Opulencia de la selva

Opulencia de la selva


Los bosques parec�an de una riqueza interminable. Fue tanta la importancia del zapote, que entre 1939 y 1943 la producci�n chiclera represent� 60% del presupuesto estatal. Las veredas para la explotaci�n bordeaban un paisaje que a muchos les recuerda La Vor�gine de Jos� Eustacio Rivera. Ram�n Beteta fue cronista de estas regiones. La naturaleza parec�a enferma o atormentada, escribi�, seguramente sorprendido, al observar que las ra�ces sal�an desesperadas en busca de sustento, se arrastraban sobre las piedras calizas, est�riles, y se ocultaban entre las grietas en su af�n por mantener la vida de los �rboles. Beteta recorri� la zona en 1929 maravillado del ambiente de sapos y mariposas, enredaderas y juncos, �rboles y palmeras, as� como reptiles prontos para atacar sin aviso y que le recordaron el dicho de un chiclero: "La nauyaca es un animal triste y arrastrado al que se ofende no quit�ndolo de sufrir". Escuch� referir que una vez prepar�base un chiclero para ascender a un zapote, cuando vio en el �rbol un hoyo que le pareci� extra�o. Rasc� con el dedo e inmediatamente sinti� la herida en la mano. Iba a escarbar con su machete para averiguar lo que era cuando vio salir del hueco una nauyaca. Entonces, ante el peligro inminente, record� que el mejor remedio contra la mordida de la serpiente, seg�n las creencias de esos rumbos, era comerse un pedazo del animal, as� que, agarr�ndola con ambas manos, le clav� los dientes, mientras la nauyaca se revolv�a furiosamente para morderlo a su vez. Al atardecer del d�a siguiente encontraron los otros chicleros del hato un cuadro espantoso: junto a un �rbol de zapote yac�a el chiclero muerto y enroscada en uno de sus brazos, con los colmillos a�n clavados en �l, se ve�a una gruesa serpiente, muerta tambi�n.

La riqueza de la goma del zapote tuvo su precio. Si las monedas de oro circularon como en d�as de fiesta, cuando el jornalero despu�s de ocho meses llegaba a una poblaci�n importante, tambi�n pag� con el rostro mutilado por la temible mosca chiclera, o arropado para mitigar el escalofr�o del paludismo. El chiclero, indio, mestizo o blanco, fue un personaje audaz, enemigo del �rbol y de la selva, de los que, sin embargo, sobreviv�a.

La sociedad los admiraba y los tem�a; los comerciantes los explotaban en el ruido del fandango y la embriaguez; la selva los atacaba: ya fuera la mosca, ya el fant�stico grillo blanco —que produc�a abscesos monstruosos y podredumbre de partes del cuerpo—, o ya el colmoyote —cuyas larvas les devoraban el nervio �ptico dej�ndolos ciegos—. Fueron los agentes de una riqueza que desapareci� en los a�os siguientes.

Se recuerda en las charlas tradicionales que en los meses de enero a junio, periodo conocido como �poca de secas, en ciudad de El Carmen se recib�a a la chiclerada. Enrique Alba Calder�n, popular isle�o, literato y periodista, escribi� una estampa:

Con buen dinero, circulaban por las calles de la ciudad activando el comercio. Cuando se les terminaba conclu�a el jolgorio y se incorporaban al trabajo en algunas fincas cocoteras. En la temporada de lluvias, a partir de junio, volv�an ser "enganchados" y, algunos de ellos, acompa�ados de sus familias, se internaban en la selva. Poco despu�s de 1942, la etapa del chicle termin� para el Carmen; declin� la explotaci�n de maderas, la producci�n de copra, la fabricaci�n y reparaci�n de embarcaciones, y la pobreza prepar� el terreno para un nuevo gremio, el de los cooperativistas pesqueros, con su contraparte: los armadores.


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