IV. PSICOLOG�A DEL ENVEJECIMIENTO

A MEDIDA que transcurre el tiempo, el individuo va atravesando etapas (ni�ez, adolescencia, adultez) en forma tan sistem�tica y caracter�stica que un antrop�logo puede determinar con bastante precisi�n la edad del esqueleto desprovisto de toda sustancia org�nica de una persona fallecida hace diez mil a�os. Este sujeto no s�lo madura y envejece sino que es capaz de observar el envejecimiento propio y el ajeno, meditar y reaccionar frente a la muerte de sus semejantes y la propia. A lo largo de su vida va cambiando incluso esa forma de ver y meditar.

Puesto que la variable central de estos fen�menos es el paso del tiempo, conviene hacer una digresi�n para resumir algunos conceptos.

EL TIEMPO

Los organismos tienen una complej�sima maquinaria de relojer�a, que es responsable del ciclo de funciones tales como s�stole-di�stole, inspiraci�n/expiraci�n, sue�o/vigilia, peristaltismo intestinal, menstruaciones, hibernaciones, etc. Sin embargo, esa maquinaria mide el tiempo pero no lo produce ni lo explica. Tampoco lo explica el hablar de "un tiempo que fluye", pues no es m�s que una met�fora c�moda que usamos para describir los procesos de la realidad, como cuando decimos: "Hay que darle tiempo al tiempo", "El tiempo es oro", "Fiera venganza la del tiempo / que muestra ver deshecho lo que uno am�". Pero el tiempo no fluye, ni recibe tiempo de regalo, ni se venga de nadie. Por eso, en el siglo IV de nuestra era, san Agust�n declaraba que �l sab�a qu� es el tiempo, salvo que alguien se lo preguntara y tuviera que explicarlo. Trece siglos m�s tarde, el m�stico polaco Angelus Silesius afirmaba: "T� mismo haces el tiempo; tu reloj son tus sentidos." Se refer�a a que cuando uno ve llegar la noche, madurar los naranjos, crecer a sus hijos, morir a sus abuelos, entiende esos procesos en funci�n del tiempo. Sin embargo, Silesius no dijo qu� es el tiempo, ni c�mo lo generan nuestros sentidos. Sospechamos entonces que tambi�n el llamado "sentido temporal" es una met�fora c�moda pues, a diferencia de otros sentidos, como el olfato y la visi�n, cuyas se�ales (mol�culas odor�feras y fotones) y receptores (mucosa nasal y retina) conocemos, ignoramos cu�les son las se�ales y receptores del sentido temporal (Blanck-Cereijido y Cereijido, 1988; Cereijido, 1994).

Afortunadamente, para analizar la reacci�n humana ante el envejecimiento y la muerte no se requiere tener en claro la naturaleza del tiempo, ni ubicar receptores ni especificar se�ales, y podemos usar desembozadamente las met�foras "fluir del tiempo" y "sentido temporal", tanto a lo largo de las edades de un organismo como a lo largo de la evoluci�n. Vamos a referirnos a un momento de la historia en que el "sentido temporal" comenz� a desempe�ar un papel fundamental en la selecci�n e historia del hombre.

El cambio clim�tico deforesta los bosques y obliga a los primeros hom�nidos a competir por la pradera con antiguos cazadores (leones, lobos, hienas) y herb�voros (cebras, rinocerontes, cabras), dotados a lo largo de millones de a�os con garras, colmillos, cuernos y aparatos digestivos que superan ampliamente la capacidad f�sica humana. Se acepta que esas desventajas contribuyeron a desarrollar el sentido temporal. Este sentido temporal permite evaluar mentalmente escenarios probables, contingencias previsibles, comparar estrategias, imaginar las cosas que puede hacer una manada de lobos y prepararse, evaluar la distancia y velocidad de los leones para escoger entre subir a este �rbol cercano pero bajo y aquel otro m�s alto pero lejano, en lugar de ir a resolver c�ndidamente las contingencias reales al enfrentarse con esas fieras. El sentido temporal, al hacer posible que la mente juegue con modelos imaginarios de la realidad —y no con la realidad misma— brinda una clara ventaja. Como en esas poblaciones de hom�nidos habr� habido algunos con mejor sentido temporal que sus cong�neres, se supone que la lucha por la vida les habr� permitido sobrevivir, es decir, resultar seleccionados entre quienes lo tuvieran menos desarrollado (Blanck-Cereijido, 1983).

Hoy se opina que esa debilidad relativa ante carn�voros y herb�voros "due�os" de la pradera seguramente fue seleccionando hom�nidos capaces de perfeccionar modelos din�micos de la realidad. Se trata de un factor que opera incluso intraespec�ficamente, es decir, que ayuda a competir y sobrevivir entre individuos de una misma especie, y que nunca ha dejado de operar, pues aun hoy, como opinan los chinos, "el secreto de la victoria es saber de antemano". Toda pre-visi�n, todo pro-yecto, depende de esa habilidad de imaginar un futuro m�s rico, con m�s alternativas, para decidir c�mo administrar nuestras posibilidades (Blanck-Cereijido y Cereijido, 1988).

Subrayamos entonces algunas caracter�sticas fundamentales de ese sentido temporal: la primera es que si bien se nace con procesos y conductas c�clicas, que se repiten a lo largo del tiempo (s�stole/di�stole, inspiraci�n/espiraci�n, sue�o/vigilia, hambre/saciedad, etc.), el sentido temporal no parece ser cong�nito, ni se instala s�bitamente en un momento particular de la vida, como ser�a el caso de la dentici�n o de la pubertad, sino que depende de la crianza y de la inserci�n del ni�o en una cultura que ya tiene un particular concepto del tiempo. Entre los factores que parecen desempe�ar un papel fundamental en la instalaci�n del "sentido temporal" se cuentan la demora (y angustia correspondiente) entre las necesidades del reci�n nacido (por ejemplo, el hambre) y la satisfacci�n, la aparici�n de la capacidad de espera, la elaboraci�n de representaciones, la memoria y m�s tarde la observaci�n por parte del ni�o de que las cosas de su entorno cambian, y que lo hacen a distintas velocidades.21 [Nota 21] La segunda es que la noci�n del tiempo que maneja una persona va cambiando con su edad, ya que el ni�o peque�o vive en una especie de presente exclusivo y el anciano vive relativizando su presente frente a un largo pasado y a un corto futuro. La tercera caracter�stica es que la humanidad ha ido cambiando su concepto del tiempo a lo largo de la historia. As�, los griegos cre�an que el tiempo constituye una enorme flecha curva, que completa un ciclo al cabo de unos cuantos miles de a�os y se repite; en cambio, un cristiano medieval supon�a que se trataba de una flecha lineal que, arrancando del G�nesis, pas� por Cristo y acabar�a el d�a del Juicio Final;22 [Nota 22] por el contrario, un cosm�logo moderno data los sucesos a partir del momento en que el Universo comenz� con una hipot�tica Gran Explosi�n, y el que sea c�clico o no depender� de una relaci�n entre la atracci�n gravitatoria y la velocidad de expansi�n. La cuarta es que a�n hoy y dentro de una misma cultura, los distintos sujetos tienen diversas nociones de tiempo: no tiene ni usa la misma un campesino que quien compagina horarios de ferrocarril, que un experto en relatividad. La quinta es que la sensaci�n de que hay un tiempo que "fluye" s�lo rige en el nivel consciente, pues como mencionaremos m�s adelante, en el inconsciente parece o bien reinar la atemporalidad, o bien un orden temporal muy distinto del horario o la secuencia calend�rica cotidiana.

EL SER HUMANO Y SU SENTIDO TEMPORAL EVOLUCIONAN

En un momento dado tenemos una idea, estamos prestando atenci�n a un asunto determinado, o somos conscientes de algo en particular. Todo el resto de nuestra informaci�n est� contenido en nuestro inconsciente: n�meros de documentos, fechas, canciones que nos cantaba nuestra madre, comidas que preparaba nuestra abuela, nombres de monta�as y r�os de la infancia, temores que sufrimos alguna vez, versos que recitamos en una fiesta infantil, contingencias en el colegio secundario, el color de flores que no vemos desde hace varias d�cadas, el olor de una fruta de estaci�n, goles, sustos, cuentos picarescos y todo cuanto podamos recordar es tra�do de pronto al foco de nuestra atenci�n desde ese archivo incre�ble que contiene toda la informaci�n que le suministraron nuestros sentidos o que fue generando nuestra propia meditaci�n. De modo que la mente humana tiene al menos dos registros, uno consciente, mediante el cual razona, explica y discute, y otro inconsciente que atesora palabras, huellas y representaciones.

Los libros de una biblioteca pueden estar ordenados por autor, colecci�n, tama�o, tem�tica o alfab�ticamente. Pero, as� y todo, al consultarlos debemos leer las frases mediante cierta temporalidad. Podr�amos decir que las sagas de C�sar, Col�n, Benito Ju�rez y Cort�zar ya est�n inscritas ah�, coexistiendo atemporalmente, que el tiempo no rige para ellos, pero que ellos vuelven a re-presentar sus aventuras en el momento de leer las frases. An�logamente, las huellas mn�micas consisten en inscripciones atemporales en la memoria, parte de la cual es inconsciente (la biblioteca entera) y por ello impera ah� la atemporalidad, pero al recordar, pensamos cada contenido temporalmente. Esto se aplica, por supuesto, a cada recuerdo, pero no excluye que podamos recordar primero nuestro examen de ingreso a la universidad y luego la fiesta del 10� cumplea�os; lo que s� importa es que tanto los hechos del examen como de la fiesta se recuerden de pasado a futuro, es decir, que respeten cierta temporalidad.

Pero el inconsciente no s�lo atesora las cosas que podemos recordar, sino tambi�n lo que se resiste a nuestros esfuerzos de trasladarlo al plano de la conciencia y que sin embargo pesa en nuestras decisiones y actitudes. Hoy no sabemos por qu�, en un momento dado, al analizar un dato experimental recordamos otro similar que recogimos el a�o pasado, pero olvidamos alg�n hecho reciente que lo contradice, o tenemos en cuenta cierta informaci�n bibliogr�fica pero ignoramos otra, o se enciende el entusiasmo al encontrar cierta correlaci�n, o restamos importancia a determinada fuente de error. A�n desconocemos las leyes que rigen esos recuerdos, olvidos, �nfasis y menosprecios, e ignoramos por qu� y c�mo se asocian los contenidos, se condensan los conceptos y se gesta una nueva idea.

Por m�s que nuestros recuerdos sean imperturbables ante el paso del tiempo, su significado es modificable en virtud de nuevas experiencias. Freud (1918) se�al� que esta posterioridad (Nachtr�glichkeit) produce un efecto de resignificaci�n, que consiste en la reelaboraci�n de ciertos recuerdos en funci�n de experiencias posteriores, vinculadas con nuevos grados de desarrollo y comprensi�n.

El ni�o peque�o da por sentado que �l siempre ha sido y seguir� siendo un ni�o, y que su abuelo siempre ha sido y seguir� siendo su abuelo, a uno le toc� ser un chico y al otro un anciano, pues apenas adquiere un concepto claro de futuro cuando sale de la latencia.23 [Nota 23]Al llegar a la adolescencia, ya est� inmerso en una concepci�n de la vida por venir. Despu�s, los cambios de la imagen que tiene de s� mismo y la necesidad de conocer otras personas y otros ambientes lo incitan a independizarse de su familia y a recrear los v�nculos ed�picos en un nuevo contexto exog�mico: de pronto descubre que el mundo est� poblado de chicas o chicos atractivos.

El adolescente emplea el concepto de futuro en t�rminos l�gicos. En esa etapa puede, por primera vez, considerar su vida como algo que transcurre en la historia de un universo al que se atribuye principio y fin. Frecuentemente este progreso lo pone en conflicto con el medio familiar, que lo considera un continuador de sus costumbres y valores, y que no se resigna al ver que se distancia. La hostilidad y diferenciaci�n con los padres le permite separarse e individualizarse en su manera de concebir la vida y el mundo, establecer relaciones propias y transformarse en depositario de los deseos de progreso social. Tal vez no hay otro momento en la vida como la adolescencia en el que el pasado parezca tan lejano y el sujeto est� tan pendiente del presente y del futuro.

En este periodo se manifiesta con m�xima frecuencia la esquizofrenia; abundan los suicidios y se atraviesan las primeras situaciones en las que el individuo se encuentra sin apoyo familiar, solo frente al mundo. Cuando existe una distancia exagerada entre las aspiraciones y las posibilidades del sujeto, el conflicto puede ser muy intenso y tener un desenlace fatal (Lifton, 1979).

INVESTIR

Antes de continuar, conviene introducir la noci�n de "investidura" (besetzung). El t�rmino tiene distintos usos y connotaciones, aun dentro de un mismo idioma. As�, los economistas usan "investir" para designar la inversi�n de un capital en una empresa; los militares para referirse a la adjudicaci�n de un grado; los colonizadores, para la toma de un lugar, al que le inflingen una cultura distinta. A su vez, los psicoanalistas llaman "investir" al hecho de ligar una cierta energ�a ps�quica a una representaci�n, por ejemplo, cuando alguien adjudica un valor particularmente importante a la gente, la ciencia, la m�sica, los hijos, el dinero, una reliquia, la bandera, la patria, la ecolog�a, el universo. Los objetos que el sujeto inviste pasan a tener sentido para �l, y le despiertan un inter�s y un deseo de acercarse. Una de las investiduras m�s esenciales es la que pone en juego la madre al investir al beb�, pues lo capacita para que luego �l mismo llegue a ser capaz de investir a su propia persona y a los objetos.

Tambi�n se puede investir al mismo hecho de investir. Por eso Piera Aulagnier (1976) considera que la pulsi�n de vida 24[Nota 24] est� ligada no s�lo al desear, sino al desear tener deseos: querer tener intereses, amores, entusiasmos, ideales. Investir es tan importante que si una persona est� muy interesada en su obra, tender� a llevarla adelante aun en malas condiciones de salud, y tendr� as� un est�mulo para negar el dolor y seguir viviendo. La necesidad de mantener vivo el deseo, el amor y el inter�s llev� a Nietzsche a decir: "Atacar la pasi�n de ra�z, es atacar la vida de ra�z". En otro pasaje de su obra, llega a afirmar: "Quien tiene un buen porqu� tolera cualquier c�mo".

LA SENECTUD

La senectud es un periodo que va desde el momento en que un organismo cesa de reproducirse, hasta que muere. Ya nos hemos referido a ella en el cap�tulo II, cuando analizamos los animales que viven al cuidado de los seres humanos (no a los animales en estado silvestre). Dijimos que los animales seniles tienen mala vista, articulaciones esclerosadas, corazones infartados, gl�ndulas atrofiadas, dientes y colmillos estropeados, sistemas inmunitarios que ya no pueden evitar que los microorganismos invadan las excoriaciones de su piel, las conjuntivas de sus ojos, sus fosas nasales o sus pulmones, y desencadenen infecciones graves. El ser humano padece estos inconvenientes en su organismo y va sufriendo los impactos psicol�gicos correspondientes. M�s a�n, va cayendo en la cuenta de que los recursos tecnol�gicos no lograr�n eximirlo de la muerte. 25[Nota 25]

LA VEJEZ

La vejez es la suma de la senectud biol�gica y de las consecuencias ps�quicas del percatarse de que la muerte se va acercando. Se da de maneras diferentes en los distintos sujetos y est� ligada a la forma en que se hab�a encarado previamente la vida, el trabajo, las relaciones emocionales y los intereses. El adulto que envejece se ve forzado a encarar la incertidumbre profesional y social, la variabilidad o desaparici�n de los afectos y la fragilidad de las relaciones con sus semejantes. En la vejez disminuye significativamente la capacidad f�sica, se pierde el trabajo, la posici�n econ�mica, mueren amigos y familiares, p�rdidas que se viven con gran dramatismo; el tiempo subjetivo se acorta sensiblemente, sobre todo en los periodos largos como estaciones o a�os, hay conciencia de una mayor cercan�a de la muerte. No s�lo se es viejo, sino que adem�s se siente viejo, lo tratan como a un viejo y ve que sus coet�neos mueren porque son viejos.

En el caso de los ancianos de una clase social privilegiada, se refuerzan tambi�n las funciones del poder social, el prestigio y la autoridad.

La vejez satisfactoria depende de mantener un modo de amar y crear, de guardar cierta imagen de s� mismo, de ser capaz de gozar de la existencia a pesar de los sufrimientos que ocasionan las separaciones y los golpes al narcicismo: el sujeto se enfrenta con la ambivalencia entre el deseo de vivir y la tendencia a desinvestir, abandonarse y dejarse morir.

Por supuesto, entendemos el movimiento de desapego del anciano que se siente como quien ya no tiene su lugar en un universo que se va vaciando de lo que le es familiar y que es progresivamente dominado por cambios tecnol�gicos muy veloces que lo excluyen. Y.. no tan tecnol�gicos: la pel�cula japonesa La balada del Narayama describe a una comunidad que, para poder subsistir, obliga al hijo mayor a llevar a sus padres ancianos hacia lo alto de la monta�a, y a abandonarlos ah� para que el fr�o los atonte y el hambre los mate. La pel�cula tambi�n muestra, como algo t�pico de la organizaci�n de la vida en el planeta, que los ancianos abandonados posibilitan que se nutran de ellos buitres y predadores.

Hoy los ancianos ya no son considerados como los depositarios de la sabidur�a y de la historia: en lugar de Consejos de Ancianos hay equipos de expertos ("Think Tanks") y la velocidad con que se producen los cambios tecnol�gicos, culturales y geogr�ficos tiende a hacer a los ancianos a un lado. Pero si esta soledad ocasiona la retirada afectiva del anciano, puede configurarse una situaci�n fatal. La desinvestidura puede ocasionarles una profunda desorganizaci�n mental y som�tica. Si el anciano se a�sla emotivamente y deja caer lo que fue valioso, los objetos internos y los proyectos amados que anta�o le fueron significativos, se apagar� su deseo de vivir. Tambi�n es importante que retenga o establezca v�nculos con objetos externos. En este sentido, Pierre Marty (1976) se�al�: "Nunca se vio a una locomotora de vapor, con el carb�n agotado, andar todav�a cien kil�metros por haberse encontrado con otra m�quina de vapor. En cambio, se han visto hombres agotados que andan todav�a cien kil�metros m�s por haber encontrado un compa�ero o compa�era". Incluso en la vejez, para vivir bien, es necesario el amor, una cierta llama pasional. Por eso la sabidur�a china se�ala: "Un hombre tiene la edad de la mujer que ama," frase que muestra dos cosas: el efecto del amor, y la asimetr�a cultural de los g�neros.

El anciano puede aceptar varias limitaciones y mantener algunas investiduras para disponer de energ�a y orientarla en ciertas direcciones. Pero el autocuidado exclusivo o excesivo puede resultar mort�fero. Cuidarse suprimiendo todo lo agradable (sexualidad, comida, bebida) tal vez baje el colesterol y los triglic�ridos, pero tambi�n baja el entusiasmo por la vida.

EL SENTIDO DE LA VIDA

El fil�sofo Ludwig Wittgenstein afirmaba: "Al significado de la vida, es decir, al significado del mundo, podemos llamarlo Dios". Algunas religiones tradicionales sostienen que estamos de paso por la Tierra, para determinar si una vez muertos se nos habr� de confinar para siempre en el Cielo o en el Infierno. De modo que esos mitos dan al menos un sentido a la vida y a la muerte. Pero los cient�ficos y fil�sofos, al meditar sobre el significado de la vida, fueron aniquilando sistem�ticamente todo fundamento de la idea de que haya una vida ulterior a la muerte. Es importante advertir que �ste no es un objetivo de la ciencia, sino una consecuencia no buscada.

El panorama que van pintando cosm�logos y bi�logos es que surgimos de una singularidad fortuita, la(s) Gran(des) Explosi�n(es); a medida que se expandi� el Universo, se condensaron los planetas, la materia se fue enfriando y con ello se fueron formando part�culas, �tomos, mol�culas, hasta que de pronto la complejidad fue suficiente como para que ocurriera la vida, empezara a evolucionar...y aqu� estamos meditando sobre todas esas cosas. En ese sentido, Arthur Schopenhauer afirmaba que la existencia resulta simplemente de la disipaci�n de un reservorio de energ�a, de un modo carente de sentido, y Steven Weinberg afirma: "Cuanto m�s entendemos el Universo, menos sentido le encontramos." Con todo, muchos fil�sofos piensan que el prop�sito de la vida consiste en que las especies m�s organizadas avancen. Pero el bi�logo ingl�s Richard Dawkins (1976) ni siquiera nos atribuye a los organismos (los humanos entre ellos) otro papel que el de mazacotes org�nicos, meros dispositivos que los genes necesitan (y manejan) en su lucha ego�sta por prevalecer, de la misma manera en que nosotros lo har�amos con nuestras instituciones y ciudades.

El repaso del pensamiento de algunos grandes fil�sofos resulta en verdad deprimente. David Hume argumentaba que todo lo que existe no lo hace por alguna raz�n necesaria. Jean Paul Sartre, a su vez, opinaba que nada de lo que existe tiene necesariamente una raz�n ontol�gica que as� lo requiera. Albert Camus sosten�a (siguiendo una tradici�n que empieza por lo menos con el Marqu�s de Sade) que el absurdo nace en la confrontaci�n de las necesidades humanas y el silencio irracional que el mundo guarda ante ellas, y que al Cosmos le importa tres pitos el bienestar humano. Por �ltimo, Thomas Nagel afirma que no hay base para creer que alguna cosa tenga importancia.

"En cuanto preguntamos acerca del sentido o del valor de la vida, estamos enfermos" escribi� Sigmund Freud a su colega Marie Bonaparte. A su vez, Friedrich W. Nietzsche afirmaba: "El hombre es el animal enfermo." Como vemos, estamos pasando de antiguas culturas para las cuales el sentido de la vida lo daban sus grandes religiones, a culturas modernas cuya filosof�a y cuya ciencia no le encuentran sentido alguno, y que incluso llegan a afirmar que el mero preguntar por el sentido es en s� un s�ntoma de enfermedad. Con todo, enfermo o no, el ser humano se pregunta constantemente por el significado o por el sentido de la vida, y surge entonces la posibilidad de que, aunque no lo otorgue Dios, ni surja durante la evoluci�n de la materia en el Cosmos, ni la de la vida en el planeta, el hombre se lo pueda conferir a su propia vida.

Pero de pronto se oyen voces esperanzadas, como si dijeran: "Muy bien, no tenemos razones para creer ni que Dios exista, ni que no exista, ni que haya existido al menos en un comienzo, ni que le pueda dar sentido a la realidad ni a nuestra vida." Tampoco podemos creer que la disipaci�n energ�tica del universo le confiera sentido a cosa material alguna, incluida la vida. �Pero qu� tal si aunque la vida, como fen�meno biol�gico, no tenga sentido, nosotros, los humanos le pudi�ramos dar uno?" (v�ase por ejemplo, el libro de Simone de Beauvoir, �tica de la ambig�edad). Como si contestara esa pregunta, su colega el novelista Henry Miller afirma: "Hay que darle un sentido a la vida, por el hecho mismo de que carece de sentido." Hay fil�sofos, como Ernst Bloch, que hicieron profundos desarrollos filos�ficos basados en la esperanza.

A pesar de que el ser humano nace en una cultura que ya tiene un sistema de valores, que a trav�s de la educaci�n le inculca "sentidos preparados de antemano" para los diversos aspectos de la realidad, la posibilidad de otorgar sentido aparece si el sujeto puede reconocer su propio deseo, m�s all� de los proyectos de los otros sobre su destino. El descubrimiento del deseo propio puede marcar un nuevo rumbo en la vida. Algunas veces es imposible lograrlo, pero conocerlo implica saber de s� mismo, y poderlo pensar. Otro factor que da sentido a la vida es el amor, la pasi�n amorosa, el cari�o por los hijos y la descendencia, la investidura de proyectos e ideales. El significado cambia constantemente. Se altera a medida que los seres vivos van adoptando sus propios modos de significar. As�, el novelista japon�s Yukio Mishima pensaba que la vida tiene significado s�lo cuando es hermosa, por lo tanto, uno debe morir antes de que comiencen la fealdad y el deterioro. Coherente con sus opiniones, Mishima se suicid�. Otros, por el contrario, sobre la base de que nuestros cuerpos son de pronto nuestra propia biograf�a, afirman, como es el caso del novelista alem�n Jean Paul Richter: "Un rostro sin arrugas es un pliego de papel en el que no hay nada escrito." En un contexto m�s social el poeta espa�ol Jorge Guillén se�alaba: "Cuando uno pierde la esperanza se vuelve reaccionario."

Aunque hay much�simos m�s estudios acerca del sufrimiento humano que de la felicidad, actualmente la evaluaci�n del grado en que alguien se siente feliz descansa en las respuestas a las preguntas: �Es usted muy feliz?... �medianamente feliz?, �muy infeliz? Estos estudios muestran que las respuestas est�n muy poco relacionadas con la edad, el nivel social, el estado civil e incluso el estado econ�mico. Por supuesto que de estas averiguaciones se excluye a las personas en situaciones extremas de salud, padecimientos dolorosos, internos en cl�nicas psiqui�tricas, o a grupos sumidos en la miseria. Al respecto, resulta pertinente la respuesta de Manolito, el personaje de la historieta humor�stica Mafalda, de Joaqu�n Lavado (Quino) quien, cuando se le se�al� que el dinero no hace la felicidad, contest�: "Es cierto, �pero que bien la imita!" De modo que el sentirse o no feliz est� m�s bien ligado a un estado subjetivo. Lo que s� se comprob� es que las personas infelices, o que as� se sienten, tienen una susceptibilidad mucho mayor a enfermedades, y el curso de sus enfermedades suele ser m�s largo y menos satisfactorio. De modo que existe una correlaci�n muy clara entre felicidad y duraci�n de la vida (Myers, 1992).

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