IV. LUCHA Y PODER: LA VIOLENCIA DE LA UTOP�A

NO ESTAMOS BIOL�GICAMENTE CONDENADOS A LA GUERRA

EN LOS �ltimos lustros se ha propagado la idea de que el ser humano es violento por naturaleza, por lo que nos debemos limitar a neutralizar los posibles efectos de la guerra, a conformarnos con la carrera armamentista, la confrontaci�n continua y la destrucci�n masiva de la especie. Los fundamentos de estas conclusiones son cient�ficamente inaceptables.

En la ciudad de Sevilla, Espa�a, en 1986 tuvo lugar una reuni�n de expertos en diversas �reas de la ciencia relacionadas con la agresi�n y la violencia, con el objetivo de emitir una declaraci�n sobre este error. En el texto final que se redact�, participamos por M�xico, Santiago Genov�s, uno de los que tom� la iniciativa, y yo. La Declaraci�n de Sevilla ha tenido una gran difusi�n en medios acad�micos y ha sido aceptada y adoptada por la UNESCO. Consideremos los puntos esenciales del documento.

En primer lugar, es cient�ficamente incorrecto afirmar que hemos heredado de nuestros antepasados animales o primates la tendencia a hacer la guerra. La conducta de caza no puede ser equiparada a la guerra. Ciertamente ocurren peleas a gran escala en el mundo animal, pero son raros los sucesos conocidos de destrucci�n organizada entre grupos de animales de la misma especie y, en ning�n caso, se ha informado el uso de utensilios como armas. Por otra parte, aunque los seres humanos tenemos la terrible exclusividad de la guerra, hay civilizaciones que no se han enfrascado en guerras durante siglos, y muchas que lo han hecho frecuentemente en ciertas �pocas pero no en otras. Esto significa que la guerra es hist�rica y culturalmente variable.

En segundo lugar, es cient�ficamente incorrecto afirmar que la violencia y la guerra est�n gen�ticamente programadas. Sin lugar a dudas los genes participan en todas las funciones del sistema nervioso, pero s�lo como una potencialidad que puede ser expresada en conjunci�n con est�mulos del medio ambiente ecol�gico y social. Es la interacci�n entre el genoma y el aprendizaje lo que define la conducta y la personalidad. En suma, los genes participan en el establecimiento de las capacidades conductuales pero no las determinan inequ�vocamente. Tambi�n es cient�ficamente incorrecto afirmar que en el curso de la evoluci�n humana ha tenido lugar una selecci�n de la conducta agresiva sobre otras conductas. En todas las especies animales estudiadas el papel de un animal en un grupo o su rango de dominancia se adquieren y se mantienen por habilidades conductuales de cooperaci�n y amistad, y tambi�n por capacidades agresivas y punitivas. Se pueden seleccionar artificialmente animales agresivos y reproducirlos, con lo que se obtienen animales superagresivos en unas cuantas generaciones. Sin embargo, el que esto no haya sucedido en la naturaleza implica que la potencialidad gen�tica existe, pero que no se selecciona porque no es ventajosa ni adaptativa.

Tambi�n es cient�ficamente incorrecto afirmar que poseemos un cerebro violento. Desde luego que existe un sistema cerebral que se activa para dar lugar a la agresi�n, pero esto no sucede autom�ticamente. Los est�mulos son filtrados, seleccionados y modulados por el propio cerebro, y la conducta agresiva es una de tantas expresiones de comportamiento disponibles para la acci�n. En algunos criminales particularmente violentos se ha demostrado que tienen una deficiencia funcional de las �reas cerebrales relacionadas con el control de la agresi�n. Es tambi�n incorrecto afirmar que somos violentos por instinto. El instinto implica un comportamiento fijo que se desencadena por un est�mulo espec�fico gracias a un mecanismo cerebral programado gen�ticamente. La noci�n de instinto ha ca�do en desuso porque sus componentes no son tan r�gidos como se pensaba hace alg�n tiempo.

La violencia interpersonal obedece a factores cognitivo-emocionales complejos como el rencor, la humillaci�n, la transferencia de odio a la imagen de un enemigo. Adem�s, la guerra conlleva, m�s que factores motivacionales simples como ser�an los instintos o ciertas emociones fundamentales como la ira o el desprecio, caracter�sticas cognitivas elaboradas y complejas como el idealismo, la obediencia, la sugestibilidad, el uso del lenguaje, los planes, el c�lculo de costos y, en general, el manejo de informaci�n. La tecnolog�a b�lica ha exagerado de tal manera las caracter�sticas asociadas a la violencia, tanto en la preparaci�n de los soldados y del personal militar como en la propaganda b�lica y la diversi�n de la poblaci�n general, que �stas se toman hoy d�a como causas y no como consecuencias del proceso.

De esta manera, concluye la Declaraci�n de Sevilla, la biolog�a no condena a los seres humanos a la guerra y los libera de un pesimismo pseudocient�fico acerca de la posibilidad de lograr la paz. La labor necesaria para conseguir la paz no s�lo es institucional y colectiva, sino que incluye la conciencia individual de los seres humanos, en quienes los factores de optimismo y pesimismo son determinantes. "La misma especie que invent� la guerra es capaz de inventar la paz. La responsabilidad es de cada uno de nosotros."

Es interesante anotar que la Declaraci�n de Sevilla fue recibida con mucho inter�s por grupos acad�micos y casi ignorada por los medios de difusi�n. La labor infatigable de David Adams, el primer signatario y editor de un Bolet�n de la Declaraci�n, ha sido crucial para su diseminaci�n. Hasta la fecha ha sido publicada en unas 50 revistas cient�ficas y apoyada por docenas de sociedades de acad�micos, entre ellas la poderosa Asociaci�n Psicol�gica Norteamericana. Sin embargo, las conferencias de prensa han estado pr�cticamente desiertas. Significativamente, el vocero de una agencia internacional de noticias, al enterarse del contenido de la Declaraci�n, le dijo a Adams que el asunto no era de inter�s, pero que se le avisara cuando se llegara a aislar el gene de la guerra. La propia Declaraci�n y su historia inmediata han mostrado que la creencia de que la guerra es parte de la naturaleza humana no es tanto un componente de sentido com�n en el p�blico general, sino el resultado de una campa�a de propaganda realizada por los medios masivos de comunicaci�n para justificar la pol�tica del militarismo.

La Declaraci�n de Sevilla le confiere al individuo un papel fundamental en la lucha contra la guerra (el pleonasmo es deliberado). Las actitudes de una persona influyen en su acci�n y es importante cambiar la actitud de impotencia y pesimismo. En este sentido, quiz�s, la Declaraci�n no fue lo suficientemente lejos. Es necesario que cada quien explore y desenraice en s� mismo el origen de la violencia y el odio, para lo cual no es suficiente la exposici�n y la aceptaci�n de los hechos cient�ficos. Es necesaria una auto exploraci�n sistem�tica y profunda, como est� prescrito por los m�s diversos sistemas de sabidur�a.

LA AGRESI�N Y EL MAL; UNA APROXIMACI�N BIOL�GICA

Pocos t�rminos en la ciencia han sido sujeto de mayor controversia que los de agresi�n y violencia. La conducta que est� dirigida a infligir da�o o dolor en otros es una definici�n aceptable, pero parcial, de la agresi�n. La agresi�n tiene tres dimensiones necesarias, la primera es la intenci�n, una motivaci�n subjetiva cuya meta es el da�o; la segunda es el comportamiento, aunque las delimitaciones son borrosas, y la tercera es la emoci�n hostil que va desde la irritaci�n hasta la ira. Esta visi�n tridimensional permite categorizar instancias peculiares de la agresi�n cuando, por ejemplo, no se presenta alguno de los componentes o predomina uno sobre los dem�s. En el caso de la agresi�n animal hay que quedarse, en esencia, con la conducta, e inferir los otros dos. Sin embargo, dentro de la nueva tendencia en la teolog�a, la categor�a de agresi�n presenta dificultades casi insalvables para llegar al consenso necesario que permita el registro confiable de tales conductas y la necesaria replicaci�n de la observaci�n. Y es que la palabra "agresi�n" es una categor�a funcional sujeta a interpretaci�n personal, un efecto que puede verse tambi�n al aplicarlo a situaciones sociales humanas. As�, lo que se considera una agresi�n en un sector de una ciudad puede considerarse una conducta normal en otro de la misma ciudad.

Una aportaci�n de los estudios acerca de la agresi�n animal ha sido el detectar que un acto de esta clase conlleva el riesgo de ser atacado y conductas defensivas simult�neas o subsecuentes. De esta manera Scott ha introducido la noci�n de conducta agonista para abarcar los elementos ofensivos y defensivos de la lucha, siendo los primeros motivados por la ira y los segundos por el miedo. Esta distinci�n ha resultado de gran trascendencia. Por otra parte, el t�rmino violencia implica tambi�n una agresi�n, usualmente intensa, pero se usa m�s espec�ficamente para identificar la agresi�n en contextos sociales en los que existe un elemento moral, �tico o legal de ilegitimidad.

Hay varias �reas de investigaci�n activas en relaci�n con la violencia: la psicobiol�gica, que pretende desentra�ar sustratos org�nicos como la epilepsia del l�bulo temporal, alteraciones gonadales, o bases neuroquimicas; la psicol�gica, que busca la explicaci�n en t�rminos biogr�ficos, cognoscitivos o emocionales, y la psicolog�a social, que intenta analizar los factores culturales e interactivos de tipo econ�mico, racial, familiar etc. Como existen buenas evidencias para cada una de estas causas, han habido intentos de establecer modelos explicativos de orden interdisciplinario y multidimensional, como el de Robert Hinde, que identifica las relaciones interpersonales como el centro sobre el que operan tanto los factores biol�gicos como los sociales.

Ahora bien, es importante hacer notar que la agresi�n no es un factor necesariamente destructivo sino normal y estabilizador al menos entre los grupos de animales y posiblemente tambi�n en los grupos humanos. Para ilustrar esta idea, a continuaci�n citar� un experimento que realic� en mi laboratorio. Trabajando con grupos de ratones albinos encontr� que la agresi�n que normalmente se da en grupos reci�n formados de ratones de la misma cepa (es decir, que tienen m�s de 99% de genes en com�n) se incrementa hasta llegar a un m�ximo al quinto d�a. Una vez establecida una estructura social con individuos dominantes y subordinados definidos, la agresi�n disminuye progresivamente hasta fluctuar en cantidades m�nimas. Si estos ratones ya experimentados en la formaci�n de grupos se reagrupan de tal manera que se encuentren entre desconocidos, la agresi�n es m�s intensa, m�s r�pida y m�s eficaz: llega a un m�ximo en 24 horas para luego disminuir r�pidamente y alcanzar niveles inferiores que en la situaci�n primera. Este experimento sencillo indica que lo que llamamos agresi�n, es decir, la conducta que amenaza con producir o de hecho produce da�o en un compa�ero de la misma especie, se usa para estructurar los grupos y que, aunque forma parte de la dotaci�n gen�tica, se modifica con la experiencia y se aprende a usar con eficacia.

Figura 4. La conducta del gato, dibujo de Leonardo da Vinci.

Es muy probable que, como acontece con los grandes simios, nuestros parientes m�s cercanos en el planeta, la estructuraci�n de los grupos de hom�nidos primitivos se haya valido tanto de conductas de cooperaci�n como de agresi�n. Es importante subrayar que esta agresi�n, ritualizada y dirigida no s�lo a los de la misma especie, sino a los del mismo grupo y, particularmente, la misma familia, no es fatal o lo es en contadas ocasiones y por factores agregados. Esta agresi�n est� a�n entre nosotros y poco tiene que ver con la guerra y el terrorismo: es la agresi�n ritualizada, aquella que se acompa�a de rabia y se satisface con la sumisi�n del oponente. Esta agresi�n sigue teniendo rasgos positivos, ya que nos permite limitar la violencia de otros o luchar por causas justas, as� como rasgos negativos cuando se dirige a lastimar a los m�s d�biles. Sin embargo, no es peligrosa en el sentido de que ponga usualmente en peligro la vida ni, mucho menos, en entredicho a la especie.

Quiz�s aqu� se puede trazar otro de los elementos definitorios de la violencia, entendida como la agresi�n que produce da�os irreversibles en un organismo de la misma especie. Si nos atenemos a esta delimitaci�n operativa, �podr�amos decir que hay violencia en el mundo animal? En efecto, se han documentado instancias de muerte entre conespec�ficos, en particular entre simios. La evidencia m�s impresionante fue obtenida en las tropas de chimpanc�s en Gombe, Nigeria, durante el estudio de varias d�cadas que llev� a cabo Jane Goodall. En un periodo de 15 a�os Goodall hab�a llevado un registro de la conducta de varias tropas familiares de chimpanc�s y todo hac�a pensar que se trataba de los salvajes felices de Rousseau. Las interacciones agresivas se manten�an a muy bajos niveles en los grupos establecidos y nunca pasaban de lesiones que sanaban con rapidez. De repente, sin previa indicaci�n, el juego de los infantes y juveniles desapareci� y varias hembras adultas empezaron a pelear intensamente y a secuestrar a los infantes. Una de ellas mat� al infante de otra azot�ndolo contra el suelo. La violencia se disemin� a tropas vecinas. En unos d�as hab�a muchos infantes muertos y casos de canibalismo. Algunos animales se mec�an repetidamente con la mirada perdida. Las actividades normales de las tropas desaparecieron. Y, as� como empez�, el episodio se esfum� sin dejar rastro.

Se han dado a conocer casos similares en cautiverio. Nosotros presenciamos en nuestro laboratorio uno de causa muy clara: la confrontaci�n irreductible de dos tropas de macacos que hab�an convivido precariamente durante un a�o y medio. Da la impresi�n de que esto es un primordio animal de la violencia generalizada que se observa en situaciones catastr�ficas entre los seres humanos, as� como hay tambi�n primordios de lenguaje y de conductas rituales en los simios. A muchas de �stas no les encontramos f�cilmente una explicaci�n en t�rminos adaptativos. Sin embargo, en descargo de los simios debemos decir que no se ha documentado entre animales de la misma especie una sola instancia de uso de instrumentos para matar.

Aqu� acude a la mente la terrible imagen de la pel�cula cl�sica 2001, odisea del espacio de Stanley Kubrik, cuando un hom�nido primitivo descubre que con la ayuda de un f�mur puede matar a golpes a los miembros de un grupo rival, lo cual le da notoria ventaja en la lucha por los recursos alimenticios. En su euforia, el hombre-simio arroja el f�mur al aire y �ste se convierte en una nave espacial. Sobrecogedora met�fora. �Fue, en realidad, el primer instrumento un arma mortal? Probablemente no. Algunos animales, entre ellos los chimpanc�s, usan objetos para alimentarse, pero en alg�n momento de la evoluci�n de los humanos se empezaron a usar armas. �Por qu�? Esto no lo sabemos. Si consideramos que se trata de un fen�meno netamente cultural, es posible adoptar una actitud m�s optimista que si pensamos en una determinaci�n biol�gica o gen�tica. Posiblemente las dos posiciones no sean tan irreductibles como aparentan. Contrariamente a los que se supone, la biolog�a no es destino inexorable: el cerebro cambia, incluso morfol�gicamente, por la experiencia, y la dotaci�n gen�tica puede ser usada en uno u otro sentido.

Es peligroso negar la existencia del mal y la violencia en nosotros mismos, en nuestro grupo social o en la dotaci�n biol�gica de la especie. Este es, posiblemente, el mensaje central de mitos tan remotos y difundidos como el de Quetzalc�atl. El hacerlo suele tener el resultado indeseable de que el mal sea proyectado a otros, quienes se convierten en enemigos que merecen sufrir y morir. Tenemos la dotaci�n biol�gica, psicol�gica, conductual y cultural tanto para ser violentos y destructivos como para ser benevolentes, altruistas y amorosos. Existen, desde luego, culturas, doctrinas y escuelas que impulsan y favorecen una u otra de estas dotaciones y seguramente debemos sostener aquellas que otorguen un alto valor a la no violencia y al respeto a la vida humana y la de todos los seres sensibles. Este ha sido uno de los papeles m�s positivos que han desempe�ado los sistemas tradicionales de sabidur�a y las religiones organizadas con las numerosas excepciones de tantas guerras santas o inquisiciones.

Pero m�s all� de las doctrinas sabemos que cada individuo debe confrontar su propia violencia para resolverla y que esto es una labor que llega a lo m�s profundo de cada quien. Sabemos tambi�n, gracias al budismo y a otras tradiciones de la sabidur�a, que el origen del odio, la avaricia y dem�s motivaciones afectivas de la conducta violenta puede ser desenraizado mediante la pr�ctica diligente de una introspecci�n dirigida y sistem�tica, por lo que su cultivo generalizado podr�a ser una contribuci�n definitiva a la erradicaci�n de la guerra y la violencia. Como muestra y testimonio de esto, mencionar� s�lo cuatro nombres de personas de nuestro siglo que han mostrado la transparencia de estos caminos: Mohandas Gandhi, Martin Luther King, Andrey Sakharov y el Dalai Lama.

LA FUENTE DEL PODER

Las ciencias pol�ticas constituyen un grupo de disciplinas muy particulares dentro del gran complejo de la ciencia social. Se definen por la teorizaci�n del poder, sus causas, su estructura y sus efectos y tienen, a diferencia de otras ciencias, consecuencias muy directas y concretas sobre la actividad p�blica de los sujetos. A nadie escapa que las teor�as pol�ticas y econ�micas de Marx han tenido importantes consecuencias con respecto a la comprensi�n de fen�menos sociales a gran escala y que han sido aplicadas de maneras por dem�s diversas tanto para obtener o detentar el poder como para atacarlo y removerlo. En esta ocasi�n pretendo resumir una teor�a contempor�nea que ha alcanzado cierta divulgaci�n y que ha sido usada por grupos de activistas de la no violencia. Me refiero a la teor�a del poder de Gene Sharp.

La esencia de la teor�a de Sharp es muy simple, tal vez demasiado: 1) los individuos de la sociedad se pueden dividir en gobernantes y s�bditos; 2) el poder de los gobernantes emana del consentimiento de los s�bditos; 3) la acci�n no violenta es el proceso de retirar el consentimiento, lo cual constituye una forma eficiente para contrarrestar los problemas de la dictadura, el genocidio, la guerra y, en general, la opresi�n. El concepto de gobernante incluye no s�lo a los funcionarios y ejecutivos de alto nivel, sino a todos los elementos de poder y decisi�n del Estado. Entre ellos Sharp destaca la burocracia estatal, la polic�a y el sector militar. El resto de los individuos son los s�bditos. Por otro lado, el poder estatal incluye la totalidad de medios, influencias y presiones —incluyendo autoridad, premios y castigos— disponibles para alcanzar los objetivos de quienes desempe�an cargos p�blicos. El poder no es una entidad monol�tica que reside en una persona o un cargo sino una entidad plural de grupos en diversas ubicaciones, los loci de poder. Ahora bien, si el poder no emana directamente de los gobernantes debe provenir de otras fuentes. Entre ellas Sharp destaca la autoridad, los recursos humanos, el conocimiento y las habilidades, recursos materiales y sanciones. Sin embargo, la base de estas fuentes de poder radica, en �ltimo t�rmino, en la obediencia y la cooperaci�n de los s�bditos.

�ste es el concepto central de la teor�a: sin el consentimiento de los s�bditos, sea en forma de la aceptaci�n activa o pasiva, el gobernante tendr�a poca base para ejercer el poder. Esta aseveraci�n lleva a cuestionar por qu� obedecen los individuos. Las razones son m�ltiples: h�bito, miedo a las sanciones, sentido de obligaci�n moral, identificaci�n psicol�gica con el gobierno, indiferencia, ausencia de confianza. El gobierno no se ver� socavado con la amenaza, la enajenaci�n o la cr�tica, as� sea �sta certera. La alternativa para dejar sin fundamento al gobierno es la no violencia entendida como el rehusarse a obedecer activamente.

Es interesante evaluar las cr�ticas a la teor�a de Sharp como un ejemplo del debate acad�mico en la ciencia pol�tica. Para ello resumir� el an�lisis de Brian Martin, un f�sico de la Universidad de Wollongong. Martin considera que la teor�a de Sharp se basa fundamentalmente en una consideraci�n individualista del sistema social, cuando el poder conforma una estructura compleja con una din�mica y una vitalidad propias que sobrepasan al individuo. En la pr�ctica, la acci�n individual de resistir el poder puede ser totalmente ineficaz cuando se da en un contexto social complejo que la neutraliza totalmente. Por ejemplo, la huelga, que hasta hace poco era un factor de amenaza e intensa irritaci�n para el gobierno y quienes detentan los medios de producci�n, ha perdido efectividad por una serie de ajustes de tipo legal, por la manipulaci�n de los medios de comunicaci�n, por la divisi�n de los trabajadores en minor�as de varios tipos, por proporcionar favores especiales a muchos de ellos, por la concentraci�n de poder y la corrupci�n de los sindicatos.

Martin considera que la dicotom�a gobernante-s�bdito dista de ser tan tajante y homog�nea como lo postula Sharp. Afirma que muchas de las luchas pol�ticas contempor�neas se dan dentro de las propias burocracias. Otros factores estructurales del poder que Sharp no toma en cuenta y que complican el an�lisis son la tecnolog�a y el conocimiento, que no residen pasivamente en artefactos, libros o eruditos, sino que se aplican en una serie de relaciones sociales. El gobierno provee fondos para la creaci�n de ciertos tipos de t�cnicas y conocimientos, la escuela favorece otros. La teor�a del consentimiento funcionar�a bien en reg�menes claramente represores, como el estalinismo y el fascismo, pero aun en ellos hay mucho m�s que una dr�stica dicotom�a gobernante-s�bdito: los factores hist�ricos y estructurales de las sociedades en los que estos reg�menes se gestaron. Adem�s, la desobediencia puede ser totalmente in�til en problemas tales como la energ�a nuclear, sea con fines militares o energ�ticos. Curiosamente, las ideas de Sharp no han tenido su mayor repercusi�n en las dictaduras sino en las democracias liberales de los pa�ses industrializados.

La cr�tica de Martin a Sharp es un excelente ejemplo de un debate de fondo que se ha venido dando en las ciencias sociales y que se refiere a las fuerzas que protagonizan la din�mica social. Por un lado est�n quienes destacan el papel de los individuos e incluyen ideolog�as tan diversas como el anarquismo y el capitalismo, y por otro los que consideran que las sociedades son estructuras supraindividuales con factores y din�micas propios, como las teor�as de Weber, Durkheim o Marx. El famoso aforismo de Marx resume esta tendencia: la conciencia social determina a la conciencia individual.

En la esfera acad�mica los te�ricos de las ciencias pol�ticas han favorecido las teor�as estructurales hasta fechas recientes, en las que algunos de sus supuestos se han debilitado. El m�s importante supuesto es que los cambios sociales no parten de individuos, sino de grupos que luchan por el poder para, desde all�, producir las modificaciones. Sharp est� demasiado ligado a teor�as como el anarquismo o el gandhismo, que son impopulares entre los te�ricos de la ciencia pol�tica. Martin concluye que la fortaleza de la teor�a de Sharp est� en su reconocida aplicabilidad pr�ctica y la explica de una manera sorprendente. Los activistas que practican la no violencia, aunque afirmen que se basan en las teor�as de Sharp, han incorporado y act�an a partir de una informaci�n mucho m�s compleja de la sociedad, una visi�n necesariamente estructural.

Como ocurre con muchas de las dicotom�as te�ricas en la ciencia, particularmente la que tiene lugar entre los reduccionistas y los holistas, es posible que no haya una disyuntiva polar entre la visi�n individualista y estructural de la sociedad, y que resulten no s�lo compatibles, sino necesariamente complementarias.

En efecto, es tan l�gico suponer que las interacciones humanas determinan las relaciones entre individuos y que del conjunto de relaciones emerge una estructura social con din�micas propias, como proponer que son los factores de este suprasistema los que determinan las relaciones y las interacciones. Ambas son versiones restringidas y deterministas lineales cuando, en el devenir hist�rico cada evento observado tiene un origen m�ltiple tanto en factores subpersonales (como ciertos c�digos gen�ticos), factores personales (como la personalidad y la conciencia), hasta factores de grupo y sociales.

EL DISCRETO ENCANTO DEL ANARQUISMO

El derrumbe estrepitoso del socialismo real en los pa�ses de Europa Oriental y el abandono t�cito del modelo leninista en la Uni�n Sovi�tica han sido tomados como signos de muerte de la filosof�a pol�tica del socialismo. Sin embargo, cabe recordar que desde una de las ramas del socialismo se hab�a condenado al marxismo ya desde la Primera Internacional y al leninismo en los a�os veinte, previendo ya entonces que una dictadura nunca podr�a desembocar en la eliminaci�n de las clases sociales, sino en el fortalecimiento de todos los vicios del Estado. Me refiero al anarquismo, una doctrina pol�tica que nunca ha sido viable, excepto ef�meramente en la revoluci�n espa�ola de 1936, y que en la opini�n p�blica est� err�neamente identificada con el terrorismo y el caos social. Es relevante anotar en este sentido que para muchos analistas, como el indio mazateco y destacado anarquista pionero de la Revoluci�n Mexicana, Ricardo Flores Mag�n (1873-1922), las culturas tradicionales, con su ausencia de una organizaci�n estatal, de polic�as, c�rceles y burocracia, son fundamentalmente an�rquicas. Por todo esto, y por sus supuestas bases biol�gicas, parece apropiado hacer una revaloraci�n de la ideolog�a anarquista.

Voy a emplear un modelo m�dico para resumir apretadamente las ideas anarquistas. La teor�a tiene una serie de supuestos b�sicos con los que hace un diagn�stico de los males de la sociedad, un pron�stico de desarrollo alternativo y varias rutas terap�uticas de los problemas sociales. Hay tres supuestos que fundamentan la ideolog�a anarquista: la idea de desarrollo social, el conflicto individuo-instituci�n y una particular noci�n de libertad. La sociedad es considerada como un proceso cambiante en el que una perfectibilidad creciente s�lo es posible con base en una moralizaci�n progresiva de los individuos y los grupos. El cambio hacia una mayor justicia debe darse voluntariamente en el individuo o en n�cleos peque�os por la adquisici�n de una nueva forma de pensar y de vivir, y no por la toma del poder o la expedici�n de leyes, las cuales se consideran inoperantes o coercitivas. De esta forma, el conflicto social fundamental no es tanto el de la lucha de clases sino, sobre todo, el del individuo contra las instituciones sociales. El libre albedr�o es un valor supremo y el individuo debe tender a su diferenciaci�n porque s�lo as� encontrar� los resortes naturales de cooperaci�n con otros, de justicia y de amor.

Buena parte de estas ideas fueron elaboradas por Piotr Kropotkin (1842-1921), eminente ge�grafo ruso que se entusiasm� con la teor�a de la selecci�n natural de Darwin pero que sustituy� el mecanismo de lucha, competencia y selecci�n del m�s apto por el de cooperaci�n, seg�n el cual los hom�nidos primitivos sobrevivieron gracias a capacidades de ayuda mutua seleccionadas por su valor adaptativo y que est�n en todos nosotros. Kropotkin considera, as�, que somos gen�ticamente anarquistas, con lo cual se convierte en el pionero de la sociobiolog�a, disciplina cient�fica que considera que buena parte del comportamiento social humano est� gen�ticamente condicionado por un mecanismo de selecci�n natural, y que tantas cr�ticas caus� en los a�os setenta, curiosamente desde la izquierda acad�mica e intelectual.

Con estas bases el anarquismo hace una cr�tica de la sociedad moderna. En lo pol�tico el anarquismo es, por definici�n, antiautoritario y antiestatal. El an�lisis del poder que hacen algunos anarquistas resulta interesante. Se distingue claramente el poder del dominio. El poder es una autoridad leg�tima que la comunidad otorga a quien tiene la informaci�n, el valor o la experiencia que lo avalen; digamos al m�dico, al maestro o al l�der pol�tico. El dominio, en cambio, es la apropiaci�n ileg�tima y forzosa de una capacidad que coarta la libertad de los otros contra la voluntad expresa o potencial de �stos en beneficio de quien lo ejerce. Para el anarquista el dominio es la caracter�stica esencial del Estado y las instituciones: se detenta por la fuerza, se ejerce por la represi�n y se representa y perpet�a por la burocracia y el militarismo.

En lo econ�mico el anarquismo se manifiesta contra el consumismo y la ganancia, que tienen sus ra�ces en una avaricia que va mucho m�s all� del derecho a una calidad de vida decorosa y contra el mecanicismo que trastoca el valor b�sico del trabajo. Se considera que el Estado moderno conjuga el dominio pol�tico y econ�mico con poderosos mecanismos de propaganda y persuasi�n que mantienen a los individuos sujetos.

Para remediar esta patolog�a el anarquista prescribe una alternativa radical que destruya y sustituya uno a uno los males del cuerpo social. Contra el dominio promueve la idea de igualdad real y diferenciaci�n funcional que se debe conseguir mediante la toma de conciencia, la resistencia civil y la acci�n social directa. Contra la coerci�n se establece la espontaneidad y la tolerancia. Contra el Estado, el mayor enemigo, se plantean varias alternativas entre las que est�n la federaci�n de comunidades agrarias o industriales libres en la variedad del anarquismo comunista y del anarcosindicalismo, la formaci�n de un mutualismo m�s individualista o la privatizaci�n completa de todos los bienes y servicios en la modalidad reciente del anarquismo capitalista. Contra la utilidad y la ganancia se prescribe la autogesti�n y la simplificaci�n: individuos, familias o grupos autosuficientes por su trabajo y complementados por otros con habilidades distintas. La industria debe ser peque�a y manejada por los propios trabajadores. Finalmente la propiedad debe ser la m�nima para garantizar los enseres y el espacio necesario al individuo para cumplir estos objetivos, o nula seg�n los m�s radicales como Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), otro de los padres del anarquismo, cuyo famoso aforismo "la propiedad es robo" sigue escandalizando por su retadora audacia, como sorprende tambi�n la idea opuesta del anarquismo capitalista o "libertarianismo" promulgado por Murray Rothbard, que propone una privatizaci�n total de bienes y servicios para la desaparici�n del Estado.

Bien se puede advertir que ya en este punto los anarquistas difieren de maneras radicales en su modelo de sociedad ideal. En donde divergen a�n m�s es en los medios para lograr la transformaci�n deseada. La disyuntiva b�sica est� en el uso de la violencia; por ejemplo, el apasionado revolucionario Mikhail Bakunin (1814-1876), eterno contrincante de Marx, pregonaba la movilizaci�n violenta de grupos peque�os con la esperanza de que se diera un "movimiento espont�neo de masas" que acabara con el Estado. Bakunin se negaba a aceptar el control, la centralizaci�n y la autoridad del partido que Marx proclamaba, lo cual le vali� la expulsi�n de la Primera Internacional en 1868 y signific� la divisi�n de los revolucionarios durante m�s de medio siglo.

Poco despu�s surgir�a la idea de la "propaganda por el hecho", es decir, el terrorismo para minar al Estado mediante atentados a monarcas y estadistas, lo cual qued� como el distintivo del anarquismo. Sin embargo, en el otro extremo del espectro est�n los anarquistas pacifistas, en particular Henry David Thoreau, el padre de la resistencia civil, y Leon Tolstoi, quienes ejercieron una notoria influencia sobre Mahatma Gandhi y Martin Luther King. Una tercera opci�n fue la organizaci�n mutualista que tomaron con relativo �xito los anarquistas espa�oles en la guerra civil de 1936 y que fueran combatidos con mayor ah�nco por los comunistas que por los propios fascistas. La cuarta alternativa no ha dejado de tener adeptos, se trata del anarquismo individualista de Max Stirner, seg�n el cual el individuo soberano debe mantenerse aislado de una sociedad necesariamente viciada que no tiene ning�n derecho a mantener la m�s m�nima cortapisa sobre su vida.

Es interesante anotar que varias personalidades prominentes de la ciencia contempor�nea han mostrado inter�s por el anarquismo y en algunos casos aportado an�lisis y opiniones relevantes para su comprensi�n. Probablemente el m�s conocido de los cient�ficos filoanarquistas sea Noam Chomsky, el notable ling�ista del Instituto Tecnol�gico de Massachusetts. De hecho debemos a Chomsky uno de los alegatos m�s s�lidos a favor de las bondades y viabilidad del anarquismo espa�ol durante la guerra civil.

Aunque el anarquismo tiene elementos contradictorios e ingenuamente ut�picos, posee innegables m�ritos y atractivos que mantienen su vigencia. En particular, en mi opini�n, la variedad del anarquismo pacifista. El pacifismo sigue siendo una alternativa de lucha y un ant�doto para las manifestaciones intolerables del militarismo y el terrorismo. Las cr�ticas al Estado, si bien excesivas por su generalizaci�n, tambi�n apuntan en una direcci�n correcta: reducir las instituciones y la burocracia a su m�nima expresi�n funcional, pero sin que esto implique necesariamente el acaparamiento del poder por el sector privado. Con todo esto parecer�a que la doctrina pol�tica del anarquismo tiene bastante que ofrecer al malestar de nuestro l�nguido panorama pol�tico de fin de milenio cuya mejor manifestaci�n es la democracia liberal, tan lejana a�n de una democracia realmente participativa y justa.

Sin embargo, m�s que una pr�ctica social, el anarquismo constituye un ideario que nos llama, seg�n George Woodcock, el autor de una extensa historia del movimiento libertario, "a pararnos en nuestros propios basamentos morales como una generaci�n de pr�ncipes, a percatamos de la justicia como un fuego interno y a aprender que las voces s�lidas y sutiles de nuestros corazones hablan con mayor verdad que los coros de propaganda que asaltan a nuestros o�dos". Resuena aqu� una vez m�s el apasionado anarquismo biol�gico de Kropotkin, pero se agrega la necesidad de entonar al ser humano en esa longitud de onda en la que se funda la especie. En efecto, el anarquismo requiere un cambio significativo del ser humano para ser viable y es ah� donde reside, quiz�s, su mayor valor y su m�s grave limitaci�n. Vale la pena ponderar la veracidad de la siguiente afirmaci�n: si todos fu�ramos sabios, como S�crates o Buda, aun parcialmente sabios, el Estado ser�a mucho m�s superfluo que si todos somos propietarios o nadie lo es.

ECODESARROLLO, NUEVA ALQUIMIA Y UTOP�A

A diferencia de la ciencia que se hace en las grandes instituciones, como las universidades, el gobierno, las industrias o los hospitales y que cuenta con recursos, personal altamente calificado dedicado �ntegramente a la investigaci�n e instrumentos especializados y de frontera, la tecnolog�a "blanda" es una investigaci�n hecha con muy pocos recursos, casi sin patrocinio, sin acceso a las publicaciones internacionales de excelencia y sin resultados mercantiles. A pesar de estas diferencias, los grupos que se abocaron a este quehacer realizaron una investigaci�n met�dica e informada que aprovech� m�ltiples aportaciones de la ciencia y la tecnolog�a institucionales y logr� establecer una red de comunicaci�n mediante publicaciones m�ltiples, sobre todo en los a�os setenta. Lo fundamental de este quehacer es que se trata de una investigaci�n descentralizada que pretende vincularse directamente con la actividad cotidiana y la vida diaria de quien la ejecuta. De esta manera, sus resultados tendr�an una aplicaci�n inmediata para mejorar la calidad de vida de la peque�a comunidad que los emprende y podr�an ser usados por quienes lo desearan sin necesidad de patentes o mercanc�as.

Como se puede apreciar, el planteamiento es sumamente radical. Surgi� de las cr�ticas sociales del movimiento juvenil de los a�os sesenta y se difundi� como una actividad alternativa al "desarrollo" de las sociedades occidentales. Esa actividad intent� amalgamar ciertos conceptos del anarquismo y algunos m�todos de la ciencia, en particular de la ecolog�a, las tecnolog�as de las sociedades agr�colas tradicionales y las de la t�cnica industrial para lograr una forma de vida autosuficiente. Es posible que la mejor exposici�n de estas ideas est� contenida en Small is Beautiful, el delicioso libro de E. F. Schumacher, un economista brit�nico.

La investigaci�n tecnol�gica blanda, intermedia o alternativa, se desarroll� en varios frentes simult�neos que pretend�an ofrecer una respuesta aut�noma a las necesidades humanas b�sicas de vivienda, energ�a, alimentaci�n y salud. Los frentes de la investigaci�n fueron las llamadas ecot�cnicas: la energ�a solar, el uso de la fuerza del viento o del agua, los combustibles derivados de desechos humanos y animales, ciertos procesos de obtenci�n de alimento como la hidroponia o la piscicultura y la revaluaci�n de t�cnicas tradicionales de salud, como la herbolaria. De esta manera se llegaron a desarrollar proyectos muy ingeniosos de casas ecol�gicas que aprovechando la energ�a solar y la del viento, pod�an acondicionar su temperatura, calentar el agua, aprovechar los desechos y producir alimentos.

En 1974 tuve la oportunidad de visitar uno de los proyectos de investigaci�n m�s exitosos de tecnolog�a alternativa, el Instituto de la Nueva Alquimia cerca de Woods Whole, Nueva Inglaterra. Uno de sus ecosistemas artificiales me llam� poderosamente la atenci�n. Se trataba de un invernadero geod�sico calentado por el Sol que, en pleno invierno, manten�a en su interior tres estanques de agua templada. En el primero se criaban hongos y otros organismos microsc�picos y su contenido se derramaba lentamente a un segundo tanque en el que crec�an diversas especies de insectos y larvas que se alimentaban de los organismos del primer estanque y que, a su vez, pasaban lentamente a una tercera pileta donde se hallaban peces que se alimentaban de ellos. Dos veces a la semana el dep�sito del tercer tanque, que conten�a los excrementos de los peces, era extra�do y llevado al primero, con lo cual se produc�a el medio id�neo para el desarrollo de microrganismos y se cerraba experimentalmente el ciclo alimentario. El agua de los tres tanques era movida y oxigenada por un molino de viento y su temperatura se regulaba por un sistema de calefacci�n solar pasivo, es decir, que no requer�a la conversi�n de energ�a luminosa en el�ctrica y que hasta hace poco resultaba poco costeable. El sistema era cerrado, totalmente autosuficiente y rend�a varios kilos de pescado al mes, los necesarios para suplir los requerimientos prote�nicos de una familia sin requerir m�s trabajo que el de esa familia.

Con la experiencia de este y otros proyectos m�s, los nuevos alquimistas planearon un arca, es decir, una unidad habitacional unifamiliar totalmente autosuficiente y no contaminante. La mayor�a de los miembros del instituto eran j�venes educados en las universidades que se hab�an desilusionado de las perspectivas de vida y trabajo que les ofrec�a su sociedad y estaban dispuestos a demostrar que era posible alcanzar una alternativa eficiente. Hab�a en su labor elementos sumamente atractivos y significativos. Era una investigaci�n tecnol�gica de inter�s directo y de corte multidisciplinario en la que incid�an saberes tan diversos como la arquitectura, la f�sica y la biolog�a. Se aprovechaban materiales de desecho de las f�bricas y muchos de sus aparatos se constru�an con basura de la ciudad. Hab�a un regreso a una forma de vida rural y de comunidades m�s humanas, pero sin desechar los conocimientos de la ciencia y la tecnolog�a o renunciar a un b�sico bienestar que permitiera el cultivo de otros quehaceres intelectualmente satisfactorios.

En esa �poca me parec�a que la idea y la proposici�n de una sociedad descentralizada, autosuficiente y no mercantil que algunos te�ricos englobaron con el t�rmino de ecodesarrollo se iba a convertir en una alternativa viable, ya no de la ciencia institucional, a la que nunca pretendi� sustituir, sino del crecimiento desordenado y las dificultades m�ltiples de las sociedades industriales con su cauda de desechos, contaminaci�n, consumismo e insatisfacci�n. Los ecologistas ten�an entonces un programa constructivo y no s�lo se limitaban a denunciar y militar en contra de la contaminaci�n industrial o estatal. Parec�a, a diferencia del anarquismo pol�tico y en concordancia con el anarquismo filos�fico, una utop�a factible. Sin embargo, en la d�cada de los a�os ochenta, lejos de extenderse y consolidarse esta alternativa, el modelo de crecimiento industrial y mercantil capitalista se extendi� a�n m�s hasta coronarse como vencedor absoluto sobre el cad�ver del comunismo (sin revelar que el muerto hab�a fallecido de una enfermedad gen�tica incurable).

Con todo esto los ensayos de tecnolog�a blanda pr�cticamente desaparecieron. En parte sus intereses hab�an sido tomados por el Estado, como sucedi� en M�xico durante el sexenio de Echeverr�a, o bien por la industria. Pero, adem�s, se ha reforzado la cultura consumista a un nivel sin precedentes.

Da la impresi�n de que el ecodesarrollo no es un programa viable en la actual estructura social y que los esforzados intentos de peque�os grupos seguir�n siendo muestras valiosas de una posibilidad que, probablemente, no llegue a cristalizar hasta que la propia sociedad se empiece a colapsar por su notoria inadaptaci�n al medio ambiente general y a su deshumanizaci�n end�gena. El cambio de vida que demanda el ecodesarrollo es de tal magnitud, y el contraste con el estilo imperante es tan severo, que los proyectos, sean individuales, familiares o comunales necesariamente entran en conflicto y fracasan en su mayor�a. El cambio de vida s�lo podr� darse en sujetos que hayan realizado un dif�cil reajuste interno previo.

LECTURAS

Arias, G. (compilador), La no-violencia, arma pol�tica, Nova Terra, Barcelona.

Chomsky, N. (1973), For Reasons of State, Vintage Books, Nueva York.

D�az, J. L. (1985), An�lisis estructural de la conducta, Universidad Nacional Aut�noma de M�xico, M�xico.

Eibl-Eibesfeldt, I. (1987), Guerra y paz, Salvat, Barcelona.

Kropotkin, P. (1977), Obras, Anagrama, Barcelona.

Martin, B. (1989), "Gene Sharp's theory of power", Journal of Peace Research 26, pp. 213-222.

Schumacher, E. F. (1973), Small is Beautifiul, Abacus, Londres.

Woodcock, G. (1962/1970), Anarchism, a history of Libertarian Ideas and Movements, Meridian, TheWorld Publisbing Co., NuevaYork.

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