Por la tarde del 23, en la imposibilidad de continuar defendiendo la plaza, Ampudia envi� a un emisario al campo de Taylor, a solicitar parlamento. La respuesta de �ste en el sentido de que la ciudad fuese evacuada "jurando no tomar las armas en lo sucesivo contra los Estados Unidos" fue rechazada.
Hubo, el 24, una nueva entrevista con Worth, en la cual participaron los generales Requena y Garda Conde y el gobernador Manuel Mar�a de Llano, quienes firmaron la capitulaci�n. Tradicionalmente se dice que Josefa Zozaya figur� tambi�n en esta comisi�n. Qued� estipulado en la rendici�n, entre otros puntos, que el ej�rcito saldr�a llevando armas y equipajes, "a tambor batiente y banderas desplegadas". Los adversarios, por su parte, se comprometieron a no pasar de la l�nea de los Muertos, Linares y Victoria en siete semanas, lapso que se utilizar�a para tratar la paz.
Nuevo Le�n en el siglo XIX. Dibujo basado en Gerald L Mc.Gowan, Geograf�a pol�tico administrativa de la reforma. Una visi�n hist�rica, M�xico, El Colegio Mexiquense/ INEGI, 1991, p. 80.
Ese mismo d�a las tropas mexicanas salieron del fuerte de la Ciudadela y dos d�as m�s tarde evacu� la ciudad el resto del ej�rcito.
Cuando los habitantes de Monterrey vieron salir las �ltimas fuerzas mexicanas relata Noriega, testigo presencial no pudieron resolverse a quedar entre los enemigos y multitud de ellos, abandonando sus casas e intereses, cargando sus hijos y seguidos de sus mujeres, caminaban a pie tras de las tropas. Monterrey qued� convertida en un gran cementerio. Los cad�veres insepultados, los animales muertos y corrompidos, la soledad de las calles, todo daba un aspecto pavoroso a aquella ciudad.
Las fuerzas de ocupaci�n permanecieron m�s de un a�o y medio en Nuevo Le�n, hasta febrero de 1848, cuando fueron firmados los Tratados de Guadalupe Hidalgo.
La invasi�n de Barradas, en 1829, aunque sofocada en sus inicios, hab�a suscitado cierto esp�ritu de unidad entre los mexicanos. El episodio de Monterrey de 1846 reafirm� el sentimiento de la nacionalidad.