Creatividad y diversiones


A pesar de la agresi�n y la represi�n que sufrieron los indios, �stos conservaron y aun incrementaron su talento artesanal, lo cual se tradujo en una abundante producci�n de art�culos que los espa�oles empezaron a usar.

El comercio de Guadalajara se realizaba en la plaza principal, frente al palacio, donde el real —equivalente a 140 cacaos— circulaba junto con el tapat�o, igual a tres o cinco cacaos. La mayor parte del comercio estaba en manos de espa�oles, quienes segu�an usos europeos como pr�stamos, fianzas, libranzas, etc�tera. Igual que de M�xico, tambi�n de Guadalajara part�an hacia todo el reino las recuas que cada mercader ten�a y que constitu�an el principal medio de transporte y distribuci�n.

Aunque a los funcionarios de la audiencia se les hab�a prohibido hacer negocios, no dejaban de enriquecerse mediante familiares y amigos, a quienes beneficiaban con el reparto de tierras y dem�s prebendas. Las autoridades dispusieron la fundaci�n de pueblos en lugares estrat�gicos, se organiz� el trabajo de los indios, de los mulatos y los negros, y se foment� la apertura de caminos y el tr�nsito de caravanas de comerciantes y mercachifles.

La vida cotidiana de los ricos neogallegos transcurr�a en el interior de sus domicilios. All� celebraban fiestas y reuniones, hac�an negocios y pasaban el tiempo, las m�s de las veces jugando naipes. Cuando sal�an a la calle, lo hac�an en carruaje o a caballo. Al igual que sus amos, los sirvientes y empleados sal�an poco por lo que prevalec�a una quietud callejera que s�lo se alteraba con alguna conmemoraci�n de la Iglesia, la llegada de un nuevo obispo, la muerte o el cumplea�os del rey, etc�tera.

Indudablemente que las fiestas religiosas eran un derroche de coheter�a y colorido, como ocurr�a en Guadalajara cada 29 de septiembre. Esta festividad, en honor de San Miguel Arc�ngel, se celebraba con la mayor pompa, en agradecimiento a la supuesta ayuda que �ste brind� a los espa�oles, matando indios indiscriminadamente cuando asaltaron la ciudad de Guadalajara en 1541, durante la guerra del Mizt�n.

En actos y fiestas, como la antes mencionada y el jueves de Corpus, se acostumbraba el paseo del Pend�n Real por las principales calles de la localidad. En este desfile participaban todos los ciudadanos y serv�a para ratificar el juramento de fidelidad al rey. Aprovechando la ocasi�n, los pudientes luc�an sus mejores galas, tra�das ex profeso de la pen�nsula.

En los dem�s pueblos de Nueva Galicia la fiesta com�n era la del santo patr�n del lugar. En estos actos participaban indios, mestizos y negros. A diferencia de los blancos, ellos animaban con su ir y venir cotidiano la vida de los lugares donde resid�an, aparte de ser muy aficionados a festejos tales como corridas de toros y carreras de caballos.

Tanto las viviendas de los espa�oles como las de los indios estaban hechas de adobe, aunque las primeras eran mucho m�s amplias, s�lidas, altas y mejor distribuidas y amuebladas; adem�s contaban con algunas columnas de cantera, patio central y enjarre de cal y arena. En cambio, las de los ind�genas se compon�an de un solo cuarto y ten�an por lo general el techo de teja. Las fachadas de las casas de espa�oles luc�an casi siempre uno que otro adorno de cantera labrada, como nichos con la figura del santo de la principal devoci�n familiar. No se tiene noticia de que, hasta fines del siglo XVII, existiera edificaci�n alguna toda de cantera, salvo la catedral y alguno que otro templo.

Las artes en el siglo XVII fueron particularmente pobres. Se sabe que Juan de Ib��ez y Mart�n Casillas pintaron en Guadalajara, mas no sobrevive ninguna obra de este �ltimo, de quien s� sabemos que particip� en la construcci�n de la catedral.

La cer�mica ind�gena —especialmente la de Tonal�— evolucion� de tal manera que se vend�a muy bien en Guadalajara y Zacatecas, se enviaba a M�xico e, incluso, a Espa�a y otras partes de Europa. Sirva de ejemplo el jarro tonalteca que Diego Vel�zquez pint� a mediados del siglo XVII en su famoso cuadro titulado Las Meninas.

Las letras en Nueva Galicia fueron pr�cticamente nulas. S�lo un franciscano, Juan Guerra, a quien llam� la atenci�n de manera especial la lengua ind�gena, public� en M�xico, durante 1692, su Arte de lengua mexicana, seg�n la acostumbraban hablar los indios en todo el obispado de Guadalajara, parte del de Guadiana y del de Michoac�n. Este libro es considerado un verdadero precursor en el estudio de las variedades del n�huatl.

La obra m�s importante del siglo XVII es la Cr�nica miscel�nea de la sancta provincia de Xalisco, escrita por el franciscano Antonio Tello y terminada hacia 1653. Es la primera obra historiogr�fica de la regi�n; sin embargo, permaneci� in�dita hasta 1891, cuando Jos� L�pez Portillo y Rojas public� una transcripci�n de Victoriano Salado �lvarez. Otras descripciones interesantes de la vida y costumbres de la �poca se deben al franciscano Diego Mu�oz, redactadas en 1585; al obispo Alonso de la Mota y Escobar, en 1600; y a Domingo L�zaro de Arregui, en 1621.

Esta pobreza en las letras y en las artes tiene su origen tal vez en la carencia de estudios superiores, de imprenta y lo dif�cil que resultaba encontrar buenos modelos, a causa del aislamiento que viv�a Nueva Galicia, por su ubicaci�n marginal y lo precario de sus comunicaciones.

Mas al iniciar el siglo XVIII, con la colonizaci�n de los jesuitas en el noroeste, las cosas comenzar�an a cambiar, pues el territorio neogallego se convirti� en tr�nsito obligado para esas tierras.


Índice generalAnteriorÍndice de capítuloSiguiente