Tambi�n se comentaban con abundancia de detalles las aventuras de gambusinos como Heliodoro Trujillo y sus socios Juan N. Garc�a y Ponciano Ruiz, quienes acababan de denunciar dos minas al sur del paso llamado el Moho del R�o de Chacala, en una loma alta de la Mismayuca, en terrenos de la hacienda de Miraflores y que bautizaron bajo la advocaci�n de San Ram�n Nonato y Santa B�rbara. En Colima siempre se hab�a hablado de la extraordinaria riqueza del subsuelo. Los primeros conquistadores so�aron con el oro y la plata; a lo largo de los siglos XVII
y XVIII
se explotaron algunas minas en las colindancias con Jalisco y Michoac�n Santa Mar�a del Favor y Copala, entre otras pero se cosecharon pocos resultados.
No obstante, se ten�a reconocida la geograf�a minera: en la parte oriental de la ciudad, sobre todo en los cerros de Piscila y aleda�os, se aseguraba que hab�a hierro de inmejorable calidad; seg�n los decires, el cobre se hallaba por cualquier rumbo que se mirase y eran buenas minas las situadas hacia el noroeste, en los alrededores de Comala y Julu�pan, y al sureste en el mero rancho del padre Mariano Ahumada. El fervor gambusino se hab�a avivado con recientes descubrimientos de placeres en Chacalapa, P�maro y Coire. Pero fue llamarada de petate: tras el entusiasmo inicial el desaliento nuevamente hab�a cundido. Los vientos del progreso y el aura de grandeza que algunos vecinos present�an les hizo formar un grupo empresarial para explotar una mina de cobre dizque de asombrosa riqueza en los l�mites con Michoac�n, pues de una carga de metal se alcanzaban a producir nueve arrobas de cobre.
En consecuencia, cuando los expertos locales quer�an componer el peque�o mundo de Colima, darle en la torre al gobierno que no hac�a cosa alguna por el progreso de la regi�n, criticar a los riquillos colimotes que poco arriesgaban en sus inversiones, o lucir las maravillosas riquezas del pa�s, pontificaban sobre la existencia de plomo, azufre, alumbre, nitro o salitre. Por argumento apol�tico enarbolaban el hecho de que en el cerro de los Amiales, a cinco leguas de la ciudad de Colima por el poniente, y en una mina de Antonio Due�as, se ven�an produciendo por a�o 275 arrobas de nitro cristalizado, ocupadas en su totalidad para elaborar p�lvora. A pesar de los rumores y los sue�os de los incalculables placeres de plata, en 1880 no se explotaba beneficio argent�fero alguno.
En cuanto a la industria, por petici�n de numerosos comerciantes e industriales, se ven�a discutiendo en el Congreso local la reducci�n de los derechos que causaba el algod�n en rama a su introducci�n en el estado. Quienes promov�an esta iniciativa dec�an no hallar raz�n alguna para que est� gravado igualmente el algod�n en hueso y el despepitado. "Por otra parte argumentaban, decretando la rebaja que se solicita, la Hacienda p�blica no sufrir� ninguna p�rdida, en virtud de ser mucho mayor el n�mero de bultos que tendr�n que causar el derecho de introducci�n, y los comerciantes, agricultores e industriales de Estado recibir�n un positivo beneficio."
La crisis del algod�n y de las escasas industrias textiles de Colima mostraba aqu� uno de sus atormentados rasgos. Colima, de hecho, hab�a sido durante d�cadas regi�n algodonera y se hab�an levantado cosechas, al decir de Gregorio Barreto en su Ensayo estad�stico, de hasta 200 000 arrobas, y todo lo que se produc�a se consum�a en las f�bricas de hilados y tejidos de esta capital y Guadalajara; pero hac�a ocho a�os que se hab�a abandonado el cultivo del algod�n por las p�rdidas de las cosechas, que arruinaron a muchos agricultores. El a�o anterior la cosecha de algod�n hab�a sido de s�lo 18 000 arrobas, por lo que algunas f�bricas trabajaban medio d�a y otras cerraron causando la ruina de muchas familias por falta de trabajo.
En su �poca dorada, el algod�n fue cultivo general en todo el territorio, "y objeto de muy ping�es ganancias"; en cambio ahora, en tiempo de vacas flacas, era escaso y pr�cticamente reducido al vecino distrito michoacano de Coahuayana, arrastrando a la quiebra a muchos productores. Lo m�s notable era la causa a la que se atribu�a el derrumbe del algod�n: en palabras de Barreto, la crisis se deb�a a "la modificaci�n que de cuarenta a�os a esta parte ha sufrido la temperatura". De ser exportadora, Colima deb�a ahora traer algod�n de otros estados para poder mantener en pie sus escu�lidas industrias.
Cuando en Colima la producci�n algodonera era elevada, Augusto Doench logr� establecer dos f�bricas de vapor con sus despepitadoras, y en Cihuatl�n, Carlos Meill�n ten�a un cilindro despepitador. La iniciativa de ley afectaba gravemente los intereses de Doench y Meill�n. A pesar de la insistencia de don Augusto, el Congreso decret� la solicitada reducci�n de los derechos a una tercera parte. No por ello, sin embargo, mejor� la situaci�n. Un ejemplo ser�a la f�brica La Atrevida. El valor de los edificios, enseres y maquinaria se calculaba en 70 000 pesos, y la fuerza motriz consist�a, para 1880, en una turbina de 30 caballos con la que se operaba en los meses que hab�a agua suficiente; cuando �sta escaseaba, entraba a funcionar una m�quina de vapor de 25 caballos, pero su rendimiento hab�a venido a menos porque no le alcanzaba aqu�lla.
La industria colimense ten�a a la saz�n 1 000 husos para hilaza, 23 telares norteamericanos de antigua construcci�n que produc�an poco, y dos telares ingleses reformados. La producci�n anual oscilaba entre 8 000 y 10 000 piezas de manta, y entre 30 000 y 32 000 libras de hilaza. El n�mero de operarios rondaba los 200: 50 hombres, 40 mujeres y 100 ni�os. Schacht apuntaba: "Se puede calcular que La Atrevida mantiene 400 almas". Los salarios que corr�an eran los siguientes: a los maestros se les pagaba un peso; a los veladores 50 centavos; al grueso de los operarios 37 centavos; las hilanderas ten�an ingresos entre 31 y 37 centavos, y los tejedores ganaban 31 centavos por pieza de manta. Sin embargo, la ca�da del comercio y el alto valor de la materia prima pr�cticamente paralizaron la industria textil.
Otros ramos ven�an siendo objeto de la atenci�n de los colimenses: algo se elaboraba de tabaco producido en la regi�n, aunque era insuficiente y deb�a importarse de Tabasco y Compostela; tambi�n se curt�an pieles, charoles y toda clase de efectos para la fabricaci�n del calzado, pero esta industria disminu�a por la creciente exportaci�n de los cueros nacionales a los Estados Unidos, donde se estaban pagando a 14 e incluso 16 centavos la fibra. De todos modos, Colima ten�a una industria aut�ctona de a�eja raigambre prehisp�nica que todav�a daba de qu� hablar: la salinera que "ha sido por muchos a�os el principal ramo de exportaci�n", seg�n afirma Barreto, "ha deca�do mucho por la competencia de otras salitreras en el estado de San Luis Potos�", de tal forma que antes "no bajaban de cien mil cargas" en tanto que ahora no se pasa de "cuarenta mil anuales, y el precio es de tres a cinco pesos por carga". Las principales salitreras eran las de Cuyutl�n, Cualata, Cualatilla, Los Pascuales, San Pantale�n, Guazango, Guayabal, Vega y Carrizal, cuyos pozos sumaban m�s de 2 000 con un promedio de 100 cargas por cada uno.
El tren era tambi�n una necesidad para poder sacar la producci�n agr�cola y especialmente la fruta, que era exportada a California por barco desde Manzanillo. Pero la falta de un muelle adecuado para facilitar el embarque estrangulaba este comercio. La importancia del ferrocarril para Colima era vital. La econom�a del estado se resent�a con las dificultades de sacar sus excedentes al mercado nacional y extranjero. Del tren se esperaba un aliento para la industria y un impulso a la agricultura, pues ambos rubros estaban marcados por esta �ltima.
No era de menor importancia la fabricaci�n de sarapes, frazadas, rebozos, cintas y otros art�culos de lana y de palma, para los que se usaba una variedad cultivada en la hacienda de Miraflores. Adem�s, por la riqueza maderera de la regi�n, hab�a una importante tradici�n de carpinteros que produc�an para el mercado local e internacional.
Entre los giros industriales Colima contaba tambi�n con el de Augusto Morril, quien ten�a una m�quina de vapor de 12 caballos con tres cilindros y una prensa hidr�ulica para extraer aceite de coco, cacahuate y ajonjol�, de donde se elaboraba principalmente jab�n y combustible para el alumbrado. Tambi�n ten�an importancia algunos trapiches y sobre todo los ingenios de Ajuchitl�n y Queser�a, cuyos productos de az�car, aguardiente de ca�a y mezcal, piloncillo y otros se consum�an en el estado, y el excedente se exportaba por el puerto de Manzanillo.
A prop�sito del coco seco, que era un ramo de explotaci�n importante, en especial para elaborar el alfajor, se aseguraba que de �l viv�an muchas familias decentes. Tambi�n hab�a quien manten�a otra antigua tradici�n de Colima: la fabricaci�n de figuritas del chicle que se extrae del �rbol del chico; muy raro ser�a ver salir un viajero sin una cantidad de cajoncitos de alfajor, cicle o ubate.
Con anterioridad y acerca de la industria del algod�n, fueron proporcionadas algunas cifras sobre el campo colimense, mostrando que el panorama agr�cola no era muy bonancible en este a�o aunque nunca cediera la esperanza. De hecho, cuando Gregorio Barreto toca el tema, am�n de indicar la enfermedad, sugiere o m�s bien sue�a con sus posibles remedios. Los cultivos tradicionales eran el arroz, el ma�z, el frijol, el a�il, el ya mencionado algod�n y las frutas. Apenas se daban los primeros pasos en torno a la cafeticultura, y �stos con aparente y aplaudido �xito. M�s resultados tendr�a a�os despu�s el tabaco de Colima. El arroz, cultivado en la misma ciudad de Colima aprovechando las aguas de su r�o Principal, era objeto de pol�micas encendidas. Quiz� por ello en 1879 s�lo se dedicaron a este cultivo 300 fanegas de tierra que produjeron 300 000 fanegas de granza, o 15 000 cargas de arroz, que a $7.00 carga montaron $105 000. Barreto no pod�a menos que opinar: "ser�a de la mayor importancia si se fomentara su cultivo", y agregaba que "con la importaci�n de maquinaria para descascararlo, clasificarlo y pulimentarlo, mejorar�a su clase y precio".
El ma�z, cuya cosecha se calculaba en 235 000 fanegas, s�lo se sembraba para el consumo interno y, desde hac�a tiempo, Colima hab�a olvidado exportarlo debido a los altos costos del flete cobrado por los arrieros, con excepci�n de 1879, cuando, por las p�rdidas de las cosechas en Sinaloa, subi� a nueve pesos la carga, pues por lo general el precio de venta de una carga oscilaba entre tres cincuenta y cuatro pesos. S�lo aprovechando coyunturas extraordinarias cab�a pensar en su rentabilidad. Otro producto agr�cola tradicional de Colima por largos a�os hab�a sido el a�il, cultivado con alg�n �xito porque el clima y las tierras se prestaban admirablemente, aunque su producci�n para 1880 no ofrec�a ya aliciente alguno. El precio pagado por el a�il colimote era de seis o siete reales la libra, es decir, lo hac�a incosteable. Algo similar suced�a con el palo Brasil, "que fue de las maderas tint�reas el principal ramo de exportaci�n hace diez a�os, hoy no se exporta debido a las mismas circunstancias que el a�il".