Colima: ciudad-capital del territorio federal


Pedro Celestino Negrete proclam� en Guadalajara el Plan de Iguala y asumi� el poder tras la huida del intendente Jos� de la Cruz. Luego mand� que todas las corporaciones y provincias hicieran el correspondiente juramento. Anastasio Brizuela era entonces el hombre fuerte de Colima y en su calidad de comandante militar de la plaza hizo lo propio. El 16 de junio de 1821, en medio del j�bilo popular, autoridades y vecinos juraron fidelidad a las tres garant�as. A principios de septiembre y por instrucciones de la diputaci�n de Guadalajara, los ayuntamientos de Zapotl�n y Colima se sentaron a la mesa para se�alar sus fronteras: aqu�l ced�a Tonila; �ste, Tecalitl�n y Xilotl�n, por la misma raz�n: quedaban lejos de las respectivas cabeceras. La noticia de la entrada victoriosa de Iturbide en M�xico se festej�, por culpa del correo, hasta el 11 y 12 de noviembre, pero con toda solemnidad: hubo misa y Te Deum, salvas de c�mara y cohetes, e iluminaci�n de casas con candilejas, mientras que los vecinos apuraban vinos, refrescos y pastelillos frente a las casas consistoriales. Culminaron las celebraciones con un suntuoso baile.

En Colima los sentimientos fueron claramente iturbidistas, y detr�s de esta simpat�a estaba la mano de Brizuela. Por ello, cuando Luis Quintanar, jefe pol�tico de Guadalajara, inst� a que el Ayuntamiento hiciera juramento al Imperio, Colima lo hizo con grandes festejos que comenzaron el 30 de enero y concluyeron el 6 de febrero de 1823, sin percatarse de que en aquellos d�as Antonio L�pez de Santa Anna hab�a lanzado el Plan de Casa Mata (1� de febrero).

Durante todo este tiempo, Colima se mantuvo al abrigo de la capital neogallega. Con dolor y estupor, Brizuela se vio obligado en su momento a ceder su entusiasmo iturbidista y jurar la nueva fidelidad federalista el 21 de mayo de 1823. Un mes despu�s nac�a el Estado Libre y Soberano de Jalisco, entre cuyos iniciales 28 partidos estaba Colima.

El Supremo Poder Ejecutivo, sin embargo, con miras a controlar las apetencias jaliscienses, rechaz� que Colima quedase comprendida en la nueva entidad. Brizuela fue el encargado de mover los �nimos al interior del vecindario para que �ste firmase un escrito, el 20 de junio de 1823, manifestando su soberana voluntad de segregarse de Jalisco y unirse a la provincia de Valladolid. El mismo Brizuela se encarg� de comunicar esta nueva a Luis Quintanar, quien respond�a airado e ir�nico que Guadalajara no necesitaba a Colima ni pretend�a sujetarlo contra su voluntad, viendo "con ojos indiferentes la separaci�n de esa Villa".

No quedaron satisfechos los colimenses con su situaci�n de territorio federal. Una y otra vez presionaron para que fuera reconocido como estado libre y soberano. Jos� Mar�a Ger�nimo Arzac, diputado por Colima, defendi� el punto de vista de los suyos en el Constituyente, sugiriendo incluso la incorporaci�n del partido de Zapotl�n al nuevo estado, pero en la sesi�n del 30 de enero de 1824 se determin� que Colima seguir�a siendo territorio —del que perd�a el reci�n agregado Tonila—, dependiendo directamente del gobierno central porque no ten�a los elementos suficientes para erigirse en entidad federativa. A manera de consuelo, el 10 de septiembre de 1824 se elev� la Villa de Colima la categor�a de ciudad y el pueblo de San Francisco Almoloyan a la de villa. Algunas cosas obtuvo la diputaci�n de Colima. Una solicitud formulada al Congreso por Leandro Bravo y Jos� Mar�a Ger�nimo Arzac para abrir el puerto de Manzanillo al comercio fue concedida finalmente el 21 de octubre de 1825. Seis meses m�s tarde, el 21 de abril de 1826, se autoriz� a la ciudad de Colima celebrar por 10 a�os una feria durante 15 d�as, entre el 5 y el 20 de marzo.

Colima quedaba de nuevo marginada, lejos de la capital —donde se tomaban las decisiones pol�ticas—, pero tambi�n, y en cierto sentido, due�a y se�ora de su propio destino, so�ando ahora con el futuro promisorio, pues su puerta reci�n abierta al mar habr�a de traerle grandes beneficios. Las condiciones por las que atravesaba la naci�n no permit�an esta euforia y, de modo particular, la competencia de los otros puertos del Pac�fico mexicano imped�an el desarrollo de Manzanillo, falto de las m�nimas instalaciones.

En otro nivel de cosas, en un territorio mal comunicado, la ley del m�s fuerte empez� a sentirse, propici�ndose la anarqu�a por no existir todav�a un estatuto jur�dico que lo regulase. Se tuvo que esperar hasta el 25 de abril de 1827, cuando una comisi�n de la C�mara de Diputados se aboc� al punto. La diputaci�n de Colima, integrada por Jos� Rafael de Andrade, Jos� Mar�a Ger�nimo Arzac, Liberato Maldonado y Nicol�s Tortolero, present� una contrapropuesta. Seg�n �sta, no se ten�an en cuenta las diferencias existentes entre el distrito y los diversos territorios, ni la que hab�a entre �stos, ni tampoco los anhelos de autonom�a que sus habitantes sent�an. No obstante el fracaso de la propuesta de la diputaci�n de Colima, manifestaba que al interior de aquel pueblo se gestaban inquietudes. En efecto, hab�a quienes segu�an luchando por regresar bajo la �gida jalisciense, quiz� movidos m�s que por el bien general de la poblaci�n del territorio, por sus intereses comerciales. Para estas fechas, el arancel aprobado en noviembre de 1827 restringiendo el n�mero de art�culos que pod�an ingresar al pa�s, caus� estragos en las incipientes actividades de importaci�n del puerto de Manzanillo.

Siendo jefe pol�tico Mariano de la Madrid, una de las personalidades que impusieron car�cter a la vida de Colima hasta 1848 —nueve veces ocup� la jefatura pol�tica—, surgieron nuevas mociones para retornar bajo jurisdicci�n jalisciense. Por ejemplo, el 15 de julio de 1828 fue suscrita por algunos notables una petici�n en ese sentido, alegando la disminuci�n de su "riqueza agr�cola y comercial", la decadencia de "los ramos de la administraci�n p�blica, su educaci�n y pol�tica", el "desbarajuste que ha privado y la falta de leyes", pero sobre todo la lejan�a de "los Supremos Poderes de donde dependemos directamente". Aquellos vecinos sent�an la necesidad de un "gobierno paternal" que mirase "de cerca las dolencias" que padec�an, que conociera "las verdaderas causas" de las mismas y aplicase "desde luego el remedio". Se hab�a llegado a tal extremo que los campos de ca�a estaban est�riles, y el a�il, la vainilla, el arroz, por se�alar algunos cultivos, hab�an dejado ya de explotarse; tan s�lo sobreviv�an la sal y el algod�n. D�as despu�s, el cabildo de Colima se adher�a a esta solicitud, seguido m�s tarde por los ayuntamientos de San Francisco de Almoloyan, Ixtlahuac�n, Tecom�n y Coquimatl�n, con el aplauso de los vecinos de Zapotl�n.

Tales s�plicas y gestiones no prosperaron. Es posible que la negativa del gobierno central fuera por impedir que Jalisco cobrara m�s fuerza pol�tica y econ�mica. Tampoco es de despreciar la otra cara de la moneda: a pesar de las quejas de los vecinos de Colima, el territorio rend�a lo suficiente para mantenerlo bajo las riendas del poder central. Es justo decir aqu� que los argumentos esgrimidos por los vecinos en 1828 para vincularse a Jalisco fueron modificados radicalmente. Antes —dec�an— hab�a pobreza, ahora proclamaban la riqueza; antes el abandono de cultivos, ahora la proliferaci�n de ellos. Seg�n Harcort, quien en 1834 puso por escrito algunas observaciones sobre el territorio de Colima, en �ste, debido a sus buenas tierras y sobre todo a sus variados climas, se cosechaban numerosos productos: de ma�z se levantaban 100 000 fanegas por a�o, de algod�n hasta 40 000 arrobas, de frijol entre 10 000 y 12 000 fanegas, de arroz unas 10 000 arrobas; hab�a tambi�n a�il, cacao, tabaco, caf�, chile, garbanzo, sin mencionar lo que produc�an las huertas de palmas de coco, naranjos y limones, pl�tanos,. mameyes,. granados, pi�as, chicozapotes, etc�tera. El rengl�n de la sal siempre era abundante: entre 80 000 y 100 000 cargas, y los trapiches a�o con a�o sacaban al mercado alrededor de 25 000 arrobas de az�car.

Si se habla de ganader�a, el propio Harcort calculaba la existencia de poco m�s de 36 000 cabezas de ganado vacuno, unas 11 000 de caballar y 3 000 ovejas. Una vez m�s pon�a el dedo en la llaga que tanto laceraba a Colima: el puerto de Manzanillo. Describe su estado desolador: una media docena de ca�ones sepultados en la arena, la falta del gobierno pudri�ndose, los caminos abandonados, apenas unos jacales y por �nicos habitantes, los pel�canos y los tiburones. "�Cu�n diferente podr� ser esta pintura alg�n d�a!", exclama. Para lograr ese futuro tiene varias propuestas: edificar almacenes, casas y un muelle, poco costoso, para hacer las descargas de los buques inmediatamente", defender el puerto con bater�as instaladas en los cerros circundantes, propiciar la llegada "de carpinteros y herreros para la construcci�n de canoas, botes y aun buques". Y dos extraordinariamente l�cidas: fundar una escuela de marina porque hay gran "escasez. de capitanes y marineros mexicanos en la costa del Sur", a pesar de que la ley dispone que "s�lo se pueden considerar como buques nacionales aquellos que tengan mexicanos por capitanes", y "el �ltimo impulso grande e infalible ser�a declarar a Manzanillo puerto de dep�sito, para la costa del Sur". Aquel sue�o se malogr� en: febrero de 1837, el puerto fue clausurado por orden superior.


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