Los servicios p�blicos


La instrucci�n p�blica, al aliento del positivismo en boga, a fines de 1880 parec�a abrirse a perspectivas m�s prometedoras; pronto, sin embargo, recortados los presupuestos, se hundir�a en un letargo angustioso. Proyectos como el de la implantaci�n de estudios profesionales se desvanecen, llev�ndose a rastras inclusive los secundarios. El tema de la educaci�n es quiz� uno de los puntos privilegiados en donde con mayor claridad se percibe el discurso ut�pico que ha ido moldeando a la saciedad hasta disociarla con frecuencia de la realidad, donde el fraseo rimbombante y barroco oculta la impotencia del estado para llevar las luces a la poblaci�n.

La preocupaci�n manifestada por vecinos ilustrados y canalizada en diversas ocasiones por los ayuntamientos acerca de las deterioradas condiciones higi�nicas de la ciudad capital y de las diversas poblaciones del estado, hizo crisis agud�sima cuando la epidemia de fiebre amarilla de 1884 entr� a destajo por los barrios de Colima y las alucinantes callejuelas de algunos pueblos, como Manzanillo, Tecom�n y Coquimatl�n.

Un estado endeudado como fue el de Colima en 1880, reflejo del acontecer nacional, no pudo recuperarse en a�os, llegando a una situaci�n l�mite durante el gobierno de Esteban Garc�a (1883-1887), azotado por los tent�culos de la adversidad. El bar�n de Brackel-Welda cre�a que con las providencias adoptadas por Francisco Santa Cruz al asumir el gobierno en septiembre de 1880, "los pulmones de la clase desvalida", asfixiados por un pauperismo galopante, al fin podr�an respirar con desahogo. Nada de eso result�, por el contrario, la situaci�n se hizo m�s agobiante cuando, tras la efervescencia de los primeros tramos del ferrocarril, vino la paralizaci�n de las obras, arruinando a inversionistas, encogiendo a la iniciativa privada y dejando en paro forzoso a much�simas familias. Hay que subrayarlo: el ferrocarril, panacea para erradicar toda clase de males, despert� una extraordinaria esperanza —otra vez, el se�uelo de la imaginaci�n— en todos los sectores de la sociedad colimense. Todav�a en 1883, al concluirse el tramo Manzanillo-Armer�a, la euforia no se apagaba e incluso crec�a esperando que, muy pronto, quedar�an enlazados el puerto y Colima. Fue cuando surgieron problemas financieros, incumplimientos de contratos, conflictos laborales, gestiones tediosas con el gobierno central, afanes varios que s�lo alcanzaron la orilla hasta el 16 de septiembre de 1889 cuando el ferrocarril arrib� por primera vez a la estaci�n de Colima. El vapor del tren quem� los pocos le�os que el erario p�blico lograba reunir. Por eso, si en 1880 el estado se mostraba impotente para el fomento de obras materiales, tal tesitura sigui� durante a�os, exceptuando los ladrillos que se pegaron en la edificaci�n del Palacio de Gobierno y la aparente conclusi�n del Teatro Hidalgo.

Otra faceta peculiar de 1880 se mostraba en la Plaza Principal de Colima reci�n remozada: al flanco del Palacio de Gobierno en construcci�n, la Iglesia hac�a sentir su presencia, anticipo de los inmediatos a�os venideros. La vieja parroquia echaba c�pula y torres porque pronto habr�a de albergar la catedral, y el cura p�rroco ceder�a por siempre su preeminencia en la sociedad colimense en favor del obispo, quien hizo por fin su entrada triunfal en 1883. El nuevo obispado, cuya jurisdicci�n ir�a m�s all� de lo que eran los l�mites territoriales del estado de Colima, se formaba con una amplia zona marginada del enorme arzobispado de Guadalajara. La di�cesis de Colima fue en definitiva un motivo m�s y muy espec�fico que aceler� la fisonom�a regional. La organizaci�n eclesi�stica de la regi�n en torno a Colima, capital del estado y sede episcopal, implicaba la uniformidad de pr�cticas y criterios. La cohesi�n de poblaciones y comunidades a las cabeceras parroquiales vino a fortalecer los municipios y el Seminario Conciliar facilit� la formaci�n de un clero local y localista.

Factores todos ellos que si bien en cierta medida pod�an relativizar las instancias pol�ticas, por otra parte arraigaban los v�nculos regionales y fomentaban la b�squeda y el alcance de una ansiada identidad, de un talante y de una dignidad. La pol�tica de conciliaci�n, patrocinada por el porfiriato y que de alguna forma ya se hab�a anticipado en Colima, facilitar�a el desarrollo y la simbiosis de estos elementos. El de 1880 fue un a�o decisivo para la idiosincrasia regional.

Los ingredientes mencionados: estabilidad de las instituciones pol�ticas, freno al esp�ritu autonomista, reveses econ�micos, opaca vida cultural, dram�tica presencia de cataclismos naturales, presencia episcopal, diversas olas migratorias, el ferrocarril que s� y no, la deuda del estado, la incomunicaci�n y el ahogo del comercio, los sue�os fatuos, las ansias siempre aplazadas, son, pues, factores que maduran, fermentan, sedimentan y precipitan lo peculiar de la regi�n

A�o de 1880: cierra una �poca y abre otra. Un parteaguas en la historia moderna de Colima. �ste fue su m�s hondo significado.

En el terreno pol�tico, aunque Colima sufriera en su autonom�a un terrible golpe cuando el Senado de la Rep�blica desconoci� en 1880 sus poderes, procur� en cuanto pudo y se lo permitieron dar algunos resoplidos aut�nomos, para no perder en definitiva talante y estilo. Pero, claro, no todos los gatos son pardos. Lo que perdi� en autonom�a, lo gan� en estabilidad; y esto, sin duda, le sirvi� de mucho.


Índice generalAnteriorÍndice de capítuloSiguiente