Con Benito Ju�rez la Rep�blica triunf� pero no el orden, que tard� unos 10 a�os m�s en establecerse, pues los generales hab�an tomado costumbres muy malas a lo largo de la guerra. Muerto Ju�rez, la sucesi�n presidencial fue muy re�ida hasta que despu�s de varios fracasos, Porfirio D�az lleg� al poder en diciembre de 1876 con un cuartelazo suplementario.
De 1876 a 1910 control� la vida pol�tica del pa�s, y su largo reino tuvo como lema "orden y progreso". Se acab� con el bandolerismo, los levantamientos y los cuartelazos; la actividad pol�tica fue estrictamente controlada y todas las energ�as canalizadas hacia el mantenimiento de la paz y la modernizaci�n del pa�s. Como la gente estaba harta de medio siglo de caos y de violencia, acept� durante mucho tiempo las divisas del gobierno de D�az: "mucha administraci�n, poca pol�tica" y "pan y palo".
La pol�tica econ�mica, necesitada de la paz, abarc� construcci�n de ferrocarriles y tel�grafos, explotaci�n de los mismos, creaci�n de industrias, fomento de la agricultura moderna en los sectores que daban buenas ganancias (az�car, tabaco, etc.), puertas abiertas al dinero extranjero para acelerar el movimiento. Como elementos necesarios de esta pol�tica se estimul� la educaci�n, se foment� el sentimiento nacional y se favoreci� a las ciudades. Uno de los inconvenientes (no el �nico, pero quiz�s el m�s grave) de un sistema que tuvo muchas realizaciones positivas fue el olvido relativo en que se dej� al campo, en donde viv�a la mayor parte (de 70 a 80%, seg�n las regiones) de los mexicanos.
Lo que vali� para todo el pa�s vali� para Nayarit, gobernado de 1885 a 1897 por el general Leopoldo Romano, quien encabez� el desarrollo del territorio pero supo demasiado bien desarrollar igualmente su fortuna personal y apoderarse de inmensos terrenos. Le sucedieron los generales Rocha (1897-1904) y Mariano Ruiz (1904-1910), puros generales que conoc�an el territorio por haber combatido a las �ltimas guerrillas lozade�as.
Aparentemente le tocaron a los tres generales meras victorias, la paz, el crecimiento demogr�fico y econ�mico, muchas construcciones, la erecci�n del distrito militar en territorio federal, o sea casi en estado (1884). Acabaron a duras penas con el bandolerismo, verdadera plaga en la costa de Acaponeta y por el rumbo de Ahuacatl�n. Tuvieron que utilizar 50 agentes secretos y aplicar la "ley de fuga" a los bandidos presos, es decir matarlos y decir que hab�an tratado de fugarse. La transformaci�n de la parroquia de Tepic en catedral y de su cura en obispo manifest� en 1891 que la Iglesia cat�lica tomaba en cuenta la existencia del territorio y que la Iglesia en Tepic dejaba de depender de Guadalajara. Leamos a Amado Nervo.
Entonces ten�a yo ocho a�os y mis padres esperaban la llegada del se�or (arzobispo) Loza a mi tierra natal para que me confirmase.
La ciudad se hab�a vestido de gala como para unas bodas.
Las calles, barridas y regadas, no mostraban como habitualmente, el tapiz verde obscuro de verdolagas que campaban por sus respetos dondequiera, acusando la falta de tr�nsito.
De los balcones y ventanas pend�an como crujientes palios lit�rgicos regios t�palos de burato floreados de crisantemos amarillos y rojos. Mi abuelita hab�a exhumado de los arcones de alcanfor cuatro de esos t�palos tra�dos por la nao de Manila, all� cuando el Rey Deseado gobernaba todas las Espa�as, donde a�n no se pon�a el sol; y yo contemplaba maravillado aquella pompa de colores que florec�a sobre la seda acordonada y sonante, ondeando al aire en mis rejas.
Todos los viejos carruajes de la ciudad hab�anse dirigido a la Garita a esperar el Prelado. El Cura, Los Vicarios, el Prefecto, el Presidente del Ayuntamiento, los comerciantes y labradores principales, llenaban esos carruajes mientras en los balcones y ventanas y azoteas las se�oras, las muchachas y los ni�os, con sus trapos de cristianar esperaban el inusitado acontecimiento.
Una de las casas principales de la poblaci�n hab�ase habilitado de residencia arzobispal, y todas las familias contribuyeron a alhajarla, enviendo �sta el regio t�lamo de caoba con alto pabell�n forrado de seda de carmes�; la vajilla de plata con prolijas cifras; aqu�lla, el mueble quincuagenario de su estrado; las s�banas de lino de reserva, que s�lo se sacaban para agasajar a los hu�spedes ilustres.
Los pilluelos de la ciudad, previamente encaramados a la torre poli�drica y pesada de la ciudad, aguardaban la polvareda que deb�a empa�ar el lejano horizonte para echar a vuelo las campanas, para hacer girar las esquilas, para disparar los cohetones que fingen en el aire cometas de llamas [....]
En cuanto a la instrucci�n p�blica, �sta indudablemente progres�:
Hay que saber que la poblaci�n pas� a su vez de 120 000 a 170 000, o sea casi aument� en 50%. En 1870 hab�a m�s de 85% de analfabetos entre la gente de m�s de 10 a�os; en 1910 esta cifra hab�a bajado a 73.4%. Peor es nada... La media nacional de analfabetismo era de 75 por ciento.