Todos estaban interesados en la colonizaci�n, debido a la consciente necesidad de aumentar la producci�n en el campo. Las inquietudes no ten�an �nicamente car�cter oficial, tambi�n despertaron el inter�s de algunos propietarios de fincas r�sticas que por su cuenta y riesgo el 13 de diciembre de 1881 firmaron contrato con un enganchador para que enviara colonos procedentes de Oaxaca, con las facilidades de vivienda y excepciones fiscales. En junio de 1882 se public� que Leandro Regil y compa��a hab�an contratado en Islas Canarias a 400 familias que se establecer�an en el estado, arribando en el inmediato mes de octubre. En mayo del citado a�o, Rafael Portas Mart�nez hab�a ofrecido al gobierno federal ceder de 12 a 16 leguas de su hacienda San Antonio Pom para los prop�sitos referidos. Siguieron public�ndose iniciativas, permisos y premios, pero los ya famosos canarios no llegaban. El 27 de febrero de 1883 Portas Mart�nez comunic� al Ministerio de Fomento el ingreso de 14 personas a la Colonia Portas de Pachaich�.
Pero esas tareas de colonizaci�n fueron insuficientes, adem�s de que faltaba una pol�tica paralela en favor de los peones avecindados, que al no existir sigui� provocando malestares sociales, como a fines de marzo de 1885, cuando se sublevaron los sirvientes de la finca Pachaich� y mataron al administrador Jos� Mar�a Regil Pascual. Apenas las autoridades conocieron el suceso, pusieron a la Guardia Nacional del Partido de Champot�n a disposici�n de las autoridades judiciales para la aprehensi�n de los sublevados. En los a�os anteriores ya se hab�an presentado situaciones similares, como la insubordinaci�n de los sirvientes en la finca Xibulch� y en la hacienda Multunchac, y otras que se sucedieron posteriormente. No fue por nada que Genaro Raigosa haya dicho que los bajos salarios, aunados a la servidumbre por deudas, ten�an al pe�n en una situaci�n peor que la del esclavo, pues los sistemas de trabajo en las haciendas, lo mismo el peonaje que la aparcer�a, segu�an ajustados a moldes coloniales. En el sistema de peonaje, el m�s extendido e inhumano, continuaban los salarios de hambre, los castigos corporales y las tiendas de raya.
Pero los buenos prop�sitos y el reconocimiento de las injusticias no cambiaron la situaci�n. Por su parte, la inmigraci�n no logr� los �ndices esperados y, en 1893, el gobernador Leocadio Preve apenas pudo informar que hab�an llegado a la entidad un poco m�s de 800 colonos; a mediados de la d�cada de 1890 comenz� a correr la idea de que era preferible la autocolonizaci�n. La discusi�n ocup� tiempo y espacio en los peri�dicos, como por ejemplo el art�culo de Luis Siliceo: "Cu�n humano y patri�tico ser�a primero colonizar a los millares de ind�genas que viven sin pan y sin hogar, en vez de contratar por decenas a individuos de otras naciones que tan caro cuestan al tesoro".
Se ten�a conciencia del problema, pero no hab�a verdadera voluntad de soluci�n por parte de los hacendados. Las iniciativas oficiales llamaron la atenci�n sobre el poco avance agr�cola conseguido bajo esas condiciones. El propietario de todas maneras ve�a crecer su fortuna, de modo que no le importaban las condiciones econ�micas y sociales de los peones. Una muestra m�s de esta indiferencia se dio en 1899, cuando el gobernador Carlos Guti�rrez requiri� a varios personajes para formar una junta consultiva de agricultores que habr�a de evaluar las dificultades. Guti�rrez deseaba mayor producci�n y no hizo a un lado el problema real, es decir, la falta de los m�s elementales principios de justicia entre due�os y sirvientes, con jornales equitativos y deberes y obligaciones rec�procas; pero las condiciones tradicionales de explotaci�n y discriminaci�n fundaban la riqueza de los hacendados y no era posible eliminarlas con juntas o consejos en los que s�lo tomaban la palabra los beneficiados. As�, en 1902 se insisti� en la contrataci�n de inmigrantes martinicos y japoneses.