Mientras en otras regiones las tensiones polarizaban a los ciudadanos, entre los volcanes y el mar la vida transcurr�a lenta y mon�tona. De vez en cuando alg�n suceso romp�a la calma. Por se�alar alguno, el que aconteci� en 1832, cuando el coronel Adri�n Wolf se enfrent� en la hacienda de Tlaxinastla con la tropa de Joaqu�n Sol�rzano, flamante primera autoridad de Colima. Wolf ven�a pronunci�ndose en favor de Manuel G�mez Pedraza, y Sol�rzano defend�a los derechos de Anastasio Bustamante. El 13 de noviembre entr� en Colima el coronel Wolf trayendo por prisioneros a Sol�rzano y dem�s soldados que hab�an defendido la legalidad.
Corr�a el a�o de 1835, cuando se impuso el centralismo. Al tiempo que, por ley, se suprim�a el sistema federal, tambi�n se pon�a en duda la sobrevivencia de los as� llamados territorios. Una vez m�s Colima era una moneda en el aire. De inmediato el jefe pol�tico integr� una comisi�n para estudiar el punto, en la que figuraron, entre otros, Liberato Maldonado, Ruperto Arzac, Francisco Delgadillo, Alejo Espinosa y Ram�n R. de la Vega, y se solicit� de los ayuntamientos que, por escrito, expresaran la voluntad de sus vecinos. Una vez integrado el expediente, se remiti� al Congreso. No todas las respuestas concordaban. La comisi�n plante� que los costos administrativos que ocupaba un departamento eran mucho mayores de los que como territorio ven�a gastando: seg�n c�lculos alegres, aqu�llos ascender�an a poco m�s de 40 000 pesos cuando la recaudaci�n que captaba Colima no llegaba a 19 000. �Qu� hacer?, se preguntaban.
Puestos a considerar la necesidad de optar entre Jalisco y Michoac�n, se inclinaban por el primero; ya que estaba m�s cerca su capital y ten�a menos leguas de mal camino, por los servicios que ofrec�a y porque "todas las relaciones de educaci�n, comercio y amistad las tiene Colima con Guadalajara". Los ayuntamientos, a su vez, pretend�an tambi�n que se les concediera el rango de departamento algunos; como Comala, negaban cualquier agregaci�n a Jalisco y Michoac�n porque "jam�s respetaron sus derechos ni ocurrieron a sus exigencias". Coquimatl�n renegaba de los a�os en que hab�a estado bajo la influencia jalisciense, de donde "recibieron muy malos tratamientos". San Francisco Almoloyan, en el caso de neg�rsele la categor�a de departamento, puesto a escoger optaba "gustoso su agregaci�n a Michoac�n y no a Jalisco". La congregaci�n de Valenzuela consideraba a Jalisco como "enemigo ac�rrimo". Suchitl�n se pon�a en manos de la suprema decisi�n del gobierno, pero sin que se le anexara a Jalisco, al que "siempre han visto con horror". Tambi�n el ayuntamiento de Colima, tras madurar su decisi�n, de no erigirse en departamento como deseaba, prefer�a agregarse a Michoac�n.
Mientras estas consultas se llevaron a efecto en octubre, d�as despu�s, en noviembre de 1836, algunos vecinos de Colima, haciendo caso omiso a las consultas, remitieron a la junta departamental de Jalisco una solicitud expresando su deseo de agregarse a esta jurisdicci�n porque, dec�an, eran m�s dif�ciles las comunicaciones con la capital michoacana.
El Congreso General determin� finalmente que Colima pasara en calidad de distrito a formar parte del departamento de Michoac�n. Entre 1837 y 1846, periodo durante el cual Colima perteneci� a Michoac�n, algunos vecinos de �ste invirtieron en la agricultura de estos partidos con evidentes resultados que, sin duda repercutieron en el fortalecimiento de la marginada villa.
A partir de 1845 el ayuntamiento de Colima, apoyado por el de Almoloyan, retom� el argumento de la necesidad de recuperar la calidad de territorio de la federaci�n por cuanto se sent�a confinada a la postraci�n por Michoac�n. Propon�a, adem�s, que mientras esto se decid�a, se designase un jefe pol�tico y se crease una junta territorial a modo de congreso local, formada por cinco vocales y sus respectivos suplentes, para intentar solucionar los problemas de rezago que se ven�an experimentando, e impulsar el desarrollo regional. El gobierno michoacano contrarreplic� asegurando que si Colima no hab�a recibido mayores beneficios y atenci�n de ese gobierno era "porque sus elementos hoy no coadyuvan a aquel fin"; adem�s, "sin deprimir el buen nombre de los habitantes" de Colima, era necesario reconocer que �sta no ten�a individuos capaces para formar gobierno; adem�s, con excepci�n de la ciudad, las dem�s poblaciones eran insignificantes y compuestas por rudos ind�genas, y las rentas recaudadas apenas alcanzaban para mantener una guarnici�n militar. En fin, para las autoridades de Michoac�n el proyecto de Colima era "impracticable" y, por si fuera poco, �nicamente "una bella ilusi�n de algunos de sus hijos pensadores y patriotas".
Un Manifiesto del Ayuntamiento de Colima (1845), en donde se expresa con vigor la conciencia de identidad local intent� rebatir esta tesis michoacana. Ah� se dec�a, entre otras cosas, que en el pasado "su poblaci�n fue crecida, sus producciones cuantiosas, bellas y ricas", pero "todo esto ha sido destruido por su pupilaje". Por eso agregaba el Manifiesto: "Mucho ha sufrido, pues, Colima en todos tiempos, y hoy quiere ser".
Romper aquellas ruinosas dependencias era el se�uelo de la libertad.