III.6. DAVID HUME

David Hume (a quien los ingleses identifican como "un fil�sofo ingl�s", mientras que el resto del mundo, con gran satisfacci�n de los escoceses, reconoce como "un fil�sofo escoc�s") naci� en Edimburgo en 1711 y muri� a los 65 a�os de edad, culminando una vida caracterizada por inmensa y original creatividad filos�fica, pero vivida en ausencia casi total de reconocimientos oficiales. Hume estudi� leyes en la Universidad de Edimburgo pero abandon� la carrera antes de terminarla, en aras de su inter�s en la filosofia. A los 29 a�os de edad public� su primer libro, A treatise of human nature ("Tratado de la naturaleza humana") que seg�n el propio autor "naci� muerto de las prensas" pero que lo estimul� a dar a luz un a�o m�s tarde un Sumario del mismo libro, y siete a�os despu�s, al Enquiry concerning human understanding ("Investigaci�n sobre el conocimiento humano"), que contiene como cap�tulo X su famoso ensayo sobre los milagros, y que adem�s fue el libro que despert� a Kant de sus "sue�os dogm�ticos". Tambi�n escribi� sus pol�micos Dialogues concerning natural religion ("Di�logos sobre la religi�n natural") que, por instrucciones del propio Hume, se publicaron hasta despu�s de su muerte, en 1779. Esta decisi�n, as� como todo lo dem�s que se sabe de Hume, es compatible con lo que �l mismo escribi� en su "oraci�n f�nebre":
Yo era un individuo de disposici�n moderada, con dominio de mi temperamento, de humor abierto, sociable y alegre, capaz de establecer amistades, con poca susceptibilidad a hacer enemigos y con gran moderaci�n de todas mis pasiones. Hasta mi gran amor por la fama literaria, mi principal pasi�n, nunca me agri� el car�cter, a pesar de mis frecuentes decepciones.



David Hume (1711-1776)

Hume llev� el empirismo de Locke y Berkeley hasta sus �ltimas consecuencias, haci�ndolo al mismo tiempo congruente e incre�ble; de hecho, ni el mismo Hume pudo actuar en forma rigurosa de acuerdo con sus propias ideas, ni tampoco pudo encontrarle soluci�n a los problemas creados por ellas. Al principio de su Treatise, Hume acepta la inexistencia de las ideas o conceptos a priori pero en cambio diseca las "ideas" de Locke en dos clases diferentes, las impresiones, derivadas de las sensaciones recogidas por los sentidos, y las ideas, conjuradas por la mente. En cada una de estas dos clases de eventos mentales se distinguen tipos simples y complejos, y absolutamente nada m�s. Una impresi�n simple ser�a la producida por la percepci�n del canto de un p�jaro, mientras que una idea simple ser�a la imagen de un p�jaro conjurada por la mente. Aqu� Hume reitera que existe una relaci�n muy cercana entre las impresiones y las ideas simples, en vista de que las segundas siempre se derivan de las primeras; en cambio, las ideas complejas pueden construirse a partir de las ideas simples y no pertenecer a ning�n objeto real, como la idea del unicornio o del pegaso, o (el ejemplo de Hume) la idea de una ciudad con calles recubiertas de oro y paredes de rub�es. El hecho es que los elementos que contribuyen a una idea compleja provienen, en �ltima instancia, de impresiones sensoriales o de definiciones ostensivas. �ste es uno de los credos del empirismo.

Hume tambi�n elimin� el concepto de sustancia de la psicolog�a, que ya Berkeley hab�a expulsado de la f�sica, al negar que exista la impresi�n (y por lo tanto, la idea) del "yo", ya que la introspecci�n siempre es de alg�n dato sensorial, como luz, calor, odio, dolor o placer, pero nunca del "yo". En otras palabras, las ideas no percibidas de cosas o eventos siempre pueden definirse en t�rminos de impresiones percibidas de cosas o eventos, por lo que sustituyendo el t�rmino definido por la definici�n se puede se�alar lo que se sabe emp�ricamente, obviando la necesidad de introducir cosas o eventos no percibidos. Esto se deriva del credo empirista mencionado antes, y en los tiempos de Hume ten�a gran importancia, en vista de que se deshac�a no s�lo de la noci�n metaf�sica de "sustancia", sino tambi�n de la noci�n teol�gica de "alma", y de la noci�n epistemol�gica de "sujeto" y "objeto". Naturalmente, el argumento no prueba la inexistencia de tales nociones, sino s�lo nuestra incapacidad para afirmar o negar su existencia.

En la secci�n titulada "Sobre el conocimiento y la probabilidad", de su mismo Treatise, Hume examina los problemas relacionados con el conocimiento obtenido a partir de datos emp�ricos por medio de inferencias no demostrativas, que es pr�cticamente todo el conocimiento excepto la l�gica, las matem�ticas y la observaci�n directa. Hume se�ala que existen siete clases de relaciones filos�ficas: semejanza, identidad, relaciones de tiempo y sitio, proporci�n en cantidad, grado de cualquier cualidad, contradicci�n y causalidad. Estas siete clases de relaciones pueden dividirse en dos tipos: las que dependen exclusivamente de las ideas, y las que pueden cambiar sin modificar a las ideas. Entre las primeras est�n semejanza, contradicci�n, grados de cualidad y proporciones de cantidad o n�mero, que son las que generan conocimiento cierto; en cambio, entre las segundas est�n la identidad, las relaciones espacio-temporales y de causalidad, que conducen a conocimiento probable. Las matem�ticas (la aritm�tica y el �lgebra, pero no la geometr�a) son las �nicas ciencias, seg�n Hume, que toleran razonamientos prolongados sin p�rdida de la certeza. Tanto la identidad como las relaciones espacio-temporales pueden apreciarse directamente y dan origen a impresiones, mientras que la causalidad es una forma de relaci�n que nos permite inferir una cosa o evento a partir de otra. En efecto, podemos percibir que A es id�ntica a B, o bien que A est� debajo o encima de B, o que A aparece antes o despu�s de B, pero no podemos percibir que A causa a B; no tenemos una impresi�n de la relaci�n causal. Tanto la filosof�a escol�stica como la cartesiana consideran a la conexi�n causa-efecto como l�gicamente necesaria, del mismo modo que las operaciones matem�ticas (las correctas, desde luego) son l�gicamente necesarias. Hume fue el primero en refutar este concepto, se�alando que la causalidad no puede descubrirse entre las propiedades de los distintos objetos o eventos:
No existe ning�n objeto que implique la existencia de otro cuando consideramos a ambos objetos en s� mismos, sin mirar m�s all� de las ideas que nos formamos de ellos.

Los fil�sofos (no todos, por cierto) usan con frecuencia el ejemplo de una bola de billar A que es impulsada por el jugador en direcci�n a la bola de billar B, se mueve hacia ella hasta que la golpea, con lo que la bola B se mueve. En este caso la bola A se describe como la causa del movimiento de la bola B, aunque la relaci�n entre las dos bolas es f�sica, no l�gica; obviamente, hay una conexi�n entre los movimientos de A y B, pero la conexi�n se describe y se explica de acuerdo con las leyes de la f�sica, no de la l�gica. Hume hizo ver que el examen de relaciones causales emp�ricas, como el ejemplo de las bolas de billar, revela a nuestros sentidos que los agentes causales siempre preceden a los efectos y ocurren en contig�idad con ellos, pero nada m�s. Si no existe una conexi�n l�gica que podamos llamar causal, entonces debe ser la experiencia la que nos hace anticipar que la aparici�n del objeto o evento A ser� seguida por B. De esta manera, Hume define la causa como:
Un objeto precedente y contiguo a otro, y unido a �l en la imaginaci�n de tal manera que la idea de uno determina en la mente la formaci�n de la idea del otro, y la impresi�n de uno la formaci�n de una idea m�s viva del otro.

Esta conclusi�n de Hume tiene dos consecuencias importantes para la estructura del m�todo cient�fico: en primer lugar, se opone a la consideraci�n de que los mismos efectos tengan siempre las mismas causas, o sea que se opone al concepto de la regularidad de la naturaleza; en segundo lugar, invalida el uso de la inducci�n por enumeraci�n para alcanzar generalizaciones v�lidas en el conocimiento. Antes de examinar estas dos importantes consecuencias del an�lisis de la causalidad por Hume, conviene se�alar que �l mismo usa a la causalidad igual que todos los dem�s mortales, al se�alar que nuestra expectativa de B al percibir A se basa en las experiencias repetidas de la secuencia mencionada. Aqu� el conjunto de tales experiencias es la causa de nuestra expectativa, y si tomamos a Hume en serio, lo que realmente ha ocurrido es que las experiencias preceden y son contiguas con la expectativa, pero su conexi�n no es l�gica y por lo tanto puede no repetirse. Russell da el siguiente ejemplo:
Veo una manzana y espero que, si la como, experimentaré un tipo definido de sabor. De acuerdo con Hume, no hay razón alguna para que yo perciba tal sabor: la ley de la costumbre explica mi expectativa pero no la justifica. Pero la ley de la costumbre es ella misma una ley causaL Por lo tanto, si tomamos a Hume en serio debemos decir: aunque en el pasado la vista de una manzana ha ido unida a la expectativa de cierto tipo de sabor, no hay ninguna razón para que siempre ocurra así; quizá en la próxima oportunidad en que vea una manzana esperaré que sepa a roast beef. En este momento, es posible que usted considere tal cosa como poco probable, pero no hay razón alguna para esperar que, dentro de cinco minutos, la siga considerando poco probable.



Frontispicio del libro A Treatise of Human Nature, de David Hume, publicado en 1740.

Respecto al concepto de la regularidad de la naturaleza, es obvio que est� basado en el principio de que los mismos efectos siempre estar�n precedidos por las mismas causas. Las ideas de Hume lo ponen en entredicho:
Todas las inferencias hechas a partir de experiencias presuponen como su base que el futuro ser� semejante al pasado y que poderes semejantes ir�n unidos a cualidades sensibles similares. Si existe la menor sospecha de que el curso de la naturaleza pueda cambiar de modo que el pasado ya no determine la regla del futuro, toda la experiencia se vuelve in�til para apoyar inferencia o conclusi�n alguna. Por lo tanto, es imposible que alg�n argumento basado en la experiencia pueda demostrar la semejanza del pasado con el futuro, ya que todos los argumentos se fundan en la suposici�n de tal semejanza.

El escepticismo de Hume lo lleva a negar la posibilidad del conocimiento racional y a postular que todo lo que creemos se basa m�s bien en nuestros sentimientos que en nuestra raz�n. Hume reconoce que el fil�sofo esc�ptico sabe lo anterior, y tambi�n que:
La duda esc�ptica, tanto en relaci�n con la raz�n como con los sentidos, es una enfermedad que nunca puede curarse por completo sino que recurre constantemente, a pesar de que tratemos de alejarla y a veces nos sintamos completamente libres de ella... Lo �nico que nos puede aliviar son el descuido y la desatenci�n. Por este motivo yo descanso por completo en ellos, y le aseguro al lector que cualquiera que sea su opini�n en este momento, dentro de una hora estar� persuadido de la existencia de un mundo interno y un mundo externo.

El rechazo del principio de la inducci�n es quiz� la parte medular del escepticismo de Hume. Ya hemos mencionado que este principio se origin� en Arist�teles, fue adoptado por Bacon con su Novum Organum, y es una de las bases del m�todo cient�fico newtoniano. Sin embargo, los argumentos l�gicos de Hume parecer�an sugerir que es imposible llegar al conocimiento de principios generales verdaderos sobre la naturaleza a partir de observaciones externas individuales. Para ser filos�ficamente aceptable, el principio de la inducci�n debe poderse derivar de otro principio independiente y no basado en la experiencia, por lo que puede concluirse que Hume demostr� que el empirismo puro no es suficiente para el desarrollo de la ciencia pero si s�lo se admite este principio (el de la inducci�n), todo lo dem�s ya puede proceder de acuerdo con el empirismo m�s riguroso. Sin embargo, tal admisi�n har�a que los empiristas preguntaran por qu�, si ya se ha admitido un elemento no emp�rico en la ciencia, no se pueden admitir otros, lo que ser�a muy dif�cil de contestar. Para Russell:
Lo que los argumentos (de Hume) prueban —y yo pienso que la prueba no es refutable— es que la inducci�n es un principio l�gico independiente, incapaz de ser inferido ya sea de la experiencia o de otro principio l�gico, pero que sin la inducci�n la ciencia es imposible.

En su conferencia "Herbert Spencer" dictada en 1981, el doctor Henry Harris, profesor Regias de medicina en Oxford, examina con claridad varios de los problemas actuales de la filosof�a de la ciencia. Al hablar de las predicciones hechas a partir de una hip�tesis determinada, se�ala que se trata de expansiones anal�ticas de la hip�tesis que permiten al observador informado esperar que, si las cosas son como la hip�tesis postula, entonces ciertos tipos de interacci�n con el mundo real son posibles. Las predicciones se ponen a prueba para ver si tales interacciones son posibles. Harris dice:
En este momento algunos fil�sofos pueden protestar se�alando que ni la verdad ni la falsedad de las hip�tesis pueden derivarse l�gicamente de grupo alguno de observaciones. A esto yo contestar�a que la ciencia no es la l�gica; las conclusiones que los cient�ficos derivan de sus observaciones est�n impuestas no por las reglas de la derivaci�n l�gica sino por las reglas operacionales dictadas por la historia evolutiva del hombre.

Es obvio que la postura de los fil�sofos (Descartes, Berkeley, Hume y Russell) y la de los cient�ficos (Bacon, Locke y Harris), frente a la filosof�a de la ciencia, y espec�ficamente frente a las conclusiones de la l�gica en relaci�n con el mundo real, es muy distinta. Los fil�sofos como Hume piensan que sus estudios y observaciones se refieren a los l�mites del conocimiento humano, mientras que los cient�ficos dicen que lo que Hume demostr� son las limitaciones del pensamiento abstracto, por m�s l�gico que sea, como instrumento para avanzar el conocimiento de la realidad. Harris ofrece el siguiente retrato del cient�fico racional:
Se trata de un empirista convencido que nunca se preocupa por la l�gica de lo que est� haciendo, pero que no tiene dudas acerca de que sus actividades generan informaci�n sobre el mundo real. Sabe que hace errores, pero tambi�n sabe que a veces hace las cosas bien. No tiene dudas acerca de la capacidad de sus procedimientos cient�ficos para verificar y falsificar proposiciones cient�ficas. Se esmera en la selecci�n de hip�tesis fruct�feras para investigar y hace esfuerzos enormes para poner a prueba sus ideas antes de darlas a conocer. Publica sus trabajos en forma tal que permite a otros cient�ficos verificarlos, y aunque con frecuencia vaya en contra de su gusto, al final acepta el veredicto de sus colegas.


[Inicio][Anterior][Previo][Siguiente]