Primera incursi�n espa�ola


Poco despu�s de la conquista de M�xico-Tenochtitlan, Hern�n Cort�s dio inicio a una serie de expediciones con fines muy precisos: realizar nuevas conquistas, buscar yacimientos de oro y plata, descubrir la Mar del Sur y hallar un estrecho que uniera los oc�anos Atl�ntico y Pac�fico. Al frente de estas expediciones puso a hombres de su confianza. Gonzalo de Sandoval fue al sureste: pacífico Huatusco, Tuxtepec, Oaxaca, Coatzacoalcos y Tabasco, fundando las villas de Medell�n y del Esp�ritu Santo. En febrero de 1522, Pedro de Alvarado entr� por Tututepec y Tehuantepec; y, tras cruenta campa�a, fund� la Villa de Segura de la Frontera. En diciembre de 1523, Alvarado coste� el Pac�fico hacia el sureste para someter Soconusco y Chiapas y penetrar por Guatemala hasta llegar a Acajutla, en tierras salvadore�as. A su regreso, fund� Santiago de Guatemala, el 25 de julio de 1524.

Tambi�n decidi� Cort�s abrir caminos hacia el occidente. Con las noticias obtenidas en los �ltimos d�as de la conquista de M�xico-Tenochtitlan por el soldado Parrillas acerca del reino pur�pecha supo que, a trav�s del reino tarasco, pod�a tener acceso a la Mar del Sur. Entonces envi� una primera misi�n exploratoria en el oto�o de 1521: Ant�n Caicedo y un par de espa�oles m�s —as� parece— fueron los primeros en intercambiar regalos con el cazonci. A poco, hicieron acto de presencia otros espa�oles: entre ellos tal vez iba Francisco Monta�o, el mismo que escal� el Popocat�petl en b�squeda de azufre.

El intento fue un fracaso. Los se�ores de Colima se negaron a acudir a la cita y "sacrificaron" a los enviados tarascos. Aquel lejano territorio permanec�a inexpugnable. Con tales escarceos, Hern�n Cort�s recab� informaciones sobre el occidente de M�xico y, en especial, calibr� las posibilidades y conveniencias de someter el reino tarasco para acceder con libertad a la Mar del Sur, aunque surgieran algunos datos contradictorios y por tanto imprevisibles sobre aquel territorio tan deseado, del que no se sab�a con certeza si estaba gobernado por un se�or, seg�n le dijera el cazonci, o era m�s bien una coalici�n de pueblos, como lo daban a entender otros informantes cuando hablaban de los se�ores de Colima. Fuera lo que fuese, era necesario previamente dominar el reino pur�pecha.

Por fin, Cort�s dio orden a Crist�bal de Olid para que, al frente de un ejercito bien pertrechado, se pusiera en camino para someter al cazonci. El 17 de julio de 1522, Olid lleg� a Tajimaroa con 70 hombres de a caballo y 200 infantes.

Mientras tanto, los inquietos soldados espa�oles que hab�an quedado insatisfechos del bot�n obtenido tras la conquista de la capital azteca, por todos los medios quer�an hallar compensaci�n. Sabiendo de d�nde recib�a Moctezuma los tributos y, por tanto, en d�nde podr�a haber oro, se organiz� una expedici�n que lleg� a la Mar del Sur por Acapulco, y de ah� subi� por la costa hacia el norte hasta alcanzar Zacatula.

Una vez concluida la campa�a en Michoac�n y aprovechando los sinsabores de unos soldados insatisfechos, se lleva a cabo el transporte de anclas y otros pertrechos al astillero de Zacatula. La importancia dada a este proyecto en el cuartel general de Cort�s era indudable y los comerciantes de la �poca supieron captarlo con gran agudeza. Desde Santiago de Cuba, el mercader Francisco de Herrera escrib�a a su socio burgal�s Hernando de Castro, el 2 de octubre de 1522: "Y dicen que Cort�s est� muy pr�spero, y que ha descubierto por all� la mar del Sur, que es muy rica tierra, y que hace all� nav�os".

Entre los espa�oles del campamento de Crist�bal de Olid cada d�a crec�a el inter�s por entrar a tierras de Colima, una regi�n de la que los propios tarascos hablaban como indomable y rica. Por ello es explicable que buscasen la oportunidad de satisfacer su curiosidad. Es justo a�adir que desde tiempo atr�s aquellos hombres hab�an venido solicitando de su capit�n general licencia para conquistar Colima, y por darles gusto Hernando Cort�s respond�a que, al regresar de P�nuco, �l mismo quer�a hacer aquella conquista. Recibida la orden de Hern�n Cort�s para trasladarse a Zacatula, comprendieron que era el momento propicio.

El capit�n que sali� de Tzintzuntzan al mando de la expedici�n hacia Zacatula llevando los pertrechos al astillero fue Olid, quien permiti� a Rodr�guez de Villafuerte desviarse con la mitad de sus hombres para hacer la entrada a Colima. Olid, llegando a Zacatula, de alg�n modo se constitu�a en retaguardia de una hueste que iba al fracaso. Si esta interpretaci�n es v�lida, L�pez de G�mara tiene raz�n cuando dice que el capit�n de la expedici�n era Olid, y Bernal D�az del Castillo cuando asegura que Olid sali�, desde Zacatula, en ayuda de los espa�oles derrotados en Colima. Adem�s, si la apreciaci�n que hace Herrera —de la conducta de Villafuerte y de las graves sospechas que Hern�n Cort�s concibi� a ra�z de sus actos— es la correcta, entonces cabe preguntarse si el mismo Crist�bal de Olid estar�a de acuerdo con su subalterno. Si as� fuese, tendr�amos un antecedente muy claro de lo que pronto suceder�a en la campa�a por tierras hondure�as, a saber, la ruptura total con Cort�s.

En este horizonte, el primer encuentro habido entre espa�oles y colimotes estuvo marcado por el estigma de la rebeld�a. Aquella tropa era una hueste amotinada y, como su entrada fallida a Colima no hab�a sido prevista, su improvisaci�n carg� con los resultados ya conocidos.

Fue adem�s un error considerable. La minor�a espa�ola en medio de la inmensidad de las ruinas aztecas no pod�a darse el lujo de extender m�s y m�s su zona de influencia, si no era en aquellos lugares que pudieran ser clasificados de neur�lgicos para la vida y mantenimiento de la Colonia. Las improvisaciones no s�lo relajaban la disciplina de las huestes castellanas, sino que pon�an incluso en serio riesgo lo ya obtenido. Abrir nuevos derroteros podr�a ser sumamente peligroso.

Toda la Nueva Espa�a, en los momentos inmediatos al derrumbe de M�xico-Tenochtitlan, era una ilusi�n y una promesa; todo estaba a�n inmaduro e inconsistente. Las entradas a territorio de la provincia de Colimonte —como la nombra Cort�s— sin duda fueron mal vistas por el capit�n general. Significaban en aquellos instantes un extraordinario riesgo. Cort�s, como se dijo en su momento, tuvo previamente noticias de la regi�n, y sin duda pensaba en su futura anexi�n. Insistimos en lo sorpresivo de la conducta de la tropa de Rodr�guez de Villafuerte. La decisi�n unilateral de los hombres enviados a Zacatula de entrar en territorio colimeca forzaron a posteriori el precipitar los acontecimientos, sobre todo despu�s de los descalabros sufridos ante los naturales de la regi�n. Al error de haber provocado esta apertura de frentes y el consiguiente debilitamiento en el resto de la Nueva Espa�a, la hueste amotinada hab�a sumado otro: su derrota y su obligada huida.

Volvamos a las fechas.

Oto�o de 1522 es la �poca m�s probable para situar aquella aventura que, sin duda, dur� apenas algunas jornadas. Un poco m�s se extender�a la pacificaci�n provisional realizada de inmediato y cuyo responsable, en �ltima instancia, parece que fue Crist�bal de Olid. A mediados de noviembre esta etapa qued� cerrada. No obstante, mientras Olid regresaba a M�xico estall� en las provincias de Zacatula y Colima la rebeli�n. La noticia que tanto pesar caus� a Hern�n Cort�s, le alcanzar�a en diciembre en 1522.

Don Hernando, que jugaba siempre con el prestigio, poderosa arma de convencimiento, tuvo que apurar las consecuencias y decidi� anexar el territorio colimote. As�, tambi�n la Nueva Espa�a —como su hom�nima de ultramar— tendr�a su finisterre al pie de los volcanes y al borde del Oc�ano Pac�fico, el misterioso e ignoto Mar del Sur. Para esta misi�n no tard� el capit�n general en hallar al hombre que deber�a apagar el fuego y remediar los entuertos provocados por Rodr�guez de Villafuerte y Olid. Ser�a Gonzalo de Sandoval.


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