VI. LA ILUSIÓN EFÍMERA

EL CARÁCTER, LA PERCEPCIÓN DE LA VIDA, CAMBIAN CON LAS DROGAS PERO POR CORTO TIEMPO Y A ALTÍSIMO COSTO

UNO DE LOS PROPÓSITOS de este libro es revelar al lector que muchos de los rasgos de lo que llamamos carácter, personalidad, modo de ser o estado de ánimo, tienen su fundamento en el cerebro, que son el resultado de la función de circuitos neuronales y de moléculas químicas y que se manejan del mismo modo y con las mismas bases que todas las otras funciones del individuo. Sin embargo, es fácil imaginar que la organización y el funcionamiento de los mecanismos cerebrales que intervienen en los procesos relacionados con la emoción y la conducta son más complejos y elaborados que aquellos asociados con funciones relativamente sencillas y estereotipadas, como son ver, caminar o hablar, por ejemplo. Un aspecto importante a considerar dentro de esta complejidad es que los estímulos que regulan el funcionamiento de los mecanismos moleculares relacionados con la conducta, aunque provienen igualmente del exterior —como la luz o el sonido para las funciones visuales o auditivas— son, en este caso, mucho más sutiles, complejos y de una variedad casi infinita y continuamente cambiante. Así, un individuo puede aumentar o disminuir su sentimiento de autoestima de acuerdo con los resultados inmediatos de su trabajo en una jornada, con las palabras estimulantes de un colega o con las manifestaciones de afecto de las personas cercanas a él. Asimismo, lo que podríamos llamar el estado basal de cada individuo es distinto. Para algunos de carácter pesimista, por ejemplo, será necesario un mayor o más frecuente estímulo para llegar al mismo umbral de reacción que para un individuo naturalmente optimista.

Una de las demostraciones más claras y directas de lo que acabamos de mencionar es el uso y el efecto de las drogas psicotrópicas, así llamadas porque justamente inducen cambios en la "psique", es decir, en las funciones nerviosas consideradas como superiores. Uno de los rasgos de la sociedad actual es el empleo de fármacos de muy distinto tipo, precisamente para modificar más o menos a voluntad las características de la personalidad y la relación de los individuos con su entorno. En una sociedad en la que las presiones se han vuelto cada vez mayores, en la que se exige cada vez más del individuo, en la que la competencia demanda esfuerzos ilimitados, las personas viven en un estado de extrema tensión. El resultado es que cada vez más se recurre a las drogas como un mecanismo para enfrentar, supuestamente con mejores armas, el continuo reto social, o bien, por el contrario, para evadir una realidad que se ha vuelto inmanejable. Así, hay drogas tranquilizantes para combatir el estrés, las hay estimulantes para aumentar la capacidad de trabajo, para combatir la depresión hacia un mundo irreal de sueños y alucinaciones.

Tomemos un ejemplo de cómo una de estas drogas modifican el carácter de los individuos. Suministremos a un sujeto, en el desayuno, una pastilla que contiene anfetaminas. A los pocos minutos ya experimentará con claridad los efectos de esta droga. Se sentirá lleno de energía, que se manifiesta tanto en los aspectos estrictamente físicos como en la capacidad para emprender cualquier tarea. Sentirá que no hay situación, por complicada que sea, que no pueda resolver y conocerá el orgullo de los triunfadores. En el trabajo encontrará que, en efecto, su capacidad de concentración ha aumentado y que puede permanecer por más tiempo alerta y en plenitud de sus facultades. Lo que esto indica es que un compuesto químico puede transformar nuestra percepción de la vida, puede cambiar nuestro estado de ánimo y, aún más, puede cambiar la opinión que tenemos de nosotros mismos. Por supuesto, como dice la frase que encabeza este capítulo, ésta es una ilusión efímera. El efecto de la droga durará sólo un tiempo, cada vez más corto, y la cantidad de estimulante requerido para obtener este mismo efecto será cada vez mayor. Además, al desaparecer los efectos de la droga, el sujeto caerá en estados letárgicos y depresivos, de los que deseará salir acudiendo al recurso de la droga. El círculo vicioso se ha establecido.

LO QUE SABEMOS ACERCA DE LOS MECANISMOS DE ACCIÓN DE LAS DROGAS

Las llamadas drogas psicotrópicas o psicoactivas, es decir, aquellas que afectan la conducta, tienen efectos distintos y también diferentes mecanismos de acción. En general, las drogas psicoactivas pueden agruparse en: 1) estimulantes 2) con efectos combinados euforizantes, depresores y de cambios en la percepción sensorial, y 3) alucinógenas. Las drogas con efectos estimulantes son la cocaína y las anfetaminas. En el grupo 2 se incluyen la fenilciclidina, los opiáceos, morfina y heroína, y la mariguana; y en el grupo 3 de las drogas las alucinógenas se consideran la psilocibina, la mescalina y el LSD.

El avance de la investigación en neurobiología ha permitido conocer con cierta precisión los mecanismos a través de los cuales actúan algunas drogas. Se emplean desde sistemas in vitro, aislando las terminaciones sinápticas o las membranas que contienen los receptores postsinápticos, o bien empleando células nerviosas en cultivo. Este último es un procedimiento muy útil para el estudio de la acción de los fármacos. Las células se extraen del cerebro de animales muy jóvenes o aun en estado fetal, se dispersan y se siembran en platos de plástico. Si se les proporciona un ambiente adecuado, estas células pueden mantenerse vivas durante días o aun semanas. Con tratamientos apropiados puede eliminarse, por ejemplo, la población de células gliales y dejar solamente un tipo de neuronas, o a la inversa. Otro enfoque experimental muy utilizado para conocer los mecanismos de acción de las drogas es la capacidad que tienen los animales del laboratorio, por ejemplo la rata o el ratón, o el mono, para aprender un mecanismo sencillo que les permita autoadministrarse algún tipo de droga, incluyendo el alcohol, tanto por vía oral como intravenosa. Este tipo de estudios conductuales ha permitido avanzar, como veremos más adelante, en muchos aspectos importantes acerca del conocimiento de los mecanismos y los sitios de acción de las drogas, así como examinar el efecto de fármacos con potencialidad para contrarrestar los mecanismos responsables de la adicción.

TOLERANCIA, ADICCIÓN Y SÍNDROME DE ABSTINENCIA

Estas tres características forman parte del conjunto de efectos asociados con el consumo de drogas. La tolerancia es una característica bien conocida de las drogas psicoactivas. Consiste en la necesidad de incrementar sucesivamente la cantidad de droga administrada para obtener el mismo efecto. La tolerancia se desarrolla después del uso frecuente de las drogas, aunque su intensidad varía para las distintas drogas, así como para los distintos efectos de la misma droga. Generalmente no se presenta cuando las drogas son consumidas sólo ocasionalmente. La tolerancia en las drogas psicoactivas, en particular con los opiáceos (morfina y heroína), puede ser muy grande, llegando a requerirse concentraciones de 10 a 30 veces mayores para obtener los efectos experimentados en las etapas iniciales del consumo de la droga.

La adicción es la necesidad que experimenta el individuo, que puede ser física y emocional, de recibir una droga. En realidad, la separación entre dependencia física y emocional es artificial, ya que ambas tienen su origen en el cerebro, aunque muy probablemente sus mecanismos sean distintos.

El síndrome de abstinencia es el conjunto de manifestaciones orgánicas y conductuales que se presentan cuando un individuo que ha estado consumiendo en forma crónica una droga, interrumpe su uso bruscamente.

Actualmente se considera que estas características, tolerancia, adicción y síndrome de abstinencia, son una manifestación de la plasticidad de las neuronas, es decir de su capacidad de adaptarse a condiciones nuevas, en este caso, la presencia en el cerebro de una sustancia extraña. Estos fenómenos serían, en consecuencia, el resultado de una adaptación de las neuronas a un estímulo aplicado en forma sostenida, en este caso la droga. Es decir, las neuronas se han acostumbrado a recibir la droga, y al ya no obtenerla, su función se ve alterada, provocando, por una parte, una necesidad imperiosa de recibirla de nuevo, y por la otra, en caso de no conseguirla, una serie de trastornos tanto físicos como emocionales. La dificultad para interpretar esta característica de las drogas es que no se han encontrado cambios claros en sus mecanismos de acción que permitan explicar el fenómeno adictivo. La llamada adicción psicológica sería más fácil de explicar considerando que se trata de una afición hacia un estímulo, en este caso placentero, de tal manera intenso que se convierte en necesidad y al cual el individuo no quiere renunciar o bien, que la ausencia de la droga produce en el individuo un estado tan negativo que está dispuesto a hacer casi cualquier cosa con tal de no experimentarlo. El mecanismo celular y molecular responsable de estas características de las drogas no se conoce por completo, pero parece ser que intervienen mecanismos de adaptación de las neuronas, posiblemente un cambio en el número de receptores a las drogas o en la afinidad de la droga por el receptor, o ambos. Sin embargo, esta explicación no parece ser suficiente para ilustrar la fuerte adicción a las drogas, por lo que la búsqueda de las bases celulares y moleculares de la adicción debe ser una prioridad de la investigación en este campo. En este sentido se ha manejado la teoría de que la influencia del medio externo desempeña un papel esencial en la adicción; por ejemplo, que un individuo se refugia en las drogas como un escape a un entorno difícil, agresivo o conflictivo y que la incapacidad para soportar estas situaciones lo hace recurrir sistemáticamente al alivio temporal que proporcionan las drogas. Es indudable que situaciones de esta naturaleza pueden ser la causa primaria para buscar un escape en el consumo de las drogas. Pero ciertamente esto no es suficiente para generar adicción. Una prueba de ello es que el fenómeno de adicción se presenta en animales del laboratorio, como la rata o el ratón, los cuales, hasta donde sabemos, no tienen conflictos familiares, problemas de inseguridad personal o situaciones de extrema tensión.

Tomemos a uno de estos roedores, que ha sido habituado por cientos de generaciones a vivir en lo que se llama un bioterio, es decir una casa de animales. En los laboratorios de investigación estos bioterios no son ciertamente lugares desagradables. En muchos de ellos la temperatura se mantiene constante, el ciclo de luz-oscuridad está también controlado —nada de sólo tres horas de luz como tienen que sufrir en ciertas épocas del año los seres humanos que habitan las zonas cercanas a los polos del planeta—, la humedad está también controlada y el aire circulante está libre de contaminantes, a diferencia otra vez de los seres humanos conglomerados en las grandes ciudades. Las ratas y ratones de estos bioterios reciben alimentación de la mejor calidad, a horarios regulares, agua ad libitum y se tiene cuidado de atender sus exigencias en materia de acoplamiento sexual. Como no han sabido nunca lo que es la libertad —con todas sus consecuencias— (recuerdo el cuento leído en mi infancia sobre la rata de campo y la rata de la ciudad), podemos presumir que no sufren por esta carencia y que su vida es definitivamente placentera. Pues bien, tomemos a uno de estos animalitos y enseñémosle que al oprimir una palanca, cosa que aprenden con facilidad, recibirá un poquito de alguna de las drogas de las que nos ocuparemos más adelante. La infusión de la droga puede hacerse directamente en alguna región del cerebro que quiera estudiarse o a través de la circulación sanguínea, para lo cual previamente deberá implantarse en el roedor una pequeña cánula. Se dirá que estas manipulaciones pueden causar en el animal un estado de ansiedad, sin embargo, estos procedimientos se llevan a cabo, por supuesto, bajo anestesia. Por otra parte existen siempre los animales control, es decir; aquellos a los que se les hicieron exactamente las mismas manipulaciones, pero que en lugar de recibir la droga al oprimir la palanca, recibirán sólo un poco de suero. Estos últimos muy pronto se mostrarán totalmente desinteresados y no volverán a oprimir la palanca ni por equivocación. Los otros, sin embargo, lo harán con muchísima frecuencia. La infusión de la droga ha causado entonces un proceso de adicción, física y emocional (es decir; de una sensación placentera al recibir la droga o extremadamente desagradable al no recibirla), de tal intensidad, que el animal ya no está dispuesto a prescindir de la droga. Se ha registrado que una rata puede presionar la palanca frenéticamente hasta 150 veces en forma continua para obtener una sola infusión de cocaína.

Este tipo de experimentos ha proporcionado también información muy importante acerca de los mecanismos y los sitios en el cerebro donde actúan las drogas psicoactivas. Se ha visto que el interés de los animales de experimentación por recibir la droga es claramente diferente en intensidad si la infusión se hace en distintas partes del cerebro; y para un buen número de drogas de las que consumen los seres humanos se ha podido observar que al hacer llegar la droga a algunas áreas del cerebro, el interés de los animales es mucho mayor que si la droga llega a otras áreas. Es decir, existen determinadas neuronas localizadas en ciertas zonas del cerebro que producen la sensación, cualquiera que ésta sea, que hace que los animales insistan continuamente en recibir la droga, es decir que se vuelvan adictos a ella.

La figura VI.1 ilustra los circuitos cerebrales mayormente vinculados con los fenómenos de adicción a los opiáceos (A) y a la cocaína y a las anfetaminas (B). Para casi todas las drogas se reconoce la intervención del sistema límbico (capítulo I, figura I.4).

Figura VI.1. Circuitos neuronales sensibles a los opiáceos (A) y a las anfetaminas y cocaína (B). El mapa de estos circuitos se estableció de acuerdo con la localización de los mecanismos de infusión a ratas entrenadas para autoadministrarse la droga pisando una palanca. El esquema es de un corte sagital del cerebro y las líneas gruesas y punteadas muestran el recorrido de las vías nerviosas sensibles a las drogas.

Con este tipo de experimentos se ha podido demostrar que existe una muy buena correlación entre la adicción observada en los seres humanos por cierto tipo de drogas y el interés de los animales de experimentación por autoadministrarse estas mismas drogas. Así, por ejemplo, hay una clara adicción de la rata por drogas del tipo de las anfetaminas, la cocaína y la morfina, mientras que no hay tal efecto, o éste es mucho menor, en el caso de la mariguana. Estas investigaciones abren un panorama muy amplio para, mediante el progreso de la farmacología, poder contar algún día con sustancias que contrarresten esta adicción y así poder controlar situaciones que se hubieren vuelto inmanejables. Es importante, pues, en este sentido, que junto con los programas de ayuda de tipo social y de prevención de situaciones difíciles, se impulse casi con la misma importancia el desarrollo de la investigación en los laboratorios de neurobiología.

Pasemos ahora a describir en forma más detallada cuáles son los efectos de las drogas, a nivel de sus mecanismos de acción en las neuronas.

DROGAS CON EFECTOS ESTIMULANTES

Cocaína

La cocaína se extrae del árbol de la coca, que crece principalmente en Bolivia y Perú (figura VI.2). Ya desde los tiempos prehispánicos, los nativos del Perú utilizaban la hoja de coca como un recurso para luchar contra el hambre y la fatiga. Hacia mediados del siglo XIX la coca se introdujo en Europa y posteriormente a Estados Unidos. En 1863, un químico corso, Angelo Mariani, patentó una combinación de vino y extracto de coca (el vino Mariani) que pronto se convirtió en una de las bebidas más populares. El vino Mariani se recomendaba "... como un vigorizante de las funciones cerebrales, promotor de la salud y la longevidad..." , y algunas otras excelentes cualidades (figura VI.3). A partir del extracto crudo de la hoja se obtiene el producto purificado, clorhidrato de cocaína, cuya fórmula química se muestra en la figura IV.2. La cocaína, en forma de clorhidrato, se administra por inhalación, inyección o ingestión. La cocaína en forma de base libre, es decir, sin el clorhidrato, y mezclada con alcohol (crack) es volátil, y puede así administrarse por inhalación. Independientemente del procedimiento de administración utilizado, cuando la cocaína llega al cerebro produce en el sujeto un notable cambio en su estado de ánimo, caracterizado por un estado eufórico. El individuo experimenta una sensación de intensa satisfacción, se siente lleno de energía, con enorme confianza en sí mismo, amigable, comunicativo. Siente menor necesidad de sueño o alimento y puede permanecer extremadamente activo durante periodos mucho mayores de los que acostumbra en ausencia de la droga. Al terminar su efecto, la droga produce una situación opuesta, caracterizada por depresión, irritabilidad y cansancio. Para continuar en estado eufórico, el individuo requiere de sucesivas aplicaciones de la droga, en dosis cada vez mayores (tolerancia). El consumo exagerado tiene efectos claramente tóxicos que llevan a estados letárgicos y depresivos. El uso crónico de la droga o la repetición de un estado agudo de intoxicación puede generar un cuadro psicótico caracterizado por sentimientos hostiles y paranoia, el cual, hasta el momento, parece ser de larga duración aunque no puede afirmarse todavía si es irreversible.

Figura VI.2. Arbusto y estructura química de la cocaína.

Figura VI. 3. Cartel de propaganda del vino Mariani que contenía un extracto de coca, donde se exaltan sus propiedades, junto con un comentario elogioso de la acriz Sara Bernhardt.

A nivel neuronal los efectos de la cocaína recientemente han sido objeto de numerosas investigaciones. De ellas se ha concluido que la cocaína actúa en las sinapsis que utilizan aminas biogénicas (dopamina, norepinefrina y serotonina [5-HT]), en particular, con un efecto inhibidor muy potente sobre la recaptura de la dopamina y, en menor medida, de la norepinefrina y la serotonina (figuras VI.4 y VI.5). Recordemos que los neurotransmisores, luego que han actuado para comunicar las neuronas, deben ser eliminados de su sitio de acción. Si esto no ocurre, el neurotransmisor sigue actuando, lo que da como resultado una función sostenida de las sinapsis en las que actúa y, por ende, una hiperfunción de estas sinapsis. A causa de estas observaciones, actualmente los investigadores estudian con detalle la estructura y las características de estos transportadores, con la idea de sintetizar compuestos que puedan competir con la cocaína, impidiendo su unión con el transportador, pero que después permitan que el transportador cumpla con su función natural de eliminar el neurotransmisor de la sinapsis.

Figura VI.4. Las anfetaminas y la cocaína modifican la comunicación entre las neuronas que usan la dopamina (DA) y la norepinefrina (NE) como neurotransmisores. La figura ilustra el sitio de acción de las drogas a nivel de la sinapsis.

Figura VI.5. Las anfetaminas y la cocaína también actúan a nivel de la comunicación entre las neuronas que utilizan la serotonina (5-hidroxitriptamina) como neurotransmisor. Estas neuronas son, asimismo, el sitio donde actúan las drogas alucinógenas LSD y psilocibina.

Mediante los experimentos de administración de cocaína en animales, como los que acabamos de describir, así como el estudio de las estructuras cerebrales a las que se une la cocaína (marcada con un isótopo radiactivo para poderla detectar), se ha concluido que las sinapsis cuya función se altera por los efectos de la cocaína parecen estar localizadas en el sistema límbico (véase el capítulo I). Estas estructuras están relacionadas con los centros de regulación del sueño, del apetito y con aquellas funciones menos definidas y relacionadas con patrones emotivos como la autoestima, la capacidad de comunicación con los demás, o con funciones intelectuales, como la capacidad de concentración, de atención y de alerta. Además de estos circuitos, existe también un efecto en vías asociadas con el movimiento (figura VI.1).

Anfetaminas

Estas sustancias, a diferencia de muchas drogas psicoactivas, no se encuentran en la naturaleza sino que fueron creadas en el laboratorio. Las anfetaminas se sintetizaron originalmente como resultado de investigaciones encaminadas a buscar un reemplazante sintético de la efedrina (figura VI.6), sustancia que tiene un amplio uso como broncodilatador. Las anfetaminas tuvieron un empleo generalizado en la década de los cincuenta como parte de los regímenes para adelgazar, por su potente efecto anoréxico, es decir, como supresor del apetito. En general, los efectos de las anfetaminas son muy similares a los de la cocaína. Actúan a nivel de los centros reguladores del sueño y del apetito, y sus efectos sobre la conducta también son muy similares a los que produce la cocaína. Igualmente, las anfetaminas causan adicción y su uso continuo genera una psicosis muy similar a la esquizofrenia paranoide.

Figura VI.6. Estructura química de la anfetamina y la efedrina. La primera se sintetizó en el laboratorio durante pruebas en las que se trataba de encontrar un reemplazante sintético de la efedrina, un broncodilatador contenido en las plantas del género Ephedra conocidas como "mahuang".

A nivel sináptico, las anfetaminas tienen, como la cocaína, efectos en las sinapsis que emplean las catecolaminas como neurotransmisores (dopamina, DA, norepinefrina, NE y serotonina, 5-HT). La acción de las anfetaminas ocurre a varios niveles (figuras VI.4 y VI.5): 1) inhiben la monoaminooxidasa (MAO) que es la enzima que degrada estas aminas. Al estar inhibida la enzima, las aminas no se destruyen y la neurona se llena del neurotransmisor que comienza a fugarse hacia la sinapsis, 2) aumentan la liberación de los neurotransmisores que están almacenados en las vesículas, 3) inhiben la recaptura de las aminas, al igual que la cocaína y 4) activan el receptor.

Todos estos efectos hacen que la sinapsis esté más llena y por más tiempo con las aminas y, además, como el receptor está activado, el resultado final es un hiperfuncionamiento de la sinapsis (figuras VI.4 y VI.5). En la figura VI.4 se ilustran los efectos de las anfetaminas en la norepinefrina (NE) y en la figura VI.5 en la serotonina (5-HT).

Las acciones de las anfetaminas se localizan en los mismos circuitos neuronales que se afectan por la cocaína (figura VI.lB).

Fenilciclidina

Ésta es también una droga sintética utilizada inicialmente por sus propiedades relajantes como tranquilizante para monos. Su efecto como relajante muscular está mediado a través de los receptores de la acetilcolina en las sinapsis que conectan los nervios con los músculos. Su empleo como droga psicoactiva, bajo el nombre de polvo de ángel o simplemente polvo, se debe a sus acciones en el sistema nervioso central que le confieren propiedades estimulantes y alucinogénicas. Modifica la calidad de la percepción sensorial y de la relación sexual. Estos efectos ocurren por la interacción de la fenilciclidina con los receptores de la norepinefrina. Los efectos adversos de esta droga incluyen desde problemas de psicosis, similares a los producidos por las anfetaminas, hasta la muerte por paro respiratorio. Además, la fenilciclidina atraviesa la barrera placentaria y puede causar daño cromosómico en los embriones.

Los opiáceos

Los opiáceos son las drogas psicoactivas cuyo consumo es el más antiguo. La resina obtenida de la adormidera contiene opio, morfina y codeína. El principio activo de los opiáceos es la morfina. La heroína (diacetilmorfina) se sintetiza clandestinamente a partir de la morfina. Su efecto es más potente y llega más rápido al cerebro (figura VI.7). Además de su acción como psicoactivo, la morfina es probablemente el mejor analgésico conocido. De hecho, su uso en este sentido en la clínica, durante la Primera Guerra Mundial, llevó a conocer sus propiedades como droga psicoactiva y adictiva, al observarse la dependencia que generaba en los soldados a quienes se les había administrado como analgésico. La morfina produce una sensación placentera de bienestar y euforia. Además, según los experimentos en animales, mencionados en la sección precedente, las zonas del cerebro sensibles a estos efectos de los opiáceos (figura VI.1A) son comunes, en parte, a las anfetaminas y a la cocaína (líneas negras, figura VI.1.B), pero no son por completo iguales (líneas punteadas).

Figura VI.7. Estructura química de la morfina. La sustitución de los hidrógenos de los grupos OH por el grupo CH3-C = O convierte a la morfina en heroína, un compuesto con mayor potencia como estimulante.

Los estudios acerca de las acciones de la morfina condujeron al descubrimiento de un grupo muy importante de neurotransmisores, los neuropéptidos, algunos de los cuales, los llamados opioides, para distinguirlos de las drogas a las que se llama opiáceos, tienen la función natural de controlar el dolor y pueden también participar en la generación de sensaciones naturales de euforia. Algunos de estos opioides se llaman endorfinas, es decir, morfinas endógenas o internas. La morfina no es un compuesto que se forme en el organismo del hombre y, sin embargo, al actuar como analgésico o como generador de euforia lo hace a través de un receptor que si existe en el organismo humano. El conocimiento de los receptores de la morfina ha avanzado notablemente y se han descrito hasta ahora varios tipos de receptores identificados con las letras griegas m, d, k y s. Para actuar como analgésico, la morfina interactúa particularmente con los receptores m y k que son aquellos con los que normalmente interactúan las endorfinas para controlar el dolor. Esta interacción ha sugerido una hipótesis para explicar las características del síndrome de abstinencia a la morfina, que es quizá uno de los más dramáticos y que involucra un componente importante de dolor. En general, como ya se mencionó en párrafos anteriores, las manifestaciones que se producen en condiciones de abstinencia son el resultado de la adaptación del individuo, y en particular de las células nerviosas, a la presencia en su organismo de compuestos que, aunque le son ajenos, tienen un parecido con sustancias que él mismo elabora y que generalmente participan en la generación de patrones conductuales. Esto es particularmente cierto en el caso de la morfina, debido a la participación de las endorfinas que describimos antes en los mecanismos normales del control del dolor. Se considera que si el sujeto recibe morfina externamente, en forma crónica, su organismo deja de producir las "morfinas naturales", es decir, las endorfinas, ya que éstas le están llegando de fuera y puesto que estas endorfinas son las que normalmente están controlando el dolor a través de la interacción con los receptores de las endorfinas, cuando este aprovisionamiento cesa súbitamente, los circuitos a cargo del control del dolor no funcionan adecuadamente por falta del transmisor, que en esas condiciones ni se forma en el organismo ni llega de afuera. Es necesario que pase cierto tiempo para que el organismo restaure su capacidad de síntesis de estos neurotransmisores y desaparezca al menos el componente del dolor del síndrome de abstinencia. Algunos de los síntomas de abstinencia, como incontinencia fecal y urinaria, y salivación, sugieren que los opiáceos interactúan también con receptores de los neurotransmisores en músculos y glándulas situadas fuera del cerebro.

Los opiáceos tienen, además de efectos analgésicos, claros efectos psicoactivos caracterizados por sensaciones de bienestar y ensoñación, lo que no interfiere con un desempeño casi normal del individuo. Después de un tiempo de uso de estas drogas, los síntomas de adicción, tolerancia y síndrome de abstinencia son evidentes y éstos sí llevan a cambios conductuales muy importantes. Ya que, como sabemos, las catecolaminas parecen ser responsables de las modificaciones de la conducta causadas por la mayor parte de las drogas, se ha pensado que los efectos de los opiáceos pudieran estar también vinculados con cambios en la actividad de las sinapsis en las que intervienen estas aminas. Existen experimentos que favorecen esta posibilidad, pues algunas sinapsis que utilizan la dopamina están influidas por cambios en la función de los receptores a los opiáceos, en particular en los circuitos descritos en la figura VI.1.A, que sabemos que están asociados con el efecto de otras drogas y con cambios en los patrones de conducta.

Los receptores tipo G parecen ser los que intervienen en los efectos psicoactivos de los opiáceos. Los efectos tóxicos de sobredosis de heroína o morfina pueden ser contrarrestados mediante antagonistas de estos receptores, como la naloxona y la naltrexona. Estas sustancias pueden rápidamente revertir los efectos de la sobredosis, pero son en sí mismas, también adictivas.

Los opioides endógenos, es decir; las endorfinas, se liberan como una respuesta compensatoria al ejercicio violento, y se ha supuesto que a esto se debe la sensación de euforia que experimentan los corredores, por ejemplo, después de un periodo prolongado de este ejercicio.

Mariguana

La mariguana es el nombre común de algunas especies del género Cannabis (C. sativa, C. indica) (figura VI.8). Las diversas variedades de mariguana se conocen desde la antigñedad, no sólo por su uso comercial en textiles, sino también por sus efectos psicoactivos. Heródoto consigna su uso y Plinio el Viejo se identifica personalmente como un usuario de la planta con fines psicotrópicos. En el siglo XIV ya se testifican edictos de los emires árabes en contra del abuso de la mariguana, y en Europa está documentado su empleo desde el siglo XIX. Los agentes psicoactivos se encuentran distribuidos muy ampliamente en la planta, pero especialmente se hallan concentrados en la flor. El principal producto psicoactivo es el delta-9-tetrahidro-canabinol (figura VI.9), aunque se sabe que la planta sintetiza un número muy alto de compuestos, cerca de 60, de estructura parecida a éste. Además, durante el calentamiento generado al fumarse, se originan muchos otros compuestos (más de 400) que pueden contribuir a los efectos del principio psicoactivo principal. El producto resinoso de la mariguana, el hachís, contiene mayor concentración de los compuestos psicoactivos. Esta multiplicidad de sustancias activas hace muy difícil el estudio detallado de las acciones de la mariguana a nivel celular.

Figura VI.8. Cannabis indica, especie de la que se extrae la mariguana.

Los efectos de la mariguana varían mucho en los distintos individuos. Dependen también de la vía de administración, la experiencia y las expectativas del sujeto y la vulnerabilidad de cada uno. Además, también influye la cantidad de droga que llega a la sangre según la técnica empleada al fumarla, el contenido de canabinoides de la muestra y el efecto de las reacciones que ocurren durante la ignición. Sin embargo, en general, el efecto más generalizado de la mariguana es una sensación placentera, de bienestar, y un incremento en la calidad de la percepción a la música y la percepción visual. Se ha descrito también, en forma subjetiva, mayor satisfacción en la relación sexual. En algunos casos, la mariguana puede producir cuadros de ansiedad y temor exagerados. En ocasiones se presentan distorsiones de la percepción visual y auditiva y una pérdida de la sensación del tiempo.

Se ha considerado que el uso frecuente de la mariguana puede producir una falta de motivación, pero un análisis riguroso no ha sustentado esta suposición. Tampoco parece existir una base sólida para suponer que la mariguana puede desencadenar una conducta agresiva. En cuanto al desempeño intelectual, las pruebas no son muy claras tampoco, en el sentido de que la mariguana pueda causar, sea un decremento o un incremento de la capacidades intelectuales de los consumidores. Hasta ahora, los efectos perjudiciales causados por el consumo moderado de la mariguana (una vez al día o menos) parecen no ser muy importantes.

A diferencia de otras drogas, la mariguana no produce un síndrome de abstinencia orgánica, es decir, al interrumpir su consumo no hay alteraciones fisiológicas notables, aunque es posible que exista cierto grado de dependencia psicológica, más fuerte que el simple deseo de experimentar una sensación placentera; el uso continuo de algunas preparaciones como el hachís o el aceite de mariguana parecen generar cuadros de dependencia, aun orgánica, más claros que la que se consigue con preparaciones a base de hojas u otras partes de la planta.

A nivel molecular, las acciones de la mariguana también parecen ser muy distintas de las otras drogas a las que nos hemos referido, pues no actúan a través de las sinapsis en las que participan las aminas biogénicas. Recientemente se ha aislado una proteína a la que se une la mariguana que podría funcionar como su receptor, y en los últimos meses se ha descrito un metabolito en el cerebro derivado del ácido araquidónico, la araquidoniletanolamida, conocida también como anandamida (figura VI.9), que podría corresponder a la sustancia natural, es decir; generada en el cerebro a la cual está destinado este receptor.

Figura VI.9. Estructura química del tetrahidrocanabinol, el más potente principio activo contenido en la mariguana y de la anandamida, la molécula que posiblemente funcione como mariguana natural en el cerebro.

Al comparar las características de la mariguana con otras drogas, como los opiáceos o los estimulantes, resulta claro que la mariguana tiene diferencias esenciales, tanto en sus efectos psicoactivos como en sus características relacionadas con la abstinencia y la adicción, y aun en las consecuencias de su consumo a largo plazo. Es evidente que se trata de un compuesto mucho menos peligroso que los opiáceos o los estimulantes.

Drogas alucinógenas

A mediados de los años cincuenta se hizo público un rito practicado por una mujer cuyo nombre está ahora universalmente asociado con el de las drogas psicotrópicas: María Sabina, curandera de la sierra de Oaxaca. Todavía en nuestros días, muchos años después, a esa región llegan grupos de jóvenes que han reemplazado el afán de aventura de los caballeros andantes o los cruzados por una aventura más personal, explorando sus propias sensaciones y que no está, sin embargo, exenta de peligros. Van en busca de los sucesores de María Sabina y de los famosos hongos alucinógenos. Los efectos psicoactivos de los hongos se documentan desde las crónicas de los conquistadores en las que se describen como elementos rituales entre los indígenas con el nombre de teonanacatl (carne de los dioses). Estos hongos pertenecen al género Psilocina, del que hay cerca de 15 variedades. La especie Psilocybe mexicana, ilustrada en la figura VI.10, es un hongo pequeño, de 5 a 8 cm de largo, con una cabeza oscura de cerca de 2 cm de diámetro. El principio activo contenido en estos hongos es la psilocibina (figura VI. 11). Los efectos de esta droga se caracterizan por alucinaciones visuales y percepción distorsionada del tiempo y el espacio. Se reportan también en algunos casos, particularmente entre las comunidades indígenas, la exacerbación de sentimientos de generosidad y el surgimiento de actitudes extrovertidas. Entre los efectos somáticos más evidentes se cuentan la dilatación de la pupila y, en ocasiones, sensación de náusea, dolor de cabeza y agitación.

Figura VI.10. El hongo de la especie Psilocybe mexicana contiene la psilocibina, potente droga alucinógena y psicoactiva. (Cortesía del doctor Teófilo Herrera).

Figura VI.11. Estructura química de las drogas alucinógenas más utilizadas. Nótese la semejanza de sus fórmulas con la de los neurotransmisores naturales norepinefrina y serotonina.

En la sierra de Chihuahua, los indígenas tarahumaras celebran también un rito durante el cual ingieren un cactus del género Lophophora (figura VI.12), que contiene un principio activo con efectos psicotrópicos y alucinógenos, la mescalina. Los efectos de la psilocibina y la mescalina son muy similares; producen taquicardia (aumento de la frecuencia del latido cardiaco), dilatación de la pupila, hipertensión, piloerección (conocido comúnmente como carne de gallina), hiperglicemia, aumento de la temperatura, y a menudo también náuseas, temblores y mareos. A nivel psicoactivo, estas drogas producen estados que pueden ir del pánico a la euforia (hay variaciones en la respuesta individual), hipersensibilidad de la percepción visual y auditiva. Los colores se perciben con más brillantes, las texturas más ricas, los materiales más comunes adquieren una particular fascinación. Los efectos a veces no se limitan a acentuar la percepción real de las cosas sino que crean nuevos objetos y puede haber ilusiones de óptica y aun verdaderas alucinaciones. La percepción de los sentidos se mezcla y se tiene la sensación de oír los colores y ver los sonidos.

Figura VI.12. El pequeño cactus de la especie Lophophora williamsi, conocido comúnmente como peyote, contiene la mescalina, un potente psicoactivo y alucinógeno.

Un derivado sintético de la mescalina, la dimetoxi-4-meti-lanfetamina, produce efectos similares a los de la mescalina, aunque relacionados más bien con sensaciones relajantes y con una duración mucho mayor que los efectos psicoactivos de la mescalina. Esta droga se conoce popularmente como STP, de acuerdo con las sensaciones de Serenidad, Tranquilidad y Paz descritas por los consumidores. Este tipo de drogas son buscadas por individuos con temperamento místico que desean abstraerse de una realidad que, a menudo, no se concilia con su concepto de la vida.

Algunas drogas alucinógenas no se encuentran en la naturaleza, sino que fueron el resultado de la investigación en farmacología para descubrir compuestos con efectos utilizables en medicina o en psiquiatría. Tal fue el caso del LSD, una droga alucinogénica extremadamente potente. El LSD deriva su nombre de su estructura química, dietilamida del ácido lisérgico, obtenida en 1940 durante el proceso de aislamiento de una serie de compuestos con miras a buscar fármacos útiles para el control de la tensión arterial. El químico encargado del proyecto inhaló una pequeñísima cantidad de esta droga en el curso de los trabajos de síntesis, y experimentó una serie de sensaciones perturbadoras como las que acabamos de describir. Su curiosidad lo llevó a probar cuál de las sustancias que había sintetizado era la responsable de estos efectos y, habiéndola identificado, ingirió cierta cantidad para asegurarse que efectivamente se trataba de la droga que le había causado tan curiosos efectos la noche anterior. El experimento casi le cuesta la vida, ya que el LSD es una droga potentísima, y la cantidad que nuestro amigo químico se autoadministró estaba muy por encima de lo necesario para experimentar los efectos psicoactivos de la misma.

La estructura química de la psilocibina y el LSD es similar (figura VI.11) y también se asemeja a la de un neurotransmisor natural, la serotonina, cuya estructura también se observa en dicha figura. Debido a esta semejanza estructural con la serotonina, estas drogas alucinógenas pueden interactuar con los receptores postsinápticos de este neurotransmisor (figura VI.5), en particular aquellos que se localizan en algunas zonas muy específicas (núcleos) del cerebro. Si recordamos que la interacción del transmisor con el receptor es lo que permite la comunicación con las neuronas, podemos inferir que el efecto de las drogas es el resultado de una modificación en estas sinapsis, e indirectamente, podemos suponer que muchas de las percepciones y emociones en la vida normal, semejantes a las que se evocan con estas drogas, tienen relación con el funcionamiento de las células nerviosas que utilizan la serotonina. La estructura química de la mescalina y la droga conocida como STP es semejante a la de la norepinefrina (figura VI.11). Sus efectos entonces pueden estar relacionados con una inhibición de la recaptura a nivel sináptico de este neurotransmisor, y posiblemente también de la serotonina (figura VI.5).

Inhalantes

Algunos solventes volátiles como el tiner y el tolueno, utilizados con diversos propósitos en la industria, tienen también ciertos efectos psicoactivos. Este tipo de compuestos son empleados con muy alta frecuencia entre los grupos marginados de las zonas urbanas densamente pobladas, y por desgracia, su consumo es más frecuente entre adolescentes y aun entre niños. Aunque las alteraciones fisiológicas producidas por los inhalantes están bien identificadas, los mecanismos responsables de sus efectos psicoactivos no están bien estudiados. Es posible que, al igual que se ha propuesto para el alcohol, su efecto se ejerza a nivel muy general, modificando la fluidez de las membranas y como consecuencia de esta acción se altere la afinidad de los receptores a las aminas biogénicas, las que, como hemos visto, constituyen el sitio de acción de la mayor parte de las drogas psicotrópicas.

Para concluir este tema, puede ser útil recapitular algunos aspectos de la acción de las drogas. Es importante hacer notar la diferencia que existe entre 1) sus efectos psicoactivos, 2) la adicción, y 3) el síndrome de abstinencia.

Los efectos psicoactivos ocurren porque, como ya examinamos con detalle con cada una de ellas, en general, modifican los mecanismos de comunicación interneuronal en los circuitos que determinan las emociones. Las razones de la adicción son menos claras. De entre las drogas que tienen efectos psicoactivos, algunas causan adicción, como los opioides, la cocaína y las anfetaminas; y otras no la causan, como la mariguana. En casos como en el del alcohol, la adicción se presenta en algunos individuos y en otros no.

En relación con el síndrome de abstinencia, en algunos casos es muy manifiesto, como ocurre con los opioides, mientras que en otros es menos severo, y está muy íntimamente relacionado a una necesidad más emocional que visceral, como con la cocaína y las anfetaminas; en otras ocasiones; prácticamente no existe, como con la mariguana. Es posible que el proceso biológico que causa la adicción esté asociado con la mayor o menor severidad del síndrome de abstinencia.

Las acciones de las drogas que hemos examinado en este capítulo son un ejemplo claro de cómo la manipulación farmacológica puede modificar nuestra percepción del exterior; nuestra relación con los demás y nuestra propia vida interior. Estas drogas representan una demostración enfática de que estas características de la personalidad radican en circuitos neuronales y se rigen por los principios generales de funcionamiento del sistema nervioso, que son válidos para las funciones más simples como caminar, oír, ver, etc. Sin embargo, en este caso hay que estar conscientes de que los estímulos del ambiente, que modulan el funcionamiento de estos circuitos y estas sinapsis, son precisamente los derivados del entorno social de una persona, de su relación, en tanto que individuo, con el mundo exterior, y aun de las manifestaciones más íntimas de su propia entidad. La creatividad, la emotividad, la propiedad de reaccionar en forma más pasional o más racional, con todas las gradaciones intermedias, son otros tantos estímulos que dentro de un estrechísimo círculo estímulo-respuesta modulan precisamente los circuitos neuronales y las sinapsis que los conforman.

Con riesgo de caer en un tema muy provocativo, parece interesante reflexionar sobre los posibles efectos benéficos de una manipulación farmacológica utilizando las drogas. Es claro que los efectos de estas drogas son placenteros y positivos. Sería interesante poder regular a voluntad el apetito, sobre todo en casos en los que el sobrepeso representa un estado francamente patológico; sería benéfico derivar la personalidad de un individuo introvertido y antisocial hacia un estado más agradable de comunicación con sus semejantes; sería interesante aumentar la capacidad de trabajo y de concentración de los individuos en ciertas etapas de su vida. En fin, sería interesante poder mantener una sensación prolongada de bienestar. Desafortunadamente, en el nivel actual del conocimiento es evidente que este control escapa a nuestras posibilidades. No puede descartarse, sin embargo, que la investigación en el laboratorio pueda, en un futuro, contribuir a un manejo racional y positivo de este problema.

DROGAS PSICOACTIVAS SOCIALMENTE PERMITIDAS: NICOTINA, CAFEÍNA, ALCOHOL

Nicotina

El tabaco contiene gran número de compuestos y genera muchos más al quemarse; su principio psicoactivo es la nicotina. Tal vez sea importante mencionar aquí que la nicotina no es responsable de los efectos nocivos del tabaco, tales como los trastornos cardiovasculares o la incidencia de cáncer de las vías respiratorias, que deben atribuirse a otros componentes de la planta. Sin embargo, la necesidad que experimentan los fumadores y la dificultad para interrumpir el consumo del tabaco parece que se deben preponderantemente a la nicotina.

Los efectos conductuales de la nicotina no son tan claros ni tan espectaculares como los de las drogas que examinamos en los párrafos anteriores. Los fumadores pueden experimentar una ligera sensación de euforia, posiblemente un estado de mayor alerta, y un efecto ansiolítico, es decir; inmediato alivio de la tensión. Este último es posiblemente el efecto conductual más claro de la nicotina.

Con respecto a su mecanismo de acción se ha considerado que la nicotina actúa preferentemente a nivel del sistema mesolímbico, mismo que se modifica por la cocaína y las anfetaminas. En este caso, sin embargo, la nicotina no actúa directamente sobre el sistema dopaminérgico, sino que lo modifica en forma secundaria mediante la activación de los receptores colinérgicos, es decir, los que emplean la acetilcolina como receptor (véase en el capítulo I, "¿Cómo son los transmisores químicos?").

Cafeína

La cafeína se encuentra en las semillas del café y en las hojas de la planta de té. La concentración de cafeína es alta, en particular en el café, encontrándose niveles de 100 a 200 mg de cafeína por taza. La cafeína produce efectos estimulantes tales como estado de alerta, disminución de la fatiga, mayor capacidad para actividades que requieren atención, e insomnio. Cuando el consumo de cafeína es muy alto pueden advertirse los síntomas de tolerancia y adicción, aunque ciertamente menos aparentes que para las drogas psicoactivas antes mencionadas. A nivel celular; la cafeína produce un incremento discreto de los niveles del AMP cíclico (véase en el capítulo I, "Amplificando la conversación: los segundos y terceros mensajeros"), aunque los cambios son tan pequeños que no parecen ser responsables de los efectos conductuales. Otra opción para el mecanismo de acción de la cafeína sería a nivel de los receptores de la adenosina, que es un neuromodulador.

Alcohol

El alcohol es probablemente una de las adicciones más devastadoras entre los grupos sociales humanos. No sólo provoca en los adictos un impresionante deterioro conductual y orgánico, sino que a través de éste lesiona brutalmente la vida del núcleo familiar y es la causa del mayor número de homicidios imprudenciales, además de que origina incalculables pérdidas materiales. Es indudable que en la sociedad actual, el alcoholismo es uno de los principales problemas de salud pública. Paradójicamente, el conocimiento acerca de los mecanismos celulares que intervienen en el abuso y la dependencia del alcohol es tal vez uno de los más escasos. El problema consiste en que, a diferencia de las otras drogas, el alcohol no parece actuar a través de una molécula receptora específica, sino que probablemente ejerce su acción en forma general y relativamente inespecífica. Una posibilidad es que el alcohol modifique la fluidez de las membranas y, a través de este efecto, altere la función de los numerosos elementos que se insertan en ellas, incluyendo los canales por donde se mueven los iones y los receptores de los neurotransmisores (véase el capítulo 1). Un efecto como éste podría producir un número muy grande de alteraciones, a veces opuestas, en distintos receptores de los neurotransmisores.

Los efectos del alcohol son depresores pero, como ocurren a nivel general, el resultado puede ser el de una desinhibición de actitudes, en particular conductuales. A esto se deben los efectos de euforia y deshinibición característicos del alcohol. Las reacciones individuales pueden, sin embargo, ser muy variables. Cuando el efecto del alcohol se ejerce en las áreas corticales integrativas del cerebro, aparecen las alteraciones en los procesos intelectuales. Las funciones motoras son las últimas en ser afectadas.

El alcohol presenta los efectos de adicción y tolerancia, aunque aquí también las variaciones individuales son grandes. La tolerancia puede ser aguda, es decir; ocurrir en cuestión de horas, o crónica, cuando el individuo ingiere alcohol durante meses o años. En general, la tolerancia al alcohol, es decir, la necesidad de recibir mayor cantidad para alcanzar los mismos efectos, no es mucho mayor del doble, a diferencia de lo que ocurre con las drogas psicoactivas. La adicción al alcohol está bien caracterizada, aunque existen variaciones individuales grandes. El componente de adicción física es muy importante, lo que se manifiesta en las profundas alteraciones que se observan al retirar el alcohol a un adicto. Éstas son muy variadas: temblor, agitación, insomnio, falta de apetito, ansiedad y, en algunos casos, convulsiones. En los individuos en los que la dependencia es extrema, se observa confusión mental, desorientación, alteraciones en la percepción sensorial y alucinaciones. Este cuadro es el que se conoce como delirium tremens.

Hasta la fecha no hay ningún tratamiento farmacológico de probada eficacia para combatir la adicción al alcohol. Existe, sin embargo, un gran interés por desarrollar modelos animales de alcoholismo en los cuales sea factible probar distintos compuestos diseñados con la esperanza de encontrar algunos que contrarresten el abuso del alcohol por adicción orgánica, o bien, que antagonicen sus efectos en forma rápida, de modo que al menos puedan evitarse las consecuencias adversas de las alteraciones conductuales de los individuos que abusan del alcohol. Se ha encontrado, por ejemplo, que algunas células nerviosas en cultivo no crecen adecuadamente si no es en presencia de pequeñas cantidades de alcohol, por lo que puede considerárseles, en ese sentido, como células "adictas" al alcohol. El desarrollo de este tipo de modelos in vitro proporciona resultados interesantes. Los modelos animales como los que describimos al iniciarse el capítulo, es decir, aquellos en los que ratas o ratones tienen la posibilidad de autoadministrarse el alcohol, sea en forma restringida o libremente, son también de gran utilidad para el estudio de los posibles medicamentos con efecto antagónico a la conducta adictiva. Hasta la fecha no se ha encontrado ningún tipo de terapia efectiva a base de fármacos, aunque recientemente se han reportado estudios preliminares en los que se sugiere que algunos antagonistas del receptor de la serotonina reducen la adicción al alcohol.

Se ha considerado la posibilidad de que exista un factor hereditario que facilite, en un momento dado, el desarrollo de la adicción al alcohol. Los estudios en este sentido siguen la pauta de los mencionados, por ejemplo, en el caso de la esquizofrenia. Una observación experimental en apoyo de esta posibilidad es el aislamiento genético de cepas de ratas con mayor adicción al alcohol. Existen actualmente dos de estas cepas, una de ellas aislada en la Escuela de Medicina de Indianápolis, y otra en los laboratorios farmaceúticos Alko, en Finlandia. Por supuesto, este tipo de animales puede representar un modelo experimental muy importante para estudiar los posibles efectos adversos del ambiente en la precipitación de un cuadro de adicción y, sobre todo, para el estudio de fármacos destinados a contrarrestar los distintos aspectos negativos del abuso del alcohol.

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