IX. LAS T�CNICAS DE ACTUACI�N: DEL MAGNETISMO AL HIPNOTISMO

REGRESEMOS a la escena central del cuadro de Brouillet. Blanche Wittmann inicia la contractura bajo la mirada amorosa de Babinski, que en ese momento a�n no reduce el fen�meno a la "simulaci�n" del pitiatismo. Charcot, impasible, lleva en la diestra el electrodo conectado a una bobina, como la pinza en la mano de P�an, el escalpelo en la de Bernard o el microscopio frente al ojo de Pasteur. La "electricidad m�dica", heredada de Duchenne de Boulogne y de Benedikt, se agregar� al espect�culo del hipnotismo (leg�tima apropiaci�n m�dica del sonambulismo y el magnetismo), de los estados segundos y las dobles personalidades. El fen�meno m�dico se convirti�, a su vez, en una moda literaria y mundana, que prosegu�a, en cierta manera, la tradici�n de las asociaciones libres y el onirismo que hab�an seguido, por un lado, los rom�nticos alemanes como Novalis (bar�n Friedrich von Hardenberg, 1772-1801) y Hoffman (Ernst Theodor Amadeus, 1776-1822), predecesores del inter�s surrealista en estos temas, y, por el otro, los fundadores del estudio cient�fico de la actividad on�rica, Alfred Maury (1817-1892) y el marqu�s Marie-Jean-L�on Hervey de Saint-Denis (1823-1892).8 [Nota 8]

De la mano de Charcot, la hipnosis entr� de manera solemne y oficial en el terreno m�dico cuando, en 1882, present� su comunicaci�n a la Academia de Ciencias, que en tres ocasiones anteriores la hab�a rechazado bajo el nombre de magnetismo. En las d�cadas de 1860 a 1890 hubo un renacimiento del inter�s por la hipnosis y los fen�menos on�ricos que develaban, por lo menos para la medicina, el nuevo mundo de la cara nocturna, oculta, del sujeto. Las modas suelen tener, tambi�n en el campo m�dico, una presencia pendular.

En 1843, James Braid (1795-1860), quien introdujo la palabra hipnotismo, intent� una interpretaci�n neurofisiol�gica del antiguo fen�meno del sonambulismo-magnetismo en su obra Neurohypnology or the Rationale of Nervous Sleep Considered in Relation with Animal Magnetism, (Neurohipnolog�a o la racionalidad del sue�o nervioso considerado en relaci�n con el magnetismo animal). Esta "medicalizaci�n" del problema, y la utilizaci�n del hipnotismo para el conocimiento y exploraci�n del psiquismo en la histeria, y aun como medida terap�utica, culmin� en la segunda escuela de la Salp�tri�re. Los fen�menos hipn�ticos permitieron descubrir la naturaleza de la histeria. La hipnosis es a �sta lo que la pieza anat�mica es a los trastornos neurol�gicos. Al mismo tiempo reaviv� el inter�s por el "magnetismo animal", que tan mala aceptaci�n hab�a tenido un siglo atr�s.

Este magnetismo animal fue obra de figuras muy atractivas y curiosas a las que el positivismo racionalista calific� sin m�s como charlatanes sin escr�pulos, pero a quienes Ellenberger ha reconocido como los iniciadores de las terap�uticas y enfoques psicodin�micos. Hay pues una l�nea que va del magnetismo de Mesmer y el sue�o l�cido de Faria, al hipnotismo de Braid, Charcot y Bernheim, y que contin�a con las medicaciones psicol�gicas de Janet y el psicoan�lisis de Freud. Una l�nea que se inici� y concluy� en Viena. �sta es otra historia digna de contarse.

Franz-Anton Mesmer (1734-1815), hijo de un guardi�n del pr�ncipe-arzobispo de Constanza, estudi� inicialmente teolog�a. Entre 1759 y 1766 hizo en Viena sus estudios de medicina. Su tesis se titul� Dissertatio physico-medica de planetarum influxu. Contrajo matrimonio con Anna von Porsch, rica y oto�al viuda que aport� una suntuosa residencia, y quien ser�a famosa por sus recepciones mundanas (situaci�n semejante a la que tiempo despu�s vivi� Jean-Martin Charcot). Fue en casa de Mesmer donde el joven Mozart represent� por primera vez, en 1678, su �pera Basti�n y Bastiana. Se inspir� en las teorías del jesuita Maximilien Hell (!sic�), director del observatorio de Viena, en su intento de provocar en una de sus pacientes una "marea artificial" por medio de imanes. Pronto pas� de este "magnetismo mineral" a una teoría general que llam� "magnetismo animal". EI universo estaba lleno de un fluido sutil, intermediario entre el hombre y el cosmos, cuya mala repartici�n ser�a responsable de la enfermedad. La terapia deber�a estar dirigida a canalizarlo adecuadamente para llegar a la curaci�n, por medio de crisis. En 1777 debi� abandonar Viena a consecuencia de un oscuro esc�ndalo que tuvo como protagonista a una joven clavecinista ciega de 18 a�os. As�, Mesmer lleg� a París a principios de 1778, donde recibi� el apoyo del m�dico del conde de Artois (futuro Carlos X), hermano de Luis XVI. Abri� un consultorio en su palacio de la Place Vend�me, donde recib�a, en un ambiente musical y distinguido, a una clientela de menop�usicas elegantes a las que trataba con el fluido que, seg�n �l, se concentraba, como en las botellas, de Leyden, en unos baldes. En 1783 fund�, con el jurista Bergasse y el financiero Kornmann, la Sociedad. de la Armon�a, que revelaba a los accionistas "el secreto del magnetismo". As� pudo reunir 340 000 libras en un a�o. Tanto �xito gener� suspicacia. EI rey Luis XVI nombr� en 1784 dos comisiones que reunieron a miembros de la Sociedad Real de Medicina, de la Facultad de Medicina y de la Academia de Ciencias, para llevar a cabo una indagaci�n sobre tal fluido. Fue el primer ejemplo de una comisi�n de sabios de disciplinas diversas encargada por el poder p�blico de decidir sobre una cuesti�n de orden m�dico. Este hecho muestra la desusada cultura cient�fica (que asombr� a Benjamin Franklin) que pose�a este monarca, de quien la historia ha dejado una imagen bastante triste, y que fue v�ctima de ese sanguinario movimiento iniciado por el oro y la ambici�n de su primo, el duque de Orl�ans. Esta comisi�n estuvo formada por el propio Franklin, por Lavoisier, Jussieu, Bailly y Guillotin.9. [Nota 9]

Las conclusiones de esta comisi�n fueron completamente negativas: el fluido magn�tico no exist�a y los efectos observados eran "simple fruto de la acci�n de la imaginaci�n" (nada m�s pero tampoco nada menos). A principios de 1785 Mesmer abandon� Francia, viaj� por Suiza y Alemania y regres� a Austria, de donde fue expulsado en 1793 por ser pol�ticamente sospechoso. Su interesante biograf�a permite suponer que sufr�a de la enfermedad maniaco-depresiva. Sus bi�grafos no han podido precisar qu� tanto de su conducta era sincera y qu� tanto era fruto de una teatralidad charlatana y de un magn�fico sentido de la publicidad. Su capacidad terap�utica, basada en la sugesti�n y en lo que hoy se conoce como efecto placebo, lo coloca, a pesar del descr�dito que le otorg� su tiempo, en otro nivel que el de su, quasi hom�logo y coet�neo, el italiano Giuseppe Balsamo, conocido como el conde Alexandre de Cagliostro (1743-1795). Este aventurero, adepto al. ocultismo, fue tambi�n m�dico. Tuvo un gran �xito en la corte del mismo Luis XVI. Actu� dentro del movimiento mas�nico y estuvo involucrado en el "asunto del collar" de Mar�a Antonieta. Tambi�n fue exiliado.

El abate Jos� Custodio de Faria (1756-1819) tuvo igualmente una vida novelesca. Naci� en Candolim de Barde, cerca de Goa, capital de las Indias Portuguesas, seg�n �l de la casta de los brahamanes (cosa que creyeron sus contempor�neos). A los 15 a�os Ileg� a Lisboa, donde inici� sus estudios que concluy� en Roma. En 1780 fue ordenado sacerdote y recibi� el doctorado en teolog�a. Regres� a Portugal y posteriormente, en 1788, se instal� en Francia, donde particip� en el movimiento revolucionario. Fue descrito en ese tiempo como un hombre "alto, seco, negro y que hablaba muy mal franc�s". No obstante, en 1811 era profesor de filosof�a en Marsella. Fue seguidor de las ideas de Babeuf10 [Nota 10] y encarcelado por la polic�a imperial en el castillo de If. En 1813 abri� en París un gabinete de magnetizador, en. donde inici� un curso p�blico de "sue�o l�cido". Pronto adquiri� celebridad y form� una numerosa clientela de enfermos nerviosos (entre los que se cont� a Marie-Marguerite Potier, la institutriz de Charcot). Utilizaba para hipnotizarlos una t�cnica basada en la concentraci�n de la atenci�n y la mirada. Se opuso al mesmerismo y al concepto de fluido magn�tico. Su sue�o l�cido era una especie de sugesti�n terap�utica al cual le ve�a aplicaciones para la anestesia quir�rgica. Para �l s�lo algunos individuos eran susceptibles de adormecerse artificialmente, y los llam� epoptes naturales (del griego epopte = el que ve todo al descubierto). Pero su fama y fortuna s�lo duraron tres a�os. En 1816 fue v�ctima de una burla p�blica por parte de un actor esc�ptico. Por ese tiempo fue ridiculizado bajo el nombre de "el abate Soporito" en una obra teatral de Jules Vernet, titulada La magnetismoman�a. El abate Faria cerr� su gabinete, obtuvo el puesto de capell�n en un pensionado y se consagr� a la redacci�n de su tratado De la cause du sommeil lucide ou �tude de la nature de l'homme, cuya publicaci�n pas� desapercibida. M�s tarde, Bernheim, Gilles de la Tourette y Pierre Janet, sabr�an reconocerle su papel como predecesor del m�todo de la hipnosis por sugesti�n. Alexandre Dumas (el antiguo miembro del Club des Hachischins) lo hizo aparecer, por su estancia en el castillo de If, en su novela El conde de Montecristo.

En 1837 la Academia de Medicina cre� otra comisi�n para estudiar nuevamente el magnetismo animal. El relator de tal comisi�n fue Fr�d�ric Dubois d'Amiens (1799-1873), autor de una Historia filos�fica de la hipocondr�a y de la histeria. Su veredicto fue tan negativo como el que emiti� la comisi�n de Luis XVI. Se condenaba igualmente, sin derecho a apelaci�n, al sonambulismo y a la hipnosis.

El siguiente personaje de esta aventura de magnetizadores-hipnotistas —teatro dentro del teatro de nuestra historia—, es Victor-Jean-Marie Burq (1822-1884), inventor de la metaloterapia: el empleo de los metales por v�a interna o externa con fines curativos. Este curioso individuo pensaba que a cada temperamento humano correspond�a un metal espec�fico, y que era posible determinar la "sensibilidad met�lica individual" utilizando la metaloscop�a. Se aplicaba el metal sobre la piel y, si era el indicado, el paciente experimentaba sensaciones de calor, sudoraci�n y hormigueo. Su t�cnica se us� con gran �xito, seg�n se dijo entonces, en el hospital general de Par�s (el H�tel-Dieu) en 1849, durante la epidemia de c�lera. En 1871 public� su obra Metaloterapia: tratamiento de las enfermedades nerviosas, Par�lisis, histeria, hipocondria, migra�a, dispepsia, gastralgia, asma, reumatismos, neuralgias, espasmos, convulsiones, etc. En 1876 se dirigi� a Claude Bernard, ya presidente de la Sociedad de Biolog�a, para que decidiera "si no era v�ctima de una ilusi�n sobre hechos que �l cre�a haber observado bien durante un cuarto de siglo". Bernard design�, por supuesto, una comisi�n con tres de los miembros m�s importantes: Charcot, Luys y Dumont Pallier. Esta vez la comisi�n concluy� favorablemente y los tres ilustres m�dicos quedaron conquistados por Burq y su m�todo, dedic�ndose a investigar intensamente la metaloscop�a, la electricidad, los electroimanes, el hierro imantado, y sus aplicaciones en la histeria, el sonambulismo, la catalepsia, la letargia, la analgesia, etc�tera.

Si estas experiencias ahora nos parecen inocentes, cr�dulas o francamente est�pidas, debemos considerarlas dentro del ambiente m�dico y cultural de esa �poca. Charcot pronto pas� del magnetismo a la hipnosis, dejando por la paz la electricidad y los metales. De la hipnosis, Freud pasar�, a su vez, a la abreacci�n y la catarsis, y de all� al psicoan�lisis.

Charcot logr� pasar por el estrecho camino que separa a veces la curiosidad cient�fica del descr�dito y el rid�culo. No as� sus colegas que, como sus otros-Yo menos afortunados, aplicaron la metaloterapia con gran fe y poco criterio, en el H�pital de la Charit�, Luys, y en el de la Piti�, Dumont Pallier, de manera rid�cula o grotesca.

Victor-Alphonse-Am�d�e Dumont Pallier (1826-1899) fue alumno de Claude Bernard, y gracias al encargo de �ste para que estudiara los trabajos de Burq, cay� en brazos de la histeria. Observ� un hipnotismo unilateral, lo que lo llevo a postular la independencia funcional completa de cada hemisferio cerebral (idea realmente original que no suelen citar los modernos neuropsic�logos de la especializaci�n interhemisf�rica). En 1889 fund� un instituto psicofisiol�gico y en 1891 la Sociedad de Hipnolog�a, de Psicoterapia y de Psicolog�a. Sus experiencias con los metales fueron tomadas tan en serio, que en 1892 la Academia de Medicina lo admiti� en la secci�n de terap�utica. Sus alumnos, que lo consideraban un "vejestorio rampl�n", aseguraban que, "al igual que Charcot, hab�a sido la burla de las histeriquitas de su servicio". No obstante, el inocente doctor ten�a una gran presencia f�sica, pues sirvi� de modelo para la enorme estatua ecuestre de Carlomagno en la explanada de N�tre Dame de Par�s.

Jules-Bernard Luys (1828-1897) inici� una carrera que parec�a prometedora en el campo de la histolog�a y la histopatolog�a. En 1877 ingres� a la Academia de Medicina en la secci�n de anatomofisiolog�a. En 1881 fund�, con Benjamin Ball, la revista L'Enc�phale, que hasta nuestros d�as es una de las m�s importantes de Francia. Sus trabajos de anatom�a normal y patol�gica del sistema nervioso fueron innovadores. Descubri� los cuerpos que llevan su nombre, dos n�cleos de la base del enc�falo. Su pertenencia a la comisi�n nombrada por Bernard fue igualmente nefasta para �l, llegando a publicar trabajos sobre medicamentos que actuaban a distancia, sobre la posibilidad de observar efluvios que se desprend�an de los sujetos hipnotizados y sobre el almacenamiento de ciertas actividades cerebrales en una corona imantada. Organiz� en la Charit� sesiones p�blicas —caricatura de las de su colega Charcot— que la prensa anunciaba en la secci�n de espect�culos. Algunas de sus pacientes ensayaban sus representaciones desde ocho d�as antes, y Luys les permit�a arreglar sus habitaciones del hospital seg�n su capricho. Hasta sus cr�ticos m�s en�rgicos estuvieron de acuerdo en que la convicci�n del neur�logo era producto de su buena fe. Era un hombre afable y cordial, le gustaba la buena mesa, la m�sica, las recepciones. Afortunadamente ahora s�lo se le recuerda por su obra neuropatol�gica, pero sus contempor�neos, entre ellos nuevamente el imprescindible L�on Daudet, hicieron escarnio de su inocencia.

Otros m�dicos, que en la juventud cayeron hipnotizados, podr�amos decir, por el hipnotismo, el magnetismo, las hist�ricas y Charcot, pasaron a la historia por trabajos m�s serios, verbigracia, Charles Richet (1850-1935), que obtuvo el premio Nobel de medicina de 1913 por su descubrimiento del fen�meno de la anafilaxia. Sus alumnos, por su lado, pasar�an al maestro una cuenta post-mortem.

En el momento en que Charcot defend�a todav�a, a la vez imperativa y candorosamente, su descripci�n del gran ataque hist�rico como una realidad universal que pose�a la estricta sucesi�n de sus cuatro fases como un mecanismo de relojer�a, se dieron simult�neamente dos situaciones contrastantes: por un lado, la de los hipnotistas que empezaron a mostrarse en la escena del teatro (no menos grotescos que Luys y Dumont Pallier) y, por el otro, la progresiva influencia de la llamada "escuela de Nancy".

Tras un hecho criminal que se quiso hacer aparecer como "crimen por sugesti�n", Guy de Maupassant, que hab�a asistido al curso de la Salp�tri�re, escribi� en 1882:

Todos somos hist�ricos desde que Charcot, este creador de hist�ricas de c�mara, mantiene con grandes gastos en su establecimiento modelo de la Salp�tri�re un pueblo de mujeres nerviosas a las cuales inocula la locura, y a las que convierte en poco tiempo en demoniacas...

y en palabras de Axel Munthe:

Hipnotizadas en todos los rincones una docena de veces por d�a, por m�dicos y estudiantes, muchas de estas desdichadas j�venes pasaban sus d�as en un estado de semitrance, el cerebro extraviado por todo tipo de sugestiones absurdas, medio conscientes y ciertamente irresponsables de sus actos, tarde o temprano condenadas a terminar sus d�as en la sala de agitadas, incluso en el asilo de locos.

La escuela de Nancy, cuya sola menci�n consideraba Charcot un acto de lesa majestad, fue su enemiga y detractora. Su historia brinda la otra cara de la moneda. Ya hemos visto que gracias a la histeria charcotiana, Freud descubre la psicodinamia, olvida su deseo de ser neur�logo e inicia su propio camino en la hipnosis y la catarsis. En 1889 Freud regres� a Francia, pero esta vez a Nancy, donde pas� varias semanas con el fin de perfeccionar su t�cnica hipn�tica.

La escuela de Nancy tiene su origen en la obra de Ambroise Auguste Li�beault 1823-1904), quien public�, en 1866, Del sue�o y de los estados an�logos considerado sobre todo desde el punto de vista de la acci�n de lo moral sobre lo f�sico que, en lugar de inter�s, suscit�, por parte de los m�dicos, sarcasmo y desprecio, llegando a consider�rsele un charlat�n. Su m�todo combinaba las t�cnicas del ingl�s Braid con las del abate Faria. Para Li�beault, el factor hipnotizante no estaba ligado a una causa f�sica sino psicol�gica. Explicaba su �xito terap�utico por el fen�meno de la sugesti�n que, independientemente de toda debilidad del sistema nervioso y de toda histeria, pod�a movilizar la atenci�n del paciente sobre alguna parte de su cuerpo. Su fama de hipnotista le atrajo alumnos de todo el mundo, y no de las menores figuras de su tiempo.

En 1882, el mismo a�o en que Charcot present� su comunicaci�n sobre hipnotismo en la Academia de Ciencias, Bernheim, m�dico de Nancy, intrigado por la fama de la cl�nica de Li�beault, se present� a juzgar los resultados. El esc�ptico se convirti� al hipnotismo dentro de la v�a que postulaba �ste. Hyppolyte Bernheim (1840-1919) estudi� medicina en Estrasburgo. Tras la derrota francesa de 1870, abandon� Alsacia y opt� por Francia. En 1879 se le nombr� catedr�tico de cl�nica m�dica. Su inter�s estaba entonces dirigido a la medicina interna, pero al conocer a Li�beault sufri� una verdadera conversi�n (curiosa palabra que significa a la vez la s�bita modificaci�n eid�tica y t�mica de un m�stico, v.gr., la conversi�n de san Pablo o la de Loyola, verdaderas transformaciones existenciales, y la aparici�n de una sintomatolog�a corporal en la histeria); el m�todo de la sugesti�n hipn�tica de Li�beault logr� curarle, incluso, una ci�tica rebelde. En 1884 apareci� en forma de libro una recolecci�n de los art�culos que desde 1882 hab�a publicado en la Revue M�dicale de l'Est. Rechaz� las teor�as flu�dicas y magn�ticas; consider� que el estado de hipnosis no era para nada propio de la histeria, oponi�ndose a Charcot, que defend�a la existencia de una liga espec�fica y estructural entre ambas. La modificaci�n del estado de conciencia pod�a obtenerse en cualquier individuo —dec�a Bernheim— por la sugesti�n en estado vigil, lo que implicaba abandonar la hipnosis. A este m�todo dio el nombre de "psicoterapia", t�rmino que habr�a de conocer un auge enorme, y cuyo concepto es, sin duda, uno de los principales del siglo XX. Las pr�cticas de hipnotismo y sugesti�n de estos dos personajes se dieron dentro del ejercicio de la medicina general, pues ninguno de ellos era neur�logo ni alienista.

Veinte a�os durar�a la querella entre Charcot y sus alumnos, contra los miembros, bastante m�s ecu�nimes, de esta "escuela de provincia", como aqu�llos la calificaron despectivamente. Pero Charcot, sin quererlo tal vez o por lo menos sin confesarlo, habr�a de aproximarse al final de su vida a los puntos de vista de la escuela de Nancy. En su obra De la suggestion, de 1911, Bernheim coloca a la hipnosis entre otras psicoterapias: la sugesti�n verbal en estado de vigilia o de sue�o, la persuasi�n racional y emotiva, la sugesti�n encarnada en pr�cticas materiales, etc. Freud tradujo al alem�n dos de sus obras: De la sugesti�n y de sus aplicaciones a la terap�utica, en 1889,e Hipnotismo, sugesti�n, psicoterapia, en 1892.

Poco antes de morir, casi en el momento en el que Rixens lo retrata entre las nobles cabezas de Sadi Carnot y Pasteur, Charcot tuvo la lucidez y el valor de aceptar una revisi�n a fondo de su teor�a sobre la histeria. Sin confesarlo, termin� por adherirse a la dimensi�n psicol�gica que ya hab�a planteado Bernheim. El fracaso del m�todo anatomo-cl�nico, que fund� la neurolog�a, abri� la v�a al enfoque psicodin�mico de los trastornos mentales. La histeria abandon� as� el terreno de la neurolog�a para entrar en el de la patolog�a mental. Esto condujo a la reformulaci�n del concepto de neurosis, por un lado, y al planteamiento de la etiolog�a ps�quica de los trastornos mentales por el otro.

HISTERIA MASCULINA

Al mismo tiempo que ampli� la sintomatolog�a de la histeria y precis� sus causas y mecanismos, Charcot la sac� no s�lo de la patolog�a del sistema nervioso, sino que rompi� la ancestral y bien acreditada conexi�n de la histeria con el �tero —tanto el som�tico como el metaf�rico—. Una de sus mayores aportaciones fue, sin duda, el establecimiento de la histeria masculina como una categor�a nosogr�fica de pleno derecho. En el tomo III de sus Obras completas, dedicado a las lecciones sobre las enfermedades del sistema nervioso, recogidas por Babinski, F�r�, Marie y Gilles de la Tourette, entre otros alumnos, su planteamiento de la histeria masculina ocupa un buen sitio. No s�lo exist�a (lo que ya hab�an descrito, como hemos visto, algunos de sus predecesores) sino que era bastante com�n, muy semejante a la observada en las mujeres y, del mismo modo, una enfermedad "din�mica", "psicol�gica". No obstante, la idea de la existencia de una histeria masculina no fue tan f�cilmente aceptada por el gran p�blico, que hasta nuestros d�as sigue utilizando el vocablo preferentemente en femenino. Es deseable que esta igualdad no tarde tanto tiempo en reconocerse, como el que tard� en construirse el concepto de la naturaleza femenina de la histeria (4 000 a�os).

[FNT 7]

Figura 7. Portada del tomo III de las Obras completas de Charcot (1890), donde public� sus observaciones acerca de la histeria masculina. El grabado representa la entrada a la Salp�tri�re. El sello de la Facultad de Medicina de Par�s lleva la efigie de Hip�crates y su nombre en griego.

"Es necesario que se sepa: la histeria es una enfermedad ps�quica de manera absoluta" lleg� a exclamar el fundador de la neurolog�a. Apenas puede uno imaginar el costo que para su narcisismo debi� tener el abandono de su dogma y el reconocimiento de que era una "patolog�a de cultivo" la que hab�an representado, sobre la escena de su anfiteatro, sus bellas y j�venes pacientes. La "psicologizaci�n" del fen�meno hist�rico fue la herencia que dej� a Janet y a Freud, "los hermanos enemigos".

A la muerte de Charcot, en 1893, se dio un fen�meno curioso. Una buena parte de sus alumnos no esper� a que el gallo cantara tres veces para negarlo. Como suele ocurrir con los profesores muy impositivos y tir�nicos, su desaparici�n parece actuar como liberadora de una disidencia que durante su vida muy pocos se atrevieron a manifestar. Se descubren entonces, y se pregonan, los errores del maestro que antes no se ve�an o no se atrev�an a mencionar. Como por arte de magia, sus otrora ep�gonos percibieron de golpe que la sugesti�n y aun la simulaci�n eran las responsables de las escenas que anteriormente hab�an observado embelesados, acr�ticos. Todos renegaron de su fe ciega en la metaloterapia y en el hipnotismo, olvidando sus trabajos anteriores. F�cilmente olvidaron que la influencia de Charcot en cada uno de ellos, ten�a que ver m�s con el campo m�dico y el neurol�gico, que con el episodio de la hipnosis y la histeria (y esto es v�lido incluso para los alumnos psiquiatras). Se cre� una verdadera conjura del silencio y se clausuraron en Francia los trabajos sobre esos dos temas. Esto se prolong� por 50 a�os. S�lo, el fiel Gilles de la Tourette sigui� defendiendo el "dogma de la Salp�tri�re", olvidando que su maestro hab�a decidido hundirlo al aproximarse al umbral de la Nada. Pierre Janet ser�a el �nico disc�pulo franc�s cuya contribuci�n enriquecer�a el tema de la histeria.

A pesar de todos sus errores ("errores son del tiempo y no de Espa�a"), la concepci�n charcotiana de la histeria dio a luz al psicoan�lisis. He aqu� el homenaje elocuente de Sigmund Freud:

En otro punto de sus trabajos, Charcot sobrepas� tambi�n el nivel de sus dem�s estudios sobre la histeria y franque� un paso que le asegura para la eternidad la gloria de haber sido el primero en explicar la histeria [...] Por una serie de deducciones irrefutables pudo demostrar que estas par�lisis (post-traum�ticas) son el resultado de representaciones que, en momentos que corresponden a disposiciones particulares, dominan el cerebro del enfermo. As� se explic� por vez primera el fen�meno de un mecanismo hist�rico, y esta investigaci�n cl�nica de una incomparable belleza ha sido proseguida por su propio alumno, Pierre Janet, y por Breuer entre otros, para desarrollar una teor�a de la neurosis.

En ese mismo a�o de 1893 apareci� en la revista Neurologisches Zentralblatt, el art�culo de Breuer y Freud, titulado: "Sobre el mecanismo ps�quico de los fen�menos hist�ricos" que constituye la primera manifestaci�n de la doctrina psicoanal�tica. All� confiesan que dieron un paso m�s all� en el descubrimiento del mecanismo psicol�gico de los fen�menos hist�ricos, en el camino explorado de manera tan fructuosa por Charcot. En ese art�culo probaban la analog�a patog�nica de la histeria ordinaria y de la neurosis traum�tica:

Si tales traumas son pat�genos, es porque el enfermo no ha podido abreaccionarlos y, aunque haya perdido su recuerdo, contin�a bajo su influencia. Si se llega a encontrar dicho trauma se puede curar al hist�rico por psicoterapia, desbloqueando la representaci�n bloqueada a trav�s de una descarga por la palabra.

Durante el largo "purgatorio" de Jean-Martin Charcot, sus sucesores en la c�tedra de neurolog�a hac�an hincapi�, como es natural, solamente en sus trabajos neurol�gicos, tendiendo un velo pudoroso sobre la �ltima etapa de su vida. Durante medio siglo, los m�dicos evitaron hablar del hipnotismo, que lleg� a ser sin�nimo de charlataner�a. Es curioso observar que en el filme de Robert Wiene, El gabinete del doctor Caligari, de 1919, el siniestro anciano que recorre las ferias con su son�mbulo C�sar, y el director del manicomio al que conducen al h�roe de la historia, poseen los rasgos de Charcot. Esta pel�cula es testimonio del temor que habitaba el imaginario colectivo todav�a por esas fechas, en relaci�n con los temas de la hipnosis y el crimen por sugesti�n. Originalmente, la historia conclu�a cuando el h�roe descubre que el director del asilo era el hipnotista de la feria y logra convencer a los otros m�dicos, quienes encierran con lujo de violencia y camisa de fuerza a su antiguo jefe. El cineasta debi� darle un final menos subversivo, convirtiendo la escena en una fantas�a delirante del protagonista. La existencia de un psiquiatra-criminal s�lo pod�a ser fruto del delirio de un loco.11 [Nota 11]

En 1928 Louis Aragon y Andr� Breton publicaron un manifiesto surrealista titulado "El cincuentenario de la histeria (1878-1928)", al que los historiadores de la psiquiatr�a no han dado el inter�s que merece:

Nosotros, los surrealistas, queremos celebrar aqu� el cincuentenario de la histeria, el mayor descubrimiento po�tico de fines del siglo XIX, en el momento mismo en que el desmembramiento del concepto de la histeria parece un hecho consumado. Nosotros, para quienes nada es tan digno de amarse como esas j�venes hist�ricas cuyo tipo perfecto nos lo proporciona la observaci�n relativa a la deliciosa X. L. (Augustine) —que ingres� a la Salp�tri�re en el servicio del doctor Charcot el 21 de octubre de 1875, a la edad de 15 a�os y medio—, cu�n afectados nos sentir�amos por la laboriosa refutaci�n de trastornos org�nicos cuyo proceso no ser� nunca s�lo en opini�n de los m�dicos el de la histeria. �Cu�nta piedad! El se�or Babinski, el hombre m�s inteligente que se ocup� jam�s de esta cuesti�n, osaba publicar en 1913: "Cuando una emoci�n es sincera, profunda, sacude el alma humana, ya no hay lugar para la histeria". Y he aqu� tambi�n algo de lo mejor que se nos ha ense�ado. Freud, quien tanto le debe a Charcot, �se acuerda de la �poca en que, seg�n testimonios de los sobrevivientes, los internistas de la Salp�tri�re confund�an su deber profesional y su gusto por el amor, y en que, al caer la noche, las enfermas los alcanzaban afuera o los recib�an en su lecho? En seguida enumeraban pacientemente, para efectos de la causa m�dica que no se defiende, las actitudes pasionales supuestamente patol�gicas que les resultaban, y nos resultaban a�n, humanamente tan preciadas. Despu�s de cincuenta a�os, �ha muerto la escuela de Nancy? Si a�n vive, �el doctor Luys ha olvidado? Pero �d�nde est�n las observaciones de N�ri sobre el temblor de tierra de Messina? �D�nde los zuavos torpedeados por el Raymond Roussel12 [Nota 12] de la ciencia, Clovis Vincent?13 [Nota 13]
A las diversas definiciones de la histeria que se han dado hasta ahora, de la histeria como algo divino en la Antig�edad, infernal en la Edad Media �de los pose�dos de Loudun a los flagelantes de N. S. del Llanto (�viva madame Chantelouve!)�, definiciones m�sticas, er�ticas o simplemente l�ricas, definiciones sociales, definiciones sabias, es demasiado f�cil oponer esta "enfermedad compleja y proteiforme llamada histeria que escapa a cualquier definici�n". (Bernheim). Los espectadores de la bell�sima pel�cula La brujer�a a trav�s de los siglos se acordar�n ciertamente de haber encontrado sobre la pantalla o en la sala ense�anzas m�s vivas que las de los libros de Hip�crates, de Plat�n, donde el �tero salta como un cabrito, o de Galeno que inmoviliza la cabra de Fernel, la vuelve a poner en marcha en el siglo XVI y la siente remontar bajo su mano hasta el est�mago; ellos vieron crecer, crecer los cuernos de la Bestia hasta convertirse en los del diablo. A su vez el diablo hace falta. Las hip�tesis positivistas se reparten su sucesi�n. La crisis de histeria toma forma a expensas de la propia histeria, con su espl�ndida aura, sus cuatro periodos de los cuales el tercero retiene nuestra atenci�n como los cuadros vivos m�s expresivos y m�s puros, su resoluci�n tan simple en la vida normal. La histeria cl�sica en 1906 pierde sus rasgos: "La histeria es un estado patol�gico que, en algunos sujetos, se manifiesta a trav�s de perturbaciones que se pueden reproducir mediante sugesti�n con una exactitud perfecta, y que solamente pueden desaparecer bajo la influencia de la persuasi�n (contrasugesti�n)". (Babinski.)
A las diversas definiciones de la histeria que se han dado hasta ahora, de la histeria como algo divino en la Antig�edad, infernal en la Edad Media —de los pose�dos de Loudun a los flagelantes de N. S. del Llanto (�viva madame Chantelouve!)—, definiciones m�sticas, er�ticas o simplemente l�ricas, definiciones sociales, definiciones sabias, es demasiado f�cil oponer esta "enfermedad compleja y proteiforme llamada histeria que escapa a cualquier definici�n". (Bernheim). Los espectadores de la bell�sima pel�cula La brujer�a a trav�s de los siglos se acordar�n ciertamente de haber encontrado sobre la pantalla o en la sala ense�anzas m�s vivas que las de los libros de Hip�crates, de Plat�n, donde el �tero salta como un cabrito, o de Galeno que inmoviliza la cabra de Fernel, la vuelve a poner en marcha en el siglo XVI y la siente remontar bajo su mano hasta el est�mago; ellos vieron crecer, crecer los cuernos de la Bestia hasta convertirse en los del diablo. A su vez el diablo hace falta. Las hip�tesis positivistas se reparten su sucesi�n. La crisis de histeria toma forma a expensas de la propia histeria, con su espl�ndida aura, sus cuatro periodos de los cuales el tercero retiene nuestra atenci�n como los cuadros vivos m�s expresivos y m�s puros, su resoluci�n tan simple en la vida normal. La histeria cl�sica en 1906 pierde sus rasgos: "La histeria es un estado patol�gico que, en algunos sujetos, se manifiesta a trav�s de perturbaciones que se pueden reproducir mediante sugesti�n con una exactitud perfecta, y que solamente pueden desaparecer bajo la influencia de la persuasi�n (contrasugesti�n)". (Babinski.) En esta definici�n no vemos m�s que un momento del devenir de la histeria. El movimiento dial�ctico que la hizo nacer sigue su curso. Diez a�os m�s tarde, bajo el disfraz lamentable del pitiatismo, la histeria tiende a recuperar sus derechos. El m�dico se asombra. Quiere negar lo que no le pertenece. En 1928 proponemos, as�, una nueva definici�n de la histeria:
La histeria es un estado mental m�s o menos irreductible que se caracteriza por la subversi�n de las relaciones que se establecen entre el sujeto y el mundo moral del que aqu�l cree depender pr�cticamente, fuera de cualquier sistema delirante. Este estado mental se basa en la necesidad de una seducci�n rec�proca, que explica los milagros apresuradamente aceptados de la sugesti�n (o de la contrasugesti�n) m�dica. La histeria no es un fen�meno patol�gico y en todos los sentidos puede considerarse como un medio supremo de expresi�n.

Cuando las tropas del Tercer Reich ocuparon Par�s en 1940, dinamitaron la estatua de Charcot que se encontraba, junto con la de Pinel, a la entrada de la Salp�tri�re. Nunca volvi� a erigirse.

Fue necesario esperar hasta 1970 para que Henri F. Ellenberger, redescubriera y redefiniera con todo el rigor de la historiograf�a moderna, el papel que Charcot desempe�� en la aparici�n de la psiquiatr�a din�mica, revalor�ndolo junto con otros predecesores, como Mesmer, a quienes la fama hab�a sido tan adversa, en su monumental The Discovery of the Unconscious. The History and Evolution of Dynamic Psychiatry.

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