Una villa sin rostro ni figura


La fiesta de la Pascua de Resurrecci�n de 1525 se celebr� el 16 de abril. Quiz� algunas semanas despu�s hizo su entrada en la Villa de Colima aquella tropa maltrecha que hab�a ido tiempo atr�s en busca de nuevas tierras. Llegaba cansada, llena de insatisfacciones. De repente la villa vio acrecentada su poblaci�n hasta sumar alrededor de 200 vecinos, n�mero muy elevado si se compara con las restantes poblaciones espa�olas de la Nueva Espa�a. Es posible que con ello la convivencia se hiciera agria. Los expedicionarios al llegar hallaron la zozobra que agobiaba a los vecinos. Los rumores por el fallecimiento de Hern�n Cort�s eran insistentes, la lucha por el poder en la capital novohispana se hacia cruel y la vida cotidiana en Colima era fiel reflejo de aquella crisis.

Una inmediata y urgente necesidad para Francisco Cort�s fue proporcionar a los miembros de la expedici�n solares para sus casas y terrenos de huertas en las cercan�as de la villa. Los altos costos de algunos materiales en un mercado inflacionario, por un lado, y las menguadas ganancias del bot�n, por otro, obligaban al cabildo de la villa a salir en auxilio de los vecinos. Era un imperativo obtener tierras para propios aunque a la saz�n no exist�a villa de espa�oles en toda la Nueva Espa�a que los tuviera.

Es preciso, no obstante, suponer que algunos vecinos mostraron su descontento por los resultados obtenidos durante la expedici�n, culpando de ello a Francisco Cort�s; otros viv�an inciertos por las expectativas que pod�a ofrecer la vecindad de Colima. Poco a poco fueron desfilando hacia M�xico o hacia otras regiones, sobre todo porque ya no estaba Hern�n Cort�s para exigir su residencia en Colima. La lealtad de muchos se puso en venta al mejor postor.

Corrieron aquellos meses inciertos. El 10 de noviembre de ese a�o se celebr� en la ciudad de M�xico una junta de procuradores de las villas espa�olas para obtener del rey algunas medidas para tranquilizar las provincias novohispanas. Pedro S�nchez Farf�n represent� a la ciudad de M�xico, Juan Volante asist�a por la Villa Rica, Juan Coronel por la Villa de Medell�n, Alonso de Castrillo en representaci�n de los vecinos de Coatzacoalcos, Alonso �lvarez acud�a por P�nuco y Francisco Cort�s por la Villa de Colima.

Por el progreso de la Nueva Espa�a, los procuradores ped�an a Su Majestad mayor atenci�n y, entre otras providencias, liberar el comercio con "las islas de este mar Oc�ano como de cualesquier partes de los puertos de Castilla". Los procuradores eran particularmente sensibles al asunto de fondos y propios para proveer muchas cosas, as� caminos como puentes.

No fue tan f�cil llegar a un acuerdo porque hab�a celos entre algunas villas y eran m�s urgentes los asuntos a presentar ante el rey: a saber, que los regidores fueran perpetuos y elegidos entre los que "han derramado su sangre en la conquista desta tierra".

Colima, a pesar de los pesares, permaneci� siendo un baluarte de la causa cortesiana y cabeza de puente de un extenso territorio. De hecho, las tierras anexadas por la expedici�n a las �rdenes de Francisco Cort�s fueron durante un tiempo reconocidas como conquistas logradas por los vecinos de la Villa de Colima y, por tanto, tierras integrantes de esta provincia y bajo su jurisdicci�n. Esto explica algunos sucesos posteriores: la incorporaci�n a la provincia de Colima de los enclaves cortesianos de Tamazula, Tuxpan y Zapotl�n, por una parte, y la provincia de Amula, por otra.

De la misma forma, era evidente el af�n de Nu�o de Guzm�n por destacar el abandono en que los vecinos de Colima ten�an sus lejanas encomiendas repartidas por Francisco Cort�s, y la falta de atenci�n prestada a sus indios en cuanto a la doctrina cristiana y a los auxilios espirituales. Por �ltimo, una vez que aquellas tierras quedaron desligadas de la jurisdicci�n de Colima, aunque las encomiendas m�s al norte vinieron a formar el n�cleo inicial de la Nueva Galicia, los pueblos en torno a Autl�n, Ameca, Etzatl�n, los pueblos de �valos, Amula y la provincia de Tamazula, Tuxpan y Zapotl�n, mantuvieron su autonom�a con respecto al reino neogalaico y se erigieron por siglos en frontera occidental de la Nueva Espa�a.

Cuando volvi� Hern�n Cort�s de su triste desventura y recuper� en parte el poder perdido y sus prebendas, mirar�a a Colima con peculiar inter�s. El recuerdo de la expedici�n dirigida por su pariente le acicatea; aquel r�o que result� el l�mite de la campa�a le inquietaba y suscitaba en �l numerosas expectativas, allende la Mar del Sur y en v�spera de marchar a las Californias. Sus sue�os tropezaron con un escollo: Nu�o de Guzm�n, cuya inacabable competencia ir�a creciendo a partir de la Navidad de 1529. Las tierras otrora pertenecientes a Colima y su provincia ser�an entonces zona de conflicto.

En Colima el marqu�s del Valle tuvo amigos e intereses; aqu� ten�a puerto para poder descubrir el ignoto Mar del Sur; aqu�, llegada la oportunidad, firmar�a la creaci�n de su mayorazgo el 9 de enero de 1535.

Aquella villa de frontera tuvo durante las d�cadas de los veinte y los treinta del siglo XVI visos de erigirse con el tiempo en un enclave importante de cara al mar y hacia tierra adentro. El ocaso de Hern�n Cort�s, el alistamiento de algunos de sus vecinos en la hueste de Nu�o de Guzm�n, el se�uelo nuevamente �vido por las intangibles Amazonas, las Siete Ciudades de oro y plata, la falaz abundancia de las minas y perlas del litoral, etc�tera, motivar�an, entre otras causas, el declive del gran Colima y el colapso de aquella villa, al tiempo que desaparec�a, silencioso y casi ciego, Francisco Cort�s, un conquistador malogrado pero que, en definitiva, supo dar genio y figura a la Villa de Coliman de la Nueva Espa�a.

Aquel hombre, a pesar de la incuria de sus contempor�neos y de la escasa valoraci�n que los tiempos hicieron de �l, sum� aptitudes merecedoras de mayor cr�dito. Su capacidad para organizar una amplia regi�n del occidente de la Nueva Espa�a, la extensi�n dada a la misma, su atento observar —bit�cora en mano— tierras y oportunidades, la actitud decidida de no arriesgar m�s hombres y tiempo, la conciliadora pol�tica con los naturales, el inter�s por procurar propios abundantes —el pueblo de Tuxpan en Jalisco— para la villa de Colima, son todos ellos elementos que no justifican la supuesta cobard�a y la debilidad de car�cter y mando que se le han atribuido a aquel conquistador.

El 8 de junio de 1532, a siete a�os de su fundaci�n y por los d�as que falleciera Francisco Cort�s, el cabildo de la Villa de Colima so�aba a�n con un futuro prometedor. En carta al rey dec�an que eran 60 vecinos, solicitaban nombramiento de seis regidores perpetuos e informaban de la necesidad de enviar a la Corte un procurador que mirase por el acrecentamiento de la misma de cara a la pacificaci�n de su provincia, de Michoac�n y Jalisco.

Cuatro meses despu�s, el 23 de octubre de ese mismo a�o, el mismo cabildo acord� "hacer descripci�n de esta tierra", que fue el primer padr�n de Colima: los ahora 51 vecinos poblaban, sin embargo, una villa sin rostro ni ventura.


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