IV. LA AGRESIVIDAD, LA PASIVIDAD, TAMBI�N DEPENDEN DE LA QU�MICA DEL CEREBRO

ES INDUDABLE que existen diferencias muy marcadas en la agresividad de los humanos. Hay sujetos que son naturalmente amigables, tranquilos, de naturaleza pac�fica, en quienes las manifestaciones de agresividad se dan solamente en condiciones extremas. Otros, en cambio, son irascibles y reaccionan ante est�mulos que pasar�an inadvertidos para otros, con una carga de agresi�n exagerada. Entre estos dos extremos se puede encontrar toda una gama de respuestas con un contenido agresivo. Como todos y cada uno de los aspectos del comportamiento humano, la agresividad es el resultado de la funci�n de las neuronas integradas en circuitos. Para avanzar en el conocimiento de las estructuras cerebrales relacionadas con la agresividad, los investigadores han realizado estudios en especies animales en las que el comportamiento agresivo est� bien tipificado.

Uno de los estudios m�s claros e interesantes en este sentido es el que llev� a cabo Walter Hess, en Zurich, en 1928. El profesor Hess hizo investigaciones en el gato, estimulando sistem�ticamente estructuras subcorticales, es decir; situadas abajo de la corteza cerebral. La manera de hacer estos experimentos consiste en implantar unos electrodos en forma permanente en distintas regiones del cerebro del animal que se est� estudiando, en forma tal que quedan fijos, conectados con el centro de estimulaci�n mediante alambres de la longitud necesaria para que el animal pueda moverse libremente. En estas condiciones, la conducta del animal es normal y puede caminar, comer, beber y dormir perfectamente. En los experimentos de Hess, empleando a los gatos como animales de estudio, �ste observ� que al estimular un �rea peque�a de la regi�n conocida como hipot�lamo, se generaba una respuesta sorprendente. El gato que segundos antes estaba tranquilamente enroscado, somnoliento, de pronto presentaba todas las caracter�sticas de un ataque de furia, como los que todos alguna vez hemos tenido la ocasi�n de observar en estos animales: el pelo erizado, las garras salientes, la cola erecta, el lomo arqueado, las fauces abiertas, a punto de atacar. Y esto, por supuesto, sin que hubiera ninguna causa aparente que desencadenara el ataque de furia. Este experimento se repiti� muchas veces, como hay que hacer en biolog�a experimental cuando se quiere estar seguro de que una causa y un efecto est�n vinculados. Y el resultado fue siempre el mismo. A�n m�s, este tipo de cuadro reproduc�a en su mayor parte la respuesta del gato al ser introducida en su �rea una enorme rata encolerizada. Las mismas garras desplegadas en actitud de ataque, los pelos erizados, el lomo en arco, en fin, en todo semejante a la respuesta generada con s�lo aplicar una peque�a corriente el�ctrica en alg�n sitio del hipot�lamo.

Al igual que el gato, el ser humano responde a la estimulaci�n el�ctrica de �reas muy espec�ficas del cerebro con la aparici�n de sentimientos violentos de agresi�n puramente internos, no dirigidos hacia ninguna persona o situaci�n en particular.

Actualmente se conocen al menos seis �reas en el cerebro relacionadas con la agresi�n, de las cuales las m�s importantes son la am�gdala y el hipot�lamo, que forman parte del sistema l�mbico, cuya localizaci�n se muestra en el esquema de la figura I.4. Aparentemente estas distintas �reas, aunque todas vinculadas con comportamientos agresivos, act�an en el control de patrones diversos de agresi�n que se han caracterizado en diversas especies animales. En general, se han descrito al menos tres tipos diferentes de comportamiento agresivo. Dos de ellos se refieren a conductas en cierto modo biol�gicamente instintivas. El primero est� relacionado con una actitud depredadora, es decir; con la necesidad de manifestar agresi�n hacia una presa potencial que servir� de alimento o con una actitud de defensa ante un peligro. El segundo se refiere a un comportamiento defensivo ante posibles ataques a las cr�as. En estos dos casos, la conducta agresiva se manifiesta hacia un individuo de una especie distinta. Un tercer tipo de comportamiento agresivo, que resulta muy interesante, es la llamada agresividad social. Este tipo de conducta se manifiesta dentro de una colonia, entre individuos de la misma especie. Generalmente se relaciona con el establecimiento de posiciones de jerarqu�a dentro del grupo o ante la presencia de individuos de la misma especie ajenos a la colonia. Es interesante que en muchos casos, este tipo de comportamiento agresivo est� restringido a los machos y tiene un claro v�nculo con la actividad de la hormona masculina, la testosterona. En colonias de ratas y ratones se ha establecido que la conducta de agresi�n social est� en relaci�n directa con el n�mero de individuos que ocupan un mismo espacio. Es claro que el hacinamiento incrementa notablemente las manifestaciones de agresividad en estos animales. Dentro de este tipo de agresividad intraespec�fica se incluye la que manifiestan los grupos humanos, en cuya g�nesis evidentemente participan elementos mucho m�s complejos e inaprensibles que en el caso de la agresividad entre individuos de distinta especie. Sin embargo, los mecanismos b�sicos a nivel neuronal, responsables de la g�nesis de la agresividad en los humanos, son esencialmente los mismos que en otros animales, aunque es posible que existan mecanismos mucho m�s finos de modulaci�n de esta conducta debidos a la complejidad de las redes de comunicaci�n y, por ende, de las funciones del cerebro humano.

ESTUDIOS DE AGRESIVIDAD EN SERES HUMANOS

Los efectos de lesiones en �reas particulares del cerebro sobre el comportamiento agresivo en seres humanos se han determinado en la mayor�a de los casos por la presencia de tumores o lesiones accidentales que destruyen regiones espec�ficas del cerebro. Uno de los casos m�s c�lebres es el de Phineas Gage (figura IV. 1), un joven trabajador estadounidense, empleado en la construcci�n del ferrocarril en el estado de Vermont, en 1848. El joven Gage, utilizando una pesada barreta de fierro de un metro de largo, 3 cm de di�metro y 6 kg de peso, excavaba un profundo orificio en una roca que, al ser llenado con p�lvora, remover�a la gran roca para dar paso a la construcci�n del ferrocarril. Al terminar la excavaci�n y mientras empacaba la p�lvora en el orificio, una chispa generada por la fricci�n de la barreta contra la pared de la roca produjo un violenta explosi�n. La barreta vol� de las manos de Gage, e impulsada por una fuerza violent�sima, sali� disparada atravesando en su camino la cabeza del trabajador. Penetr� por la �rbita de su ojo izquierdo y, atravesando el cr�neo, sali� todav�a con impulso suficiente para recorrer varios metros m�s antes de caer al suelo. Gage estuvo luchando entre la vida y la muerte durante varias semanas, pero al fin se recuper� y continu� su vida aparentemente sin mayores consecuencias. No present� dificultad ninguna en sus movimientos, en sus percepciones sensoriales, vista, o�do, olfato, gusto, todo funcionaba normalmente. Su memoria tampoco se afect� ni aparentemente ninguna de sus funciones intelectuales. Sin embargo, el accidente s� le caus� un trastorno notable en el car�cter. Antes del terrible percance, Gage era un hombre jovial, amigable, que depart�a tranquilamente con sus camaradas en la taberna, y sus planes para el futuro no iban m�s all� de los comunes en un joven de su edad. Despu�s del accidente se volvi� irritable, violento, impaciente y obstinado. Su imaginaci�n lo llevaba a concebir los planes m�s ambiciosos y a veces absurdos, que luego abandonaba con facilidad. Estas observaciones las debemos al testimonio de un m�dico que lo conoci� antes del accidente y que tuvo ocasi�n de volver a verlo casi 10 a�os despu�s. A tal grado lleg� su incapacidad de relacionarse en forma normal con sus compa�eros y sus superiores, que fue despedido de su trabajo y se gan� la vida exhibi�ndose como un "milagro viviente", junto con la barreta que le hab�a perforado el cerebro. La barreta y su cr�neo perforado est�n en exhibici�n en el museo de la Facultad de Medicina de Harvard.

Figura IV.1. El cr�neo de Phineas Gage atravesado por una barreta, tal como se exhibe en el museo de la Facultad de Medicina de Harvard.

M�s recientemente se describe tambi�n el caso de un abogado de Boston, de mediana edad, de car�cter afable y extremadamente cort�s y educado. Con el tiempo comenz� a dar muestras de una agresividad exacerbada y violenta no s�lo verbal. Contrariamente a las reglas civilizadas de aquella comunidad de clase media acomodada, el culto abogado pasaba de la palabra a la acci�n con gran asombro de su grupo de tranquilos compa�eros de tertulia quienes muchas veces tuvieron que salir materialmente corriendo para librarse de las airadas manifestaciones de ira de su amigo. Al cabo de un tiempo se constat� que el abogado ten�a un tumor en el hipot�lamo, precisamente en la regi�n que se ha asociado con el control del comportamiento agresivo. Esta coincidencia entre el sitio de localizaci�n de los tumores cerebrales y los cambios en el comportamiento se ha se�alado en varias ocasiones, y estos casos cl�nicos representan el equivalente que la naturaleza ofrece a las investigaciones realizadas, haciendo lesiones experimentales en los animales.

�ES POSIBLE MODULAR LA CONDUCTA AGRESIVA?

Si consideramos que, como en todos los casos, los distintos n�cleos cerebrales vinculados con la expresi�n de conductas agresivas est�n organizados en circuitos interconectados, y su actividad se encuentra finamente modulada por los mecanismos de transmisi�n sin�ptica a los que nos hemos referido, puede contemplarse la posibilidad de que la acci�n de f�rmacos a esos niveles pudiera regular la agresi�n. Las estructuras a las que nos hemos referido, tanto en el hipot�lamo como en la am�gdala, reciben se�ales de la corteza cerebral que pueden ser de naturaleza inhibidora o excitadora, seg�n el tipo de neurotransmisores que manejen, y es a ese nivel que se han hecho experimentos en animales con la idea de encontrar mecanismos que permitan manipular los niveles de agresi�n. Una estrategia sencilla consiste en seccionar las v�as nerviosas que van de la corteza cerebral a los n�cleos neuronales relacionados con el comportamiento agresivo, cortando as� la comunicaci�n funcional entre las zonas de la conciencia (corteza) y las regiones subcorticales. Dependiendo del tipo de v�as que se hayan interrumpido, el resultado puede ser una exacerbaci�n o una inhibici�n de la conducta agresiva. Otro mecanismo empleado con los mismos fines es el empleo de f�rmacos que llevan finalmente a los mismos resultados que los procedimientos quir�rgicos, es decir; a activar o inhibir las v�as nerviosas que controlan los centros de agresividad. Un ejemplo de este tipo de experimentos es la administraci�n del dipropil acetato, una droga que incrementa los niveles de GABA, que como se recordar� es el principal neurotransmisor inhibidor en el cerebro. Al incrementar la inhibici�n en las v�as que controlan los n�cleos de la agresividad, se observa una reducci�n en el comportamiento agresivo.

En el caso de situaciones patol�gicas en seres humanos, se ha intentado desarrollar este mismo tipo de estrategias. Evidentemente, antes que nada, ha sido necesario comprobar que los resultados obtenidos en los animales pueden extrapolarse a los seres humanos. Este parece ser el caso en la conducta agresiva, y los mismos n�cleos del hipot�lamo, la am�gdala y otros, tambi�n regulan el comportamiento agresivo en el hombre. Como hemos descrito algunas l�neas atr�s, pueden generarse sentimientos violentos de agresividad en un sujeto experimental que previamente muestra una conducta totalmente tranquila con s�lo aplicar una estimulaci�n el�ctrica a nivel de los n�cleos amigdalinos. Estas observaciones son alentadoras, ya que permiten ensayar toda clase de condiciones experimentales en animales hasta encontrar las m�s adecuadas y, en ese momento, transferir la terapia a seres humanos.

La destrucci�n de las estructuras cerebrales vinculadas con la conducta agresiva por procedimientos quir�rgicos ha sido utilizada como recurso extremo en algunos casos, no siempre, sin embargo, con resultados muy reproducibles. El tratamiento con f�rmacos ha sido empleado tambi�n en voluntarios, pero los resultados no son todav�a muy alentadores.

Los mecanismos bioqu�micos responsables del control de la agresividad no est�n del todo aclarados. Los neurotransmisores involucrados y la organizaci�n de los circuitos funcionales todav�a no se conocen con detalle. Sin embargo, los conocimientos que se tienen hasta la fecha s� permiten considerar; por una parte, que las diferencias naturales entre los individuos en relaci�n con la expresi�n de la agresividad son seguramente el resultado de las peque�as diferencias en el equilibrio bioqu�mico en los circuitos cerebrales a los que nos hemos referido. Evidentemente, y como en todos los casos en los que el estímulo para una determinada funci�n es esencialmente externo, es claro que el ambiente desempe�a un papel decisivo en la respuesta integral del individuo en cuanto se refiere a la agresi�n. Pero es tambi�n indudable que cada persona tiene una cierta conformaci�n basal en relaci�n con esta conducta, que ser� el punto de partida a partir de la cual el individuo reaccionar� ante los est�mulos exteriores de acuerdo tambi�n con su particular capacidad de integrar nuevos circuitos.

AGRESIVIDAD Y SEXO: �SON LOS MACHOS M�S AGRESIVOS QUE LAS HEMBRAS? �LOS HOMBRES M�S QUE LAS MUJERES?

En los animales es claro que los niveles de agresividad son notablemente mayores en los machos que en las hembras. El comportamiento de los individuos de distinto sexo es en este sentido claramente distinguible. En las colonias de distintas especies de mam�feros con un cierto grado de organizaci�n social, siempre se detecta la presencia de lo que se ha llamado el macho alfa o macho dominante; es decir, aquel individuo que ocupa jer�rquicamente una posici�n de dominio. Se trata, indefectiblemente, de un macho y este patr�n de conducta se ha atribuido l�gicamente a la influencia de las hormonas masculinas. Los resultados de estudios experimentales muestran que los animales castrados no son nunca machos alfa. Asimismo, estos animales abandonan el patr�n de agresividad que muestran t�picamente en relaci�n con el establecimiento de territorialidad o de dominio de las hembras.

Aqu� la extrapolaci�n de los resultados en animales a la especie humana no es muy f�cil. En primer lugar, ya en las �pocas recientes de la evoluci�n de la especie humana, las situaciones de predominio territorial y sexual tienen facetas mucho m�s sutiles, derivadas de la complejidad en la organizaci�n social. Sin embargo, creo que todav�a es posible afirmar que, en t�rminos muy generales, las conductas agresivas predominan entre los individuos de sexo masculino. Es posible, sin embargo, que al ser modificados los patrones culturales que tradicionalmente han atribuido a la mujer un papel de sumisi�n y pasividad casi absolutas, tambi�n paulatinamente se modificar�n sus respuestas ante los nuevos est�mulos a los que se vea expuesta. Evidentemente, ser� necesario esperar algunas d�cadas antes de sacar conclusiones claras en este sentido.

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