Hab�a ca�do Tenochtitlan y tambi�n todas las ciudades chicas y grandes que exist�an entre el Atl�ntico y el Pac�fico. Los espa�oles hab�an llegado para quedarse y lo manifestaron fundando sus propias ciudades. As�, un 26 de julio fundaron, en el lugar de la actual Tepic, una ciudad llamada Compostela.
Fray Antonio Tello hace una brillante descripci�n de la fundaci�n:
Volviendo, pues, a tratar, de la primera poblaz�n de Compostela, digo que, concluso este acto, estaban los indios de pueblo y comarca, que ser�an m�s de doce mil, prevenidos de muchos regocijos a su modo, porque ten�an en las encrucijadas de las calles, hechos bosques llenos de leones, tigres, venados, conejos, codornices, papagayos, faisanes y otra variedad de animales y aves, con muchas danzas y escaramuzas y ardides de guerra, y las calles sembradas de flores y entoldadas de ramas de juncia.
El gobernador con los de a caballo y infanter�a, se pusieron en forma de escuadr�n que va marchando a pelear con sus enemigos al son de tambores y piano, tendidos los estandartes y enarbolado el real con las armas de la ciudad de Compostela de nuestra Espa�a. Al ruido de mosquetes, arcabuces y tiros de fruslera resplandec�an los arneses, lozane�banse y hac�an visos las plumas con el aire; los caballos enjaezados y encubertados con caireles de seda y oro, se iban engrifando, y todos iban apellidando a Santiago y al rey de Castilla. Pregon�ronse las mercedes que S. M. hacia aquella ciudad y reino con t�tulo de Nueva Galicia y Compostela, mandando con grand�simas penas que ninguno fuese osado a contravenir a t�tulos tan honrosos de Compostela y Nueva Galicia, los cuales hasta estos tiempos goza. Los indios, con grandes voces y algazaras, abrieron los bosques, y saliendo los animales por las calles y casas, los corr�an y flechaban.
En la plaza estaba un tablado capac�simo, donde el gobernador, con el regimiento y personas m�s principales, colocaron el estandarte real, y los alcaldes y regidores el de la nueva ciudad para tomar posesi�n de sus oficios, y pusieron tasa de los mantenimientos de su rep�blica, y dieron posesi�n a los vecinos de los solares y huertas, y queriendo el gobernador que el regidor m�s antiguo sacase el pend�n la v�spera de Santiago, le suplicaron lo sacase �l aquella vez. Acabados estos decretos, hubo una salva de mosqueter�a, y los infantes hicieron un caracol con los indios, armados los unos y los otros, haciendo vistosos y bizarros acontecimientos, los de a caballo en dos escuadras, con una escaramuza, los departieron, y tornaron a volver a las casas reales con el mismo orden que salieron.
Otro d�a que se contaron veinticuatro de julio, aderezaron las calles con m�s vistosas invenciones, y los castellanos vistieron las m�s ricas y vistosas ropas que ten�an, y enjaezados los caballos, con la infanter�a se juntaron en las Casas de Cabildo, donde ten�an aderezado un tablado lo mejor que daba lugar el tiempo, y estaba puesto el estandarte, el cual ten�a en �l un reverso, la imagen del ap�stol Santiago, y en otro las armas reales. Subi� a El, el Lic. Nu�o de Guzm�n, vestido de terciopelo carmes�, armado de punta en blanco, y acompa�ado de los alcaldes, regidores y oficiales reales; se hincaron de rodillas y se pusieron luego en pi�, y el Capit�n Crist�bal de O�ate cogi� el estandarte y lo dio al Gobernador, el cual le tremol� tres veces diciendo: "�Viva nuestro Se�or Don Carlos, rey de Castilla y Nueva Galicia!" y cada vez disparaban toda la artiller�a y los indios levantaban la voz. Concluso este acto, subieron a caballo y fueron a v�speras, las cuales cantaron en compa��a del cura algunos espa�oles, y toda aquella noche velaron el pend�n con muy buena guardia, con muchos fuegos y encamisadas.
El otro d�a, que era el de Santiago, llev� el pend�n a la iglesia el gobernador,
alcaldes, regimiento y todos los dem�s castellanos, con la misma solemnidad
que el d�a antes, y ante el escribano de Cabildo y en manos del sacerdote,
prometieron y hicieron juramento que todos los a�os y perpetuamente sacar�an
el pend�n de la ciudad desde las casas de Cabildo, y se llevar�a a la iglesia
mayor, habiendo andado por toda la ciudad, a las primeras v�speras y a misa,
a lo cual se obligaban a asistir la justicia y regimiento; y recibieron
por patr�n de la ciudad y reino, al glorioso ap�stol Santiago. Hecho el
juramento y promesa, se fueron a las casas de Cabildo y subieron al tablado,
y toda la infanter�a hizo la salva con los arcabuces, y el gobernador, teniendo
el pend�n en las manos comenz� a tremolarle, y en su voz alta dijo: "Castilla,
Castilla y Le�n, por la sacra majestad de �Carlos, rey de ella". Tiendo
este pend�n en se�al de posesi�n de esta ciudad de Compostela, poblada por
su real mandato, y la nombro por tal [...] Dispar�se la artiller�a con grandes
clamores de regocijos; volvi� segunda vez a decir: "Castilla, Castilla y
Le�n y la Nueva Galicia, de la sacra majestad del Emperador. Tiendo este
pend�n en se�al de posesi�n de esta ciudad y ser poblada por su real mandato".
Volvi� tercera vez y dijo: "Castilla, Castilla y Le�n y la Nueva Galicia
del rey Don Carlos nuestro se�or, que la Divina Magestad, guarde por muchos
a�os". Dispar�se toda la artiller�a y tocaron la m�sica, cajas y trompetas,
y luego la justicia y regimiento pronunciaron un auto, en que ordenaban
que el regidor m�s antiguo sacase el pend�n, y que sucesivamente cada uno
le fuese sacando por sus antig�edades, y le mandaron poner en un cofre,
y se entreg� al regimiento.
A los veintis�is de julio, se hizo lista de los vecinos, y fueron cien castellanos los que se avecindaron, y el gobernador les dio encomiendas para perpetuarlos, aunque no tan aventajadas como quisiera. Luego se�al� jurisdicci�n a la ciudad, la cual fue la provincia de Ahuacatl�n, Valle de Banderas, Valle de Chacala, Xocotl�n, Huainamota y Guatzamota, Acaponeta, costa de Tecomatl�n, Matzcotla, Huachinango, Guaristemba, la costa de la mar hasta Punta de Corrientes, que es la provincia de los Frailes, y Chistic. Todas estas provincias se repartieron a los encomenderos, a los cuales dieron las posesiones los capitanes Crist�bal de O�ate y Juan de Villalba, y el Gobernador Guzm�n nombr� por su lugarteniente y justicia mayor de la ciudad de Compostela y su jurisdicci�n, al capit�n Crist�bal de O�ate.
Por eso, hasta la fecha, la fiesta de Tepic se celebra el 26 de julio. A principios de este siglo todo el mundo se iba de d�a de campo al Paseo de la Loma, se montaba a caballo y se com�a un pastel llamado "ante", en el cual se plantaba una banderita.
Cuando Tello nos cuenta la fundaci�n de Tepic (Compostela) habla, al final, de los encomenderos. El encomendero es el conquistador a quien se le "encomiendan" unos pueblos. Es decir, se les pone a sus �rdenes. Los encomenderos cobran los tributos (impuestos) de los antiguos caciques a cambio de mantener la paz y de ense�ar el cristianismo a los indios. Ense�arlo significa tambi�n acabar con las antiguas pr�cticas y creencias. Fue relativamente f�cil suprimir los sacrificios humanos, m�s dif�cil imponer el matrimonio con una sola esposa y casi imposible olvidar muchas cosas que de todos modos se acomodaban muy bien con la religi�n de Cristo: por ejemplo, rezar para obtener la lluvia tan necesaria, o dar gracias por la buena cosecha, o ir a comer y beber sobre las tumbas en el d�a de los difuntos.
En el siglo posterior a la conquista ocurri� una gran cat�strofe: ocho de cada 10 murieron de manera anormal. Las cuatro quintas partes de la poblaci�n desaparecieron por las guerras, las hambrunas, el excesivo trabajo, las epidemias causadas por enfermedades desconocidas que vinieron de Europa, la desesperaci�n provocada por la suma de tantas calamidades. Muchas mujeres, por ejemplo, prefirieron no tener hijos para no verlos nacer en este infierno. La viruela, el sarampi�n, la tifoidea, encontraron a los indios sin defensa y mataron a much�sima gente.
Despu�s de 1620 la poblaci�n dej� de disminuir, y en el siglo XVII
la situaci�n mejor�. Luego aumento la poblaci�n, y, con eso, toda la vida econ�mica y social se vio fortalecida. En el siglo XVIII
crecieron pueblos y ciudades, se construyeron camino, puentes y escuelas.
Las minas de plata y oro de la regi�n tuvieron un papel muy importante en esa actividad general y atrajeron mucha gente: blancos y negros, indios y mestizos. En la mezcla de todas las razas se estaba preparando el mexicano actual, fusi�n de todas las razas que existen en nuestra tierra.
La actividad principal de la mayor�a de la poblaci�n era la agricultura, acompa�ada, en las grandes haciendas, de la cr�a de mucho ganado. De nuestra regi�n, tan rica en pastos naturales, sal�an cada a�o grandes manadas de reses que caminaban hasta Guadalajara y M�xico. Los agricultores m�s ricos eran los hacendados, due�os de grandes propiedades (haciendas); los propietarios medianos eran los rancheros; hab�a tambi�n peque�os propietarios, medieros y arrendatarios, que no ten�an propiedad y rentaban una parcela mediante la entrega de una parte de la cosecha (mediero = quien da la mitad) o pago de una renta. Los indios que viv�an en comunidades (no todos, muchos trabajaban en las haciendas y en las minas) ten�an tambi�n posesiones agr�colas y trabajaban la tierra.
Dice con admiraci�n Tello (1650): "La tierra de Compostela fue tan f�rtil, que sembrando Francisco de Balbuena trigo en una labor que llaman San Pedro de la Lagunilla en un a�o cogi� a raz�n de 45 por uno, y le pareci� a�o muy est�ril respecto de otros. As�, poco a poco, en medio de grandes dificultades naci� el Nuevo Mundo, del encuentro de los hombres, de los animales, de las plantas del Nuevo y del Viejo Mundo".
A veces la tierra parec�a protestar contra los hombres. En 1567 el volc�n Ceboruco hizo erupci�n y hubo un terremoto que derrib� muchos pueblos. Entre Ahuacatl�n y el r�o Ameca enormes derrumbes taparon el paso de las aguas por m�s de 20 d�as. Luego el volc�n revent� con mucha furia y el agua se puso muy colorada, con muy mal olor de azufre. No pudo beberse en m�s de tres meses.