As� estaban las cosas cuando se decidi� fundar Aguascalientes como una avanzada m�s para expulsar y dominar a los chichimecas. La prueba de su fundaci�n la tenemos en la c�dula real firmada en nombre del rey don Felipe II por el presidente de la Audiencia de la Nueva Galicia, licenciado don Ger�nimo de Orozco, fechada en Guadalajara el 22 de octubre de 1575. Merced a este escrito nos llegaron los nombres de los fundadores: Juan de Montoro, Jer�nimo de la Cueva, Alonso de Alarc�n y muchas otras personas solicitaron permiso ".... para poblar una villa en el Sitio y paso que dicen de Aguascalientes..."
Como era costumbre en este tipo de fundaciones, se procedi� primero al trazo de la villa, que se efectu� ante la presencia de 12 vecinos. Despu�s se repartieron solares para casas y suertes de huertas, estancias y caballer�as de tierra, dejando parcelas libres para futuros repartimientos. Para dar por terminada la ceremonia, los nuevos vecinos eligieron a las autoridades de la nueva poblaci�n: dos alcaldes, cuatro regidores y un s�ndico procurador, quedando constituido el Consejo o Cabildo que a partir de ese momento tuvo la responsabilidad de los asuntos de la villa. A la nueva fundaci�n le dieron por nombre el de Villa de la Ascensi�n de las Aguascalientes.
Sobre los primeros a�os de vida de la villa nos llegaron apenas unas cuantas noticias. Sabemos que fueron dif�ciles, porque los ataques de los chichimecas continuaron. El corregidor de Teocaltiche, en un informe de 1587, se�al� que Aguascalientes contaba tan s�lo con dos vecinos, y el caudillo y 16 soldados que viv�an en el fuerte que se construy� pocos a�os antes de fundada la villa. En diciembre de 1593 Aguascalientes sufri� un ataque chichimeca que la dej� devastada, lo que oblig� a la Audiencia de Guadalajara a aceptar que vecinos de otras congregaciones acudieran a asentarse. Poco a poco vemos aparecer signos de que la situaci�n mejoraba; sin duda mucho tuvo que ver el que se firmara la paz con los principales grupos de guerreros chichimecas. Se empez� nuevamente a repartir mercedes de tierras en torno a la villa: Diego Peguero recibi� merced en 1594 en el sitio del Ojocaliente, al a�o siguiente el beneficiado fue Juan de Montoro; en 1597 Juan P�rez de Fr�as recibi� un sitio de ganado mayor y una caballer�a de tierra en lindes con la villa; este mismo a�o Diego Hern�ndez Hurtado recibi� un sitio de ganado mayor y dos caballer�as en el lugar que despu�s ser�a conocido como Chichimeco. De la Ca�ada Honda se dieron t�tulos a Pablo de Navarrete en septiembre de 1597. A Francisco Venegas se le mercedaron en mayo de 1602 algunas tierras en esta misma ca�ada. Antonio Manuel Altamirano obtuvo un sitio en el Pabell�n. En 1605 Juan Ram�rez de la Campa�a recibi� un sitio de ganado mayor y cuatro caballer�as en "la ca�ada principal del Comal que entra al Soyatal hacia abajo de los charcos de agua".
Estas mercedes no fueron suficientes para consolidar la villa. En 1605, cuando pas� en visita Mat�as de la Mota y Escobar, apunt� sobre Aguascalientes que era "la m�s pobre y humilde poblaci�n de todo este reino", y en su opini�n los augurios no eran buenos: despu�s de 30 a�os de fundada, sus casas segu�an siendo de adobe y sin ning�n orden, su iglesia parroquial era insignificante y su poblaci�n, compuesta de 12 vecinos, no pod�a juntar m�s fondos para mejorarla. No hab�a ni comercios ni mercaderes ni siembras, y sus pobladores viv�an del trabajo en las estancias ganaderas.
Esto no quiere decir que todo fuera mal. Si la villa no mejoraba, sus campos lo hac�an satisfactoriamente. Estos campos, v�rgenes, no esperaban sino que la mano del hombre interviniera para comenzar a dar frutos. Ciertamente no todas sus tierras eran ricas para la agricultura, pero las hab�a suficientemente buenas para que, con un poco de riego, crecieran todos los frutales, las hortalizas y los granos que la congregaci�n necesitaba. Si no se explotaban era porque no hab�a brazos suficientes. En cambio, la cr�a de ganado se extendi� tanto, que en 1609 el visitador De la Fuente tuvo que imponer multas a los criadores que por no cuidar a sus animales destru�an las pocas sementeras que en el lugar se cultivaban. Esta proliferaci�n de los ganados se explica por la riqueza de los pastos del Nuevo Mundo, en donde no exist�a ni el ganado mayor ni el menor hasta la llegada de los espa�oles. Notas curiosas de los primeros a�os de dominio colonial narran con cu�nta facilidad se multiplicaba un hato de ganado. Tambi�n hay que considerar que mientras que un solo hombre apenas pod�a cultivar unas cuantas fanegas de sembradura, ese solo hombre bastaba para pastorear un considerable n�mero de cabezas de ganado.