A unos 70 km de San Blas, frente a las costas de Nayarit, se encuentran dos archipi�lagos, el de las Islas Mar�as, el m�s famoso, y el de las Tres Marietas. El primero es el m�s importante y el �nico habitable. Poca gente sabe que las Tres Mar�as (Mar�a Madre, Mar�a Magdalena y Mar�a Cleofas) van acompa�adas de la isla San Juanito, la m�s chiquita. Su terreno es pobre y crece en �l una vegetaci�n raqu�tica. Las aguas que la rodean son tan cristalinas que puede verse el fondo a tres brazadas de profundidad. Abunda el pargo, la concha perla, la esponja y la pobre tortuga de carey, antes tan numerosa sobre la costa y hoy exterminada por los hombres.
La isla Mar�a Madre es la m�s grande: est� al sur de la de San Juanito, y tiene una extensi�n de 227 km�. Su altura m�xima es de 616 m, lo que hace de ella un verdadero cerro en el mar. Sal, madera fina y cal son sus riquezas. Actualmente la Mar�a Madre, como todo el archipi�lago, sirve de colonia penal. Las islas funcionan como prisi�n sin rejas desde 1905.
Mar�a Magdalena es la isla de en medio y tiene una superficie de 128 km�. Como la Madre, tiene terrenos para siembra y problemas de agua. El maguey silvestre crece por todos lados y hay mucha madera.
Mar�a Cleofas es mucho m�s chica (44 km�) y casi redonda. Ella tambi�n es un pe�asco en el mar, como sus hermanas.
El archipi�lago de las Tres Marietas se encuentra a la entrada de bah�a de Banderas, a 10 km de la Punta de Mita. Es volc�nico como la isla Isabela, que dista de la costa unos 25 km. Sin vegetaci�n ni agua potable, es el para�so de las aves marinas. La mayor de estas peque�as islas, la �nica con faro, es plana y tiene escasos 800 m de largo. No hay un solo �rbol, apenas unos cuantos arbustos y unas cuantas palmas enanas. Altos pastizales de color dorado ondulan bajo el viento.
Hay tantos nidos en el piso que uno debe caminar con mucha precauci�n para no pisarlos, y tantos millares de aves volando que aturden. A las gaviotas no les gustan las visitas y expresan su enojo de un modo muy eficaz: practican el vuelo rasante, a dos cent�metros de la cabeza del intruso, al tiempo que emiten su m�s potente graznido.