V. LA MEDICINA EN EL RENACIMIENTO (SIGLOS XV A XVII)

INTRODUCCI�N

DE ACUERDO con Sarton, el Renacimiento ocupa el periodo comprendido entre los a�os 1450 y 1600, pero �l mismo se�ala que esos límites son arbitrarios, y que igual podr�an aceptarse otros m�s "naturales", como 1492 (a�o del "descubrimiento" del Nuevo Mundo) o 1543 (a�o de la publicaci�n del libro de Vesalio, De humani corporis fabrica, y del de Cop�rnico, De revolutionibus), para marcar el principio del Renacimiento, mientras que 1616 (a�o de la muerte de Cervantes y de Shakespeare) o 1632 (a�o de la publicaci�n del libro de Galileo, Di�logo de ambos mundos) servir�an igualmente bien para se�alar su fin y el inicio de la Edad barroca.

Cualesquiera que sean sus l�mites, el Renacimiento se caracteriz� por dos tipos generales de actividades: 1) las humanistas o imitativas, cuyo inter�s era la recuperaci�n de los cl�sicos griegos y latinos, tanto en literatura como en arte, y 2) las cient�ficas o no imitativas, cuya mirada estaba dirigida no al pasado sino al futuro. Los humanistas eran un grupo de hombres muy bien educados, nobles y arist�cratas muchos de ellos, no s�lo de rango sino de esp�ritu, los �rbitros de la cultura y del buen gusto de su tiempo, que perfeccionaban sus conocimientos de griego, de lat�n y de arte a lo largo de a�os de estudio; sus trabajos recuperaron a la cultura cl�sica para todos los tiempos. En cambio, los cient�ficos conoc�an poco el lat�n y menos el griego, eran iconoclastas y rebeldes, algunos hasta francamente rudos y antisociales, al grado que sus enemigos los llamaban b�rbaros y analfabetos, muchas veces con raz�n. Sin embargo, algunos de ellos fueron geniales y lo que crearon contribuy� mucho m�s que los trabajos de los humanistas a la transformaci�n del mundo medieval en moderno.

Se han se�alado varios factores como causantes del Renacimiento, aunque algunos de ellos tambi�n podr�an verse como sus consecuencias. En vista de que varios de ellos influyeron en la evoluci�n de la medicina, a continuaci�n se enumeran brevemente, sin que el orden en que se mencionan signifique secuencia cronol�gica o jerarqu�a de importancia.

1) Invenci�n de la imprenta. La posibilidad de hacer r�pidamente muchos ejemplares de un texto y distribuirlos entre los interesados se inició hacia 1450. Hasta entonces, la difusi�n de las ideas era muy ineficiente y se hac�a por medio de la tradici�n oral y de copias manuscritas, ambas sujetas a variaciones y errores en cada paso de un individuo a otro; adem�s, los textos escritos s�lo pod�an ser consultados por los pocos que sab�an leer lat�n o �rabe. La imprenta hizo accesibles las ideas cl�sicas a una poblaci�n mayor y su influencia se increment� cuando los libros empezaron a imprimirse en idiomas nacionales.

2) "Descubrimiento" del Nuevo Mundo. El efecto de la duplicaci�n repentina del tama�o del mundo conocido, en la mentalidad del hombre medieval, casi no puede concebirse hoy d�a. Junto con ese portento vino otro: la existencia de grandes grupos humanos con culturas e historias totalmente nuevas e independientes de las europeas. Frente a tales noticias era imposible conservar actitudes estrechas y visiones miopes respecto a la naturaleza y al sitio del hombre en la Tierra.

3) La nueva cosmogon�a. Junto con el descubrimiento del Nuevo Mundo, la nueva estructura del Universo propuesta por Cop�rnico y defendida por Galileo contribuy� a destronar a la Tierra como el centro del mundo celeste y al hombre como la criatura m�s importante de todo el Universo, objeto principal de la creaci�n divina.

4) Fractura de la hegemon�a religiosa y secular de la Iglesia cat�lica, apost�lica y romana. Al mismo tiempo que aumentaba la educaci�n general y que los hechos parec�an oponerse cada vez con mayor fuerza a ciertos aspectos de las Sagradas Escrituras, la conducta escandalosa de muchos miembros de la Iglesia cat�lica (incluyendo a los papas) provoc� primero la Reforma y despu�s el surgimiento de la Iglesia protestante en Alemania. Cuando el 31 de octubre de 1517 Lutero clav� en la puerta de la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis sobre la venta de las indulgencias, los martillazos iniciaron el resquebrajamiento progresivo de la autoridad eclesi�stica absoluta sobre todos los aspectos de la vida del hombre, hasta entonces monol�tica e inflexible. Incidentalmente, las tesis de Lutero fueron r�pidamente traducidas al alem�n (las originales estaban en lat�n), se imprimieron en la imprenta universitaria y se distribuyeron en toda Alemania, lo que en gran parte explica el enorme apoyo popular que recibieron casi inmediatamente.

5) Concepto secular del Estado. Hasta antes del Renacimiento la sociedad estaba organizada pol�ticamente en grupos relativamente peque�os reunidos alrededor de una ciudad y los terrenos que la circundaban. La autoridad descansaba en los pr�ncipes feudales, que eran los due�os de la tierra y de todo lo que hab�a en ella (hombres, animales, cosechas, agua, etc.) y en sus respectivos p�rrocos y otros miembros de la Iglesia, que eran los due�os del cielo y de la vida eterna, que seg�n ellos podr�a pasarse en el Para�so o en el Infierno, de acuerdo con sus decisiones, que como regla pod�an ser influidos favorablemente por medios terrenales. Esta estructura simple empez� a cambiarse por el concepto secular del Estado, que culminar�a en �pocas renacentistas con el surgimiento de las naciones.

6 )Transformaci�n del idioma. Ya se se�al� que al mismo tiempo que el desarrollo de la imprenta empezaron a usarse distintos idiomas nacionales, al principio adem�s del lat�n, pero muy pronto en lugar de �l. Esto ampli� el n�mero de posibles lectores y favoreci� la emergencia del concepto secular del Estado.

7) Divorcio de las culturas orientales. Durante parte de la Edad Media, los autores cl�sicos hab�an sido traducidos al sirio y al �rabe; el Imperio isl�mico funcion� como una especie de puente entre Oriente y Europa. Entre los siglos IX y XI los autores �rabes fueron los l�deres del pensamiento europeo, al que siguieron influyendo hasta muy entrado el siglo XIII. Esto fue particularmente cierto en la medicina, donde Avicena y Rhazes reinaban junto con Galeno e Hip�crates, no pocas veces por encima de ellos. Durante el Renacimiento se inici� el rechazo de las culturas orientales, pero naturalmente quedaron muchos residuos de ellas incrustados en el mundo occidental. El mejor ejemplo de esto es la Biblia, que se ley� y se sigue leyendo sin recordar que se trata de un libro caracter�sticamente oriental. El s�mbolo mas representativo de la separaci�n de las culturas occidentales de las orientales fue la adopci�n de la imprenta por Occidente y su rechazo por el Imperio musulm�n.

8) Inter�s en el individuo. Las transformaciones mencionadas permitieron al hombre renacentista enfocar su inter�s menos en la santidad y en el m�s all�, menos en la salvaci�n de su alma y en la segunda venida de Cristo, y m�s en s� mismo, en sus propias cualidades y capacidades, tanto actuales como potenciales. Muchos de los personajes t�picos del Renacimiento aparecen hoy como individuos vanidosos, eg�latras y preocupados por proyectar su arte y sus ideas por encima de todo y de todos; basta recordar las vidas de Cellini, de Leonardo o de Miguel Ángel. Adem�s en la Edad Media prevalec�an las ideas tradicionales de Arist�teles y santo Tom�s de Aquino, junto con los planes globales del Universo y de la naturaleza, en los que el hombre ten�a un destino prefijado por la divinidad. En cambio, en el Renacimiento el hombre se encontr� con libertad y poder, due�o de s� mismo, de su inteligencia y de su propio destino. Intoxicado con el descubrimiento de su individualidad, enajenado por sus nuevos poderes y por su libertad, cometi� toda clase de excesos: los condottieros pelearon con furia, los pr�ncipes se envenenaron y apu�alaron mutuamente, los ricos banqueros se enriquecieron todav�a m�s, los mecenas patrocinaron generosamente el arte y la literatura, y los artistas respondieron creando un torrente de maravillas. En medio de la violencia y del peligro que caracterizaba a las cortes de los pr�ncipes renacentistas, pintores como Leonardo, Rafael y el Giotto, escultores como Donatello y Miguel Ángel, arquitectos como Palladio y Brunelleschi, y otros muchos genios m�s produjeron en apenas 150 a�os suficientes obras maestras para llenar m�s de la mitad de los museos de todo el mundo.

9) Emergencia de la ciencia moderna. El surgimiento de la ciencia moderna, tal como la conocemos hoy, tambi�n es un producto del Renacimiento. La renuncia a las explicaciones sobrenaturales, la adopci�n de la realidad como �ltimo juez de nuestras ideas sobre la naturaleza (en lugar de la autoridad dogm�tica), la fuerza de la demostraci�n experimental objetiva, la reducci�n del Universo a unas cuantas f�rmulas, la matematizaci�n del mundo real, contribuyeron en forma progresiva a modificar el car�cter del mundo occidental.

A los distintos factores mencionados arriba como agentes causales o consecuencias inmediatas del Renacimiento, debe agregarse otro de especial inter�s: el hecho de que todos ocurrieron en un lapso muy breve, hist�ricamente casi moment�neo. En efecto, Paracelso muri� dos a�os antes de la publicaci�n de los libros de Vesalio y Cop�rnico; Leonardo era amigo de Maquiavelo y contempor�neo de Miguel Ángel, de Rafael, de Durero, de Crist�bal Col�n, de Antonio Benivieni, de Savonarola, y de Mart�n Lutero; Galileo naci� el d�a en que muri� Miguel Ángel y fue contempor�neo de Descartes, Bacon, Harvey y Kepler. En ese breve lapso (de 1543 a 1661) floreci� Andreas Vesalio, creador de la revoluci�n anat�mica, trabaj� Ambroise Par�, precursor de la cirug�a moderna, Fracastoro escribi� su prof�tico texto sobre las infecciones, Malpighio revel� un mundo microsc�pico nuevo, con el descubrimiento de la circulaci�n de la sangre, Harvey se convirti� en el padre de la fisiolog�a y de la medicina cient�ficas, y Sydenham renunci� a la especulaci�n escol�stica y regres� a la medicina hipocr�tica.

LA REVOLUCI�N ANAT�MICA

Ya se ha mencionado que Mondino de Luzzi (ca. 1270-1326) public� en 1316 uno de los primeros textos de anatom�a humana que hacen referencia a disecciones realizadas por el autor, pero todav�a basado principalmente en los escritos �rabes; adem�s, su libro no contiene ilustraciones, la nomenclatura es compleja y utiliza muchos nombres �rabes, y la calidad de sus descripciones es muy variable. De todos modos, Mondino representa el primer paso de la revoluci�n anat�mica, que tard� dos siglos en dar el siguiente. En ese lapso la anatom�a sigui� siendo italiana, sobre todo porque el papa Sixto IV, que hab�a sido estudiante en Bolonia y Padua, autoriz� en el siglo XV la disecci�n de cad�veres humanos, condicionada al permiso de las autoridades eclesi�sticas, lo que fue confirmado por Clemente VII en el siglo XVI. En la Universidad de Bolonia las disecciones anat�micas fueron reconocidas oficialmente en 1405, y lo mismo ocurri� en la Universidad de Padua en 1429; Montpellier se les hab�a adelantado, pues las disecciones p�blicas se aceptaron en 1377, mientras que en Par�s no se instituyeron sino hasta 1478.

El segundo paso en la revoluci�n anat�mica no lo dieron los m�dicos sino los artistas. Como resultado del naturalismo del siglo XV, los grandes maestros de la pintura como Verrochio, Mantegna, Miguel �ngel, Rafael y Durero hicieron disecciones anat�micas en cad�veres humanos y dejaron dibujos de sus estudios. Uno de los m�s grandes anatomistas de esa �poca fue Leonardo da Vinci (1452-1519), porque en sus cuadernos es posible reconocer la transici�n entre el artista que desea mejorar sus representaciones del cuerpo humano y el cient�fico cuyo inter�s es conocer mejor su estructura y su funcionamiento Leonardo planeaba escribir un texto de anatom�a humana en colaboraci�n con Marcoantonio della Torre (1481-1512), profesor de la materia en Pav�a, pero la muerte prematura de �ste no lo permiti� y sus maravillosos dibujos anat�micos permanecieron ocultos hasta este siglo. El genio de Leonardo no tuvo gran impacto entre sus contempor�neos y sucesores inmediatos, lo que fue una gran p�rdida para la humanidad.

El tercer paso en la revoluci�n anat�mica del siglo XVI lo dio un m�dico belga, Andreas Vesalio (1514-1564), quien naci� en Bruselas y se dice que muri� en la isla de Zante, vecina al Peloponeso griego, cuando apenas ten�a 50 a�os de edad. De acuerdo con Singer:

Pocas disciplinas est�n m�s claramente basadas en el trabajo de un hombre como lo est� la anatom�a en Vesalio. Y sin embargo puede decirse que �l es, en cierto sentido, un hombre afortunado en la posici�n que mantiene en el mundo de la ciencia. Su gran trabajo no fue el resultado de una larga vida de experiencia, como fue el de Morgagni o el de Virchow; no se formul� en el fuego de una hoguera intelectual, como el de Pasteur o el de Claude Bernard; no fue una tarea de razonamientos sutiles y de h�biles experimentos, como fue la de Harvey o la de Hales. Vesalio fue un producto muy caracter�stico de su �poca. La matriz del tiempo estaba en trabajo de parto y lo dio a luz a �l. Su padre intelectual fue la ciencia gal�nica que exist�a desde mucho antes. Su madre fue esa hermosa criatura, el nuevo arte, que entonces estaba en la flor de su juventud. Hasta que estas dos fuerzas no se unieron no pod�a haber un Vesalio. Despu�s de que se unieron ten�a que haber un Vesalio. Si ser genio es ser el producto de su tiempo, entonces Vesalio fue un genio. El era un hombre fuerte y resuelto, de mente clara, bien estructurada y poco sutil, y llev� a cabo aquello para lo que hab�a sido creado. No hizo nada m�s, pero tampoco hizo menos.


Figura 11. Andreas Vesalio (1514-1565)

El nombre original de la familia Vesalio parece haber sido Wesel o Wessel, que significa "comadreja". En la parte central superior del famoso frontispicio de la Fabrica aparecen dos querubines sosteniendo el escudo de la familia, que muestra tres comadrejas corriendo. Vesalio representa la quinta generaci�n de m�dicos en su familia: su tatarabuelo Pedro reuni� una valiosa colecci�n de manuscritos m�dicos de su tiempo (fines del siglo XIV), muchos de ellos se conservaron en posesi�n de la familia por cuatro generaciones y formaron parte de las lecturas del joven Vesalio m�s de 150 a�os despu�s. En 1533 Vesalio inici� sus estudios de medicina en la Universidad de Par�s, con Jacobus Sylvius, el anatomista, Jean Fernel, nos�logo y fil�sofo, Johann G�nther, m�s fil�logo que m�dico, y otros m�s, todos ellos convencidos galenistas. En 1536 Vesalio abandon� Par�s sin graduarse y regres� a Lovaina a terminar sus estudios, pero s�lo logr� el grado de bachiller. En 1537 se mud� a Padua y ah� su carrera fue mete�rica, pues ese mismo a�o se gradu� de m�dico y al d�a siguiente el Ilustre Senado de Venecia lo nombr� profesor de cirug�a, lo que inclu�a entre sus obligaciones la ense�anza de la anatom�a.

El joven profesor (ten�a entonces 23 a�os de edad) inici� sus lecciones de anatom�a humana con un �xito sin precedentes, debido a tres factores principales: 1) sus conocimientos directos de la materia, que ya eran considerables; 2) su pr�ctica de realizar personalmente y sin ayuda de prosectores todas las disecciones; 3) su uso de diagramas o esquemas para ilustrar distintos detalles anat�micos. En abril de 1538 (s�lo cinco meses despu�s de haber sido nombrado profesor) public� sus Tabulae Anatomicae Sex (Seis tablas anat�micas), que son seis carteles, tres de ellos del sistema vascular (dibujados por Vesalio) y los otros tres del, esqueleto (dibujados por Van Kalkar), a los que Vesalio agrego breves explicaciones y nombres de muchas de las estructuras en tres idiomas. En estas Tabulae, Vesalio todav�a sigue fielmente la anatom�a gal�nica, pero su inter�s no es s�lo �se sino que adem�s sirven para apreciar el enorme salto que dio en los cinco a�os que las separan de su inmortal Fabrica, que apareci� en 1543. En ese a�o Vesalio abandon� Padua y al siguiente fue nombrado m�dico de la corte de Carlos V, donde pas� el resto de su vida. Los cinco a�os que vivi� en Padua fueron suficientes para producir su obra maestra, mientras que los 20 siguientes parecen haber sido de frustraci�n y tedio. En 1555 una segunda edici�n de su Fabrica pero con muy pocas modificaciones, y una carta que le escribi� a Falopio se public� hasta despu�s de su muerte, en 1564.

El t�tulo completo del libro de Vesalio es De humani corporis fabrica y est� organizado en forma t�picamente gal�nica: consta de siete partes, la primera dedicada al esqueleto y las articulaciones, la segunda a los m�sculos estriados, la tercera al sistema vascular, la cuarta al sistema nervioso perif�rico, la quinta a las v�sceras abdominales y a los �rganos genitales, la sexta al coraz�n y a los pulmones, y la s�ptima al sistema nervioso central. El libro termina con un peque�o cap�tulo sobre algunos experimentos fisiol�gicos, como esplenectom�a, afon�a por secci�n del nervio recurrente, par�lisis muscular despu�s de secci�n medular, sobrevivencia del animal despu�s de abrirle el t�rax si la respiraci�n se mantiene con un fuelle, etc. A las dos primeras partes, o sea al esqueleto y a los m�sculos estriados, Vesalio dedica 42 del total de las 73 l�minas, revelando con claridad el inter�s que ten�a en que su libro fuera �til no s�lo a los m�dicos sino tambi�n a los pintores y escultores. En muchas de las ilustraciones las figuras posan como estatuas cl�sicas en un ambiente buc�lico, con colinas, �rboles, rocas y ruinas romanas, as� como un r�o cruzado por un puente y varias construcciones m�s recientes; las figuras poseen actitudes y movimientos de seres vivos.

En la historia de la medicina el libro de Vesalio brilla como una obra �nica. Desde luego, antes de la publicaci�n de la Fabrica no hab�a aparecido nada que ni remotamente se le pareciera, no s�lo por la riqueza de sus ilustraciones sino por el contenido que, como ya se ha mencionado, critica a Galeno y expone sus errores. Adem�s, despu�s de la publicaci�n de la Fabrica pasaron muchos a�os para que apareciera otro libro que pudiera compararse con �l, y algunos conocedores opinan que eso todav�a no ha ocurrido. Pero adem�s de su contribuci�n al avance del conocimiento anat�mico del hombre y de su gran valor art�stico, el libro de Vesalio es tambi�n un parteaguas en la historia de la ciencia en general, en vista de que es uno de los primeros textos donde se concede m�s autoridad a la observaci�n de la realidad que a lo escrito sobre de ella por las autoridades. Vesalio no escribi� un libro perfecto: la Fabrica contiene m�s de 200 correcciones a la anatom�a gal�nica pero tambi�n muestra errores, m�s en las ilustraciones que en el texto, que est� escrito en estilo afirmativo, con gran autoridad y no poca arrogancia, quiz� revelando que el autor (�l mismo lo dice) apenas ten�a 28 a�os de edad. Pero al considerar a Vesalio como hombre representativo del Renacimiento cient�fico, sus equivocaciones se vuelven poco importantes; lo que destaca es su postura frente a la naturaleza, en comparaci�n con las de sus predecesores y contempor�neos.

Otros anatomistas que contribuyeron al gran progreso de esa disciplina en el Renacimiento fueron Bartolomeo Eustaquio (1520-1574), un galenista de Roma cuyos trabajos principales se publicaron dos siglos m�s tarde (1714), por lo que tuvo poca influencia en su tiempo, pero que hizo casi tantos descubrimientos como Leonardo o Vesalio. Introdujo el estudio de las variaciones anat�micas, describi� e ilustr� los hilios pulmonares con gran detalle, pero sobre todo produjo una l�mina del sistema nervioso simp�tico tan perfecta que Singer dice: "Dudo que se haya presentado una imagen mejor y m�s clara de las conexiones de ese sistema hasta nuestros d�as." Curiosamente, Eustaquio no ilustr� la trompa por la que se le conoce, que por otro lado la era conocida por Alcemos (500 a.C.) y por Arist�teles, pero en cambio describi� el conducto tor�cico casi un siglo antes que Jean Pecquet (1651)

El sucesor en la c�tedra de Vesalio en Padua fue Realdo Colombo (1516-1559), uno de sus disc�pulos, cuyo libro p�stumo, De re anatomica, es un texto de anatom�a basado en Vesalio pero sin ilustraciones; sin embargo, contiene la primera demostraci�n de la circulaci�n pulmonar, por lo que se menciona m�s adelante en este mismo cap�tulo. El sucesor de Colombo en Padua fue Gabriel Falopio (1523-1562), gran admirador de Vesalio, que se distingui� por sus descripciones del aparato genital femenino interno, de algunos pares nerviosos craneales y del o�do interno, pero que muri� a los 39 a�os de edad. El sucesor de Falopio en la c�tedra de Padua fue Fabricio de Aquapendente(1590-1619), famoso cirujano y profesor de anatom�a que construy� con sus recursos el anfiteatro de disecciones que todav�a existe; su prestigio atrajo a muchos estudiantes de toda Europa, entre ellos a William Harvey. Fabricio es uno de los fundadores de la embriolog�a cient�fica, gracias a su libro De formato foeti, en el que describe e ilustra en forma magn�fica el desarrollo embrionario del hombre y del conejo, cobayo, rat�n, perro, gato, oveja, cerdo, caballo, buey, cabra, venado, pez-perro y serpiente. Tambi�n ilustr� claramente las v�lvulas venosas en De venarunm ostiolis, que ya hab�an sido descritas antes, y en Opera chirurgica ilustr� nuevos instrumentos quir�rgicos y mejor� t�cnicas operatorias, adem�s de defender la idea de que el mejor cirujano es el que corta menos y lo hace con el mayor cuidado.

LA REVOLUCI�N QUIR�RGICA

El impulso que recibi� el estudio de la anatom�a con la Fabrica de Vesalio fue definitivo e irreversible, pero adem�s rebas� los l�mites de esa ciencia e influy� poderosamente en el desarrollo de otras ramas de la medicina, como la cirug�a, la fisiolog�a y la medicina interna. Otros factores ya mencionados tambi�n participaron, pero uno tan importante como inesperado fue la guerra. En los siglos XVI y XVII las guerras religiosas fueron prolongadas y feroces y, adem�s, desde el siglo XV ya se contaba con armas de fuego, lo que hab�a aumentado la variedad de lesiones que se produc�an los combatientes. La cirug�a se desarroll� a pesar de que los cirujanos no pose�an ni conocimientos ni medios adecuados para controlar el dolor y la hemorragia, ni para combatir la infecci�n. Esto limitaba la naturaleza de los procedimientos que pod�an llevar a cabo, y que fueron esencialmente los mismos desde la antig�edad hasta despu�s del Renacimiento. Por eso mismo, los instrumentos con que contaban los cirujanos para trabajar entre los siglos XII y XV eran muy semejantes a los que hab�an usado los m�dicos hipocr�ticos del siglo V a.C. Un m�dico del mundo hel�nico del siglo I d.C. no hubiera tenido ninguna dificultad para atender la terrible herida por tridente de un pobre gladiador romano con los instrumentos quir�rgicos que Henri de Mondeville usar�a en alguno de sus nobles pacientes 13 siglos m�s tarde.

Al terminar la Edad Media los enfermos ten�an tres fuentes posibles de ayuda para el diagn�stico y tratamiento de sus males: 1) el m�dico educado en una universidad, de orientaci�n gal�nica o arabista, que se limitaba a hacer diagn�sticos y pron�sticos y a recetar p�cimas y menjunjes como la teriaca, y que no ejerc�a la cirug�a porque para ingresar a la universidad (Par�s, Montpellier) hab�a tenido que jurar que no lo har�a; 2) el cirujano-barbero, que no hab�a asistido a una universidad sino que se hab�a educado como aprendiz de otro cirujano-barbero m�s experimentado; 3) el curandero, charlat�n o mago, un embaucador itinerante que viajaba de pueblo en pueblo vendiendo sus ung�entos y sus talismanes, sacando dientes y ocasionalmente haciendo hasta flebotom�as y cirug�a menor, casi siempre con resultados desastrosos.

En Par�s un grupo de nueve cirujanos se reuni� en 1311 para fundar la Hermandad de San Cosme, con el prop�sito de establecer un monopolio sobre la pr�ctica de la cirug�a en esa ciudad y en sus alrededores y evitar que los 40 barberos existentes trataran heridas menores, �lceras y tumefacciones. Esta hermandad consigui� en ese mismo a�o una ordenanza de Felipe el Hermoso en donde se dice que nadie podr� ejercer la cirug�a sin haber sido examinado y aprobado por Jean Pitard (quien era el cirujano real) o por sus sucesores pero los barberos no incluidos en la Hermandad tambi�n formaron su corporaci�n, los cirujanos solicitaron y obtuvieron el apoyo del rey para que los m�dicos y los cirujanos los dejaran trabajar. El pleito continu� a lo largo del siglo XV, con la Facultad de Medicina en favor de los barberos en contra de los cirujanos, hasta que despu�s de m�s principios del siglo XVI se resolvi� al aceptarse que la Facultad era la autoridad suprema, que los cirujanos ten�an privilegios universitarios y pod�an aspirar a obtener grados acad�micos y que los barberos pod�an tomar cursos de anatom�a y cirug�a en la Facultad y hasta ingresar a la Hermandad de San Cosme. Esto ocurri� en 1515.

Ambroise Par�(1517-1590) naci� en Hersent, suburbio de Laval, en Breta�a su padre era carpintero. Se inici� como aprendiz de barbero y a los 16 a�os de edad lleg� a Par�s, en donde continuo siendo aprendiz pero al poco tiempo ingres� como interno al Hôtel Dieu y pas� ah� tres a�os, al cabo de los cuales se incorpor� al ej�rcito de Francisco I como cirujano. Ten�a entonces 19 a�os de edad y era su primera experiencia en la guerra, pero en ella hizo su primer descubrimiento: las heridas por armas de fuego evolucionan mejor cuando no se tratan con aceite hirviendo como se hac�a tradicionalmente, debido a la creencia de que la p�lvora era venenosa. Este descubrimiento fue por serendipia, ya que un d�a al joven cirujano se le acab� el aceite y entonces trat� a un grupo de heridos por arcabuz con un "digestivo" preparado con yema de huevo, aceite de rosas y aguarr�s. Par� relata este episodio como sigue:

Esa noche no pude dormir bien pensando que, por no haberlos cauterizado, encontrar�a a todos los heridos en los que no hab�a usado el aceite muertos por envenenamiento, lo que me hizo levantarme muy temprano para revisarlos. Pero en contra de lo anticipado, me encontr� que aquellos en quienes hab�a empleado el medicamento digestivo ten�an poco dolor en la herida, no mostraban inflamaci�n o tumefacci�n y hab�an pasado bien la noche, mientras que los que hab�an recibido el aceite mencionado estaban febriles, con gran dolor e inflamaci�n en los tejidos vecinos de sus heridas. Por lo que resolv� no volver a quemar tan cruelmente las pobres heridas producidas por arcabuces.

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Figura 12. Ambroise Par� ( 1507-1591).

Al cabo de unos a�os y de varias guerras m�s (Perpi��n, Landrecies, Bolonia), Par� regres� a Par�s y public� su primer libro, titulado La methode de traicter les playes faictes par les arquebutes et autrees bastons a feu; el de celles qui son faictes par fleches, dards et semblables; aussi des combustions specialement faictes par la pouldre a canon (El m�todo de tratar las heridas hechas por los arcabuces y otras armas de fuego; y de las causadas por flecha; dardos y similares; tambi�n de las quemaduras especialmente hechas por la p�lvora de ca��n) que apareci� en 1545. As� se estableci� el patr�n que iba a seguir durante casi toda su vida: despu�s de participar en alguna guerra como cirujano, regresar�a a Par�s a ejercer su profesi�n y a escribir sus experiencias en nuevos libros. Escrib�a en franc�s, pues no conoc�a ni el lat�n ni el griego: "Porque Dios no quiso favorecerme en mi juventud con la instrucci�n en ninguno de los dos lenguajes": De todos modos, los principales lectores de Par� eran sus colegas cirujanos y barberos que tampoco sab�an otros idiomas, por lo que sus libros tuvieron gran �xito. Su segundo libro apareci� en 1549 con el t�tulo de Briefve collection de l'administration anatomique y es un tratado de anatom�a dirigido a cirujanos pero sin ilustraciones. Par� corrigi� este defecto en la segunda edici�n, de 1561, reproduciendo muchas l�minas de Vesalio y d�ndole cr�dito como "...un hombre tan bien versado en estos secretos como el que m�s en nuestro tiempo".

En 1549, en el sitio a Bolonia, hizo otro gran descubrimiento al no cauterizar el mu��n de los amputados para cohibir la hemorragia, sino hacerlo por medio de ligaduras de los vasos arteriales y venosos seccionados. En una guerra ulterior (Hesdin) Par� cay� prisionero del duque de Saboya, quien le ofreci� que se quedara de su lado y a cambio le dar�a nuevas ropas y lo dejar�a andar a caballo, pero Par� rechaz� la oferta. Finalmente, Par� cur� de una �lcera cut�nea a uno de los nobles invasores, con lo que gan� su libertad y regres� a Par�s.

En 1561, haciendo a un lado sus estatutos, la Hermandad de San Cosme recibi� en su seno a Par� y le otorg� el grado de maestro en cirug�a; Par� ley� una tesis �en lat�n! Par� ya era cirujano del rey Enrique II, a quien atendi� junto con Vesalio en su accidente letal, despu�s conserv� el mismo puesto con el rey Francisco II y a la muerte de �ste su sucesor, Carlos IX, lo nombro premier chirurgien du Roi en 1562. Dos a�os m�s tarde Par� public� su obra Dix livres de la chirurgie (Diez libros le la cirug�a), en donde critica el uso del cauterio y describe la ligadura de los vasos para controlar la hemorragia en las amputaciones. Carlos IX muri� en 1574 pero Par� conserv� el t�tulo de cirujano primado y adem�s fue nombrado valet-de-chambre de Enrique III, quien le ten�a la misma confianza que le hab�an mostrado sus tres hermanos. A los 65 a�os de edad apareci� la primera edici�n de sus Oeuvres, que adem�s de cirug�a conten�an mucho de medicina, por lo que la Facultad de Par�s trat� de evitar que se publicara. Como no lo logr�, difundi� un libelo agresivo que Par� contest� pacientemente agreg�ndole una Apolog�a. Sigui� trabajando y publicando nuevas ediciones de sus Oeuvres; la cuarta y �ltima que �l revis� apareci� en 1585. Par� muri� a los 80 a�os de edad, en 1590.

La vida y las obras de Par� hicieron por la cirug�a lo que Vesalio hizo por la anatom�a. Par� compart�a muchas de las supersticiones de su tiempo: cre�a que las brujas causaban desgracias, que los astros influ�an en las enfermedades, que la plaga se deb�a a la voluntad divina, que exist�an monstruos imaginarios (tiene un libro famoso sobre el tema) y otras m�s; en cambio, se enfrent� a las creencias de que el polvo de momia y el del cuerno de unicornio ten�an propiedades maravillosas y en un librito precioso examina cr�ticamente y refuta para siempre tales supercher�as. Pero quiz� la contribuci�n m�s importante de Par� a la cirug�a fue su propia personalidad, el ejemplo de su esfuerzo serio y continuo por aumentar sus conocimientos de anatom�a y la habilidad en su pr�ctica profesional, as� como su insistencia en que el cirujano debe hacer sus mejores esfuerzos por evitar o aliviar el sufrimiento de sus pacientes.

LA TEOR�A DEL CONTAGIO

Aunque la idea de que algunas enfermedades se contagian es muy antigua (Tuc�dides lo menciona en Historia de las guerras del Peloponeso) la primera teor�a racional de la naturaleza de las infecciones se debe a Girolamo Fracastoro (Verona, 1478-1553). Adem�s de medicina, Fracastoro estudi� en la Universidad de Padua matem�ticas, geograf�a y astronom�a; siempre mantuvo gran inter�s en los cl�sicos y fue amigo de varios de los humanistas m�s famosos de su tiempo. Viv�a recluido en su villa en las afueras de Verona dedicado al estudio y disfrute de las artes; s�lo ocasionalmente ve�a enfermos. Muy interesado en la geograf�a y en los descubrimientos de los viajeros, los segu�a en sus globos terrestres; lector voraz de los cl�sicos, amaba la m�sica. S�lo sal�a para visitar inv�lidos distinguidos, o para dar su opini�n en casos dif�ciles o para estudiar epidemias de especial inter�s o gravedad. Su reputaci�n como poeta, humanista, m�dico y astr�nomo se extendi� por toda Europa. Cuando muri�, a los 77 a�os de edad, los veroneses honraron su memorial y le erigieron un monumento que todav�a puede verse hoy.

Figura 13. Girolamo Fracastoro (1483-153).

Fracastoro es recordado en la historia de la medicina principalmente como autor de un poema aparecido en 1530, en el cual se describe la s�filis y de donde esa enfermedad tom� su nombre. Sin embargo, la contribuci�n m�s importante de Fracastoro a la teor�a del contagio no fue su poema S�filis, sino De sympathia et antipathia rerum, liber unus, de contagione et contagiosis morbus et curacione, liber III, Venecia, 1546, 77 pp.. En la segunda parte de este volumen, De contagione, se encuentra una serie de conceptos acerca del contagio de algunas enfermedades que tiene un aire casi moderno y que justifica la postura de Fracastoro como el precursor m�s importante de la teor�a infecciosa de la enfermedad. Antes de resumir sus ideas, recu�rdese que los �nicos hechos que Fracastoro conoc�a eran sus observaciones cl�nicas y epidemiol�gicas. El uso cient�fico de los microscopios y el mundo que descubrieron se encontraban a m�s de 200 a�os de distancia en el futuro.

En el cap�tulo 2 de su Liber 1, Fracastoro se refiere a los diferentes tipos de infecci�n como sigue:

Los tipos esenciales de contagio son en n�mero de tres: 1) infecci�n por puro contacto; 2) infecci�n por contacto humano y con objetos contaminados, como en la sarna, la tisis, la pelada, la lepra (elefantiasis) y otras de ese tipo. Llamo "objetos contaminados" a cosas como vestidos, ropas de cama, etc., que aunque no se encuentran corrompidos en s� mismos, de todos modos pueden albergar las semillas esenciales (seminaria prima) del contagio y as� producir infecci�n; 3) finalmente hay otra clase de infecci�n que act�a no s�lo por contacto humano y con objetos sino que tambi�n puede trasmitirse a distancia. Estas son las fiebres pestilenciales, la tisis, ciertas oftalmias, el exantema llamado viruela, y otras semejantes.


La infecci�n por contacto la compara Fracastoro con la putrefacci�n que pasa de un racimo de uvas a otros vecinos, o de una manzana a otras en la misma canasta; en cambio, le parece que la infecci�n por objetos contaminados es de tipo diferente ya que el principio infeccioso (primo infecto), al pasar del enfermo al objeto puede permanecer en �l sin modificarse durante tiempos variables que pueden ser hasta de dos o tres a�os.

Para explicar la infecci�n a distancia Fracastoro presenta la teor�a del h�lito o de la exhalaci�n, que supone que todos los cuerpos u objetos est�n continuamente desprendiendo part�culas que percibimos a trav�s de nuestros sentidos; por ejemplo, la exhalaci�n de una cebolla puede apreciarse por el olfato y adem�s produce lagrimeo. De manera similar, las exhalaciones de ciertas enfermedades pueden viajar a distancia y producir contagio, pero con diferencias importantes: en primer lugar, las semillas se unen a los humores con los que tienen afinidad, y en segundo lugar, generan otras semillas similares a ellas mismas hasta que todo el cuerpo se encuentra afectado. Fracastoro no s�lo anticip� de esta manera la multiplicaci�n de los agentes biol�gicos de enfermedad dentro del paciente, sino que adem�s se�al� su especificidad como sigue:

Existen plagas de �rboles que no afectan a los animales y otras propias de las bestias que no atacan a las plantas. Tambi�n entre los animales hay padecimientos propios del hombre, del ganado, de los caballos, etc. Es m�s, considerando por separado los distintos tipos de seres vivos, hay enfermedades que afectan a los ni�os y a los j�venes que no ocurren en los viejos y viceversa. Tambi�n hay otras que s�lo atacan a los hombres, o s�lo a las mujeres, y todav�a otras que atacan a ambos sexos. Algunos sujetos atraviesan inermes las pestilencias mientras que otros se enferman de ellas.


Fracastoro distingue entre las infecciones y los envenenamientos se�alando que estos �ltimos no producen putrefacci�n ni pueden reproducir en otro organismo sus semillas, o sea que no son infecciosos.

En el libro II de De contagione Fracastoro describe la historia natural de varias enfermedades contagiosas y echa mano de su experiencia personal como cl�nico y epidemi�logo para comentarlas. En relaci�n con el sarampi�n y la viruela, se�ala que afectan principalmente a los ni�os; adem�s, s�lo en raras ocasiones vuelven a ocurrir en sujetos que ya las han padecido. Su descripci�n del tifo exantem�tico es cl�sica. Se�ala a la tisis como contagiosa y dice que las semillas de este padecimiento son espec�ficas para el pulm�n. Dice que la rabia s�lo se adquiere por la mordida de un perro rabioso y el periodo de incubaci�n, que en general es de 30 d�as, puede prolongarse hasta por 8 meses (como en un caso que tuvo oportunidad de observar); que la s�filis puede transmitirse a los hijos a trav�s de la leche de las madres infectadas y la enfermedad ha cambiado su fisonom�a con el tiempo, etc. El libro III se refiere en once cap�tulos al tratamiento de muchas enfermedades contagiosas.

Existe una controversia acerca de la influencia que las ideas de Fracastoro tuvieron en la medicina de su tiempo y la de sus sucesores. La idea de que, al igual que Vesalio y Par�, Fracastoro fue responsable de una revoluci�n en el pensamiento m�dico del Renacimiento que transform� conceptos medievales en modernos es dif�cil de sostener. Sus libros no tuvieron repercusi�n comparable a la Fabrica de Vesalio o las Oeuvres de Par�. De hecho, estudios recientes no han revelado que los escritos de Fracastoro se usaran para avanzar en la comprensi�n de las enfermedades infecciosas. Mucho de lo que ense�� a mediados del siglo XVI tuvo que redescubrirse en los siglos XVIII y XIX.

Quiz� el problema principal es que la obra de Fracastoro fue un intento de retratar la naturaleza con una fin�sima malla de hip�tesis e intuiciones geniales, pero con muy pocos hechos. La principal diferencia de la obra de Fracastoro, en comparaci�n con las de Vesalio y Par�, es que mientras la del primero es casi puramente te�rica, las de los segundos son eminentemente pr�cticas; en ausencia de demostraciones objetivas era v�lido proponer otras ideas y explorar otros caminos.

Fracastoro era un renacentista genial pero se adelant� a su tiempo y pag� por ello; pero si hubiera nacido un siglo m�s tarde, cuando los microscopios alcanzaron el desarrollo necesario para revelar el universo microbiol�gico, sus semillas hubieran pasado de ser meras hip�tesis a convertirse en algo concreto en el mundo de la realidad, y con ello su contribuci�n al progreso de la medicina hubiera sido incomparablemente mayor.

LA REVOLUCI�N FISIOL�GICA

Otro aspecto de la biolog�a que se benefici� con el impulso del Renacimiento cient�fico fue la fisiolog�a. Galileo Galilei (1564-1642) no s�lo hizo una serie de observaciones astron�micas que arrojaron dudas sobre el universo aristot�lico, sino que a partir de sus estudios de la mec�nica introdujo el concepto de la matematizaci�n de la ciencia. Uno de los primeros que emple� m�todos cuantitativos en la medicina fue Santoro Santorio (1561-1635), quien ingres� a la Universidad de Padua a los 14 a�os de edad y se gradu� de m�dico a los 21; al poco tiempo viaj� a Polonia como m�dico del rey Maximiliano y ah� permaneci� 14 a�os. En 1611 fue nombrado profesor en Padua y estuvo ense�ando y trabajando en esa ciudad hasta 1624, cuando renunci� y march� a Venecia, donde ejerci� la medicina hasta su muerte. Santorio era amigo de Fabrizio de Aquapendante y de Galileo, con los que mantuvo correspondencia durante los a�os que estuvo alejado de Padua. Es posible que Santorio haya discutido algunos de los problemas que le interesaban con Galileo.

En una ocasi�n memorable, Galileo observ� los movimientos de un candelero en la catedral de Pisa y al compararlos con su pulso encontr� que eran regulares; de ah� parti� la ley de la isocron�a del p�ndulo. Santorio invirti� el proceso y cont� el pulso usando un p�ndulo cuya cuerda se ajustaba hasta que se moviera a la misma velocidad del pulso; la velocidad se expresaba en t�rminos de la longitud de la cuerda del p�ndulo. Este fue el modelo m�s simple del pulsilogium, que posteriormente se hizo m�s complejo. Galileo invent� el term�metro de alcohol (y lo llam� sherzino, "chistecito") pero Santorio, d�ndose cuenta de su importancia para medir la temperatura de la fiebre, dise�� no uno sino tres diferentes term�metros: uno con un bulbo grande para sostener en la mano, otro con un embudo para que respirara el paciente, y otro peque�o para tomar la temperatura oral.

La obra m�s famosa de Santorio es su Ars de statica medicina aphorismi (Aforismos del arte de la medicina est�tica, 1614) cuyo frontispicio es la famosa imagen del autor sentado en su silla metab�lica frente a una mesita con alimentos y una copa de vino. Entre varios experimentos, Santorio encontr� que si pesaba sus alimentos y despu�s pesaba sus excreciones, hab�a una diferencia a favor de los alimentos; esta diferencia la eliminaba de manera imperceptible, a la que llam� transpiraci�n insensible. Seg�n sus c�lculos, el peso de la transpiraci�n insensible en 24 horas era de 1.250 kg., lo que corresponde al limite superior normal, medido con mucho mejores instrumentos y m�todos tres siglos despu�s. El libro de Santorio es importante porque sus aforismos est�n basados directamente en sus observaciones experimentales, a pesar de que como m�dico era un galenista confirmado y sus m�todos terap�uticos eran hipocr�ticos.

De mayor impacto en el desarrollo de la fisiolog�a cient�fica fue el descubrimiento de la circulaci�n de la sangre por William Harvey (1578-1657). La idea ya hab�a sido sugerida desde el siglo XIII por Ibn an Nafis, y mucho se ha discutido que en el siglo XVI tanto Servet como Colombo hab�an mencionado que la sangre del ventr�culo derecho pasaba al ventr�culo izquierdo por los pulmones y no a trav�s del tabique interventricular, como lo hab�a postulado Galeno. Incluso Colombo se�ala:

Entre los ventr�culos est� el septum, a trav�s del cual casi todos piensan que hay un paso entre el ventr�culo derecho y el izquierdo, de modo que la sangre en tr�nsito puede hacerse sutil por la generaci�n de los esp�ritus vitales que permitan un paso m�s f�cil. Sin embargo, esto es un error, porque la sangre es llevada por la vena arterial (arteria pulmonar) a los pulmones... Regresa junto con el aire por la arteria venal (venas pulmonares) al ventr�culo izquierdo del coraz�n. Nadie ha observado o registrado este hecho, aunque puede ser visto f�cilmente por cualquiera.

 

Figura 14. William Harvey ( 1578-1657).

Este texto sugiere que Colombo no s�lo mencion� la circulaci�n pulmonar de la sangre sino que la hab�a observado directamente. Harvey conoc�a el libro de Colombo y se refiri� a �l por lo menos tres veces en su propia obra. No se sabe si Colombo hab�a consultado el libro de Servet, Restitutio christianismi, en donde se sugiere la existencia de la circulaci�n pulmonar, pero es poco probable porque Servet fue quemado vivo en 1553 y casi todas las copias de su libro fueron destruidas, excepto tres, mientras que el texto de Colombo apareci� en 1559.

Harvey naci� en Folkestone y estudi� en Cambridge. De ah� pas�, en 1517, a estudiar medicina en la Universidad de Padua, donde fue alumno de Fabrizio de Aquapendante, de quien conserv� gratos recuerdos toda su vida. Tras graduarse en 1602 regres� a Londres a ejercer la medicina. Su prestigio profesional creci� r�pidamente y en 1609 fue electo m�dico del Hospital de San Bartolom�. En 1615 Harvey fue nombrado conferencista en el Colegio de M�dicos de Londres; su primer curso lo dict� al a�o siguiente y todav�a se conservan las notas que hizo para sus conferencias. Puede verse que desde entonces ya ten�a clara la idea de la circulaci�n de la sangre, pero no la public� sino hasta 1628, en su famoso libro De motu cordis. La teor�a gal�nica del movimiento de la sangre en el organismo no consideraba un movimiento circular sino m�s bien de ida y venida de la sangre dentro del sistema venoso; seg�n Galeno y todos sus seguidores, las arterias no conten�an sangre sino aire, pneuma. Adem�s, la sangre se generaba continuamente en el h�gado, a partir de los alimentos, y alguna pasaba del lado derecho al lado izquierdo del coraz�n a trav�s de los poros del tabique interventricular, para mezclarse con el aire. Harvey present� muchos datos en contra de este concepto, derivados de distintas observaciones en anatom�a comparada, en embriolog�a, en vivisecciones y en disecciones anat�micas no s�lo de cad�veres humanos sino tambi�n de muchas otras especies animales.

Conviene se�alar, sin embargo, que Harvey nunca vio la circulaci�n sangu�nea, sino que la dedujo de sus observaciones: la circulaci�n de la sangre explicaba, mejor que ning�n otro concepto, la totalidad de los hechos. La conclusi�n de su libro es la siguiente:

Perm�taseme que ahora resuma mi idea sobre la circulaci�n sangu�nea, y de esta manera la haga generalmente conocida.

En vista de que los c�lculos y las demostraciones visuales han confirmado todas mis suposiciones, a saber, que la sangre atraviesa los pulmones y el coraz�n por el pulso de los ventr�culos, es inyectada con fuerza a todas las partes del cuerpo, de donde pasa a las venas y a las porosidades de la carne, fluye de regreso de todas partes por esas mismas venas de la periferia al centro, de las venas peque�as a las mayores, y por fin llega a la vena cava y a la aur�cula del coraz�n; todo esto, tambi�n, en tal cantidad y con tan grande flujo y reflujo del —coraz�n a la periferia y de regreso de la periferia al coraz�n— que no puede derivarse de la ingesta y tambi�n es de mucho mayor volumen que el que ser�a necesario para la nutrici�n.

Estoy obligado a concluir que en los animales la sangre es mantenida en un circuito con un tipo de movimiento circular incesante, y que �sta es una actividad o funci�n del coraz�n que lleva a cabo por medio de su pulsaci�n, y que en suma constituye la �nica raz�n para ese movimiento puls�til del coraz�n.

La importancia del descubrimiento de la circulaci�n sangu�nea es enorme, pero no s�lo por el hecho mismo sino tambi�n por la metodolog�a empleada por Harvey. Como Vesalio en la anatom�a y Par� en la cirug�a, Harvey se plantea un problema fisiol�gico y para resolverlo no sigue la tradici�n medieval, que era consultar los textos de autoridades como Galeno o Avicena, sino que adopta una actitud nueva y muy propia del Renacimiento: el estudio directo de la realidad. Ya en sus notas para las conferencias de 1616 en el Colegio de M�dicos de Londres se�ala que hab�a disecado m�s de 80 especies distintas de animales, haciendo experimentos y observaciones pertinentes a la soluci�n de su problema. En De motu cordis relata experimentos hechos en serpientes, cuyo coraz�n continua latiendo un tiempo prolongado despu�s de la muerte, y otros m�s sencillos comprimiendo venas prominentes en brazos humanos, en los que demuestra la proveniencia de la sangre que llena las venas y las funciones de las v�lvulas venosas.

Adem�s de su habilidad experimental y de su penetrante capacidad de an�lisis cr�tico, Harvey tiene otra gran virtud cient�fica, que lo aparta todav�a m�s del esp�ritu de la Edad Media: su reticencia para adentrarse en problemas que no estaban directamente relacionados con sus observaciones. En sus escritos no hay nada sobre el origen del calor innato o sobre la naturaleza de la vida, que tanto hab�an ocupado a sus antecesores durante siglos sin producir resultados aceptables. A partir de Harvey se inicia la revoluci�n en la fisiolog�a, manifestada por la tendencia progresiva de los investigadores a plantear y resolver los problemas de esta disciplina en t�rminos m�s objetivos de mec�nica, de f�sica, de qu�mica o de anatom�a comparada, alej�ndose al mismo tiempo de explicaciones basadas en tendencias esenciales o en designios sobrenaturales.

LA REVOLUCI�N MICROSC�PICA

Durante el siglo XVII ocurri� otra revoluci�n m�s, que junto con la anat�mica, la quir�rgica y la fisiol�gica, iba a contribuir de manera fundamental a la transformaci�n cient�fica de la medicina, al proporcionar el instrumento necesario para explorar un amplio y fascinante segmento de la naturaleza desconocido hasta entonces: el mundo microsc�pico.

Desde la antig�edad se sab�a que los objetos aparecen de mayor tama�o cuando se ven a trav�s de una esfera de cristal; Plinio dice que Ner�n usaba una esmeralda con este prop�sito. Alhazen (965-1039), uno de los m�s celebrados oftalm�logos �rabes, se refiri� al aumento y a las distorsiones de los objetos producidas por esferas de cristal, y Roger Bacon (1240-1292) se�al� lo mismo y adem�s coment� la utilidad que el aumento tendr�a para personas con problemas de visi�n, pero sus obras se publicaron hasta cinco siglos m�s tarde (1733). Los primeros anteojos se fabricaron en Venecia en el siglo XIV, y desde entonces ya hab�a castigos para los fabricantes que los hicieran de vidrio en lugar de cristal.

Los microscopios �pticos son de dos tipos generales, seg�n el n�mero de lentes que los forman: simples, de una sola lente, y compuestos, de m�s de una lente. Es posible que el primer microscopio haya sido uno compuesto, el construido por Galileo en 1610, como un complemento (invertido) de su invenci�n del telescopio; sin embargo, la imagen que revelaba era muy deficiente. Galileo lo llam� occhiale y todav�a en 1642 se�al� que aumentaba "las cosas peque�as unas 50 000 veces, de modo que una mosca se ve del tama�o de una gallina", lo que era una exageraci�n, pues hasta principios del siglo XIX los m�ximos aumentos logrados con microscopios compuestos no eran mayores de 250 X.

Los primeros microscopios simples fueron peque�as lentes de aumento (biconvexas) que en el siglo XVII dejaron de ser juguetes curiosos y alcanzaron claridad y resoluci�n suficientes para hacer observaciones confiables en manos de un personaje extraordinario: Anton van Leeuwenhoek (1632-1723). Peque�o burgu�s en un pueblo de Holanda (comerciante en telas en Delft), sin educaci�n universitaria alguna (ignorante de idiomas), en su juventud se aficion� a la talla de lentes y en pocos a�os se convirti� en un tallador experto. Con el tiempo, sus lentes de gran aumento fueron los mejores de Europa, pues alcanzaban resoluciones hasta de 200 X.

Figura 15. Anton van Leeuwenhoek (1632-1723).

Leeuwenhoek sigui� tallando lentes biconvexos cada vez mejores y construyendo diferentes microscopios simples toda su vida, pero al mismo tiempo desarroll� un gran talento para observar e interpretar lo que ve�a con ellos. Su curiosidad nunca tuvo ni un proyecto definido ni l�mites aparentes: todo le interesaba y todo era nuevo, no s�lo para �l sino para todo el mundo. En 1674 envi� una primera carta con algunas de sus observaciones microsc�picas a la Real Sociedad de Londres, que reconociendo su originalidad y su inter�s las tradujo y las public� en sus Transactions. La correspondencia de Leeuwenhoek con esa augusta sociedad cient�fica alcanz� m�s de 200 comunicaciones y la sostuvo hasta su muerte. Fue el primero en ver y en describir muchas estructuras microsc�picas, como los espermatozoides, los protozoarios (Vorticella), los vasos capilares, los eritrocitos, las l�minas del cristalino, las miofibrillas y las fibras musculares estriadas, y varios tipos de bacterias.

Marcello Malpighio (1628-1694) fue uno de los precursores en el estudio microsc�pico de muchos tejidos, tanto de plantas como de animales y humanos. Fue profesor de medicina en Pisa, Bolonia y Mesina, pero en todas partes encontr� la oposici�n de los galenistas, que se resist�an a abandonar sus antiguas ideas. En Pisa coincidi� con Giovanni Antonio Borelli (1608-1679), quien era profesor de matem�ticas, y ambos tuvieron gran influencia mutua en sus respectivos trabajos. Finalmente Malpighio regres� a Bolonia, y de ah� pas� a Roma como m�dico del papa Inocencio XII, quien admiraba su trabajo y lo protegi�. En 1661 public� su primer libro, De pulmonibus observationes anatomicae (Observaciones anat�micas en los pulmones), en el que describe los alv�olos pulmonares y la comunicaci�n de las arterias con las venas pulmonares a trav�s de los capilares en el pulm�n de la rana. En publicaciones ulteriores describi� por primera vez los gl�bulos rojos (pero los confundi� con adipocitos), la estructura de la piel, de los ganglios linf�ticos y del bazo, la existencia de los glom�rulos en el ri��n, el desarrollo embrionario de varias especies y la anatom�a de las plantas. Malpighio fue uno de los primeros en se�alar la identidad esencial de la vida de plantas y animales.

Entre los primeros microscopistas debe recordarse al padre Athanasius Kircher (1602-1680), jesuita alem�n profesor en W�nzburg que emigr� a Italia durante la Guerra de los Treinta A�os y trabaj� de profesor de matem�ticas en el Colegio de Roma. Kircher escribi� tratados sobre muy distintas materias: matem�ticas, m�sica, astronom�a, filosof�a, teolog�a, filolog�a, arqueolog�a, magnetismo, �ptica, la peste, la tierra, los cielos, historia, geograf�a, prestidigitaci�n, ac�stica y los milagros. En su obra Scrutinium physico-medico (1658), dedicada al papa Alejandro VII, despu�s de decir que su microscopio ten�a un aumento de 1 000 X, lo cual es una clara exageraci�n, Kircher relata haber examinado con �l la sangre de un enfermo de peste:

[...] una hora despu�s de la venodisecci�n se encontraba tan lleno de gusanos que casi me sorprendi�, a pesar de lo cual el hombre todav�a estaba vivo; cuando muri� los gusanos invisibles eran tan numerosos...


Es seguro que con su microscopio, que cuanto m�s aumentaba 100 di�metros, Kircher no pudo haber visto ni a Pasteurella pestis ni a ninguna otra bacteria del mismo o hasta de mayor tama�o. Singer sugiere que sus gusanos eran rouleaux de eritrocitos, pero Dobell afirma que eran puras visiones o fantas�as.

Otro notable microscopista fue Robert Hooke (1635-1703), tambi�n inventor y arquitecto, aparte de funcionar como el primer encargado de los experimentos de la Real Sociedad de Londres. En 1665, Hooke public� su hermoso libro Micrographia, el primero con ilustraciones microsc�picas de distintos objetos, entre ellos el corcho, en el que por primera vez se describe y se ilustra una c�lula biol�gica y se usa la palabra c�lula con el sentido que tiene hoy. Adem�s, es interesante que el libro de Hooke se publicara en ingl�s y no en lat�n.

La revoluci�n microsc�pica se inici� en el siglo XVII y con ella ocurri� lo mismo que con el descubrimiento de Am�rica fines del siglo XV: repentinamente ingres� a la realidad un nuevo mundo cuya existencia hab�a sido objeto de fantas�as y de sue�os, pero que al explorarlo result� ser mucho m�s amplio y complejo de lo que se hab�a imaginado.

LA REVOLUCI�N EN LA PATOLOG�A

A fines de la Edad Media se empez� a relajar la prohibici�n eclesi�stica y secular de las autopsias (v�ase la secci�n Preludio del Renacimiento, cap�tulo IV, p. 69). Al principio se autorizaron en casos legales, pero pronto algunos m�dicos empezaron a practicarlas en sus pacientes fallecidos, en busca de un diagn�stico o de la causa de la muerte. El primero en dejar un registro de su experiencia con este procedimiento fue un m�dico florentino, Antonio Benivieni (1443-15O2), que estudi� en Pisa y Siena. Ejerci� la medicina (con preferencia por la cirug�a) en su ciudad natal; entre sus clientes se encontraban los nombres m�s aristocr�ticos de Florencia, como los M�dicis y los Guicciardini. Tambi�n fue m�dico y amigo de Savonarola. De acuerdo con su tiempo, Benivieni era un m�dico humanista, galenista y arabista, como se confirma por los libros que ten�a en su biblioteca: Cicer�n, Juvenal, Terencio, Virgilio y S�neca, entre otros cl�sicos, y Arist�teles, Celso (De re medica), Diosc�rides, Galeno, Hip�crates, Avicena, Averroes, Constantino el Africano, Nicol�s el Selenita (Antidotarium), Saliceto (Practica) y otros m�s. Participaba en la vida cultural de Florencia y entre sus amigos se contaban el fil�sofo Marsilio Ficino y los poetas Angelo Poliziano y Benedetto Varchi, quienes le dedicaron algunas de sus obras. Su libro, De abditis nonnulis ac mirandis morborum et sanationum causis (De las causas ocultas y maravillosas de las enfermedades y de sus curaciones) apareci� en 1507, cinco a�os despu�s de su muerte pero todav�a seis a�os antes de que naciera Vesalio. Contiene 111 casos cl�nicos vistos por Benivieni, entre los que hay 15 con autopsia o estudio anat�mico de las lesiones.

Figura 16. Antonio Benivieni (1443-1502).

Los protocolos incluyen breves descripciones cl�nicas de la enfermedad y referencias casi telegr�ficas a los hallazgos de la autopsia. Por ejemplo, el caso XXXVI dice lo siguiente:

Mi tocayo, Antonio Bruno, reten�a el alimento que hab�a ingerido por un corto tiempo y despu�s lo vomitaba sin haberlo digerido. Fue tratado cuidadosamente con toda clase de remedios para curar los problemas g�stricos pero como ninguno le sirvi� para nada, adelgaz� por falta de nutrici�n hasta quedarse en pura piel y huesos; finalmente le lleg� la muerte.

El cad�ver se abri� por razones de inter�s p�blico. Se encontr� que la apertura de su est�mago se hab�a cerrado y que se hab�a endurecido hasta la parte m�s inferior resultando en que nada pod�a pasar por ah� a los �rganos siguientes, lo que hizo inevitable la muerte.

En este caso el diagn�stico, a cuatro siglos de distancia, es sencillo: probablemente se trat� de un c�ncer del est�mago, de la variedad linitis pl�stica.

La brevedad de las descripciones revela que el inter�s de Benivieni era fundamentalmente pr�ctico. Se trataba de encontrar una explicaci�n satisfactoria para los s�ntomas y la defunci�n del paciente. En De abditis no hay discusiones te�ricas o elucubraciones escol�sticas, aunque Galeno sigue siendo la autoridad indiscutible. Pero el texto sugiere que la "apertura" de algunos pacientes fallecidos, en busca de la naturaleza de la enfermedad y de la causa de la muerte, o sea la correlaci�n anatomocl�nica, no era algo excepcional en la pr�ctica de la medicina, por lo menos en centros culturales como Florencia.

Con el tiempo empezaron a aparecer recopilaciones de casos anatomocl�nicos publicados en Italia, Francia, Holanda y Alemania. Una de las m�s extensas fue la de Johann Schenk von Grafenberg (1530-1598), quien estudi� en Tubinga y despu�s de ejercer la medicina en Estrasburgo acepto la posici�n de m�dico de la ciudad de Friburgo, en donde finalmente muri�. Su libro apareci� al final de su vida (1597) con el t�tulo de Observationen medicarum rararum... libri VII, y tuvo mucho �xito. Se trata de una colecci�n de m�s de 900 p�ginas que contiene observaciones resumidas de Silvio, Vesalio, Colombo, Bahuin, Avenzoar, Garnerus y muchos m�s, mezcladas con sus propios casos, cuya consulta se facilita gracias a un excelente �ndice. De especial inter�s es Johann Jakob Wepfer (1620-1695) de Schafhausen, quien fue uno de los m�dicos m�s famosos del siglo XVII. Interesado en afecciones cerebrales, hac�a todos los esfuerzos por conseguir permiso para autopsiar a sus pacientes fallecidos y a �l se debe la descripci�n original de las hemorragias cerebrales causadas por ruptura de peque�os aneurismas arteriales. Su propia enfermedad incurable, probablemente insuficiencia cardiaca, fue descrita en la edici�n p�stuma de sus obras, en el prefacio que lleva el nombre de Memoria Wepferiana, y se acompa�a de una ilustraci�n de la aorta de Wepfer, que muestra claramente una ateroesclerosis avanzada. La autopsia se realiz� "como es costumbre" y el protocolo, debido a un doctor D. Pfister, describe en forma breve pero completa casi todos los �rganos; el coraz�n se encontr� aumentado de tama�o y con consistencia �sea cerca de la v�lvula de la arteria pulmonar.

Pero el recopilador m�s acucioso y exhaustivo del siglo XVII fue Th�ophile Bonet (1620-1689), quien naci� en Ginebra y se gradu� en Bolonia a la edad de 23 a�os. Ingres� al servicio del duque de Longueville en Neuf-Chatel e intent� introducir medidas para regular la pr�ctica de la medicina, pero los dem�s m�dicos se opusieron a ellas. Despu�s de recibir una golpiza que le propinaron un médico y un boticario, renunci� a su puesto y regres� a Ginebra, donde ejerci� la medicina con mucho �xito; adem�s, en 1652 fue nombrado miembro del Consejo de los Doscientos, que ten�a funciones de gobierno en Ginebra. Sin embargo, poco despu�s de cumplir 50 a�os de edad se qued� completamente sordo y se vio obligado a reducir su consulta, lo que le proporciono m�s tiempo libre para dedicarse a estudiar y escribir, lo que hizo de manera incansable y prodigiosa. Public� por lo menos 16 libros, pero el que nos interesa apareci� en 1679, con el t�tulo de Sepulchretum sive anatomia practica ex cadaveribus morbo denatis..., formado por tres grandes tomos que alcanzan las 1 706 p�ginas y contienen cerca de 3 000 casos cl�nicos con sus respectivas autopsias, recopilados de los escritos de 469 autores. Los casos est�n ordenados por s�ntomas principales, en parte alfab�tica y en parte anat�micamente. Por ejemplo, en el Libro I la primera secci�n trata de enfermedades de la cabeza, la segunda de hemorragias cerebrales, la tercera de padecimientos con estupor, la cuarta de catalepsia e insomnio, etc. Anticipando lo dif�cil que iba a ser la consulta de su Sepulchretum para encontrar informaci�n sobre un punto espec�fico, Bonet prepar� varios �ndices cruzados para su primera edici�n. Sin embargo, en la segunda, en 1700 (once a�os despu�s de su muerte), los �ndices desaparecieron y el editor Manget se justific� diciendo que estaban hechos con poco cuidado. Esta omisi�n no fue completamente negativa, porque le sirvi� de est�mulo a Morgagni para publicar su inmortal De sedibus medio siglo mas tarde (v�ase la secci�n La anatom�a patol�gica, cap�tulo VI, p. 121).

La revoluci�n en la patolog�a se inici� y avanz� de manera considerable en el siglo XVI, con la generalizaci�n de la pr�ctica de la autopsia de inter�s m�dico y la publicaci�n de numerosos textos de correlaci�n anatomocl�nica, as� como con su recopilaci�n por autores enciclop�dicos, m�s preocupados por incluir todo lo publicado sobre la materia hasta entonces que por separar la arena de los diamantes, entre los que sobresale Bonet. �ste fue el principio de una nueva forma de estudiar la enfermedad, que sigui� el camino se�alado por Vesalio en la anatom�a y por Harvey en la fisiolog�a: para conocer a la naturaleza, hay que interrogarla a ella misma, en lugar de buscarla en los textos de Galeno o de Avicena.

LA REVOLUCI�N CL�NICA

De enorme importancia dentro de la historia de la medicina es la revoluci�n, a fines del Renacimiento, en la forma como los m�dicos atend�an a sus pacientes. Hasta entonces, lo com�n era una visita en la que el doctor escuchaba las quejas del enfermo, sent�a su pulso, examinaba su orina, y a continuaci�n se enfrascaba en (una compleja disertaci�n que variaba en contenido seg�n la escuela a la que pertenec�a (galenista, iatroqu�mica, iatrof�sica, animista, browniana, y muchas otras m�s), pero que siempre era esencialmente te�rica y que al final terminaba con variantes de las mismas tres indicaciones terap�uticas, heredadas de los tiempos de Hip�crates: dieta, sangr�as y purgantes, a lo que la Edad Media hab�a agregado, diferentes "medicinas", como la teriaca y otros menjurjes igualmente in�tiles o hasta peligrosos. Poco a poco algunos m�dicos empezaron a sentirse inc�modos con esa forma de proceder, con los restos del pensamiento medieval y hasta con las teor�as renacentistas en boga; en su lugar buscaron en la actitud hipocr�tica cl�sica una salida a sus inquietudes. El prototipo de esta actitud fue Thomas Sydenham (Dorsetshire, 1624-1689), quien hizo sus estudios en Oxford, despu�s pas� un tiempo en Montpellier y finalmente se gradu� en Cambridge, a los 52 a�os de edad. Se estableci� en Londres y fue uno de los m�dicos m�s famosos de Europa, sin dar clases en ninguna universidad, ni fundar ninguna escuela. Sus escritos son escasos y breves.

Figura 17. Thomas Sydenham (1624-1689).

Sydenham es importante porque representa un cambio radical en la conducta del m�dico ante el paciente, un retorno a la idea hipocr�tica de la observaci�n cuidadosa de los s�ntomas y al concepto de que representan los esfuerzos del organismo para librarse de la enfermedad. Sydenham tambi�n contribuy� de manera fundamental a la consolidaci�n de la idea de la historia natural de la enfermedad. En sus propias palabras:

En la producci�n de enfermedades la naturaleza es uniforme y consistente, tanto que para la misma enfermedad, en diferentes personas, los s�ntomas son en su mayor�a los mismos; e iguales fen�menos a los que se observar�an en la enfermedad de un S�crates se encontrar�an en el padecimiento de un tonto. De la misma manera los caracteres universales de una planta se extienden a cada individuo de la especie, y cualquiera (hablo de un ejemplo) que describa exactamente el color, sabor, olor, figura, etc., de una sola violeta, encontrar� que su descripci�n es buena, igual o aproximadamente, para todas las violetas de esa especie particular en la superficie de la Tierra.

De esta manera Sydenham postula la existencia independiente de las enfermedades y la posibilidad de distinguirlas entre s� partiendo de sus s�ntomas y signos caracter�sticos. Lo que hac�a falta era abandonar todas las hip�tesis y todos los sistemas filos�ficos que pretend�an explicar, y a veces hasta sustituir la realidad, y dedicarse a describir los fen�menos patol�gicos con la misma fidelidad con que un pintor pinta un retrato.

Varias de las ideas de Sydenham se explican f�cilmente si se considera la patolog�a de la �poca en que vivi�. Las enfermedades epid�micas fueron muy frecuentes en Londres en esos a�os: 1667, de un total de 500 000 personas murieron 16 000, mientras que en ese mismo a�o s�lo nacieron 11 000; dos a�os antes la peste hab�a exterminado 100 000 habitantes de la ciudad. Para 1667 la peste hab�a cesado pero en ese a�o murieron 1 300 personas de sarampi�n, 2 000 de c�lera, 3 000 de tuberculosis, etc., y s�lo 1 000 alanzaron una edad que le permiti� al encargado de anotar en los libros de registro que murieron de "vejez". Con este material, Sydenham ten�a la oportunidad de ver muchos pacientes de la misma enfermedad en un mismo d�a y de formarse una imagen muy n�tida de ella; de hecho, fue el primero en distinguir el sarampi�n de la escarlatina. Algo semejante le ocurri� con la gota, porque �l mismo la padeci�, por lo que pudo describirla con minuciosidad.

Los libros de Sydenham son interesantes porque, entre otras muchas cosas, no cita a ning�n otro autor, con excepci�n de Hip�crates. Su desprecio por la literatura m�dica era legendario, sobre todo la de car�cter m�s especulativo. En uno de sus primeros libros, Ars medica (1669) se�ala que los que piensan volverse m�dicos capaces estudiando las doctrinas de los humores, o lo que piensan que su conocimiento del azufre y del mercurio los ayudar� a tratar una fiebre:

[...] pueden igualmente creer que su cocinera debe su destreza para cocinar y hervir a su estudio de los elementos, y que sus especulaciones sobre el fuego y el agua le han ense�ado que el mismo l�quido humeante que endurece el huevo reblandece a la gallina.


Con todo y su desprecio por las teor�as, Sydenham tambi�n especul� sobre la enfermedad, postul� la existencia de una constituci�n animal que predispon�a a ciertas enfermedades en las distintas estaciones del a�o, as� como de una constituci�n epid�mica determinada por los astros. Adem�s, cre�a que la naturaleza guiaba estas constituciones a trav�s de un instinto secreto, semejante a la vis medicatrix natura de los antiguos.

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