VI. LA MEDICINA EN LA EDAD BARROCA (SIGLOS XVII A XIX)

INTRODUCCI�N

LA EDAD BARROCA sigue al Renacimiento y abarca desde la segunda mitad del siglo XVII hasta la Revoluci�n Industrial, a fines del siglo XVIII y principios del XIX. En este lapso se desarrollaron una serie de grandes sistemas o teor�as m�dicas que se disputaban el lugar prevaleciente que hab�an ocupado las ideas gal�nicas durante cerca de 1 500 a�os. Varios sistemas m�dicos, como la iatroqu�mica, la iatromec�nica, el animismo y el vitalismo, el solidismo, el brownismo, el mesmerismo y otros m�s, dieron origen a distintos conceptos de enfermedad, algunos de los cuales influyeron en la terap�utica empleada en los pacientes. Varias de estas teor�as siguieron la sugesti�n de Sydenham, de que la enfermedad deber�a estudiarse igual que otros objetos de mundo natural y se dedicaron a clasificar a los padecimientos en clases, �rdenes y g�neros, lo mismo que se hace con plantas y animales.

En esta �poca tambi�n qued� establecida la anatom�a patol�gica como una ciencia, se avanz� en el diagn�stico cl�nico con el descubrimiento de la percusi�n como un m�todo de exploraci�n f�sica, se generaliz� el uso de la vacuna de Jenner en contra de la viruela y se descubri� el ox�geno. Las ideas de los fil�sofos tuvieron gran influencia en el desarrollo de la medicina, a principios del siglo XVIII en Alemania con Leibniz, Kant, Fichte, Schelling y Hegel, y a fines de ese mismo siglo en Francia con los philosophes De Condillac, Helvetius, D'Alembert, Condorcet y Cabanis.

Finalmente, la Edad Barroca culmina con dos episodios m�dicos de inmensa importancia para la evoluci�n ulterior de la medicina, que fueron: 1) el desarrollo de los grandes hospitales, como los de Par�s, el Allgemeine Krankenhaus de Viena y el Hospital de la Charit� en Berl�n, y 2) los trabajos de la �cole de Paris y de la "Nueva" Escuela de Viena. Desde luego, el movimiento social m�s importante en Europa en el siglo XVIII fue la Revoluci�n Francesa, que sirvi� de marco y de est�mulo para varios de los episodios mencionados, que prepararon, estimularon y finalmente consiguieron la transformaci�n cient�fica de la medicina.

Figura 18. Johannes Baptista van Helmont (1578-1644).

LA IATROQU�MICA

El fundador de esta teor�a general de la medicina fue Paracelso (v�ase p. 72) con su inter�s en ciertos aspectos qu�micos de la naturaleza, su postulado de las tres sustancias qu�micas fundamentales (mercurio, azufre y sales) y su insistencia en el uso de sustancias qu�micas en vez de las infusiones y preparados complejos recomendados por la tradici�n gal�nica. Pero Paracelso realmente pertenece a una �poca anterior al Renacimiento, es todav�a un producto de la Edad Media. M�s cercano a la Edad Barroca es Johannes Bapista van Helmont (1578-1644), quien naci� en Bruselas y estudi� matem�ticas, filosof�a, astrolog�a y astronom�a en Lovaina, pero rechaz� el grado de maestro por considerarse todav�a un estudiante. Despu�s de un periodo con jesuitas y capuchinos, continu� estudiando leyes, bot�nica y medicina; de esta �ltima se decepcion� cuando no pudo curarse de la sarna, pero al mismo tiempo rechaz� la oferta de una jugosa posici�n religiosa (porque no deseaba vivir y enriquecerse a costa de los pecados de la gente), regal� todas sus propiedades y se hizo m�dico itinerante, curando en forma gratuita a todos los que se lo solicitaban. En sus viajes conoci� los escritos de Paracelso, despu�s de 10 a�os regres� a Bruselas, se cas� con una rica heredera y se retir� a Vilvorde a ejercer la medicina y escribir sus obras. En 1621 se vio envuelto en una controversia sobre el "b�lsamo del arma", la idea de que la herida producida por una arma se curaba si el m�dico, en vez de tratar al paciente, le aplicaba las medicinas al arma responsable de ella. Van Helmont insisti� en que el estudio de la naturaleza corresponde a los naturalistas y no a los sacerdotes, defendi� a Paracelso y a la magia, y propuso que los efectos milagrosos de las reliquias sagradas se deben a su "acci�n simp�tica" y no difieren de la "cura del arma por magneto". Estas ideas eran peligrosas y en 1623 fueron denunciadas por la Facultad de Medicina de Lovaina ante la Santa Inquisici�n; Van Helmont compareci� ante este alto tribunal y fue condenado a tres a�os de c�rcel. Aun despu�s de haber sido liberado, permaneci� en arresto domiciliario y con la prohibici�n de publicar cualquier cosa sin previa autorizaci�n de la Iglesia.

En esas condiciones permaneci� hasta su muerte. Leg� todos sus manuscritos a su hijo, quien los public� en 1648 como Ortos medicinae; la obra tuvo mucho �xito en los siglos XVII y XVIII, al grado que para 1707 ya se hab�a reimpreso 12 veces y traducido a cinco idiomas. Se trata m�s que de un tratado de medicina: es todo un nuevo sistema filos�fico y religioso, junto con una proposici�n para reformar en forma completa a la filosof�a natural. La enfermedad se relaciona con el Archeus, el principio vital de todo el organismo y no cada una de sus partes, un gas espiritual y al mismo tiempo material, que genera al Ens morbi a partir de una semilla anormal. La pasi�n que estimula al Archeus a producirla es variable y puede ser "indignaci�n", "miedo", o simple "perturbaci�n". Cuando ya se ha generado, la semilla de la enfermedad adquiere independencia del Archeus y sigue su propio programa, que puede incluir la destrucci�n del mismo Archeus. Los agentes exteriores son incapaces de producir enfermedad en forma directa, pero la causan a trav�s de los Archei que cada objeto posee. En la interacci�n entre el Archeus del organismo y el del agente causal de la enfermedad participan los principios de simpat�a y antipat�a, centrales en el esquema de Van Helmont. La enfermedad es consecuencia del Pecado Original, ya que desde entonces el hombre perdi� la capacidad para asimilar por completo objetos externos, como sus alimentos; siempre persisten residuos que conservan sus Archei, que actuando sobre el Archeus del organismo generan el Ens morbi. Cuando la acci�n es local la enfermedad se traduce en s�ntomas y cambios anat�micos.

Sus indicaciones terap�uticas incluyen encantamientos, rezos y conjuraciones, pero tambi�n opio, mercurio, antimonio, vino para la fiebre, infusiones de distintas plantas, etc. En general, insiste en medidas sencillas y proscribe las sangr�as porque tienden a debilitar a los enfermos. Sin embargo, tambi�n recurre a recetas emp�ricas o m�gicas, como sangre y test�culo de venado para la pleures�a, as� como otros componentes de la famosa Dreckapotheke.

Otro personaje del siglo XVII que rechaz� la teor�a humoral gal�nica es el holand�s Fran�ois de la Bo� (Franciscus Sylvius) (1614-1672), quien naci� en Hanau y estudi� en Par�s, Sedan, Leyden y Basilea, donde se gradu� de doctor a los 23 a�os de edad. Los siguientes 23 a�os ejerci� su profesi�n en forma privada en Hanau, Leyden y Amsterdam, hasta que en 1660 fue invitado a ocupar una c�tedra en Leyden. Ah� atrajo a numerosos alumnos y pacientes que disfrutaban su m�todo de ense�anza cl�nica y la simplicidad de sus sistemas terap�uticos, respectivamente. Las bases del sistema de Sylvius son la qu�mica, los nuevos conocimientos acerca de la circulaci�n sangu�nea y la informaci�n reciente de los vasos linf�ticos, linfa, ganglios y p�ncreas, a lo que deben agregarse ideas antiguas como esp�ritus y el calor innato del coraz�n, pero en cambio rechaza el concepto gal�nico del pneuma. Sylvius propone sustituir los cuatro humores cl�sicos (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) por otros tres, que son la saliva, el jugo pancre�tico y la bilis; a este triunvirato humoral agrega la idea colectiva de los esp�ritus vitales. De importancia primaria son los procesos qu�micos de fermentaci�n y efervescencia, as� como las cualidades de �cido y alcalino; la saliva y el jugo pancre�tico son �cidos y la bilis alcalina. La saliva participa en la digesti�n g�strica, mientras la secreci�n pancre�tica y la bilis contribuyen a la transformaci�n del quimo en quilo y heces fecales. Para Sylvius la sangre es el componente fundamental del organismo, donde se desarrollan los procesos que resultan en salud y en enfermedad; la sangre contiene a la bilis preformada, que se separa de ella en la ves�cula biliar pero vuelven a mezclarse en el h�gado, donde junto con el quilo producen una fermentaci�n vital. De acuerdo con Sylvius la salud consiste en la realizaci�n normal del proceso de fermentaci�n en el organismo, sin la aparici�n de sales �cidas o alcalinas; en cambio la enfermedad ocurre cuando uno de estos dos tipos de sales surge y prevalece.

La clasificaci�n de las enfermedades de Sylvius es m�s compleja, porque tambi�n depende del tipo de humor afectado. Por ejemplo, si la bilis es alcalina se producen fiebres elevadas, mientras que si es �cida, causa congesti�n; los esp�ritus vitales tambi�n pueden alterarse por los excesos de acidez o alcalinidad diluy�ndose demasiado, eferveciendo de manera incompleta, o faltando del todo. La terap�utica aplicada por Sylvius era bien sencilla: eliminar el �cido o el �lcali en exceso. Lo primero se logra con sustancias alcalinas y lo segundo por medio de �cidos. La efervescencia de la bilis se cura con sustancias cat�rticas. Sylvius recomendaba diafor�ticos, absorbentes y em�ticos, mientras que repudiaba las sangr�as; uno de sus f�rmacos favoritos era el opio, que administraba con tal liberalidad que lleg� a decirse que sus m�todos terap�uticos fueron responsables de tantas muertes como la Guerra de los Treinta A�os.

Otro m�dico iatroqu�mico del siglo XVII fue Thomas Willis (1622-1675), a quien volveremos a encontrar entre los animistas. Willis se gradu� en Oxford y all� inici� el ejercicio de su profesi�n; era miembro del peque�o grupo que se reun�a en el Colegio Wadham y que posteriormente se transform� en la Real Sociedad de Londres. Con la Restauraci�n fue nombrado profesor de filosof�a natural y en 1664 public� su Cerebri Anatomie; en 1666 se mud� a Londres y pronto alcanz� �xito profesional y econ�mico. Willis postul� la existencia de cinco elementos, en lugar de los cuatro gal�nicos o los tres de Sylvius; �stos eran agua, tierra, sal, azufre y esp�ritus. Adem�s, adopt� las ideas de Sylvius sobre la fermentaci�n, pero rechaz� los �cidos y los �lcalis del m�dico holand�s. De hecho, Willis asign� a las fermentaciones todas las actividades corporales y todos los movimientos internos, que aunque se localizan en el est�mago y en el bazo, en realidad se deben a los esp�ritus vitales generados en el cerebro, que, a su vez corresponde en su mayor parte al mercurio que, seg�n Paracelso, volatiliza los cuerpos.

Willis cree que las enfermedades, especialmente las de la sangre, se deben a fermentaciones y efervescencias en que los esp�ritus vitales desempe�an el papel principal. Por ejemplo, la histeria se debe a la uni�n de los esp�ritus con la sangre imperfectamente purificada en el bazo, as� como a la falsa fermentaci�n que resulta de ello. Las medidas terap�uticas recomendadas por Willis en su libro Pharmaceutica rationale fueron muy populares en su tiempo, pero Osler se refiri� a este volumen diciendo: "Est� tan muerto como Willis. Me dan escalofr�os al pensar en la constituci�n que ten�an nuestros ancestros, y c�mo resist�an los asaltos de los boticarios."

Otro iatroqu�mico del siglo XVII, el holand�s Cornelius Bontekoe (1647-1695) quien fue m�dico de Brandenburgo y profesor de medicina en Frankfurt, recibi� un premio especial de la Compa��a, de las Indias Orientales por su promoci�n del comercio del té, en vista de que para "lavar el lodo pancre�tico" recetaba a sus enfermos que tomaran 50 tazas de t� de una sola vez, o 100 tazas en el curso de un d�a; otras dos recomendaciones del profesor Botenkoe eran que los pacientes fumaran tabaco en forma constante y usaran opio con generosidad. No es de extra�ar que fuera uno de los profesionales m�s famosos de su tiempo, que tuviera numerosa clientela y un grupo grande de m�dicos seguidores de su "sistema".

La escuela iatroqu�mica perdi� el prestigio con que contaba en varios pa�ses europeos a mediados del siglo XVIII, en parte por el surgimiento de la escuela iatromec�nica y del animismo, y en parte porque la influencia de Sydenham y de Boerhaave alej� a los m�dicos y a los enfermos del demasiado teorizar y concentr� su atenci�n en la medicina cl�nica. La iatroqu�mica hac�a hincapi� en los aspectos cualitativos de la medicina y adem�s era incapaz de explicar la especificidad de los fen�menos naturales, mientras que la iatromec�nica se prestaba al an�lisis cuantitativo y propon�a mecanismos bien definidos para la mencionada especificidad.

LA IATROMEC�NICA

La iatromec�nica es la doctrina que compara al cuerpo humano con una m�quina artificial y pretende explicar su funcionamiento sobre bases puramente f�sicas. En este sistema las partes s�lidas del organismo constituyen diferentes maquinarias o conductos inertes que obedecen las leyes de la est�tica, mientras que los l�quidos se rigen por los principios de la hidr�ulica. Como las leyes que gobiernan el movimiento de las part�culas muy peque�as, indivisibles e iguales que forman la materia (seg�n la teor�a corpuscular), se definen cuantitativamente con precisi�n matem�tica, la fisiolog�a resulta ser una rama de las matem�ticas aplicadas. La iatromec�nica se desarroll� a fines del siglo XVII; se acepta que uno de los primeros iatromec�nicos fue Santoro Santorio, a quien ya mencionamos como uno de los primeros en introducir m�todos cuantitativos en la medicina. Pero quiz� el miembro m�s prominente de la escuela iatromec�nica haya sido Giovanni Alfonso Borelli (1608-1679), quien naci� en N�poles y estudi� matem�ticas en Roma. Fue nombrado profesor de matem�ticas en Mesina, pero su fama de sabio y buen maestro determin� una invitaci�n para ocupar la c�tedra de matem�ticas en la Universidad de Pisa, en 1656. Ese a�o Marcelo Malpigio fue nombrado profesor de medicina te�rica en la misma universidad y los dos personajes se hicieron grandes amigos, relaci�n definitiva en la vida de Borelli pues desarroll� un profundo inter�s en los experimentos y observaciones de Malpigio y desde entonces la anatom�a y la fisiolog�a compartieron su atenci�n con las matem�ticas. Borelli abandon� Pisa por Florencia, despu�s regres� a Mesina, pero en 1674 ya estaba en Roma, donde fue protegido por la reina Cristina de Suecia. Posteriormente ingres� a un monasterio y, seg�n unos, sobrevivi� dando clases privadas de matem�ticas y seg�n otros, pidiendo limosna en las calles Roma. Su obra principal De motu animalium est� dedicada a Cristina, quien se encarg� de su publicaci�n dos a�os despu�s de la muerte del autor.

Figura 19. Giovanni Alphonse Borelli (1608-1679).

El libro de Borelli, De motu animalium, consta de dos partes, la primera dedicada a los movimientos externos y la segunda a los internos de los animales. La primera es estrictamente iatromec�nica, o mejor a�n, iatromatem�tica, en la descripci�n de los movimientos corporales basada en los principios de la mec�nica f�sica, y revela una experiencia personal muy amplia de disecciones en distintas especies animales, incluyendo mam�feros, aves y peces. Las descripciones se complementan con c�lculos matem�ticos basados en principios de est�tica y cin�tica, y las funciones se interpretan como puramente mec�nicas, usando la balanza, la palanca, la cu�a, la rueda, la polea y otros aparatos similares. La segunda parte es un tratado magistral de fisiolog�a que incluye la contracci�n muscular, la funci�n renal, la respiraci�n, la secreci�n biliar, algunos aspectos de la nutrici�n y de la digesti�n y hasta comentarios sobre la fiebre, todo manejado con gran capacidad de an�lisis cr�tico, profundidad de conceptos y equilibrio de juicio. En esta parte Borelli ya no es un iatromec�nico sino un sabio del siglo XVII, cuya meta es alcanzar una comprensi�n aceptable de los fen�menos que estudia. Naturalmente, sus argumentos corresponden a su �poca y en muchos sitios, en lugar de datos usa analog�as, pero eso no le resta valor a sus trabajos. Por ejemplo, se�ala que el ri��n maneja la excreci�n de l�quidos y controla las sales alcalinas y tart�ricas del suero, en vista de que las sales fijas, adheridas tenazmente a las fibras y porosidades de la carne, s�lo pueden desalojarse por medio de la humedad. El principio fundamental es que las part�culas no fluyen por tubos estrechos en ausencia de l�quidos abundantes que los lubriquen. Los l�quidos pueden secuestrar sales y mantenerlas ocultas por medio de la agitaci�n intr�nseca en la circulaci�n, pero cuando acumulan un exceso de sales se transforman en agentes potenciales de enfermedad. As� cargados, los l�quidos pueden irritar membranas y nervios sensibles, o bien sufrir una fermentaci�n cr�nica que finalmente producir� una corrupci�n extra�a al organismo. El �rgano responsable de eliminar todas las sustancias pat�genas es el ri��n, que lo hace por medio de separaciones puramente mec�nicas.

Otro miembro distinguido de la escuela iatromec�nica fue Giorgio Baglivi (1668~1706), disc�pulo de Malpigio, que a la edad de 28 a�os fue nombrado profesor de anatom�a en Roma. Baglivi ense�aba que cuando el organismo se estudia con cuidado uno encuentra:

[...] m�quinas trituradoras en los huesos maxilares y los dientes, un recipiente en los ventr�culos, tubos hidr�ulicos en las venas, arterias y otros vasos, un pist�n en el coraz�n, un filtro o m�ltiples orificios separados en las v�sceras, un par de fuelles en los pulmones, el poder de una palanca en los m�sculos, poleas en los extremos de los ojos, y as� sucesivamente... Los efectos naturales de un cuerpo animado no pueden explicarse en forma m�s clara y con mayor facilidad que con los principios matem�ticos experimentales con los que se expresaba la naturaleza.

Sin embargo, Baglivi estableci� con claridad la diferencia entre la teor�a y la pr�ctica de la medicina; mientras se intenta comprender la manera como est� construido y funciona el organismo, la teor�a iatromec�nica debe prevalecer, pero cuando se trata de examinar a un enfermo y prescribir algo para aliviarlo, ninguna teor�a sirve de nada. Es necesario echar mano de la experiencia y la observaci�n cuidadosa y al final usar remedios hipocr�ticos. Baglivi se refiere con admiraci�n a Sydenham, quien sosten�a ideas semejantes.

Entre los iatromec�nicos m�s entusiastas debe mencionarse a Archibald Pitcairn (1652-1713), fundador de la escuela de Edimburgo en 1685. Primero estudi� leyes pero despu�s se cambi� a medicina en Par�s y se gradu� en 1680 en Reims. Regres� a Edimburgo y adquiri� gran prestigio como m�dico y matem�tico, por lo que fue invitado a ocupar la c�tedra de medicina en Leyden. Permaneci� ah� s�lo un a�o y titul� su discurso inaugural: "Una oraci�n que demuestra que la medicina est� libre de la tiran�a de las sectas de los fil�sofos" y en �l atac� fuertemente todos los sistemas m�dicos, se�alando que su b�squeda de las "causas" de los fen�menos son est�riles y que lo �nico que podemos conocer son las relaciones de las cosas entre s� y las leyes y propiedades de sus apariencias. Pitcairn us� como modelo de ciencia la astronom�a, que se abstiene de postular esencias, formas sustanciales, part�culas invisibles o esp�ritus sutiles, y en su lugar se limita a analizar los fen�menos observables y expresa sus leyes en forma matem�tica. Los m�dicos deber�an hacer lo mismo, deber�an colectar sus observaciones sobre distintas enfermedades y sus remedios y no prestar atenci�n a las construcciones te�ricas de los fil�sofos.

Un sistema muy cercano al iatromec�nico fue el llamado mec�nico-din�mico, postulado por Friedrich Hoffmann (1660-1742) en su libro Fundamenta medicinae de 1695. Antes de estudiar medicina en Jena aprendi� matem�ticas y filosof�a; viaj� a Holanda e Inglaterra, en donde fue disc�pulo de Robert Boyle y seis a�os despu�s de haber regresado a Alemania fue invitado a ser profesor de anatom�a, cirug�a, f�sica, qu�mica y pr�ctica de la medicina en la nueva Universidad de Halle, donde gan� gran fama como maestro y qu�mico. Prepar� varios remedios populares, como Liq. anodynus H, Elixir viscerale H, Balsamum vitae H, etc., que le permitieron ganar una peque�a fortuna. Ten�a 60 a�os de edad cuando empez� a escribir su gran obra, Medicina rationalis systematica, que apareci� entre 1728 y 1740. El sistema de Hoffmann se basa en la anatom�a y en la f�sica, pero en la anatom�a de Hoffmann se incluye la fisiolog�a y en la f�sica se estudian los movimientos de los cuerpos; la qu�mica es de importancia secundaria. El elemento central es el movimiento:
Aprendemos por medio de observaciones cuidadosas que el movimiento es la causa de todos los cambios que ocurren en el organismo y que en el movimiento se encuentra la base de la salud y de la enfermedad; que las causas mismas de las enfermedades act�an sobre las partes s�lidas y líquidas de nuestros cuerpos �nicamente a trav�s del movimiento; y que los agentes terap�uticos ejercen sus efectos s�lo a trav�s del movimiento. Por lo tanto, para explicar los fen�menos m�dicos y la actividad terap�utica, creemos que debe prestarse especial atenci�n al movimiento y a sus variaciones.

Seg�n Hoffmann, las m�quinas est�n construidas de tal manera que una pieza defectuosa puede trastornar los movimientos regulares de muchas otras partes. El resumen m�s condensado de las ideas de Hoffmann lo da �l mismo: "La vida y la muerte est�n condicionadas mec�nicamente y dependen s�lo de causas f�sicas y mec�nicas que act�an siguiendo leyes necesarias."

El sistema mec�nico-din�mico se basa en el movimiento del coraz�n y en la circulaci�n sangu�nea, descubierta a principios del siglo XVII (1616-1628). Pero lo que determina la actividad cardiaca y la propulsi�n de la sangre es, a su vez, el movimiento de contracci�n y relajaci�n de las "fibras" que constituyen el coraz�n. La idea de "fibra" del siglo XVIII era diferente de la actual: se trata de componentes elementales que se encuentran en todo el organismo, con capacidad para contraerse y relajarse pero no tanto en sentido real sino figurado, porque tambi�n las hay en el cerebro. De hecho, este "movimiento" de las fibras explica todas las funciones, protege al cuerpo de la putrefacci�n y regula todas las excreciones y secreciones. Las causas de la enfermedad act�an trastornando los movimientos, la circulaci�n sangu�nea y otras funciones; para curar a los pacientes es necesario restablecer la libertad de los movimientos y la circulaci�n normal de la sangre.

Esta teoría no era suficiente para explicar las consecuencias de las infecciones y de la corrupci�n. Hoffmann ten�a muy presente que algunas heridas menores, como peque�as cortaduras o venisecciones torpemente realizadas a veces se complicaban con inflamaciones y supuraciones muy aparatosas, acompa�adas de fiebre elevada, delirio y aun la muerte. Desconociendo las infecciones bacterianas, Hoffmann no distingu�a entre isquemia, supuraci�n por infecci�n con g�rmenes pi�genos, y putrefacci�n cadav�rica. Entonces hizo lo mismo que tantos de sus antecesores (y no pocos de sus sucesores) m�dicos hab�an hecho: invent� un principio cualitativo en forma de un l�quido sutil, "noble" y espirituoso, tan tenue que s�lo se le percibe por sus efectos, y lo hizo responsable de la actividad vital. De esta manera se apart� de sus premisas puramente mec�nicas y se hizo un precursor del animismo.

Los tratamientos recomendados por Hoffmann eran sencillos y escasos en drogas: en primer lugar deb�an regularse los movimientos anormales, relajar los espasmos y aumentar la contracci�n de los �rganos demasiado relajados. Aunque ciertas enfermedades eran capaces de aliviar otras (por ejemplo, la fiebre cura los espasmos), Hoffmann divid�a a las drogas en cuatro clases: las que refuerzan, las que relajan, las que alteran y las que evacuan. Entre sus remedios favoritos estaban el vino Hochheimer, el alcanfor, la quinina, el hierro, las aguas minerales y el agua fr�a; con frecuencia recomendaba sangr�as y practicaba �l mismo flebotom�as, adem�s de ser muy detallista y exigente en las dietas.

ANIMISMO O VITALISMO

Entre los primeros animistas debe mencionarse a Van Helmont y a Willis, quienes tambi�n figuran como iatroqu�micos (v�ase p. 115). El Archeus del primero corresponde al �nima, que reside en el est�mago y en el bazo; en cambio, el segundo postul� la existencia no de una sino de dos �nimas distintas, la racional (inmortal y espec�fica del hombre) y la material (compartida con los animales), pero que no participan en la enfermedad. El personaje central en la historia del animismo es Georg Ernst Stahl (1639-1734), quien estudio en Jena en los mismos tiempos de Hoffmann. Permaneci� all� como privatdozent, despu�s vivi� siete a�os como médico en Weimar, hasta que Hoffmann consigui� que lo nombraran profesor de la segunda c�tedra de medicina de la Universidad de Halle. Ah� trabaj� durante 22 a�os, al cabo de los cuales viaj� a Berl�n como m�dico de la corte hasta su muerte.

Figura 20. Georg Ernst Stahl (1660-1734).

Stahl rechaza lo relacionado con las ciencias naturales en la medicina; en su concepto, el organismo es totalmente distinto de una m�quina y solo puede comprenderse como el producto de un principio inmaterial que le confiere forma, funci�n, armon�a y permanencia. El cuerpo humano es completamente pasivo, un aut�mata manejado por una entidad denominada de distintas maneras anima, natura, principium vitae, Natur, physis, y otros nombres m�s. Como m�dico, Stahl hab�a observado la asombrosa capacidad de autorregulaci�n del organismo; como qu�mico se preguntó c�mo era posible que una estructura tan compleja y tan destructible como el cuerpo humano mantuviera su integridad frente a tantas agresiones y no se desintegrara como ocurre tan r�pidamente despu�s de la muerte. Incapaz de explicar estas dos propiedades del cuerpo humano (autorregulaci�n y conservaci�n) por medio de las teor�as m�dicas en boga en su tiempo, la iatroqu�mica y la iatromec�nica, Stahl invent� una soluci�n Perfecta: el �nima.

La obra principal de Stahl, Theoria medica vera (1708) tiene la estructura de los grandes sistemas escritos en Europa despu�s de la introduci�n de los tratados �rabes: se inicia con definiciones de la medicina y sus subdivisiones, despu�s se refiere a los res naturales (elementos, humores, temperamentos, miembros del cuerpo, facultades, operaciones y esp�ritus), luego a los res non naturales (aire, comida, bebida, sue�o y vigilia, movimiento y descanso, evacuaci�n y repleci�n, emociones y pasiones), posteriormente a los res contra naturales (enfermedades, causas, localizaciones, signos, s�ntomas, consecuencias) que tambi�n incluyen la higiene, y finalmente se tratan las distintas terapéuticas, incluyendo dietas, drogas y cirug�a.

El �nima imparte vida a la materia muerta, participa en la concepci�n (tanto del lado paterno como del materno), genera el cuerpo humano como su residencia y lo protege contra la desintegraci�n, que solamente ocurre cuando el �nima lo abandona y se produce la muerte. El �nima act�a en el organismo a trav�s de "movimientos" no siempre visibles y mec�nicos sino todo lo contrario, invisibles y "conceptuales", pero de cualquier manera responsables de un tono espec�fico e indispensable para la conservaci�n de la salud. La interferencia con tales movimientos resulta en cambios del tono que se manifiestan como contracciones o relajamientos anormales que constituyen la enfermedad; los cambios de tono se expresan como taquicardia, fiebre, escalofr�os, convulsiones, par�lisis, etc�tera.

Para su terap�utica, Stahl consideraba que el propio organismo era el mejor agente, a trav�s de la vis medicatrix naturae, que era lo mismo que el �nima. Como esta �ltima era la causa de todas las enfermedades, tambi�n pod�a curar todo. Las medidas terap�uticas deb�an actuar exclusivamente a trav�s del �nima, o mejor a�n, de los "movimientos" resultantes de su acci�n, inhibi�ndolos cuando fueran excesivos o estimul�ndolos cuando fueran d�biles o estuvieran ausentes. Stahl estaba a favor de las sangr�as, tanto en padecimientos agudos como cr�nicos; otros medicamentos que recetaba eran purgantes, em�ticos, diafor�ticos, polvos g�stricos, etc. Rechazaba la corteza de chinchona para combatir la fiebre intermitente porque pensaba que �sta era una forma en que el organismo combat�a la congesti�n o pl�tora; tampoco aprobaba el opio porque restring�a los movimientos, ni las aguas minerales y las preparaciones con hierro porque eran las recetas favoritas de Hoffmann, ni muchos otros medicamentos en boga en su tiempo porque eran in�tiles o perniciosos. En general, su terap�utica era m�nima y segu�a la regla hipocr�tica de la observaci�n expectativa.

Stahl tuvo muchos seguidores, tanto en Alemania como en el resto de Europa, y especialmente en Francia, en la llamada Escuela de Montpellier, en la que sobresalen tres m�dicos: Francois Boissier de Sauvages de la Croix (1706-1767), Theophile de Bordeau (1722-1776) y Paul Joseph Barthez (1734-1806). El primero predecesor y maestro y, junto con De Bordean, genuino representante del siglo XVIII. Aunque Barthez sobrevivi� hasta principios del siglo XIX, tambi�n se identifica como fiel seguidor de Stahl y pertenece en cuerpo y �nima al siglo anterior.

Boissier de Sauvages se gradu� de m�dico en Montpellier en 1726, en donde adquiri� la filiaci�n iatromec�nica tradicional. Despu�s de estudiar las obras de Stahl, reconoci� la existencia de "un principio vital de los movimientos, superior a los mecanismos ordinarios", que proviene de un motor, el �nima, que adem�s determina la conservaci�n del individuo. Boissier de Sauvages tambi�n introdujo las "inc�gnitas x y y" en la fisiolog�a, con el mismo significado con el que se manejan en �lgebra, para explicar ciertos fen�menos cuando se ignoran su naturaleza y sus mecanismos. Teophile de Bordeau se gradu� de m�dico en Montpellier en 1744 y posteriormente radic� en Par�s. Su idea central era la existencia de una comunidad de �rganos �ntimamente asociados entre s� en el cuerpo humano, cada uno con vida individual, posici�n espec�fica y funci�n definida, cuya suma constituye la "vida general" del organismo.

El papel del �nima en el sistema de De Bordean es ambiguo y se aleja del anima de Stahl; seg�n De Bordean, se limita a las emociones no participa para nada en otros fen�menos fiisiol�gicos, como movimientos o secreciones. Cada emoci�n est� conectada con un �rgano, de manera que una emoci�n es capaz de detener la digesti�n, otra produce l�grimas, otra m�s diarrea, etc. Estos efectos estar�an mediados por los nervios, pero en �ltima instancia las emociones se asientan en el �nima, que posiblemente est� localizada en el cerebro. Para De Bordean los organos m�s importantes eran el est�mago, el coraz�n y el cerebro, el "Tr�pode de la Vida", que genera los movimientos y la sensibilidad, dedos fen�menos principales de la vida, aparte de regular todas las actividades de los dem�s �rganos. El cerebro proporciona la fuerza vital y la distribuye a todo el organismo a trav�s de los nervios, regulando la sensibilidad y los movimientos por mecanismos no sujetos a las leyes de la f�sica o de la qu�mica. El coraz�n mantiene la sangre y el quilo en circulaci�n y el est�mago preside sobre los fen�menos nutricionales. La salud es el equilibrio entre esas tres funciones y la enfermedad su trastorno, que se caracteriza por tres etapas bien conocidas irritaci�n, cocción y crisis. La terap�utica de De Bordeau ten�a como meta la promoci�n de las crisis, especialmente en las enfermedades cr�nicas, lo que intentaba lograr con estimulantes y con aguas minerales de los Pirineos (de cuyos ba�os fue director durante tres a�os).

A fines del siglo XVIII el animismo de Stahl y sus seguidores cambio de nombre (pero no de esp�ritu) con Paul Joseph Barthez (1734-1806), cuyas ideas empezaron a conocerse como vitalismo. Barthez estudi� teolog�a primero y medicina despu�s, fue m�dico militar y editor del Journal des savants, y a los 27 a�os de edad fue nombrado profesor de medicina y bot�nica en Montpellier. Al cabo de pocos a�os Barthez abandon� la medicina y se dedic� a las leyes, donde en 1780 ya hab�a alcanzado la posici�n de consejero de justicia, pero otra vez abandon� su profesi�n y se dedic� a la filosof�a. Cinco a�os m�s tarde fue nombrado rector de la Universidad de Montpellier, pero como durante la revoluci�n se puso del lado del ancien r�gime, al llegar la Rep�blica su nombramiento no fue renovado. No fue sino hasta1802 que Napole�n lo nombr� m�dico consultante, pero entonces ya s�lo le quedaban cuatro a�os de vida.

El principio vital de Barthez es simplemente "la causa de los fen�menos de la vida en el cuerpo humano". Aunque su verdadera naturaleza se desconoce, el principio vital est� dotado de movimientos y sensibilidad; adem�s, es distinto de la mente, se encuentra distribuido en todas partes del organismo y no puede funcionar de manera aislada en ninguna de ellas, ya que r�pidamente se generaliza por medio de simpatías o afinidades existentes entre los distintos �rganos. La enfermedad se debe a alguna alteraci�n del principio vital; por ejemplo, los padecimientos nerviosos son un debilitamiento de sus poderes, mientras que las fiebres p�tridas son fermentaciones que tienden a la corrupci�n; otro ejemplo ser�an las enfermedades malignas, en las que el principio vital est� muy disminuido o ausente.

La terap�utica recomendada por Barthez se basa en las "indicaciones " que el m�dico recibe de la enfermedad; por ejemplo, si el paciente tiene n�usea hay que darle un em�tico, si c�licos un purgante, si fiebre, un antipir�tico, etc. Esta forma de tratamiento puramente sintom�tico refleja en gran parte la esterilidad del vitalismo para generar nuevas ideas sobre el manejo de distintas enfermedades, en vista de que �stas se deben a trastornos en una esfera (el principio vital) inaccesible a cualquier forma de manipulaci�n externa.

Otro vitalista famoso de fines del siglo XVIII fue Marie Francois Xavier Bichat (1771-1802), m�dico franc�s que volver� a ser mencionado en relaci�n con el desarrollo de la anatom�a patol�gica (v�ase p. 138). Bichat naci� en Thoisette-en Bas y estudi� en Lyon y en Par�s, en esta �ltima ciudad bajo la protecci�n de Desault, el famoso cirujano. Como muri� antes de los 31 a�os de edad, s�lo pudo trabajar unos cuatro a�os, pero lo hizo con tal intensidad y originalidad que en 1800 public� dos libros, Trait� des membranes y Recherches physiologiques sur la vie et la mort, mientras que otros dos, Anatomie g�nerale y los primeros tomos de su Anatomie descriptive aparecieron en forma p�stuma. Un a�o antes de su muerte, Bichat escribi�:

"El caos era la materia sin propiedades; para crear el Universo, Dios lo dot� de gravedad, elasticidad, afinidad, etc.... y a una parte le dio sensibilidad y contractilidad."

Estas dos propiedades, sensibilidad y contractilidad, ocurren en las dos formas gen�ricas de vida que distingue Bichat, la org�nica y la animal. En su libro Recherches physiologiques sur la vie et la mort, la primera parte est� dedicada a una discusi�n de las diferencias entre las vidas org�nica y animal y la forma como se manifiestan las dos propiedades vitales mencionadas, mientras que en su Anatomie g�nerale, Bichat distingue entre los diferentes tejidos no s�lo por sus propiedades f�sicas despu�s de muertos sino tambi�n por la variable distribuci�n cuantitativa de las dos propiedades vitales que poseen durante la vida. Bichat pensaba que era mediante el estudio de las alteraciones en las propiedades vitales de tejidos espec�ficos que deber�an entenderse la enfermedad y los mecanismos de acci�n de las drogas, y que las alteraciones anat�micas observadas en las autopsias de los pacientes estudiados en la cl�nica deber�an correlacionarse no con los s�ntomas sino con los cambios en las propiedades vitales de los tejidos afectados.

Bichat deseaba hacer con la fisiolog�a y la medicina lo que Newton con la f�sica. Newton (seg�n Bichat) explic� todo lo que ocurre en el mundo con base en unas cuantas propiedades de la materia viva. La fisiolog�a, para hacerlo, deber�a adoptar un nuevo lenguaje al describir las propiedades de la materia viva, diferente al de la f�sica y la qu�mica; encontrar sus propios principios, distintos de los que regulan las ciencias del mundo inerte e independientes de �ste. El vitalismo de Bichat ya no guarda m�s que un parentesco muy remoto con el animismo de Stahl; se parece m�s a ciertas posturas antirreduccionistas contempor�neas, cuyo argumento central es la irreducibilidad de la vida a las leyes de la f�sica y de la qu�mica.

IRRITABILIDAD, SOLIDISMO, BROWNISMO Y MESMERISMO

Durante la Edad Barroca surgieron otras muchas "escuelas" o teor�as m�dicas que pretend�an sustituir a la teor�a humoral de Galeno. Una us� el concepto de irritabilidad, introducido por Francis Glisson (1597-1677), para denominar una "percepci�n natural no acompa�ada por sensaci�n alguna" y para explicar que "despu�s de la muerte las fibras se contraen al ponerlas en contacto con licores �cidos o picantes". Glisson bas� su explicaci�n del vaciamiento de la ves�cula biliar a trav�s del c�stico en la irritabilidad de la pared vesicular, que se contrae como respuesta a la distensi�n producida por la acumulaci�n de bilis; tal conjetura aparece en su libro Anatomia hepatis, publicado en 1654. Pero fue Albrecht von Haller (1708-1777) quien desarroll� de manera m�s extensa el concepto de irritabilidad y la apoy� con numerosos datos experimentales (seg�n �l, s�lo para identificar las partes del cuerpo que poseen irritabilidad realiz� 567 experimentos). Haller buscaba una alternativa razonable a las teor�as biom�dicas, ante el conflicto entre iatroqu�micos, iatro-f�sicos, animistas y otras "escuelas" m�s. Tambi�n Hoffmann (v�ase p. 120) us� a la irritabilidad como parte de su teor�a del movimiento como expresi�n central de las propiedades y de la energ�a de la materia, que percibimos como contracci�n y expansi�n. La vida es movimiento, especialmente del coraz�n y de la sangre; la muerte es la ausencia de movimiento. Existe un fluido nervioso que conserva normales las acciones del cuerpo; este fluido lo secreta el cerebro y se distribuye en el organismo a trav�s de los nervios y las arterias. Su funci�n es regular el tono de los tejidos, que se basa en su irritabilidad; cuando hay un exceso de este fluido se produce un espasmo, mientras que su deficiencia resulta en aton�a. Ejemplos de enfermedades esp�sticas son las inflamaciones localizadas, hemorr�gicas, catarros y neuralgias; en cambio, las enfermedades cr�nicas se deben a la aton�a. La terap�utica es sencilla: para las enfermedades esp�sticas se usan calmantes antiespasm�dicos y emolientes; para la aton�a se requieren estimulantes o irritantes como vino, �ter, alcanfor o quinina. Con diferentes disfraces, la irritabilidad form� parte de varios otros sistemas m�dicos en la Edad Barroca.

Figura 21. Albrecht von Haller (1708-1777).

El solidismo o patolog�a neural fue una de la reacciones m�s intensas en contra de la teor�a humoral de la enfermedad de Galeno. Fue propuesto por William Cullen (1712-1790) en su libro First Lines of ihe Practice of Physic (1776). De acuerdo con Cullen, el sistema nervioso desempe�a el papel central en la patolog�a humana y lo que se enferma no son los humores o l�quidos sino los tejidos y �rganos s�lidos del cuerpo. Cullen postul� la existencia de una fuerza o principio indefinido generado por el sistema nervioso que inicia y mantiene todos los procesos fisiol�gicos y patol�gicos que se dan en el organismo. Cullen llam� a este principio fuerza nerviosa, actividad nerviosa, fuerza animal o energ�a del cerebro, y la separ� del fluido de Hoffmann y del �nima de Stahl. Este principio nervioso produce espasmo o aton�a, pero el primero no siempre es el resultado de un aumento en la actividad nerviosa sino que tambi�n puede deberse a la debilidad del cerebro. Por ejemplo, en la fiebre los calosfrios y el alza de la temperatura no se deben a cambios en los humores, como congesti�n o transformaci�n mucoide de la sangre, sino a una debilidad del cerebro producida por agentes externos como fr�o, miasmas, contagios y otros. Esta debilidad, actuando a trav�s de los nervios produce aton�a de los vasos perif�ricos, lo que causa el calosfr�o. Pero tal secuencia patol�gica genera una reacci�n: se estimula la vis medicatrix natura, y mientras el paciente tiembla, la atonía card�aca, tambi�n producida por el sistema nervioso, act�a como est�mulo en el sistema vascular produciendo espasmo y fiebre; el espasmo persiste hasta que aumenta la presi�n de la sangre en el coraz�n y en los grandes vasos, con lo que mejora la circulaci�n del cerebro, disminuye la debilidad nerviosa y la energ�a cerebral restaurada elimina el espasmo vascular, con lo que se instala la sudoraci�n. La terap�utica de Cullen era sencilla y muy seleccionada: para disminuir el espasmo aconsejaba purgantes y em�ticos, ba�os calientes y opio; para eliminar la aton�a y fortalecer el coraz�n usaba ba�os fr�os y t�nicos como el vino y la quinina, y como medidas generales recomendaba dietas y diur�ticos. Su tratamiento para la gota (que �l mismo sufr�a) era eliminar todos los licores de malta y los vinos fuertes, prohibici�n absoluta del tabaco, uso moderado (una vez al d�a) de alimentos animales y abstenci�n de toda verdura que produjera flatulencia, como la berenjena o el betabel. Para complementar esta dieta rigurosa recomendaba ejercicio moderado al aire libre, est�mulo diario de la piel de la espalda con un cepillo suave, y en general un estilo de vida sencillo y sin excesos de ning�n tipo. Cullen se opon�a al uso frecuente de las flebotom�as y sus tratamientos iban con frecuencia en contra de sus propias teor�as, lo que seguramente explica su gran �xito como m�dico.

Cullen tuvo muchos seguidores, pero ninguno m�s pintoresco que John Brown (1735-1788), quien redujo la irritabilidad y el solidismo o patolog�a neural al absurdo y lo bautiz� como brownismo. El principio central del brownismo es la excitabilidad, presente en todo el organismo pero concentrada en el sistema neuromuscular. La excitabilidad de Brown amalgama los conceptos de irritabilidad y sensibilidad de Glisson, Haller y Cullen; sin embargo, para Brown la vida s�lo existe cuando las influencias externas act�an sobre la excitabilidad y generan una respuesta congruente con ellas. La vida no es un fen�meno independiente o espont�neo, sino m�s bien la reacci�n continua del organismo a est�mulos externos. La salud es el equilibrio moment�neo entre el nivel de estimulaci�n externa y la magnitud de la reacci�n generada en estructuras excitables; la relaci�n entre estos dos elementos primordiales es puramente cuantitativa.

Cuando los agentes externos se tornan deficientes o excesivos producen cambios paralelos en la excitaci�n, mientras que la magnitud de la excitabilidad se modifica de manera inversa, con lo que se trastorna el equilibrio normal. Hay entonces una desviaci�n del estado de salud, a lo que se conoce como estado de predisposici�n a la enfermedad, un importante paso intermedio en el canimo a la enfermedad, que cuando el m�dico lo reconoce le permite iniciar de inmediato medidas para restablecer el equilibrio. Seg�n Brown hay dos estados diferentes de predisposici�n: estenia, producido por estimulaci�n excesiva, y astenia, resultado de est�mulos deficientes. Brown rechaza el concepto de enfermedades espec�ficas que pueden distinguirse por sus causas diferentes, sus localizaciones anat�micas precisas y sus manifestaciones cl�nicas frecuentes. Para �l s�lo existe una enfermedad general que adopta distintas formas, lo que explica la aparici�n de diferentes s�ntomas ("falaces y perniciosos para el arte") y que con frecuencia conducen a errores capitales. S�lo hay una excepci�n: el car�cter del pulso arterial. Tampoco los hallazgos anat�micos derivados de las autopsias constituyen informaci�n �til sobre la enfermedad general, sino que s�lo reflejan sus efectos fortuitos y su capacidad para mostrar distintas formas. En vista de lo anterior, los esfuerzos tradicionales de los m�dicos para diagnosticar cl�nicamente a sus enfermos son completamente in�tiles, la historia cl�nica es innecesaria y lo �nico que debe recogerse es el inventario de los est�mulos externos que ha recibido el paciente. Con esa informaci�n y con la toma del pulso decide si hay exceso o deficiencia de est�mulo y su orden de magnitud. Adem�s, de acuerdo con la teor�a browniana s�lo existe una forma de tratamiento m�dico: la administraci�n de estimulantes. La terap�utica en enfermedades est�nicas consiste en reducir la excitaci�n excesiva por medio de medidas debilitantes como dieta vegetariana, abstinencia de alcohol, cat�rticos suaves, sudoraci�n y em�ticos ocasionales; la sangr�a s�lo se indica en los casos m�s graves y siempre con moderaci�n. En cambio, en los padecimientos ast�nicos (que son los m�s frecuentes) la estimulaci�n debe aumentarse hasta alcanzar otra vez los niveles normales, lo que requiere dieta abundante en sopas y carnes fuertemente condimentadas, uso generoso de vinos, licores y drogas como alcanfor, �ter y sobre todo opio. Las dosis recomendadas por Brown eran tan elevadas que "se ha dicho del sistema browninano de terap�utica que sacrific� m�s seres humanos que la Revoluci�n Francesa y las guerras napole�nicas combinadas...

Entre los seguidores de Brown debe mencionarse al doctor Benjamin Rush (1745-1813), m�dico, pol�tico, educador y fil�sofo estadunidense, titulado en Edimburgo, en 1768. Aunque sus conceptos m�dicos eran brownianos, sus remedios favoritos eran la sangr�a y el calomel, empleados vigorosamente.

Durante la epidemia de fiebre amarilla que asol� Filadelfia en 1793, Rush estableci� un tratamiento que se iniciaba con una purga de 10 granos de calomel y 10 granos de jalapa, seguida por una sangr�a de 10-12 onzas; las dos medidas deb�an repetirse hasta que el paciente se recuperara... o falleciera. Verdadero monumento a la resistencia humana es un enfermo al que Rush sangr� 22 veces en 10 d�as y que sobrevivi�, �a pesar de haber perdido 176 onzas de sangre (650.606 mililitros) al mismo tiempo que padec�a fiebre amarilla! Otro browniano fue Giovanni Rason (1762-1837), de Mil�n, quien estableci� su teor�a del stimolo y contrastimolo, estados muy semejantes a la estenia y astenia de Brown pero diagnosticables s�lo por la respuesta a las medidas terap�uticas, de las que la sangr�a era la m�s recomendada: cuando el paciente mejora despu�s de ella, el stimolo est� presente y se puede continuar con el tratamiento, pero cuando no mejora (la sangr�a no debe repetirse m�s de dos veces) entonces el diagn�stico es de contrastimolo.

El mesmerismo fue introducido por Franz Anton Mesmer (1734-1815) a fines del siglo XVIII, pero en realidad pertenece m�s bien a �pocas anteriores, por su car�cter m�gico y su ausencia casi completa de relaci�n con los diferentes movimientos de su tiempo, de b�squeda honesta de nuevos caminos hacia el progreso del conocimiento m�dico. Mesmer estudi� medicina en Viena y su tesis recepcional vers� sobre astrolog�a y el uso del magneto, lo que posteriormente le sirvi� en su pr�ctica, pero pronto invent� un fluidum universal que seg�n �l exist�a en todas partes y que fluye de la mano del terapeuta con propiedades curativas, a las que los pacientes son particularmente susceptibles. En 1774 public� sus experimentos y en 1799 apareci� su libro M�moire sur la d�couverte de magn�tisme animal, en el que resume su doctrina. Al principio se estableci� en Viena, en una instituci�n privada, pero una comisi�n nombrada por la reina Mar�a Teresa examin� su pr�ctica y lo oblig� a abandonar la ciudad en 24 horas. Mesmer capitaliz� a su favor este tropiezo cuando lleg� a Par�s, en 1788, en donde al principio se asoci� con D'Eslon, miembro de la Facultad de Medicina. Pronto D'Eslon empez� a "magnetizar" por su cuenta, por lo que la relaci�n se deshizo y los dos ex socios siguieron caminos paralelos pero independientes. Mesmer recibi� el patrocinio de Mar�a Antonieta y el rey Luis XIV le entreg� 10 000 francos para que fundara un Instituto Magn�tico y otros 20 000 francos para su uso personal. Mesmer daba clases de magnetizaci�n a 100 luises de oro por estudiante, fund� una Orden de la Harmon�a para sus benefactores, estableci� los baquets, tinas magn�ticas llenas con agua sulfurada y otros ingredientes, de las que sal�an tubos met�licos con anillos colgados por medio de los cuales los participantes en la sesi�n establec�an contacto. En estas sesiones Mesmer aparec�a vestido con estramb�ticos ropajes color lila y tocaba con una banda o con sus manos a los pacientes. Estas sesiones eran muy populares y muy pronto hicieron a Mesmer un hombre rico, entre sus clientes se contaban Lafayette y muchos de los literatos, pol�ticos y arist�cratas m�s prominentes de su �poca. Pero su fortuna no dur� mucho tiempo: en1783 una comisi�n lo investig� y lo declar� un charlat�n, por lo que tuvo que cerrar su negocio. Con la Revoluci�n perdi� parte de su fortuna, y cuando en 1798 intent� regresar a Par�s su magnetismo ya no tuvo eco. Mesmer tuvo muchos seguidores, sobre todo entre los que ten�an una tendencia a lo sobrenatural, lo esot�rico y lo misterioso, lo que era caracter�stico de los adeptos a la Naturphilosophie. Aunque era indudablemente un charlat�n, Mesmer tuvo el m�rito de introducir la hipnosis como m�todo terap�utico, aunque rodeada de una parafernalia tan absurda que posteriormente fue muy dif�cil que este procedimiento fuera aceptado dentro de la pr�ctica ortodoxa de la medicina.

LA NOSOLOG�A

Ya se mencion�, en el siglo XVII Sydenham preconiz� el abandono de las teorias m�dicas y la necesidad de construir la historia natural de las enfermedades a partir de la observaci�n y la descripci�n de los hechos patol�gicos. Sus ense�anzas fueron recogidas casi 50 a�os despu�s por Francois Boissier de Sauvages (1706-1767), a quien ya hemos mencionado como un vitalista de Montpellier (v�ase p. 125). Sauvages adopt� la idea de que las enfermedades deb�an describirse del mismo modo que las plantas y en 1731-1734 public� un peque�o libro titulado Nouvelles classes de maladies, que entre otros m�ritos tuvo el de estimular el inter�s de Carl von Linneo (1707-1778) en el mismo tema. Sauvages continu� trabajando en la clasificaci�n de las enfermedades y en 1768 public� su obra magna Nosologia methodica sistens morborurn classes juxta Sydenhami mentem et botanicorum ordinem en tres vol�menes y con la enumeraci�n de 2 400 clases diferentes de enfermedades. Siguiendo un criterio aristot�lico, Sauvages clasifica las enfermedades en g�neros, especies, clases y �rdenes; la clasificaci�n pretende basarse en los s�ntomas, pero a veces se usa tambi�n la localizaci�n anat�mica o la etiolog�a. Se distinguen 10 grupos generales de enfermedades con 44 �rdenes y 315 g�neros; en cambio, en la siguiente divisi�n en especies las enfermedades se multiplican hasta alcanzar las 2 400 ya mencionadas. En realidad, la Nosolog�a de Sauvages dista mucho de la idea de Sydenham, de dar una descripci�n adecuada y completa de cada enfermedad; m�s bien se trata de una enumeraci�n de s�ntomas que se repiten en el texto cada vez que ocurren en distintas circunstancias. En niguna parte aparece la historia natural de la enfermedad como el elemento fundamental para distinguirlas a unas de otras.

Tambi�n Linneo public� su propia clasificaci�n de las enfermedades en 1768 con el t�tulo de Genera morbosa, en la que distingue 11 grupos diferentes que pueden reunirse en dos: los tres primeros incluyen padecimientos febriles y as� se denominan, mientras que los ocho restantes fueron conocidos como temperati, porque Linneo conceb�a a la fiebre como una enfermedad de pulso r�pido y el t�rmino significa en proporci�n o medida mesurada; por lo tanto, los morbi temperati eran los padecimientos no febriles.

Otro intento de clasificar las enfermedades fue realizado por Cullen, el m�dico escoc�s ya mencionado (v�ase p. 130). En 1769 public� su Apparatus ad nosologian methodicum, cuya segunda edici�n apareci� en 1793 y en ingl�s como Synopsis and Nosology, Being an Arrangement and Definition of Diseases. Cullen no era, como Sauvages y Linneo, bot�nico adem�s de m�dico, sino solamente un cl�nico con intereses eminentemente pr�cticos, que se�ala: "[...] la historia de la enfermedad [...] dista mucho de ser completa y exacta; y yo sostengo que es el ejercicio de la nosolog�a el que directamente sirve para se�alar las dudas, para iniciar preguntas y para dirigir nuestras observaciones ulteriores."

Cullen intent� simplificar los esfuerzos de sus predecesores y en vez de 11 clases de enfermedades propuso solamente cuatro: las pirexias, las neurosis, las caquexias y las locales. Cada una de estas clases correspond�a respectivamente a alteraciones en las funciores vitales, animales, naturales y... otras. Esta �ltima clase de enfermedades, las locales, que conten�a 60 del total de 151 g�neros de la clasificaci�n, serv�a como caj�n de sastre para muchas enfermedades mal definidas que ni siquiera fueron descritas en su texto de medicina de 1786. La clase de las pirexias se divid�a en cinco �rdenes: fiebres, inflamaciones localizadas, exantemas, fluxiones y hemorragias. La clase de las neurosis conten�a cuatro �rdenes m�s o menos relacionados con trastornos nerviosos diversos, as� como un quinto llamado espasmos, donde clasific� palpitaciones, asma, c�licos, histeria y diabetes.

En el umbral del siglo XIX, en 1798, Phillipe Pinel (1755-1826) public� su obra Nosographie philosophique en tres tomos, que vio muchas ediciones y traducciones ulteriores y que ya revela un cambio en la tendencia puramente nosol�gica de sus predecesores. Pinel estudi� teolog�a y despu�s viaj� a Toulouse, donde se gradu� de m�dico en 1773. Los cuatro a�os siguientes los pas� en Montpellier estudiando por su cuenta los cl�sicos, ciencia y medicina. Aunque se encontraba en la capital del vitalismo, su inter�s en las matem�ticas lo inclinaba m�s hacia la iatromec�nica, pero su postura pronto evolucion� hacia una visi�n m�s antropol�gica. Su inter�s se fij� en la enfermedad, y especialmente en la salud. Posteriormente viaj� a Par�s y continu� sus estudios, primero con Desault en la Charit� y depu�s en el Hôtel Dieu. Desde 1784 se contaba entre los visitantes al sal�n de madame Helv�tius en Auteil, en donde se reun�an varios de los disc�pulos de De Condillac, as� corno Condorcet y Benjamin Franklin, quien trat� de atraer a Pinel a los Estados Unidos. Cuando apareci� su Nosographie Pinel ya ten�a tres a�os como profesor de patolog�a m�dica en la Escuela de la Salud de Par�s y como m�dico del hospital de la Salpetri�re, en donde permanecer�a 30 a�os m�s. La nosograf�a filos�fica de Pinel corresponde m�s a una serie de descripciones de diferentes enfermedades que a una clasificaci�n r�gida; de hecho, Pinel s�lo considera 5 clases, 8 g�neros y menos de 200 especies en total. Leyendo sus p�ginas uno se convence de que ya no es un nos�logo cl�sico, un clasficador de enfermedades, sino que ha adoptado tal tendencia por convencimiento. En ediciones ulteriores de su obra las clasificaciones se relegan cada vez m�s y las descripciones reciben mayor atenci�n, hasta que en la quinta edici�n (1813) la clasificaci�n ha sido deplazada a un ap�ndice. De todos modos, la transici�n entre la �ltima edici�n de la Nosographie de Pinel y un texto contempor�neo de medicina es mucho m�s f�cil de hacer que a partir de las obras mencionadas de Sauvages, Linneo, Cullen y otros m�s.

Figura 22. Phillipe Pinel (1755-1826).

LA ANATOM�A PATOL�GIGA

En la Edad Barroca se dieron dos pasos fundamentales en la evoluci�n del estudio de las alteraciones anat�micas en la enfermedad, que se hab�a iniciado a fines de la Edad Media (1504) con el libro de Benivieni y hab�a continuado con otros esfuerzos, entre los que sobresale el Sepulchretum de Boneto (v�ase p. 107), publicado ya en pleno Renacimiento (1679). Lo que empez� como una b�squeda de la naturaleza de la enfermedad se transform�, en poco m�s de 150 a�os, en la investigaci�n del sitio anat�mico alterado; en otras palabras, la pregunta medieval "�qu� es la enfermedad?" se sustituy� por la pregunta posrenacentista "�en d�nde est� la enfermedad?". Este cambio en el objetivo del inter�s m�dico en el estudio de las enfermedades representa una verdadera metamorfosis conceptual; ya no se trata de documentar una teor�a sino de establecer un hecho anat�mico. �sta fue la contribuci�n inmortal a la medicina de Giovanni Battista Morgagni (1682-1771) y de Marie Fran�ois Xavier Bichat (1771-1802).

Morgagni nació en Forli y estudi� medicina en Bolonia, donde fue alumno favorito de Valsalva y (despu�s de su graduaci�n) su ayudante por varios a�os. Luego de actuar como prosector en su universidad fue invitado a ocupar la c�tedra de medicina te�rica en la Universidad de Padua, donde tuvo tal �xito que en cuatro a�os fue nombrado profesor de anatom�a, cargo que desempe�� con distinci�n durante 56 a�os, ya que dio clases hasta el �ltimo a�o de sus 89 a�os de edad. Durante todo ese tiempo trabaj� diariamente disecando en el anfiteatro, viendo pacientes, haciendo experimentos, leyendo, pensando y escribiendo; era un hombre austero pero de car�cter amable y trato delicado. En sus �ltimos a�os se le conoci� como "Su Majestad Anat�mica" y los pat�logos de todo el mundo lo veneran como el Padre de la Patolog�a. Escribi� varias obras, pero la que lo inmortaliz� fue su libro De sedibus et causis morborum per anatomen indagatis (1761), que apareci� cuando el autor ten�a 79 a�os de edad. Se trata de la recopilaci�n de 70 largas cartas que a trav�s del tiempo le escribi� a un joven amigo lego e identificado s�lo como "muy aficionado al estudio de las ciencias y especialmente de la medicina", quien lo estimul� a que las escribiera. Las 70 cartas contienen las historias cl�nicas y los protocolos de autopsia de m�s de 700 casos, no todos vistos personalmente por Morgagni sino tambi�n por su maestro Valsalva. Todos los datos, incluyendo los m�s insignificantes de la histona cl�nica y especialmente de la autopsia, est�n incluidos y descritos con una minuciosidad sin precedente; en todo momento Morgagni intenta correlacionar los hallazgos morfol�gicos con las manifestaciones cl�nicas. Una caracter�stica del libro son sus cuatro �ndices, que permiten la consulta f�cil y que, seg�n el propio autor, fue una de las razones por las que emprendi� el trabajo, en vista de que en la segunda edici�n del Sepulchretum se hab�an eliminado los �ndices y eso hac�a casi imposible encontrar la informaci�n deseada.

Figura 23. Giovanni Battista Morgagni (1682-1772)

De sedibus contiene un n�mero enorme de observaciones originales, como aneurismas sifil�ticos de la aorta, atrofia amarilla aguda del h�gado, meningitis secundaria a otitis purulenta, hiperostosis frontal, c�ncer g�strico, �lcera p�ptica g�strica, endocarditis, estennosis mitral, estenosis e insuficiencia a�rticas, estenosis pulmonar, ateroesclerosis coronaria, tetralog�a de Fallot, coartaci�n de la aorta, gomas cerebrales, ileitis regional, hemorragia cerebral antigua y reciente, quistes del ovario, cirrosis hep�tica, hepatizaci�n pulmonar en la neumon�a, c�lculos renales, quistes de los plexos coroides, y muchas otras m�s. Morgagni elev� el nivel de la descripci�n anatomopatol�gica a un grado al cual todo lo descrito adquiere valor, pero no debe pensarse en �l como un pat�logo recluido en la sala de autopsias; tal denominaci�n lo hubiera sorprendido, en parte porque tal personaje todav�a no exist�a y en parte porque sus actividades eran mucho m�s vers�tiles que eso. En sus explicaciones Morgagni adopta una postura iatromec�nica al estilo de Borelli (v�ase p. 117), pero tambi�n invoca ocasionalmente mecanismos iatroquimicos. Con toda la importancia que tienen sus muy numerosas contribuciones espec�ficas al conocimiento de la enfermedad su obra principal fue la demostraci�n definitiva de que las diferentes enfermedades se localizan en �rganos distintos y que tales localizaciones explican la gran variedad de s�ntomas cl�nicos.

El siguiente gran avance en la patolog�a lo dio Bichat, quien ya fue mencionado como vitalista. Las dos obras importantes de Bichat en este contexto fueron el Trait� des membranes (1800) y la Anatomie g�nerale (1801). La primera fue precedida, dos a�os antes, por un art�culo titulado Dissertation sur les membranes, basado en la sugesti�n hecha por Pinel, en 1797, en su Nosographie philosophique, de que ciertos fen�menos patol�gicos se asocian regularmente con membranas espec�ficas que, en ese sentido, pueden considerarse independientes de los �rganos donde se encuentran. Bichat examin� experimentalmente esa proposici�n y afirm� que algunas membranas eran, en efecto, elementos anat�micos separables f�sicamente de los �rganos de que forman parte y que una misma membrana puede participar en la arquitectura de �rganos distintos. En la Dissertation Bichat menciona tres tipos de membranas (mucosa, serosa, fibrosa) pero dos a�os m�s tarde, en el Trait�, el n�mero ha crecido a cinco (las tres anteriores m�s las compuestas y las accidentales), y al a�o siguiente, en la Anatomie g�nerale, expone que existen 21 tipos diferentes de membranas y emplea para ellas el nombre gen�rico de tissu (tejidos). Bichat pensaba que todos los animales est�n formados por �rganos, que son peque�as m�quinas dentro de la gran maquinaria", o sea el organismo completo. A su vez, los �rganos est�n constituidos por tejidos, que los integran asoci�ndose entre s� de la misma manera en que los elementos qu�micos simples (ox�geno, carb�n, nitr�geno, etc.) se combinan para formar compuestos qu�micos. Tales elementos anat�micos o tissu fueron identificados por Bichat sin usar el microscopio, del que desconfiaba pues tem�a que introdujera artificios en las estructuras anat�micas. En cambio, sus m�todos se basaron en la acci�n de varias sustancias qu�micas como agua, �cidos, �lcalis, distintas sales, as� como desecaci�n, maceraci�n, putrefacci�n, etc�tera.

Mientras Morgagni, con su libro De sedibus, dej� a la enfermedad firmemente establecida en los �rganos, en lugar de la presencia difusa en todo el organismo o en los humores gal�nicos que tuvo durante 12 siglos, y estableci� la importancia de la correlaci�n anatomocl�nica en su estudio, Bichat sent� las bases conceptuales de una nueva ciencia, la histolog�a (�sin usar el microscopio!) y logr� que la patolog�a avanzara de los �rganos a los tejidos. En relaci�n con la pregunta: "�en d�nde est� la enfermedad?", tanto Morgagni como Bichat son solidistas y localistas, pero mientras el primero responde "en los �rganos", el segundo se�ala "en los tejidos". Naturalmente, los dos tuvieron raz�n, porque ambos basaron sus respuestas en los conocimientos de sus respectivas �pocas, que adem�s ambos contribuyeron a ampliar y enriquecer con sus observaciones originales.

LA PERCUSI�N

Leopold Auenbrugger (1722-1809) naci� en Graz y estudi� medicina en Viena, en donde se gradu� en 1752. Al cabo de 10 a�os de ejercer su profesi�n en el Hospital Espa�ol (del que fue nombrado jefe de medicina en 1758) renunci� por problemas con sus colegas y se dedic� a la pr�ctica privada, en la que tuvo un �xito fenomenal, pues sus pacientes pertenec�an a los c�rculos m�s exclusivos de la sociedad vienesa, aunque siempre atendi� tambi�n a los m�s pobres que buscaron su ayuda. Era un gran amante de la m�sica y escribi� el libreto de la �pera II fumista (El deshollinador) con m�sica de Salieri. En 1784 el emperador Jos� II le concedi� el t�tulo nobiliario de caballero (Von Auenbrugger) m�s por su prominencia, como m�dico de sociedad que por su descubrimiento original, dado a conocer en su Inventum Novum (1765). En �ste describe su experiencia de siete a�os con su nuevo m�todo de exploraci�n f�sica, la percuci�n, que seguramente se inspir� en la experiencia adquirida en el hotel de su padre, cuando �l era joven y golpeaba en la tapa de barriles de vino para calcular su contenido. En su libro describe el sonido que se obtiene por la percusi�n del t�rax normal y el que se escucha en presencia de hidrot�rax, de cavidades pulmonares, de hidropericardio y de cardiomegalia; para explicar las diferencias dice:
Estas variaciones dependen de la causa que aumenta o disminuye el volumen de aire que se encuentra normalmente en el t�rax. Sea s�lida o l�quida, la causa produce lo que por ejemplo observamos en los barriles que, cuando est�n vac�os, suenan a partir de todos los puntos, pero cuando est�n llenos, pierden esa resonancia en proporci�n a la disminuci�n del volumen de aire que contienen.


Figura 24. Leopold von Auenbrugger (1722-1809).

Este gran descubrimiento atrajo muy escasa atención entre los colegas contempor�neos de Auenbrugger, que casi no lo comentaron. En cambio, a fines del siglo XVIII el famoso cardi�logo franc�s Jean Nicolas Corvisart (1755-1821) encontr� por accidente una referencia al m�todo, empez� a usarlo y lo encontr� tan �til que en 1808 public� una traducci�n al franc�s del libro de Auenbrugger, con un elogioso pr�logo. Gracias a la excelencia de la traducci�n y a la fama europea de Corvisart, esta vez la percusi�n r�pidamente se transform� en un procedimiento de rutina en el estudio de los enfermos, sobre todo entre los m�dicos de la �cole de Paris. De hecho, en Viena se conoc�a a la percusi�n (junto con la auscultaci�n, introducida por Laennec en 1819) como los "m�todos franceses" de exploraci�n f�sica, y no se generalizaron hasta que el famoso Joseph Skoda (1805-1881), uno de los responsables del "milagro vien�s" en la medicina europea, public� su libro Abhandlung ueber Perkussion und Auskultation (1839), del que se hicieron numerosas ediciones.

LA VACUNA CONTRA LA VIRUELA

La posibilidad de conferir protecci�n en contra de la viruela por medio de la "variolaci�n", o sea la inoculaci�n de material purulento de un caso humano "benigno" de esa enfermedad a sujetos que no la han padecido todav�a, se conoce desde tiempo inmemonal. Los chinos ten�an la costumbre de introducir en las fosas nasales de ni�os sanos polvo de costras secas de p�stulas de viruela para protegerlos del contagio. En Turqu�a y Asia Menor tambi�n se variolaba, pero mojando agujas en el material purulento un caso de viruela benigna y escarificando la piel de personas sanas, especialmente de ni�as, con objeto de evitar que la enfermedad las desfigurara y no pudieran aspirar, llegado el momento, a ingresar a algun har�n, que entonces y en esa sociedad era uno de los mejores destinos para ellas. La informaci�n sobre esta pr�ctica lleg� a Inglaterra gracias a las cartas escritas a la Real Sociedad de Londres en 1713 y 1714 por dos m�dicos griegos, Emanuele Timoni y Jacobo Pylarini (el primero trabajaba en Constantinopla y el otro en Esmirna), pero no se generaliz� sino hasta que la esposa del embajador ingl�s en Constantinopla, lady Mary Wortley Montagu (1689-1762), hizo inocular a su hijo de 6 a�os y al regresar a Inglaterra, en 1719, trat� de convencer a algunos de sus amigos arist�cratas de las bondades del procedimiento. Dos a�os despu�s hubo en Londres una epidemia terrible de viruela y lady Mary convenci� a su m�dico de que inoculara a su hija de tres a�os. Segun Voltaire, lady Mary inici� entonces una campa�a para difundir la idea y despert� el inter�s del m�dico real, sir Hans Sloane, quien solicit� a Jorge I le permitiera experimentar la variolaci�n en seis condenados a muerte, en la inteligencia de que si no les pasaba nada, les perdonar�an la vida. El rey acept� y el experimento se hizo el 9 de agosto de 1721 con excelentes resultados, ya que cinco de los inoculados desarrollaron s�lo unas cuantas p�stulas y a los pocos d�as estaban sanos; incluso se averiguó que el sujeto que no tuvo p�stulas hab�a tenido viruela un a�o antes. A este experimento se le dio gran difusi�n en la prensa. Posteriormente se hizo otro experimento en cinco ni�os hu�rfanos, con los mismos resultados favorables, lo que tambi�n se coment� ampliamente en los peri�dicos. Con esto, muchos nobles solicitaron se inoculara a sus hijos, y el 17 de abril de 1722 los pr�ncipes de Gales (los futuros rey Jorge II y reina Carolina) aceptaron que se inoculara a sus dos hijas. En Estados Unidos durante la epidemia de viruela de 1721, el reverendo Cotton Mather convenci� al doctor Zabdiel Boylston de que realizara inoculaciones y a muchos de sus fieles de que se protegieran de esa manera ellos y sus hijos. A pesar de los resultados favorables (la mortalidad era de 2%, en comparaci�n al 20% en individuos no inoculados, sin contar entre estos �ltimos a los ciegos y los desfigurados), hubo mucha oposici�n al procedimiento, sobre la base de que iba contra la naturaleza y la voluntad divina.

Figura 25. Edward Jener (1749-1823).

En esos tiempos era conocimiento com�n en las �reas rurales inglesas que las personas que trabajaban con vacas y se contagiaban de la enfermedad conocida como vacuna, caracterizada por varias �lceras localizadas generalmente en las manos y que curaban en unos cuantos d�as, ya no pod�an enfermarse de viruela. Incluso en 1774 (�20 a�os antes del experimento de Jenner!) Benjamin Jesty, ganadero de Yetminster, Dorset, inocul� a su esposa y a sus dos hijos con material purulento obtenido de la ubre de una vaca con vacuna. Aunque los vecinos lo calificaron como un "bruto inhumano" (por hacer experimentos con su familia), la se�ora Jesty y los ni�os quedaron protegidos contra la viruela y el propio Jesty fue posteriormente reconocido por el Instituto Jenneriano de Londres como el primer "vacunador". Edward Jenner (1749-1823) estudi� medicina en Londres, donde fue alumno y amigo de John Hunter (1728-1793), el famoso cirujano, en cuya casa vivi� dos a�os. Cuando termin� sus estudios regresó a Berkeley a practicar la medicina rural, lo que hizo con éxito pero sin dejar de realizar observaciones y experimentos originales con lagartijas, zorros y puercoespines, as� como con p�jaros y cuclillos, que comunic� sistem�ticamente a la Real Sociedad de Londres, la cual lo eligi� miembro. Jenner mantuvo correspondencia con Hunter durante 20 a�os y su �ltima carta al maestro y amigo est� fechada dos meses antes del s�bito deceso de Hunter. En 1796 Jenner (quien con frecuencia apoyaba en p�blico el valor de la vacunaci�n para proteger contra la viruela) aprovech� la presencia de vacuna en una granja vecina a Berkeley y transfiri� pus de una �lcera de la mano de una joven lechera a un muchacho de ocho a�os de edad, llamado James Phipps, por medio de una peque�a incisi�n en el brazo. La vacuna prendi�, form�ndose una peque�a �lcera purulenta que dej� una cicatriz; seis semanas despu�s Jenner inocul� al muchacho con material purulento de viruela humana y no se desarroll� la enfermedad, ni meses despu�s, cuando repiti� la dosis. Entonces inocul� con el mismo material de viruela humana a otras 10 personas que hab�an sufrido de vacuna espont�neamente y demostr� que todas eran resistentes. Sin embargo, lo que Jenner deseaba era tener material accesible para "vacunar" a toda la gente que lo solicitara durante todo el a�o (la vacuna es una enfermedad rara y s�lo se presenta en ciertos distritos); entonces se le ocurri� intentar pasar la vacuna de un ser humano a otro y determinar si el material purulento no perd�a su capacidad de inducir protecci�n con el n�mero de pases y el tiempo. Cuando estuvo satisfecho de sus resultados public� su peque�o y famoso libro An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinia (Una investigaci�n sobre las causas y los efectos de la vacuna contra la viruela), que apareci� en 1798. A pesar de cierta oposici�n en Inglaterra y el resto del continente europeo (especialmente en Francia), la vacunaci�n pronto se generaliz� en casi todo el mundo civilizado. Unos cuantos a�os despu�s Jenner predijo que "con la pr�ctica de la vacuna podremos eliminar a la viruela, que es la amenaza m�s terrible para la raza humana." Gracias a una campa�a mundial de vacunaci�n organizada por la OMS en contra de la viruela a partir de 1967, el �ltimo caso "espont�neo" de esta enfermedad ocurri� en �frica (Somalia) en 1977, aunque todav�a en el a�o siguiente hubo dos casos m�s en Inglaterra, debido al escape del virus de un laboratorio de investigaci�n (otra v�ctima indirecta fue el director de ese laboratorio, que se suicid�). La viruela se erradic� de M�xico en la d�cada de 1950-1960.

EL DESCUBRIMIENTO DEL O2

Durante el Renacimiento reinaba en la qu�mica la teor�a del flogist�n de Stahl, a quien, ya mencionamos como uno de los principales animistas. Segun �sta teor�a, las sustancias combustibles, (incluyendo metales calcinables) contienen un material llamado flogist�n que se pierde cuando se queman, lo que explica la p�rdida de peso que sufren en tales circunstancia. Los qu�micos m�s importntes del siglo XVIII destruyeron esa teor�a con sus experimentos y observaciones, aunque algunos siguieron creyendo en ella. Joseph Black (1728-1799) fue profesor de qu�mica en Glasgow y en Edimburgo, donde sucedi� a Cullen. En su tesis doctoral (1754), demostr� que la transformaci�n del carbonato de calcio en hidr�xido de calcio cuando se calienta tiene dos consecuencias: por un lado pierde su capacidad de efervescer con �cidos, pero por el otro adquiere la propiedad de absorber agua. En formulaci�n qu�mica contempor�nea:

CaCO3 + calor
=
CaO + C02
(1)
CaO +H2O
=
Ca(OH)2 
(2)

Black demostr� que en la reacci�n (1) el carbonato de calcio pierde peso, lo que estar�a de acuerdo con la teor�a del flogist�n. Pero si ahora el hidr�xido de calcio se trata con una sustancia alcalina ligera, el carbonato de calcio se regenera y la sustancia alcalina se hace c�ustica:

Ca(OH)2 + Na2CO3 = CaCO3 + 2NaOH

Su descubrimiento importante fue que las reacciones descritas eran reversibles, y que al regenerarse el carbonato de calcio se obten�a exatamente su misma cantidad inicial. La sustancia que perd�a el CaCO3 al calentarse y que recuperaba al regenerarse la llam� Black aire fijo, lo que ahora conocemos como bi�xido de carbono (CO2). Black estudi� algunas de sus propiedades, pero su contribuci�n m�s importante, debida a su acuciosidad y a la exactitud de sus mediciones, fue la introducci�n del an�lisis cuantitativo en la qu�mica.

Otro investigador ingl�s que contribuy� de manera fundamental al descurimiento del O2 fue Joseph Priestley (1773-1804), nacido en Yorkshire y educado formalmente en teolog�a y en idiomas, de los que aprendi� lat�n, griego, hebreo, sirio, �rabe, franc�s, alem�n e italiano. Se orden� ministro dentro de la iglesia disidente y primero trabaj� en Nantwich, donde fund� una escuela y dio clases de ciencias naturales, lo que le despert� gran inter�s en la investigaci�n cient�fica, que ya no lo abandon� nunca. Posteriormente vivi� en Warrington, en Leeds, en Birmingham, unos años en Londres, y finalmente en EUA, donde muri�. Los experimentos sobre el aire los inici� Priestley en Leeds:

[...] viv�a en una casa vecina a una cervecer�a p�blica, en donde primero me divert� haciendo experimentos sobre el aire fijo, que encontr� generado en el proceso de la fermentaci�n [...] Cuando empec� estos experimentos sab�a muy poco de qu�mica, y de esta manera no ten�a idea de la materia antes de asistir a un curso de conferencias qu�micas dictadas en la academia de Warrington por el doctor Turner de Liverpool.

Priestley public� los resultados de sus experimentos en Observations on Different kinds of Air (1772), que contiene datos originales sobre el aire fijo (CO2), el aire inflamable (H2), el aire nitroso (NO2), que �l descubri�, y el gas del �cido clorh�drico (HCl), otro de sus descubrimientos. Tambi�n encontr� "la restauraci�n del aire, que ha sido consumido por velas, por plantas que crecen ah�". Pero su m�ximo descubrimiento ocurrió en 1774, cuando calent� �xido de mercurio con una mecha y obtuvo un gas que no era inflamable pero que favorec�a la combusti�n de modo que "una vela se quemaba en este aire con una llama sorprendentemente vigorosa". Priestley hab�a descubierto el ox�geno, pero de acuerdo con la teor�a prevaleciente en su tiempo, lo llam� "aire deflogisticado". De acuerdo con esa teor�a, el aire favorece la combusti�n porque incorpora el flogist�n liberado por el cuerpo que arde; cuando una vela se apaga dentro de un recipiente cerrado es porque el aire se satura de flogist�n y ya no puede incorporar m�s. El aire libre est� parcialmente deflogisticado y por lo tanto permite la combusti�n, mientras que el aire descubierto por Priestley estaba totalmente deflogisticado y por eso aumentaba la intensidad de la combusti�n. Despu�s de estos trabajos Priestley se mud� a Birmingham, en donde sus ideas pol�ticas y religiosas lo hicieron muy impopular entre ciertos grupos, hasta que el 14 de julio de 1791, mientras celebraba con una cena el aniversario de la toma de la Bastilla, sus enemigos quemaron su iglesia y saquearon su casa, destruyendo sus manuscritos y aparatos cient�ficos. Priestley tuvo que huir a Londres y en 1794 emigr� a Estados Unidos, en donde muri� 10 a�os m�s tarde.

Sin embargo, el golpe de gracia a la teor�a del flogist�n lo dio Antoine Laurent Lavoisier (1743-1794), cuyos trabajos tuvieron un enorme efecto no s�lo en la qu�mica sino tambi�n en la fisiolog�a y la medicina. Lavoisier naci� en Par�s y estudi� primero en el College Mazarin, despu�s estudi� bot�nica en el Jardin des Plantes y astronom�a en el Observatoire, y a los 24 a�os de edad se gradu� con los m�s altos honores. Un a�o despu�s ingres� a la Academia de Ciencias, construy� su laboratorio, lo equip� con los mejores instrumentos de su tiempo y se dedic� a la investigaci�n. Un a�o despu�s del descubrimiento de Priestley public� su famoso trabajo en el que describi� la preparaci�n de "aire deflogisticado" por medio del calentamiento del �xido de mercurio, pero observ� que cuando el �xido se convierte en metal libera algo al aire y cuando el metal se oxida aumenta de peso, o sea que incorpora algo del aire. Dos a�os m�s tarde Lavoisier demostr� que el "aire deflogisticado" de Priestley es un componente caracter�stico de los �cidos y propuso llamarlo ox�geno, o sea generador de �cido, lo que fue generalmente aceptado. Pero con el descubrimiento del ox�geno y de la naturaleza de la oxidaci�n, Lavoisier se dio cuenta de que la respiraci�n es realmente oxidaci�n, que el aire ya respirado ha perdido cierta cantidad de ox�geno y contiene bi�xido de carbono, y en 1777 describi� sus resultados en un famoso art�culo titulado Exp�riences sur la respiration des animaux. En 1780, en colaboraci�n con Laplace, public� su monograf�a sobre el calor en la que concluye que la respiraci�n es una combusti�n, "ciertamente lenta, pero en todo semejante a la combusti�n del carb�n". Lavoisier continu� sus trabajos sobre la respiraci�n y su papel en el metabolismo animal, pero con el triunfo de la Revoluci�n Francesa la Academia de Ciencias fue primero purgada de los "enemigos del pueblo" en 1792, y suprimida en 1793. El 8 de mayo de 1794 Lavoisier fue acusado de "mezclar con el agua tabaco y otros ingredientes da�inos para la salud de los ciudadanos", se le declar� culpable y fue guillotinado al d�a siguiente. Pero para entonces ya hab�a revolucionado por completo la qu�mica sobre bases esencialmente modernas.

Figura 26. Antonie Laurent Lavoisier (1743-1794).

LOS GRANDES HOSPITALES

Ya hemos mencionado que los hospitales de la Edad Media siguieron el modelo de los valetudinaria romanos, aunque es casi seguro que las condiciones de higiene de los nosocomios medievales eran mucho peores que las de las instalaciones del Ej�rcito Imperial. Hay dos argumentos para sugerirlo: 1) las ciudades del medievo eran terriblemente sucias, no hab�a agua potable ni drenaje, la basura se acumulaba en las calles sin que nadie la recogiera, en tiempos de lluvia se transformaban en lodazales impasables, y con las guerras y las hambrunas la gente del campo inundaba las ciudades en busca de protecci�n y comida, viviendo de limosna y aumentando todav�a m�s el riesgo de epidemias de enfermedades infecciosas que ocurr�an con frecuencia; era de esperarse que los hospitales reflejaran las mismas condiciones de higiene de la ciudad, como puede verse en algunas pinturas de la �poca; 2) los valetudinaria eran hospitales de sangre de cupo limitado, en los que se atend�an casi exclusivamente lesiones de guerra en legionarios fuertes y sanos hasta el momento de ser heridos, y en donde nunca faltaban comida y bebida, y las reglas de disciplina eran militares; adem�s, se encontraban en el seno del campo militar, lejos de las poblaciones.

Con el crecimiento progresivo de las ciudades la necesidad de contar con m�s hospitales se hizo irresistible y en 1656 Luis XIV de Francia aboli� los horrendos leprosarios medievales, "recept�culos de miserias", y fund� un sistema de hospitales en toda Francia. Este fue el primer paso en la transformaci�n de la medicina de hospital, pero todav�a estaba muy lejos de mejorar las condiciones de sufrimiento atroz de los enfermos. Seg�n el relato de un paciente que estuvo internado en el H�tel Dieu de Par�s en 1657, en cada sala hab�a cuatro hileras de camas, un altar y una mesa para comer; un boticario serv�a a todos los pacientes y hab�a 300 religiosas que serv�an como enfermeras, 9 curas, 6 aprendices de barberos-cirujanos, varias mujeres que atend�an los partos, y otros sirvientes. Antes de ingresar, si el paciente era hombre era examinado por un aprendiz de barbero, y si era mujer, por una monja, y despu�s llevado ante un cura, que escrib�a su nombre y otros datos en un registro y tambi�n en una tarjeta, que se amarraba en la mu�eca izquierda del paciente; entonces se le asignaba una cama junto con otros dos enfermos, y lo primero que deb�a hacer era confesarse. Las comidas eran escasas, a menos que los familiares o personas caritativas trajeran algo m�s sustancioso, lo que estaba permitido y por ello las puertas del hospital estaban abiertas d�a y noche y el acceso era libre. El tratamiento consist�a en sangrado, enemas y las medicinas que proporcionaba el boticario, teriaca o sus equivalentes. Los pacientes moribundos se pon�an en la misma cama y se les administraban los santos �leos antes de dejarlos en paz. Los muertos se encerraban en sacos, se llevaban a la fosa com�n y se arrojaban en ella, para cubrirlos con sosa. La mortalidad oscilaba entre 20 y 30%. Los que se curaban (como el autor del relato) recuperaban su ropa de acuerdo con su tarjeta y pod�an irse. Los m�dicos iban raramente al hospital, al grado que en 1607 los duques de Sajonia publicaron un reglamento que exim�a de guardias a los m�dicos que aceptaban ir de visita a alg�n hospital.

Figura 27. El hospital H�tel Dieu de Par�s en el siglo XVIII.

Poco más de 100 a�os despu�s, en 1788, un visitante al mismo H�tel Dieu en Par�s describi� sus experiencias como sigue:
La pol�tica general del H�tel Dieu —forzada por la falta de espacio— es poner tantas camas como sea posible en cada habitaci�n y 4, 5 o 6 sujetos en cada cama. Ah� vimos a muertos mezclados con vivos. Tambi�n vimos cuartos tan estrechos que el aire se estanca y no se renueva y la luz penetra d�bilmente [...] Vimos a convalecientes junto con enfermos, moribundos y muertos [...] Deben ir descalzos hasta el puente para respirar aire fresco en verano y en invierno [...] Vimos un cuarto de convalecientes en el tercer piso, al que s�lo se llega atravesando la sala de viruela [...] La sala de los locos est� al lado de los pacientes postoperatorios, que no pueden reposar con esta vecindad repleta de gritos y ruidos d�a y noche [...] En la sala de operaciones, en donde se trepana, se operan c�lculos y se amputan miembros, est�n los pacientes que se est�n operando, los que ya fueron operados y los que est�n esperando su turno [...] La sala de San Jos� es para mujeres emharazadas [...] Esposas leg�timas y prostitutas, mujeres sanas y enfermas, todas est�n juntas, 3 o 4 en la misma cama, expuestas a insomnio, contagio, y en peligro de da�ar a sus hijos. Las que ya han dado a luz tambi�n est�n en grupos de 4 o m�s en una sola cama, en distintos periodos del postparto [...] Es nauseabundo pensar c�mo se infectan entre s� [...] Mil causas particulares y accidentales se suman cada d�a a las causas generales y constantes de la corrupci�n del aire y nos obliga concluir que el H�tel Dieu es el m�s insalubre y m�s inc�modo de todos los hospitales, y que de cada nueve pacientes dos fallecen.


Y sin embargo, esta metamorfosis de los leprosarios medievales en los hospitales de los siglos XVII y XVIII le permiti� a Francia transformarse en la primera potencia m�dica de Europa durante buena parte del siglo XIX, gracias a los trabajos de la �cole de Paris, basados en la correlaci�n reiterada de diagn�sticos cl�nicos de gran precisi�n con autopsias cuidadosas de los mismos pacientes, y con el desarrollo del llamado methode numerique de Louis, o sea el m�todo estad�stico. Lo que empez� en la cl�nica de Boerhaave en Leyden en 1701, con 12 camas, no puede compararse con lo que ocurr�a en 1788 en Par�s, con 20 341 pacientes internados en los 48 hospitales de esa ciudad. La diferencia no s�lo es cuantitativa sino, de mayor importancia, cualitativa (vide infra).

En el siglo XVIII en Austria tambi�n surgi�, en Viena, un hospital que tendr�a una gran influencia en el desarrollo de la medicina cient�fica en Europa, el Allgemaine Krankenhaus.

Esta instituci�n, fundada en 1784, sustituy� en el mismo sitio a otra muy antigua que se conoc�a como la Grosse Armenhause (Gran casa de los pobres), que era una mezcla de refugio para peregrinos, mendigos y delincuentes, y de embarazadas, heridos y enfermos, que funcionaba desde el medievo. El cambio en la pr�ctica de la medicina en Viena se inici� con Gerhard van Swieten (1700-1772), holand�s disc�pulo de Boerhaave en Leyden, en donde se gradu� de m�dico en 1725 y permaneció como ayudante en el laboratorio de qu�mica; su pr�ctica m�dica era extensa y a muchos enfermos los ve�a junto con Boerhaave. En 1744 viaj� a Bruselas a ver a la hermana de la emperatriz Mar�a Teresa y aunque no pudo salvarle la vida a su paciente impresion� a la emperatriz de tal manera que al a�o siguiente le ofreci� el puesto de su m�dico personal. Van Swieten era considerado ya como el mejor disc�pulo de Boerhaave, pero como era cat�lico romano no pod�a aspirar a suceder a su maestro en la c�tedra de Leyden, ciudad eminentemente protestante. Acept�, pues, la oferta de Viena y empez� a dar clases de anatom�a, fisiolog�a, patolog�a y medicina, pero no en la universidad sino en la biblioteca de la corte, de la cual era el director. Sus conferencias atrajeron a multitud de estudiantes, por lo que tres a�os m�s tarde Mar�a Teresa lo nombr� presidente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Viena y le pidi� que la reorganizara. Van Swieten caus� una verdadera revoluci�n en la facultad al establecer un modelo de ense�anza cl�nica igual al que hab�a aprendido en Leyden, para lo que trajo a Viena a Anton de Haen (1704-1776, un antiguo colega y fund� un jard�n bot�nico, un laboratorio de qu�mica y un nuevo instituto de anatom�a, adem�s de separar la ense�anza de esta materia de la cirug�a. Tambi�n se apropi� de la autoridad del claustro de profesores y puso a la facultad bajo el control del Estado, con �l mismo como su representante; los nombramientos acad�micos ya no los daba la facultad sino la emperatriz, por solicitud de Van Swieten; los sueldos los pagaba el Estado, que adem�s conced�a las licencias para ejercer la medicina y deb�a confirmar el nombramiento del director de la facultad. Naturalmente, hubo gran oposici�n a todas estas reformas, pero Van Swieten sali� adelante gracias al apoyo incondicional de la emperatriz. Los cambios pronto empezaron a tener un doble efecto: por un lado influyeron en la reorganizaci�n de otras facultades universitarias, como las de teolog�a y filosof�a, y por otro la Facultad de Medicina ascendi� en prestigio al primer nivel en Europa y desde entonces se conoce como la "Vieja" Escuela de Viena. Los jesuitas se opusieron firmemente a los cambios en la facultad de teolog�a, por lo que Van Swieten los combati� y trat� de lograr la disoluci�n de la orden, mas fracas�. En cambio, s� logr� que las graduaciones se hicieran en la universidad y no en la catedral de San Esteban, donde se llevaban a cabo con grandes ceremonias religiosas, que inclu�an la declaraci�n solemne de los graduados sobre su creencia en las ense�anzas de la Iglesia cat�lica y en la Inmaculada Concepci�n de la Virgen. Sus m�ltiples actividades le dejaron poco tiempo para escribir, a pesar de lo cual public� su Commentaria in Hermani Boerhaave aphorismos en cinco tomos (1754-1775), una colecci�n de casos cl�nicos presentados en estilo hipocr�tico. Era un oponente furibundo de los alquimistas, charlatanes y rosacruces, cuyos libros quem� y a quienes trat� de expulsar del pa�s (sin �xito).

El profesor de cl�nica m�dica, De Haen, modific� la ense�anza insistiendo en que primero deb�an hacerse historias cl�nicas detalladas, una inspecci�n cuidadosa del paciente, un examen de la sangre y de la orina, y hasta entonces establecer un diagn�stico e indicar el tratamiento. Introdujo el uso sistem�tico del term�metro y la realizaci�n de autopsias en todos los pacientes fallecidos. Pero en cambio era muy conservador, combati� las doctrinas de Haller de la irritabilidad y sensibilidad, cre�a en la magia, en los milagros, en las brujas y en las enfermedades causadas por el Diablo. Pero De Haen es importante porque en su tiempo se sentaron las bases para la apertura del Allgemeine Krankenhaus, aunque ya no le toc� verlo. Quien s� apreci� la obra fue Maximilian Stoll (1742-1787), su alumno y sucesor. En su proyecto de hospital, Stoll sugiri� la construcci�n no de uno grande sino de varios peque�os, mientras que su competidor, Joseph von Quarin (1734-1814), propuso uno enorme, lo que al final se hizo. Quarin fue nombrado director del Allgemeine Krankenhaus desde antes de que fuera terminado, mientras que Stoll tuvo que contentarse con diez camas en dos salas, en una peque�a casita situada en el patio.

L' �COLE DE PARIS

El surgimiento de los grandes hospitales contribuy� al desarrollo de importantes escuelas de cl�nicos en varias capitales europeas, como París, Viena, Londres, Edimburgo, Dubl�n y Berl�n. Con relaci�n a los hospitales de Par�s, Ackerknecht los ha considerado como:

[...] esas verdaderas f�bricas de la medicina repletas con los productos de desecho de la joven sociedad industrial y sus gigantescas ciudades tan atractivas a los campesinos. Tales instituciones m�dicas presentaban oportunidades antes desconocidas para la observaci�n cl�nica y la realizaci�n de autopsias en gran escala, sirviendo de esa manera mucho m�s al estudio de las enfermedades que de los individuos enfermos. Por lo tanto, se puede denominar a la medicina de esta escuela ( y a la de sus primos irlandeses e ingleses) "medicina de hospital", para distinguirla de las medicinas de "biblioteca" y de "consultorio", que la precedieron, y de la medicina de "laboratorio," que la sucedi�.


El periodo hist�rico identificado con el florecimiento de la �cole de Paris va de fines del siglo XVIII a mediados del siglo XIX, aunque sus antecedentes pueden encontrarse en Sydenham, en el siglo, XVII. El principal promotor de la medicina "de observacion" fue Pierre-Jean-Georges Cabanis (1757-1808), uno de los id�ologues, un grupo de fil�sofos seguidores de las ideas de Locke y Condillac, quienes postulaban que las sensaciones son los datos primarios del conocimiento y que no hay nada en la mente que no haya penetrado a traves de los sentidos; las ideas son simples representaciones de objetos presentes en la realidad externa. Por lo tanto, para establecer la validez de una idea debe somet�rsela a an�lisis, o sea reducirla a las sensaciones que la componen y buscar el origen de cada una de ellas en el medio que nos rodea, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Parado en esta plataforma, que es una combinaci�n de empirismo y psicolog�a pasiva, Cabanis predicaba que la medicina deber�a abandonar las doctrinas cl�sicas de su tiempo, o sea los grandes esquemas te�ricos y la clasificaci�n de las enfermedades, y regresar a su �nico y m�s genuino origen: la observaci�n. En 1802 Cabanis public� su libro Rapports du physique et du moral de L 'homme, que fue muy popular e influy� poderosamente en el pensamiento m�dico y la ense�anza de la medicina de Francia, as� como en los miembros de la �cole de Paris, aunque algunos (como Bichat) no lo citan, quiz� por razones m�s pol�ticas que cient�ficas.

Los trabajos de la �cole de Paris siguieron la filosof�a de Cabanis y se dedicaron con gran ah�nco y espl�ndido genio a la caracterizaci�n anatomocl�nica de las enfermedades. Aprovechando la rica experiencia que les ofrec�a el abundante material humano en los hospitales de Par�s, este grupo de m�dicos produjo numerosas obras maestras y sent� en parte las bases de la cl�nica moderna. Aunque cada autor que enlista a los miembros de esta escuela da diferentes nombres, los que aparecen en casi todas son Corvisart, Bayle, Laennec, Louis, Cruveilhier, Dupuytren y Trousseau. El primero naci� en 1755 y el último muri� en 1867, lo que cubre poco m�s de 100 a�os de gloria para la medicina francesa, cuando alcanz� la cumbre del conocimiento m�dico en el hemisferio occidental y cuando Par�s fue la reconocida capital del mundo de la medicina. Naturalmente, los miembros de la �cole de Paris coincidieron durante su �poca m�s productiva con importantes sobrevivientes de las generaciones anteriores (representantes tard�os de las distintas escuelas medievales) y con sus propios alumnos, que como eran inteligentes pronto desarrollaron y promovieron sus ideas personales, no siempre id�nticas o afines a las de sus maestros.

A m�s de 200 a�os de distancia podemos ver a los miembros de la �cole de Paris como un grupo razonablemente homog�neo, gracias al efecto telescopiante del tiempo y de la reflexi�n hist�rica. Pero en su propia �poca es seguro que ellos se ve�an a s� mismos de manera diferente, no solo porque eran fuertes personalidades sino porque adem�s estaban viviendo en una de las �pocas m�s creativas y m�s estimulantes de toda la historia de la humanidad. En los p�rrafos siguientes se presenta un resumen de las principales contribuciones de algunos miembros m�s importantes de la �cole de Paris.

Jean Nicolas Corvisart (1755-1821) es recordado como el m�dico personal de Napole�n, de 1804 a 1815 pero no fue ning�n arribista pol�tico pues ya en 1788 era m�dico de La Charit�, en 1797 fue profesor de medicina del Coll�ge de France y entre sus alumnos estuvieron Cuvier, Dupuytren, Bayle, Bretonneau y Laennec. En 1806 public� su Essai sur les maladies et les l�sions organiques du coeur et des gross vaisseaux (Ensayo sobre las enfermedades y las lesiones org�nicas del coraz�n y de los grandes vasos) volumen notable, repleto de casos cl�nicos de las cardiopat�as m�s diversas: calcificaci�n de las v�lvulas cardiacas, pericarditis tuberculosa, aneurisma de la aorta ascendente (con compresi�n de la arteria pulmonar), aneurisma disecante de la aorta roto a la cavidad pleural izquierda, comunicaci�n interveutricular (con una discusi�n de flujos de izquierda a derecha y de derecha a izquierda), ruptura de las cuerdas tendinosas de las v�lvulas cardiacas, ruptura del m�sculo papilar, etc. Los datos cl�nicos se enumeran con gran exactitud y minuciosamente y las descripciones anat�micas son breves pero precisas y siempre importantes. En 1808 difundi� en franc�s el Inventum novum de Auenbrugger (sus comentarios sobre la percusi�n son cuatro veces m�s voluminosos que el original). Cuando Fourcroy propuso que cada cl�nica hospitalaria contara con un laboratorio se opuso, y su nihilismo terap�utico lo llev� a se�alar que: [...] en relaci�n con las enfermedades cardiacas, algunas veces es posible prevenirlas, pero nunca curarlas." Con su nombramiento de m�dico de Napole�n, en 1804, Corvisart renunci� a sus puestos acad�micos y pronto se transform� no s�lo en servidor sino en amigo leal y confidente del emperador. Despu�s de 1815 Corvisart se retir� por completo de la medicina (al grado de no querer ni hablar de ella) y muri� de una hemorragia cerebral seis a�os m�s tarde.

Uno de los principales alumnos de Corvisart y su sucesor como m�dico en La Charit� fue Gaspar Laurent Bayle (1774 1816), profesor y amigo de Laennec y uno de los miembros m�s antiguos de la �cole de Paris. Bayle era un contrarrevolucionario y partidario de los Borbones que primero estudi� leyes, despu�s entomolog�a y finalmente medicina (en Montpellier y en la clandestinidad). Lleg� a Par�s en 1798, atra�do por Corvisart, y obtuvo la posici�n de ayudante de anatom�a junto con Laennec y bajo la supervisi�n de Dupuytren. Hombre peque�o y delgado, de car�cter modesto pero agresivo, se gradu� en 1802, fue nombrado jefe de servicio en 1805 y muri� de tuberculosis pulmonar en 1816. En ese breve lapso alcanz� a publicar su libro Recherches sur la phthise pulmonaire, basado en 900 autopsias realizadas personalmente en pacientes fallecidos de esa enfermedad. M�s de la mitad de la obra est� ocupada por 54 casos anatomocl�nicos minuciosamente descritos, donde llaman la atenci�n dos cosas: el uso habitual de la percusi�n como un m�todo de exploraci�n f�sica, herencia de Corvisart, y la falta de menci�n de la auscultaci�n directa, que Bayle practic� de manera sistem�tica. Se�ala que las caracter�sticas esenciales de la tisis pulmonar no son los s�ntomas cl�nicos sino las lesiones degenerativas que progresan a la ulceraci�n y a la muerte.

Quiz� la figura m�s famosa de la �cole de Paris y uno de los m�dicos m�s notables de toda la historia de la medicina occidental sea Ren� Th�ophile Hyacinthe Laennec (1781-1836). Nacido en el puerto de Quimper, Breta�a, estudi� en Nantes y en 1801 lleg� a Par�s y se inscribi� como alumno de Corvisart, en La Charit�. Su ascenso en el mundo m�dico parisino fue fenomenalmente r�pido: en 1803 ya estaba dando conferencias de anatom�a patol�gica (a la par de Dupuytren) y recibi� los Grand Prix de medicina y cirug�a, y en 1804 se gradu� con una tesis sobre la medicina hipocr�tica. Veinte a�os despu�s ya era el jefe indiscutible de la �cole de Paris, autor de una de las obras inmortales de la medicina (vide infra), profesor en el College de France, miembro de la Academia de Medicina, Caballero de la Legi�n de Honor, m�dico privado de la duquesa de Berry (hermana del rey), as� como de obispos y cardenales. Profundamente cat�lico y conservador, era enemigo de Napole�n y de todo lo que se relacionara con la revoluci�n de 1786, y aspiraba al retorno del ancien r�gime bajo los Borbones, raz�n por lo que era muy impopular entre los estudiantes, casi todos liberales y opuestos a la presencia de los jesuitas en las universidades. En visitas a La Charit�, que empezaban todos los d�as a las 10:00 AM y eran seguidas por cerca de 50 estudiantes (la mayor�a extranjeros) Laennec hablaba lat�n y escrib�a sus notas en el mismo idioma sobre los pacientes que ve�a, a pesar de que la revoluci�n (y quiz� por eso) hab�a abolido el uso de ese idioma en la ense�anza. Laennec es recordado sobre todo por su invenci�n de la auscultaci�n mediata por medio del estetoscopio, que present� por primera vez ante sus colegas en 1815 y que perfeccion� en los a�os siguientes hasta que apareci� su famoso libro Trait� de l'auscultation m�diate et des maladies des poumons et du coeur, en 1819. Pero su contribuci�n fue todav�a mayor, porque en todos sus trabajos parte de la existencia de enfermedades diferentes, de entidades esencialmente distintas, constituidas cada una por s�ntomas cl�nicos caracter�sticos asociados a lesiones anat�micas espec�ficas. Su postura es claramente solidista; en sus escritos la teor�a humoral de la enfermedad no se menciona y las manifestaciones generales de los diversos padecimientos (fiebre, malestar general, p�rdida de peso) son secundarias al sufrimiento de �rganos o tejidos espec�ficos, como se demuestran en la autopsia. Gracias a sus esfuerzos de correlaci�n anatomocl�nica, Laennec logr� la s�ntesis de las distintas formas de tuberculosis pulmonar, resolviendo una serie de problemas que plagaban la comprensi�n de las enfermedades respiratorias.

Figura 28. Ren� Theopile Hyacinthe Laennec (1781-1826).

Despu�s de la muerte de Laennec, el miembro m�s prominente de la �cole de Paris fue Pierre-Charles-Alexandre Louis (1787-1872), quien se gradu� en Par�s en 1813 y casi inmediatamente viaj� a Rusia, en donde ejerci� la medicina durante siete a�os. Ah� se hubiera quedado si no hubiera sido por una epidemia de difteria cuyas desastrosas consecuencias lo convencieron de que su preparaci�n era inadecuada y regres� a Par�s, a refugiarse en el servicio m�dico de Chomel, en La Charit�. Ah� reuni� literalmente miles de historias cl�nicas y de autopsias como preparaci�n para sus dos grandes estudios sobre la tuberculosis y la fiebre tifoidea, aparecidos en 1825 y 1829, respectivamente, que no son tratados simplemente descriptivos sino que los datos se someten al m�thode num�rique, o sea al an�lisis estad�stico, que Louis consideraba como la �nica base s�lida de los estudios m�dicos. El m�thode num�rique le sirvi� a Louis para demostrar que la sangr�a no beneficia a los pacientes con neumon�a, para darle car�cter de entidad anatomocl�nica a la fiebre tifoidea, demostrar que la ausencia de inmunidad es en parte responsable de la frecuencia de la fiebre tifoidea en los j�venes reci�n llegados a Par�s, etc. Comparado con la complejidad de los m�todos estad�sticos usados en la actualidad, el m�thode num�rique de Louis y sus seguidores se antoja inocente y matem�ticamente mal acabado, aun para su �poca. Sin embargo, el principio general propuesto por Louis sigue siendo v�lido y ha trascendido el marco estrecho de la patolog�a humana, surgiendo como uno de los postulados b�sicos de todo el conocimiento cient�fico, porque la �nica forma como podemos apreciar a la naturaleza es mediante la probabil�stica.

Jean Cruveuhier (1791-1873) fue profesor en Montpellier y en Par�s. Tom� clases con el famoso cirujano Dupuytren (vide infra), quien lo indujo a dedicarse a la anatom�a patol�gica. Antes de morir, en 1835, don� los fondos para establecer la primera c�tedra de esa especialidad en Par�s, que ocup� Cruveilhier de 1836 a 1867, a�o en que renunci�; lo sucedi� Edm�-F�lix-Alfred Vulpian (1826-1887). Cruvelhier trabaj� siguiendo el patr�n establecido por Morgagni, que en general era el favorecido por la �cole de Paris, o sea que insist�a en la correlaci�n minuciosa entre los s�ntomas cl�nicos observados en la cabecera del enfermo y las alteraciones anat�micas reveladas por la autopsia. Como tambi�n era jefe de servicios cl�nicos en la Maternit�, la Salpetri�re y la Charit�, tuvo a su disposici�n un material enorme. Desde que inici� sus trabajos en Par�s empez� a juntar el material para su famosa obra Anatomie pathologique du corps humain (1830-1842), dos magn�ficos tomos bell�simamente ilustrados a todo color por Chazal, cuya calidad art�stica, y detalle anat�mico no han sido superados. En este texto describi� e ilustr� por primera vez la esclerosis diseminada, la atrofia muscular progresiva, y sobre todo, la �lcera p�ptica g�strica, que los franceses todav�a llaman la maladie de Cruveilhier. Como nunca us� el microscopio, Cruveilhier propuso una teor�a err�nea para explicar la inflamaci�n, que consider� debida a flebitis, quiz� por la elevada frecuencia con que se observaban exudados purulentos en las heridas.

Tambi�n dentro de la �cole de Paris, pero del lado de la cirug�a, debe nombrarse a Guillaume Dupuytren (1777-1834), quien estudi� en Par�s en condiciones dif�ciles debido a su pobreza. Sin embargo, a los 18 a�os obtuvo el nombramiento de prosector en la �cole de Sant�, lo que llevaba la responsabilidad de hacer todas las autopsias del plantel, y que Dupuytren aprovech� trabajando intensamente. A los 24 a�os fue nombrado chef des travaux anatomiques, lo que tambi�n emprendi� con gran dedicacion, aunque pronto se inclin� m�s por la anatom�a patol�gica. Pronto anunci� que estaba preparando un tratado de esta ciencia basado en 1 000 autopsias, y dio un curso en el que Bayle y Laennec fueron sus ayudantes. Pero perdi� el inter�s en el campo y quiz� en parte por un grave pleito con Laennec, quien le reclam� sus intentos de restarle importancia a Bichat y apropiarse de sus trabajos. En 1802 obtuvo la plaza de cirujano de segunda clase en el H�tel Dieu, donde trabaj� el resto de su vida; en 1812, despu�s de una oposici�n dif�cil, fue nombrado jefe de cirug�a operatoria y en 1815 cirujano en jefe. Según un contempor�neo, Dupuytren era "el primero de los cirujanos y el �ltimo de los hombres"; sus colegas admiraban su gran habilidad quir�rgica pero lo odiaban por su actitud soberbia, dura y poco escrupulosa. De todos modos tuvo �xito profesional y econ�mico casi sin precedentes en la historia de la medicina francesa: el rey Luis XVIII lo hizo bar�n y Carlos X lo nombr� su cirujano principal; cuando �ste fue destronado, Dupuytren ofreci� obsequiarle un mill�n de francos, la tercera parte de su fortuna (el rey declin� la oferta). En1833, al dar una conferencia, Dupuytren sufri� una hemorragia cerebral, pero insisti� en terminar su clase y lo hizo. A partir de entonces qued� inv�lido y muri� a�o y medio despu�s. Sus Le�ons orales, cuatro vol�menes de sus conferencias cl�nicas en el H�tel Dieu, fueron publicadas por sus alumnos entre 1830 y 1834 y se tradujeron a otros idiomas europeos.

Armand Trousseau (1801-1867) pertenece por completo al siglo XIX pero todav�a puede identificarse con las postrimer�as de la �cole de Paris. Nativo de Tours y disc�pulo de Bretonnean, se gradu� en Par�s en 1825 y al a�o siguiente fue nombrado agreg�. En 1830 public� un trabajo sobre la fiebre amarilla que atrajo la atenci�n de sus colegas, y en 1837 gan� el Gran Premio de la Academia de Medicina con su tratado sobre la tisis lar�ngea. Ambos textos son presentaciones anatomocl�nicas magistrales de los temas que tratan. Sin embargo, no fue sino hasta 1850 que Trousseau fue nombrado profesor y jefe de medicina en el H�tel Dieu, a pesar de que desde 1836 hab�a publicado su famoso libro de terap�utica, que se tradujo al alem�n, al ingl�s, al italiano y al espa�ol, y que se edit� y revis� ocho veces. Ya entronado en el H�tel Dieu, Trousseau public� su Clinique M�dicale de H�tel Dieu de París (1861), que tuvo profunda repercusi�n en Europa, Estados Unidos y Am�rica Latina. En ese texto sintetiza magistralmente los conocimientos te�ricos y las pr�cticas de diagn�stico cl�nico surgidas desde principios de siglo en la �cole de Paris, y que entonces constitu�an lo m�s avanzado de la medicina de su tiempo.

Ya se ha mencionado que a lo largo de medio siglo (1800-1850) el centro de la medicina europea, y por lo tanto del mundo occidental, estuvo en Par�s, y que esto se debi� principalmente al trabajo y los descubrimientos de los m�dicos que hoy agrupamos como miembros de la �cole de Paris. Pero �stos no eran los �nicos que ense�aban y ejerc�an su profesi�n en la Ciudad Luz; hab�a muchos que practicaban la medicina amparados a�n por ideas gal�nicas, otros que cultivaban tendencias a�n m�s esot�ricas, como el brownismo o el mesmerismo, y hasta magos, egipt�logos, animistas, paracelsianos, etc. Pero ninguno hizo m�s ruido ni caus� mayor agitaci�n en el medio m�dico parisino que V�ctor Fran�ois Broussais (1772-1838), quien pele� en el ej�rcito revolucionario contra los chouans (realistas insurgentes del oeste de Francia). Despu�s de una r�pida educaci�n como cirujano, sirvi� en la marina tres a�os y luego estudi� medicina en Par�s, con Cabanis y Corvisart, pero sus principales profesores fueron Pinel y Bichat. Entre 1804 y 1814 sirvi� como m�dico en los ej�rcitos napole�nicos en Holanda, Alemania, Austria, Italia y Espa�a y acumul� gran experiencia que le sirvi� para su libro Histoire des phl�gmasies ou inflammations chroniques (Historia de las flegmasias o inflamaciones cr�nicas, 1808). Se incorpor� como m�dico al Hospital Val-de Grace (1815), donde llegar�a a ser profesor y jefe de medicina en 1824. Broussais era un polemista incansable que disfrutaba las discusiones. La m�s encarnizada y virulenta lo enfrent� a Laennec, y a toda la �cole de Paris. Hab�a formulado una teor�a m�dica general, la medicina fisiol�gica, que de esto �ltimo s�lo ten�a el nombre. De acuerdo con ella, el �rgano enfermo no representa nada en la patolog�a; el proceso fundamental es una "fiebre" y la gastroenteritis es la base de toda la patolog�a. Las enfermedades no existen como entidades anatomocl�nicas, los cuadros ci�nicos basados en s�ntomas son des romans; la enfermedad no es un elemento extra�o incrustado en el organismo sino un trastorno en la fisiolog�a normal del sujeto afectado. Esta teor�a apareci� en Examen de la doctrine m�dicale generalment adopt�e (Examen de la teor�a m�dica generalmente adoptada) en 1816 y se acompa�a de un ataque frontal a sus maestros Pinel, Bichat y Laennec. El libro tuvo gran resonancia en la medicina francesa y la popularidad del autor creci� r�pidamente. Broussais ten�a clientela aristocr�tica privada y era un profesor muy popular por su elocuencia y su postura pol�tica liberal y revolucionaria, que era la de casi todos sus estudiantes. La segunda edici�n de su libro, con el t�tulo de Examen des doctrines m�dicales et des syst�mes de nosologie (Examen del las doctrinas m�dicas y de los sistemas de nosolog�a, 1821) adem�s de reiterar sus cr�ticas a Pinel la emprende en contra de toda la medicina. Seg�n Broussais, Hip�crates era un simple viejo fatalista, sus seguidores lo mismo, toda la Edad Media era despreciable y el resto de las otras medicinas (alemana, inglesa, espa�ola), con su acumulaci�n de datos anat�micos durante los siglos XVI a XVIII no serv�an para nada. Lo �nico que se salva de esta debacle es la medicina fisiol�gica. En 1834 apareci� la tercera edici�n aumentada a 2 200 p�ginas, 680 dedicadas a combatir a la �cole de Paris.

Broussais negaba la existencia de enfermedades espec�ficas. La viruela y la s�filis eran simples inflamaciones, como la tuberculosis y el c�ncer. Casi todas las enfermedades se iniciaban o terminaban como gastroenteritis, que poco a poco se transform� en el centro de la patolog�a. La terap�utica que propone y practica es consecuencia de su medicina fisiol�gica: como la enfermedad resulta de la hiperestimulaci�n que produce inflamaci�n, especialmente del tubo digestivo, debe combatirse con medios "antiflog�sticos", o sea, la aplicaci�n generosa de sanguijuelas (especialmente en el abdomen, pues ah� reside el mal) y con una dieta estricta constituida por l�quidos "emolientes y acidulados". En la consulta de Broussais la fiebre tifoidea y la s�filis, la viruela y las parasitosis, la tuberculosis, el c�ncer y las enfermedades mentales, fueron tratadas con abundantes sanguijuelas aplicadas al abdomen y sorbitos de agua tibia azucarada y con gotas de lim�n. Su popularidad era tan grande que la importaci�n anual de sanguijuelas ascendi� entre dos y tres millones en 1824, y a 41 millones en 1831, cuando Broussais estaba en el apogeo de su fama. A su muerte en 1838, sus ideas no encontraron seguimiento en Francia, que prefiri� la postura de la �cole de Paris, pero en cambio fueron adoptadas por los j�venes m�dicos alemanes, sobre todo los que participaron en la revoluci�n de 1848.

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