el mismo objeto de estudio. Veamos.

El psicoan�lisis se origin� hace un siglo como un procedimiento cl�nico para entender y tratar las neurosis entendidas como enfermedades que se gestan por alteraciones en el desarrollo temprano del infante en referencia a su entorno familiar inmediato, en particular en su relaci�n con los padres. Sigmund Freud (1856-1936) y los psicoanalistas intentaron reconstruir el desarrollo emocional del infante a partir de sus observaciones en adultos y, en general, asumieron que el comportamiento est� determinado por las condiciones de ese desarrollo. Ahora bien, poco antes y sin tener nada que ver con el psicoan�lisis, hab�a nacido una disciplina conductual totalmente diferente. En su libro La expresi�n de las emociones en los animales y en el hombre Darwin postul� que la conducta se selecciona de la misma manera que las caracter�sticas f�sicas de los animales por su adaptaci�n al medio ambiente. En los a�os treinta, tres investigadores destinados a obtener el premio Nobel en 1978, Konrad Lorenz, Carl von Firsh y Nikko Tinbergen, sentaron las bases de la etolog�a sobre el darwinismo al realizar numerosas observaciones del comportamiento animal en el medio ambiente natural que sustentaban las ideas de las bases gen�ticas y motivacionales de los comportamientos biol�gicamente significativos.

Una tercera aproximaci�n a la conducta se dio en un medio acad�mico muy diferente de los dos anteriores, por psic�logos de laboratorio interesados en analizar el aprendizaje. Influidos por la filosof�a positivista, por el fracaso del introspeccionismo inicial y por los extraordinarios descubrimientos del fisi�logo ruso Ivan P. Pavlov sobre los reflejos condicionados, estos investigadores utilizaron manipulaciones activas para estudiar el aprendizaje. Al someter a los animales a un est�mulo controlado y al premiar o castigar la respuesta conductual, B. F. Skinner (1904-1992) y otros investigadores descubrieron que la conducta se puede condicionar y estudiar cuantitativamente. Para los entusiastas de esta aproximaci�n, conocida como conductismo, el comportamiento resulta del condicionamiento de repetir las conductas que son reforzantes, es decir, que tienen consecuencias positivas o negativas para el organismo.

Otro grupo de estudiosos en Alemania, tambi�n interesados en el aprendizaje animal, hicieron experimentos muy distintos con primates, a quienes pon�an problemas y observaban c�mo los resolv�an. Por ejemplo, colgaban un racimo de pl�tanos fuera de su alcance y les daban elementos para que solucionaran la situaci�n, como cajas y varas. Observaron que una vez que el animal intentaba obtener el alimento sin �xito, se sentaba aparentemente ocioso un rato para repentinamente resolver el problema adecuadamente, por ejemplo apilando las cajas y descolgando el racimo. Esto convenci� a Wolfgang K�hler (1887-1967) de que existen representaciones hol�sticas o unitarias del mundo en los animales. Su condisc�pulo Kunt Koffka (1886-1941) despu�s de una larga experiencia de investigaci�n en operaciones cognitivas concluy� que la percepci�n se constituye como una totalidad organizada. Este �nfasis en la totalidad o configuraci�n global de la vida ps�quica fue el distintivo de esta poderosa aproximaci�n de la psicolog�a: la escuela de la gestalt (totalidad en alem�n).

Tambi�n en la primera mitad del siglo se desarrollaba una escuela en Ginebra que se form� alrededor de otra gran figura de las ciencias de la conducta y de la epistemolog�a: Jean Piaget (1896-1980). Formado como zo�logo —materia en la que hab�a hecho varias publicaciones cient�ficas antes de los 15 a�os de edad—, influido por las teor�as de los estadios del desarrollo embrionario y dotado de un vasto bagaje te�rico y filos�fico, Piaget dedic� d�cadas de su vida a estudiar el desarrollo de las facultades intelectuales en los ni�os. Con ello no s�lo hizo descubrimientos trascendentales sobre las etapas de ese desarrollo, sino que aport� datos emp�ricos para enriquecer la teor�a del conocimiento y para sentar las bases de la psicolog�a cognoscitiva.

Los psicoanalistas, los et�logos, los conductistas, los psic�logos de la gestalt y del desarrollo nacieron y crecieron no s�lo con toda independencia, sino en muchas ocasiones con escarnio y desprecio mutuo, pero, con el tiempo, sus teor�as empezaron a modificarse por la evoluci�n misma de sus respectivas disciplinas. El psicoan�lisis pronto empez� a dividirse en escuelas divergentes, como la de Jung o la de Adler, que fueron descalificadas por el propio Freud, pero que progresaron aisladamente. Poco despu�s esta tendencia se increment� al aparecer figuras como Melanie Klein en Inglaterra, las teor�as del yo en EUA y Jaques Lacan con su grupo en Francia. Cada uno de ellos hizo una particular interpretaci�n de Freud y se enemist� con los restantes. Por su parte, la etolog�a cl�sica empez� a dividirse en grupos interesados por entender los determinantes cerebrales del comportamiento, la comunicaci�n animal y la moderna sociobiolog�a que pretende documentar la noci�n de que la conducta social tiene bases gen�ticas establecidas por mecanismos de selecci�n natural y que ha desembocado en la psicolog�a evolutiva contempor�nea. Los conductistas medraron considerablemente con la tecnolog�a del condicionamiento operante y se dedicaron a establecer m�ltiples paradigmas de est�mulos y respuestas usualmente en ratas ubicadas en la caja de Skinner, un ingenioso aparato en donde es posible condicionar�as a que aprieten una palanca para obtener comida ante est�mulos previos o a evitar un choque el�ctrico. A la larga la t�cnica dio de s� y empezaron a experimentar utilizando f�rmacos o haciendo intervenciones en el cerebro. Los te�ricos de la gestalt emigraron a EUA durante la segunda Guerra Mundial y se diluyeron como grupo estableciendo c�tedras y estilos de enfoque sist�mico en la psicolog�a. Quiz�s el de mayor infuencia fue Kurt Lewin (1890-1947), quien introdujo el an�lisis de los peque�os grupos humanos y la teor�a de campo a la psicolog�a.

Figura 18. Retrato de macaco macho adulto. �Qu� se puede decir de sus procesos mentales? La respuesta var�a seg�n la doctrina.

A partir de los a�os sesenta y quiz�s como consecuencia del desgaste de cada una de las escuelas y de una nueva atm�sfera en el �mbito de la psicolog�a, aportada por la ciencia cognitiva, empezaron a derribarse algunas barreras. La etolog�a y la psicolog�a gen�tica de Piaget fungieron como lugares de encuentro, ya que entre psicoanalistas y conductistas no pod�a haber terrenos comunes. Citar� algunos ejemplos.

Harry Harlow hizo experimentos precursores con primates infantes separados de sus madres, con lo cual se empez� a establecer la importancia espec�fica de la relaci�n madre-infante en el desarrollo, postulada por el psicoan�lisis, mediante m�todos observacionales y experimentales. Por su parte, el psicoanalista John Bowlby en Londres estudi� directamente el v�nculo de ni�os con sus madres y comprob� lo fundamental que es esta relaci�n para la vida futura del infante. Poco despu�s el psic�logo John Garc�a, en una serie de ingeniosos experimentos, descubre en medios naturales el condicionamiento de una sola experiencia: algunos animales carn�voros no vuelven a probar carne de una especie de presa si se les proporciona una muestra de esa carne inyectada con un vomitivo. Por su parte, los et�logos han aplicado el esquema piagetiano para analizar las etapas de maduraci�n conductual en infantes primates. Estos son algunos ejemplos para ilustrar lo fruct�fero de las relaciones entre las escuelas de abordaje a la conducta y que prometen, en un futuro no muy lejano, vincularse en una teor�a psicol�gica amplia y convergente.

LA GENETICA CONDUCTUAL DESEMBOCA EN... FREUD

En la pel�cula de John Landis De mendigo a millonario, dos magnates de Filadelfia llevan a cabo una apuesta mediante el experimento de intercambiar a un alto ejecutivo de su compa��a, anglosaj�n y graduado en Harvard (Dan Aykroyd), por un pordiosero negro fichado por la polic�a (Eddie Murphy). En unas semanas, el negro realiza con �xito la labor empresarial y el blanco desciende en la escala social hasta hundirse en la abyecci�n. En cambio, en la pel�cula Gemelos el gigant�n Arnold Shwarzenegger y el diminuto Danny de Vito resultan gemelos fraternales separados al nacer y, al rencontrarse, se dan cuenta de que tienen las mismas man�as y costumbres, aunque personalidades totalmente diferentes. En las dos excelentes comedias el planteamiento es cient�ficamente enga�oso. Vale la pena comentar el estado actual de la eterna cuesti�n de si la conducta depende de la herencia o del medio ambiente.

Recordaremos que ambas posibilidades han tenido defensores de talla. Shakespeare siempre hizo hincapi� en la herencia como dominante en el desarrollo del car�cter. Los psicoanalistas y los conductistas favorecieron un ambientalismo radical, una de sus sorprendentes coincidencias. Con estos antecedentes la investigaci�n de la herencia de factores intelectuales y emocionales fue, desde sus or�genes, profundamente pol�mica y estuvo pre�ada, incluso, de ideolog�a pol�tica. En los inicios de la investigaci�n hab�a problemas y sesgos en los m�todos que invalidaban buena parte de los resultados. A ra�z de esto, la disciplina que tiene como finalidad el estudio de la herencia en el comportamiento, la gen�tica conductual, ha madurado r�pidamente y ofrece un rico panorama de resultados.

Los dos m�todos empleados en estos estudios han sido cada vez m�s puntuales y convincentes. Se trata de las semejanzas y diferencias entre gemelos id�nticos y fraternales, y los resultados de la adopci�n temprana. Recordemos que los gemelos id�nticos comparten el material gen�tico, en tanto que los fraternales se originan de dos c�lulas distintas y son como dos hermanos de embarazos distintos pero nacidos al mismo tiempo. Entre ellos hay, con frecuencia, gemelos de ambos sexos y son usualmente muy diferentes. En cambio, los gemelos id�nticos son del mismo sexo y muy similares. Por otra parte, cuando un beb� es adoptado antes del mes de nacido y despu�s se le practica un estudio ya de adulto, se espera que tenga m�s similitudes con sus padres biol�gicos en caso de que los factores gen�ticos sean predominantes, o viceversa, una mayor similitud con los adoptivos debido a una mayor influencia del medio ambiente. Los estudios m�s espectaculares son los que incluyen ambos factores, cuando dos gemelos son separados al nacer y criados aparte, por ejemplo en caso de divorcio o muerte de uno o los dos padres.

Uno de los datos m�s espectaculares que han aparecido con el empleo de este m�todo es el de la serie de gemelos id�nticos separados al nacer y criados en ambientes distintos y que ha sido recolectada en la Universidad de Wisconsin. Esta serie incluye a varias docenas de gemelos que han sido investigados cuidadosamente en lo que se refiere a su personalidad y comportamiento. El resultado de la investigaci�n es sorprendente. Contra lo que se esperaba, ya adultos, los gemelos separados al nacer tienen mayores similitudes que los criados juntos. Las similitudes son asombrosas. Por ejemplo, dos gemelas en su cuarta d�cada de vida, una de las cuales hab�a sido criada en la costa oriental de Estados Unidos y la otra en la costa del Pac�fico viajaron a la Universidad de Wisconsin a su primera entrevista y a conocerse. Ellas y los investigadores quedaron estupefactos al contemplar que vest�an el mismo modelo, se peinaban igual y usaban anillos en todos los dedos con excepci�n de los pulgares. El segundo caso es de dos gemelos varones de casi 60 a�os separados al nacer por el divorcio de los padres, uno fue llevado a Alemania y criado en una familia germ�nica aria, mientras que al otro se le llev� a San Diego y se le cri� como jud�o ortodoxo. Los gemelos se conocieron y aparecieron con un corte de pelo id�ntico y grandes patillas; ten�an costumbres y man�as id�nticas, como jalar dos veces la palanca del inodoro, leer las revistas de atr�s para adelante y gestos y actitudes corporales y faciales pr�cticamente iguales. En general estos gemelos revelan una influencia gen�tica sobre la personalidad mucho mayor a la que cabr�a esperar.

Los abundantes datos sobre inteligencia dejan pocas dudas de que la herencia tiene un papel importante en las diferencias de coeficiente intelectual. Pero, y en esto estriba la fortaleza del m�todo, tambi�n demuestran la fuerte participaci�n del medio ambiente, por ejemplo de la clase social. Las habilidades verbales tienen mayor influencia gen�tica que las perceptuales o la memoria. Congruentemente con lo anterior, se ha demostrado que los trastornos en la lectura tienen influencia familiar. Los intereses vocacionales o incluso las calificaciones muestran una influencia gen�tica. Significativamente, el factor que muestra menor aportaci�n gen�tica es la creatividad.

En el caso de la personalidad los resultados son notables. Una de las pruebas de personalidad con normas mejor reguladas toma en cuenta dos grandes factores: la extroversi�n y el "neuroticismo". De una manera simplista, la primera linplica personalidades sociables y la segunda emocionales. Una revisi�n que incluye 25 000 pares de gemelos demuestra un factor de heredabilidad de alrededor de 50% en ambas tendencias, haci�ndolas los componentes m�s heredables de la personalidad. Sin embargo, se debe decir que estos resultados se basan en cuestionarios de personalidad que tienen serias limitaciones. Los estudios observacionales, es decir, de registro objetivo de conductas, han sugerido que existe menos heredabilidad que los resultados obtenidos por medio de cuestionarios. Sorprendentemente, algunas actitudes y creencias han mostrado influencia gen�tica. Una de ellas es el tradicionalismo: la tendencia de aceptar reglas, autoridades, altos est�ndares de moralidad y disciplina estricta. A pesar de esto, la religiosidad y la tendencia pol�tica no parecen ser heredables. Esto no es extra�o, ya que el tradicionalismo se puede encontrar en la actitud pol�tica tanto en la derecha como en la izquierda, tanto en ateos como en creyentes.

En referencia a las enfermedades mentales ha habido importantes logros. La esquizofrenia, una de los formas de locura m�s frecuentes y discutidas, tiene un componente gen�tico modesto. Por ejemplo, en un estudio voluminoso sobre la concordancia de muchas enfermedades en gemelos, Kendler y Robinette, de Washington, han encontrado 31% de concordancia de esquizofrenia en gemelos id�nticos y s�lo 6.5% en gemelos fraternales. Los estudios de adopci�n son compatibles con estos datos e implican que existe una carga gen�tica en la esquizofrenia, pero que deben intervenir factores ambientales para que se manifieste. La psicosis maniaco-depresiva tiene un componente gen�tico de mayor peso. Se sabe que algunos familiares son acarreadores sanos que no manifiestan s�ntomas pero que trasmiten la tendencia a su descendencia. En un estudio realizado en EUA en familias de la orden amish, grupo parecido a los menonitas de Chihuahua, se demostr� que la enfermedad es familiar e implica una lesi�n en el cromosoma 11. Estos datos no han sido convincentemente demostrados. En el caso de la conducta criminal se ha encontrado 87% de concordancia para gemelos id�nticos y 72% para fraternales, lo que sugiere una peque�a contribuci�n gen�tica y una participaci�n ambiental mucho mayor. El alcoholismo y ciertas formas de retardo mental en las que se han identificado los cromosomas involucrados, como el cromosoma 21 en los ni�os con s�ndrome de Down o mongolismo, tienen un gran componente gen�tico.

Es importante recalcar que estos estudios no demuestran, con la excepci�n de la corea de Huntington, que un gene determine el comportamiento, como una suerte de destino inexorable. La herencia proporciona un terreno propicio en el que ciertos est�mulos ambientales, si ocurren, pueden desembocar en determinadas caracter�sticas. �Cu�les son esos est�mulos? Por ejemplo, �por qu�, a pesar de sus similitudes gen�ticas, los hermanos de una familia son tan diferentes entre s�? Porque est�n sometidos a distintas influencias ambientales, seg�n demuestra Robert Plomin, uno de los m�s activos genetistas conductuales. Entre ellas pueden estar peque�as diferencias de afecto dentro y fuera de la familia. De esta forma pareciera ser que la gen�tica conductual es compatible, para sorpresa de muchos, con teor�as tan ambientalistas como el psicoan�lisis.

LAS EMOCIONES Y LA SALUD: EL ESLAB�N DESCUBIERTO

David Spiegel, psiquiatra de la Universidad de Stanford, empez� a utilizar la psicoterapia en mujeres con c�ncer mamario a principios de los a�os ochenta. Esperaba simplemente que las hiciera sentir mejor, pero fue grande su sorpresa al encontrar que sus pacientes hab�an sobrevivido el doble de tiempo que aquellas con c�ncer mamario que no hab�an asistido a psicoterapia. El hallazgo se public� en una de las m�s prestigiosas revistas de medicina, Lancet, de Londres, el 14 de octubre de 1990. La raz�n de esta diferencia hubiera sido inimaginable hace apenas cinco a�os. Hoy ya no lo es.

La gente de todas las culturas tradicionales ha sabido desde siempre que, adem�s de la herencia, los alimentos o la actividad, las emociones afectan la salud. Hip�crates y Galeno afirmaban ya en la antig�edad cl�sica que la susceptibilidad a las enfermedades variaba seg�n el tipo de car�cter. En el siglo pasado el �xito de Pasteur y Koch al encontrar g�rmenes como productores de enfermedades concentr� la atenci�n de la investigaci�n en �stos concebidos como las "semillas" de la enfermedad. Claude Bernard (1813-1878), uno de los padres de la fisiolog�a moderna, disent�a al afirmar que era el "terreno", o sea el organismo afectado, donde hab�a que buscar la susceptibilidad a los g�rmenes, lo que explicar�a algo a�n m�s importante: la raz�n por la cual de dos personas infectadas, una enfermaba y otra no.

A pesar de que triunf� la idea del germen como agente causal, las ideas de Claude Bernard continuaron en la obra de Walter Cannon (1871-1945), el gran fisi�logo norteamericano que estudi� por los a�os treinta los efectos corporales de reacciones emocionales como el miedo o la ira. Estas inclu�an, en especial, la secreci�n de hormonas de las gl�ndulas suprarrenales, que preparaban al organismo para huir o confrontar el agente agresor. Con el tiempo a esta reacci�n general ante agentes agresores del medio ambiente se le llam� stress, una de las palabras que se han incorporado al l�xico popular, en particular al de los sufridos habitantes de las grandes ciudades y que se ha castellanizado como estr�s.

Las investigaciones de Cannon fueron utilizadas por un psicoanalista, Franz Alexander, para construir el concepto de medicina psicosom�tica, que sirvi� para documentar el papel que desempe�aba la angustia, que ser�a una forma de estr�s mespec�fico, generado por el conflicto de deseos prohibidos e inconscientes, en la generaci�n de algunas enfermedades como la �lcera p�ptica o la hipertensi�n arterial. El concepto fue muy f�rtil, pero se convirti� en un tema pol�mico, en particular porque el factor psic�geno era muy dif�cil de corroborar y porque empez� a establecerse que m�ltiples enfermedades, adem�s de las psicosom�ticas cl�sicas, ten�an un factor emocional asociado a sus causas.

De hecho, los efectos nocivos del estr�s se han documentado muy ampliamente. Por ejemplo, la susceptibilidad a enfermedades infecciosas y al�rgicas aumenta con el estr�s. Los cambios de vida importantes, como la muerte de un ser cercano, cambios de estado civil, domicilio o trabajo predisponen a m�ltiples enfermedades. En la mayor�a de la gente su estado de salud general refleja su estado emocional y, en algunos, la ansiedad intensa puede ser incluso fatal. La base fisiol�gica de la muerte por estr�s fue establecida tambi�n por Cannon al estudiar casos de muerte en ceremonias vud�. Pero tambi�n ocurre el caso contrario: el poder curativo o paliativo de una relaci�n m�dico-paciente basada en la confianza. En este caso se encuentra el llamado efecto placebo, es decir, el efecto ben�fico que tiene una sustancia inocua, como simple az�car, cuando se administra a un paciente en la creencia de que se trata de un medicamento eficaz. El inter�s popular sobre estos hechos ha generado un movimiento de medicina holista en la que los factores emocionales y sociales de la enfermedad se consideran fundamentales. Con todo esto ha quedado claro que el estr�s, la angustia y en general, los factores emocionales desempe�an un papel fundamental en la adquisici�n y p�rdida de la salud.

En los �ltimos a�os ha quedado establecida la cadena de sucesos biol�gicos que conecta a la emoci�n con la p�rdida y la recuperaci�n de la salud. El eslab�n final de la cadena es el sistema inmunol�gico, que es el responsable de la resistencia a m�ltiples enfermedades. El sistema tiene dos ramas. Una no espec�fica ataca a todas las entidades moleculares que no pertenecen al organismo, y otra espec�fica se encarga de identificar mol�culas particulares y elaborar contravenenos llamados anticuerpos. En muchos casos el sistema tiene memoria y puede defenderse de futuros ataques del mismo agresor o ant�geno. La capacidad del sistema es enorme: un rat�n puede fabricar 100 millones de anticuerpos distintos.

En el otro extremo de la cadena se han identificado varias partes del cerebro que se encargan de procesar las emociones. Todas ellas forman un sistema cerebral llamado sistema l�mbico, una de cuyas partes es el hipot�lamo, un grupo de diminutos n�cleos de neuronas situados en la base central del cerebro. El hipot�lamo es el mediador entre las diversas emociones y las reacciones del resto del cuerpo ya que, como el auriga de una carriola, mantiene a dos caballos bajo su control. El primero es el sistema endocrino constituido por las gl�ndulas de secreci�n interna, incluidas las suprarrenales y al cual regula mediante un fin�simo control qu�mico que se ejerce mediante un microsistema de vasos sangu�neos que lo conectan con su vecina, la gl�ndula hip�fisis. El otro es el sistema nervioso aut�nomo que regula la frecuencia cardiaca, la tensi�n arterial y otras funciones consideradas involuntarias. El hipot�lamo ejerce esta funci�n modificando el equilibrio de los dos componentes antag�nicos del sistema nervioso aut�nomo, llamados simp�tico y parasimp�tico. El primero se activa con emociones como la alegr�a o la rabia, el segundo por el descanso o el sue�o.

Tenemos entonces al sistema inmunol�gico por un lado, y por otro al sistema endocrino y al sistema nervioso aut�nomo controlados por el hipot�lamo. Hac�a falta encontrar el eslab�n entre estos dos grandes sistemas para unir al estado emocional con la salud y la enfermedad. La interdependencia de los dos grandes sistemas ha quedado establecida por la demostraci�n de que las respuestas inmunol�gicas pueden modificarse por aprendizaje o por lesiones del cerebro. Adem�s, algunas enfermedades mentales, emociones como el duelo y actitudes negativas se correlacionan con respuestas inmunol�gicas deficientes y con la aparici�n y el curso del c�ncer. A la inversa, las emociones y actitudes positivas tienen un efecto curativo y reparador. La naturaleza de la relaci�n entre el sistema neuro-endocrino y el sistema inmunol�gico se ha aclarado con el descubrimiento de conexiones anat�micas y fisiol�gicas entre ambos. En particular, algunas mol�culas que fungen como transmisoras de informaci�n entre las neuronas tienen influencia notable sobre algunas respuestas inmunol�gicas. Estas evidencias, aparte de haber dado origen a una nueva ciencia, la psicoinmunolog�a, nos colocan ante la posibilidad de elaborar una nueva teor�a de la salud y la enfermedad.

LA ESFERA DE LA EMOCI�N

Como sucede con pr�cticamente todos los conceptos que se refieren a los contenidos mentales, la palabra emoci�n significa un tipo de experiencia subjetiva que puede ser parcialmente descrita por introspecci�n, es decir, de la cual podemos hablar. De esta forma sabemos que el movimiento del afecto puede ser breve o prolongado, tener intensidades variables, cualidades agradables o desagradables y que, usualmente, es involuntario. Adem�s, las distintas emociones se sienten intr�nsecamente ligadas a cambios corporales de dos tipos: gestos o movimientos espont�neos que pueden ser controlados voluntariamente, y cambios en temperatura, frecuencia cardiaca, sudoraci�n y otros sobre las que existen menos control.

Ahora bien, adem�s de ser una experiencia �ntima, quiz�s la m�s �ntima de todas, la emoci�n es una conducta en su fase de expresi�n; es decir que se comunica entre individuos por gestos, actitudes, lenguaje y cualidad en el comportamiento, como el tono de la voz, la actitud o el modo de ejecutar cualquier acto. Pero son ciertos gestos faciales los que mejor informan sobre el estado emocional.

En las �ltimas d�cadas Paul Ekman de la Universidad de California en San Francisco se ha dedicado a reconocer y clasificar los rostros de la emoci�n humana, expresiones que son transculturales. En efecto, todos los seres humanos, sin importar su historia o medio cultural producen, reconocen y tienen palabras equivalentes para referirse a seis emociones b�sicas: la ira, la alegr�a, la tristeza, la sorpresa, el desd�n y el miedo. Esta evidencia implica que tales emociones est�n biol�gicamente determinadas y son un bagaje gen�tico de la especie humana. Tambi�n la reacci�n emocional al gesto espec�fico parece tener una base biol�gica. Esto se ha medido cuidadosamente con registros de contracciones de grupos de m�sculos faciales y de se�ales como frecuencia cardiaca en sujetos expuestos a fotos de personas haciendo gestos emocionales espec�ficos. Lo que se trasmite a trav�s del gesto emocional es, entonces, una disposici�n para la acci�n.

Esta idea fue originalmente sugerida por Darwin al analizar la continuidad de este tema en La expresi�n de las emociones en los animales y en el hombre, el otro cl�sico del gran bi�logo ingl�s. Se puede decir que buena parte de la etolog�a cl�sica que surgi� a partir de esta obra de Darwin se dedic� a investigar en animales que viv�an en su medio ambiente natural, las posturas y acciones espec�ficas que comunican tal disposici�n, como las danzas de cortejo en las aves. La conclusi�n m�s general de esta antigua l�nea de investigaci�n es que las emociones incrementan las posibilidades de sobrevivir al preparar al organismo para actuar adecuadamente en respuesta a cambios en su medio ambiente y al trasmitir a otros del mismo nicho informaci�n sobre sus acciones probables.

Ahora bien, aparte de sensaci�n subjetiva y conducta objetiva, la emoci�n es tambi�n un estado fisiol�gico. En tal estado hay que distinguir los componentes viscerales que han sido ampliamente estudiados y que en general incluyen un incremento en la actividad del coraz�n, la respiraci�n, la presi�n arterial o la sudoraci�n. Todos estos cambios est�n mediados por la activaci�n de la rama simp�tica del sistema nervioso aut�nomo. La relaci�n de causa-efecto entre la sensaci�n afectiva y los cambios viscerales es compleja y tiene doble sentido; es decir que tanto el estado emocional produce cambios en la actividad de las v�sceras como viceversa. Por otro lado, conviene recordar que tanto los cambios viscerales como la conducta se gestan en el cerebro. Desde hace muchos a�os se ha venido definiendo una serie de n�cleos y zonas cerebrales que participan en la sensaci�n y la conducta emocionales. A ese conjunto de estructuras interrelacionadas se les dio el nombre de sistema l�mbico e incluyen, significativamente, zonas cerebrales de remota adquisici�n en la encefalizaci�n de las especies, es decir, sectores filogen�ticamente antiguos y que son remanentes del cerebro olfatorio de nuestros ancestros animales. Durante d�cadas estas estructuras fueron consideradas el "cerebro emocional" y se tomaron como el asiento anat�mico y funcional del afecto, a diferencia de la corteza cerebral, de reciente adquisici�n en la evoluci�n humana y que se relacionaba con las actividades intelectuales. Sin embargo, se ha encontrado que la corteza cerebral frontal, que constituye la parte de m�s reciente adquisici�n en la evoluci�n, tambi�n tiene que ver con la emoci�n. Adem�s, hay evidencias de que el hemisferio cerebral no dominante para el lenguaje —el derecho en los sujetos diestros— interviene m�s en la expresi�n y percepci�n de la emoci�n que el izquierdo. Significativamente, ese mismo hemisferio es dominante para la percepci�n musical.

Figura 19. Gesto emocional, dibujo de Leonardo da Vinci.

La emoci�n es, as�, un proceso complejo con, al menos, tres facetas: sensaci�n subjetiva, conducta expresiva y actividad fisiol�gica. Pero eso no es todo. Se debe agregar la funci�n ecol�gica y social que cumple la emoci�n para comprenderla de una forma m�s cabal. No podemos entender la emoci�n sin incluir al medio ambiente que la desencadena y que recibe la consecutiva acci�n del organismo.

Veamos c�mo Robert Plutchik, psicofisi�logo del Albert Einstein College of Medicine de Nueva York relaciona los diversos lenguajes que se refieren a la emoci�n. Ante un est�mulo amenazante el aspecto afectivo dice "miedo, terror", el intelectual "peligro", el conductual "retirada, escape" y el funcional "protecci�n". Otras equivalencias ser�an: rabia-ataque-destrucci�n, alegr�a-c�pula-reproducci�n, tristeza-solicitud de ayuda-reintegraci�n, disgusto-v�mito-rechazo, expectativa-examen-exploraci�n y sorpresa-detenci�n-orientaci�n. Una formulaci�n a�n m�s completa de las emociones deber�a incluir los est�mulos y los pensamientos asociados a estas listas.

En suma, las emociones llenan funciones adaptativas b�sicas directamente relacionadas con la sobrevivencia mediante dos mecanismos: comunicar a otros nuestras intenciones o curso de acci�n probable e incrementar el propio potencial de adaptaci�n al medio. De acuerdo con esta visi�n ampliada, la emoci�n es una compleja reacci�n de un organismo a un est�mulo, que incluye su evaluaci�n y valoraci�n subjetivas, la estimulaci�n fisiol�gica preparatoria para la acci�n, as� como los impulsos y actos destinados a reaccionar ante el est�mulo. Ahora bien, de acuerdo con el �xito o fracaso en este mecanismo se gestan otras experiencias emocionales que suelen tener una importancia decisiva, como la satisfacci�n (objetivo conseguido), la excitaci�n (objetivo anticipado), la ansiedad (objetivo incierto), la frustraci�n (objetivo bloqueado), la depresi�n (objetivo perdido, ausente o improbable).

Adem�s de sus m�ltiples facetas, la emoci�n var�a en intensidad, se modifica dr�sticamente de acuerdo con los deseos, actitudes y expectativas y tiene un car�cter polar que fue ya reconocido por Arist�teles. En efecto, la alegr�a es opuesta a la tristeza, el odio al amor. Es decir, podemos imaginar un modelo de la emoci�n compuesto por ejes de diversas polaridades que se juntan en un centro y conforman una esfera con un hemisferio positivo o agradable constituido por las emociones que nos gustan y buscamos, y otro negativo o desagradable que son las que evitamos y rechazamos. La motivaci�n fundamental de la acci�n humana, seg�n escuelas tan distintas como el budismo o el psicoan�lisis, consiste en buscar las emociones positivas y huir de las negativas.

LA PUDOROSA CONCIENCIA DE UNA PLANTA

Una caracter�stica fundamental de los seres vivos es la capacidad de responder a est�mulos espec�ficos. Muchas de estas respuestas no son visibles, como sucede, por ejemplo, con la fotos�ntesis que realizan las c�lulas de las plantas en respuesta a la luz solar. Ahora bien, la palabra sensibilidad nos sugiere la capacidad de respuesta externa o conductual que muestran los individuos, la cual asociamos, de alguna manera, con la conciencia. Al observar un organismo unicelular vivo al microscopio, digamos a un paramecio o a una amiba en su fase activa, tenemos la impresi�n de ver un organismo sensible, es decir, que reacciona activamente a su medio y que por ello est� animado. En general no atribuimos sensibilidad a las plantas porque, aunque observamos que se orientan hacia la luz, sus reacciones son demasiado lentas para sugerirnos conciencia, al menos en el sentido que nos es familiar. Estos l�mites entre organismos vivos de sensibilidad r�pida o lenta son tan notorios que separan a los llamados reinos vegetal y animal. Ahora bien, es fascinante considerar los casos que violan las reglas o se colocan en los inciertos linderos de las clasificaciones humanas, quiz�s porque alteran nuestra visi�n ordenada del mundo y nos obligan a recapitular. Este es el caso de los virus, que se ubican entre el mundo de la qu�mica y de la biolog�a, ya que pueden concebirse como mol�culas muy complejas o como c�lulas muy simples. Es decir, el virus es un sistema lim�trofe en cuanto a su estructura. Nada podemos decir de su sensibilidad.

Existe el caso de un organismo que se ubica en la zona incierta, desde el punto de vista ya no de la estructura, pues se trata de una planta, sino de su ostensible sensibilidad. Me refiero a la peque�a planta llamada vergonzosa y que corresponde a la Mimosa pudica, una leguminosa que al ser tocada cierra r�pidamente sus hojuelas y desciende el peciolo en un movimiento de contracci�n y retracci�n que le han valido su nombre vulgar. Este no es un caso aislado en el mundo vegetal. Otras plantas exhiben movimientos r�pidos ante est�mulos espec�ficos, como sucede con las plantas llamadas carn�voras y que en algunos documentales hemos visto con inquietud c�mo se cierran sobre los insectos.

El caso de la vergonzosa es especial porque uno puede dedicarse a jugar con la planta observando una y otra vez su particular reacci�n al contacto. Sin embargo, pronto el juego empieza a ser aburrido porque la respuesta parece ser siempre la misma. En este punto nos damos cuenta de que necesita haber algo m�s que sensibilidad para decir que un organismo tiene conciencia, y ese algo es el aprendizaje. Es decir, esperamos que un organismo aut�nticamente animado modifique sus respuestas en funci�n ya no del est�mulo, sino de la experiencia. De hecho, la palabra experiencia nos sugiere tanto la memoria como la sensibilidad. La modificaci�n de la respuesta implica que el organismo no s�lo responda sino que almacene informaci�n y se adapte al est�mulo. El hecho de que la respuesta parezca no modificarse nos podr�a recordar a una puerta que cruje al cerrarse. Cada vez que la movemos hace el mismo ruido. Ciertamente la puerta no es sensible porque no siente. Pero �qu� sucede con la vergonzosa? Por analog�a podr�amos afirmar que tampoco lo es, a no ser que la respuesta pueda ser modificada por aprendizaje. La implicaci�n de esta posibilidad es profunda.

Seguramente as� lo consider� Pfeffer en el siglo pasado, el primer autor que mencion� que la respuesta de las hojas de la vergonzosa exhib�a el fen�meno m�s elemental de aprendizaje que conocemos: la habituaci�n, es decir, el decremento de la respuesta ante la repetici�n del est�mulo. En efecto, si se les estimula repetidamente a intervalos fijos y con la misma intensidad, las hojuelas de la planta disminuyen la respuesta de retraimiento hasta que dejan de responder por completo. Si se deja reposar a la planta y se la estimula de nuevo, vuelve a responder. Ahora bien, hay que considerar que la habituaci�n en la vergonzosa podr�a sugerir fatiga m�s que aprendizaje, sin embargo esta posibilidad se descart� al estimular las hojas con gotas de agua o con un pincel. Una vez que disminuy� la respuesta a uno de los dos est�mulos, se prob� que el otro era capaz de evocar respuesta de inmediato. Esto quiere decir que la planta discrimina entre est�mulos y, como sucede con los animales, la habituaci�n var�a en la vergonzosa con los intervalos y la intensidad del est�mulo. Adem�s se ha encontrado que la respuesta de la planta pierde su sensibilidad en una atm�sfera de �ter o cloroformo, es decir, que puede ser "anestesiada".

Ahora bien, para analizar m�s adecuadamente la analog�a entre el aprendizaje animal y estas reacciones de la vergonzosa es interesante indagar si existen paralelismos en su fisiolog�a. Los animales tienen un mecanismo que detecta las se�ales del medio que llamamos percepci�n, otro que responde a ellos, que llamamos conducta, y uno intermedio que los asocia. La informaci�n fluye de la entrada a la salida mediante potenciales el�ctricos transferibles entre c�lulas por la liberaci�n de mol�culas llamadas neurotrasmisores. Ciertamente la vergonzosa presenta estructuras especializadas para la recepci�n del est�mulo y organelos motores responsables de su conducta. De mayor inter�s resulta que, como sucede en los organismos animales, las reacciones de excitabilidad tambi�n se deban a cambios en la permeabilidad de la membrana celular a iones cargados el�ctricamente y que son los responsables de sus propiedades el�ctricas. Estos fen�menos son caracter�sticos de las neuronas. Sin embargo, las c�lulas excitables de la vergonzosa no son estructuralmente neuronas, aunque algunas de ellas conduzcan la electricidad a lo largo de sus prolongaciones, como sucede con los nervios.

Nos encontramos con un organismo que sin tener un sistema nervioso anat�mico tiene uno funcional que se comporta como el de los animales. A�n m�s interesante resulta constatar que la vergonzosa contiene norepinefrina, uno de los neurotrasmisores del sistema nervioso animal, y que esta sustancia se concentra en los organelos y las c�lulas encargadas de la excitabilidad. Sin embargo no se ha demostrado que la norepinefrina sea la mediadora de los impulsos nerviosos.

En suma, estamos ante un organismo vegetal con una capacidad conductual pl�stica mediada por un sistema excitable estructuralmente distinto pero funcionalmente similar al sistema nervioso de los animales. Si aceptamos que son las capacidades funcionales y no la composici�n fisicoqu�mica las que est�n indisolublemente ligadas a la sensibilidad y a la conciencia, nos veremos en la necesidad de otorgarle a la vergonzosa alg�n tipo de subjetividad, as� sea muy elemental y, lo que es m�s curioso, cualitativamente distinta de la nuestra o de la que podemos inferir en los animales.

EL DESARROLLO DE LA CONCIENCIA

El proceso que llamamos desarrollo est� definido por la evoluci�n de un solo individuo desde estadios simples a otros m�s complejos y es patente en las diversas etapas embrionarias o en los estratos de complejidad creciente que alcanzan la conducta y la mente durante el crecimiento.

Dos de los m�s destacados psic�logos del siglo, Freud y Piaget, dedicaron sus esfuerzos a esclarecer las etapas de desarrollo emocional y cognitivo por las que atraviesan los ni�os. Su m�todo fue totalmente distinto. En tanto Freud intent� reconstruir el pasado mediante el an�lisis minucioso de lamentalidad de los adultos y de una interpretaci�n retrospectiva, casi arqueol�gica, Piaget hizo observaciones y experimentos sobre el pensamiento, la percepci�n y la inteligencia en ni�os y adolescentes durante un periodo de casi medio siglo. Sin embargo, a pesar de las diferencias, Freud y Piaget convienen en que el desarrollo ocurre por la adquisici�n y consolidaci�n de etapas sucesivas de complejidad creciente. Lo saludable no es que las etapas sean aceleradas, sino que ocurran y se establezcan adecuadamente, lo cual pone al individuo en condiciones de emprender una nueva transformaci�n. Se trata de una secuencia de periodos de equilibrio, que permiten la consolidaci�n de la etapa, y periodos de desequilibrio, en los que el sistema cambia por rutas establecidas.

Ahora bien, en d�cadas recientes ha aparecido una nueva escuela de psic�logos que han cuestionado si el desarrollo de las capacidades mentales de los seres humanos llega a su t�rmino al final de la adolescencia, como lo establecieron tanto Freud como Piaget. Su respuesta es negativa: pruebas numerosas implican que el desarrollo puede continuar, aunque no en todos los individuos adultos. Uno de los precursores de este movimiento fue A. H. Maslow, profesor de psicolog�a de la Universidad de Brandeis quien, hacia 1967, introdujo, con base en el an�lisis de m�ltiples ejemplos, la noci�n de individuos autoactualizados, aquellos que consiguen un estado superior de gratificaci�n por haber obtenido una satisfacci�n de sus necesidades afectivas, una sensaci�n de valor, de pertenencia, de respeto. Han dejado atr�s las vivencias de ansiedad, inseguridad y aislamiento que fatigan a casi todos los humanos. Las motivaciones que impulsan a estos individuos para llegar a esta etapa no son las habituales, son gente dedicada a una labor que los sobrepasa, tienen una misi�n apasionada en la vida, muchas veces de servicio. Han seguido su vocaci�n decididamente y con prop�sito, de tal manera que su labor es su juego. Todos los seres humanos pueden seguir este camino y tienen la capacidad de hacerlo, pero pocos lo hacen. Requiere un esfuerzo intenso y sostenido. Requiere no hacer caso a muchos de los llamados de la cultura imperante.

Maslow not� que ese camino es precisamente el que m�s han explorado las psicolog�as tradicionales de m�ltiples culturas y cuya cima han logrado los individuos paradigm�ticos, es decir, los h�roes de las mitolog�as, los chamanes, los fundadores o exponentes destacados de sistemas religiosos y algunos fil�sofos, cient�ficos o artistas excepcionales. Estos son los sabios y representan las etapas m�s elevadas del desarrollo humano, el cual tiene como escenario la conciencia del individuo.

La escuela de psicolog�a transpersonal que se desarroll� a partir de Maslow ha intentado abordar el tema de la evoluci�n de la conciencia. Para ello ha echado mano, no siempre de una manera rigurosa, de las tradiciones antiguas, de especulaciones sobre la naturaleza del conocimiento cient�fico, de los estados alterados de la conciencia. Una aportaci�n que caus� gran inter�s provino de un f�sico, Friedhof Capra, quien en su libro El tao de la f�sica propuso que las nociones m�s avanzadas de la f�sica moderna se pueden comparar con la visi�n que los m�sticos de las m�s diversas tradiciones adquieren del mundo. Entre ellas est�n la disoluci�n de la materia en una red de interacciones, la unificaci�n de objeto y sujeto en la observaci�n, o la unidad del espacio y el tiempo en una sola dimensi�n.

Otra �rea que cobr� gran notoriedad fue el an�lisis de las t�cnicas tradicionales para obtener estados de conciencia ampliados y que son condici�n del desarrollo de la personalidad o del ser. Me refiero a las diversas t�cnicas de meditaci�n, tanto a las que se practican en Oriente como en Occidente. Los estudios cient�ficos demostraron que los estados de concentraci�n obtenidos por estas t�cnicas ten�an efectos importantes sobre m�ltiples variables bioqu�micas y neurofisiol�gicas y se descubri� el fen�meno de la biorretroalimentaci�n, es decir, la posibilidad de controlar funciones corporales consideradas aut�nomas, como el ritmo electroencefalogr�fico, la frecuencia cardiaca, la presi�n arterial o la secreci�n de hormonas, cuando al sujeto se le informa sobre estas se�ales e identifica y cultiva los estados de conciencia que las modifican. Algo que resulta interesante es que la meditaci�n no s�lo se considera objeto de investigaciones de inter�s, sino que se plantea su pr�ctica para experimentar en uno mismo las vivencias, lo cual en la ciencia se ha llamado autoexperiencia.

La estratificaci�n de los diversos niveles de conciencia, como el ensue�o, la vigilia, la autoconciencia o el �xtasis, es tan diversa que otro de los te�ricos m�s conocidos de esta escuela, Charles C. Tart, ha defendido la idea de que existen ciencias de estados espec�ficos. Es decir, que las observaciones y los datos sobre el mundo son tan diferentes en cada uno de los estados de conciencia que es necesario hacer una ciencia, o sea, una teorizaci�n y un cuerpo de evidencias, para cada uno. Independientemente de esta idea, que dista de ser un hecho corroborado, la organizaci�n de la conciencia en niveles es una de sus caracter�sticas fenomenol�gicas m�s interesantes.

Desde luego que todos podemos distinguir diversos estados de vigilancia cuando estamos despiertos. Uno es el estado normal de percepci�n digamos autom�tica que, con diferencias de estructura, probablemente compartimos con el resto de los animales. Hay momentos en los que nos percatamos de nosotros mismos, de nuestro cuerpo o de lo que ocurre en nuestra mente. Este estado se ha denominado de reflexi�n o de autoconciencia y quiz�s sea exclusivamente humano, aunque hay evidencias de que los grandes simios tienen rudimentos de esta capacidad, por su comportamiento ante el espejo. Es s�lo en el estado de autoconciencia que podemos ejercer la voluntad.

Existen, como hemos visto ahora, estados a�n superiores de conciencia con demarcaciones y diferencias tan claras como las mencionadas para los anteriores. La denominaci�n m�s frecuente de estos niveles de conciencia es la de �xtasis, pero hay una gran cantidad de t�rminos gestados en diversas culturas que posiblemente distingan componentes sutiles de ella. Quiz�s la m�s grande top�grafa de este territorio haya sido, en nuestra cultura, Santa Teresa de �vila (1515-1582). En t�rminos generales, la adquisici�n y el uso de tales estados es uno de los factores que caracteriza a los individuos paradigm�ticos.

Es as� que la psicolog�a de la conciencia, nacida a principios de siglo con William James (1842-1910), uno de los grandes precursores de la psicolog�a cient�fica, y dejada de lado por los logros y la difusi�n del psicoan�lisis y de la psicolog�a experimental de corte conductista, cobr� nueva vida en la d�cada de los setenta. Esta nueva psicolog�a de la conciencia viene a replantear lo que la psicolog�a m�s antigua hab�a llevado a sus consecuencias finales: el hecho de que el estado habitual de conciencia de los seres humanos normalmente se encuentre muy por debajo de lo �ptimo, de tal forma que puede considerarse en buena parte ilusorio; de que es posible alcanzar estados m�s desarrollados de la conciencia mediante adiestramiento, y de que este proceso es vivencial y no es f�cilmente comunicable por el lenguaje.

LECTURAS

Calhoun, C., R. C. Solomon (1984/1989), �Qu� es una emoci�n?, FCE, M�xico.

Capra, F. (1975), The Tao of Physics, Shambala, Boulder.

Ekman, P., W. V. Friesen, P. Ellsworth (1972), Emotion in the Human Face, Pergamon, Nueva York.

Humphrey, N. (1983/1987), La reconquisia de la conciencia, FCE, M�xico.

Klein, D. B. (1984/1989), El concepto de la conciencia, FCE, M�xico.

Maslow, A. H. (1968/1979), El hombre autorrealizado, Kair�s, Barcelona.

Melnechuk, T. (1988), "Emotions, Brain, Immunity, and Health: A Review", en Emotions and Psychopathology, M. Clynes y J. Panskeep (compiladores), Plenum Press, Nueva York, pp. 181-247.

Plomin, R. (1989), "Environment and Genes. Determinants of Behavior", American Psychologist 44, pp. 105-111.

Sanberg, P. R. (1976), "Neural Capacity in Mimosa Pudica: A Review, Behavioral Biology 17, pp. 435-452,1976.

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