La vida pol�tica


En 1880 era presidente de la Rep�blica el general Porfirio D�az y gobernador del estado el tapat�o Doroteo L�pez. En el Ayuntamiento de Colima llevaba la batuta Ram�n R. de la Vega, haci�ndole coro los regidores Crescencio Orozco, Miguel D�az, Wenceslao Mej�a, Arcadio de la Vega y Gildardo G�mez quien tambi�n fung�a como prefecto pol�tico. Sin guaruras iban y ven�an los pol�ticos y funcionarios de la �poca: siete diputados locales del brazo de siete suplentes —ninguno de ellos con goce de sueldo—, el secretario de gobierno que despachaba por v�a econ�mica todos los ramos del Ejecutivo, el tesorero general apurado con tantas drogas y escurriendo el bulto a los acreedores, y el administrador principal de rentas. Otros personajes solemnes de pecho m�s o menos inflado que viv�an inmersos en el peque�o mundo oficial eran el contador de glosa, el prefecto de la capital y el juez del Registro Civil.

Los m�s serios sin duda eran los del poder Judicial: el Tribunal Supremo de Justicia, compuesto de la primera y segunda salas, dos jueces de primera instancia —uno de lo criminal (con bastante trabajo) y el otro de lo civil— y dos jueces conciliadores. Los representantes de la Federaci�n tos�an bien y hac�an notar su solemnidad en Colima y Manzanillo. En la capital resid�an el jefe de las fuerzas armadas, el juez de distrito, el promotor fiscal, el jefe superior de Hacienda, el administrador de la renta del Timbre, el administrador de Correos y el ingeniero director de Caminos; en Manzanillo el administrador de la Aduana Mar�tima, el contador, el vista, el comandante de celadores y el capit�n del puerto. En los municipios, sus presidentes supuestamente encarnaban el poder, y en las haciendas y ranchos, iban de la mano propietarios, caciques, los tenientes de justicia y los jefes de acordadas.

Mientras que a Agust�n Albarelli se le exig�a que cerrara las fincas que hab�a construido al costado del ex convento de la Merced y que quitara los escombros que obstru�an el tr�nsito por la calle donde ten�a ubicado su hotel y el alcalde propon�a urgentes mejoras de la c�rcel, la Prefectura Pol�tica ten�a la honra de declarar —como declaraba siempre— que se manten�an inalterables en el estado la tranquilidad y la seguridad p�blicas. Pero hab�a mar de fondo que anunciaba tempestades. Poco antes de terminar el viejo a�o de 1879, don Doroteo y los diputados de la VII Legislatura local se hab�an enojado. Todo parec�a deberse a cuesti�n de fechas. Los diputados que hab�an sido elegidos tras el �xito de Tuxtepec declararon que su trienio venc�a el 15 de septiembre de 1880, no de 1879, como lo pretend�a el gobernador. Cuando quisieron interferir en terrenos del poder Judicial, el presidente del Tribunal Supremo, licenciado Francisco N. Ramos renunci� y se�al� como aberrante la decisi�n del Congreso, pues, en su opini�n, ya hab�a expirado su periodo. Los ayuntamientos del estado se solidarizaron con el magistrado, desconociendo al Congreso y pidiendo al gobernador que tambi�n le dijera su palabra. �ste "convoc� a una Junta a los principales vecinos de Colima y, por unanimidad, acordaron que el gobernador deb�a desconocer al Congreso, como lo ejecut�", seg�n escribe Francisco Almada. Los diputados dieron el grito que alcanz� las poltronas del Senado de la Rep�blica; entretanto, se convocaban elecciones y se llevaban a cabo el 13 de noviembre. Un mes m�s tarde, una lista de nuevos diputados se incorporaba a la historia del Congreso local: Sixto de la Vega, Esteban Garc�a, Gerardo Hurtado, Gerardo Orozco, Vicente Fajardo, Miguel Salazar e Ignacio Alcal� eran los propietarios de la VIII Legislatura. Su gozo pronto se ir�a al pozo: el Senado fallar�a en mayo, declarando desaparecidos los poderes en Colima.

Ese a�o ser�a de ebullici�n pol�tica en Colima y en todo el pa�s. Porfirio D�az ceder�a los b�rtulos de la Presidencia de la Rep�blica a Manuel Gonz�lez, de acuerdo con la bandera enarbolada en Tuxtepec. Y as�, apenas comenzaba el a�o de 1880 cuando don Doroteo L�pez invitaba a cenar en su casa a la flor y nata de Colima, aprovechando el paso fugaz ni m�s ni menos que del secretario particular del general Gonz�lez, que ven�a preparando el camino y recaudando fondos para la campa�a electoral de su patr�n, quien por cierto andaba echando tiros a unos cuantos testarudos que no hab�an adivinado que M�xico, desde Tuxtepec, era ya otro. Quiz� esta reuni�n informal en casa del gobernador de Colima sirviese para consolidar al grupo gonzalista en esta regi�n, aunque tal vez tambi�n ocurriese que al secretario de Gonz�lez no le hubiera gustado mucho el men�, porque desde entonces fueron de mal en peor las cosas para el anfitri�n.

De vez en cuando algunos sucesos conmov�an el coraz�n de las amas de casa y despertaban las iniciativas masculinas. La rebeli�n en el norte que combat�a valerosamente don Manuel Gonz�lez, los naufragios de varias embarcaciones en el Pac�fico, s�mbolos del acontecer nacional para algunos pesimistas, y el incendio de la maicer�a de Alejandro V�jar en la calle Principal, fueron temas discutidos con amplitud y comentados con todo detalle hasta erizar los pelos.


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