2. La conquista de Nu�o de Guzm�n

2. La conquista de Nu�o de Guzm�n


En 1530 Nu�o de Guzm�n, rival del conquistador Hern�n Cort�s, sali� de la ciudad de M�xico con un gran ej�rcito compuesto de 300 espa�oles y 10 000 mexicanos, otom�es, tlaxcaltecas y tarascos. Iba en busca del legendario reino de las amazonas que la tradici�n situaba hacia el noroeste, m�s all� de la Sinaloa actual. Es de notar que los ej�rcitos de la conquista no eran espa�oles, sino que en su mayor�a eran ind�genas. Sin los indios amigos, los espa�oles, por su corto n�mero, no hubieran podido hacer gran cosa. Pe�a Navarro narra c�mo

March� Guzm�n rumbo a Michoac�n por la margen del r�o Grande o Lerma, vade�ndolo por un punto llamado Conguripo, donde se le incorpor� Chirinos con el rey Calzontzin y su gente de guerra. En este lugar se dijo una misa, para lo cual se form� una amplia enramada, poni�ndose despu�s los cimientos de un templo, al que se le dio el nombre de Nuestra Se�ora de la Purificaci�n; se pas� revista general, o como se dec�a entonces, se hizo alarde de la gente, "[....] y estando junto al ej�rcito, el capit�n general D. Beltr�n Nu�o de Guzm�n, recibi� de manos del capit�n Chirinos el estandarte real, y lo tremol� y levant�, tomando posesi�n de su conquista, que llam� Castilla la Nueva de la gran Espa�a; y c�mo se llam� Galicia lo que conquist�, se dir� en su lugar".

La conquista del occidente por el m�s cruel de los jefes espa�oles comenz� de manera tr�gica: con el tormento y la muerte atroz del rey Calzontzin, uno de los m�s poderosos se�ores tarascos (purh�pecha) y quien hab�a recibido muy bien a los espa�oles. La codicia de oro de Nu�o de Guzm�n precipit� el fin de Calzontzin, lo que caus� gran esc�ndalo en la Nueva Espa�a y en Europa.

Guzm�n por dondequiera incendi� pueblos y vej� a sus habitantes. Le preced�a la noticia del asesinato de Calzontzin y de las barbaridades que ven�a cometiendo su numeroso ej�rcito. Muchos pueblos, convencidos de que no podr�an resistir, recibieron en paz a los invasores, los otros pelearon con bravura pero salieron derrotados gracias a la superioridad num�rica y a la artiller�a de las fuerzas de Guzm�n.

Desde la visita del capit�n Cort�s los indios de la regi�n de Ixtl�n viv�an en buena vecindad con los espa�oles, pero como los soldados de Guzm�n comet�an muchos robos y atropellos, los ixtlecos se alzaron, y con ellos la gente de Ahuacatl�n y, en general, hasta la costa. Era precisamente lo que buscaba Guzm�n ya que eso le daba el pretexto para "conquistar" de nuevo un territorio que de hecho no necesitaba conquista despu�s de la toma de posesi�n pac�fica de Francisco Cort�s.

Nu�o de Guzm�n march� a sangre y fuego de Ixtl�n a Ahuacatl�n, conducta que contrasta en todo con la que sigui� el capit�n Cort�s.

Antes de llegar a Ahuacatl�n, un gran n�mero de los habitantes de estos pueblos cerr� el paso a los conquistadores; se libraron algunos combates, pero en vano.

Habiendo tomado posesi�n del pueblo de Ahuacatl�n, que tambi�n se adjudic�, Guzm�n extorsion� a los indios para que le entregaran oro y plata y los oblig� a que le dieran 800 "tamemes" o cargadores.

Los de Ahuacatl�n hab�an tenido guerras con los de Zihuatl�n y Xuchipil, a los que hab�an vencido en cuanto Guzm�n sujet� a los ahuacatecos, orden� la libertad de aquellos vencidos, con lo que se les atrajo al grado que fueron los primeros que se hicieron cristianos.

Despu�s de cuatro d�as que pas� Guzm�n en Ahuacatl�n organiz� sus fuerzas y sigui� su camino; pas� por el Ceboruco llevando consigo presos a los caciques.

Lleg� a Tetitl�n, que se hallaba abandonado por completo, pues sus habitantes, temerosos de las tropel�as del conquistador, hab�an huido a sus pueblos, en paz, como siempre hab�an estado.

Gran parte de los excesos eran cometidos por los indios, aliados que Guzm�n no hab�a podido o no hab�a querido reprimir; pero en esta ocasi�n, temiendo seguramente que siguieran los alzamientos y entorpecieran el �xito de su conquista, el espa�ol mand� llamar a los capitanes de los indios y les orden� que hicieran saber a su gente que deb�an de abstenerse de tratar mal a los naturales, de incendiar sus pueblos, de robarlos y de hacer otros males. Guzm�n les advirti� que si no obedec�an sus �rdenes ser�an ahorcados, con lo que se reprimieron en parte tan lamentables des�rdenes.

Despu�s de una batalla muy dura por Xalisco, Nu�o de Guzm�n entreg� los pueblos de la zona a sus aliados, que incendiaron las casas, aprisionaron a sus habitantes y atormentaron a los presos. Cuando los de Acaponeta supieron las atrocidades que los invasores ven�an cometiendo, cundi� el terror y decidieron huir a las monta�as.

Los habitantes de Centispac, excelentes soldados, fogueados en las constantes luchas que manten�an con los serranos, escogieron la resistencia y vendieron cara su libertad en una gran batalla.

Los indios, dice Joan de S�mano, "[...] pelearon como hombres muy gran rato [...]". Sin embargo, los espa�oles, ilustrados ya, y aguerridos en Cuitzeo y Tonallan, no corrieron peligro de ser derrotados ni un momento, "[...] y en todo hubo tan buen recaudo, que no hubo m�s desm�n ninguno [...]".

Despu�s de que Guzm�n venci� algunas dificultades que tuvo con los indios aliados para terminar con los incendios y las tropel�as que asolaron la rica provincia conquistada (sus habitantes huyeron, y los que pudieron hacerlo se remontaron), logr� que los que se fueron salieran poco a poco de los esteros y manglares donde se hab�an refugiado y regresaran a sus pueblos (L�pez Portillo y Weber).

Fray Bartolom� de las Casas, en su Tratado de la Destrucci�n de las Indias, dice lo siguiente:

Los serranos, que siempre hab�an sido enemigos de la gente de los llanos, al saber que las tropas de Guzm�n hab�an vencido a Centispac aprovecharon la oportunidad para terminar con los restos de su grandeza.

A todas las calamidades sufridas por aquellos pueblos vino a sumarse un arrasante cicl�n unido a una inundaci�n tremenda. Como consecuencia de las torrenciales lluvias que cayeron por espacio de muchos d�as, los r�os inundaron todos los campos por muchos kil�metros a la redonda, llev�ndose las poblaciones de los indios y los campamentos de los espa�oles. Guzm�n y parte de su gente se salvaron en las alturas de algunas colinas y en las copas de los �rboles.

Pe�a Navarro apunta:

Por Jalisco y Tepic algunos jefes quisieron aprovechar el desastre para vengarse de los espa�oles y de los mexicanos, pero tan pronto como el tremendo Nu�o de Guzm�n se enter� de sus intentos, mand� una expedici�n a castigarlos a sangre y fuego, en una forma horrible. No hubo compasi�n por nadie.

Nu�o dispuso que saliera Gonzalo L�pez con una escolta formada de caballer�a y de infantes y castigara duramente a los pueblos rebeldes, "[...] de lo cual el capit�n general hizo su proceso, y hecho, los dio por esclavos, y mand�me volver con cierta gente de caballo y peones para que les hiciese la guerra a fuego y sangre, y abriese los caminos reales y los hiciese libres, para que se pudiesen caminar, y que los que tomase los herrase por esclavos como m�s largamente parecer� por sus provisiones [...]".

Primero recorri� Gonzalo algunos otros pueblos antes de castigar a Xalisco, como Ahuacatl�n, que aunque estaba de paz lo incendi� y trat� en forma terrible. Y precisamente porque ya hab�an pasado como 40 d�as desde la salida de L�pez sin que regresara ni se tuvieran noticias suyas, y como Guzm�n se encontraba verdaderamente urgido de refuerzos, mand� a su int�rprete Garc�a del Pilar para que fuera a buscarlo y violentara su marcha; lo hall� en Ahuacatl�n con m�s de 1 000 que tra�a de "Mechuac�n" (dicen las Relaciones), aunque probablemente no lleg� hasta dicha provincia, sino que sac� a esos indios de poblaciones m�s cercanas como Tonal�, Tlajomulco y algunas otras.

Dice Garc�a del Pilar que cuando encontr� a L�pez en Ahuacatl�n,

La Cuarta relaci�n dice:

Al llegar a Xalisco, que estaba ya pac�fico, entrevistaron los caciques a Gonzalo L�pez; prometieron servirle, siempre que se les asegurara que no les causar�an perjuicios o malos tratamientos; y con toda mala fe les dio L�pez su palabra, a la que falt� de inmediato villanamente.

Garc�a del Pilar, que ven�a incorporado con L�pez, dice en su relaci�n:

Por �ltimo, en la Relaci�n de Pedro de Carranza, quien platic� sobre estos acontecimientos con algunos de sus compa�eros que formaron parte de la columna de Gonzalo L�pez, se expresa:

Nuestro siglo XX puede horrorizarse de lo anterior, pero que recuerde primero que ha sobrepasado todas las �pocas en matanzas y crueldades, que las dos guerras mundiales y el totalitarismo han costado millones de muertos, que en los a�os setenta hubo un gobierno loco en la peque�a y pac�fica Camboya que asesin� a la tercera parte de la poblaci�n, o sea a dos de los seis millones de habitantes con que contaba el pa�s. Nuestra �poca podr�a tener a Nu�o de Guzm�n como padrino.


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