Francisco Cort�s en Colima


A trav�s de territorio michoacano y despu�s de hacer visita de inspecci�n a las minas de Tamazula, que se hab�a reservado para s� el capit�n general, por la vieja ruta de Tuxpan que bordea el Volc�n de Fuego, Francisco Cort�s arrib� a la Villa de Colima.

El gran Colima fue una realidad territorial, al menos desde 1524, cuando Francisco Cort�s fue nombrado para este oficio hasta los a�os treinta de ese siglo, cuando Nu�o de Guzm�n afect� los intereses cortesianos en Jalisco y Nayarit.

El dise�o del gran Colima lo fue elaborando Hern�n Cort�s a partir de aquella primera entrada imprevista e inoportuna realizada por una hueste amotinada. Desde aquel momento y durante a�os, Zacatula y Colima quedaron apareadas. En realidad a Cort�s le resultaba de primera importancia dejar bien establecidas estas dos villas de espa�oles abiertas a la mar. Ya vimos, las dificultades que desde un principio afectaron el puerto zacatulano; quiz� por ellos el inter�s cortesiano en afianzar la villa de frontera que era Colima. De ah� tambi�n que se considere la precaria situaci�n institucional del finisterre novohispano: por un lado, Francisco Cort�s no dispuso de libertad absoluta para incorporar en sus filas a quien quisiera; una serie de restricciones le fueron impuestas. Sin licencia expresa del capit�n general nadie pudo ser alistado. En segundo lugar, el panorama del reino tarasco se ve�a amenazado por tensiones y la expedici�n prevista por la Instrucci�n cortesiana hacia el norte, como toda exploraci�n y nueva conquista, era un arma de doble filo al no saberse con certeza los eventuales enemigos y escollos a sortear. El car�cter militar con el que ven�a investido Francisco Cort�s, sin duda favoreci� en forma inmediata su gesti�n. Los hombres que le acompa�aban, algunos de ellos vecinos de Colima pero que estaban en la ciudad de M�xico, sab�an que m�s all� de determinados objetivos por cumplir en esta villa, la m�s importante tarea ser�a explorar hacia el norte y, entre otros fines, descubrir el secreto de las Amazonas del que hab�an hablado en M�xico Gonzalo de Sandoval y sus acompa�antes. El atractivo de aquella misi�n pod�a sonsacar a los espa�oles apenas avecindados en Colima. Esto deb�a impedirse. El mejor medio para evitar el abandono de aquella poblaci�n marginal ser�a fijar a sus pobladores con la garant�a de sus encomiendas, por lo cual Hern�n Cort�s dispuso en la mencionada instrucci�n que tan pronto su lugarteniente prestase juramento ante el cabildo, har�a p�blico el repartimiento de los naturales de esas provincias.

Desde diciembre de 1523, como ya se dijo, hab�an sido expedidas algunas c�dulas encomendando pueblos a vecinos de Colima, que probablemente confirmaban un repartimiento previo realizado por Gonzalo de Sandoval al concluir su campa�a en este territorio. Sobre el particular conviene indicar que los capitanes ten�an esta capacidad de decisi�n: ellos eran quienes conoc�an los m�ritos y servicios de sus soldados, las p�rdidas que hab�an sufrido en combate con los naturales y los recursos que pod�an proporcionar los pueblos conquistados. Pero dichos repartos, como el llevado a efecto por Sandoval y el que habr�a de hacer Francisco Cort�s, necesitaban la ratificaci�n mediante la correspondiente c�dula del capit�n general, fuente originaria de todo derecho en la Nueva Espa�a en nombre del rey. Es bien sabido que no todos los conquistadores quedaron satisfechos con tales repartos; a veces cuando llegaba la c�dula, los datos resultaban imprecisos o equivocados, por lo que algunos vecinos apelaban al sentirse agraviados. Un caso frecuente de alegatos era porque, a juicio de los encomenderos, la calidad de los pueblos no era proporcional a los servicios prestados durante la conquista.

Llama la atenci�n la insistencia del capit�n general sobre el cuidado que deb�an tener los encomenderos con los indios de la regi�n; una y otra vez les insta a no cometer maltratos ni vejaciones en contra de ellos, sobre todo a no pedirles oro. En otra ocasi�n Hern�n Cort�s, insistiendo sobre este punto, alude a una de las primeras actividades m�s productivas a las que se dedicaron aquellos vecinos: la cr�a de puercos. Algunos vecinos, incluso, sacaban a vender lotes de cerdos al mercado de la ciudad de M�xico.


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