III. LA MUERTE DE LOS SERES HUMANOS

Los a�os de nuestra vida son
unos setenta u ochenta, si hay vigor.
Salmos 90:10

�QU� TIENE DE PARTICULAR LA MUERTE DE LOS HUMANOS?

YA GALENO, dos siglos antes de Cristo, al disecar varios tipos de animales comprob� que son muy similares al hombre en v�sceras, m�sculos, arterias, venas, nervios y huesos. Esas similaridades permiten que hoy sepamos c�mo funcionan nuestras neuronas por investigaciones en el calamar y el caracol, nuestros genes a trav�s de la drosofila y los guisantes, nuestro p�ncreas a trav�s de la experimentaci�n en el perro y el rat�n, nuestro aparato olfativo gracias a los del gato y la rata, nuestras g�nadas gracias a las del conejo y el cobayo, nuestra visi�n con base en la del sapo y la lechuza. Compartimos m�s de 98% de nuestro programa gen�tico con los monos antropoides. Los humanos no constituimos una familia ni un g�nero distinto, sino que pertenecemos al mismo (Homo) que los chimpanc�s (Diamond, 1992). �Por qu� considerar aparte la muerte biol�gica de los seres humanos? �Acaso no rigen para nosotros los factores y mecanismos de la muerte animal que acabamos de ver en el cap�tulo anterior?

S�, por supuesto, pero si bien los procesos biol�gicos fundamentales de la muerte, incluida la homolog�a de los genes implicados, no autoriza dicha separaci�n, hay varias razones para dedicar un par de cap�tulos al envejecimiento y muerte humanos, y a su contexto psicol�gico, filos�fico y social: 1) En primer lugar, la visi�n de la realidad que tenemos en cada momento depende crucialmente del esquema conceptual, ideolog�a y cultura desde los que la observamos, y en ese sentido ning�n fen�meno biol�gico estuvo tan rodeado por supersticiones como la muerte de los humanos, ni fue tan observado sabiendo de antemano lo que se "deb�a" ver. De modo que hay que ir destilando la informaci�n de un denso y oscuro oc�ano de prejuicios. 2) En segundo, porque los animales regulan el tama�o de sus poblaciones por medio de la no procreaci�n el canibalismo, el infanticidio, el parricidio, pr�cticas de las que los humanos solemos abstenemos. 3) En tercer lugar, a medida que transcurre la historia nos vamos diferenciando de los pueblos de otros periodos hist�ricos, y ya no morimos como lo hac�an los egipcios ni romanos, ni siquiera como mor�a la gente de hace apenas un siglo, y estamos pasando de una curva de tipo A en la figura 3 a una de tipo C. 4) El ser humano ha introducido una impresionante novedad en la sobrevida y la muerte: usa su ciencia y su tecnolog�a para regalarse una senectud,19 [Nota 19] es decir, para prolongar su vida m�s all� de la duraci�n que tendr�a en estado silvestre, provey�ndose de sus sombreros, paraguas, impermeables, camisas, bastones, anteojos, ces�reas, marcapasos, dentaduras postizas, inyecciones de insulina, cortocircuitos coronarios, antibi�ticos, incubadoras, pulmotores, acondicionadores, carpas de ox�geno, quir�fanos y pararrayos. 5) Por �ltimo, mientras que a los seis meses de edad un halc�n est� perfectamente capacitado para procurarse alimento y defenderse, y un rat�n de esa edad puede ser abuelo, un beb� humano depende de los cuidados maternales hasta edades mucho m�s avanzadas. Esa raz�n es esgrimida por quienes argumentan que la hembra humana es la �nica que tiene menopausia o, puesto en otros t�rminos, que deja de procrear a�os antes de morir, con lo que puede cuidar hasta el �ltimo de sus v�stagos.

LA INFORMACI�N SOBRE LONGEVIDAD Y MUERTE HUMANA NO SIEMPRE ES CONFIABLE

A manera de ejemplo de esa bruma de mitolog�a que rodea la informaci�n sobre la muerte de los seres humanos, el cuadro 1 muestra la edad alcanzada por algunos personajes b�blicos. Al principio algunos, como Ad�n y Matusal�n, son casi milenarios pero, en la medida en que se aproximan al presente, su edad va disminuyendo, de modo que Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob vivieron "apenas" 175, 180 y 147 a�os respectivamente. Los humanos m�s longevos sobre los que est� debidamente documentada su edad y que alcanzaron m�s edad, son el japon�s Shigechiyo Izumi, fallecido a los 120 a�os, y la francesa Jeanne Calment, nacida en febrero 21 de 1875, que ya cumpli� esa edad y a�n vive.

Hay tradiciones, como la hebrea y la musulmana, que prohiben la autopsia e impiden conocer la causa real de muerte. Incluso en los pueblos que la autorizan y exigen certificado de defunci�n en el que conste dicha causa, la informaci�n resulta poco �til y no permite saber si un viejo, a pesar de ser cardiaco, no muri� en realidad de una sobredosis de barbit�ricos o de un �leo paral�tico, o si un parapl�jico falleci� de neumon�a o de intoxicaci�n con mon�xido de carbono, si un beb� no com�a y muri� a causa de una malformaci�n esof�gica o por la negligente atenci�n de un acceso febril. Rara vez al infanticidio y al parricidio se les llama por su nombre. Las damas de la nobleza de siglos pasados s�lo nutr�an al heredero y daban a sus otros beb�s para que los amamantaran en sus casas amas que luego los tra�an a mostrar de tanto en tanto. En ocasiones contrataban a ciertas amas famosas por su sue�o pesado, que simplemente mataban al ni�o por sofocaci�n. Hasta la segunda mitad del siglo XVIII un 70% de los ni�os dados a amamantar mor�an antes del a�o y la muerte infantil por desnutrici�n deliberada llegaba a 30% (Ferry, 1996). Montaigne, uno de los titanes del Humanismo, no recordaba el n�mero exacto de sus hijos muertos durante la lactancia.

 

CUADRO 1. Edad de los patriarcas en el momento de su muerte


Antes del Diluvio   Después del Diluvio  

Adán 930 Sem 600
Set 912 Arpeksad 436
Enos 905 Salah 433
Caín 910 Eber 464
Mahalalel 895 Péleg 239
Yared 962 Réu 239
Matusalén 969 Serug 230
Lamek 777 Najor 148
Noé 950 Teraj 205
    Abrahán 175
    Issac 180
    Jacob 147

Las causas de muerte que se aducen pueden ser consideradas en funci�n de la posici�n pol�tica, del patriotismo y seg�n el punto desde el cual se las mire. As�, desde el lado ruso, la famosa invasi�n de Napole�n Bonaparte de 1812 acab� cuando sus 600 000 hombres fueron derrotados por los valerosos 250 000 rusos. En cambio, desde el punto de vista de los estrategas militares neutrales, los heroicos defensores fueron ayudados por el fr�o, porque Napole�n, seguro de una r�pida victoria durante la primavera-verano, no se equip� para el invierno que los atrap�. Pero hay un tercer punto de vista, el de los sanitaristas: cuando en su camino hacia Mosc� las tropas francesas cruzaron el r�o Niemen entre Prusia y Polonia, el 24 de junio de aquel a�o, estall� el tifus. El 25 de agosto, es decir, mucho antes de que se hicieran sentir los rigores del invierno, los combatientes franceses se redujeron a 160 000; para septiembre 5, a 130 000, y el 19 de octubre (aqu� s� el fr�o y el hambre cobraron sus bajas) eran apenas 80 000. Cuando alcanzaron Smolensk el 8 de noviembre, s�lo quedaban 40 000, y al llegar de regreso a Vilna en diciembre, 20 000. Para junio del a�o siguiente retornaron apenas 3 000, la mayor�a enfermos de tifus. De modo que heridas, hambre, fr�o y rickettsias oscurecen la verdadera causa de muerte de m�s de medio mill�n de soldados. Por eso es com�n que las estad�sticas m�dicas se limiten a "muertes por causas no b�licas".

A�n hoy, las estad�sticas surgen de cifras obtenidas en distintos pa�ses y de estratos sociales que difieren en sus ocupaciones, deportes, h�bitos nutritivos y acceso a medios asistenciales. La incidencia de ateromas por dietas excesivas, los accidentes de aviaci�n y la silicosis pulmonar no tienen el mismo efecto en los mineros que en los estratos gerenciales. En una poblaci�n ind�gena en la que 70% de los adultos varones es presa del alcoholismo, no siempre resulta claro qu� porcentajes de las muertes se deben a heridas en peleas, accidentes, desnutrici�n, cirrosis, infecciones, hemorragias gastrointestinales o atenci�n negligente de afecciones banales. Por eso hay investigadores que prefieren distinguir entre causas pr�ximas y causas �ltimas.

Los m�dicos no siempre tienen �ntimo contacto con la persona fallecida ni est�n seguros de la causa de muerte. Todos o�mos alguna vez la tonter�a de que los suecos son m�s propensos al suicidio, simplemente porque se los compara con pueblos que ocultan las muertes por suicidio debido a la costosa y turbia investigaci�n e inconvenientes legales a que ello dar�a lugar, por el estigma social o porque excluir�a a sus seres queridos de cementerios religiosos.

Tampoco son fidedignos los datos sobre la longevidad. La edad es como la nariz de Pinocho, que se alarga o acorta dependiendo de la veracidad. Hay personas que se agregan o quitan a�os para conseguir becas o novios, para jugar en divisiones infantiles o jubilarse. En algunos pueblos cuyo atractivo tur�stico emana de la avanzada edad que alcanzan sus ancianos, suele ocurrir un efecto de zoom mediante el cual las personas mayores simplemente se agregan a�os. En cuestiones de apariencia y edades, hasta los muertos dejan de ser confiables. As�, aludiendo a algunos recursos modernos de la industria funeraria, un personaje de Evelyn Waugh queda pasmado ante el cad�ver de un amigo "al que han maquillado como una puta". De creerle a un padr�n electoral usado a principios de 1995 en Buenos Aires, unas 25 000 personas continuaban demostrando su inquebrantable responsabilidad c�vica, concurriendo a votar a pesar de tener entre 105 y 145 a�os de edad.

La muerte humana tampoco se puede estudiar experimentalmente pues, adem�s del impedimento �tico, mientras que un investigador puede estudiar centenas de generaciones de dros�filas para observar la participaci�n de alg�n gene, s�lo puede estudiar unas pocas generaciones de personas, que para peor no se cruzan sexualmente de la manera en que al investigador le convendr�a estudiar.

Pero tampoco dentro de los estudios laicos, basados en estad�sticas confiables y ajenos a nostalgias m�sticas, la muerte es hoy lo que sol�a ser anta�o. El cuadro 2 muestra las principales causas de muerte en el llamado Primer Mundo hace 150, 90 y 20 a�os. Vemos que a mediados del siglo pasado la mitad de la poblaci�n mor�a de tuberculosis, diarreas, c�lera y neumon�a; sorprendentemente, el c�ncer no figuraba entre las diez causas m�s comunes, y s�lo aparece en noveno lugar a comienzos de este siglo. En 1970 la tuberculosis, que hab�a sido el flagelo preponderante en el siglo anterior, ya no figura entre las diez causas de muerte m�s importantes.

CUADRO 2. Las diez primeras causas de la muerte

 
1840
año

Total de muertes:(%)
1900
año
Total de muertes:
(%)
1970
año
Total de muertes:
(%)

1 Tuberculosis
19.8
1 Neumonía-influenza bronquitis
14.4
1 Enfermadades del corazón
38.3
2 Diarrea y enteritis
15.0
2 Tuberculosis
11.3
2 Cáncer
17.2
3 Cólera
6.4
3 Diarrea y enteritis
8.1
3 Apoplejía
10.8
4 Neumonía-influenza bronquitis
6.1
4 Enfermedad del corazón
8.0
4 Neumonía-influenza bronquitis
3.6
5 Convulsiones infantiles
5.9
5 Nefritis
4.7
5 Accidentes (excepto de vehículos) suicidios
3.1
6 Apoplejía
2.7
6 Accidentes
4.5
6 Accidentes automovilísticos
2.8
7 Difteria y crup
2.7
7 Apoplejía
4.2
7 Enfermedades de la infancia temprana
2.3
8 Disentería
2.5
8 Enfermedades de la infancia temprana
4.2
8 Diabetes
2.0
9 Escarlatina
2.5
9 Cáncer
3.7
9 Arterioesclerosis
1.7
10 Nefritis
2.4
10 Difteria
2.3
10 Cirrosis hepática
1.6



Tambi�n hay correlaciones de las que nadie duda, pero que no nos permiten elucidar sus razones. As�, los gemelos monocig�ticos llegan a vivir una cantidad de a�os muy similar, los casados viven m�s que los solteros; los diestros unos ocho a�os m�s que los zurdos. La satisfacci�n laboral y el nivel de inteligencia se correlacionan con una muerte a edades m�s avanzadas, pero su explicaci�n se dispersa en una multitud de factores que no necesariamente resultan excluyentes. Por �ltimo, hay fen�menos poblacionales realmente desconcertantes. Por ejemplo, en EUA, los viejos mayores de 85 a�os son una fracci�n cada vez mayor de la poblaci�n, no solamente porque la medicina ayuda a que m�s gente llegue a esa edad, sino porque por alguna raz�n todav�a arcana, parece haber un "segundo aire" gracias al cual quienes sobrepasan los 85 disminuyen su probabilidad de morirse. Consultado acerca de la conveniencia de renovar su cargo a una edad tan avanzada, el nonagenario l�der sindical mexicano Fidel Vel�zquez asegur�: Yo ya pas� la edad de morirme. La observaci�n de que los hijos y nietos de longevos suelen ser tambi�n longevos ha llevado a prescribir: "If ye would live long, choose well thy ancestors".

LAS CAUSAS DE MUERTE HUMANA VAN CAMBIANDO

Como explicamos en el cap�tulo anterior, una manera de medir la mortalidad es determinar cu�nto tardan los individuos de una generaci�n en reducir su n�mero a la mitad. En la antigua Roma tardaba unos 22 a�os, es decir, que la mitad de los nacidos en un momento dado ya hab�an muerto antes de cumplir 23. Al comienzo de este siglo la cifra alcanz� los 50 a�os y hoy sobrepasa los 70 en ciertos pa�ses. Veamos esas estad�sticas.

La figura 7 muestra en ordenadas el porcentaje de estadunidenses que, en un a�o determinado, tienen las edades especificadas en la abscisa, seg�n un famoso estudio de Leonard Hayflick. Cada curva corresponde a un momento distinto de ese pa�s. A principios de siglo (1900), se observa primero un r�pido descenso poblacional entre los 0 y 3 a�os de edad, debido a enfermedades cong�nitas, infecciones, deshidrataciones y otros padecimientos comunes de los reci�n nacidos. La curva luego sigue decreciendo debido a accidentes en f�bricas y en minas, problemas gastrointestinales tales como la apendicitis (mortal por aquel entonces), y a todo tipo de enfermedades infecciosas como la s�filis y la tuberculosis. Luego la ca�da se hace m�s dr�stica debido a las muertes t�picas de la edad avanzada, tales como los accidentes cardiovasculares y los tumores. Finalmente la curva llega a cero alrededor de los 90 a�os.

[FNT 9]

Figura 7. Curvas de sobrevida similares a la curva C de la figura 3, correspondientes a la poblaci�n de Estados Unidos en tres fechas.

Pasemos ahora a la curva de la d�cada de los a�os treinta. Las mejoras en el manejo de los reci�n nacidos, el desarrollo de la cirug�a abdominal y de la seguridad industrial aumentaron el n�mero de gente viva a una edad determinada; pero as� y todo, la curva llega a cero alrededor de los 90 a�os. La curva de 1970 refleja la introducci�n de vacunas y antibi�ticos, entre otros progresos de la prevenci�n y la medicina. Curvas como las representadas en la figura 7 se pueden obtener tambi�n en diferentes a�os, y se constata que todas pueden ser descritas por la misma funci�n matem�tica. Cuando esta funci�n es maximizada, se obtiene la curva segmentada (m�ximo te�rico). Esta l�nea muestra que, a medida que la medicina y las normas de seguridad mejoren, casi todos los ni�os nacidos y luego todos los adultos van a poder escapar de una muerte prematura; nadie morir� joven, sino que lo har� entre los 90 y los 100 a�os de edad. �sta fue una primera sorpresa, pues si bien se esperaba que la espectativa de vida de cada persona fuera aumentando, tambi�n se daba por supuesto que los adelantos permitir�an cierta tendencia a la inmortalidad.

Veamos ahora la figura 8. Volvemos a representar la curva maximizada de la figura 7, correspondiente a una sociedad hipercivilizada, capaz de evitar o curar cualquier afecci�n, y la curva de los romanos de la figura 7, tomada ahora como mejor representante de la del hombre primitivo, pues se carece de datos para representar fidedignamente la de este �ltimo. Se incluye tambi�n una curva de un animal salvaje (c�rculos negros), del tipo descrito en la curva C de la figura 3 y de una duraci�n de vida similar a la del hombre. Resulta sorprendente que la curva para estos animales se parezca m�s a la del hombre hipercivilizado que a la correspondiente al hombre primitivo. Cabe preguntarse por qué.

Figura 8. Curvas hipot�ticas de sobrevida. La del hombre civilizado corresponde al marco te�rico de la figura 7; la del hombre primitivo a la de los romanos de la misma figura 7, y la de los salvajes corresponde a la curva C de la figura 3.

La mayor�a de las especies animales estudiadas por los geront�logos ha vivido en el planeta por millones y millones de a�os, durante los cuales estuvieron constantemente expuestas a la presi�n selectiva. Como hemos argumentado en el capítulo II, las situaciones ambientales y la lucha por la vida han podido actuar durante un tiempo suficientemente largo para eliminar a los organismos cuyos sistemas inmunitarios, digestivos, glandulares, musculares y nerviosos presentaran anormalidades serias a una edad temprana. Recordemos al respecto el caso del le�n esp�stico o hemof�lico y el de la vieja golondrina incapaz de migrar cinco mil kil�metros. Invirtamos entonces los t�rminos y, en lugar de preguntarnos por qu� se puede describir a los animales salvajes con las curvas de sociedades hipercivilizadas, nos preguntaremos por qu� no se podr� representar a los hombres primitivos con la curva de los animales silvestres. En nuestra opini�n eso se debe a dos razones principales. Primero, porque el hombre primitivo no dur� como tal el tiempo necesario como para que la especie se depurara de individuos org�nicamente imperfectos, como sucedi� con tigres y ara�as. Segundo y principal, porque la cultura y los cuidados han permitido que esos individuos f�sicamente imperfectos sobrevivan. Por ejemplo, hoy entre las personas mayores de 85 a�os, 40% necesita ayuda para caminar, casi 100% necesita anteojos, toma medicinas o tiene marcapasos y una proporci�n alta pero a�n no precisada sufre alteraciones o deficiencias mentales graves.

LA LUCHA POR DURAR Y, SI ES POSIBLE, VIVIR

La salud p�blica y la medicina s�lo son una parte del esfuerzo que hace el ser humano por mantenerse joven y sobrevivir. Veamos en qu� consisten algunos de esos otros esfuerzos.

a) Esfuerzos mitol�gicos y ancestrales. Eos, diosa de la Aurora, hija de los Titanes, se enamor� del mortal T�tono, uno de los hijos de Laomedonte, y solicit� a Zeus la gracia de la inmortalidad para su marido, pero como olvid� de pedir tambi�n que se conservara eternamente joven, con el tiempo se vio casada con una verdadera pasa de uva. Para compensar los achaques seniles aliment� a T�tono con la ambros�a celeste, sustancia que seg�n la tradici�n hac�a que los cuerpos fueran incorruptibles. El recurso no prosper�, T�tono sigui� envejeciendo y los dioses, apiadados, lo convirtieron en cigarra. La fantas�a sigue con aves F�nix que renacen de sus cenizas, personajes b�blicos que mostramos en el cuadro 1, Dorian Gray, Fausto, que le vende su alma al Diablo; Ponce de Le�n, quien se ba�a en cuanto charco va encontrando en la Florida esperando que se trate de la quim�rica Fuente de Juvencia, etc�tera.

Hubo momentos en los que se supon�a que los j�venes exhalaban al respirar un aire rejuvenecedor y hab�a ancianos que trataban de inhalarlo...o eso dir�an cuando se los pescaba en pleno tratamiento con alguna se�orita. Tambi�n se supuso que el car�cter juvenil circulaba por la sangre, idea que a�n sobrevive en ciertas met�foras.

b) Esfuerzos con cierta base racional. En 1889 el famoso fisi�logo Charles Edouard Brown-S�quard, ya muy maduro, se inyect� extractos de test�culos, se cas� con una joven, y se sinti� tan bien (con la se�ora) que comunic� formalmente sus experiencias (con el extracto) a una academia. Ilya Ilich Mechnikov, el famoso bacteri�logo que descubri� la fagocitosis, opin� que la flora de un intestino grueso tan largo y "superfluo" (seg�n �l) como el humano, segregaba toxinas que aceleran el envejecimiento. Sobre esta base predic� las virtudes de modificar la flora intestinal y propici� que algunas personas se hicieran extirpar largas porciones de intestino grueso. Seg�n se cuenta, las sospechas sobre ese intestino envejecedor llevaron a Louis Armstrong a tomar diariamente un laxante, sin que al parecer ello provocara disonancias en su maravillosa trompeta, y a la actriz Mae West, que lleg� a ser octogenaria, a practicarse diariamente un enema.

"Come poco y cena menos" recomendaba sabiamente don Miguel de Cervantes, consejo que concuerda con el hecho de que a varias especies de organismos se les puede alargar la vida en 800% con s�lo hambrearlas. El dramaturgo George Bernard Shaw atribu�a su longevidad y lucidez al hecho de que se alimentaba exclusivamente de vegetales. Se cuenta que en cierta cena de escritores, en momentos en que todos se dispon�an a deleitarse con manjares, alguien advirti� que a Bernard Shaw le serv�an un oscuro menjurje y, sin poder contener su curiosidad, le pregunt�: "Dime George �eso es lo que vas a comer... o lo que ya comiste?" Otros ansiosos por mantenerse j�venes inger�an abundante miel de abejas o viajaban a Rumania para hacerse inyectar novoca�na. Muchas de estas medidas surt�an efecto porque el mismo empe�o en hacer algo por no envejecer, suele ayudar a mantenerse joven.

c) Esfuerzos actuales. Como mencionamos en cap�tulos anteriores, el metabolismo genera peque�as fracciones moleculares de alt�sima reactividad (radicales libres) que a veces se combinan indebidamente con mol�culas y las hacen menos eficientes. Las hemos comparado al aserr�n de las carpinter�as, las limaduras de los talleres mec�nicos o las pelusas que se pegan a las maquinarias y aparatos electr�nicos y perturban sus funciones. Afortunadamente, la evoluci�n nos provey� de sistemas cazadores de radicales libres, en los que participan notablemente las vitaminas A, C y E. Pero estos cazadores tambi�n envejecen y se hacen ineficientes para la tarea de barrer y de pasar la aspiradora metab�lica. Por dicha raz�n hoy la gente toma grandes dosis de vitaminas, y todos los d�as se publican estad�sticas en las que se constata que, en realidad, tienen menos infartos, son m�s �giles, m�s inteligentes y padecen con menor frecuencia de tumores que los viejos que se dejan estar. Se encuentra en pleno auge una impresionante industria del no-envejecimiento, que incluye desde la fabricaci�n de c�psulas con polivitam�nicos y minerales, hasta cremas con filtros para que las radiaciones solares no rompan las macromol�culas de la piel, retinol, aceites suavizantes y hormonas, y que provee desde ropa deportiva hasta aparatos caseros para hacer ejercicios, am�n de una vasta divulgaci�n literaria y programas televisivos.

d) El ejercicio. El organismo tiene una econom�a extrema. Cuando nos enyesan una pierna, los m�sculos y huesos comienzan a atrofiarse por falta de uso. Lo mismo sucede con el cuerpo de las personas obligadas a guardar cama por largos meses. Los astronautas que permanecen medio a�o en el espacio, donde su esqueleto no estuvo forzado a sostener el peso corporal contra la gravedad, bajan hechos una gelatina. Sin embargo, los animales que pasan meses hibernando no sufren atrofias. El oso pierde 30% de su peso durante la prolongada siesta invernal, pero lo hace a expensas de su grasa. Su esqueleto y sus m�sculos, en cambio, est�n tan robustos como antes de dormir, condici�n que necesita al despertar para cazar presas, saciar su voracidad y reponer energ�as. Al estudiar la fisiolog�a de estos animales se advierte que ello se debe a una peculiaridad de su funcionar end�crino que, por supuesto, se estudia con miras a prevenir las atrofias de enyesados, encamados, astronautas... y personas que no quieren perder su vigor con la edad.

Hay una relaci�n entre el cansancio, la capacidad que se tiene y la capacidad que se usa. La figura 9 esquematiza el desarrollo de la capacidad de un individuo (ordenadas) a medida que dedica m�s y m�s tiempo de su d�a al ejercicio (abscisas). "M�ximo" corresponde a la capacidad de quien dedicara todo el d�a a entrenarse. "B�sico" al 20% de capacidad necesaria para llevar a cabo esfuerzos cotidianos como ba�arse, vestirse, ir a trabajar, subir algunos escalones, pasear al perro. Con 30 minutos de ejercicio, una persona desarrolla el doble de capacidad que otra que no hace m�s que el b�sico. Pero si una persona que hace 4 horas diarias de ejercicio de pronto pasa a hacer media hora m�s, esos 30 minutos extra no le duplican la capacidad.

[FNT 11]

Figura 9. Capacidad f�sica en funci�n del tiempo diario dedicado al entrenamiento.

Ahora bien, tal como afirmamos en el p�rrafo anterior, el cansancio guarda relaci�n con la capacidad que se tiene y con la que se usa. Tratemos de aclarar el punto con un ejemplo. Si no se hace ejercicio alguno, el organismo se adapta a (se atrofia hasta) ese 20% b�sico que necesita para ejercer la vida cotidiana. De manera que est� usando el 100% de lo que tiene. Bastar�a que un d�a no funcione el elevador, o que su coche se quede sin gasolina y deba caminar cinco cuadras, para que se sienta agotado.

En cambio, una persona que hace, digamos, 30 minutos diarios de ejercicio, tiene el doble de capacidad (40%) de la que apenas gasta la mitad en las tareas cotidianas, raz�n por la que no suele cansarse.

Los deportes y ejercicios f�sicos eran estimados por griegos y romanos, pero la obsesi�n judeocristiana contra las cosas corporales los borr� de la civilizaci�n occidental por casi dos milenios. A principios de este siglo se dejan de lado esas consideraciones morbosas, renace el deporte y hoy es frecuente que corran la marat�n (42 km) miles de participantes, algunos de los cuales tienen m�s de 80 a�os de edad. Todo actor sabe que es imprescindible para representar a un anciano limitar los movimientos y hacerlos con dificultad, pues una persona de 80 a�os que no practica ning�n ejercicio se mueve penosamente aun para cumplir las labores cotidianas. Pero el ejercicio y los deportes, cada vez m�s incorporados a nuestra cultura, hace que los ancianos se muevan mucho m�s diestramente a los 80, de lo que lo hac�a a principio de siglo una persona de 40.

e) La ciencia. La ciencia ayuda a vivir m�s y mejor por varias razones: 1) ayuda a desechar prejuicios da�inos, como el ilustrado en el p�rrafo anterior. 2) Analiza el envejecimiento y ayuda a prever sus inconvenientes. As�, la estad�stica prev� que m�s de la mitad de las mujeres se van a romper un hueso a causa de la osteoporosis. Algunas de esas fracturas ser�n de cadera, y hoy una de cada cinco mujeres que se fracturan la cadera muere dentro de los seis meses siguientes. Pero se espera que los estudios fisiol�gicos sobre la hibernaci�n de los animales y sobre el ejercicio f�sico ayuden a evitar esos inconvenientes. 3) La ciencia analiza los accidentes automovil�sticos, los industriales, los que ocurren en el hogar y en lugares de esparcimiento, y ayuda a prevenirlos.

Para ilustrar la influencia de la ciencia y la tecnolog�a sobre la duraci�n de la vida, la figura 10 muestra el caso de los japoneses, que en el curso de veinte a�os (entre 1950 y 1979) han visto incrementar su expectativa de vida de 50 a 70 a�os.20 [Nota 20] A su vez, la figura 11 muestra que en 1956, un a�o despu�s de hab�rseles diagnosticado una leucemia, s�lo quedaba vivo el 25% de los ni�os que la padec�an, y en cambio veinte a�os m�s tarde no menos de 80% segu�a con vida. A medida que el grado de civilizaci�n es mayor, la ciencia y la tecnolog�a permiten al hombre sobrevivir hasta un l�mite probablemente similar al que hubiera llegado de haberse conservado en estado silvestre. Claro que este l�mite s�lo lo habr�an alcanzado los descendientes de individuos especialmente dotados.

[FNT 12]

Figura 10. Expectativas de vida de japoneses nacidos en diferentes fechas.

[FNT 13]

Figura 11. Expectativas de sobrevida de ni�os a partir del momento en que se les diagnostica una leucemia, en 1956, y en 1978.

Deber�amos especificar: �dotados para qu�? Los antiguos espartanos, por ejemplo, arrojaban desde una roca a los ni�os defectuosos, no dotados para la guerra. Si un ni�o f�sicamente defectuoso hubiera sido en cambio especialmente dotado en potencia para las matem�ticas... Un eugenismo moderno no eliminar�a a esos ni�os, pero s� —probablemente— a los genes paternos capaces de procrear idiotas, esp�sticos, hemof�licos, etc�tera, a trav�s de una oportuna advertencia prematrimonial. Pero, otra vez, no se tratar�a de una selecci�n silvestre espont�nea, sino de una hecha por la cultura.

En este contexto, observamos tambi�n que antiguamente no hab�a una edad para morir. En cualquier familia hab�a parientes muertos en su tierna infancia, en su adolescencia, en la adultez o en la senectud, v�ctimas de una deshidrataci�n, del paludismo, de peritonitis, del t�tanos, de fiebre puerperal, de un balazo, de un infarto, de una hemorragia o de un epitelioma de vejiga. Hoy, en cambio, la muerte de los j�venes va siendo cada vez menos frecuente. En la actualidad, en el Primer Mundo, una persona de 75 a�os tiene un riesgo de muerte del 10% anual; es decir, mueren anualmente uno de cada diez ancianos de esa edad y fallecen todos los a�os 3 de cada 10 personas de 100 a�os. En cambio, el riesgo de muerte de un adolescente es apenas de 0.05%; es decir, muere anualmente uno de cada 200. Si tuvi�ramos ese riesgo no solamente en la adolescencia, sino a lo largo de toda la vida, el 50% de nosotros alcanzar�a los 1200 a�os de edad.

Si a�n hay quien dude de que nuestro envejecimiento y muerte est�n a cargo de nuestros propios genes, la progeria —enfermedad en la que un ni�o de 10 a�os tiene muchas de las caracter�sticas de un anciano de 80— lo convencer�. En los dos tipos de progeria conocidos, los rasgos seniles son ligeramente distintos, lo que llevaba a sospechar que las caracter�sticas seniles se encuentran dominadas por m�ltiples factores gen�ticos. Confirmando dicha presunci�n, recientemente se ha aislado el gene responsable de una de ellas (Yu et al, 1966).

MARCHANDO HACIA LAS ENFERMEDADES DE LA VEJEZ

Las curvas de las figuras 7 y 8 muestran que, contrariamente a las esperanzas, los progresos en la ciencia no nos har�n inmortales, sino que permitir�n que casi todos los nacidos lleguen a ser longevos. Pero �sas son predicciones basadas en la tendencia de las poblaciones actuales. Hay quien piensa que s�, despu�s de todo, un cambio en un �nico gene prolonga la vida de un gusanito en 800%, cabe suponer que el ser humano ser� capaz de extender su propia longevidad. Aun as�, hay pesimistas capaces de no dar importancia al hecho de que la ciencia haya triplicado la expectativa de vida que se ten�a hace quinientos a�os, diciendo: "S�, pero nos agrega a�os de vejez, no de juventud." Pero podemos refutar esto con s�lo se�alar que la ciencia ha transformado tambi�n la calidad de esa vejez a tal punto que hoy un octogenario puede correr sin problemas la distancia que mat� al c�lebre soldado que llev� la noticia de la victoria en Marat�n.

Cuando nos ocupamos de la muerte de los animales, se�alamos que mueren en cuanto se acaba su periodo reproductivo, pues la selecci�n no elimina los genes adversos que se expresan de ah� en adelante. Tambi�n mencionamos que cuando un insecto se transforma en adulto, no s�lo cuenta con escasas 24 horas para gozar de su flamante capacidad de reproducirse, sino que la naturaleza ni se molest� en dotarlo con una boca para que se alimente y siga viviendo. Podr�amos agregar que tambi�n deja de expresar los genes encargados de hacer proliferar sus c�lulas y los que deber�an defenderlos y repararlos. Sobre esa base, hay quienes opinan que muchas de las enfermedades de la vejez humana, de las cuales la de Alzheimer es paradigm�tica, ocurren porque est�n apagados los genes que hasta ese momento nos hab�an estado protegiendo de ellas. Y ya aparecieron optimistas que tratan de imaginar la forma de hacer que no se apaguen, o de reencenderlos.

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