V. LA MEDICINA EN EL RENACIMIENTO (SIGLOS XV A XVII)

INTRODUCCIÓN

DE ACUERDO con Sarton, el Renacimiento ocupa el periodo comprendido entre los años 1450 y 1600, pero él mismo señala que esos límites son arbitrarios, y que igual podrían aceptarse otros más "naturales", como 1492 (año del "descubrimiento" del Nuevo Mundo) o 1543 (año de la publicación del libro de Vesalio, De humani corporis fabrica, y del de Copérnico, De revolutionibus), para marcar el principio del Renacimiento, mientras que 1616 (año de la muerte de Cervantes y de Shakespeare) o 1632 (año de la publicación del libro de Galileo, Diálogo de ambos mundos) servirían igualmente bien para señalar su fin y el inicio de la Edad barroca.

Cualesquiera que sean sus límites, el Renacimiento se caracterizó por dos tipos generales de actividades: 1) las humanistas o imitativas, cuyo interés era la recuperación de los clásicos griegos y latinos, tanto en literatura como en arte, y 2) las científicas o no imitativas, cuya mirada estaba dirigida no al pasado sino al futuro. Los humanistas eran un grupo de hombres muy bien educados, nobles y aristócratas muchos de ellos, no sólo de rango sino de espíritu, los árbitros de la cultura y del buen gusto de su tiempo, que perfeccionaban sus conocimientos de griego, de latín y de arte a lo largo de años de estudio; sus trabajos recuperaron a la cultura clásica para todos los tiempos. En cambio, los científicos conocían poco el latín y menos el griego, eran iconoclastas y rebeldes, algunos hasta francamente rudos y antisociales, al grado que sus enemigos los llamaban bárbaros y analfabetos, muchas veces con razón. Sin embargo, algunos de ellos fueron geniales y lo que crearon contribuyó mucho más que los trabajos de los humanistas a la transformación del mundo medieval en moderno.

Se han señalado varios factores como causantes del Renacimiento, aunque algunos de ellos también podrían verse como sus consecuencias. En vista de que varios de ellos influyeron en la evolución de la medicina, a continuación se enumeran brevemente, sin que el orden en que se mencionan signifique secuencia cronológica o jerarquía de importancia.

1) Invención de la imprenta. La posibilidad de hacer rápidamente muchos ejemplares de un texto y distribuirlos entre los interesados se inició hacia 1450. Hasta entonces, la difusión de las ideas era muy ineficiente y se hacía por medio de la tradición oral y de copias manuscritas, ambas sujetas a variaciones y errores en cada paso de un individuo a otro; además, los textos escritos sólo podían ser consultados por los pocos que sabían leer latín o árabe. La imprenta hizo accesibles las ideas clásicas a una población mayor y su influencia se incrementó cuando los libros empezaron a imprimirse en idiomas nacionales.

2) "Descubrimiento" del Nuevo Mundo. El efecto de la duplicación repentina del tamaño del mundo conocido, en la mentalidad del hombre medieval, casi no puede concebirse hoy día. Junto con ese portento vino otro: la existencia de grandes grupos humanos con culturas e historias totalmente nuevas e independientes de las europeas. Frente a tales noticias era imposible conservar actitudes estrechas y visiones miopes respecto a la naturaleza y al sitio del hombre en la Tierra.

3) La nueva cosmogonía. Junto con el descubrimiento del Nuevo Mundo, la nueva estructura del Universo propuesta por Copérnico y defendida por Galileo contribuyó a destronar a la Tierra como el centro del mundo celeste y al hombre como la criatura más importante de todo el Universo, objeto principal de la creación divina.

4) Fractura de la hegemonía religiosa y secular de la Iglesia católica, apostólica y romana. Al mismo tiempo que aumentaba la educación general y que los hechos parecían oponerse cada vez con mayor fuerza a ciertos aspectos de las Sagradas Escrituras, la conducta escandalosa de muchos miembros de la Iglesia católica (incluyendo a los papas) provocó primero la Reforma y después el surgimiento de la Iglesia protestante en Alemania. Cuando el 31 de octubre de 1517 Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis sobre la venta de las indulgencias, los martillazos iniciaron el resquebrajamiento progresivo de la autoridad eclesiástica absoluta sobre todos los aspectos de la vida del hombre, hasta entonces monolítica e inflexible. Incidentalmente, las tesis de Lutero fueron rápidamente traducidas al alemán (las originales estaban en latín), se imprimieron en la imprenta universitaria y se distribuyeron en toda Alemania, lo que en gran parte explica el enorme apoyo popular que recibieron casi inmediatamente.

5) Concepto secular del Estado. Hasta antes del Renacimiento la sociedad estaba organizada políticamente en grupos relativamente pequeños reunidos alrededor de una ciudad y los terrenos que la circundaban. La autoridad descansaba en los príncipes feudales, que eran los dueños de la tierra y de todo lo que había en ella (hombres, animales, cosechas, agua, etc.) y en sus respectivos párrocos y otros miembros de la Iglesia, que eran los dueños del cielo y de la vida eterna, que según ellos podría pasarse en el Paraíso o en el Infierno, de acuerdo con sus decisiones, que como regla podían ser influidos favorablemente por medios terrenales. Esta estructura simple empezó a cambiarse por el concepto secular del Estado, que culminaría en épocas renacentistas con el surgimiento de las naciones.

6 )Transformación del idioma. Ya se señaló que al mismo tiempo que el desarrollo de la imprenta empezaron a usarse distintos idiomas nacionales, al principio además del latín, pero muy pronto en lugar de él. Esto amplió el número de posibles lectores y favoreció la emergencia del concepto secular del Estado.

7) Divorcio de las culturas orientales. Durante parte de la Edad Media, los autores clásicos habían sido traducidos al sirio y al árabe; el Imperio islámico funcionó como una especie de puente entre Oriente y Europa. Entre los siglos IX y XI los autores árabes fueron los líderes del pensamiento europeo, al que siguieron influyendo hasta muy entrado el siglo XIII. Esto fue particularmente cierto en la medicina, donde Avicena y Rhazes reinaban junto con Galeno e Hipócrates, no pocas veces por encima de ellos. Durante el Renacimiento se inició el rechazo de las culturas orientales, pero naturalmente quedaron muchos residuos de ellas incrustados en el mundo occidental. El mejor ejemplo de esto es la Biblia, que se leyó y se sigue leyendo sin recordar que se trata de un libro característicamente oriental. El símbolo mas representativo de la separación de las culturas occidentales de las orientales fue la adopción de la imprenta por Occidente y su rechazo por el Imperio musulmán.

8) Interés en el individuo. Las transformaciones mencionadas permitieron al hombre renacentista enfocar su interés menos en la santidad y en el más allá, menos en la salvación de su alma y en la segunda venida de Cristo, y más en sí mismo, en sus propias cualidades y capacidades, tanto actuales como potenciales. Muchos de los personajes típicos del Renacimiento aparecen hoy como individuos vanidosos, ególatras y preocupados por proyectar su arte y sus ideas por encima de todo y de todos; basta recordar las vidas de Cellini, de Leonardo o de Miguel Ángel. Además en la Edad Media prevalecían las ideas tradicionales de Aristóteles y santo Tomás de Aquino, junto con los planes globales del Universo y de la naturaleza, en los que el hombre tenía un destino prefijado por la divinidad. En cambio, en el Renacimiento el hombre se encontró con libertad y poder, dueño de sí mismo, de su inteligencia y de su propio destino. Intoxicado con el descubrimiento de su individualidad, enajenado por sus nuevos poderes y por su libertad, cometió toda clase de excesos: los condottieros pelearon con furia, los príncipes se envenenaron y apuñalaron mutuamente, los ricos banqueros se enriquecieron todavía más, los mecenas patrocinaron generosamente el arte y la literatura, y los artistas respondieron creando un torrente de maravillas. En medio de la violencia y del peligro que caracterizaba a las cortes de los príncipes renacentistas, pintores como Leonardo, Rafael y el Giotto, escultores como Donatello y Miguel Ángel, arquitectos como Palladio y Brunelleschi, y otros muchos genios más produjeron en apenas 150 años suficientes obras maestras para llenar más de la mitad de los museos de todo el mundo.

9) Emergencia de la ciencia moderna. El surgimiento de la ciencia moderna, tal como la conocemos hoy, también es un producto del Renacimiento. La renuncia a las explicaciones sobrenaturales, la adopción de la realidad como último juez de nuestras ideas sobre la naturaleza (en lugar de la autoridad dogmática), la fuerza de la demostración experimental objetiva, la reducción del Universo a unas cuantas fórmulas, la matematización del mundo real, contribuyeron en forma progresiva a modificar el carácter del mundo occidental.

A los distintos factores mencionados arriba como agentes causales o consecuencias inmediatas del Renacimiento, debe agregarse otro de especial interés: el hecho de que todos ocurrieron en un lapso muy breve, históricamente casi momentáneo. En efecto, Paracelso murió dos años antes de la publicación de los libros de Vesalio y Copérnico; Leonardo era amigo de Maquiavelo y contemporáneo de Miguel Ángel, de Rafael, de Durero, de Cristóbal Colón, de Antonio Benivieni, de Savonarola, y de Martín Lutero; Galileo nació el día en que murió Miguel Ángel y fue contemporáneo de Descartes, Bacon, Harvey y Kepler. En ese breve lapso (de 1543 a 1661) floreció Andreas Vesalio, creador de la revolución anatómica, trabajó Ambroise Paré, precursor de la cirugía moderna, Fracastoro escribió su profético texto sobre las infecciones, Malpighio reveló un mundo microscópico nuevo, con el descubrimiento de la circulación de la sangre, Harvey se convirtió en el padre de la fisiología y de la medicina científicas, y Sydenham renunció a la especulación escolástica y regresó a la medicina hipocrática.

LA REVOLUCIÓN ANATÓMICA

Ya se ha mencionado que Mondino de Luzzi (ca. 1270-1326) publicó en 1316 uno de los primeros textos de anatomía humana que hacen referencia a disecciones realizadas por el autor, pero todavía basado principalmente en los escritos árabes; además, su libro no contiene ilustraciones, la nomenclatura es compleja y utiliza muchos nombres árabes, y la calidad de sus descripciones es muy variable. De todos modos, Mondino representa el primer paso de la revolución anatómica, que tardó dos siglos en dar el siguiente. En ese lapso la anatomía siguió siendo italiana, sobre todo porque el papa Sixto IV, que había sido estudiante en Bolonia y Padua, autorizó en el siglo XV la disección de cadáveres humanos, condicionada al permiso de las autoridades eclesiásticas, lo que fue confirmado por Clemente VII en el siglo XVI. En la Universidad de Bolonia las disecciones anatómicas fueron reconocidas oficialmente en 1405, y lo mismo ocurrió en la Universidad de Padua en 1429; Montpellier se les había adelantado, pues las disecciones públicas se aceptaron en 1377, mientras que en París no se instituyeron sino hasta 1478.

El segundo paso en la revolución anatómica no lo dieron los médicos sino los artistas. Como resultado del naturalismo del siglo XV, los grandes maestros de la pintura como Verrochio, Mantegna, Miguel Ángel, Rafael y Durero hicieron disecciones anatómicas en cadáveres humanos y dejaron dibujos de sus estudios. Uno de los más grandes anatomistas de esa época fue Leonardo da Vinci (1452-1519), porque en sus cuadernos es posible reconocer la transición entre el artista que desea mejorar sus representaciones del cuerpo humano y el científico cuyo interés es conocer mejor su estructura y su funcionamiento Leonardo planeaba escribir un texto de anatomía humana en colaboración con Marcoantonio della Torre (1481-1512), profesor de la materia en Pavía, pero la muerte prematura de éste no lo permitió y sus maravillosos dibujos anatómicos permanecieron ocultos hasta este siglo. El genio de Leonardo no tuvo gran impacto entre sus contemporáneos y sucesores inmediatos, lo que fue una gran pérdida para la humanidad.

El tercer paso en la revolución anatómica del siglo XVI lo dio un médico belga, Andreas Vesalio (1514-1564), quien nació en Bruselas y se dice que murió en la isla de Zante, vecina al Peloponeso griego, cuando apenas tenía 50 años de edad. De acuerdo con Singer:

Pocas disciplinas están más claramente basadas en el trabajo de un hombre como lo está la anatomía en Vesalio. Y sin embargo puede decirse que él es, en cierto sentido, un hombre afortunado en la posición que mantiene en el mundo de la ciencia. Su gran trabajo no fue el resultado de una larga vida de experiencia, como fue el de Morgagni o el de Virchow; no se formuló en el fuego de una hoguera intelectual, como el de Pasteur o el de Claude Bernard; no fue una tarea de razonamientos sutiles y de hábiles experimentos, como fue la de Harvey o la de Hales. Vesalio fue un producto muy característico de su época. La matriz del tiempo estaba en trabajo de parto y lo dio a luz a él. Su padre intelectual fue la ciencia galénica que existía desde mucho antes. Su madre fue esa hermosa criatura, el nuevo arte, que entonces estaba en la flor de su juventud. Hasta que estas dos fuerzas no se unieron no podía haber un Vesalio. Después de que se unieron tenía que haber un Vesalio. Si ser genio es ser el producto de su tiempo, entonces Vesalio fue un genio. El era un hombre fuerte y resuelto, de mente clara, bien estructurada y poco sutil, y llevó a cabo aquello para lo que había sido creado. No hizo nada más, pero tampoco hizo menos.


Figura 11. Andreas Vesalio (1514-1565)

El nombre original de la familia Vesalio parece haber sido Wesel o Wessel, que significa "comadreja". En la parte central superior del famoso frontispicio de la Fabrica aparecen dos querubines sosteniendo el escudo de la familia, que muestra tres comadrejas corriendo. Vesalio representa la quinta generación de médicos en su familia: su tatarabuelo Pedro reunió una valiosa colección de manuscritos médicos de su tiempo (fines del siglo XIV), muchos de ellos se conservaron en posesión de la familia por cuatro generaciones y formaron parte de las lecturas del joven Vesalio más de 150 años después. En 1533 Vesalio inició sus estudios de medicina en la Universidad de París, con Jacobus Sylvius, el anatomista, Jean Fernel, nosólogo y filósofo, Johann Gñnther, más filólogo que médico, y otros más, todos ellos convencidos galenistas. En 1536 Vesalio abandonó París sin graduarse y regresó a Lovaina a terminar sus estudios, pero sólo logró el grado de bachiller. En 1537 se mudó a Padua y ahí su carrera fue meteórica, pues ese mismo año se graduó de médico y al día siguiente el Ilustre Senado de Venecia lo nombró profesor de cirugía, lo que incluía entre sus obligaciones la enseñanza de la anatomía.

El joven profesor (tenía entonces 23 años de edad) inició sus lecciones de anatomía humana con un éxito sin precedentes, debido a tres factores principales: 1) sus conocimientos directos de la materia, que ya eran considerables; 2) su práctica de realizar personalmente y sin ayuda de prosectores todas las disecciones; 3) su uso de diagramas o esquemas para ilustrar distintos detalles anatómicos. En abril de 1538 (sólo cinco meses después de haber sido nombrado profesor) publicó sus Tabulae Anatomicae Sex (Seis tablas anatómicas), que son seis carteles, tres de ellos del sistema vascular (dibujados por Vesalio) y los otros tres del, esqueleto (dibujados por Van Kalkar), a los que Vesalio agrego breves explicaciones y nombres de muchas de las estructuras en tres idiomas. En estas Tabulae, Vesalio todavía sigue fielmente la anatomía galénica, pero su interés no es sólo ése sino que además sirven para apreciar el enorme salto que dio en los cinco años que las separan de su inmortal Fabrica, que apareció en 1543. En ese año Vesalio abandonó Padua y al siguiente fue nombrado médico de la corte de Carlos V, donde pasó el resto de su vida. Los cinco años que vivió en Padua fueron suficientes para producir su obra maestra, mientras que los 20 siguientes parecen haber sido de frustración y tedio. En 1555 una segunda edición de su Fabrica pero con muy pocas modificaciones, y una carta que le escribió a Falopio se publicó hasta después de su muerte, en 1564.

El título completo del libro de Vesalio es De humani corporis fabrica y está organizado en forma típicamente galénica: consta de siete partes, la primera dedicada al esqueleto y las articulaciones, la segunda a los músculos estriados, la tercera al sistema vascular, la cuarta al sistema nervioso periférico, la quinta a las vísceras abdominales y a los órganos genitales, la sexta al corazón y a los pulmones, y la séptima al sistema nervioso central. El libro termina con un pequeño capítulo sobre algunos experimentos fisiológicos, como esplenectomía, afonía por sección del nervio recurrente, parálisis muscular después de sección medular, sobrevivencia del animal después de abrirle el tórax si la respiración se mantiene con un fuelle, etc. A las dos primeras partes, o sea al esqueleto y a los músculos estriados, Vesalio dedica 42 del total de las 73 láminas, revelando con claridad el interés que tenía en que su libro fuera útil no sólo a los médicos sino también a los pintores y escultores. En muchas de las ilustraciones las figuras posan como estatuas clásicas en un ambiente bucólico, con colinas, árboles, rocas y ruinas romanas, así como un río cruzado por un puente y varias construcciones más recientes; las figuras poseen actitudes y movimientos de seres vivos.

En la historia de la medicina el libro de Vesalio brilla como una obra única. Desde luego, antes de la publicación de la Fabrica no había aparecido nada que ni remotamente se le pareciera, no sólo por la riqueza de sus ilustraciones sino por el contenido que, como ya se ha mencionado, critica a Galeno y expone sus errores. Además, después de la publicación de la Fabrica pasaron muchos años para que apareciera otro libro que pudiera compararse con él, y algunos conocedores opinan que eso todavía no ha ocurrido. Pero además de su contribución al avance del conocimiento anatómico del hombre y de su gran valor artístico, el libro de Vesalio es también un parteaguas en la historia de la ciencia en general, en vista de que es uno de los primeros textos donde se concede más autoridad a la observación de la realidad que a lo escrito sobre de ella por las autoridades. Vesalio no escribió un libro perfecto: la Fabrica contiene más de 200 correcciones a la anatomía galénica pero también muestra errores, más en las ilustraciones que en el texto, que está escrito en estilo afirmativo, con gran autoridad y no poca arrogancia, quizá revelando que el autor (él mismo lo dice) apenas tenía 28 años de edad. Pero al considerar a Vesalio como hombre representativo del Renacimiento científico, sus equivocaciones se vuelven poco importantes; lo que destaca es su postura frente a la naturaleza, en comparación con las de sus predecesores y contemporáneos.

Otros anatomistas que contribuyeron al gran progreso de esa disciplina en el Renacimiento fueron Bartolomeo Eustaquio (1520-1574), un galenista de Roma cuyos trabajos principales se publicaron dos siglos más tarde (1714), por lo que tuvo poca influencia en su tiempo, pero que hizo casi tantos descubrimientos como Leonardo o Vesalio. Introdujo el estudio de las variaciones anatómicas, describió e ilustró los hilios pulmonares con gran detalle, pero sobre todo produjo una lámina del sistema nervioso simpático tan perfecta que Singer dice: "Dudo que se haya presentado una imagen mejor y más clara de las conexiones de ese sistema hasta nuestros días." Curiosamente, Eustaquio no ilustró la trompa por la que se le conoce, que por otro lado la era conocida por Alcemos (500 a.C.) y por Aristóteles, pero en cambio describió el conducto torácico casi un siglo antes que Jean Pecquet (1651)

El sucesor en la cátedra de Vesalio en Padua fue Realdo Colombo (1516-1559), uno de sus discípulos, cuyo libro póstumo, De re anatomica, es un texto de anatomía basado en Vesalio pero sin ilustraciones; sin embargo, contiene la primera demostración de la circulación pulmonar, por lo que se menciona más adelante en este mismo capítulo. El sucesor de Colombo en Padua fue Gabriel Falopio (1523-1562), gran admirador de Vesalio, que se distinguió por sus descripciones del aparato genital femenino interno, de algunos pares nerviosos craneales y del oído interno, pero que murió a los 39 años de edad. El sucesor de Falopio en la cátedra de Padua fue Fabricio de Aquapendente(1590-1619), famoso cirujano y profesor de anatomía que construyó con sus recursos el anfiteatro de disecciones que todavía existe; su prestigio atrajo a muchos estudiantes de toda Europa, entre ellos a William Harvey. Fabricio es uno de los fundadores de la embriología científica, gracias a su libro De formato foeti, en el que describe e ilustra en forma magnífica el desarrollo embrionario del hombre y del conejo, cobayo, ratón, perro, gato, oveja, cerdo, caballo, buey, cabra, venado, pez-perro y serpiente. También ilustró claramente las válvulas venosas en De venarunm ostiolis, que ya habían sido descritas antes, y en Opera chirurgica ilustró nuevos instrumentos quirúrgicos y mejoró técnicas operatorias, además de defender la idea de que el mejor cirujano es el que corta menos y lo hace con el mayor cuidado.

LA REVOLUCIÓN QUIRÚRGICA

El impulso que recibió el estudio de la anatomía con la Fabrica de Vesalio fue definitivo e irreversible, pero además rebasó los límites de esa ciencia e influyó poderosamente en el desarrollo de otras ramas de la medicina, como la cirugía, la fisiología y la medicina interna. Otros factores ya mencionados también participaron, pero uno tan importante como inesperado fue la guerra. En los siglos XVI y XVII las guerras religiosas fueron prolongadas y feroces y, además, desde el siglo XV ya se contaba con armas de fuego, lo que había aumentado la variedad de lesiones que se producían los combatientes. La cirugía se desarrolló a pesar de que los cirujanos no poseían ni conocimientos ni medios adecuados para controlar el dolor y la hemorragia, ni para combatir la infección. Esto limitaba la naturaleza de los procedimientos que podían llevar a cabo, y que fueron esencialmente los mismos desde la antigñedad hasta después del Renacimiento. Por eso mismo, los instrumentos con que contaban los cirujanos para trabajar entre los siglos XII y XV eran muy semejantes a los que habían usado los médicos hipocráticos del siglo V a.C. Un médico del mundo helénico del siglo I d.C. no hubiera tenido ninguna dificultad para atender la terrible herida por tridente de un pobre gladiador romano con los instrumentos quirúrgicos que Henri de Mondeville usaría en alguno de sus nobles pacientes 13 siglos más tarde.

Al terminar la Edad Media los enfermos tenían tres fuentes posibles de ayuda para el diagnóstico y tratamiento de sus males: 1) el médico educado en una universidad, de orientación galénica o arabista, que se limitaba a hacer diagnósticos y pronósticos y a recetar pócimas y menjunjes como la teriaca, y que no ejercía la cirugía porque para ingresar a la universidad (París, Montpellier) había tenido que jurar que no lo haría; 2) el cirujano-barbero, que no había asistido a una universidad sino que se había educado como aprendiz de otro cirujano-barbero más experimentado; 3) el curandero, charlatán o mago, un embaucador itinerante que viajaba de pueblo en pueblo vendiendo sus ungñentos y sus talismanes, sacando dientes y ocasionalmente haciendo hasta flebotomías y cirugía menor, casi siempre con resultados desastrosos.

En París un grupo de nueve cirujanos se reunió en 1311 para fundar la Hermandad de San Cosme, con el propósito de establecer un monopolio sobre la práctica de la cirugía en esa ciudad y en sus alrededores y evitar que los 40 barberos existentes trataran heridas menores, úlceras y tumefacciones. Esta hermandad consiguió en ese mismo año una ordenanza de Felipe el Hermoso en donde se dice que nadie podrá ejercer la cirugía sin haber sido examinado y aprobado por Jean Pitard (quien era el cirujano real) o por sus sucesores pero los barberos no incluidos en la Hermandad también formaron su corporación, los cirujanos solicitaron y obtuvieron el apoyo del rey para que los médicos y los cirujanos los dejaran trabajar. El pleito continuó a lo largo del siglo XV, con la Facultad de Medicina en favor de los barberos en contra de los cirujanos, hasta que después de más principios del siglo XVI se resolvió al aceptarse que la Facultad era la autoridad suprema, que los cirujanos tenían privilegios universitarios y podían aspirar a obtener grados académicos y que los barberos podían tomar cursos de anatomía y cirugía en la Facultad y hasta ingresar a la Hermandad de San Cosme. Esto ocurrió en 1515.

Ambroise Paré(1517-1590) nació en Hersent, suburbio de Laval, en Bretaña su padre era carpintero. Se inició como aprendiz de barbero y a los 16 años de edad llegó a París, en donde continuo siendo aprendiz pero al poco tiempo ingresó como interno al Hôtel Dieu y pasó ahí tres años, al cabo de los cuales se incorporó al ejército de Francisco I como cirujano. Tenía entonces 19 años de edad y era su primera experiencia en la guerra, pero en ella hizo su primer descubrimiento: las heridas por armas de fuego evolucionan mejor cuando no se tratan con aceite hirviendo como se hacía tradicionalmente, debido a la creencia de que la pólvora era venenosa. Este descubrimiento fue por serendipia, ya que un día al joven cirujano se le acabó el aceite y entonces trató a un grupo de heridos por arcabuz con un "digestivo" preparado con yema de huevo, aceite de rosas y aguarrás. Paré relata este episodio como sigue:

Esa noche no pude dormir bien pensando que, por no haberlos cauterizado, encontraría a todos los heridos en los que no había usado el aceite muertos por envenenamiento, lo que me hizo levantarme muy temprano para revisarlos. Pero en contra de lo anticipado, me encontré que aquellos en quienes había empleado el medicamento digestivo tenían poco dolor en la herida, no mostraban inflamación o tumefacción y habían pasado bien la noche, mientras que los que habían recibido el aceite mencionado estaban febriles, con gran dolor e inflamación en los tejidos vecinos de sus heridas. Por lo que resolví no volver a quemar tan cruelmente las pobres heridas producidas por arcabuces.
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Figura 12. Ambroise Paré ( 1507-1591).

Al cabo de unos años y de varias guerras más (Perpiñán, Landrecies, Bolonia), Paré regresó a París y publicó su primer libro, titulado La methode de traicter les playes faictes par les arquebutes et autrees bastons a feu; el de celles qui son faictes par fleches, dards et semblables; aussi des combustions specialement faictes par la pouldre a canon (El método de tratar las heridas hechas por los arcabuces y otras armas de fuego; y de las causadas por flecha; dardos y similares; también de las quemaduras especialmente hechas por la pólvora de cañón) que apareció en 1545. Así se estableció el patrón que iba a seguir durante casi toda su vida: después de participar en alguna guerra como cirujano, regresaría a París a ejercer su profesión y a escribir sus experiencias en nuevos libros. Escribía en francés, pues no conocía ni el latín ni el griego: "Porque Dios no quiso favorecerme en mi juventud con la instrucción en ninguno de los dos lenguajes": De todos modos, los principales lectores de Paré eran sus colegas cirujanos y barberos que tampoco sabían otros idiomas, por lo que sus libros tuvieron gran éxito. Su segundo libro apareció en 1549 con el título de Briefve collection de l'administration anatomique y es un tratado de anatomía dirigido a cirujanos pero sin ilustraciones. Paré corrigió este defecto en la segunda edición, de 1561, reproduciendo muchas láminas de Vesalio y dándole crédito como "...un hombre tan bien versado en estos secretos como el que más en nuestro tiempo".

En 1549, en el sitio a Bolonia, hizo otro gran descubrimiento al no cauterizar el muñón de los amputados para cohibir la hemorragia, sino hacerlo por medio de ligaduras de los vasos arteriales y venosos seccionados. En una guerra ulterior (Hesdin) Paré cayó prisionero del duque de Saboya, quien le ofreció que se quedara de su lado y a cambio le daría nuevas ropas y lo dejaría andar a caballo, pero Paré rechazó la oferta. Finalmente, Paré curó de una úlcera cutánea a uno de los nobles invasores, con lo que ganó su libertad y regresó a París.

En 1561, haciendo a un lado sus estatutos, la Hermandad de San Cosme recibió en su seno a Paré y le otorgó el grado de maestro en cirugía; Paré leyó una tesis ñen latín! Paré ya era cirujano del rey Enrique II, a quien atendió junto con Vesalio en su accidente letal, después conservó el mismo puesto con el rey Francisco II y a la muerte de éste su sucesor, Carlos IX, lo nombro premier chirurgien du Roi en 1562. Dos años más tarde Paré publicó su obra Dix livres de la chirurgie (Diez libros le la cirugía), en donde critica el uso del cauterio y describe la ligadura de los vasos para controlar la hemorragia en las amputaciones. Carlos IX murió en 1574 pero Paré conservó el título de cirujano primado y además fue nombrado valet-de-chambre de Enrique III, quien le tenía la misma confianza que le habían mostrado sus tres hermanos. A los 65 años de edad apareció la primera edición de sus Oeuvres, que además de cirugía contenían mucho de medicina, por lo que la Facultad de París trató de evitar que se publicara. Como no lo logró, difundió un libelo agresivo que Paré contestó pacientemente agregándole una Apología. Siguió trabajando y publicando nuevas ediciones de sus Oeuvres; la cuarta y última que él revisó apareció en 1585. Paré murió a los 80 años de edad, en 1590.

La vida y las obras de Paré hicieron por la cirugía lo que Vesalio hizo por la anatomía. Paré compartía muchas de las supersticiones de su tiempo: creía que las brujas causaban desgracias, que los astros influían en las enfermedades, que la plaga se debía a la voluntad divina, que existían monstruos imaginarios (tiene un libro famoso sobre el tema) y otras más; en cambio, se enfrentó a las creencias de que el polvo de momia y el del cuerno de unicornio tenían propiedades maravillosas y en un librito precioso examina críticamente y refuta para siempre tales supercherías. Pero quizá la contribución más importante de Paré a la cirugía fue su propia personalidad, el ejemplo de su esfuerzo serio y continuo por aumentar sus conocimientos de anatomía y la habilidad en su práctica profesional, así como su insistencia en que el cirujano debe hacer sus mejores esfuerzos por evitar o aliviar el sufrimiento de sus pacientes.

LA TEORÍA DEL CONTAGIO

Aunque la idea de que algunas enfermedades se contagian es muy antigua (Tucídides lo menciona en Historia de las guerras del Peloponeso) la primera teoría racional de la naturaleza de las infecciones se debe a Girolamo Fracastoro (Verona, 1478-1553). Además de medicina, Fracastoro estudió en la Universidad de Padua matemáticas, geografía y astronomía; siempre mantuvo gran interés en los clásicos y fue amigo de varios de los humanistas más famosos de su tiempo. Vivía recluido en su villa en las afueras de Verona dedicado al estudio y disfrute de las artes; sólo ocasionalmente veía enfermos. Muy interesado en la geografía y en los descubrimientos de los viajeros, los seguía en sus globos terrestres; lector voraz de los clásicos, amaba la música. Sólo salía para visitar inválidos distinguidos, o para dar su opinión en casos difíciles o para estudiar epidemias de especial interés o gravedad. Su reputación como poeta, humanista, médico y astrónomo se extendió por toda Europa. Cuando murió, a los 77 años de edad, los veroneses honraron su memorial y le erigieron un monumento que todavía puede verse hoy.

Figura 13. Girolamo Fracastoro (1483-153).

Fracastoro es recordado en la historia de la medicina principalmente como autor de un poema aparecido en 1530, en el cual se describe la sífilis y de donde esa enfermedad tomó su nombre. Sin embargo, la contribución más importante de Fracastoro a la teoría del contagio no fue su poema Sífilis, sino De sympathia et antipathia rerum, liber unus, de contagione et contagiosis morbus et curacione, liber III, Venecia, 1546, 77 pp.. En la segunda parte de este volumen, De contagione, se encuentra una serie de conceptos acerca del contagio de algunas enfermedades que tiene un aire casi moderno y que justifica la postura de Fracastoro como el precursor más importante de la teoría infecciosa de la enfermedad. Antes de resumir sus ideas, recuérdese que los únicos hechos que Fracastoro conocía eran sus observaciones clínicas y epidemiológicas. El uso científico de los microscopios y el mundo que descubrieron se encontraban a más de 200 años de distancia en el futuro.

En el capítulo 2 de su Liber 1, Fracastoro se refiere a los diferentes tipos de infección como sigue:

Los tipos esenciales de contagio son en número de tres: 1) infección por puro contacto; 2) infección por contacto humano y con objetos contaminados, como en la sarna, la tisis, la pelada, la lepra (elefantiasis) y otras de ese tipo. Llamo "objetos contaminados" a cosas como vestidos, ropas de cama, etc., que aunque no se encuentran corrompidos en sí mismos, de todos modos pueden albergar las semillas esenciales (seminaria prima) del contagio y así producir infección; 3) finalmente hay otra clase de infección que actúa no sólo por contacto humano y con objetos sino que también puede trasmitirse a distancia. Estas son las fiebres pestilenciales, la tisis, ciertas oftalmias, el exantema llamado viruela, y otras semejantes.


La infección por contacto la compara Fracastoro con la putrefacción que pasa de un racimo de uvas a otros vecinos, o de una manzana a otras en la misma canasta; en cambio, le parece que la infección por objetos contaminados es de tipo diferente ya que el principio infeccioso (primo infecto), al pasar del enfermo al objeto puede permanecer en él sin modificarse durante tiempos variables que pueden ser hasta de dos o tres años.

Para explicar la infección a distancia Fracastoro presenta la teoría del hálito o de la exhalación, que supone que todos los cuerpos u objetos están continuamente desprendiendo partículas que percibimos a través de nuestros sentidos; por ejemplo, la exhalación de una cebolla puede apreciarse por el olfato y además produce lagrimeo. De manera similar, las exhalaciones de ciertas enfermedades pueden viajar a distancia y producir contagio, pero con diferencias importantes: en primer lugar, las semillas se unen a los humores con los que tienen afinidad, y en segundo lugar, generan otras semillas similares a ellas mismas hasta que todo el cuerpo se encuentra afectado. Fracastoro no sólo anticipó de esta manera la multiplicación de los agentes biológicos de enfermedad dentro del paciente, sino que además señaló su especificidad como sigue:

Existen plagas de árboles que no afectan a los animales y otras propias de las bestias que no atacan a las plantas. También entre los animales hay padecimientos propios del hombre, del ganado, de los caballos, etc. Es más, considerando por separado los distintos tipos de seres vivos, hay enfermedades que afectan a los niños y a los jóvenes que no ocurren en los viejos y viceversa. También hay otras que sólo atacan a los hombres, o sólo a las mujeres, y todavía otras que atacan a ambos sexos. Algunos sujetos atraviesan inermes las pestilencias mientras que otros se enferman de ellas.


Fracastoro distingue entre las infecciones y los envenenamientos señalando que estos últimos no producen putrefacción ni pueden reproducir en otro organismo sus semillas, o sea que no son infecciosos.

En el libro II de De contagione Fracastoro describe la historia natural de varias enfermedades contagiosas y echa mano de su experiencia personal como clínico y epidemiólogo para comentarlas. En relación con el sarampión y la viruela, señala que afectan principalmente a los niños; además, sólo en raras ocasiones vuelven a ocurrir en sujetos que ya las han padecido. Su descripción del tifo exantemático es clásica. Señala a la tisis como contagiosa y dice que las semillas de este padecimiento son específicas para el pulmón. Dice que la rabia sólo se adquiere por la mordida de un perro rabioso y el periodo de incubación, que en general es de 30 días, puede prolongarse hasta por 8 meses (como en un caso que tuvo oportunidad de observar); que la sífilis puede transmitirse a los hijos a través de la leche de las madres infectadas y la enfermedad ha cambiado su fisonomía con el tiempo, etc. El libro III se refiere en once capítulos al tratamiento de muchas enfermedades contagiosas.

Existe una controversia acerca de la influencia que las ideas de Fracastoro tuvieron en la medicina de su tiempo y la de sus sucesores. La idea de que, al igual que Vesalio y Paré, Fracastoro fue responsable de una revolución en el pensamiento médico del Renacimiento que transformó conceptos medievales en modernos es difícil de sostener. Sus libros no tuvieron repercusión comparable a la Fabrica de Vesalio o las Oeuvres de Paré. De hecho, estudios recientes no han revelado que los escritos de Fracastoro se usaran para avanzar en la comprensión de las enfermedades infecciosas. Mucho de lo que enseñó a mediados del siglo XVI tuvo que redescubrirse en los siglos XVIII y XIX.

Quizá el problema principal es que la obra de Fracastoro fue un intento de retratar la naturaleza con una finísima malla de hipótesis e intuiciones geniales, pero con muy pocos hechos. La principal diferencia de la obra de Fracastoro, en comparación con las de Vesalio y Paré, es que mientras la del primero es casi puramente teórica, las de los segundos son eminentemente prácticas; en ausencia de demostraciones objetivas era válido proponer otras ideas y explorar otros caminos.

Fracastoro era un renacentista genial pero se adelantó a su tiempo y pagó por ello; pero si hubiera nacido un siglo más tarde, cuando los microscopios alcanzaron el desarrollo necesario para revelar el universo microbiológico, sus semillas hubieran pasado de ser meras hipótesis a convertirse en algo concreto en el mundo de la realidad, y con ello su contribución al progreso de la medicina hubiera sido incomparablemente mayor.

LA REVOLUCIÓN FISIOLÓGICA

Otro aspecto de la biología que se benefició con el impulso del Renacimiento científico fue la fisiología. Galileo Galilei (1564-1642) no sólo hizo una serie de observaciones astronómicas que arrojaron dudas sobre el universo aristotélico, sino que a partir de sus estudios de la mecánica introdujo el concepto de la matematización de la ciencia. Uno de los primeros que empleó métodos cuantitativos en la medicina fue Santoro Santorio (1561-1635), quien ingresó a la Universidad de Padua a los 14 años de edad y se graduó de médico a los 21; al poco tiempo viajó a Polonia como médico del rey Maximiliano y ahí permaneció 14 años. En 1611 fue nombrado profesor en Padua y estuvo enseñando y trabajando en esa ciudad hasta 1624, cuando renunció y marchó a Venecia, donde ejerció la medicina hasta su muerte. Santorio era amigo de Fabrizio de Aquapendante y de Galileo, con los que mantuvo correspondencia durante los años que estuvo alejado de Padua. Es posible que Santorio haya discutido algunos de los problemas que le interesaban con Galileo.

En una ocasión memorable, Galileo observó los movimientos de un candelero en la catedral de Pisa y al compararlos con su pulso encontró que eran regulares; de ahí partió la ley de la isocronía del péndulo. Santorio invirtió el proceso y contó el pulso usando un péndulo cuya cuerda se ajustaba hasta que se moviera a la misma velocidad del pulso; la velocidad se expresaba en términos de la longitud de la cuerda del péndulo. Este fue el modelo más simple del pulsilogium, que posteriormente se hizo más complejo. Galileo inventó el termómetro de alcohol (y lo llamó sherzino, "chistecito") pero Santorio, dándose cuenta de su importancia para medir la temperatura de la fiebre, diseñó no uno sino tres diferentes termómetros: uno con un bulbo grande para sostener en la mano, otro con un embudo para que respirara el paciente, y otro pequeño para tomar la temperatura oral.

La obra más famosa de Santorio es su Ars de statica medicina aphorismi (Aforismos del arte de la medicina estática, 1614) cuyo frontispicio es la famosa imagen del autor sentado en su silla metabólica frente a una mesita con alimentos y una copa de vino. Entre varios experimentos, Santorio encontró que si pesaba sus alimentos y después pesaba sus excreciones, había una diferencia a favor de los alimentos; esta diferencia la eliminaba de manera imperceptible, a la que llamó transpiración insensible. Según sus cálculos, el peso de la transpiración insensible en 24 horas era de 1.250 kg., lo que corresponde al limite superior normal, medido con mucho mejores instrumentos y métodos tres siglos después. El libro de Santorio es importante porque sus aforismos están basados directamente en sus observaciones experimentales, a pesar de que como médico era un galenista confirmado y sus métodos terapéuticos eran hipocráticos.

De mayor impacto en el desarrollo de la fisiología científica fue el descubrimiento de la circulación de la sangre por William Harvey (1578-1657). La idea ya había sido sugerida desde el siglo XIII por Ibn an Nafis, y mucho se ha discutido que en el siglo XVI tanto Servet como Colombo habían mencionado que la sangre del ventrículo derecho pasaba al ventrículo izquierdo por los pulmones y no a través del tabique interventricular, como lo había postulado Galeno. Incluso Colombo señala:

Entre los ventrículos está el septum, a través del cual casi todos piensan que hay un paso entre el ventrículo derecho y el izquierdo, de modo que la sangre en tránsito puede hacerse sutil por la generación de los espíritus vitales que permitan un paso más fácil. Sin embargo, esto es un error, porque la sangre es llevada por la vena arterial (arteria pulmonar) a los pulmones... Regresa junto con el aire por la arteria venal (venas pulmonares) al ventrículo izquierdo del corazón. Nadie ha observado o registrado este hecho, aunque puede ser visto fácilmente por cualquiera.

 

Figura 14. William Harvey ( 1578-1657).

Este texto sugiere que Colombo no sólo mencionó la circulación pulmonar de la sangre sino que la había observado directamente. Harvey conocía el libro de Colombo y se refirió a él por lo menos tres veces en su propia obra. No se sabe si Colombo había consultado el libro de Servet, Restitutio christianismi, en donde se sugiere la existencia de la circulación pulmonar, pero es poco probable porque Servet fue quemado vivo en 1553 y casi todas las copias de su libro fueron destruidas, excepto tres, mientras que el texto de Colombo apareció en 1559.

Harvey nació en Folkestone y estudió en Cambridge. De ahí pasó, en 1517, a estudiar medicina en la Universidad de Padua, donde fue alumno de Fabrizio de Aquapendante, de quien conservó gratos recuerdos toda su vida. Tras graduarse en 1602 regresó a Londres a ejercer la medicina. Su prestigio profesional creció rápidamente y en 1609 fue electo médico del Hospital de San Bartolomé. En 1615 Harvey fue nombrado conferencista en el Colegio de Médicos de Londres; su primer curso lo dictó al año siguiente y todavía se conservan las notas que hizo para sus conferencias. Puede verse que desde entonces ya tenía clara la idea de la circulación de la sangre, pero no la publicó sino hasta 1628, en su famoso libro De motu cordis. La teoría galénica del movimiento de la sangre en el organismo no consideraba un movimiento circular sino más bien de ida y venida de la sangre dentro del sistema venoso; según Galeno y todos sus seguidores, las arterias no contenían sangre sino aire, pneuma. Además, la sangre se generaba continuamente en el hígado, a partir de los alimentos, y alguna pasaba del lado derecho al lado izquierdo del corazón a través de los poros del tabique interventricular, para mezclarse con el aire. Harvey presentó muchos datos en contra de este concepto, derivados de distintas observaciones en anatomía comparada, en embriología, en vivisecciones y en disecciones anatómicas no sólo de cadáveres humanos sino también de muchas otras especies animales.

Conviene señalar, sin embargo, que Harvey nunca vio la circulación sanguínea, sino que la dedujo de sus observaciones: la circulación de la sangre explicaba, mejor que ningún otro concepto, la totalidad de los hechos. La conclusión de su libro es la siguiente:

Permítaseme que ahora resuma mi idea sobre la circulación sanguínea, y de esta manera la haga generalmente conocida.

En vista de que los cálculos y las demostraciones visuales han confirmado todas mis suposiciones, a saber, que la sangre atraviesa los pulmones y el corazón por el pulso de los ventrículos, es inyectada con fuerza a todas las partes del cuerpo, de donde pasa a las venas y a las porosidades de la carne, fluye de regreso de todas partes por esas mismas venas de la periferia al centro, de las venas pequeñas a las mayores, y por fin llega a la vena cava y a la aurícula del corazón; todo esto, también, en tal cantidad y con tan grande flujo y reflujo del —corazón a la periferia y de regreso de la periferia al corazón— que no puede derivarse de la ingesta y también es de mucho mayor volumen que el que sería necesario para la nutrición.

Estoy obligado a concluir que en los animales la sangre es mantenida en un circuito con un tipo de movimiento circular incesante, y que ésta es una actividad o función del corazón que lleva a cabo por medio de su pulsación, y que en suma constituye la única razón para ese movimiento pulsátil del corazón.

La importancia del descubrimiento de la circulación sanguínea es enorme, pero no sólo por el hecho mismo sino también por la metodología empleada por Harvey. Como Vesalio en la anatomía y Paré en la cirugía, Harvey se plantea un problema fisiológico y para resolverlo no sigue la tradición medieval, que era consultar los textos de autoridades como Galeno o Avicena, sino que adopta una actitud nueva y muy propia del Renacimiento: el estudio directo de la realidad. Ya en sus notas para las conferencias de 1616 en el Colegio de Médicos de Londres señala que había disecado más de 80 especies distintas de animales, haciendo experimentos y observaciones pertinentes a la solución de su problema. En De motu cordis relata experimentos hechos en serpientes, cuyo corazón continua latiendo un tiempo prolongado después de la muerte, y otros más sencillos comprimiendo venas prominentes en brazos humanos, en los que demuestra la proveniencia de la sangre que llena las venas y las funciones de las válvulas venosas.

Además de su habilidad experimental y de su penetrante capacidad de análisis crítico, Harvey tiene otra gran virtud científica, que lo aparta todavía más del espíritu de la Edad Media: su reticencia para adentrarse en problemas que no estaban directamente relacionados con sus observaciones. En sus escritos no hay nada sobre el origen del calor innato o sobre la naturaleza de la vida, que tanto habían ocupado a sus antecesores durante siglos sin producir resultados aceptables. A partir de Harvey se inicia la revolución en la fisiología, manifestada por la tendencia progresiva de los investigadores a plantear y resolver los problemas de esta disciplina en términos más objetivos de mecánica, de física, de química o de anatomía comparada, alejándose al mismo tiempo de explicaciones basadas en tendencias esenciales o en designios sobrenaturales.

LA REVOLUCIÓN MICROSCÓPICA

Durante el siglo XVII ocurrió otra revolución más, que junto con la anatómica, la quirúrgica y la fisiológica, iba a contribuir de manera fundamental a la transformación científica de la medicina, al proporcionar el instrumento necesario para explorar un amplio y fascinante segmento de la naturaleza desconocido hasta entonces: el mundo microscópico.

Desde la antigñedad se sabía que los objetos aparecen de mayor tamaño cuando se ven a través de una esfera de cristal; Plinio dice que Nerón usaba una esmeralda con este propósito. Alhazen (965-1039), uno de los más celebrados oftalmólogos árabes, se refirió al aumento y a las distorsiones de los objetos producidas por esferas de cristal, y Roger Bacon (1240-1292) señaló lo mismo y además comentó la utilidad que el aumento tendría para personas con problemas de visión, pero sus obras se publicaron hasta cinco siglos más tarde (1733). Los primeros anteojos se fabricaron en Venecia en el siglo XIV, y desde entonces ya había castigos para los fabricantes que los hicieran de vidrio en lugar de cristal.

Los microscopios ópticos son de dos tipos generales, según el número de lentes que los forman: simples, de una sola lente, y compuestos, de más de una lente. Es posible que el primer microscopio haya sido uno compuesto, el construido por Galileo en 1610, como un complemento (invertido) de su invención del telescopio; sin embargo, la imagen que revelaba era muy deficiente. Galileo lo llamó occhiale y todavía en 1642 señaló que aumentaba "las cosas pequeñas unas 50 000 veces, de modo que una mosca se ve del tamaño de una gallina", lo que era una exageración, pues hasta principios del siglo XIX los máximos aumentos logrados con microscopios compuestos no eran mayores de 250 X.

Los primeros microscopios simples fueron pequeñas lentes de aumento (biconvexas) que en el siglo XVII dejaron de ser juguetes curiosos y alcanzaron claridad y resolución suficientes para hacer observaciones confiables en manos de un personaje extraordinario: Anton van Leeuwenhoek (1632-1723). Pequeño burgués en un pueblo de Holanda (comerciante en telas en Delft), sin educación universitaria alguna (ignorante de idiomas), en su juventud se aficionó a la talla de lentes y en pocos años se convirtió en un tallador experto. Con el tiempo, sus lentes de gran aumento fueron los mejores de Europa, pues alcanzaban resoluciones hasta de 200 X.

Figura 15. Anton van Leeuwenhoek (1632-1723).

Leeuwenhoek siguió tallando lentes biconvexos cada vez mejores y construyendo diferentes microscopios simples toda su vida, pero al mismo tiempo desarrolló un gran talento para observar e interpretar lo que veía con ellos. Su curiosidad nunca tuvo ni un proyecto definido ni límites aparentes: todo le interesaba y todo era nuevo, no sólo para él sino para todo el mundo. En 1674 envió una primera carta con algunas de sus observaciones microscópicas a la Real Sociedad de Londres, que reconociendo su originalidad y su interés las tradujo y las publicó en sus Transactions. La correspondencia de Leeuwenhoek con esa augusta sociedad científica alcanzó más de 200 comunicaciones y la sostuvo hasta su muerte. Fue el primero en ver y en describir muchas estructuras microscópicas, como los espermatozoides, los protozoarios (Vorticella), los vasos capilares, los eritrocitos, las láminas del cristalino, las miofibrillas y las fibras musculares estriadas, y varios tipos de bacterias.

Marcello Malpighio (1628-1694) fue uno de los precursores en el estudio microscópico de muchos tejidos, tanto de plantas como de animales y humanos. Fue profesor de medicina en Pisa, Bolonia y Mesina, pero en todas partes encontró la oposición de los galenistas, que se resistían a abandonar sus antiguas ideas. En Pisa coincidió con Giovanni Antonio Borelli (1608-1679), quien era profesor de matemáticas, y ambos tuvieron gran influencia mutua en sus respectivos trabajos. Finalmente Malpighio regresó a Bolonia, y de ahí pasó a Roma como médico del papa Inocencio XII, quien admiraba su trabajo y lo protegió. En 1661 publicó su primer libro, De pulmonibus observationes anatomicae (Observaciones anatómicas en los pulmones), en el que describe los alvéolos pulmonares y la comunicación de las arterias con las venas pulmonares a través de los capilares en el pulmón de la rana. En publicaciones ulteriores describió por primera vez los glóbulos rojos (pero los confundió con adipocitos), la estructura de la piel, de los ganglios linfáticos y del bazo, la existencia de los glomérulos en el riñón, el desarrollo embrionario de varias especies y la anatomía de las plantas. Malpighio fue uno de los primeros en señalar la identidad esencial de la vida de plantas y animales.

Entre los primeros microscopistas debe recordarse al padre Athanasius Kircher (1602-1680), jesuita alemán profesor en Wñnzburg que emigró a Italia durante la Guerra de los Treinta Años y trabajó de profesor de matemáticas en el Colegio de Roma. Kircher escribió tratados sobre muy distintas materias: matemáticas, música, astronomía, filosofía, teología, filología, arqueología, magnetismo, óptica, la peste, la tierra, los cielos, historia, geografía, prestidigitación, acústica y los milagros. En su obra Scrutinium physico-medico (1658), dedicada al papa Alejandro VII, después de decir que su microscopio tenía un aumento de 1 000 X, lo cual es una clara exageración, Kircher relata haber examinado con él la sangre de un enfermo de peste:

[...] una hora después de la venodisección se encontraba tan lleno de gusanos que casi me sorprendió, a pesar de lo cual el hombre todavía estaba vivo; cuando murió los gusanos invisibles eran tan numerosos...


Es seguro que con su microscopio, que cuanto más aumentaba 100 diámetros, Kircher no pudo haber visto ni a Pasteurella pestis ni a ninguna otra bacteria del mismo o hasta de mayor tamaño. Singer sugiere que sus gusanos eran rouleaux de eritrocitos, pero Dobell afirma que eran puras visiones o fantasías.

Otro notable microscopista fue Robert Hooke (1635-1703), también inventor y arquitecto, aparte de funcionar como el primer encargado de los experimentos de la Real Sociedad de Londres. En 1665, Hooke publicó su hermoso libro Micrographia, el primero con ilustraciones microscópicas de distintos objetos, entre ellos el corcho, en el que por primera vez se describe y se ilustra una célula biológica y se usa la palabra célula con el sentido que tiene hoy. Además, es interesante que el libro de Hooke se publicara en inglés y no en latín.

La revolución microscópica se inició en el siglo XVII y con ella ocurrió lo mismo que con el descubrimiento de América fines del siglo XV: repentinamente ingresó a la realidad un nuevo mundo cuya existencia había sido objeto de fantasías y de sueños, pero que al explorarlo resultó ser mucho más amplio y complejo de lo que se había imaginado.

LA REVOLUCIÓN EN LA PATOLOGÍA

A fines de la Edad Media se empezó a relajar la prohibición eclesiástica y secular de las autopsias (véase la sección Preludio del Renacimiento, capítulo IV, p. 69). Al principio se autorizaron en casos legales, pero pronto algunos médicos empezaron a practicarlas en sus pacientes fallecidos, en busca de un diagnóstico o de la causa de la muerte. El primero en dejar un registro de su experiencia con este procedimiento fue un médico florentino, Antonio Benivieni (1443-15O2), que estudió en Pisa y Siena. Ejerció la medicina (con preferencia por la cirugía) en su ciudad natal; entre sus clientes se encontraban los nombres más aristocráticos de Florencia, como los Médicis y los Guicciardini. También fue médico y amigo de Savonarola. De acuerdo con su tiempo, Benivieni era un médico humanista, galenista y arabista, como se confirma por los libros que tenía en su biblioteca: Cicerón, Juvenal, Terencio, Virgilio y Séneca, entre otros clásicos, y Aristóteles, Celso (De re medica), Dioscórides, Galeno, Hipócrates, Avicena, Averroes, Constantino el Africano, Nicolás el Selenita (Antidotarium), Saliceto (Practica) y otros más. Participaba en la vida cultural de Florencia y entre sus amigos se contaban el filósofo Marsilio Ficino y los poetas Angelo Poliziano y Benedetto Varchi, quienes le dedicaron algunas de sus obras. Su libro, De abditis nonnulis ac mirandis morborum et sanationum causis (De las causas ocultas y maravillosas de las enfermedades y de sus curaciones) apareció en 1507, cinco años después de su muerte pero todavía seis años antes de que naciera Vesalio. Contiene 111 casos clínicos vistos por Benivieni, entre los que hay 15 con autopsia o estudio anatómico de las lesiones.

Figura 16. Antonio Benivieni (1443-1502).

Los protocolos incluyen breves descripciones clínicas de la enfermedad y referencias casi telegráficas a los hallazgos de la autopsia. Por ejemplo, el caso XXXVI dice lo siguiente:

Mi tocayo, Antonio Bruno, retenía el alimento que había ingerido por un corto tiempo y después lo vomitaba sin haberlo digerido. Fue tratado cuidadosamente con toda clase de remedios para curar los problemas gástricos pero como ninguno le sirvió para nada, adelgazó por falta de nutrición hasta quedarse en pura piel y huesos; finalmente le llegó la muerte.

El cadáver se abrió por razones de interés público. Se encontró que la apertura de su estómago se había cerrado y que se había endurecido hasta la parte más inferior resultando en que nada podía pasar por ahí a los órganos siguientes, lo que hizo inevitable la muerte.

En este caso el diagnóstico, a cuatro siglos de distancia, es sencillo: probablemente se trató de un cáncer del estómago, de la variedad linitis plástica.

La brevedad de las descripciones revela que el interés de Benivieni era fundamentalmente práctico. Se trataba de encontrar una explicación satisfactoria para los síntomas y la defunción del paciente. En De abditis no hay discusiones teóricas o elucubraciones escolásticas, aunque Galeno sigue siendo la autoridad indiscutible. Pero el texto sugiere que la "apertura" de algunos pacientes fallecidos, en busca de la naturaleza de la enfermedad y de la causa de la muerte, o sea la correlación anatomoclínica, no era algo excepcional en la práctica de la medicina, por lo menos en centros culturales como Florencia.

Con el tiempo empezaron a aparecer recopilaciones de casos anatomoclínicos publicados en Italia, Francia, Holanda y Alemania. Una de las más extensas fue la de Johann Schenk von Grafenberg (1530-1598), quien estudió en Tubinga y después de ejercer la medicina en Estrasburgo acepto la posición de médico de la ciudad de Friburgo, en donde finalmente murió. Su libro apareció al final de su vida (1597) con el título de Observationen medicarum rararum... libri VII, y tuvo mucho éxito. Se trata de una colección de más de 900 páginas que contiene observaciones resumidas de Silvio, Vesalio, Colombo, Bahuin, Avenzoar, Garnerus y muchos más, mezcladas con sus propios casos, cuya consulta se facilita gracias a un excelente índice. De especial interés es Johann Jakob Wepfer (1620-1695) de Schafhausen, quien fue uno de los médicos más famosos del siglo XVII. Interesado en afecciones cerebrales, hacía todos los esfuerzos por conseguir permiso para autopsiar a sus pacientes fallecidos y a él se debe la descripción original de las hemorragias cerebrales causadas por ruptura de pequeños aneurismas arteriales. Su propia enfermedad incurable, probablemente insuficiencia cardiaca, fue descrita en la edición póstuma de sus obras, en el prefacio que lleva el nombre de Memoria Wepferiana, y se acompaña de una ilustración de la aorta de Wepfer, que muestra claramente una ateroesclerosis avanzada. La autopsia se realizó "como es costumbre" y el protocolo, debido a un doctor D. Pfister, describe en forma breve pero completa casi todos los órganos; el corazón se encontró aumentado de tamaño y con consistencia ósea cerca de la válvula de la arteria pulmonar.

Pero el recopilador más acucioso y exhaustivo del siglo XVII fue Théophile Bonet (1620-1689), quien nació en Ginebra y se graduó en Bolonia a la edad de 23 años. Ingresó al servicio del duque de Longueville en Neuf-Chatel e intentó introducir medidas para regular la práctica de la medicina, pero los demás médicos se opusieron a ellas. Después de recibir una golpiza que le propinaron un médico y un boticario, renunció a su puesto y regresó a Ginebra, donde ejerció la medicina con mucho éxito; además, en 1652 fue nombrado miembro del Consejo de los Doscientos, que tenía funciones de gobierno en Ginebra. Sin embargo, poco después de cumplir 50 años de edad se quedó completamente sordo y se vio obligado a reducir su consulta, lo que le proporciono más tiempo libre para dedicarse a estudiar y escribir, lo que hizo de manera incansable y prodigiosa. Publicó por lo menos 16 libros, pero el que nos interesa apareció en 1679, con el título de Sepulchretum sive anatomia practica ex cadaveribus morbo denatis..., formado por tres grandes tomos que alcanzan las 1 706 páginas y contienen cerca de 3 000 casos clínicos con sus respectivas autopsias, recopilados de los escritos de 469 autores. Los casos están ordenados por síntomas principales, en parte alfabética y en parte anatómicamente. Por ejemplo, en el Libro I la primera sección trata de enfermedades de la cabeza, la segunda de hemorragias cerebrales, la tercera de padecimientos con estupor, la cuarta de catalepsia e insomnio, etc. Anticipando lo difícil que iba a ser la consulta de su Sepulchretum para encontrar información sobre un punto específico, Bonet preparó varios índices cruzados para su primera edición. Sin embargo, en la segunda, en 1700 (once años después de su muerte), los índices desaparecieron y el editor Manget se justificó diciendo que estaban hechos con poco cuidado. Esta omisión no fue completamente negativa, porque le sirvió de estímulo a Morgagni para publicar su inmortal De sedibus medio siglo mas tarde (véase la sección La anatomía patológica, capítulo VI, p. 121).

La revolución en la patología se inició y avanzó de manera considerable en el siglo XVI, con la generalización de la práctica de la autopsia de interés médico y la publicación de numerosos textos de correlación anatomoclínica, así como con su recopilación por autores enciclopédicos, más preocupados por incluir todo lo publicado sobre la materia hasta entonces que por separar la arena de los diamantes, entre los que sobresale Bonet. Éste fue el principio de una nueva forma de estudiar la enfermedad, que siguió el camino señalado por Vesalio en la anatomía y por Harvey en la fisiología: para conocer a la naturaleza, hay que interrogarla a ella misma, en lugar de buscarla en los textos de Galeno o de Avicena.

LA REVOLUCIÓN CLÍNICA

De enorme importancia dentro de la historia de la medicina es la revolución, a fines del Renacimiento, en la forma como los médicos atendían a sus pacientes. Hasta entonces, lo común era una visita en la que el doctor escuchaba las quejas del enfermo, sentía su pulso, examinaba su orina, y a continuación se enfrascaba en (una compleja disertación que variaba en contenido según la escuela a la que pertenecía (galenista, iatroquímica, iatrofísica, animista, browniana, y muchas otras más), pero que siempre era esencialmente teórica y que al final terminaba con variantes de las mismas tres indicaciones terapéuticas, heredadas de los tiempos de Hipócrates: dieta, sangrías y purgantes, a lo que la Edad Media había agregado, diferentes "medicinas", como la teriaca y otros menjurjes igualmente inútiles o hasta peligrosos. Poco a poco algunos médicos empezaron a sentirse incómodos con esa forma de proceder, con los restos del pensamiento medieval y hasta con las teorías renacentistas en boga; en su lugar buscaron en la actitud hipocrática clásica una salida a sus inquietudes. El prototipo de esta actitud fue Thomas Sydenham (Dorsetshire, 1624-1689), quien hizo sus estudios en Oxford, después pasó un tiempo en Montpellier y finalmente se graduó en Cambridge, a los 52 años de edad. Se estableció en Londres y fue uno de los médicos más famosos de Europa, sin dar clases en ninguna universidad, ni fundar ninguna escuela. Sus escritos son escasos y breves.

Figura 17. Thomas Sydenham (1624-1689).

Sydenham es importante porque representa un cambio radical en la conducta del médico ante el paciente, un retorno a la idea hipocrática de la observación cuidadosa de los síntomas y al concepto de que representan los esfuerzos del organismo para librarse de la enfermedad. Sydenham también contribuyó de manera fundamental a la consolidación de la idea de la historia natural de la enfermedad. En sus propias palabras:

En la producción de enfermedades la naturaleza es uniforme y consistente, tanto que para la misma enfermedad, en diferentes personas, los síntomas son en su mayoría los mismos; e iguales fenómenos a los que se observarían en la enfermedad de un Sócrates se encontrarían en el padecimiento de un tonto. De la misma manera los caracteres universales de una planta se extienden a cada individuo de la especie, y cualquiera (hablo de un ejemplo) que describa exactamente el color, sabor, olor, figura, etc., de una sola violeta, encontrará que su descripción es buena, igual o aproximadamente, para todas las violetas de esa especie particular en la superficie de la Tierra.

De esta manera Sydenham postula la existencia independiente de las enfermedades y la posibilidad de distinguirlas entre sí partiendo de sus síntomas y signos característicos. Lo que hacía falta era abandonar todas las hipótesis y todos los sistemas filosóficos que pretendían explicar, y a veces hasta sustituir la realidad, y dedicarse a describir los fenómenos patológicos con la misma fidelidad con que un pintor pinta un retrato.

Varias de las ideas de Sydenham se explican fácilmente si se considera la patología de la época en que vivió. Las enfermedades epidémicas fueron muy frecuentes en Londres en esos años: 1667, de un total de 500 000 personas murieron 16 000, mientras que en ese mismo año sólo nacieron 11 000; dos años antes la peste había exterminado 100 000 habitantes de la ciudad. Para 1667 la peste había cesado pero en ese año murieron 1 300 personas de sarampión, 2 000 de cólera, 3 000 de tuberculosis, etc., y sólo 1 000 alanzaron una edad que le permitió al encargado de anotar en los libros de registro que murieron de "vejez". Con este material, Sydenham tenía la oportunidad de ver muchos pacientes de la misma enfermedad en un mismo día y de formarse una imagen muy nítida de ella; de hecho, fue el primero en distinguir el sarampión de la escarlatina. Algo semejante le ocurrió con la gota, porque él mismo la padeció, por lo que pudo describirla con minuciosidad.

Los libros de Sydenham son interesantes porque, entre otras muchas cosas, no cita a ningún otro autor, con excepción de Hipócrates. Su desprecio por la literatura médica era legendario, sobre todo la de carácter más especulativo. En uno de sus primeros libros, Ars medica (1669) señala que los que piensan volverse médicos capaces estudiando las doctrinas de los humores, o lo que piensan que su conocimiento del azufre y del mercurio los ayudará a tratar una fiebre:

[...] pueden igualmente creer que su cocinera debe su destreza para cocinar y hervir a su estudio de los elementos, y que sus especulaciones sobre el fuego y el agua le han enseñado que el mismo líquido humeante que endurece el huevo reblandece a la gallina.


Con todo y su desprecio por las teorías, Sydenham también especuló sobre la enfermedad, postuló la existencia de una constitución animal que predisponía a ciertas enfermedades en las distintas estaciones del año, así como de una constitución epidémica determinada por los astros. Además, creía que la naturaleza guiaba estas constituciones a través de un instinto secreto, semejante a la vis medicatrix natura de los antiguos.

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