La vida social


La fiebre de noticias en torno al ferrocarril enervaba las esperanzas. James Sullivan avisaba que sus ingenieros hab�an zarpado de Nueva York y muy pronto arribar�an a Manzanillo. Cobi�n dec�a que en el tramo entre M�xico y Toluca 3 500 obreros estaban de planta, y que en la capital michoacana se estaba reconociendo el terreno y tir�ndose el trazo de las v�as. Lo que suced�a en Morelia era muy importante para los colimenses porque, en opini�n de Cobi�n, terminando ah� los trabajos de campo, ocho ingenieros se desplazar�an de inmediato a Colima. Manuel Loera preve�a que el n�mero de peones en el tramo M�xico-Toluca podr�a aumentar a 20 000 tan pronto llegase el ingeniero en jefe nombrado para sustituir al asesinado Mr. Greenwood. Ignacio Cobi�n notificaba el desembarco por Veracruz de 2 000 bultos de material y herramientas, equipaje que tra�an consigo el esperado ingeniero en jefe Mr. Whiterrill y los 19 t�cnicos de su s�quito.

El primero de diciembre de 1880 tom� la alternativa de manos de Porfirio D�az el general Manuel Gonz�lez que, si bien era manco, no dej� de ser por ello la mano derecha del h�roe poblano. Hasta aqu� el programa de Tuxtepec se cumpl�a: como se prometi� en el consabido Plan, en M�xico no deber�a valer la reelecci�n. El rito se sigui� todav�a bajo las estrictas r�bricas de la ya ra�da etiqueta republicana; pronto los aires afrancesados y la paz porfiriana convertir�an el protocolo en opereta. D�az y Gonz�lez aparecieron como compadres y amigos. En momentos, ambos lucieron risue�os; en otros instantes de la ceremonia oficial, serios. Durante la liturgia del trueque de bandas presidenciales, los dos protagonistas dirigieron un fervor�n miliciano a los invitados de oficio.

En Colima, el tel�grafo no alcanz� a divulgar ese mismo d�a las incidencias del gran mundo pol�tico de la capital. Los cotilleos suscitados por las palabritas que se dirigieron el saliente y el entrante no se conocieron en esta ciudad sino hasta varios d�as despu�s. Al margen de estos vaivenes pero al son de las bandas, �stas s� de m�sica, que recorr�an las principales calles de Colima festejando la sucesi�n presidencial, los vecinos se volcaron en el Jard�n Principal: "Los edificios p�blicos estaban iluminados profusamente e infinidad de cohetes eran lanzados al espacio". La fiesta continu�. Catrines y linajudos daban sus vueltas, riendo y haciendo caravanas. Sin tanta ceremonia y tan contentos, los rebozos y el calz�n blanco, los sombreros de palma y los huaraches, los driles y las telas de colores vivos del pueblo. Todos, ricos y pobres, le�dos y analfabetos "de naci�n", de vez en cuando alzaban los ojos hacia el reloj p�blico para adivinar la hora. El sistema que alumbraba la car�tula del reloj la hab�a chamuscado. Aunque no se ve�a la hora, eran conscientes de que la Rep�blica viv�a horas importantes: el hecho ins�lito de la transmisi�n pac�fica del poder presidencial —aunque con desasosiegos y carraspeos— era un acontecimiento de indudable resonancia; mostraba a las claras que "nuestras instituciones van arraig�ndose m�s, de d�a en d�a, en el pueblo mexicano".


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