VII. EROTISMO Y SEXUALIDAD. CEREBRO MASCULINO Y CEREBRO FEMENINO

EN EL CEREBRO TAMBI�N: VIVE LA DIFF�RENCE!

EN EL CURSO DE LOS CAPÍTULOS ANTERIORES se ha sostenido el punto de vista de que las emociones tienen un sustrato org�nico en el cerebro, que en muchos casos est� bien localizado y estudiado. Hay, sin embargo, un aspecto esencial de la emoci�n humana para el cual esta contraparte org�nica y molecular no ha podido identificarse. Se trata nada menos que del conjunto de emociones que pudieran asociarse con el sentimiento del amor. Dif�cil de definir —aunque f�cil de experimentar— no sabemos siquiera si el amor es o no, una caracter�stica privativa de la especie humana. Y sin embargo, puede intuirse, aunque hay que admitir que sin contar con muchas bases cient�ficas, el hecho que la emoci�n amorosa, asociada en muchas ocasiones con un profundo inter�s sexual, debe residir en alguna regi�n del cerebro que hasta ahora ha conseguido escapar a la mirada escudri�adora de los neurobi�logos. Esta vez, la naturaleza no ha querido contribuir a esclarecer este punto y, por suerte o por desgracia, no existe el famoso filtro del amor, tan buscado desde siempre por el hombre, como la piedra filosofal o la fuente de la eterna juventud. No hay fruto, ponzo�a o ra�z que cumpla el sue�o de convertir al indiferente en amante apasionado. Y sin embargo, el sentimiento amoroso tiene caracter�sticas muy similares a las de un fen�meno bioqu�mico y molecular: es espec�fico, dirigido a una persona en particular, ignorando al resto. Ya lo dice sor Juana: "...Por quien no me apetece ingrato, lloro, y al que me llora tierno, no apetezco..." Presenta el rasgo de desensibilizaci�n, es decir, despu�s de un tiempo de obtenerse el "est�mulo" deja de tener el mismo efecto, igual que sucede con las neuronas que reciben estimulaci�n continua por un mismo neurotransmisor. (�Qu� tal la pasi�n de Romeo y Julieta despu�s de 14 a�os de matrimonio!) Es desplazado por agonistas m�s potentes, caracter�stica resumida por la sabidur�a popular con aquello de que: "un clavo saca a otro clavo". En fin, que el sentimiento amoroso seguramente tiene un componente bioqu�mico que act�a en el sistema nervioso, principio y fin de todos los sentimientos humanos, pero que hasta la fecha permanece perdido entre las circunvoluciones cerebrales. En tanto esto se descubre, los cient�ficos han examinado con cierto detalle, y ciertamente con m�s �xito, los rasgos materiales del comportamiento sexual.

Es curioso constatar que, en estos temas, la participaci�n del cerebro se ha invocado s�lo muy recientemente. Y sin embargo hay much�simas cuestiones, a cual m�s interesante, relacionadas con la vinculaci�n entre sexo y cerebro. No digamos ya con el erotismo, una conducta emocional que, generada entre algunos vericuetos anat�micos o en intrincados circuitos funcionales no identificados a�n, es esencialmente privativa de la especie humana. Mientras que el hombre comparte con el animal algunos patrones de conducta parasexuales que est�n muy alejadas de los esquemas estereotipados de la c�pula en los animales. Ya lo dijo en una hermosa frase Octavio Paz: "... el erotismo es invenci�n, variaci�n incesante; el sexo es siempre el mismo..." (figura VII.1) El universo er�tico del hombre se extiende hasta matizar una gran proporci�n de sus acciones, pensamientos y emociones. Alcanza en la especie humana una esfera de influencia mental y emocional sin paralelo entre sus cong�neres animales (figura VII.2). Parte de la gran diferencia en las caracter�sticas de la actividad sexual entre el hombre y los animales es su ubicaci�n en el tiempo. Resulta divertido imaginar qu� suceder�a si, como en el caso de todas las especies animales, la humana tuviera tambi�n periodos restringidos para llevar a cabo su actividad sexual y, sobre todo, que el sexo le resultara atractivo e interesante solamente en estos cortos periodos. Resulta casi inconcebible. Habr�a que replantear, por ejemplo, todo el esquema de productividad laboral, ya que por supuesto, en estos lapsos, el individuo no tendr�a ojos ni o�dos, ni mente ni concentraci�n para otra cosa que no fuera encontrar la pareja, por ef�mera que �sta resultara. Y luego, "si te vi ni me acuerdo"... Bueno, pens�ndolo un poco tal vez no estar�a tan mal.

Figura VII.1 "...el erotismo es invenci�n, variaci�n incesante...". (Pintura de Gustav Klimt [1862-1918] El Beso, �sterreichisches Galerie, Viena).

Figura VII.2. El universo er�tico alcanza en la especie humana una esfera de influencia sin paralelo. (Escultura de Auguste Rodin [1840-1918] El �dolo Eterno, Mus�e Rodin, Par�s.)

Una situaci�n desafortunada para los investigadores interesados en encontrar la contraparte org�nica del erotismo es que, como se mencion�, este fen�meno parece ser una caracter�stica exclusiva de la especie humana, por lo que no es posible echar mano para estas investigaciones de los socorridos modelos utilizando animales de experimentaci�n. Tampoco se cuenta, como en otras situaciones, con f�rmacos capaces de manipular el proceso del pensamiento er�tico. Aqu� la naturaleza no ha sido pr�diga en recursos, y a pesar de que existen extensas listas de productos naturales con presuntas propiedades afrodisiacas, la verdad es que ninguno de ellos ha resistido el rigor de una investigaci�n seria. Claro est� que, como en muchas otras situaciones relacionadas con la emoci�n, el erotismo surge a partir de un conjunto rico, complejo y variado de est�mulos tanto exteriores como interiores. Sin embargo, cuando un fen�meno biol�gico es evocado por un f�rmaco, si �ste es efectivo y suficientemente potente, originar� casi indefectiblemente el fen�meno, a pesar de que no existan est�mulos o epifen�menos externos que lo potencien o lo inhiban. Con excepci�n tal vez del alcohol en alguna de las primeras etapas de su efecto, los afrodisiacos no existen. Se conocen, sin embargo, algunas drogas que pueden tener efectos opuestos, es decir, que disminuyen el inter�s sexual. Pero se trata, en general, de una acci�n sobre el fen�meno primario del acto sexual y no sobre el complejo y elaborado proceso er�tico.

Sin embargo, es posible que al examinar las caracter�sticas del conjunto de acciones muy definidas que acompa�an el simple acto sexual en los animales, se pueda tener una primera aproximaci�n al conocimiento de la relaci�n erotismo-sexualidad. En la mayor�a de las especies animales existe una serie de situaciones definidas, estereotipadas, que preceden el acto sexual (figura VII.3). Esto, en s�, podr�a proporcionar el material necesario para un libro completo y muy interesante. Pero el prop�sito de este cap�tulo no es tal. Es m�s bien identificar en el cerebro los sitios anat�micos y los mecanismos moleculares responsables de estas actitudes. Por supuesto, un objetivo importante de estas investigaciones, adem�s de ampliar el conocimiento en s� de la conducta sexual en los animales, es llegar a conocer su equivalente en el ser humano.

Figura VII.3. La danza nupcial de los alacranes: un rito repetido, sin variaci�n, desde hace millones de a�os.

Los estudios en animales, en particular en los mam�feros, en lo que se refiere a la relaci�n de los centros nerviosos con los aspectos aparentes de la conducta sexual, han mostrado la existencia de n�cleos cerebrales (recordemos que los n�cleos son grupos de neuronas) que se activan cuando se despierta en el animal la motivaci�n sexual, lo que ocurre generalmente en el macho ante la aparici�n de la hembra en celo. Estas investigaciones han hecho hincapi� en la importancia del hipot�lamo, una peque�a regi�n cerebral que, como hemos visto anteriormente, desempe�a un papel clave en la generaci�n y la modulaci�n de las emociones. Se ha observado, por ejemplo, en un estudio en monos, que si algunos n�cleos bien identificados en el hipot�lamo (v�ase la figura I.4.A, en el cap�tulo I) se destruyen, los machos pierden todo inter�s sexual por las hembras. Por el contrario, si se estimulan el�ctricamente, el animal muestra una conducta sexual activa, independientemente de las condiciones de estro en la hembra. Las c�lulas de esta regi�n tienen un numero muy grande de receptores de las hormonas, tanto de andr�genos (hormonas masculinas) como de estr�genos (hormonas femeninas). Esta interacci�n de las hormonas sexuales con las neuronas es el objeto de estudio de una rama de las neurociencias, la neuroendocrinolog�a, que cada vez adquiere mayor importancia. Es posible que los avances en esta disciplina permitan m�s adelante identificar con certeza las v�as nerviosas y los transmisores qu�micos involucrados en las respuestas sexuales de los animales y las del ser humano, en lo que a este aspecto se refiere.

La activaci�n de neuronas en estas regiones del hipot�lamo excita, a su vez, a otras que tienen a su cargo la iniciaci�n y coordinaci�n de un conjunto de movimientos musculares y viscerales, que se repiten muy consistentemente y culminan con la consumaci�n del acto sexual. Una buena parte de estos estudios se ha llevado a cabo en los animales de laboratorio m�s comunes: la rata y el rat�n; pero recientemente se ha comprobado que los primates, grupo al cual pertenece el hombre, tienen diferencias significativas con los roedores, en lo que se refiere al comportamiento sexual, y que posiblemente se acerquen un poco m�s a las caracter�sticas del ser humano. En efecto, estudios en monos han mostrado que est�mulos externos, ajenos al sujeto mismo de atracci�n sexual, pueden modificar en algunos casos, sustancialmente, el esquema de comportamiento asociado con la c�pula, lo cual nunca se observa en los roedores. Con esto es permisible suponer que el cerebro del mono, que en cierto modo es m�s evolucionado que el del roedor, ha modificado el mecanismo de comunicaci�n entre las dos distintas �reas de las que se ha hablado, la de la motivaci�n y la de la acci�n, posiblemente a trav�s del establecimiento de circuitos inhibidores, que le permiten manejar en forma independiente los est�mulos exteriores de las acciones que llevan a la funci�n copulatoria. Esto es obvio que ocurre en el ser humano, en quien la mente puede abandonarse a las m�s complejas fantas�as er�ticas, sin por ello tener que, necesariamente, culminar el proceso con un acto sexual. La interrupci�n de esta comunicaci�n entre la visualizaci�n del objeto sexual y, m�s a�n, la imaginaci�n de los sujetos que motivan el acto sexual y los fen�menos puramente mec�nicos asociados con el mismo, representa una diferencia abismal entre los animales y el hombre, y constituye un avance gigantesco en la evoluci�n de la funci�n del cerebro en relaci�n con el comportamiento sexual. Desafortunadamente, no existe hasta el momento mucha m�s informaci�n en este sentido acerca del ser humano, pero las investigaciones en los animales del laboratorio avanzan, y aun cuando las hip�tesis que se plantean en relaci�n con el comportamiento humano no puedan probarse experimentalmente, como se acostumbra en neurobiolog�a, es indudable que los estudios en animales pueden dar todav�a mucha informaci�n.

Como en el caso de la mayor�a de los temas tratados en este libro, la posibilidad de encontrar una relaci�n entre el erotismo y la funci�n cerebral, incluyendo la localizaci�n de alguna o algunas regiones espec�ficamente responsables de este aspecto de la conducta humana, se complica por el hecho de que los est�mulos que en el animal son muy simples y bien caracterizados (el olor de la hembra en celo, el color del plumaje o del pelaje de los machos, la expresi�n del canto en las aves de sexo masculino), en el hombre, adem�s de la existencia de estos mismos est�mulos sencillos, que le permiten funcionar en forma simple semejante a la de los animales, existe una multitud de otras motivaciones, externas pero m�s sutiles, como la representaci�n escrita o pl�stica, y de manera muy importante, otras internas como la evocaci�n o la imaginaci�n. El problema para encontrar una contraparte org�nica de la actividad er�tica es que no existe hasta ahora ning�n indicio acerca de la localizaci�n anat�mica o molecular de estas actitudes de evocaci�n e imaginaci�n.

Tampoco se ha dado, como en el caso de muchas funciones —la visi�n, el habla— que una lesi�n cerebral en un sitio espec�fico, prive al hombre de la capacidad imaginativa y creadora que se manifiesta asociada con una conducta er�tica.

Otra diferencia importante entre el comportamiento elemental de los animales en relaci�n con el acto sexual y la complej�sima conducta del humano en este sentido es el papel que desempe�an las hormonas sexuales en el proceso. Un amigo investigador, especialista en el tema, resume esta diferencia con esta simp�tica frase: "... no se puede confiar en los eunucos" (figura VII. 4). Mientras que en los animales la extirpaci�n de las g�nadas tiene como resultado la virtual desaparici�n de la actividad sexual, no ocurre as� en el ser humano, en quien este procedimiento no s�lo no elimina la capacidad para generar fantas�as er�ticas ni apetito e inter�s por materializarlas, sino que en muchas ocasiones permite el desarrollo de la actividad sexual en ausencia de las hormonas. El cerebro humano, entonces, mediante su plasticidad caracter�stica, puede, con base en la imaginaci�n, suplir una carencia qu�mica tan espec�fica como la de las hormonas circulantes. �Fant�stico!

Figura VII.4. "...No se puede confiar en los eunucos..."

LATERALIZACI�N DEL CEREBRO. �EXISTE UN CEREBRO FEMENINO Y UN CEREBRO MASCULINO?

Un tema que ha apasionado por igual a feministas, antifeministas y machistas, y sobre el que tendr�amos mucho que aprender para comenzar a entender la compleja interacci�n sexualidad-cerebro, es lo que se conoce como dimorfismo sexual cerebral, es decir, la posibilidad de que muchas de las caracter�sticas de la conducta distintiva de los individuos (humanos) de distinto sexo tengan su origen en el cerebro y no tanto en las famosas influencias culturales y sociales que por siglos han distinguido (discriminado) en su trato a la mujer con respecto al hombre. Esta interesante perspectiva surgi� del descubrimiento iniciado con timidez hace casi 150 a�os, de que las dos grandes mitades del cerebro, los hemisferios, que aparecen ciertamente como indistinguibles con la observaci�n superficial, no son tan similares como aparentan.

La historia de este fascinante tema comenz� cuando en 1836, un oscuro doctor de pueblo, Marc Dax, present� en la reuni�n anual de la Sociedad M�dica de Montpellier un texto en el que reportaba el resultado de sus experiencias en su larga carrera como m�dico familiar. En muchas ocasiones, Dax hab�a observado la p�rdida de la capacidad de hablar, conocida como afasia, por diversos accidentes cerebrales, los m�s comunes aquellos derivados del rompimiento de arterias cerebrales. Lo que llam� la atenci�n a Dax fue la frecuencia de la aparici�n de la afasia cuando el da�o cerebral ocurr�a en uno de los dos hemisferios. En m�s de 40 pacientes con afasia, Dax descubri� que el da�o hab�a sucedido en el hemisferio izquierdo. No encontr� ni un solo caso en el que el da�o hubiera ocurrido en el lado derecho �nicamente. En su escueta comunicaci�n ante la Sociedad M�dica, Dax present� sus observaciones y su conclusi�n, en la que suger�a que los dos hemisferios cerebrales podr�an no ser id�nticos y que algunas funciones estar�an preferentemente controladas por uno de ellos, ubicando el control del lenguaje en el hemisferio izquierdo. La ponencia de Dax no suscit� mayor entusiasmo, y el modesto m�dico rural muri� al a�o siguiente sin saber que hab�a iniciado una de las �reas m�s fascinantes de la neurobiolog�a moderna: la lateralizaci�n del cerebro.

El cerebro est� formado por dos hemisferios, dos mitades sim�tricas y aparentemente id�nticas. Sin embargo, la asimetr�a funcional es evidente en manifestaciones tan comunes como la mayor habilidad que todos los individuos tienen en una mano con respecto a la otra. En realidad, muy pocas personas son efectivamente ambidiestras. La mayor�a tiene mayor habilidad con la mano derecha (diestras), mientras que unas pocas la tienen en la izquierda (siniestras o zurdas). Desde hace tiempo se sabe que el control de esta habilidad se encuentra en el hemisferio cerebral contralateral, es decir, en el izquierdo para los diestros y en el derecho para los zurdos. Desde las primeras observaciones de Dax antes referidas, los ejemplos de esta lateralidad se han multiplicado a medida que se hacen investigaciones cuidadosas con respecto a esta peculiaridad en la organizaci�n de nuestro sistema nervioso. Los individuos con lesiones en el hemisferio izquierdo claramente tienen dificultades para el manejo de la expresi�n verbal, que se refleja no s�lo en la incapacidad para expresarse por medio del lenguaje sino, asimismo, para comprender el lenguaje de otros.

Al contrario de lo que sucede con el habla, los individuos que sufren da�o en el hemisferio derecho tienen problemas para la orientaci�n en el espacio y en la memoria de la relaci�n objeto-espacio, la manipulaci�n de figuras geom�tricas, la organizaci�n de rompecabezas y cualquier otro tipo de pruebas que involucren la relaci�n forma-distancia-espacio. A nivel pr�ctico, un individuo con una lesi�n de esta naturaleza puede tener dificultades para orientarse en un edificio que no conoce o aun puede tener problemas para reconocer un camino que ya le era familiar.

El inter�s por esta asimetr�a o lateralizaci�n del cerebro se increment� cuando se comenzaron a examinar con esta �ptica a pacientes que tienen lo que se llama cerebro escindido. Los dos hemisferios cerebrales se encuentran unidos mediante un grueso haz de fibras, denominado cuerpo calloso. En algunos pacientes esta v�a debe cortarse y, en estas condiciones, la comunicaci�n entre las dos mitades del cerebro queda interrumpida. Esta circunstancia ofrece al investigador una oportunidad excepcional de conocer las habilidades de cada uno de los hemisferios en forma separada. Con este tipo de investigaciones se ha podido determinar que el cerebro izquierdo est� vinculado predominantemente con procesos anal�ticos, y en especial con la generaci�n y la comprensi�n del lenguaje, mientras que el hemisferio derecho tiene a su cargo preferentemente el manejo de situaciones relacionadas con ubicaci�n espacial, la capacidad para la m�sica y el procesamiento de informaci�n de manera integrada. Basados en estos y otros estudios, algunos investigadores en neurobiolog�a han especulado acerca de la posibilidad de considerar que toda dicotom�a conductual, es decir, el ser racional versus intuitivo, deductivo versus imaginativo, radique en una determinada predominancia de uno u otro de los hemisferios cerebrales. El considerar que el intelecto y la l�gica tengan su asiento anat�mico predominantemente en el hemisferio derecho, en tanto que la intuici�n y la poes�a lo tengan en el izquierdo, es una hip�tesis atractiva pero dista mucho de haber quedado demostrada con el rigor que exige la investigaci�n cient�fica. Sin embargo, como sustento de una hip�tesis de trabajo de esta naturaleza, est� la informaci�n clara que indica que s� existe una diferencia entre los dos hemisferios en cuanto al tipo de informaci�n que procesan en forma general.

Despu�s del concepto de lateralizaci�n del cerebro, una siguiente etapa fue el reconocimiento de que, generalmente, uno de los dos hemisferios es el que domina en cuanto a la direcci�n de las actitudes conductuales. De este concepto de dominancia cerebral se ha derivado la posibilidad de que en ciertos individuos una de las dos mitades del cerebro pueda ser dominante sobre la otra mitad y, en relaci�n con el tema que nos ocupa, que esta dominancia puede ser distinta en los hombres y en las mujeres, trayendo como resultado diferencias en la forma de manejar situaciones, en actitudes emocionales y posiblemente tambi�n en aptitudes diversas para resolver problemas intelectuales. Desde el punto de vista de las reacciones emocionales, las diferencias entre los sexos son, al menos en teor�a, bastante claras. El punto entonces reside en que, si como se ha venido diciendo, las emociones se generan en el cerebro las diferencias entre los g�neros en cuanto a esta conducta, deben radicar igualmente en el cerebro. Este aspecto no se ha aclarado todav�a, excepto tal vez para el caso de la agresividad, como se vio en el cap�tulo IV; pero s� se tiene alguna prueba acerca de diferencias entre los sexos en ciertos aspectos del manejo intelectual de situaciones sencillas.

Si un hombre y una mujer viajan en autom�vil por una carretera, en una regi�n que no conocen, y si el hombre va al volante y la mujer trata de indicarle la direcci�n que debe tomar analizando un mapa, hay un gran riesgo de que equivoquen el camino varias veces. La mujer no parece encontrarse muy a sus anchas examinando el mapa y es posible que el hombre se impaciente. Sin embargo, cuando la situaci�n es tal que la misma pareja ya ha recorrido el camino una o dos veces, la mujer no tendr� dificultad en se�alar la direcci�n adecuada tomando como referencia se�ales que ya ha visto antes: una casa con ciertas caracter�sticas, un grupo de �rboles, ser�n otras tantas se�ales que recordar� con facilidad y que le permitir�n orientarse sin problemas. Estas son observaciones que provienen de la vida pr�ctica, pero que dan resultados muy semejantes a las que los investigadores obtienen realizando experimentos muy bien controlados en el laboratorio. Liisa Galea, de la Universidad Ontario en Londres, llev� a cabo un estudio de esta naturaleza con estudiantes universitarios y observ� que, efectivamente, los hombres superan a las mujeres en la velocidad para localizar rutas en un mapa. (�Esperamos que estos experimentos contribuyan a conservar la armon�a entre las parejas durante las vacaciones!) Adem�s de estos estudios, un n�mero importante de otras investigaciones sobre el tema han permitido concluir que el sentido de orientaci�n en abstracto es, en general, mejor en los hombres, mientras que las mujeres suplen esa deficiencia relativa con una mayor atenci�n a se�ales espec�ficas. Los especialistas en los aspectos antropol�gicos de este tema han llegado hasta a considerar la posibilidad de que estas diferencias pudieran haberse derivado de las distintas ocupaciones que durante cientos de miles de a�os en los grupos primitivos debieron asumir hombres y mujeres —el hombre cazando en lugares muy alejados de los asentamientos, la mujer trabajando en terrenos cercanos al n�cleo familiar— y que la habilidad derivada de esta necesidad hubiera quedado despu�s como un car�cter biol�gico adquirido.

Otras diferencias se�aladas por los especialistas indican que las mujeres recuerdan mejor, por ejemplo, la colocaci�n de los objetos en un recinto, son m�s h�biles para encontrar semejanzas y diferencias entre los objetos y tienen mejores resultados que los hombres en las pruebas de lenguaje, como en encontrar palabras que comienzan con una letra. Las mujeres tambi�n superan a los hombres en la realizaci�n de c�lculos aritm�ticos sencillos. Tambi�n las mujeres se desempe�an mejor en las tareas que requieren coordinaci�n manual fina, lo que claramente han detectado los encargados de contratar empleados para la industria de ensamble de piezas finas, en las que la gran mayor�a de los que all� trabajan son mujeres, simplemente por el hecho demostrado de que son mejores que los hombres para ese trabajo.

Los hombres obtienen mejores resultados que las mujeres cuando se trata de resolver pruebas en las que el resultado implica imaginar un cambio en la posici�n espacial de un objeto; son mejores tambi�n interceptando proyectiles o dirigi�ndolos hacia un blanco determinado (�Qu� tan buenos son, por ejemplo, los equipos de beisbol femeninos?) Finalmente, los hombres parecen resolver mejor pruebas matem�ticas en las que se requiere un razonamiento l�gico. Por supuesto, estamos hablando aqu� de resultados estad�sticos para el an�lisis del comportamiento de grupos de individuos. Es evidente que habr� individuos que se alejen m�s o menos de la respuesta promedio y que se acerquen mucho o poco a la respuesta del grupo con el que se establece la comparaci�n. �Por supuesto, hay mujeres que pueden seguir magistralmente las indicaciones en los mapas!

Para los prop�sitos de este libro, estas pruebas sencillas que pueden medirse con bastante objetividad, son s�lo un indicio de lo que nos interesa, que es la manera como el sexo puede determinar caracter�sticas anat�micas y funcionales en el cerebro, que a su vez incidan sobre el comportamiento emotivo de los individuos.

Las observaciones acerca de las diferencias entre los individuos de distinto sexo para resolver ciertas cuestiones, junto con el concepto de lateralidad del cerebro, parecen sustentar este punto de vista y han llevado a los neurobi�logos a buscar inicialmente posibles diferencias anat�micas o de organizaci�n celular en el cerebro de hombres y mujeres, o en animales hembras o machos. En relaci�n con la anatom�a, existen diferencias muy obvias en caracter�sticas, como el volumen y el peso del cerebro entre hombres y mujeres, pero esto no tiene mucho significado en relaci�n con la inteligencia o con la emoci�n. El cerebro del elefante es docenas de veces m�s grande que el del rat�n y sus respuestas no son correspondientemente ni m�s inteligentes ni tampoco cualitativamente distintas en cuanto a emoci�n se refiere. Las se�aladas diferencias en el conjunto de las respuestas emocionales entre hombre y mujer podr�an encontrarse entonces, tal vez, en peque�as diferencias anat�micas que apenas estamos empezando a sospechar o, quiz� m�s l�gicamente, en la consecuencia de la m�s importante diferencia entre los sexos: la acci�n de las hormonas sexuales. Esto implicar�a, para ser congruentes con lo que se ha mencionado constantemente a trav�s de los cap�tulos anteriores, que las hormonas modifican la funci�n cerebral. Y as� es, en efecto, y tal vez m�s de lo que imaginamos. Los neuroendocrin�logos se han ocupado de esto y sus investigaciones son muy interesantes. Tal vez lo m�s novedoso es el hallazgo de que hay un cierto dimorfismo sexual, es decir, una diferencia en el cerebro de hombres y mujeres que se establece en etapas muy tempranas durante la gestaci�n bajo la influencia directa de las hormonas y que va a determinar una conducta de tipo masculino o femenino en el individuo mucho antes de la pubertad.

Esto es interesante porque durante mucho tiempo se consider� que esta conducta era esencialmente una consecuencia de la influencia sociocultural, que espera del ni�o o de la ni�a un determinado patr�n de comportamiento y que lo determina activamente mediante actitudes y expectativas muy claras y bien definidas. Los resultados de la investigaci�n en neuroendocrinolog�a muestran, sin embargo, que al menos en parte esta conducta est� predeterminada por mecanismos biol�gicos que se desarrollan y se modulan en el cerebro. Por supuesto, las caracter�sticas biol�gicas y las que provienen del entorno no son independientes sino que se influyen rec�procamente, y la plasticidad del cerebro va a permitir modificar, bajo las circunstancias externas, las directrices que el individuo recibe de su ente biol�gico.

Existe informaci�n, aunque escasa, acerca de c�mo las hormonas influyen en el desarrollo del cerebro para determinar las caracter�sticas femeninas o masculinas del individuo desde su nacimiento. En relaci�n con cambios anat�micos, lo que se sabe hasta ahora es que una peque�a zona, el �rea pre�ptica del hipot�lamo, es visiblemente mayor en los machos que en las hembras, y su extensi�n se incrementa bajo la influencia de las hormonas masculinas alrededor del nacimiento. En el embri�n, los �rganos sexuales masculinos y femeninos se forman bajo la direcci�n de los cromosomas sexuales —el cromosoma Y en el caso de los machos y el X en el caso de la hembras—, desarroll�ndose hacia las nueve semanas de vida intrauterina. Una vez diferenciados, los �rganos sexuales masculinos empiezan a producir hormonas, las cuales a su vez van a influir en la diferenciaci�n del propio sistema genital masculino y tambi�n en la diferenciaci�n sexual del cerebro. Los embriones que llevan el cromosoma X femenino, desarrollan genitales femeninos, pero no producen hormonas femeninas, ya que la madre las proporciona en grandes cantidades. Se piensa, as�, que la mayor influencia para la diferenciaci�n sexual que tiene lugar en el cerebro en etapas tempranas del desarrollo est� a cargo de las hormonas masculinas, las cuales dirigen la diferenciaci�n sexual hacia el desarrollo de propiedades de tipo masculino. Si no tiene lugar la influencia de estas hormonas masculinas, el organismo se desarrollar� en forma de un individuo de sexo femenino. Los experimentos hechos en animales de laboratorio muestran que la castraci�n en individuos reci�n nacidos o en gestaci�n, eliminando as� las influencias hormonales tempranas, lleva a modificaciones profundas en el comportamiento sexual t�pico de los adultos. Estos efectos tempranos de las hormonas, que en cierto modo determinan el comportamiento sexual de los individuos adultos, se ejercen solamente en periodos muy restringidos del desarrollo del cerebro. Una vez pasados estos periodos cr�ticos no tiene lugar la influencia de las hormonas y no es posible ya modificar las conductas sexuales.

Este tipo de observaciones, en particular las que derivan de la manipulaci�n experimental, s�lo pueden obtenerse, obviamente, en animales de experimentaci�n. En el humano, sin embargo, hay situaciones anormales que en cierto modo son equivalentes a las condiciones a las que se someten los animales en el laboratorio, y que dan resultados muy similares. Se conocen ejemplos en los que, por diversas circunstancias, las madres gestantes tuvieron concentraciones muy elevadas de andr�genos circulantes, alcanzando al embri�n en desarrollo. En estos casos, cuando los beb�s eran ni�as, se observaron, desde el nacimiento, alteraciones en los genitales, con ciertas caracter�sticas de masculinizaci�n que pudieron ser corregidas f�cilmente y muy r�pido mediante la administraci�n de hormonas femeninas. Sin embargo, la influencia en el cerebro de las hormonas masculinas que las ni�as recibieron durante la etapa de gestaci�n no pudo ser revertida y muchas de estas ni�as manifestaron una conducta de tipo masculino f�cilmente evidenciable tanto en el comportamiento diario, regular, como en pruebas de tipo psicol�gico.

Los efectos de las hormonas en el cerebro se deben a la presencia de mol�culas (prote�nas) capaces de interactuar con las hormonas de la misma manera que lo hacen los neurotransmisores. Igual que en el caso de la transmisi�n sin�ptica, estas prote�nas se llaman receptores, aunque una diferencia importante es que muchos de �stos no se encuentran en la superficie de la c�lula nerviosa sino adentro de ella, en ocasiones en la vecindad del n�cleo. Cuando la hormona masculina interact�a con este receptor pueden producirse modificaciones en el material gen�tico del individuo que se piensa son responsables de la diferencia en la organizaci�n del cerebro en los distintos sexos y que da como resultado las diferencias anat�micas observadas en el propio cerebro. Se piensa que la testosterona circulante podr�a ser la responsable del menor tama�o del hemisferio izquierdo observado en los varones, que a su vez favorece un mayor crecimiento del hemisferio derecho.

Un ejemplo interesante en relaci�n con la influencia de las hormonas masculinas durante la diferenciaci�n del cerebro es el que proporciona el llamado s�ndrome de Klinefelter, en el cual individuos del sexo masculino tienen dos cromosomas XX apareados con un cromosoma Y, en lugar de tener, como todos los otros varones, un solo cromosoma X y un cromosoma Y. Como resultado de esta alteraci�n, los individuos no desarrollan adecuadamente los caracteres sexuales secundarios, como la aparici�n de barba o el enronquecimiento de la voz y muestran genitales anormalmente peque�os. Sin embargo, las caracter�sticas del dimorfismo sexual en el cerebro si corresponden exactamente a las de un individuo del sexo masculino, se�alando que los andr�genos producidos durante el desarrollo por la influencia del cromosoma Y fueron suficientes para determinar las propiedades del cerebro como masculinas. La influencia del doble cromosoma femenino X ser�a responsable de las caracter�sticas de feminizaci�n, fuera del cerebro, desarrolladas por estos individuos durante la pubertad.

CEREBRO Y HOMOSEXUALIDAD

Las diferencias se�aladas en el cerebro de hombres y mujeres han llevado a considerar la posibilidad de que exista un estado intermedio, correspondiente al de individuos con caracter�sticas de homosexualidad. Recientemente se ha iniciado la b�squeda de bases org�nicas en el cerebro para explicar la orientaci�n sexual hacia individuos del mismo sexo que se presenta en un segmento de la poblaci�n humana.

Los hallazgos m�s notables en este sentido son las diferencias anat�micas en el cerebro de homosexuales masculinos, en comparaci�n con el de los heterosexuales, tambi�n masculinos, que se han encontrado en el laboratorio del doctor Simon LeVay, en los Institutos Nacionales de Salud, en Bethesda, Estados Unidos. El antecedente de los estudios del doctor LeVay en este campo, lo constituye un trabajo en ratas en el cual se observ� que un grupo de c�lulas situado en la parte anterior del hipot�lamo, conocida como �rea pre�ptica media, es varias veces m�s grande en el macho que en la hembra. Lo interesante, en relaci�n con la diferencia encontrada en este grupo de c�lulas, es que, como se menciona en otra parte de este cap�tulo, precisamente esta min�scula regi�n del cerebro es la que tiene a su cargo la generaci�n del comportamiento sexual masculino. Recordemos que la interacci�n de las hormonas masculinas con receptores en el cerebro determina en un momento dado del desarrollo, las caracter�sticas "masculinas" o "femeninas" en el cerebro de los individuos.

Previamente al estudio de LeVay, un grupo de neurobi�logos de la Universidad de California descubrieron que uno de los n�cleos neuronales del hipot�lamo anterior, el INAH3 (figura VII.5), es claramente m�s grande en los hombres —hasta tres veces mayor— que en las mujeres. De acuerdo con lo que se mencion� en el p�rrafo anterior sobre la influencia de las hormonas masculinas en el desarrollo del cerebro, esta diferencia en las c�lulas INAH3 se produce como consecuencia de la exposici�n a los andr�genos del cerebro de un embri�n del sexo masculino. Esta observaci�n se ha confirmado despu�s por muchos grupos de investigadores y resulta muy claro que, en efecto, este grupo de neuronas de la regi�n pre�ptica del hipot�lamo es m�s grande en los hombres que en las mujeres. La aparici�n del SIDA, y el reconocimiento de que la enfermedad causa alteraciones en el sistema nervioso, hizo que los neurobi�logos se concentraran en el estudio de las caracter�sticas del cerebro de los individuos muertos por la enfermedad. Como el s�ndrome se present� con mayor incidencia en los grupos homosexuales, durante el estudio de las caracter�sticas del cerebro de los individuos muertos a causa de esta enfermedad, se examin� tambi�n el hipot�lamo. Fue entonces que el grupo del doctor LeVay descubri� que el conjunto de neuronas en el �rea pre�ptica a la que nos hemos referido, el INAH3, ten�a menor tama�o en los individuos homosexuales masculinos, en comparaci�n con los hombres heterosexuales, aunque era en promedio todav�a mayor que el de las mujeres (figura VII.6).

Otra diferencia interesante, en relaci�n con este mismo tema, es la encontrada en el tama�o de la comisura anterior, un haz de fibras nerviosas que corre justo arriba del hipot�lamo, que es menor en los heterosexuales que en las mujeres, y mayor en los homosexuales varones. Al hacer la correcci�n por el tama�o del cerebro, esta estructura es similar en tama�o en las mujeres y en los homosexuales.

Figura VII.5. Un grupo de neuronas, el n�cleo INAH3, situado en el hipot�lamo anterior, es notoriamente mayor en los hombres que en las mujeres.

Figura VII.6. El n�cleo INAH3 tiene menor tama�o en los hombres homosexuales que en los heterosexuales, seg�n el estudio de LeVay.

Estas observaciones sugieren la posibilidad de que algunas caracter�sticas anat�micas del cerebro de los homosexuales varones sean intermedias, entre las de las mujeres y las de los heterosexuales hombres, y como consecuencia l�gica de esto surgir�a la pregunta de si estas caracter�sticas determinan o m�s bien son consecuencia de las diferencias en su orientaci�n sexual.

El estudio de LeVay despert� gran inter�s, como es de suponerse, pero fue tambi�n sujeto de cr�tica muy rigurosa por parte de los cient�ficos. Uno de los argumentos que resta solidez a la interpretaci�n de LeVay es, esencialmente, que la mayor parte de los individuos en los que se observ� el decremento en el n�cleo hipotal�mico hab�an muerto de SIDA, por lo que no puede excluirse la posibilidad de que el virus tenga influencia espec�fica sobre ese n�cleo. Esta cr�tica, sin embargo, no parece tener fundamento, a la luz de los hallazgos m�s recientes acerca de las caracter�sticas del da�o neuronal causado por el virus del SIDA de las c�lulas que ataca preferentemente, no son del tipo de las que se encuentran en el INAH3. Otra cr�tica, que podr�a tal vez tener mayor solidez, es que la mayor�a de los pacientes con SIDA, en las etapas terminales de la enfermedad, tienen niveles de testosterona circulantes mucho m�s bajos que los individuos sanos. Esta deficiencia hormonal podr�a, con el tiempo, llevar a la disminuci�n del n�mero de c�lulas en la regi�n espec�fica del hipot�lamo en la que s� se sabe que las neuronas tienen un gran n�mero de receptores de los andr�genos. La validez de estas cr�ticas podr� ser evaluada en el futuro, cuando se examinen muchos m�s casos de homosexuales muertos por causas diferentes al SIDA y, en forma correspondiente, de heterosexuales varones muertos por SIDA. Como siempre ocurre en investigaci�n, las interpretaciones se van consolidando cuando las observaciones se confirman en un gran n�mero de muestras.

�Cu�l podr�a ser la raz�n de estas diferencias? Por una parte se ha pensado en posibles diferencias cualitativas o cuantitativas en la interacci�n de los andr�genos con receptores en el cerebro durante etapas tempranas del desarrollo. Otra posible causa que ha sido considerada por los cient�ficos es una diferencia gen�tica, aunque los estudios en este sentido est�n a�n en etapas muy preliminares. De cualquier forma, es a�n prematuro obtener alg�n tipo de conclusi�n acerca de estas diferencias. Podr�a pensarse, por una parte, que las diferencias observadas existen desde etapas muy tempranas del desarrollo del cerebro y que est�n relacionadas con la orientaci�n sexual del individuo. Una segunda posibilidad, que no tiene sustento muy s�lido por lo que conocemos acerca de la magnitud de los cambios anat�micos que se desarrollan como consecuencia de la plasticidad funcional del cerebro, es que el comportamiento y las reacciones sexuales y emocionales de los individuos con distinta orientaci�n son las que originan estos cambios. Y una tercera posibilidad es que no existiera ninguna relaci�n entre las diferencias observadas y los patrones de conducta sexual. Ésta es un �rea de investigaci�n que apenas se inicia y que seguramente se desarrollar� vigorosamente en los pr�ximos a�os.

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